Antología De José Zorrilla - José Zorrilla - E-Book

Antología De José Zorrilla E-Book

José Zorrilla

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Beschreibung

José Zorrilla y Moral (Valladolid, 1817- Madrid, 1893) fue un poeta y dramaturgo español que cultivó todos los géneros poéticos. La enorme riqueza de registros y la variedad temática de la producción lírica de Zorrilla es notable, pero ésta ha quedado siempre relegada a un segundo plano por el éxito y la popularidad de su teatro. Zorrilla pone de manifiesto todo su ingenio en sus poemas, su facilidad versificadora y su gran caudal de imaginación, manteniéndose al final de su vida como un romántico en plena era del positivismo y el realismo. En cuanto a las leyendas, la mayor parte de ellas son verdaderas joyas de la narración poética y auténticas piezas de suspense. En esta breve obra antologíca se presenta la producción poética de Zorrilla en estrecha relación con determinados aspectos de su experiencia de vida.

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Seitenzahl: 93

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Antología de José Zorrilla

––––––––

José Zorrilla (1824 – 1905)

Editorial Alvi Books, Ltd.

Realización Gráfica:

© José Antonio Alías García 

Copyright Registry: 2209202046566

Created in United States of America.

© José Zorrilla y Moral, Madrid (Castilla) España, 1844

ISBN:9798215551202

Producción:

Natàlia Viñas Ferrándiz

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del Editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y siguientes del Código Penal Español).

Editorial Alvi Books agradece cualquier sugerencia por parte de sus lectores para mejorar sus publicaciones en la dirección [email protected]

Maquetado en Tabarnia, España (CE) para marcas distribuidoras registradas.

www.alvibooks.com

Also by José Zorrilla

Antología de José Zorrilla (Ilustrado)

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Tabla de Contenido

Título

Derechos de Autor

Also By José Zorrilla

Antología de José Zorrilla

A buen juez, mejor testigo

I

II

III

IV

V

VI

CONCLUSIÓN

El Capitán Montoya

I : La cruz del olivar

II : Cuchilladas en la calle

III : Ofertas

IV : El capitán don Cesar

V : Insuficiencia del poeta

VI: El novio

VII : Doña Inés

VIII : Aventura inexplicable

IX

X : Hechos y conjeturas

Nota de conclusión

La mujer negra o una antigua capilla de templario

Para verdades el tiempo y para justicias Dios

I

II

III

IV

V

VI

CONCLUSIÓN

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About the Author

About the Publisher

A buen juez, mejor testigo

José Zorrilla

I

Entre pardos nubarrones pasando la blanca luna, con resplandor fugitivo, la baja tierra no alumbra. La brisa con frescas alas juguetona no murmura, y las veletas no giran entre la cruz y la cúpula.

Tal vez un pálido rayo la opaca atmósfera cruza,

y unas en otras las sombras confundidas se dibujan.

Las almenas de las torres un momento se columbran, como lanzas de soldados apostados en la altura.

Reverberan los cristales la trémula llama turbia,

y un instante entre las rocas riela la fuente oculta.

Los álamos de la Vega parecen en la espesura de fantasmas apiñados medrosa y gigante turba; y alguna vez desprendida gotea pesada lluvia,

que no despierta a quien duerme, ni a quien medita importuna.

Yace Toledo en el sueño

entre las sombras confusa, y el Tajo a sus pies pasando con pardas ondas lo arrulla. El monótono murmullo sonar perdido se escucha, cual si por las hondas calles hirviera del mar la espuma.

¡Que dulce es dormir en calma cuando a lo lejos susurran las álamos que se mecen,

las aguas que se derrumban!

Se sueñan bellos fantasmas que el sueño del triste endulzan,

yen tanto que sueña el triste, no le aqueja su amargura. Tan en calma y tan sombría coma la noche que enluta

la esquina en que desemboca una callejuela oculta,

se ve de un hombre que guarda la vigilante figura,

y tan a la sombra vela

que entre las sombras se ofusca.

