La mujer de sus sueños - Elise Title - E-Book
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La mujer de sus sueños E-Book

Elise Title

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Beschreibung

Judd no había disfrutado demasiado sus años de universidad porque no era precisamente popular y, además, se había enamorado de la guapísima Lucy. Diez años después, las cosas habían cambiado mucho. Se acercaba la reunión de antiguos alumnos y Judd se había convertido en un sexy investigador privado. Pero entonces tuvo que volver a su apariencia de la facultad para atrapar al prometido de Lucy por un delito de malversación de fondos, lo que no le hizo ninguna gracia. Era demasiado difícil trabajar sin fantasear con la mujer de sus sueños. Su única esperanza era que Lucy olvidara su aspecto y se enamorara del hombre que había dentro de él.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2002 Elise Title

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

La mujer de sus sueños, n.º 1300 - mayo 2015

Título original: Naughty or Nerdy?

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2002

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-6361-3

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

Ni hablar. Olvídalo, Roz —Judd alzó su mano derecha como un guarda tratando de parar el tráfico. Pero era mucho más fácil conseguirlo con el tráfico que con Roz Morrisey—. Tendrás que buscarte otro.

—No hay ninguno mejor, Judd. Sobre todo para este caso —la elegante dueña de Morrisey Associates, una agencia de investigación de Florida especializada en delitos de guante blanco, deslizó la mirada de su atractivo empleado de metro ochenta al anuario de la universidad que tenía sobre el escritorio—. Cuesta creerlo, Judd. ¿Cómo te las arreglaste para dejar de ser el patito feo y convertirte en un cisne tan macizo?

—Crecí —replicó Judd en tono irónico.

Roz sonrió.

—Te rellenaste.

—La época que pasé en la universidad no fue precisamente feliz. Era muy delgado, llevaba gafas, aparatos en los dientes…

—Y un corte de pelo deleznable. El día que te hicieron la foto debió atacarte alguien con una segadora.

—Pensaba que me hacía parecer más mayor, más sofisticado.

Roz trató de ocultar una sonrisa.

Él no ocultó la suya.

—Vamos, ríete. Incluso yo puedo reírme ahora. Pero te aseguro que no me reí mucho mientras estuve en la universidad de Florida.

—Pero vas a ser él último en reírse —Roz pasó las hojas del anuario hasta detenerse en la que aparecía la foto del hombre del momento, Kyle Warner.

Judd le echó un rápido vistazo, aunque no necesitaba ningún recordatorio del aspecto que tenía Warner por entonces. A diferencia suya, en cuya foto aparecía mirando al vacío con tristeza, el adonis rubio de la universidad estatal de Florida miró a la cámara durante aquella sesión de fotos como si fuera dueño del mundo. ¿Y por qué no? A fin de cuentas era atractivo, popular, rico, y una estrella del fútbol. El joven hombre que lo tenía todo.

Incluyendo a Lucy Weston, cuya foto estaba dos más abajo de la de Kyle. La preciosa y seductora Lucy. Judd la conoció en su primer año. Aunque lo de «la conoció» era un poco exagerado. Estaban en la misma clase de Introducción a la Psicología. Durante los primeros días, apenas fue capaz de concentrarse en lo que decía el profesor. Toda su atención estaba volcada en lanzar miradas disimuladas a Lucy, que intercalaba con ardientes fantasías sobre ella. Y sobre él. En la cama. O sobre una manta de picnic. O en la alfombra del recibidor. O en una ducha llena de vapor. Aquella última fantasía la tenía con mucha frecuencia.

¿Cuántas veces debía permanecer en su sitio cuando la clase ya había acabado? ¿O cuántas veces había tenido que utilizar los libros para cubrir estratégicamente la dura evidencia de su trabajo mental?

Aún recordaba con absoluto detalle cada segundo de su primer encuentro. En parte porque solo duró quince segundos.

—Hola… ¿te llamas Judd, no? —dijo Lucy.

Judd miró atónito a la belleza de pelo castaño rojizo y un metro setenta y cinco. Lucy Weston se estaba dirigiendo a él. Aquella diosa de ensueño sabía su nombre. O casi. ¿Estaría soñando?

—Oh… sí. Sí. Uh… no exactamente, pero cerca. Mi nombre es… Judd. Pero puedes llamarme Judd —«bien, hombre. Estupendo. Balbucea como un idiota un poco más, por si aún no se ha dado cuenta de que eres el memo del año».

