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Podría perderlo todo: su hogar, su nombre, su futuro. Cuando su marido, en su lecho de muerte, ruega a Sophie que huya con su hija a Rose Canyon, ella no entiende por qué, pero en cuanto ve a Holden James, comprende el motivo: su marido había encontrado al padre biológico de su hija. Tres años atrás, Sophie había concebido a Eden tras pasar una noche con un extraño en Las Vegas, pero nunca supo nada de él. Ahora tienen la oportunidad de reconectar, aunque el tiempo del que disponen es incierto, pues el pasado de Sophie amenaza con destruir su futuro. ¿De quién huye Sophie? ¿Y qué quieren de ella? Una novela fascinante de la autora best seller del New York Times
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Seitenzahl: 471
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Portada
Página de créditos
Sobre este libro
Nota de la autora
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Epílogo
Escena extra
Agradecimientos
Sobre la autora
V.1: Febrero, 2025
Título original: Keep This Promise
© Corinne Michaels, 2023
© de la traducción, Sonia Tanco Salazar, 2025
© de esta edición, Futurbox Project S. L., 2025
Los derechos morales de la autora han sido reconocidos.
Todos los derechos reservados, incluido el derecho de reproducción total o parcial.
Diseño de cubierta: Sommer Stein, Perfect Pear Creative
Corrección: Andrea González, Sofía Tros de Ilarduya
Publicado por Chic Editorial
C/ Roger de Flor n.º 49, escalera B, entresuelo, oficina 10
08013, Barcelona
www.chiceditorial.com
ISBN: 978-84-19702-22-7
THEMA: FRD
Conversión a ebook: Taller de los Libros
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.
Cuando su marido, en su lecho de muerte, ruega a Sophie que huya con su hija a Rose Canyon, ella no entiende por qué, pero en cuanto ve a Holden James, comprende el motivo: su marido había encontrado al padre biológico de su hija.
Tres años atrás, Sophie había concebido a Eden tras pasar una noche con un extraño en Las Vegas, pero nunca supo nada de él. Ahora tienen la oportunidad de reconectar, aunque el tiempo del que disponen es incierto, pues el pasado de Sophie amenaza con destruir su futuro.
¿De quién huye Sophie? ¿Y qué quieren de ella?
Una novela fascinante de la autora best seller del New York Times
«Corinne Michaels es una maestra de la narración.»
Penny Reid, autora best seller
A Nina Grinstead, gracias por estar siempre de mi lado y darme una patada en el culo cuando lo necesito.
—No, no, por favor, Theo, lucha —suplico a mi marido mientras le aprieto la mano—. Por favor, no te rindas.
Estruja la mía a su vez y trata de curvar los labios amoratados en una sonrisa.
—Sé valiente, Sophie. Tienes que serlo.
No puedo. No sé cómo sobrevivir en un mundo del que él no forme parte. Theodore Pearson ha sido mi mejor amigo desde que teníamos nueve años y mi marido durante los últimos tres y medio. Me salvó entonces, y ahora yo no puedo hacer lo mismo por él. Le falla el corazón y ya no hay posibilidad de trasplante.
—¿Cómo voy a vivir sin ti?
—Eres… —jadea y cierra los ojos antes de obligarse a abrirlos de nuevo para mirarme—. Eres más fuerte de lo que crees. Encuentra a alguien que te quiera como yo nunca pude quererte, Sophie. Tienes que ir a por Eden y marcharte.
Sacudo la cabeza. No deja de repetir eso, pero no pienso dejarlo. No ahora. No cuando se está muriendo, literalmente.
—No vas a conseguir que te abandone, Theo.
He permanecido a su lado, rezando para que ocurriera un milagro que sabía que nunca llegaría. Theo nació con una cardiopatía congénita. Lo operaron a corazón abierto por primera vez cuando solo tenía siete años. A los once, lo volvieron a operar. La última intervención fue hace un año y después lo pusieron en la lista de espera de trasplantes. Llevamos esperando y rezando desde entonces, pero no ha habido donantes compatibles.
Se le termina el tiempo y quiere que me vaya y lo deje morir solo.
No puedo.
—Si… me quieres… tienes que… —Theo tose varias veces y después inhala profundamente—… irte.
Nada tiene sentido, pero hace tres días empezó a exigirme, sin explicación alguna, que hiciera las maletas. Solo me dijo que era cuestión de vida o muerte, así que hice lo que me pedía para tranquilizarlo. Sin embargo, es una locura, no pienso abandonarlo en el lecho de muerte.
Me aparto de él, confundida, porque no deja de decir cosas desconcertantes.
—¿Por qué? ¿Cómo puedes querer que me vaya justo ahora?
Una lágrima resbala por su mejilla.
—Porque vendrá a por ti.
—¿Quién? ¿Quién va a venir? Lo que dices no tiene sentido.
Theo estira la mano hacia mí y entrelaza sus dedos con los míos.
—Eres mi mejor amiga, Sophie. Cuando te quedaste embarazada, me casé contigo, cuidé de ti e hice todo lo que pude para protegerte. Ahora te pido que hagas esto por mí: llévate a Eden y sigue las instrucciones.
Me tiembla la barbilla cuando trato de contener las lágrimas.
—Sí, hiciste todo eso por mí, pero ¡fue idea tuya! Yo no te pedí nada. Eres mi mejor amigo, Theo. Con todo lo que has hecho por mí, ¿quieres que te deje morir solo?
—Sí, tiene que ser así.
—No lo dices en serio. No puedo irme ahora. Me niego a… No puedes pedirme algo así.
—No estaré solo.
—Sí lo estarás.