Frente por frente a sus ojos un balcón a poca altura deja escapar por las vidrios

la luz que dentro le alumbra; mas ni en el claro aposento, ni en la callejuela oscura

el silencio de la noche rumor sospechoso turba. Paso así tan largo tiempo, que pudiera haberse duda

de si es hombre, o solamente mentida ilusión nocturna; pero es hombre, y bien se ve, porque con planta segura, ganando el

centre a la calle, resuelto y audaz pregunta:

"¿Quien va?", ya corta distancia el igual compás se escucha de un caballo que sacude

las señoras herraduras. "¿Quien va?", repite, y cercana

otra voz menos robusta responde: "Un hidalgo, ¡calle!" Y el paso el bulto apresura, "Téngase el hidalgo", el hombre replica, y la espada empuña.

"Ved mas bien si me haréis calle, repitieron con mesura,

que hasta hoy a nadie se tuvo Iván de Vargas y Acuna." "Pase el Acuna y perdone", dijo el mozo en faz de fuga, pues, teniéndose el embozo, sopla un silbato y se oculta. Paro el jinete a una puerta,

y con precaución difusa salió una niña al balcón que llama interior alumbra.

"¡Mi padre!", clamó en voz baja, y el viejo en la cerradura metió la llave pidiendo

a sus gentes que le acudan. Un negro por ambas bridas, tomó la cabalgadura, cerrose detrás la puerta

y quedó la calle muda. En esto desde el balcón,

como quien tal acostumbra, un mancebo por las rejas de la calle se asegura.

Asió el brazo al que apostado hizo cara a Iván de Acuna, y huyeron en el embozo

velando la catadura.

II

Clara, apacible y serena pasa la siguiente tarde, y el sol tocando su ocaso apaga su luz gigante;

se ve la imperial Toledo

dorada por los remates como una ciudad de grana coronada de cristales.

El Tajo por entre rocas sus anchos cimientos lame,

dibujando en las arenas las ondas con que las bate.

Y la ciudad se retrata en las ondas desiguales,

coma en prendas de que el río tan afanoso  la bañe.

A lo lejos en la Vega tiende galán por sus margenes,

de sus ,llamas y huertos el pintoresco ropaje;

y porque su altiva gala mas a las ojos halague, la salpica con escombros

de castillos y de alcázares. Un recuerdo en cada piedra que toda una historia vale, cada colina un secreto

de príncipes o galanes.

Aquí se bañó la hermosa por quien dejó un rey culpable

amor, fama, reino y vida en manos de musulmanes.

Allí recibió Galiana

a su receloso amante, en esa cuesta que entonces era un plantel de azahares.

Allá por aquella torre

que hicieron puerta las árabes, subió el Cid sabre Babieca

con su gente y su estandarte.

Mas lejos se ve el castillo de San Servando, o Cervantes,

donde nada se hizo nunca y nada al presente se hace. A este lado esta la almena por do sacó vigilante

el conde don Peranzules al rey, que supo una tarde fingir  tan tenaz modorra,

que, político y constante, tuvo siempre el brazo quedo las palmas al horadarle.

Allí[ esta el circo romano, gran cifra de un pueblo grande,

y aquí la antigua basílica de bizantinos pilares,

que oyó en el primer concilio las palabras de las Padres que velaron por la Iglesia perseguida o vacilante.

La sombra en este momento tiende sus turbios cendales por todas esas memorias

de las pasadas edades; y del Cambron y Bisagra las caminos desiguales, camino a las toledanos hacia las murallas abren. Los labradores se acercan al fuego de sus hogares, cargados con sus aperos, cargados con sus afanes.

Los ricos y sedentarios se tornan con paso grave, calado el ancho sombrero, abrochados las gabanes;

y las clérigos y monjes y las prelados y abades, sacudiendo el leve polvo

de capelos y sayales.

Quedase solo un mancebo de impetuosos ademanes, que se pasea ocultando entre la capa el semblante.