Pero Lucy no se dio la vuelta y se largó. De hecho, le sonrió. A él. Y no fue la típica sonrisa compasiva. Fue una sonrisa cálida, cariñosa. Tenía que estar soñando.

—¿Sabes qué deberes han mandado, Judd? Debía de estar distraída cuando Gorman lo ha dicho —la voz de Lucy tenía un ligero matiz sureño. Más adelante, Judd averiguaría que era de Mississippi y que se estaba esforzando por perder el acento porque quería trabajar como presentadora de televisión.

Pero en aquellos momentos solo era consciente de su encantadora presencia. Allí estaba. La oportunidad de oro para entrar en contacto con la chica de sus sueños. En su mente se amontonaban las respuestas… «Claro que he anotado los deberes. ¿Por qué no vamos a tomar un café y te los doy», o «¿Qué te parece si quedamos y hacemos juntos los deberes?, o…

—Entonces, ¿los tienes, Judd?

—Um… uh, no exactamente. Quiero decir… creo que… estaba un poco distraído —Judd estaba hipnotizado por los ojos de Lucy, —de lejos parecían marrones, pero de cerca se distinguía en ellos el tono del chocolate oscuro con destellos de canela en torno a las pupilas. Unos ojos extraordinarios. Estaría dispuesto a perderse en ellos para siempre…

—¿Judd? ¿Te encuentras bien?

—Uh… bueno… pienso que… —el problema era precisamente que no podía pensar con claridad.

Antes de terminar de hacer por completo el idiota, lo que incluyó no solo balbucear, sino dejar caer los libros al suelo, Kyle Warner se acercó a ellos.

Mientras Lucy lo ayudaba sin convicción a recoger los libros, Kyle se dedicó a ligar con ella.

—Tengo los deberes, Lucy. Vamos al bar a tomar un café para que los anotes. O mejor aún, ¿por qué no pasas esta tarde por mi casa y los hacemos juntos?

Hasta aquel momento Judd ni siquiera se había fijado en que Kyle también estaba en su clase de Psicología. Pero una mirada a Lucy le hizo comprender que la chica de sus sueños sí se había fijado. Y mucho.

—No distingo lo que Kyle escribió bajo tu foto —Roz estaba mirando el anuario sin sus gafas, que, como de costumbre, estaban guardadas en el fondo de su bolso.

Judd echó otro vistazo a la foto.

—«Con tu cerebro y mi aspecto llegaremos lejos» —leyó.

—Así que erais amigos de verdad, ¿no?

Judd rio con aspereza.

—Yo era su mascota, Roz. Le hacía los deberes, los recados, lo dejaba quedarse en mi dormitorio cuando estaba demasiado borracho como para irse a su casa. Nunca fuimos amigos —lo que no dijo fue que el motivo por el que siguió con Kyle fue para poder estar cerca de Lucy. Esta había salido con él hasta unos meses antes de graduarse, cuando este la había dejado sin ceremonias por otra chica. Lucy se quedó destrozada. Judd hizo lo que pudo para consolarla. Ella le permitió llevarla algunas veces al cine, e incluso a un par de conciertos, pero él sabía que no fue más que una agradable diversión para ella. Seguro que habría olvidado aquellas citas.

—Pero Kyle pensaba que erais buenos amigos —estaba diciendo Roz—. A los tipos como Kyle Warner les falta la profundidad necesaria para la verdadera amistad. Pero si te presentas en la reunión de antiguos alumnos se comportará como si fuerais amigos de toda la vida.

—No, no lo hará. En la universidad yo no suponía una amenaza para él —un ligero rubor tiñó las mejillas de Judd cuando añadió—: No es que ahora me considere el tipo más guapo del mundo, pero no soy tan desastre como antes…

—Cariño, estás como un tren y lo sabes —interrumpió Roz a la vez que lo miraba de arriba abajo—. Y eso es precisamente en lo que vamos a trabajar.

Judd miró a su jefa con cautela.

—¿Qué quieres decir?

—Tú mismo lo has dicho. Kyle no bajará la guardia a menos que pueda confiar en ti. Y no podrá fiarse si te ve como a un competidor. Su ego no podría soportarlo. De manera que si queremos atrapar a nuestro ex rompe corazones y actual inversor y desfalcador, vas a tener que ir disfrazado.

—Olvídalo, Roz. Gracias a Dios, mi época de ganso ha pasado a la historia.