Sus padres no vendrán, se distanciaron de Theo hace seis años, cuando se negó a trabajar para su padre. No estaban de acuerdo con las decisiones que tomó, así que no sabemos nada de ellos desde entonces. Los llamé hace una semana, les dejé un mensaje explicándoles desesperadamente la situación, y la asistenta de su madre me devolvió la llamada para decirme que habían salido del país y que le enviarían flores. Son personas horribles.
—Nunca te he pedido mucho, Fee. —Que utilice mi apodo de la infancia hace que se me escape una lágrima—. Me lo debes por haberme obligado a casarme contigo.
Se me escapa una carcajada, pero se parece más a un sollozo.
—Siempre habías querido estar conmigo.
Pone los ojos en blanco.
—Nunca tuvimos esa clase de relación, amor.
No, la verdad es que no, pero cuando volví embarazada de Las Vegas, Theo no vaciló en ofrecerse a casarse conmigo y criar a Eden como si fuera su hija. Nuestro matrimonio es una cuestión de imagen, y nunca ha pasado nada entre nosotros. En parte, porque no soy la mujer a la que ama, aquella a la que nunca pudo tener porque se casó con otro hombre.
Es como un hermano para mí, nada más.
—No habrías podido conmigo en la cama.
Theo se ríe.
—Creo que lo has dicho al revés.
Me tumbo a su lado y le rodeo el pecho con el brazo, con cuidado de no tocar ningún cable. Me tiembla la barbilla y no dejo de llorar.
—Te amo.
—Y yo a ti. Y por ese amor puedo morir en paz, así que tienes que dejarme ir y marcharte antes de mi último aliento.
Sacudo la cabeza con rebeldía. No quiero dejarlo, no quiero que muera en esta habitación, solo. Eden y yo lo amamos y deberíamos estar con él en sus últimos momentos. Ha sido un padre maravilloso para ella y lo es todo para mí.
—Me pides que haga lo imposible.
—Mírame, Fee. —Con los ojos anegados, lo hago—. Nada es imposible cuando se trata de amor. Tienes que… Tienes que irte. No porque quieras, sino porque tengo que protegeros a ti y a Eden. Sigue todas las instrucciones.
—¿Qué instrucciones?
—Las que encontrarás por el camino.
—Estás siendo demasiado críptico.
Theo utiliza las fuerzas que le quedan para inhalar profundamente y su pecho se eleva con la bocanada. El final se acerca.
—Vete.
Un sollozo me sube a la garganta, pero hago lo imposible por contenerlo.
—¿De qué tienes tanto miedo? ¿De quién intentas protegerme?
Cierra los ojos y empieza a respirar con dificultad.
—Nos quedamos sin tiempo, por favor.
La forma en que se le quiebra la voz al final de la frase hace que mi determinación se desmorone. Quiero oponerme, negárselo y quedarme a su lado, donde prometí que estaría, pero ¿cómo puedo hacerlo? Theo me está pidiendo que me vaya. Me suplica que lo escuche y es evidente que algo está mal.
—¿Tanto miedo tienes?
—Sí, de él.
—Si me voy, tienes que prometerme que me perdonarás, que sabes que no quería irme, que lucharía contra cualquier cosa por ti. Renunciaste a tu vida por mí cuando estaba embarazada de Eden y te lo debo todo.
—No me debes nada. Me diste una niña a quien amar, y sabes que yo no habría podido tener otra hija con nadie más.
La enfermedad cardíaca de Theo es genética, y supo desde que era joven que nunca se arriesgaría a tener hijos y que heredaran la enfermedad. Eden fue una bendición que no esperaba y él fue el salvador que nunca pensé que necesitaría.
—No quiero despedirme de ti.
Me acaricia la mejilla.
—Nosotros nunca nos despedimos. Los mejores… amigos… —Theo da una bocanada y luego me sonríe—. Nunca se separan.
Apoyo la frente en la suya mientras mi corazón se amotina en contra de lo que me ha pedido que haga.
—Todavía espero que venga el médico y nos diga que hay un corazón.
—No hay un corazón para nosotros, Fee.
Lo sé. Aun así, lo deseo.
—Podría darte el mío.
—Ojalá pudiéramos compartirlo.
Otra ronda de lágrimas me resbala por el rostro, salpicando su pecho.
—¿Adónde voy a ir? —le pregunto.
—A un sitio seguro. Con alguien que te protegerá como yo no he podido hacerlo.
Theo es la persona más rica que he conocido, no me entra en la cabeza que no pueda permitirse contratar a alguien que me proteja en Inglaterra. Además, no me ha explicado nada, no entiendo cuál es el peligro que nos acecha o por qué Eden y yo tenemos que irnos. No me ha contado nada y nos quedamos sin tiempo. Por el amor de Dios, ni siquiera puedo pelearme con él y exigirle respuestas teniendo en cuenta lo mucho que le cuesta respirar.
Una parte de mí se pregunta si el peligro siquiera es real, a pesar de que él lo asegura.
—No quiero pasar el último momento que nos queda juntos discutiendo. Me dices que estoy en peligro y te creo, pero nada de esto tiene sentido. Haré lo que me pides porque siempre me has querido más de lo que merecía y nunca me has mentido. —Aunque está claro que no ha sido del todo sincero conmigo, ya que por primera noticia oigo que nuestras vidas corren peligro.
—Mírame. —Levanto la cabeza—. Mereces más de lo que he podido ofrecerte. Mereces más que el amor de un hermano o amigo, tienes que encontrar a alguien que te haga feliz, que quiera a Eden como a una hija. Prométemelo.
No quiero prometérselo, pero se muere y tampoco quiero negarle nada.
—Te lo prometo.
Me sujeta las manos entre las suyas y las estrecha.
—Cumple la promesa, Sophie. Y ahora vete. Vete y sigue las instrucciones. Todas, al pie de la letra.
