La pasionaria - José Zorrilla - E-Book

La pasionaria E-Book

José Zorrilla

0,0

Beschreibung

La pasionaria es una de las leyendas de José Zorrilla, poemas en clave de ficción basados leyendas castellanas, a modo similar a como ya hiciese Gustavo Adolfo Bécquer en su obra homónima, pero desde un punto de vista lírico. En este caso la historia se desarrolla en tono fantástico con tintes católicos en torno a la flor que representa la pasión de Cristo.-

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 75

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



José Zorrilla

La pasionaria

 

Saga

La pasionariaCover image: Shutterstock Copyright © 1880, 2020 José Zorrilla and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726561814

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 3.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

Este texto digital es de dominio público en España por haberse cumplido más de setenta años desde la muerte de su autor (RDL 1/1996 - Ley de Propiedad Intelectual) . Sin embargo, no todas las leyes de Propiedad Intelectual son iguales en los diferentes países del mundo. Por favor, infórmese de la situación de su país antes de descargar, leer o compartir este fichero.

INTRODUCCIÓN

En un fresco valle ameno de flores y árboles lleno que a un jardín se parecía un buen hidalgo vivía de pesadumbres ajeno.

De aquel albergue escondido la soledad deleitosa había un santuario sido donde pasó guarecido su larga vejez dichosa. Soldado fue mientras pudo con el lanzón y el escudo, mas su buen tiempo pasado volvió a su valle ignorado a ser campesino rudo.

Allí dejó a su partida para la empeñada guerra en una esposa querida, y una hija de ella tenida cuanto adoraba en la tierra. Mas de la guerra al volver con sus heridas ufano, echó el buen hombre de ver que honrado volvía en vano, faltábale su mujer.

El pobre hidalgo la enviaba nuevas suyas cada día que una ocasión encontraba, pero siempre se perdía el mensaje, y no llegaba. Murió pues la triste esposa sin noticias de su suerte, pues en lid tan azarosa dar era difícil cosa más noticias que la muerte.

Lloró su mala ventura por largo tiempo el soldado, mas todo el tiempo lo apura, y el deleite y la amargura tienen su fin señalado. Vivo trasunto de aquella perdida ya dulce esposa quedábale una doncella como su madre amorosa, y más que su madre bella. ¿Y quién ¡Vive Dios! no olvida los desastres más prolijos cuando la luz de su vida llega a ver reproducida en el amor de sus hijos.

La vejez desencantada tal vez no goza con nada, pero la más cruel historia se borra de su memoria si de hijos se ve cercada. Así el valiente Robleda todo su amor atesora en la hija que le queda. ¡Ojala Dios le conceda larga vejez con su Aurora! Aurora, sí, se llamaba porque en la aurora de un día conque un abril empezaba nació, y el sol que apuntaba con ella a la par nacía.

¿Y quién sabe si al prever su hermosura venidera, quiso el sol su estrella ser y vino la primavera su más bella flor a ver?

Así suceder debió porque en aquella espesura la bella Aurora creció y diola doble hermosura cada aurora que pasó. Rosa del valle frondoso que del cierzo la guarece su cáliz abre oloroso, bálsamo esparce precioso en el desierto que crece. Sus primorosos colores y su fragancia exquisita vergüenza son de las flores que aquellos alrededores dan entre yerba marchita.

Y orgulloso y satisfecho de guardar tan linda flor, Robleda pide a su pecho ámbito menos estrecho para su ambicioso amor. Toda su triste existencia de Auroras desventuradas y de sangrientas jornadas de aquella aurora en presencia sueño es de cuitas pasadas.

Y así en su albergue escondido y en soledad deleitosa, contra el pesar guarecido para su vejez dichosa el soldado encanecido,

I

En una de abril fecundo deliciosísima tarde, y en la orilla de un arroyo que cruza el ameno valle, bajo la sombra sentada de unos juncos desiguales, una hermosísima niña sola y distraída yace.

Del manso arroyo contempla los fugitivos cristales que en las arenas del fondo reflejan su bella imagen.

Y hállase linda sin duda según lo que se complace, ya sonriendo con ella, o ya, con ella enojándose.

A veces turbando el agua, la borra por un instante, volviendo curiosa luego a ver como se rehace, y asoma sobre sus labios de purísimos corales vaga e infantil sonrisa de nuevo al verla formarse. Mírala atenta esperando a que las aguas se aclaren, y a solas con su reflejo plática entabla muy grave. ¿Por qué me miras, le dice, cuando me inclino a mirarte, y si me aparto te apartas, y si salgo a verte sales?

¿No sabes que es mucho orgullo para una sombra tan frágil hasta quien la da la vida osar subir arrogante?