Roz no lo estaba escuchando. Casi nunca lo hacía cuando se le metía algo entre ceja y ceja.

—Supongo que no podrías perder quince kilos de músculo para el sábado, ¿no? Así que tendremos que engordarte…

—¿Qué?

—Tranquilo, muchacho. Bastará con un poco de relleno en los sitios adecuados. Como tu trasero…

—¿Mi qué?

—Y tu barriga.

—No pienso hacerlo, Roz —protestó Judd—. No me he pasado la mitad de los últimos diez años en el gimnasio para asistir a la reunión de antiguos alumnos con pinta de ganso.

—Vamos, Judd. Las mujeres usan rellenos todo el tiempo. Echa un vistazo a los catálogos de ropa interior femenina; hay páginas y páginas de sujetadores rellenos…

—Las mujeres con las que salgo no usan sujetadores rellenos. Y no suelo dedicarme a hojear catálogos de lencería en mis ratos libres.

Roz sonrió.

—Lo sé, querido. Sueles estar demasiado ocupado quitándosela a alguna chica.

—Y resulta que se me da muy bien —replicó Judd. Lo cierto era que había tenido que practicar mucho para llegar a ser un experto.

—Por supuesto —dijo Roz, distraída, sin dejar de mirar a su investigador con ojo crítico—. ¿Conservas aún tus antiguas gafas? Ese sería un buen toque. Podríamos ponerles un poco de cinta aislante en el puente para que parezca que no has dejado de usarlas desde la universidad.

—No me pasé a las lentillas para tener que utilizar de nuevo las gafas…

—Y tendremos que hacer algo con tus dientes…

—Estos dientes les costaron cinco mil dólares a mis padres. No pienso dejarte jugar con ellos.

—Tengo un amigo dentista… Bueno, de hecho hemos salido algunas veces —la jefa de Judd estaba trabajando en su marido número seis. ¿O era el séptimo? Todo dependía de que se contara al marido del momento, Orson Royce, una o dos veces… pues también había sido el marido número dos.

—Estoy segura de que el doctor Darren podría ponerte un aparato temporal.

—Nadie lleva aparatos durante catorce años, Roz.

—Claro que no. Puedes decir que el que llevabas entonces no funcionó. Aunque no creo que nadie lo pregunte.

—No pienso volver a ponerme un aparato en los dientes. Ni hablar. Si quieres que me haga cargo de este caso, de acuerdo, pero no pienso ir disfrazado. O voy tal como soy, o…

Roz ignoró sus protestas, abrió un cajón de su escritorio y sacó una maquina eléctrica de cortar el pelo.

—Empezaremos por el pelo.

Judd dio un paso atrás y alzó una mano instintivamente hacia los oscuros mechones de su pelo. Hacía solo una semana que había pagado setenta y cinco dólares por un corte perfecto.

—Ni hablar, Roz. Tengo una cita caliente esta noche…

Roz puso en marcha la máquina rasuradora y se acercó a él con ojos brillantes.

—Sueles tener una cita caliente cada noche, Judd. Uno de estos días vas a tener que elegir a una de esas diosas para casarte con ella.

Judd se estremeció.

—¿Casarme? Esa palabra no forma parte de mi vocabulario. Me gusta inspeccionar el terreno. Me gusta mi vida tal y como es. Además, tú no eres precisamente quién para hablar.

—Exacto. He oído la marcha nupcial las suficientes veces como para saber lo bien que suena con la pareja adecuada. Lo único que sucede es que aún no has encontrado a tu chica ideal.

Ese era el problema, pensó Judd. La había encontrado…

Incluso después de todos aquellos años, Judd Turner aún llevaba una antorcha encendida por Lucy Weston.

—Vamos, Lucy. Tenemos que ir.

—No, Kyle. No puedo. Tengo que ocuparme del escándalo político Mackenzie en los Ángeles y salgo del aeropuerto Kennedy el lunes a primera hora de la mañana.

—Pero eso es el lunes. La reunión será el sábado por la tarde, y tendrá lugar en uno de los hoteles más elegantes de Ocean Drive. Te encantará. A todo el mundo le encanta Miami Beach al final del invierno. Y tu moreno es precioso, Luce.

—Lo único que conseguiría en veinticuatro horas sería ponerme roja como un cangrejo.

—No dejo de decirte que deberías ir más a menudo al solarium —Kyle se ocupaba a conciencia de mantener su bronceado a lo largo de todo el año. Lucy sospechaba que era igualmente diligente manteniendo el tono rubio dorado de su pelo, pero aquel era un secreto que solo debía conocer su peluquero.