Me inclino hacia él y poso mis labios sobre los suyos. Puede que nunca nos hayamos sentido atraídos sexualmente, pero siempre hemos sido cariñosos.
—Eres mi mejor amigo.
—Y tú la mía.
—Le hablaré a Eden de su padre. No permitiré que desaparezcas de nuestras vidas.
Cierra los ojos y le tiemblan los labios.
—Velaré por las dos desde arriba. —Sorbo por la nariz cuando las lágrimas empiezan a caer con más fuerza y me tiemblan las manos. No puedo hacerlo. Me resulta imposible—. Ve con cuidado, no quiero morir sabiendo que seguís en peligro. Por favor, hazme caso.
Jadeo, cada vez me resulta más complicado respirar. Theo nunca me ha hecho daño, jamás. De niños, era mi protector. Cuando mi madre empeoró, Theo estaba allí para impedir que me desmoronara. Siempre nos hemos sacrificado el uno por el otro, tengo que concederle esto, aunque me esté matando.
Hago de tripas corazón, aunque siento que me voy a romper en cualquier momento, y me obligo a ponerme en pie y arroparlo mejor. Puedo fingir que volveremos a vernos. Tengo que hacerlo para poder irme.
—Te quiero —digo con voz entrecortada.
—Te quiero, y amo a Eden. Lo siento, Fee. Siento no haber sido mejor hombre, siento dejarte con este lío, pero he intentado por todos los medios mantenerte a salvo, y ahora tienes que hacer exactamente lo que te diga.
Me limpio las lágrimas y asiento.
—De acuerdo.
Recoger mis cosas es una agonía, pero si Theo está tan preocupado, a lo mejor yo también debería estarlo. Eden es mi vida y no voy a permitir que le hagan daño.
Cuando me dirijo a la puerta es como si llevara anclas en las suelas de los zapatos, y me detengo para volver a mirarlo una vez más. Esboza una sonrisa torcida con los labios agrietados y el rostro cetrino. No voy a recordarlo así. Recordaré al niño que me dejó su mochila cuando la mía se desgarró. O al adolescente que se ofreció a acompañarme al baile porque mi novio me había dejado la noche anterior. Y al hombre que se casó conmigo y crio a mi hija tras quedarme embarazada una noche de borrachera en Las Vegas, de un hombre al que no conocía de nada. Y, después, recordaré a este hombre que, en su lecho de muerte, decidió pensar primero en nosotras y en protegernos del enredo en el que se encontraba, aunque yo no entendiera la situación.
—No pasa nada —asegura Theo.
Sí que pasa, pero me obligo a sonreír antes de llevarme las manos a los labios y lanzarle un beso.
—Te habría dado mi corazón.
Theo sonríe.
—Tienes el corazón negro y cínico, no habría sobrevivido a mi alma optimista.
La risa brota de mis labios, como las lágrimas de mis ojos.
—Descansa, Theo, todo irá bien.
Me doy la vuelta y echo a correr por el pasillo, porque sé que, si paro, volveré con él. No veo a nadie mientras me voy del hospital, pero Martin, el chófer, está esperándome y me abre la puerta del coche negro. Me lanza una mirada cómplice, sus ojos marrones están llenos de tristeza.
Cuando se acomoda en el asiento del conductor, lo miro por el retrovisor.
—Ya está. Tengo que volver a casa.
Y averiguar adónde iré a continuación.
—No lo entiendo —le digo a Martín después de ver los billetes de avión que acaba de entregarme—. ¿Por qué tengo que irme a Nueva York?
—No lo sé, señora Pearson, son las instrucciones que he recibido.
Quiero ponerme a gritar, estas instrucciones no tienen sentido. No conozco a nadie en Nueva York. No tengo familia o amigos en Estados Unidos. No tengo nada allí y ya he perdido demasiado. Hace dos horas me han llamado del hospital para informarme de que Theo ha fallecido. Se ha ido, y una parte de mi corazón se ha marchado con él. Después, la enfermera me ha dicho que sus últimas palabras han sido: «Sophie, vete».
Estoy en el aeropuerto, a punto de dejar atrás mi vida para empezar una nueva, sin tener ni idea desde dónde acecha el peligro.
Llevo a Eden dormida en brazos, por ella hago todo lo posible para no perder la compostura.
—¿Qué significa que esas son las instrucciones que has recibido? ¿Nada más? ¿Adónde voy? Theo me dijo que tenía que seguir sus instrucciones, ¡pero no me ha dado ninguna! —Exhalo y me esfuerzo por mantener la calma, no es culpa de Martin. Él solo me ha dicho lo que sabe—. Lo siento. Estoy…
—Lo entiendo, pero lo único que me han dicho es que le dé los billetes.
Supongo que esa es una instrucción.
—De acuerdo. Entonces ayúdame a entrar, por favor. —Parece incómodo ante mi petición. Levanto la cabeza para mirarlo a los ojos—. ¿Pasa algo, Martin?
—No puedo entrar con usted.
—¿Qué?
—Me despidieron en cuanto salió del coche.
Me quedo boquiabierta.
—¿Quién?
—El señor Pearson. Si no sigo las instrucciones que me dio, no recibiré la muy… generosa indemnización que me corresponde.
Por Dios, lo dice en serio. Quiero preguntarle cómo sabría alguien si me ha ayudado, pero Eden levanta la cabeza.
—Mami, ¿dónde estamos?
Le acaricio la espalda y la mezo con suavidad para que vuelva a dormirse.
—Estamos en el aeropuerto. Nos vamos de vacaciones, ¡ya verás qué divertido!
Sacude la cabeza. No, yo tampoco me lo creo, pero aquí estamos.
—¿Papi?
Oír esa simple palabra hace que quiera desmoronarme.
—Solo nosotras, cielo. Solo nosotras.
