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La leyenda del Cid es una de las leyendas de José Zorrilla, poemas en clave de ficción basados leyendas castellanas, a modo similar a como ya hiciese Gustavo Adolfo Bécquer en su obra homónima, pero desde un punto de vista lírico. En este caso la presente leyenda se basa en la historia del Cid Campeador.-
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Seitenzahl: 480
Veröffentlichungsjahr: 2020
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José Zorrilla
ESCRITA EN VERSO POR
É ILUSTRADA POR D. J. LUIS PELLICER
Saga
La leyenda del CidCover image: Shutterstock Copyright © 1882, 2020 José Zorrilla and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726561784
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
Corona condal de España
floronada de castillos,
empenachada de torres
hechas de encaje finísimo:
ciudad labrada con piedras,
cuyo alto valor artístico
en cada muro te ofrece
de diamantes un cintillo;
Reina cuya cabellera
da al viento, en lugar de rizos,
dos trenzas de hebras de roca
de sutileza prodigios,
con vistosísimas plumas
trabajadas en granito,
dos cinceladas agujas
primores del arte ojivo,
asombro de las naciones,
mofa del viento y los siglos,
de su blason lambrequines
y de su gloria obeliscos;
ciudad madre de los reyes
y los hidalgos invictos
que dieron en tus solares
al reino español principio:
muy noble ciudad de Burgos,
sultana de los castillos,
oye lo que con el alma
en estas hojas te digo;
y haz cuenta que respetuoso
ante tus puertas me hinco,
para ofrecerte de hinojos
un ejemplar de éste libro.
Nobilísima ciudad,
aunque no nací tu hijo,
por ser madre de mi madre
te tengo filial cariño.
De los campos que á tu asiento
sirven de alfombra en un pico,
del viejo Muñó á la falda
y á la sombra de un sotillo,
hay un rincon de tu tierra
que fué de mi madre y mio,
donde ésta con su memoria
me ha dejado un paraíso.
Ya ves que son burgaleses,
aunque tu hijo no he nacido,
la sangre que en mí circula
y el aire con que suspiro.
Por eso te he amado siempre,
y mientras ciego y perdido
erré por mar y por tierra
del mundo en el laberinto,
en medio de sus escollos,
á través de sus peligros,
por encima de sus glorias
y á despecho de su olvido,
tu recuerdo siempre fresco,
como laurel inmarchito,
arraigado en mi memoria
sombreando mi alma ha ido.
Fotografiado he llevado
en mis pupilas el sitio
donde á orillas del Arlanza
elevas tus edificios;
y el susurro de tus olmos,
y el murmullo de tu rio,
y el timbre de tus campanas
he llevado en mis oidos.
De tí jamás un recuerdo
me dió al corazon martirio,
de tí jamás una espina
se me enconó en el espíritu.
Tus memorias, juguetonas
cual tus corderos merinos,
sabrosas como tu leche,
doradas como tus trigos,
por do quier para mí fueron
de mis penas lenitivo,
de mis esperanzas faro,
de mis dolores alivio.
Tu espolon entre dos puentes,
el torreado frontispicio
del arco imagineriado
que restauró Cárlos quinto,
tus desmantelados cubos,
tus arabescos postigos,
tus agudos campanarios,
tus cruceros cupulinos,
tus filigranadas torres,
tus nobles templos tan ricos
en cresterías y mármoles,
en verjerías y vidrios,
en sus naves prodigados,
en sepulturas y nichos,
bóvedas, y botareles,
ajimeces, balconcillos,
pórticos, escalinatas,
pasamanos, fustes, plintos,
por camarines y claustros
de detalles tán prolijos,
de labor tán minuciosa,
de tán diferente estilo
crestonado, alicatado,
losanjeado, laberíntico,
fenicio, celta, romano,
godo, árabe, bizantino…..
esas mil partes, en fin,
que forman el nunca visto
conjunto del noble todo,
que hace del Burgos antiguo
por el nuevo abigarrado
un cuadro característico,
original, pintoresco,
sin par, y palpable y vivo,
se conservó en mi memoria
perennemente esculpido.
Por eso te he amado, Burgos,
y al volver de un ostracismo,
que nó por ser voluntario
menos amargo me ha sido,
corrí anheloso á tu seno
como á su oásis nativo
vuelve á través del desierto
el árabe peregrino.
Tú, ciudad leal y noble,
con espontáneo cariño
reconociste al poeta
vagabundo y fugitivo;
abrazaste al hijo pródigo,
le diste en tu hogar asilo,
le diste asiento en tu mesa,
convocaste á los amigos,
y celebraste su vuelta
cual la de tu hijo legítimo,
con saraos, serenatas,
convites y regocijos.
Por eso te adoro, Burgos:
porque la primera has sido
que de mi niñez quisiste
volver á escuchar los himnos;
y aunque echaste en ellos menos
cuando volvistes á oirlos
los juveniles arranques
de su vigor primitivo,
no me los desestimaste;
pues sabes que si es preciso
morir ó llegar á viejo,
envejecer no es delito.
Por eso he determinado,
mas que audaz, agradecido,
dedicarte este volúmen,
tan sin valor por ser mio.
Porque ¡ay de mí! noble Burgos,
no tengo para ello títulos:
pues nada soy en el mundo,
ni nada jamás he sido.
Yo que marché por la tierra
solo, independiente, altivo,
dejando entre sus zarzales
fuí pedazos de mí mismo.
Yo no he creido jamás
en la fe de los políticos,
y nunca viento á mis versos
ha dado ningun partido.
Yo que luz, ni poesía,
ni fe en mis tiempos he visto,
poeta ignaro y excéntrico
extraño á los tiempos mios,
evocando los recuerdos
de las centurias que han sido
he vivido entre las ruinas
cual solitario pelícano;
razas y revoluciones
han girado en torno mio
sin poder arrebatarme
ni un solo instante en su giro.
Y á fuerza de ocupar siempre
el centro del remolino
social, que todo lo mueve
arrastrándolo consigo,
he llegado á estacionarme:
y anonadado y perdido,
á fuerza de no ser nada
no doy razon de mí mismo.
Así que no me preguntes,
Burgos, quién soy ni qué he sido,
do voy, ni de dónde vengo,
porque no sabré decírtelo.
Soy un átomo amante,
que voy sonoro
por la atmósfera errante,
do canto y lloro:
pero mi canto
no se sabe si es nunca
cantar ó llanto.
––––––––––
Yo mismo tal vez ignoro
quién soy y de dónde vengo,
dónde voy y por qué tengo
triste ó gayo el corazon.
Tal vez de alegría lloro,
tal vez de tristeza canto,
mas de mi himno y de mi llanto
no sé acaso la razon.
––––––––––
Burgos, siento que es mi alma
de tinieblas un abismo,
y yo dentro de mí mismo
no osé nunca penetrar.
¿Quién soy, dó voy, de dó vengo,
por qué canto, por qué lloro?
Pregunta al viento sonoro
dónde va sobre la mar.
Pregunta á sus verdes ondas
de dónde vienen: pregunta
al agua por qué se junta
para hacer un nubarron;
pregunta quién es al astro
que radia en el firmamento,
pregúntale al sentimiento
por qué hiere al corazon.
Mál quién soy, quien me pregunte,
su curiosidad emplea;
¿qué os importa quién yo sea,
de dó vengo y dónde voy?
Yo soy un ave de paso
á quien Dios dió una voz suave:
¿os gusta el canto del ave?
oidme, cantando estoy.