—No creo que vaya a poder sacar tiempo para ir, Kyle.

—Claro que sí. Volaremos el viernes, nos instalaremos en la mejor suite del Royal Palm, tomaremos el sol, iremos al mejor restaurante de la playa y puedes salir para los Ángeles a primera hora de la mañana. Solo tienes que cambiar tu vuelo a Miami —Kyle sonrió—. ¿Ves lo fácil que es?

Para Kyle todo era siempre muy sencillo. Pero Lucy sabía que si le decía eso él replicaría que ella hacía todo demasiado complicado.

—Necesito emplear el fin de semana para repasar un montón de notas y…

Kyle reposó su musculoso cuerpo en el borde del escritorio y apartó sin fijarse un montón de papeles.

—Kyle, estás…

—Lo sé. Estoy desordenando tus notas.

—Eso también —replicó Lucy —él la miró, desconcertado—. Te acabas de sentar en mi donut de mermelada —añadió ella.

Kyle saltó de la mesa y se llevó la mano a la parte trasera de los pantalones. Cuando la retiró vio en ella un buen pegote color rojo. Giró el cuello para tratar de ver el daño causado, pero no pudo estirarlo lo suficiente. Dio la espalda a Lucy.

—¿Me he ensuciado mucho?

—Bueno…

—Maldita sea. Estos son mis Armani favoritos. Ahora voy a tener que pasar por casa a cambiarme antes de la reunión —protestó.

—Y yo tengo que seguir con mi trabajo, Kyle —Lucy ya estaba reorganizando el escritorio.

—Lucy, Lucy, Lucy —Kyle le dedicó su mejor imitación de Gary Grant. No fue fantástica, pero logró imitar bastante bien la sonrisa del antiguo ídolo del cine. Una sonrisa que había roto muchos corazones. Y ese era precisamente uno de los problemas, pensó Lucy. Que ella supiera, Kyle no le había sido infiel durante su reciente noviazgo y posterior compromiso pero, como él mismo solía decir bromeando, era un imán para las mujeres. Estas se sentían atraídas hacia él como las abejas hacia la miel. Kyle solía completar su broma con la frase de un popular anuncio: «Pero no me odies por ser tan guapo». La primera vez que le oyó decirla, Lucy se enfadó. Le dijo que la verdadera belleza se llevaba en el interior y él le replicó que era demasiado seria. Siempre le estaba diciendo que era demasiado seria.

Sin embargo, a ella la preocupaba que él no fuera lo suficientemente serio. Era el único agente de bolsa que conocía que raramente llegaba a su despacho antes de las once, se tomaba dos horas para comer, trabajaba un par de horas por la tarde y estaba dispuesto a salir de fiesta casi todas las noches. Además, contaba con todos los indicios externos del dinero y el éxito. Un Beemer rojo, un armario lleno de ropa de diseño, un apartamento en Central Park West y una casita en Hampton. Y cuando ella se quejaba porque le parecía que se estaba gastando su dinero, él le aseguraba que también estaba ahorrando para las malas épocas.

Kyle tomó un montón de pañuelos de papel de una caja que se hallaba sobre el escritorio y limpió sus pantalones lo mejor que pudo. Cuando terminó volvió a centrar su atención en su prometida.

—Vamos, Luce. Tenemos que asistir a la reunión. Todo el mundo nos estará esperando.

—Estoy segura de que se las arreglarán sin nosotros. Y ahora, haz el favor de irte a casa a cambiarte para que yo pueda seguir con el informe que estoy preparando. Marc Arden lo necesita para el noticiario de las seis.

Kyle frunció el ceño.

—Tanto trabajo y tan poca diversión hacen de Lucy una chica aburrida.

—Ya sabes que no me gusta que me llames «chica».

—De acuerdo, mujer. Una mujer aburrida.

—Eso está mejor —replicó Lucy en tono irónico.

Kyle alargó una mano y tomó un mechón de su pelo castaño.

—En realidad no eres nada aburrida, Lucy. Eres muy inteligente y muy bella. Creo que fue una locura que renunciaras a salir en televisión. Serías la presentadora más sexy del estado.

—Precisamente por eso. Por suerte, enseguida descubrí que ser presentador tenía muy poco que ver con lo que hay aquí arriba —dijo Lucy a la vez que se palmeaba la cabeza—. Todo era cuestión de apariencia, de imagen, y eso no me interesa. Lo que me gusta es analizar las noticias, informar al público de lo que está pasando en el mundo.