Porque tu padre se ha ido y no volverás a verlo nunca más. No puedo decírselo. No solo porque soy incapaz de pronunciar las palabras, sino también porque no quiero hacerle daño de ese modo. No cuando la estoy sacando a la fuerza de la vida que conoce.
Me vuelvo hacia Martin.
—Pues será mejor que sigas las instrucciones.
—Gracias, señora.
Deja las maletas en la acera y me dan ganas de echarme a reír, porque es imposible que yo sola pueda cargarlas todas con Eden en brazos. Pero así están las cosas.
—¿Me puedes traer un carrito? No quiero dejar el equipaje sin supervisión…
Martin esboza una sonrisa triste y después levanta una mano. Alguien se acerca a nosotros y Martin le entrega una buena propina para que nos traiga un carrito.
—Tengo que irme. Lo siento muchísimo, señora Pearson. Lo… lo lamento.
—Theo te quería mucho —respondo—. Confiaba en ti y eras importante para él.
Martin baja la mirada.
—Por eso debo irme. Me dejó muy claros sus deseos y me dijo que era de vital importancia que hiciera lo que me pedía.
—Sí, conmigo también fue así de contundente.
El hombre se acerca a nosotros y me ayuda a cargar las bolsas. Le doy las gracias y Martin se aproxima a mí para darme un insólito abrazo.
—Tenga cuidado, Sophie. —Cuando le da un beso a Eden en la coronilla, me fijo en que tiene los ojos llenos de lágrimas.
Martin ha sido nuestro chófer personal durante casi cuatro años. Fue quien me llevó al hospital cuando me puse de parto, quien procuró que Eden estuviera segura en su primer viaje en coche y, seguramente, será el último rostro familiar que vea en mucho tiempo. Lo echaré de menos.
Me obligo a sonreír y a despedirme de otra persona hoy.
—Cuídate.
Cuando vuelve a estar en los confines del coche, dejo a Eden de pie en el suelo y tomo su mano. Ha llegado el momento de ser valiente y empezar la nueva vida que Theo nos ha planeado sin decírmelo porque puede que estemos en peligro de muerte.
Suspiro, ya que es lo único que puedo hacer, y entro al aeropuerto.
Llegamos al principio de la fila y, al mirar los billetes para facturar el equipaje, me fijo en que el número de los asientos no tiene sentido y la fecha está mal.
Genial, tendré que ir al mostrador y pedir que me lo solucionen. Por suerte, no hay mucha cola y me atienden en cuestión de minutos.
—Hola, señora, ¿en qué puedo ayudarla? —me pregunta una mujer preciosa, con una melena larga y castaña.
—Hola, mi hija y yo tenemos que coger un vuelo a Nueva York, pero uno de los billetes tiene la fecha incorrecta y nos han dado asientos separados. Como ve, es una niña.
Dejo los billetes sobre el mostrador. La mujer los mira.
—Es verdad, ¿tiene la confirmación del vuelo?
—No, lo siento. Los compró mi marido. —Le entrego los pasaportes—. Aquí puede verificar nuestros nombres también.
—Deje que eche un vistazo. —Suzanna, según su placa identificativa, escribe algo en el ordenador y después pestañea—. Oh, aquí está el problema. Han cambiado el destino hace unas dos horas.
—¿Cómo?
—Sí, parece que no viaja a Nueva York. Me temo que tiene los billetes antiguos. Estos han sido cancelados y han comprado otros esta misma mañana.
No tengo ni idea de qué significa eso, pero sonrío y asiento. No me importa adónde vayamos siempre y cuando esté en el mismo vuelo que Eden.
—Deje que le imprima las nuevas tarjetas de embarque y le facture las maletas. —Suzanna vuelve a escribir y después me entrega los billetes nuevos—. Aquí tiene.
Reviso las tarjetas de embarque, que son varias, porque, al parecer, haremos escala en Atlanta antes de coger un vuelo a… Las Vegas.
¿Está de coña? Tiene que estarlo si piensa hacerme volver a Las Vegas. ¿Para qué? La última vez que estuve allí, acabé embarazada.
Todo el cuerpo me pide que me resista y que me arriesgue a quedarme aquí, pero me doy la vuelta y reconozco a alguien. Tiene una cara muy común, es un hombre como cualquier otro, pero recuerdo haberlo visto por nuestra casa hace alrededor de un año. Había algo en su mirada, algo que me preocupó.
Además, recuerdo en qué estado se encontraba Theo después de que el hombre se marchara. Estaba alterado y, cuando le pregunté por lo ocurrido, me dijo que olvidara que lo había visto.
Me pareció raro, pero Theo no volvió a hablar del asunto, así que decidí dejarlo pasar y olvidarme de ello.
Siento una angustia punzante, por lo que me vuelvo hacia la mujer.
—Gracias. Si alguien pregunta, por favor, dígale que vamos a Nueva York. —Echo un vistazo por encima del hombro y, cuando vuelvo a mirar a Suzanna, ella asiente.
Se forma una especie de conexión tácita entre nosotras.
—Todos huimos de algo, cielo.
Sí, supongo que sí, aunque yo no tenga ni idea de qué huyo ni adónde me dirijo.
Eden y yo nos dirigimos hacia el control de seguridad, ya no veo al hombre, y empiezo a plantearme si estoy perdiendo el contacto con la realidad cuando alguien se choca contra mí desde el lateral y me vuelca el equipaje de mano.
—Lo siento mucho.
—No pasa nada… —Entonces, veo que es él, el hombre de antes, y el nudo del estómago se me acrecienta. Sonríe y me recoloca el equipaje.
—Eres Sophie, ¿verdad?
El corazón me late a mil por hora, pero disimulo la ansiedad y asiento.
—Sí, ¿nos conocemos?