Mas ¿quién es, os dice el ave
á quien teneis enjaulada?
No; pero si preguntada
os pudiera responder,
os diria, ¿qué os importa
mi plumaje ni mi acento?
yo soy una hija del viento,
dejadme al viento volver.
Ave de paso, quién sea
que no me pregunte nadie:
dejad al astro que radie,
dejad al viento vagar,
dejad que el mar en la playa
rompiendo sus ondas siga,
sin que sus ondas os diga
de dónde vienen el mar.
Dejad cuajarse á la niebla
que por la atmósfera sube,
sin preguntar á la nube
por qué revienta en turbion;
y dejad libres que canten
el pájaro y el poeta;
¿quién mide ni quién sujeta
su vuelo y su inspiracion?
Dejadme: ave de paso
que nunca anida
y que vuela al acaso
sola y perdida,
yo siempre he ido,
por el aire del mundo
solo y perdido!
¿Quién soy?—No sé.—Voz suelta sin pecho que la exhale,
voz que ella misma ignora su gérmen productor,
que busca sólo acaso que el aire la propale,
yo soy tal vez un eco de incógnito rumor;
mas eco procedente de mal sondado abismo,
que vive por sí mismo, de sí germinador,
yo soy la voz perdida que va todos los ecos
buscando que del mundo se esconden en los huecos,
para corear con ellos un himno al Criador.
Yo soy la voz que agita perdida en las tinieblas
la gasa trasparente del aire sin color,
que sobre el tul ondula de las flotantes nieblas,
que del dormido lago se mece en el vapor.
Voz de hálito amoroso que con afan aspira
los cálidos efluvios de inextinguible amor:
y cuando entre las nieblas y los vapores gira
los himnos exhalando con que de amor delira,
se embriagan con el ámbar de amor con que respira,
suspiran con el hálito de amor con que suspira
el pájaro, el insecto, y el árbol, y la flor.
Tal vez soy ese incógnito
vago lamento
que en los vacíos ámbitos
se oye del viento.
Su són perdido
¿quién sondará si es nunca
canto ó gemido?
¿Quién soy?—Lo ignoro.—Tengo en mi sér
tinieblas tales, tal confusion,
que á un tiempo siente pena y placer,
ánsia y hastío mi corazon.
Hoy desdichado, feliz ayer,
jamás descifro mi condicion,
y mi voz nunca puedo saber
si es un lamento ó una cancion.
Misterios deben del alma ser:
pero yo de ellos en conclusion
sólo averiguo que por do quier
pedazos dejo del corazon.
Yo soy como el arroyo;
desde que brota,
por do va en cada hoyo
deja una gota:
que es mi destino
dejar gotas del alma
por mi camino.
¿Ouién soy?—¡Quién sabe!—Mi sér ignoro:
mas de armonía guardo un tesoro:
y siendo armónica mi condicion,
átomo suelto, libre, sonoro,
donde hallo un eco produzco un són.
Y ya se exhale de un arpa de oro,
ya de una ermita del esquilon,
ya del aullido de un muezzin moro,
ya de las turbas en rebelion,
ya de un insecto que errante zumbe,
ya de una gruta que honda retumbe,
ya de un torrente que se derrumbe.....
ya del bramido del aquilon
que el roble añoso crujiendo abata,
que atorbelline la catarata,
que los peñascos de la mar bata,
ó los cimientos de un torreon,
cuanto á mi paso despierta un eco
sordo, estridente, trémulo, hueco,
cóncavo, agudo, vibrante ó seco,
en mí una fibra tocando armónica
encuentra unísona repeticion;
y el són más débil, más fugitivo,
me presta el tema, me da el motivo
de una plegaria ó una cancion.
Y en una peña desencajada,
en la cruz puesta sobre un camino,
en una torre desvencijada,
en el murmullo del mar vecino,
en los escombros de un monasterio,
en la flor única de un cementerio,
en el arranque de un puente hundido,
en el fragmento de una inscripcion;
en algo móvil que no haga ruido,
en algo oculto que dé un sonido,
en algo há mucho puesto en olvido,
fundo una historia, sondo un misterio
de que dar cuenta ó explicacion.
Con una brisa que el aire plega
de una neblina que el aura azula,
hago un relato que se desplega
de todo un libro por la extension,
como un arroyo que de una vega
por entre el césped corriendo juega,
y ya se avanza, ya se recula,
ya sobre él pasa, ya no le llega,
ya se derrama, ya se acumula,
ya se desborda y el llano anega,
ya en un remanso creciendo ondula,
ya sobre el musgo de un coto salta,
ya de menudas gotas le esmalta
y huye brincando por la pradera,
desparramando su agua parlera
por la vertiente de la ladera
hasta que, escaso de agua y de són,
de su postrera lágrima rota
la última gota se hunde y agota
de arena seca por la absorcion.
Así de un fútil recuerdo vago,
de la más nímia suposicion,
campo y escena de cuentos hago
do mis delirios pongo en accion.
Yo soy como la hormiga:
do quier recoge
el granillo y la espiga
para su troje:
y á su hormiguero
marcado con su huella
deja el sendero.
¿Quién soy?—¿Cuál es mi sino?
¿Quién sabe? Peregrino
que gira sin camino
del mundo en rededor,
lo mismo en los sillares
do apoyan sus pilares
los domos seculares
del templo del Señor,
que al pié de los lentiscos
de los agrestes riscos,
donde hace sus apriscos
el mísero pastor,
recojo los cantares
y cuentos populares
que narra en sus hogares
el vulgo, de sus lares
ignaro historiador.
Yo hago una historia de una patraña,
que oigo á la ciega supersticion
contar al fuego de una cabaña
de un aguacero de invierno al són.
Convierto en tiernos cuentos sencillos
de los pastores la relacion,
y á los palacios y á los castillos
voy á hacer luégo su narracion.
Mas por do quiera voy anudando
con almas tiernas honda afeccion;
y por do quiera que voy pasando,
pedazos dejo del corazon.
Yo soy como la abeja;
que en los rosales
toma la miel que deja
luégo en panales:
y á su colmena
del dulce de las flores
va siempre llena.
¿Quién soy?—¿Quién lo sabe?—Yo mismo lo ignoro.
Creyente sincero del Dios en quien fio,
á él solo me humillo, y á él solo le imploro,
do quier le he hallado velando en bien mio;
do quier le bendigo, le canto y le adoro:
do quier sus creencias evoco con brío;
cantar mi fe firme no tengo á desdoro:
no tengo del pobre vergüenza ó desvío,
mi pan con él parto, su mal con él lloro:
y no me da nunca recelo ni hastío
su sórdido traje, su oscura mansion.
Los más escondidos rincones exploro,
y en todos á todos mi fe les confío,
contando á los unos un cuento sombrío
y haciendo con otros ferviente oracion.
Tal es mi destino: sin oro ni hogares,
excéntrico, errante, locuaz, vagabundo,
mi herencia son sólo mi fe y mis cantares
do quier que me lleva mi fe por el mundo,
y allí donde un dia mi espíritu mora,
yo soy el consuelo del alma que llora:
yo cierro las llagas que el tiempo no cura
con bálsamo suave de amor y ternura:
yo riego la herida que encona la ausencia
de dulces recuerdos de amor con la esencia;
y á mí me confian su afan y sus cuitas
las almas que abrigan pasiones secretas
á eterno silencio y misterio sujetas,
y cuyas historias conservo yo escritas.