—¿Vas a cambiar de opinión respecto a venir conmigo a la fiesta de esta noche?

—Ya sabes lo que opino de esa gente. Solo saben hablar de su último deportivo, de sus decoradores, del restaurante de moda, de los hotelazos que frecuentan…

—Sé que puede resultar aburrido, pero Jim Pearsall es uno de mis mejores clientes, Luce.

—Lo sé. De acuerdo, iré. Pero me marcharé temprano. Tengo toneladas de trabajo esperándome…

—Oh, ya ha vuelo a salir esa palabra… «trabajo».

—Si mi adicción al trabajo te preocupa tanto, ¿por qué quieres casarte conmigo, Kyle? —aquella era una pregunta que Lucy se había hecho a sí misma en varias ocasiones. Su amiga Gina Reed opinaba que se hacía aquella pregunta para evitar la que en realidad debería hacerse. ¿Por qué iba a casarse ella con Kyle? Gina y Kyle no se querían especialmente, cosa extraña, pues, además de haber sido la mejor amiga de Lucy durante la universidad, Gina trabajaba como agente de bolsa para la misma empresa que Kyle.

Kyle tomó a Lucy por la barbilla para hacer que lo mirara.

—Sabes que para mí lo eres todo, Lucy. Cuando decidas la fecha de nuestra boda me harás el hombre más feliz del mundo. ¡Eh!, tengo una idea. ¿Por qué no anunciamos la fecha en la reunión del fin de semana?

—No —replicó Lucy con excesiva aspereza—. Lo siento, Kyle, pero preferiría no ir. Yo no lo pasé tan bien como tú en la universidad.

—Espero que no sigas enfadada conmigo por lo de Danielle, ¿no? Sabes muy bien que solo fue un gran error.

Lucy decidió no mencionar que, además del gran error de Danielle, había habido otros cuantos «errores». Y ese era el motivo por el que no había dejado de romper con él durante la universidad. Pero, de forma invariable, Kyle siempre volvía a ella como si tal cosa. Y, casi por costumbre, ella lo aceptaba de nuevo. Hasta Danielle. Pero Kyle había acabado por romper con la explosiva francesa y no había vuelto a presentarse en la vida de Lucy hasta ocho años después.

Kyle se encaminó hacia la puerta y Lucy no pudo evitar sonreír al ver cómo tiraba de su chaqueta hacia abajo para tratar de ocultar la mancha de su pantalón. La sonrisa se esfumó de su rostro cuando él se volvió a mirarla.

—¿Y qué me dices de tu viejo amigo, Judd Turner? Probablemente asistirá a la reunión. Seguro que está deseando verte. Ya sabes que estaba colado por ti.

Al instante, la imagen de Judd surgió en la mente de Lucy. Vio las anticuadas gafas, el aparato de sus dientes, los desastrosos cortes de pelo. También vio sus penetrantes ojos azules, el sensual hoyuelo de su barbilla, la calidez de su sonrisa… Pero no fue tanto su imagen física lo que recordó como su inteligencia y su dulzura. Y también cómo, una vez superada su timidez inicial, cuánto solía disfrutar de sus conversaciones sobre cualquier tema, desde las ventajas y desventajas de ser vegetariano a importantes asuntos de política nacional. A ambos les encantaba hacer de abogados del diablo.

Lucy volvió a sonreír.

Kyle volvió a fruncir el ceño.

—No me digas que hubo algo entre vosotros.

Lucy miró a su prometido.

—¿Entre Judd y yo?

Kyle lo pensó un momento y rio.

—¿En qué estaría pensando? Tú y Judd. Qué idea tan absurda —aún estaba riendo cuando abrió la puerta para salir del despacho.

Estaba a punto de cerrarla cuando Lucy dijo:

—Puede que tengas razón. Tal vez deberíamos asistir a esa reunión. A fin de cuentas, ¿cuántas oportunidades tiene uno de asistir a la reunión que se celebra cada diez años con los antiguos compañeros de clase?

Kyle alzó un pulgar en señal de triunfo.

—Esa es mi chica.

—Mujer, Kyle. Esa es mi mujer —corrigió Lucy, pero su prometido ya había desaparecido.

—Estupendo —gruñó Judd mientras pasaba una mano por el espinoso corte de pelo que le había dejado su jefa—. Ahora parezco un puercoespín.

