Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Taleb, el emir Muza y Abdossamad son enviados por el rey de Damasco en búsqueda de los doce genios que han sido castigados, encerrados en vasos de cobre y arrojados al mar, por Soleimán. Para cumplir su misión, los viajeros deben afrontar varios peligros, llegar a la Ciudad de Bronce, y poner en práctica el aprendizaje adquirido con la lectura de cada una de las inscripciones sagradas. ¿Lograrán llevar a los poderosos genios de vuelta a Damasco?
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 41
Veröffentlichungsjahr: 2017
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Genios en el fondo del mar
Cuentan que en el trono de los califas Omniadas, en Damasco, se sentó un rey que se llamaba Abdalmalek ben-Merwán. Le gustaba conversar a menudo con los sabios de su reino acerca de nuestro señor Soleimán ben Daúd (¡con él la plegaria y la paz!), de sus virtudes, de su influencia y de su poder ilimitado sobre las tierras de las soledades, los efrits que pueblan el aire y los genios marítimos y subterráneos.
Un día, oyendo hablar de ciertos vasos de cobre antiguo cuyo contenido era una extraña humareda negra de formas diabólicas, el califa se asombró en extremo. Y, como puso en duda la realidad de hechos tan verídicos, se puso de pie en medio de los participantes el famoso viajero Taleb ben-Sehl. El hombre confirmó el relato que acababan de escuchar y añadió: “En efecto, ¡oh Emir de los Creyentes! esos vasos de cobre no son otros que aquellos donde fueron encerrados, en tiempos antiguos, los genios que se rebelaron ante las órdenes de Soleimán, vasos arrojados al fondo del mar rugiente, en los confines de Magreb, África occidental, tras ser sellados con el sello temible. Y el humo que se escapa de ellos es simplemente el alma condensada de los efrits, los cuales no por eso dejan de tomar su aspecto formidable si llegan a ser soltados al aire libre”.
Al oír tales palabras, aumentó considerablemente la curiosidad y el asombro del califa Abdalmalek. “¡Oh Taleb, tengo muchas ganas de ver uno de esos vasos de cobre que encierran efrits convertidos en humo!”, dijo. “¿Crees realizable mi deseo? Si es así, haré rápidamente por mí mismo las investigaciones necesarias. Habla.” El viajero contestó: “¡Oh Emir de los Creyentes! Aquí mismo puedes poseer uno de esos objetos, sin que sea preciso que te muevas y sin fatigas para tu persona venerada. No tienen más que enviar una carta al emir Muza, tu lugarteniente en el país de los Magreb. Porque la montaña a cuyo pie se encuentra el mar que guarda esos vasos, está unida al Magreb por una lengua de tierra que puede atravesarse a pie enjuto. Al recibir una carta semejante, el emir Muza no dejará de ejecutar las órdenes de nuestro amo el califa”.
Estas palabras tuvieron el don de convencer a Abdalmalek, que dijo a Taleb en el instante: “¿Y quién mejor que tú ¡oh Taleb! será capaz de ir con celeridad al país de Magreb con el fin de llevar esa carta a mi lugarteniente el emir Muza? Te otorgo plenos poderes para que tomes de mi tesoro lo que juzgues necesario para gastos de viaje, y para que lleves cuantos hombres te hagan falta en calidad de escolta. Pero date prisa ¡oh Taleb!” Y al punto escribió el califa una carta de su puño y letra para el emir Muza, la selló y se la dio a Taleb, que besó la tierra entre las manos del rey, y ni bien hizo los preparativos oportunos, partió con toda diligencia hasta Magreb, donde llegó sin contratiempos.
El emir Muza lo recibió con júbilo y le demostró todas las consideraciones debidas a un enviado del Emir de los Creyentes. Cuando Taleb le entregó la carta, la aceptó y después de leerla y de comprender su sentido, la llevó a sus labios, luego a su frente, y dijo: “¡Escucho y obedezco!” De inmediato mandó traer a su presencia al jeique Abdossamad, hombre que había recorrido todas las regiones habitables de la tierra, y que en aquel momento pasaba los días de su vejez anotando cuidadosamente, por fechas, los conocimientos adquiridos durante una vida completa de viajes ininterrumpidos.
Se presentó el jeique ante el emir Muza, que lo saludó con respeto y le dijo: “Oh jeique Abdossamad. He aquí que el Emir de los Creyentes me transmite sus órdenes para que vaya en busca de los vasos de cobre antiguos en los que fueron encerrados por nuestro señor Soleimán ben-Daúd los genios rebeldes. Parece ser que yacen en el fondo de un mar situado al pie de una montaña que debe hallarse en los confines extremos del Magreb. Por más que desde hace mucho tiempo conozco todo el país, nunca oí hablar de ese mar ni del camino que a él conduce; pero tú, ¡oh jeique Abdossamad! que recorriste el mundo entero, no ignorarás sin duda la existencia de aquella montaña y de aquel mar”.
Reflexionó el jeique durante una hora y luego respondió: “¡Oh emir Muza ben-Nossair! No son desconocidos para mi memoria esa montaña y ese mar; pero, a pesar de desearlo, hasta ahora no pude ir hasta allí. El camino que conduce a ellos se hace muy penoso a causa de la falta de agua en las cisternas, y para llegar se necesitan dos años y algunos meses, y más aún para volver. Suponiendo que sea posible volver de una comarca cuyos habitantes no dieron nunca la menor señal de su existencia. Viven, según dicen, en una ciudad situada, en la propia cima de aquella montaña, una ciudad en la que no logró penetrar nadie y que se llama la Ciudad de Bronce”.