Yo vivo con esas: yo sé sus azares:
yo lloro con ellas su afan y pesares,
yo parto con ellas su oculta afliccion:
y cuando abandono por fin sus hogares,
la hiel de sus penas las vuelvo en cantares
y mi alma las mando bajo una cancion.
Yo soy como las nubes,
que los vapores
derraman hechos lluvia
sobre las flores;
mi alma es un vaso
que miel vierte en las almas
que encuentra al paso.
¿Quién soy?—Tú no lo ignoras, ¡oh patria á quien adoro!
tú, cuyas tradiciones son mi único tesoro,
cuya futura gloria mi solo sueño de oro,
cuya aficion y estima son mi único laurel:
tú, que eres sola el gérmen de mi cantar sonoro,
que para tí acompañan el pastoril rabel,
el caracol marino y el tarabuk del moro,
la lira de la Grecia y el arpa de Israel.
Yo soy átomo frágil á quien el viento mueve,
insecto susurrante que zumba sin cesar,
el trovador errante del siglo diez y nueve
que cruza mar y tierras en brazos del azar,
y voy, de mi fe mártir, mas fiel á mi destino,
á España por do quiera cantando sin cesar;
y por do quiera francos encuentro en mi camino
amigos que me esperan y hospitalario hogar.
Como una ave de paso
que nunca anida
y que vuela al acaso
sola y perdida,
yo siempre he ido
por el aire del mundo
solo y perdido.
Pero ave como el águila
de noble vuelo,
la voz para mis cánticos
busco en el cielo:
y donde alcanza
mi voz va derramando
fe y esperanza.
¿Comprendes, noble Burgos, de crónicas archivo,
de tradicion venero, de inspiracion tesoro,
por qué como poeta con tus recuerdos vivo,
por qué como á la madre que me engendró te adoro?
¿Comprendes por qué el estro que en mí atesoro
no puede decir nunca si canto ó lloro,
y que por eso incierto siempre mi canto
unas veces es himno y otras es llanto?
¿Comprendes que al poeta libre y amante
da Dios la voz y el alma para que cante,
y que por eso en hojas doy á los vientos,
pedazos de mi alma, cantos y cuentos?
Ya de la mia, Burgos, tienes las llaves:
de mi llanto y mis himnos la causa sabes.
Ya de hoy no me preguntes quién soy, qué tengo,
dónde voy, ni de dónde cantando vengo.
Vengo del Occidente
do muere el dia,
á volver al Oriente
mi poesía,
y en tus hogares
á volver á mis cuentos
y á mis cantares.
Y como de el primer dia
en que pude oir y hablar,
mi madre me entretenia,
con los cuentos que sabia
de Ruy Diaz de Vivar,
cifra primera de gloria
de la castellana historia
y del burgalés solar,
de Ruy Diaz la memoria
voy la primera á evocar.
Mas no esperes que con pompa
de homérica entonacion
emboque la épica trompa,
y al romper mi canto, rompa
en épica invocacion.
No: va á acompañar mi acento
un viejo y tosco rabel;
con él canto: y me contento
con que oiga mi pueblo atento
lo que le cante al són de él.
A que mi patria me entienda,
no aspira á más mi ambicion:
otro prez y honras pretenda:
mi atmósfera es la leyenda,
mi campo la tradicion.
Si en tal aire cojo viento
y en tal campo hacino miés....
Burgos, no llevo otro intento
sino que en tu hogar asiento
entre tus hijos me dés.
espuntaba una mañana
de abril, el mes de las flores;
de sus vírgenes olores
impregnada el aura sana,
esparcia sus aromas
de Arlanza por las riberas,
perfumando sus praderas,
valles, oteros y lomas.
No suele en comarcas tales
el mes de abril tan temprano
dar con tan pródiga mano
capullos primaverales:
mas el año en que esto pasa,
temprano en flores y mieses,
á los pueblos Burgaleses
cosechas rindió sin tasa;
y vieron los africanos
de la Castilla fronteros,
apuntalar sus graneros
á los pueblos castellanos.
Era que ya comenzaban
sus pueblos á rehacerse,
y por tierras á extenderse
que á los árabes ganaban.
Era que ya amanecía
el albor de aquella aurora
que de la fortuna mora
la estrella apagar debia.
Era, en fin, que ya la mano
del Dios que humilla y levanta,
comenzaba la fe santa
á levantar del cristiano.
En la edad pues en que empieza
mi cuento, con el risueño
albor de un dia abrileño
(segun la historia lo reza)
asumia en su persona
la autoridad real suprema
don Fernando, en real diadema
vuelta la condal corona.
Sancho el Mayor, rey navarro
su padre, le dió esta herencia
porque gozara existencia
par con su aliento bizarro.
El hijo, con la osadía
y el valor de él heredados,
fué ensanchando sus estados
palmo á palmo cada dia;
y al burgo ruin dando creces,
en donde los fundadores
fueron los legisladores
de Castilla á un tiempo y jueces,
fué extendiendo los cimientos
de una capital cristiana,
que á amparo de su ley gana
cada año acrecentamientos.
Y es que está ya ardiendo el rayo
con que ha de apagar Castilla
la luna mora, que áun brilla
desde Calpe hasta el Moncayo:
y que se traba y prolonga
ya aquella lucha bizarra,
que concluyó en la Alpujarra
comenzando en Covadonga.
Era, en fin, que ya los soles
de siete siglos corrían,
que hacer señores debían
del mundo á los españoles;
y aquella fe castellana
audaz, ignara y grosera,
tal vez salvó á Europa entera
de ser hoy mahometana.
Por aquel valor salvaje
y aquella fe intransigente,
que á la ilustracion de Oriente
jamás rindió vasallaje,
volvió á pasar el Estrecho
la raza de Agar vencida,
y hoy de la Europa es la vida
y la ilustracion un hecho.
Bendita, pues, la ignorancia
de aquel nuestro fanatismo,
que dió á nuestro patriotismo
tanta fe, tanta constancia:
y bendito nuestro atraso,
que hizo culta y floreciente
á Europa, á la árabe gente
cerrando de Europa el paso.
Siete siglos nos batimos:
siete centurias de glorias,
que han llenado las historias
con las hazañas que hicimos.
Y de una de estas centurias,
gloria de España, á hablar voy,
miéntras á la España de hoy
desgarran sueltas las furias.
Del poeta es la mision:
su voz al pueblo dirige
cuando al pueblo más aflige
alguna desolacion.
Hoy, en vez de ser profetas
del porvenir desastrado,
consuelan con lo pasado
á sus pueblos los poetas.
Cual las golondrinas son,
que no echan nunca en olvido
el muro en que hicieron nido
en la pasada estacion;
porque siendo hija del cielo
la poesía divina,
cuando el presente declina
tiende ella al pasado el vuelo;
y mirado este á través
del tiempo y de la distancia,
cobra vida é importancia
y más poético es.
Depurado y desprendido
de las mortales miserias,
por las sociales lacérias
no le vemos ya roido.
Sólo los recuerdos son
veneros de poesía:
siempre crée de más valía
lo perdido el corazon.
Aun imberbe, á mi nacion
se lo dije; y hoy en dia
que es cana la barba mia,
no he cambiado de opinion.
Política….. ni la tengo
ni me podrán convencer
de que una es fuerza tener,
ni con ninguna me avengo.