—Eso pensaba. Sí, nos conocimos hace unos meses. Soy amigo de Theo, ¿está por aquí?
No sabe que ha muerto.
—No, no viaja con nosotras.
Noto que no me ha dicho cómo se llama. No lo recuerdo, pero sigue acercándose y tengo que mantenerme firme y dejar de retroceder.
—Qué mala suerte, intenté hablar con él el otro día.
—Ah, ¿sí? ¿Cuál es tu nombre? Puedo llamarlo y decirle que intentas ponerte en contacto con él.
—Joe.
—Vale, Joe… ¿Tienes apellido? —Mantengo el tono tranquilo y suelto una risita para ocultar el nerviosismo.
—Webb.
Joe no ha hecho o dicho nada que parezca fuera de lo normal, pero… hay algo, aunque no pueda explicarlo. Me siento incómoda, y he tenido un día muy duro.
—Se lo diré. Ahora, si me disculpas… —Intento rodearlo, pero vuelve a moverse.
—Quería preguntarte, ¿qué tal fue la cena benéfica de anoche?
Eden intenta soltarme la mano y utilizo la distracción para apartar la mirada de él. Cuando miro por encima de la niña, descubro que alguien más a quien también he visto en casa se acerca a nosotros. Fue hace unos dos meses y vino a traerle un paquete a Theo.
Algo está mal.
No es una coincidencia. Por primera vez desde que Theo me contó que estábamos en peligro, lo creo.
Cojo a Eden en brazos sin soltar la maleta.
—Tengo que irme. Lo siento, pero vamos a perder el vuelo.
Me escabullo en dirección contraria al segundo hombre cuando veo que un tercero se dirige a nosotras. Su mirada se encuentra con la mía y gira la cabeza bruscamente, como si no quisiera que le viera la cara. Están cada vez más cerca, tengo que irme… Ya.
Avanzo por el centro del pasillo, rezando para salir de esta.
Theo, Dios, o quienquiera que sea, debe de estar vigilándonos desde arriba, porque un policía pasa cerca. Lo llamo y se detiene.
—Sí, señora, ¿puedo ayudarla?
Me esfuerzo por regular la respiración mientras me invade una oleada de alivio.
—¿Podría ayudarme? Mi hija está enferma y tengo que ir al control de seguridad. Le agradecería mucho que se quedara conmigo por si hay algún problema.
Me mira como si estuviera como una cabra, lo cual es probablemente cierto ahora mismo, pero acepta a regañadientes. Cuando miro por encima del hombro, los tres hombres nos observan y agradezco que nos alejemos de ellos.
* * *
—Hola, señora Pearson.
Un hombre se nos acerca y decido aferrar a Eden contra mi pecho. Nadie debería saber que estamos en Las Vegas. Después del susto en Londres he estado volviéndome loca y han sido cuatro días de viaje muy largos y agotadores. Sacudo la cabeza.
—Lo siento, se equivoca de persona. —Tengo que practicar más el acento americano, pero lo he hecho lo mejor que he podido. Ha sonado a algo entre Los Soprano y un pirata. El hombre sonríe.
—Soy Jackson Cole. Me ha contratado su marido, Theo Pearson. —Me enseña una especie de identificación, pero, hasta adonde a mí me concierne, podría ser uno de los hombres peligrosos que me persiguieron en Londres y esto ser una treta. Sacudo la cabeza y empiezo a alejarme de él, pero, antes de que me haya ido demasiado lejos, vuelve a hablar—. Me dijo que le dijera… «taco de cabra».
Noto que el corazón se me calma un poco.
—¿Disculpe? ¿Qué acaba de decir?
—«Taco de cabra». —Jackson se encoge de hombros—. Nunca pregunté el motivo, pero me aseguró que usted sabría lo que significa.
Intento relajar mi temblorosa barbilla.
—Lo sé, y si se lo dijo él… Bueno, eso ya es algo.
Significa que es de fiar. Mientras Theo estuvo ingresado en el hospital de niño, nos inventábamos juegos o bromas que solo conocíamos nosotros. Un día, había tacos en el menú y Theo y yo, haciendo el tonto, nos inventamos que había cabra para comer. Aquello se convirtió en una broma recurrente entre nosotros cada vez que uno de los dos estaba disgustado. La utilizábamos para hacer reír al otro.
—Soy el propietario de una de las empresas de seguridad de élite de los Estados Unidos. Su marido contrató nuestros servicios hace tres años con un anticipo, por si esto acababa siendo necesario.
—¿Por si acababa siendo necesario, el qué?
—Que la protejamos y le demos respuestas.
Por fin alguien iba a explicarme qué estaba sucediendo.
—¿Qué respuestas tiene, señor Cole?
—Cuando lleguemos al coche le contaré lo que pueda. ¿Me permite que la ayude con las maletas primero? —pregunta.
Aprecio la oferta más de lo que imagina. Tuve que apañármelas sola en Atlanta y por aduanas. Después descubrí que no viajábamos a Las Vegas, sino que íbamos a coger un tren hasta Charlotte, desde donde se suponía volaríamos hasta Vegas. Cuando llegamos a la puerta de embarque, nos informaron de que habían cancelado el vuelo y teníamos que ir al mostrador de atención al cliente para recibir más información. No esperaba que Carol, una amiga del trabajo de Theo de Atlanta, nos estuviera esperando allí para darnos nuevas instrucciones y acompañarnos a un coche. Nos llevaron a otro aeropuerto, en el que nos esperaba un avión privado que sí nos llevaría a Las Vegas. Ha sido una pesadilla y Eden y yo hemos tenido, como mínimo, dos pataletas cada una. Estamos agotadas y la idea de seguir así nos supera.
Aunque preferiría que me diera las respuestas primero, es un gesto de amabilidad que necesito.
—Me vendría genial, muchas gracias.