Los que pasan le contemplan con decisión de evitarle,

y el contempla a las que pasan coma si a alguien aguardase Los tímidos aceleran

las pasos al divisarle, cual temiendo de seguro

que les proponga un combate; y las valientes le miran

cual si sintieran dejarle sin que libres sus estoques

en rifa sonora dancen. Una mujer, también sola, se viene el llano adelante, la luz del rostro escondida en tocas y tafetanes.

Mas en lo leve del paso y en lo flexible del talle puede a través de los velos una hermosa adivinarse.

Y a su derecha al que aguarda, y él al encuentro le sale diciendo...cuanto se dicen en las citas los amantes.

Mas ella, galanterías dejando severa aparte,

así al mancebo interrumpe en voz decidida y grave: "Abreviemos de razones, Diego Martínez; mi padre,

que un hombre ha entrado en su ausencia dentro mi aposento sabe,

y así quien mancha mi honra con la suya me la lave;

o dadme mano de esposo,

o libre de vos dejadme." Miró1a Diego Martínez atentamente un instante,

y echando a su lado el embozo repuso palabras tales:

"Dentro de un mes, Inés mía, parto a la guerra de Flandes; al año estaré de vuelta

y contigo en los altares. Honra que yo te desluzca con honra mía se lave,

que por honra vuelven honra hidalgos que en honra nacen." "Juralo", exclama la niña. "Masque mi palabra vale note valdrá un juramento." "Diego, la palabra es aire." "¡Vive Dios, que estas tenaz!

Dalo por jurado y baste." "No me basta; que olvidar

puedes la palabra en Flandes." "¡Voto a Días! ¿Que mas pretendes?" "Que a las pies de aquella imagen

lo jures coma cristiano del Santo Cristo delante." Vaciló un punto Martínez. Mas porfiando que jurase, llevó1e Inés hacia el temple que en media la Vega yace. Enclavado en un madero, en duro y postrero trance, ceñida la sien de espinas, descolorido el semblante,

veíase allí un crucifijo tenido de negra sangre a quien Toledo devota acude hoy en sus azares.

Ante sus plantas divinas llegaron ambos amantes,

y hacienda Inés que Martínez las sagrados pies tocase, preguntó1e

"Diego, ¿juras

a tu vuelta desposarme?

Contestó el mozo: "¡Si juro!",

y ambos del temple se salen.

III

Pasó un día y otro día un mes y otro mes pasó, y un ano pasado había, mas de Flandes no volvía

Diego, que a Flandes partió.

Lloraba la bella Inés oraba un mes y otro mes

su vuelta aguardando en vano, del crucifijo a las pies

no puso el galán su mano. Todas las tardes venía después de traspuesto el sol, ya días llorando pedía

la vuelta del español, y el español no volvía. Y siempre al anochecer,

sin dueña y sin escudero, en un manta una mujer el campo salía a ver

al alto del Miradero. ¡Ay del triste que consume su existencia en esperar! ¡Ay del triste que presume

que el duelo con que él se abrume al ausente ha de pesar!

La esperanza es de las cielos preciosos y funesto don, pues las amantes desvelos

cambian la esperanza en celos que abrasan el corazón.

Si es cierto lo que se espera es un consuelo en verdad; pero siendo una quimera, en tan frágil realidad

quien espera desespera. Así Inés desesperaba sin acabar de esperar, y su tez se marchitaba, y su llanto se secaba para volver a brotar.

En vano a su confesor pidió remedio o consejo para aliviar su dolor, que mal se cura el amor

con las palabras de un viejo.

En vano a Iván acudía, llorosa y desconsolada; el padre no respondía, que la lengua le tenga

su propia deshonra atada.

Y ambos maldicen su estrella, callando el padre asevere

y suspirando la bella,

porque nació altanero. Dos anos al fin pasaron en esperar y gemir,

y las guerras acabaron, y las de Flandes tornaron

a sus tierras a vivir. Pasó un día y otro día, un mes y otro mes pasó,

y el tercer ano corría: Diego a Flandes se partió, mas de Flandes no volvía. Era una tarde serena, doraba el sol de Occidente del Tajo la Vega amena,