Tal vez lo entiendo yo mal:
pero mi opinion sería
que hiciera la patria mia
política nacional.
Mas política de bando
ni me place ni la entiendo,
y sólo un poeta siendo
no tengo ambicion de mando.
Basta, pues, de digresiones;
yo no sé si es la política
quien tiene España raquítica
y á cola de las naciones:
mas yo que, sin ambicion,
versos tan sólo sé hacer,
útil tan sólo he de ser
con versos á mi nacion.
Hice versos á destajo;
y fundo mi patriotismo
en hacer siempre lo mismo
y en vivir de mi trabajo.
Yo sé que los versos son
ocupacion harto fútil
y trabajo casi inútil
para el bien de la nacion:
mas no supe otro jamás:
y á creer no me acomodo
que soy apto para todo
como piensan hoy los más.
Versos hice y los haré
miéntras dure mi existencia;
me dan pan é independencia,
y no sé quién más me dé.
Que solo quien no progresa
soy, dirán, y quien no avanza;
mas voy con fe y esperanza
caminando así á mi huesa;
y al cabo de la jornada,
para morir me es igual
cama de encajes colgada
que paja en el hospital.
Mi patria, cuando en la lid
de existencia tal sucumba,
me hará justicia en la tumba.....
Vuelvo á los tiempos del Cid.
Volvamos á la mañana
de abril, el mes de las flores,
en la cual de sus olores
impregnada el áura sana,
esparcia sus aromas
de Arlanza por las riberas,
perfumando sus praderas,
valles, oteros y lomas.
Burgos, corte de Castilla,
pobre aún de caserío,
se contemplaba en el rio
del cual se tiende á la orilla,
como moza labradora
que de despertarse acaba,
y en el arroyo se lava
ante la casa en que mora.
Burgos, aunque reina no era
de toda España Castilla,
de un rey en ella la silla
veia por vez primera;
porque bajando de Asturias
van ya los reyes cristianos
cuenta á pedir en los llanos
al moro de sus injurias;
y aunque por las viejas leyes
de sus jueces áun se rige,
Burgos ya jueces no elige,
ni condes: corona reyes.
Ciudad guardada por muros
y con puentes defendida,
Burgos, al crecer, olvida
sus orígenes oscuros:
y aquella humilde aldeana
que se cunó en una choza,
aunque áun no rica y áun moza,
ya aspira á ser soberana.
Torres son ya sus zarcillos,
y fosos sus ceñidores;
ya no se toca con flores
sinó con recios castillos.
En torno suyo, en lugar
de campesinos hogares,
se levantan ya solares
de porvenir secular.
Y entre los cien lugarejos
que salpican sus campiñas,
como sus jóvenes viñas
agazapados conejos,
Arlanza por ambos lados
de su cultivada vega,
lame, espeja, arrulla y riega
cien castillos blasonados.
Y en aquellos torreones
y solares de Castilla,
germinaba la semilla
de los bravos infanzones
que debian engendrar
la nobleza castellana,
que llevó la cruz cristiana
triunfante de mar á mar.
Nobles de Asturias, Galicia,
de Navarra y de Leon,
alzan ya en ellos pendon
y sustentan ya milicia.
Y Burgos, la albergadora
de labradores sencillos,
del reino de los castillos
comienza á ser la señora.
En uno de ellos, sentado
en la cúspide de un cerro,
de puntas de piedra y hierro
como un jabalí erizado,
vive un asturiano conde
que con el rey mucho priva:
con cuya prez positiva
su orgullo audaz corresponde.
Rico en valor, pobre en vicios
y sobrado de riquezas,
al rey con grandes proezas
tiene hechos grandes servicios.
Robusto y sano, aunque viejo,
al rey Fernando acompaña,
tan bizarro en la campaña
cuan útil en el consejo.
Mucho el rey en él se fia
y él mucho en verdad merece:
mas toda su prez empece
su insufrible altanería.
Ni crée que puede á él igual
estar hombre á su nivel,
ni que haya quien, par con él,
sea en nada su rival.
Sirve al rey como á Señor;
mas no piensa que del rey
le puede alcanzar la ley,
no siendo el rey que él mejor.
Tiene al rey por el primero;
mas del rey como segundo
no crée que va por el mundo,
sinó como compañero;
El conde Lozano
y aunque fiel á su señor
le asiste y le satisface,
crée que es él quien al rey hace
con sus servicios favor.
Tal es el conde asturiano
que en aquel castillo habita,
y á quien la crónica escrita
titula el conde Lozano.
Si Gomez, Gormaz ú Orgaz
ántes de éste usó ó se puso,
no sé; por Lozano es uso
tomarle: séalo en paz.
De averiguaciones largas
sobre nombres no me ocupo;
bien este nunca se supo;
con qué averígüelo Vargas.
Lozano ó no, el en cuestion,
conde ó no conde, en mi escrito
lo es, y ni pongo ni quito:
me atengo á la tradicion.
Del cerro, en que su castillo
está sentado, la falda
cubre un tapiz de esmeralda
hecho de trébol, tomillo,
césped y musgo muy grueso,
que se pierde en la llanura
bajo la ondosa espesura
de un robledal muy espeso.
Desde la verde colina
que aquel castillo corona,
de tierra una extensa zona
defiende en torno y domina;
siendo aquella posesion
un productivo solar,
y un buen puesto militar
de muy fuerte posicion.
Del castillo dependiente
y por él bien protegido,
de palomas como nido,
de abundancia como fuente,
comenzábase á formar
un caserío de exótico
aspecto, entre árabe y gótico,
que empieza á pueblo á aspirar.
Hoy no es más que una alquería;
y entre el bosque que la esconde,
rompe extensa y labra el conde
tierra no há mucho baldía.
Cuida esta granja un colono,
y labriegos y soldados
la dan con lanza y arados
labor, y tal vez abono
tambien con su sangre misma:
pues no há mucho que hizo osada
por su coto una algarada
la ribereña morisma.
Mas desde entónces acá
tanto Castilla creció,
que á lo que entonces osó
jamás á osar volverá.
El moro está tan lejano,
que puede ya sin recelo
dejar sin guarda en el suelo
su miés el conde Lozano.
Tiene una hija el conde aquel
que entra en su quinceno abril,
como una garza gentil,
lozana como un clavel;
blanca como una azucena,
casera como una hormiga
y rubia como una espiga,
la cual se llama Jimena.
Nunca en el suelo español
desde el tiempo de Tubál
belleza á la suya igual
alumbró la luz del sol.
Sus cabellos son un rayo
de luz en hebras partido:
de su piel está el tejido
hecho con nardos de mayo:
su sonrisa es una aurora
que á su faz da un albor suave;
su voz es cántico de ave
que á quien le escucha enamora.
Su boca es una granada;
sus ojos un cielo doble
son: y la da su aire noble
el de una reina ó una hada.
Del viejo conde hija sola,
único y postrer capullo
de su raza, á quien su orgullo
pospone todo y lo inmola,
tiene en su casa sin tasa
la libertad y el poder,
y es en forma de mujer
el buen ángel de su casa.
De gracia y virtud tesoro,
del débil amparadora,
de casa gobernadora
y sostén de su decoro,
cuantos en su casa moran
ó de su casa dependen,
como á su honor la defienden,
y como á su ángel la adoran.