Roz frunció el ceño.

—Sí, pero un puercoespín muy atractivo. Vamos a tener que esforzarnos más —sacó un par de gafas del bolsillo y se las entregó—. Pruébatelas.

Sin dar tiempo a que Judd protestara, las colocó sobre sus ojos. Las lentes eran tan gruesas que Judd creyó estar mirando por un caleidoscopio. Se las quitó sin ceremonias y las arrojó a la papelera.

Roz suspiró.

—Puede que fueran un poco exageradas, pero ayudaban a que resultaras menos… comestible.

—Hablas de mí como si fuera una barra de chocolate.

—Me pregunto si podríamos ponerte unos granos…

—Roz…

—De acuerdo, de acuerdo. Solo lo estoy intentando.

—Pues se acabaron los intentos. Yo me ocuparé de ponerme en forma para Warner. Confía en mí. No se sentirá amenazado. Como mucho, sentirá la misma lástima por mí que cuando estábamos en la universidad.

—Sobre todo cuando averigüe que acabaste dirigiendo una cadena de lavanderías. No hay nada menos sexy que un zar de las lavanderías.

—¿Por qué una cadena de lavanderías?

—Si Kyle está sacando subrepticiamente dinero de las cuentas de sus clientes, necesitará lugares seguros en los que blanquear el dinero —Roz sonrió—. ¿Y qué mejor lugar para lavar dinero que…?

—Una lavandería —concluyó Judd. Estupendo. Un memo gordo con una cadena de lavanderías. A él no se le habría ocurrido una tapadera menos excitante. No lo preocupaba lo que pensaran la mayoría de sus ex compañeros de él. Pero había algunos… al menos una…

—Si Warner se traga el cebo, apostaría cualquier cosa a que te propone invertir en tu negocio —Roz dedicó una penetrante mirada a su investigador—. Si se traga el cebo —repitió.

—¿Te he decepcionado alguna vez, Roz?

—Nunca, Judd. Como he dicho antes, eres el mejor.

Judd sabía que su jefa creía lo que había dicho, pero captó algo en su voz, un matiz que le hizo ver que estaba preocupada. Empezaba a sospechar que aquella misión era algo más de lo que parecía. Desde luego, había algo más de lo que su jefa le estaba contando. Pero sabía que no llegaría a ningún lado abordando el tema de forma directa.

—¿Por qué estás tan segura de que Kyle Warner está quedándose con dinero de sus clientes?

Roz dudó, un indicio de que Judd se había acercado al meollo del asunto.

—Una inversora que trabaja para la misma agencia de corredores de bolsa que Kyle ha estado haciendo algunas averiguaciones. Pero la preocupa despertar las sospechas de Warner y ha preferido dejar el asunto en manos de profesionales.

—¿Una inversora?

Roz lo miró un momento antes de contestar.

—Gina Reed.

Judd permaneció un momento pensativo. Gina Reed. ¿De qué le sonaba aquel nombre? ¿Alguien del pasado? ¿Una mujer con la que había salido…?

—Un momento. Gina Reed. La conozco. Bueno, he oído hablar de ella. Solía ser la mejor amiga de… —Judd dudó. ¿Cómo podía definir su relación con Lucy Weston? Incluso la palabra «relación» parecía exagerada.

—La mejor amiga de Lucy Weston —concluyó Roz por él.

—¿Cómo lo has sabido?

Roz tomó el libro de fotos de la universidad de su escritorio. Seguía abierto por la página en la que estaba la foto de Kyle. Y la de Lucy.

Judd le dedicó una mirada acusadora.

—Has leído lo que me escribió.

—¿Cómo no iba a leerlo? —preguntó Roz, en un tono mezcla de disculpa y compasión. Bajó la mirada hacia el libro y leyó en alto—. «Para Judd. Recuerda que lo que importa es el interior de las personas. Siempre pensaré en ti con aprecio. Y se que vas a hacer grandes cosas. Lucy».

Judd cruzó los brazos sobre su ancho pecho a la vez que trasladaba su peso de un pie a otro.

—Es lo que una chica preciosa escribe a un memo por el que siente lástima.

—Gina Reed dice que le gustabas mucho a Lucy.

Judd miró a su jefa con gesto de duda.

—En serio —insistió ella—. Me dijo que cuando estuvo en Vassar, Lucy solía escribirle y que tu nombre salía a cada rato en sus cartas.