Jackson lleva las maletas mientras yo recorro el aeropuerto con Eden hasta un todoterreno negro con ventanillas tintadas. Aminoro la marcha porque no conozco al hombre y no tengo ni idea de adónde vamos. ¿Y si es de los malos?
Abre el maletero y mete las maletas mientras yo me quedo allí plantada, planteándome si debería darme la vuelta y echar a correr.
—¿Qué garantías necesita? —pregunta Jackson.
—¿Cómo?
—Parece preocupada y lo entiendo. Está en un país nuevo, no sabe muy bien qué ocurre, su marido ha muerto y no me conoce. Me preocuparía que no tuviera dudas. No pretendo obligarla a subir al coche, Sophie. Quiero que confíe en que las protegeré, a usted y a su hija, que es para lo que me contrataron.
Me toqueteo el labio inferior y después encuentro las palabras que buscaba.
—Tiene que decirme adónde vamos y en qué estaba metido mi marido exactamente.
—Iremos a Idaho, donde nos reuniremos con un miembro de mi equipo. Él les conseguirá nuevas identidades a usted y a Eden y después las escoltará hasta donde Theo quería que se quedaran.
—¿Por qué no nos acompaña usted?
Jackson sonríe con tristeza.
—No puedo. Por el momento, debo evitar el lugar que eligió.
—¿Hizo usted algo ilegal allí? —pregunto.
—No, pero tengo amigos que sospecharían si me presentase allí al mismo tiempo que usted, y eso las dejaría a usted y a Eden vulnerables, así que no lo haré. Se requeriría una mentira muy elaborada y eso no es factible. Las mentiras siempre acaban saliendo a la luz. Debemos adherirnos a la verdad en la medida de lo posible y evitar complicaciones.
Me echo a reír.
—Ni siquiera sé cuál es verdad.
—Quizá sea lo mejor. La ignorancia puede ser su salvación. ¿No es mejor que no sepa nada si la interrogan?
Aparto la mirada porque mi frustración no va más que en aumento y amenazan con desbordárseme las lágrimas.
—¿Cómo se sentiría si esta fuera su vida, señor Cole? Su mejor amigo muere y no puede ni sostener su mano en su último suspiro. Después, le piden que lo deje todo atrás, sin contexto ni dinero. Se sube a un avión porque tiene que ir a un lugar en el que nadie lo conozca y acaba en un sitio del que no tiene muy buenos recuerdos solo para que le digan que tiene que marcharse otra vez. Es como si…
Jackson se apoya en la parte trasera del vehículo.
—¿Como si qué?
Resoplo.
—Como si intentáramos evadir todo lo que soy.
—Es exactamente lo que estamos haciendo. Alguien podría haberla rastreado nada más aterrizar. Los trayectos que está realizando son para asegurarnos de que, si alguien la está vigilando, como Theo pensaba que podía suceder, ya le haya perdido la pista. Viajar en coche, cambiar sus identidades y volver a movernos nos permite borrar todavía más el rastro para que así no tenga que seguir huyendo.
Eden levanta la cabeza cuando la muevo.
—Tengo hambre, mami.
—Lo sé, cariño. Iremos a por comida, te lo prometo.
Mira a Jackson.
—Hola.
—Hola, Eden. Me llamo Jackson. —Le sonríe.
Eden entierra la cabeza en mi cuello y esbozo una sonrisa.
—Le cuesta un poco coger confianza.
—Lo entiendo. Tengo dos hijas.
Por algún motivo, eso me reconforta.
—Y si fuera su hija la que estuviera mi pellejo, ¿qué haría?
Jackson se cruje los nudillos.
—Lo triste es que mi mujer y mis hijas son conscientes de que su mundo podría venirse abajo en cualquier momento. Mi trabajo conlleva sus riesgos y nos preparamos para afrontarlos, que es lo que hizo Theo. El error que cometió fue no compartir los riesgos con usted y con Eden hasta antes de morir, algo con lo que estoy en absoluto desacuerdo. Si usted fuera mi mujer o mi hija, le diría que confiara en su instinto. Si cree que miento o que soy una amenaza, no entre en el coche, pero si confía en mí y le basta con la frase que le he dicho al principio, tenemos que irnos.
Mi instinto. Dios, no sé qué pensar, pero sabe lo de los tacos. Eso tiene que significar algo, ¿no?
Doy un paso hacia él y abre la puerta trasera. Hay una sillita para Eden, así que la ato y me dirijo al otro lado del coche para sentarme junto a ella.
—Estoy confiando en usted, señor Cole. Por favor, no haga que me arrepienta.
—¿Otro más? —pregunto a la enfermera jefa que entra mientras recojo mis cosas para terminar la jornada. Vamos ayudar a Blakely, la mujer de Emmett, a trasladarse a su nuevo despacho en la calle principal y, como siempre, voy tarde.
Se encoge de hombros y me entrega algo.
—Parece que alguien te quiere mucho.
Nadie me quiere. Soy un divorciado adicto al trabajo que se niega a aceptar el amor o tomarse un descanso. O, por lo menos, eso es lo que dice Mamá James, la mejor tía del mundo, cada vez que saca el tema, que es a diario.
—¿Has guardado la caja? —pregunto al coger el paquete.
Me fulmina con la mirada.
—¿Te parece que trabajo en el mostrador de recepción?
Suspiro.
—Tienes muchas agallas.
—Doctor James, soy la enfermera jefa de una de las plantas más activas del hospital. Me ocupo del personal, de los médicos, de los pacientes y de las familias. Tengo una horda de responsabilidades y mi sueldo no es acorde a ellas. Por no mencionar que la mayoría de los médicos trata a mi equipo como a la mierda de sus zapatos. Las agallas surgen de años de hostilidad acumulada hacia la gente que cree que tengo tiempo para ocuparme de recaditos. Y, sin embargo, lo único que a ti te importa ahora mismo es que me niego a ocuparme del paquete en el que venía un regalo.