Su nodriza, montañesa
que desde que la dió el pecho,
la ha aderezado su lecho
y la ha servido á la mesa,
logró para su marido
la guarda de la alquería,
por vivir en compañía
de la de quien madre ha sido:
pues muriendo la condesa
al dar á Jimena aliento,
vió desde su nacimiento
su madre en la montañesa.
Así que una y otra ya
como hija y madre se ven;
y á que se avengan tan bien
avenido el conde está.
La alquería y el castillo
son, pues, morada igualmente
de ambas, á estilo corriente
en aquel tiempo sencillo,
en que el siervo y el señor
solian á un tiempo dar,
al calor de un mismo hogar,
á su intimidad calor:
y ante el siervo y el colono
en su castillo ó su aldea,
servia la chimenea
al castellano de trono.
El viejo conde Lozano,
cuyo genio altivo y fosco
le hacia con todos hosco
y á quien nadie iba á la mano,
mas que á Jimena queria
como á la luz de sus ojos,
y de la cual los antojos
más mínimos prevenia,
con su nodriza no más
era manso y halagüeño;
y nunca la puso ceño,
ni la contrarió jamás.
Y como creia que era
el solo amor de la niña,
que con ella se encariña
como una hija verdadera;
y comprendiendo que al par
ella á Jimena adoraba,
á su capricho y sin traba,
dejólas á ambas obrar.
Y hacia bien: la asturiana
era de lealtad modelo
ó no la habia en el suelo
de la tierra castellana.
Bibiana (que este era el nombre
de la asturiana nodriza)
no descuidó olvidadiza
nunca el honor del rico-hombre;
y cual madre verdadera
de la hija de su señor,
guardó en sus manos la flor
de la honra de ambos entera.
Franca, empero, y complaciente
la asturiana con Jimena,
de tacto mujeril llena,
de su genio la corriente
sabe llevar con tal tino
que la muchacha no avanza,
si en ella no se afianza,
un paso de su camino.
Jamás Bibiana atajó
su voluntad frente á frente,
ni sola por la pendiente
nunca expuesta la dejó.
Tenia, pues, en Bibiana
la venturosa Jimena
esclava de adhesion llena,
amiga, madre y hermana:
y el viejo conde Lozano
fiado en tan buen guardian
no tuvo el menor afan
de irlas jamás á la mano.
Él, tranquilo, á sus negocios
del castillo se ausentaba,
y ausente ó nó, no turbaba
sus quehaceres ni sus ocios.
Iban y venian juntas
de la alquería al castillo,
y sentábanse en un trillo,
y aguijonaban las yuntas,
y trepábanse en los carros,
y trampas en las montañas
iban á las alimañas
á poner tras los chaparros:
y de nardos y amapolas
coronadas, se las via
con infantil alegría
correr tranquilas y solas
del castillo á la alquería,
de la alquería al castillo;
que en aquel tiempo sencillo
tales costumbres habia.
Así hoy y de esta mañana
con la luz tibia y serena,
entraba tras de Jimena
en la alquería, Bibiana;
y miéntras que su marido
iba al campo con sus yuntas,
en su hogar soplaban juntas
el fuego mal encendido:
y cuando á solas quedaron,
ido el marido, en su hogar,
de este modo á platicar
ambas á dos comenzaron.
Y aquí, para que marchemos
bien de su diálogo en pós,
á lo dicho por las dos
su nombre al márgen pondremos.
Dirá algun crítico acaso
que esto es de comedia á modo,
y que es barajarlo todo
por salir mejor del paso:
pero esta es la gran ventaja
que tienen nuestras leyendas;
de modas son como tiendas,
que todo en ellas se encaja.
jimena ¿Estamos solas, Bibiana?
bibiana No hay hombre en casa, Jimena.
jimena Hablemos.
bibiana Enhorabuena:
ya de hablar tenia gana.
Poco hace que silenciosa
andabas y distraida.
jimena Claro-oscuro de la vida:
ahora estoy de hablar ganosa.
bibiana De enamorados costumbre
dicen que es.
jimena Eso es: entabla
tú ahora un sermon.
bibiana Vaya, habla
miéntras yo avivo la lumbre.
jimena Digo, pues, que me escribió.
bibiana ¿Quién?
jimena Rodrigo.
bibiana ¿Cuándo?
jimena Ayer.
bibiana ¿Y has contestado?
jimena ¡Mujer!
¿estás loca?
bibiana Creí.
jimena no.
Vendrá él mismo esta mañana
á recibir de mi boca
la respuesta.
bibiana ¡Tú estás loca,
Jimena!
jimena ¿Por qué, Bibiana?
bibiana ¡Dar cita á un mozo!
jimena ¿No es noble?
¿no estarás tú aquí conmigo?
¿no oirás lo que le digo?
bibiana Y será la falta doble,
pues yo contribuiré
á hacer tu culpa más grave:
y si tu padre lo sabe…..
jimena ¡Pues si yo se lo diré!
bibiana ¿Tú se lo dirás?
jimena Hoy mismo.
bibiana Y á las dos por la ventana
nos echa el conde.
JIMENA ¡ Bibiana!
bibiana Si no le da un paroxismo
de cólera y se desmaya.
jimena ¿Pues no he de acudir á él
si me propone el doncel
pedirle hoy mi mano?
bibiana ¡Vaya!
¡No pica poco alto el mozo!
jimena Nieto es de Diego Porcelos.
bibiana Harto hará con sus abuelos
sin dineros y sin bozo.
jimena Tál como es, es tán valiente,
que por su gran corazon
ya en Castilla y en Leon
anda en bocas de la gente.
bibiana Sé que en una montería
de un jabalí al rey libró.
jimena Muerto á sus piés le dejó
cuando al rey acometía.
bibiana Nadie lo vió.
jimena Estaba solo
y extraviado el rey.
bibiana Se inventa
mucho de lo que se cuenta
en la corte.
jimena El rey contólo.
bibiana Y el rey lo inventa tal vez
al padre para premiar
en él: son los de Vivar
gente en verdad de honra y prez.
Mas diz que ha venido á ménos.
jimena Podrá haber sido en hacienda,
mas no hay nadie que pretenda
rebajarles en lo buenos.
bibiana De ajar al mozo no trato;
mas diz que al rey sin respeto
dejó tirado en un seto
á la par con el jabato:
y pues ni cortés le alzó,
ni sacó de su accion fruto,
paréceme que es tan bruto
como el bruto que mató.
Sintió, Jimena, la injuria
de tal frase, y sintió el fuego
pronto á estallar de una furia
justa, con ímpetu ciego.
El genio feroz del conde
se reveló un punto en ella:
mas su ímpetu corresponde
resistir á una doncella.
Bajó los ojos, calló,
y dejó la ira pasar.
Pasó, sonrió y tornó
conversacion á trabar.
Y una mirada tan pura
como el sol de la mañana
posando sobre Bibiana,
la preguntó con dulzura:
jimena ¿Por qué le quieres tan mal?
bibiana No le tengo antipatía,
pero tengo la manía
de que ha de sernos fatal.
jimena ¿Por qué?
bibiana Con él he soñado
dos veces ya, y en las dos
corria de ambas en pos
furioso y ensangrentado.
jimena Dos veces tambien con él
soñé y sangre le teñia,
pues de la guerra volvia
con el sangriento laurel:
con que el doble sueño augura
que va á ser un gran guerrero.
bibiana Es que áun no te he dicho entero
mi sueño: en él su figura
era la de un asesino:
la sangre que le manchaba
era tuya: te acababa
de matar.
jimena ¡Qué desatino!
bibiana Yo soy muy supersticiosa:
soñarlo ambas, es preciso
que sea del cielo aviso.
jimena ¡Delirio!
bibiana Siempre me acosa
desde que tal he soñado:
y el mozo, por quien sentia
al principio simpatía,
por darme miedo ha acabado.