¿No sabes que con un soplo romper y manchar me es fácil los ojos con que te atreves en los míos a mirarte? ¿Quién eres tú, necia sombra, para salir a encontrarme tras el quebradizo muro de tu transparente cárcel?

Tú, pobre ilusión sin vida, sombra sin cuerpo palpable que solo a la sombra de otro puedes vivir arrastrándote. Tú, que a mi solo capricho debes no más cuanto vales, puesto que nunca nacieras si yo a ti no me acercase.

¿Y todavía me miras?

Y te me ríes infame.

¿Y me provocas sirviéndote de mis mismos ademanes? Para insolencia tamaña ya no hay paciencia que baste. Toma, descarada, y sea cada granito un ultraje.

Y así la hermosa diciendo por castigar a su imagen, tiraba al fondo del agua las arenas de la margen.

Al ver la espuma que elevan, al ver los innumerables circulillos que producen y unos y otros quebrándose fugitivos de su centro, y en tumulto interminable, los unos van a perderse adonde los otros nacen, y entré la confusa tela de sus líneas vacilantes, al ver en el fondo turbio inquieta siempre su imagen, con inocente sonrisa y con infantil donaire, eso es - decía, ya vuelves, necia sombra, a tus desmanes; mas veremos por quién queda, tú a salir, yo a borrarte.

Y arena tiraba al agua con caprichoso coraje.

En tal entretenimiento se la pasaba la tarde, luchando contra su sombra que parecía constante,

Cuando un mancebo qué estaba tras ella, con voz suave y afectuosísimo tono, díjola: Aurora, ¿qué haces? Tornose al punto la niña, y ruborizada alzándose dijo bajando los ojos:

¿Qué he de hacer más que esperarte? —Tan entretenida estabas con el arroyo...

— Tirábale las arenillas que cría por venganza.

— ¿En qué es culpable para que así le castigues?

- Detesto sus falsedades, y él me engaña.

-¿Qué te dice?

— Me copia todo el semblante, y miente sin duda alguna.

— ¿Por qué?

— Porque a ser iguales yo y el reflejo que pinta más en verdad te agradase.

— ¿Pues quién te ha dicho, alma mía, que yo no te le idolatre?

— Más a menudo vinieras si así fuera a contemplarle.

¿Acaso tardé?

—Lo ignoro.

Cuando vienes nunca es tarde, pero cuando pasa un día y otro y otro y aguardándote paso horas y horas sentada, mirando por todas partes, sin que por ninguna lleguen mis ojos a tropezarte,

¡Ay, qué de recelos me atormentan!

— ¿Pues no sabes que tengo yo, Aurora mía, ayo, maestros y padre que me acechan de continuo y que me es fuerza robarles los minutos para verte si no para idolatrarte?

Cuando el castillo abandona ya por caza ya por viaje, es solo cuando evadirme de mi preceptor es fácil; y solo con mil pretextos logro entonces engañarle y no oír sus importunos consejos inagotables.

Con el del noble ejercicio de las armas salgo al parque, el caballo se desboca, salta la zanja y al valle.

Tanto bien mío, me cuesta verte unos cortos instantes, mas no hay azar que no arrostre por oírte y contemplarte.

 

— ¡Ay¡ Siempre palabras consoladoras me traes,

mas no sé qué falta en ellas que nunca me satisfacen.

— ¿Dudas acaso ?...

— No en ti,

que no me atreviera amándote.

— ¿Pues, en quién?

— En la fortuna.

Tú tan noble...

—Y es bastante

garantía la nobleza de mi encumbrado linaje para cumplir mis palabras.

Y esto Aurora mía baste, que me ofenden esas dudas.

- ¡Siempre ese altivo lenguaje, siempre te me enojas!

¿Yo, Aurora mía, enojarme? Contigo, mi bien, mi gloria. Jamás.

— Pues tu mano dame, júrame que me amas mucho

y hagamos las amistades.

— Las manos no, el corazón.

— No puedo yo tanto darte.

— ¿Pues qué, corazón no tienes?

— No, que ha venido a robármele un mancebo muy gallardo.

— ¿De veras?

— Sí, como un ángel.

— ¿Y se le llevó?

— Sin duda.

— Como yo llegue a encontrarle...

— ¿Se le pedirás?

No, a fe. — ¿Pues qué has de hacer?

—Arrancársele.

Y aquí cayendo la niña en los brazos de su amante sonó un regalado beso que devoró ansioso el aire.

— Aurora, dijo el mancebo, mira al sol.

— ¿Te partes?

— ¿Qué he de hacer? Expira el día.

— Es verdad, mi padre

también estará impaciente. —¿Volverás pronto?

— Cuanto antes.

— ¿Te acordaras de mí?

— Siempre.

Mi existencia es solo amarte; no tengo en mi corazón más que un altar con tu imagen.

— ¿Se borrara?

— Nunca Aurora.