Intento que la bronca no me resulte cómica, porque gran parte de lo que ha dicho es cierto. La pisotean en todos los turnos. Yo soy uno de esos médicos que respeta y admira a los enfermeros. Trabajan más duro que la mayoría y no reciben el reconocimiento que merecen por ello. Aun así, soy nuevo aquí y tengo que asegurarme de que no me pisoteen a mí.
—Lo entiendo, solo era una pregunta. No os trato ni a ti ni a tu equipo como algo que se me haya pegado en el zapato. Valoro al personal de enfermería y agradecería recibir el mismo trato a cambio. No subestimo vuestro trabajo, sé lo que hacéis por mí y por los demás médicos.
Baja un poco los hombros.
—Gracias por tus palabras.
—Lo digo en serio, Trina, sois los que hacéis que el hospital se mantenga a flote y que los doctores quedemos bien.
Se le escapa una sonrisa.
—Preguntaré por la caja.
Levanto la mano.
—No hace falta. Seguro que no nos diría gran cosa y tienes… —Intento recordar lo que ha dicho y sonrío cuando me viene a la mente—. Una horda de responsabilidades. No quiero añadir otra más a tu lista.
A Trina se le humedecen los ojos, pero debe de ser la luz, porque todo el mundo dice que solo es capaz de sentir una emoción… La irritación. Sacude la cabeza y la humedad en sus ojos desaparece.
—Eres el hombre más listo que conozco, doctor James.
—¿Puedes repetirlo en unos treinta segundos? —pregunto mientras rebusco en el escritorio.
—¿Cómo? ¿Por qué?
—Tengo que buscar la grabadora para reproducirlo cada vez que alguien diga lo contrario.
Ella se carcajea y le sonrío. Nunca olvido el consejo de Mamá James sobre atraer a las moscas con miel. Trato a todo el mundo con respeto y espero que sea recíproco. Como residente, aprendí también que los enfermeros son tus mejores aliados. Lo oyen todo, se acuerdan de todo el mundo y pueden salvarte el culo cuando lo necesitas. Y lo he necesitado.
Aunque nunca me había ganado a una enfermera jefa con tanta rapidez. Son huesos duros de roer, pero… venga, aceptaré la victoria.
—Debería volver —dice, mientras mira hacia la puerta.
—Gracias por traérmelo.
—De nada.
Trina se va y me siento en el escritorio para volver a leer la postal. Desde que volví a Rose Canyon mi vida ha sido… rara. Primero asesinaron a mi mejor amigo, su hermana perdió la memoria, la recuperó y se casó con mi otro mejor amigo, Spencer. A todos nos sorprendió, porque nadie sabía ni que estuvieran saliendo. Unas semanas más tarde, descubrí que mi otro mejor amigo, Emmett, también nos ocultaba cosas, porque su puñetera mujer se presentó en el pueblo.
Y, por si todo eso fuera poco, empecé a recibir estos paquetes tan raros.
El primero contenía una miniatura de la torre Eiffel y una postal del Gran Cañón. El segundo paquete llegó después del incidente en el que dispararon a Emmett, y traía una postal de Las Vegas con la misma redacción que la primera postal, y la estatuilla de una pirámide egipcia. Pero este último…, este último es distinto. Contiene un recuerdo del Big Ben, sin nada en común con los otros dos regalos, excepto el hecho de que ninguno tiene sentido, y una postal que reza:
El paquete está a punto de llegar y tienes que recogerlo.
8675300183.
¿Qué puto paquete? Gruño y lanzo la postal sobre el escritorio.
—¿Va todo bien? —pregunta una voz femenina desde la entrada.
—Hola, Kate. Sí, todo bien.
La doctora Kate Dehring es la nueva jefa de la unidad de salud mental. Intenté convencer a mi amigo Mike Girardo, el médico que ayudó a Brielle cuando perdió la memoria, de que se quedara, pero el hospital no cumplía con sus requisitos salariales. Por suerte, llegó Kate y ha hecho un montón de cambios, todos para mejorar.
El hospital no está mal, pero apenas tiene presupuesto.
—Pagaría por escuchar lo que estás pensando.
Me río y entra en la consulta.
—No podría cobrarte mucho. ¿Qué te trae por aquí?
Kate le da unos toquecitos al escritorio y suspira profundamente.
—Necesito consejo.
—Menudo cambio debe suponer para ti, normalmente eres tú la que lo ofreces.
Sonríe y se acomoda de lado el pelo largo y castaño.
—Es cierto, pero el experto en este ámbito eres tú.
—Siéntate. ¿En qué puedo ayudarte?
—Quiero crear un programa infantil en el centro juvenil en el que trabaja tu amiga. Sería para ayudarlos a lidiar con los problemas de la vida y también con el duelo. La gente no suele pensar en los niños y sé que cuando tu amigo murió no habían muchas opciones para recibir terapia. Me gusta la idea de organizar algo así para los niños.
Me reclino en la silla.
—El instituto consiguió buenos psicólogos para los alumnos.
—Sí, por eso estaría bien que pudiéramos tratar varias áreas de conflictos familiares, el duelo, la exposición a las drogas y a la violencia… Ya sabes, cosas muy comunes.
—Podría comentárselo a Brielle —ofrezco.
—Sería maravilloso. Inicié un programa similar en Texas y muchas familias agradecían tener un lugar al que acudir en busca de ayuda y orientación.
—Me gusta la idea. Veré qué puedo hacer.
Kate se pone en pie.
—Gracias, Holden, te lo agradezco.
—De nada. He quedado con mis amigos ahora, así que se lo mencionaré a Brielle.