Rompe con él.
Tornó el fuego
de la ira á arder en Jimena;
pero, más que altiva, buena,
dijo, templándose luégo:
jimena Bien: si debo….. romperé,
y si despues que le veas
y le hables hoy, tal deseas
que haga…..
bibiana ¿ Le amas?
jimena Sí á fe.
Siento que en mi corazon
se acrecienta cada dia
su cariño.
bibiana Niñería
sin consecuencia.
jimena Pasion
profunda, segun la siento
mi corazon asaltar,
y ocuparme sin cesar
voluntad y pensamiento.
Interrumpió su quehacer
Bibiana, y muy tristemente
dándola un beso en la frente
dijo á la doncella…..
bibiana A ser
lo que me dices verdad,
y tal á ser tu pasion,
va á ser….. ¡es mi conviccion!
una gran fatalidad.
jimena ¿Por qué lo ha de ser?
bibiana Escucha.
Tú eres niña y áun no ves
la sociedad tal cual es;
yo, sin perspicacia mucha,
tengo tacto y reflexion;
y en mí la falta de ciencia
suplen la grande experiencia
del tiempo y la observacion.
Tu padre con el rey priva
años hace, y se me alcanza
que nunca la real privanza
partirá con alma viva.
Don Diego Laínez, padre
del doncel que te enamora,
sea porque al rey ahora
mostrar gratitud le cuadre
á la estirpe del mancebo
que la vida le salvó,
ó por razones que yo
ni alcanzo ni alcanzar debo,
del rey á obtener empieza,
segun se dice, un favor,
que tiene ya ojo avizor
á toda nuestra nobleza.
La ambicion es mala amiga
y con la envidia se aloja,
y al conde tu padre enoja
que se piense y que se diga
que puede hombre alguno haber
que le pueda hacer mal tercio:
en política y comercio
todo el mundo es mercader;
y el favor es mercancía
que todos quieren pujar,
aunque tengan que empeñar
toda su hacienda en un dia.
Si en otra ocasion pudiera
dar tu mano á don Rodrigo,
lo que es hoy, ya te lo digo,
es imposible que quiera.
El conde, si otro en Castilla
favor gana y es don Diego,
ha de odiarle desde luégo,
y ha de ser su pesadilla.
La demanda de tu mano
por su hijo tomará á injuria:
que la ambicion y la furia
turban el juicio más sano.
Nunca el amor querrá ver
en demanda semejante
sino afan de irle delante
en la privanza y poder.
Calló Bibiana: Jimena
quedó muda y pensativa,
de nueva tan aflictiva
devorando mal la pena;
y la nodriza creyendo
corroborar motivándola
su razon, acariciándola
siguió á Jimena diciendo:
bibiana Jimena del alma mia;
si fuera sólo un capricho
todo esto que aquí te he dicho,
jamás dicho te lo habría.
Tengo á tu padre respeto,
gratitud, veneracion;
pero de tal posicion
te he revelado el secreto
á riesgo de entristecerte,
porque como á hija te quiero,
y á tu desdicha prefiero
mi desventura y mi muerte.
Muchos nobles le han pedido
para sus hijos tu mano,
y por el conde Lozano
desairados han salido.
El conde á tu inclinacion
atenderá, no lo niego;
pero el hijo de don Diego
viene en muy mala ocasion.—
Convencida imaginaba
ya á la muchacha tener
y peroraba á placer;
mas con su amor no contaba.
No sé qué vago rumor
de Jimena hirió el oído,
por Bibiana no sentido
de su charla en el calor,
que atajándola, sin tiento
se lanzó á la celosía
de un ajimez, que se abria
en el contiguo aposento.
Siguióla inquieta Bibiana:
y empinada en la tarima
del alféizar, por encima
de su hombro, por la ventana
miró, pero ambas en vano
gastaron vista y oído:
ni nada vieron, ni el ruido
se percibió más lejano.
—¿Qué fué?—preguntó Bibiana.
— No sé,—respondió Jimena:
Creí oir….. mas nada suena.
BIBIANA No vendrá tan de mañana.
jimena Pero al fin ha de venir
hoy ó mañana; ¿qué hacer?
¿con él sin razon romper?
¡ No! Ni yo le he de decir
lo que él acaso no sabe
y en lo que parte no tiene;
ni á mí este amor me conviene
que sin razon por mí acabe.
bibiana Déjamelo á mí pulsar.
Veremos despues de oir
lo que te viene á decir,
cómo lo hemos de arreglar.
¿No sabe él ya que yo sé
que te ha visto y que te ha hablado?
jimena Sabe que hay siempre á mi lado
quien nos oye y quien nos ve:
y que de no ser así
ni me viera ni me hablara;
que más que mi amor me es cara
la honra limpia en que nací!
bibiana Bien, Jimena; y pues que todo
como ha debido ha pasado,
despues que él se haya explicado,
yo me explicaré á mi modo.
Y con lo mal que el tiempo anda
y con vuestra poca edad,
yo haré sin dificultad
que él suspenda su demanda.
Y si os quereis bien los dos
y Dios el tiempo mejora,
lo que no atemos ahora
más tarde lo atará Dios.
Y así diciendo Bibiana
y dando un beso á Jimena,
tornó aquella á su faena
y esta tornó á la ventana.
Levantóse el caserío
de aquella granja del conde
de un castillo de los moros
con los viejos paredones.
Sobre unas ruinas romanas
por los moros fabricóse;
quemáronle los cristianos:
y, abandonado en el bosque,
creció sobre la maleza ,
sus ruinas guardando el monte
ocultas desde su pérdida
por los moros hasta entonces;
y cuando el conde Lozano
con el rey vino á la corte
de Castilla y fincó en ella,
las descubrió en el desmonte.
Era el castillo condal
de piedra una inmensa mole,
que campeaba sobre un cerro
sin que las vistas le estorbe
nada en torno: dominando
sus macizos torreones
llano y valle, cual vigía
de aquellos alrededores.
En tiempo de Cárlo-Magno
unos ricos borgoñones
con el rey mal avenidos
fueron de él los fundadores.
Rico en agua, esbelto y sólido,
sobrado de habitaciones,
abundante en caza y aguas
su comarca, superiores
sus terrenos, su aire sano,
buenos y bravos sus hombres,
de palacio y fortaleza
tiene á un tiempo planta y dotes.
Así que al hallar en ruinas
el moruno, desprecióle
el conde, y á sus colonos
pudiendo útil ser, cediósele
al marido de Bibiana,
de cachicanes, pastores
y motriles para albergue.
El colono, más que pobre
ruín, aprovechó los muros
y los bajos de las torres:
y escombros vendiendo y piedras
á ricachos hidalgotes
de lugar, para él se hizo
en ellas habitaciones:
y en torno de ellas y á vista
de sus mismos miradores,
dejó el recinto en que tiene
cuadras, rediles y trojes,
y las demás dependencias
de su tráfico y labores.
Pero por fuera y por dentro,
todo ello fué hecho conforme
del viejo castillo moro
permitieron trecho y corte;
de modo que la alquería
era un conjunto deforme
de partes heterogéneas,
en el más gayo desórden.
Aquí de un arco cargado
de cúficas inscripciones
cerraba el hueco un tabique
hecho de toscos adobes.
Más allá, y entre dos tapias
de escombros y de cascote,
se abre un pórtico arabesco
festonado de agallones,
frisado de alicatados
y cargado de labores
laberínticas, miniadas
con minuciosos primores.
Allá en la esquina en que corta
el viento de oriente al norte,
junto á un ajimez esbelto
gira un balconaje enorme,
del cual formó el buen labriego
un corredor sobre postes,
y sobre el cual dan las luces
del aposento en que come.
Este ajimez pintoresco
y este corredor que corre
á Oriente con escalera
á un jardinillo sin flores,
están sombreados y orlados
por los verdes pabellones
de las hojas de una parra
que bajo de ellas les coge:
y trás de la celosía
de aquel ajimez, fué donde
se apostó muda Jimena,
y allí permanece inmóvil.
Por cuanto alcanza la vista
su vista el campo recorre
y escucha atenta, mas nada
alcanza á ver, nada oye.
Jimena á quien ama espera,
y en su tardanza supone
falta de amor ó palabra,
ó empeños que desconoce.
El corazon amoroso
vagas sospechas la roen,
y hacen tal vez que las lágrimas
á sus pupilas se agolpen,
¡Ella espera….. y él no viene!
y el sol en el horizonte
corrió ya un cuarto del cielo:
ya envió á los trabajadores
de su primera comida
Bibiana las provisiones:
y su marido muy pronto
es fuerza que á casa torne.
Las dos veces que ha venido
el enamorado jóven,
para acercarse ha tomado
minuciosas precauciones.
Una apénas era dia,
otra empezaba á ser noche:
y ambas para no ser visto
amparábase del bosque;
y obró en ambas el mancebo
como caballero noble,
que evita cáuto apariencias
que la calumnia provoquen:
que el español que es hidalgo,
jamás á su dama expone
en lenguas y ojos del vulgo
por cartas, ni por balcones.
Hoy, si viene, no ser visto
es imposible que logre:
todo el campo está ya lleno
de sol y trabajadores.
Ya no vendrá: tal vez tenga
para ausencia tal razones,
para falta tal excusas
que en tal conducta le abonen;
mas como no las alcanza
Jimena, que en vano absorbe
todos los ruidos del aire,
que, apoyos engañadores
de sus esperanzas frágiles,
al alzarse en él se rompen,
desesperanzada al cabo
del ajimez retiróse.
Pero no bien apartó
la faz de la celosía,
pasos de alguno sintió
que al huerto saltado habia;
y al ajimez se volvió.
Jimena, con alborozo
y sobresalto á la par,
vió al enamorado mozo
que procuraba el embozo
sobre la faz conservar:
y en la amante imprevision
de tal gozo y sobresalto,
corrió á la otra habitacion
y echóse, abriendo el balcon,
en el corredor de un salto.
Bibiana al par, que tal ve,
corrió al ajimez de junto
al balcon: y á punto fué,
porque ya el mozo en tal punto
del balcon llegaba al pié.
Jimena intentó ordenar
del huerto al mozo salir:
pero no pudo llegar
tal órden á pronunciar
porque él la empezó á decir:
«Jimena del alma mia,
si cual yo os amo me amais,
hoy ha amanecido el dia
en que el alma á la alegría
y á mí el corazon me abrais.
»Yo en decir como en obrar
soy breve, recto y sencillo:
mi padre acaba de entrar
vuestra mano á demandar
al conde, en vuestro castillo.
»Mi padre lo ha consultado
con don Fernando primero,
y el Rey su vénia ha otorgado;
que salga el Rey desairado
por vuestro padre no infiero.
»Yo al mio hoy acompañé
hasta el castillo, y corrí
á deciros el por qué
tanto á la cita tardé;
mirad si el tiempo perdí.
»Debo á mi padre aguardar
del robledal á la vera;
no me quisiera arriesgar
á que un instante tuviera
por su hijo allí que esperar.
»Con que pues sabeis desde hoy
el favor que con el Rey
tiene mi padre, y yo estoy
en que á su demanda es ley
que acceda el conde….. me voy.
»Jimena del alma mia,
si vuestra mano me dan,
dijo el Rey que al otro dia
del casamiento, me haria
de una hueste capitan.
»Si tál mano y tál bandera
llego en un dia á lograr,
Jimena, en España entera
no ha de haber rey ni bandera
que abata la de Vivar.»
Y así el mancebo diciendo,
y el balcon tan bajo viendo,
de la retorcida parra
el pié en un nudo poniendo,
trepa y del balcon se agarra:
y con esfuerzo pujante
que la baranda estremece,
ízase de ella delante;
la da un beso….. y de un gigante
salto….. cáe….. y desaparece.
Por rápida que acudió
Bibiana al balcon y á ella,
ni el beso de él atajó,
ni vió si se le volvió
aturdida la doncella.
Jimena en su confusion
y en su duda la asturiana,
quedaron en conclusion
como quien ve una vision
al abrir una ventana.
Ninguna osando abordar
la delicada cuestion
de lo que se pudo dar
ni tomar en el balcon,
mirábanse sin chistar.
Colocándose por fin
Bibiana en la situacion,
dijo: «Quien pudo al balcon
saltar, bien pudo al jardin:
mas no es esta la cuestion.
»Ya no hay remedio: tu mano
dió ya ó la negó á don Diego
tu padre el conde Lozano.»
jimena Y á la boda el soberano
ha accedido desde luégo.
bibiana Que eso no te dé esperanza.
jimena ¿Por qué?
bibiana Porque ni con Dios
parte el conde la privanza;
y aquí está la maladanza
del negocio entre los dos.
jimena ¿Crées que mi padre quizás
resistir osará al Rey?
bibiana Tu padre es hombre que atrás
nunca se hará, ni jamás
sufrirá de nadie ley.
jimena ¡Dios sea entónces mi escudo!
Ya he dado á Ruy el corazon
para siempre.
bibiana No lo dudo:
sólo teniéndole pudo
llegar hasta tu….. balcon.
Dios quiera que ese mancebo
fatal á ambas no nos sea.
jimena ¿Ya vuelves á eso de nuevo?
bibiana Créer en sueños no debo,
lo sé: ¡mas tengo esa idea!
De silencio trás buen trecho,
Bibiana, oyendo arrancar
á Jimena un ¡ay! del pecho,
dijo: «Ya el mal está hecho:
á lo hecho pecho….. y andar.»
Cuando al fin de su carrera
Rodrigo Diaz llegó
del robledal á la vera,
á un paje no más halló
que le habló de esta manera:
«Tu padre, á escape al tornar
á Burgos torvo y mohino,
te envia por mí á ordenar
que deshagas el camino
y le esperes en Vivar.»
El mancebo, aunque azorado
por lo que el paje le dijo,
obedeció á lo mandado
en la sumision criado
y el respeto de un buen hijo;
y vueltas dándose á dar
á lo que á entender no acierta,
no dejó de caminar
cavilando hasta la puerta
de su casa de Vivar.
––––––––––
Cuando á más del medio dia
repecharon del castillo
Jimena y su ama la via,
dijo á aquella en el rastrillo
el paje que se la abria:
«El conde á Burgos no há un hora
al partir á rienda suelta,
dejó ordenado, señora,
que no volvais desde ahora
á salir hasta su vuelta.»
Jimena, aunque no avezada
á que nadie la dirija
órden así formulada,
la así por su padre dada
acató cual buena hija.
Y, aunque azorada, á no dar
su brazo á torcer resuelta,
se fué en silencio á encerrar
en su aposento, la vuelta
del conde en él á esperar.
Hombre don Diego Laínez
de edad no poco avanzada,
cuando empieza la leyenda
mal zurcida en estas páginas,
era muy bien quisto en Burgos,
y cabeza de una casa
hidalga, rica y antigua
ántes ya de Iñigo Abarca.
Habíase envejecido
peleando en cien batallas
en pró del rey don Fernando
con numerosa mesnada:
y asistido habia á aquella
lid fratricida é infáusta
en que fué muerto su hermano
don García de Navarra.
Conquistó á Ubierna y á Orbel;
y supo tan bien guardarlas
contra navarros y moros,
que el rey le ofreció donárselas.
Don Diego, cuya progénie
cual la del rey es preclara,
juzgó que aceptarlas era
servir al rey por la paga;
mas viendo que al mismo tiempo
con el tiempo se mellaban
en el servicio del rey
su salud, hacienda y armas,
fué poco á poco esquivándose
de la corte, siempre ingrata
con el que no adula al príncipe
y ante el poder no se arrastra.
Léjos, pues, de las intrigas
palaciegas, se ocupaba
de sus negocios domésticos
y de su hijo en la crianza.
Don Rodrigo era el postrero
de tres; pero dos, por causa
de una de esas mil dolencias
que se dicen profilácticas,
eran mozos de altos cuerpos,
pero de fuerzas escasas;
por traer en los pulmones
grande flaqueza heredada.
Por uno de esos misterios
que tan solamente alcanza
Dios, que hizo del cuerpo humano
la maravillosa máquina,
al tercer parto su madre,
del mal desembarazada
que por tísis de la suya
á su estirpe inoculaba,
dió á luz en su tercer hijo
una muestra inesperada
de robustez y de fuerza,
y en proporciones sin tacha.
Don Diego que en aquel hijo
funda toda su esperanza
de perpetuar su familia
de extincion amenazada,
dió desde niño á Rodrigo
una educacion gimnástica,
que al completo desarrollo
de su vigor ayudara.
Crecer le hizo en ejercicio
continuo; y dado á la caza,
á la lucha y al manejo
del caballo y de la lanza,
logró á los diez y nueve años
ser una muestra acabada
de un noble de la Edad media,
tiempo de fe y de batallas.
Rodrigo, hidalgo de entónces,
tenia sólo en el alma
la fe de Cristo y la idea
de echar al moro de España:
y en estas dos cualidades,
fuerza hercúlea y fe cristiana,
del noble de aquellos tiempos
el porvenir estribaba.
Tal es Rodrigo, que hoy tiene
amistad y favor gana
con el infante don Sancho,
á quien en edad iguala:
porque desde que la vida
salvó al rey de una alimaña,
don Sancho con fe de mozo
mucho del mozo se paga;
y si á reinar llega un dia,
claro es que con él se labra
un gran porvenir por poco
que por sí el mancebo haga;
y por eso es ya Rodrigo
en la edad corta que alcanza
el orgullo de sus padres
y el adalid de su raza.
Con esta puede una hueste
sacar si quiere á campaña,
porque tal es en Castilla
su parentela de larga.
Por su virtud á don Diego
todos sus deudos acatan:
cuantos tienen sangre suya
todos su padre le llaman;
y no hay en sus tierras hombre
á quien apunte la barba,
que no dé su sangre toda
por él, si se la demanda:
ni hay uno de los que forman
de su pendon la mesnada,
que cuando al campo le saque
tras de Rodrigo no salga.
Porque ya tiene el mancebo
la simpatía ganada
de sus gentes, y en él cifran
el porvenir de su raza.
Doña Teresa Rodríguez,
de alto linaje entroncada
en la nobleza de Asturias
que es la más vieja de España,
es la venturosa madre
de este doncel cuya fama
ha de ensordecer la tierra
con el són de sus hazañas.
Don Diego ha tenido en ella
durante vida tan larga
un aliento en la fortuna
y un consuelo en la desgracia.
De sus secretos domésticos
y su honor depositaría,
la honra de su casa en ella
tuvo siempre buena guarda:
y desde el sillon de cuero
donde envuelta en tocas blancas
se sienta á su puerta, su honra
como el sol luz pura rádia.
Don Diego y doña Teresa
ven al rey veces muy raras,
en ocasiones extremas
ó imprevistas circunstancias.
Rara vez van á palacio:
pero cuando van les trata
el rey como se merecen
tan buen viejo y tan gran dama.
Sus riquezas han tenido
por las guerras grandes bajas:
pero gozan en Castilla
consideracion muy alta.
Este rico-hombre de Burgos,
esta rica-hembra asturiana
y este mozo, en quien se fundan
tan risueñas esperanzas,
tienen su casa en Vivar;
lugar muy pobre de casas,
mas rico de hombres valientes
y de generosas almas.
Para seguir esta historia
comenzada esta mañana,
de esta casa solariega
entremos en una cámara.
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La última luz del crepúsculo
ya el occidente se traga,
haciéndola por momentos
más trémula y más escasa.
En un aposento vasto,
en cuyas paredes blancas
cuelgan cabezas de fieras
entre panoplias y armas,
Rodrigo, su noble madre
y sus hermanos aguardan
la vuelta de su buen padre
con impaciencia y con ansia.
Inquietud desconocida,
zozobra insólita y vaga
les roe los corazones
y les atribula el alma.
Mil veces ha ido don Diego
á la ciudad del Arlanza
desde Vivar, pero nunca
les dió zozobra su marcha.
Mucho ha tardado mil veces:
tardó dias y semanas
en volver de allá; mas nunca
les extrañó su tardanza.
Hoy, ansia sin precedentes,
impaciencia inmotivada
el alma les atribula
y el corazon les escarba;
á cada ruido que sienten,
á cada sombra que avanza
por el camino, se asoman
con afan á las ventanas:
mas sobre el camino espira
el ruido, la sombra pasa,
y no es él quien la proyecta,
ni su caballo el que le alza.
Saben los cuatro que ha ido
don Diego por la mañana
á ver al conde Lozano:
mas nadie sabe la causa
que le obligó por la tarde
á emprender nueva jornada
á ver al rey, sin que el rey
á la corte le llamara.
Siendo cual es el asunto,
siendo él quien es, y el monarca
siendo un rey que con él usa
de benevolencia tanta,
¿qué hay de extraño si su vuelta
Diego Laínez retrasa,
siendo el negocio una boda
y dos leguas la distancia?
Probabilidades, cálculos
y razones hay sobradas
para tal viaje, tal prisa
y semejante tardanza;
mas sobre todos los cálculos
que en las razones se basan,
sobre todas las medidas
y las cuentas más exactas,
está el corazon que siente,
y la intuicion del alma
que prevé lo incalculable
y presiente la hora aciaga.
Y hé aquí por qué su familia
espera al viejo con ansia:
porque el corazon alberga
lo que la razon rechaza.
Así esperan: y aunque á veces
alguno de ellos arranca
del pecho un suspiro ahogado…..
suspiran, pero no hablan:
la madre por no afligirles,
los hijos por no faltarla
al respeto que la deben,
sin que les pregunte, hablándola:
porque en aquel siglo bárbaro