Cojo el abrigo y salgo del hospital antes de que llegue el misterioso paquete. No me gustan los juegos, ya he tenido suficientes a lo largo de esta vida. De camino a la oficina nueva de Blakely, intento olvidarme del tema y concentrarme en ayudar a mis amigos.
Me ponen a trabajar en cuanto llego. ¿En qué? En montar el escritorio.
¿Qué pasa con las instrucciones de los muebles? ¿Son confusas e imposibles de entender a propósito? Añaden un tornillo de medio milímetro al paquete sin especificar nada y, de algún modo, tenemos que saber dónde va. Y, para colmo, es de esa tienda que todo el mundo conoce y adora, así que seguirán comprando allí a pesar de las incomprensibles instrucciones.
—¿Por qué tardas tanto con el escritorio? —pregunta Blakely, la irritante esposa de Emmett. Dejo el cajón, que, por cierto, he montado al revés, en el suelo.
—Por nada.
—¿Necesitas instrucciones para montarlo?
Sí, que estén en mi idioma, pero no se lo digo. Tengo que seguir con la falsa bravuconería para no tener que sufrir sus burlas durante un mes.
—Soy un puñetero cirujano. Puedo montar un escritorio.
Sin embargo, Blakely no se lo traga. Sonríe con suficiencia al ver el cajón, claramente mal montado.
—Pues hazlo de una vez, jolín.
Se va a enterar. Me dispongo a responderle, pero la capulla de la mujer de mi otro mejor amigo baja la mirada al suelo y después la desvía hacia mí.
—¿Necesitas las instrucciones?
Lo que necesito es nuevos amigos que se casen con mujeres que no sean irritantes.
Dudo que ocurra. Lanzo el destornillador, que ni siquiera funciona porque esa marca no utiliza herramientas normales, y me pongo de pie.
—A ver, listillas, ¿por qué no lo intentáis vosotras si podéis hacerlo más rápido?
—Yo no he dicho nada. Qué gruñón estás. —Brie levanta las manos en un gesto de rendición.
—Sí, sí, lo estoy. —Porque, una vez más, nadie da importancia a que tenga un acosador y se meten conmigo por querer respuestas. Pues vale, no necesito al departamento de Policía cuando tengo a Blakely. Es investigadora privada y, ahora mismo, estoy aquí, trabajando gratis, es lo justo—. Oye, Blake, ¿te apetece ponerte a investigar un poco?
Emmett sacude la cabeza.
—Eres tan dramático, de verdad.
—¿Dramático? ¿Yo? Y lo dice el señor «Fingiré mi propia muerte y haré que todo el mundo mienta por mí». —Lo miro y espero a que responda, pero cierra el pico—. O, mejor me lo pones, ¿recuerdas cuando Blakely se fue con el psicópata y tú te pusiste histérico?
—Me habría encantado ver cómo reaccionarías tú ante esa situación —replica Emmett.
—Lo que quiero decir es que no tienes derecho a ponerme a parir, colega.
—¿Sobre qué discutimos? —Spencer entra en escena.
—Holden quiere que investigue una cosa y a Emmett le fastidia que no se lo haya pedido a él —responde Blake.
—¡Se lo pedí! —exclamo mientras lanzo una mirada asesina a su marido—. Acudí a él la primera vez, también la segunda, y ahora recurro a Blakely, ya que él no está dispuesto a ayudarme.
—¿Qué ponía en la última? —pregunta Spencer.
Le entrego la postal y la lee antes de pasársela a Blake.
—«El paquete está a punto de llegar y tienes que recogerlo». ¿Qué crees que significa?
—A lo mejor es una bomba —sugiere Brie, que no ayuda en nada.
Emmett se echa a reír.
—A lo mejor es la esposa que pidió por correo.
Uy, se ha metido en un buen lío. Blake lo fulmina con la mirada.
—No tiene gracia, piensa en donde nos encontramos.
Siguen discutiendo hasta que Spencer interviene. Es el que tiene la mente más analítica de todos nosotros, es envidiable cómo resuelve puzzles. Si me traes a alguien que se está desangrando, lo arreglaré. Si me envías a alguien con un sarpullido muy raro, yo me ocupo, pero cuando se trata de este tipo de cosas… No.
Ese es su punto fuerte.
—Las tres postales son del área de Las Vegas —comenta.
—Ya sabemos lo mucho que adoráis la ciudad de Las Vegas —se burla Brie.
—Nadie adora Las Vegas, lo único que hicimos fue sobrevivir a ella —interviene Emmett.
Y que lo digas.
Después de la que liamos en Las Vegas, me sorprendió que Addison no cancelara el compromiso con Isaac.
Cómo lo echo de menos, joder.
Era el mejor hombre he conocido. Siempre dispuesto a ayudar y nunca pedía nada a cambio. Su despedida de soltero fue épica y, aunque acabamos con el agua hasta el cuello, al final valió la pena.
—¿Alguien ha pensado que los demás pagamos los platos rotos de Isaac? —pregunta Emmett a Brielle.
—No, pero he oído que tú fuiste el peor de todos.
Spencer sonríe.
—Lo fuiste, admítelo.
—No recuerdo una mierda.
Emmett es un mentiroso. Se acuerda perfectamente. Soy yo el que el que tiene lagunas enormes en su memoria e historias que ni siquiera sé si son verdad.
—Centraos, cabrones. El que no recuerda nada de Las Vegas soy yo. Perdí el conocimiento.
Emmett se ríe.
—Sí, te encontramos en el baño con la polla fuera.
Spencer asiente.
—En el baño de mujeres.
Hay varias cosas de las que nunca me voy a librar. Bebimos demasiado. No comimos nada. La cagamos y, al parecer, me follé a una chica en el baño de una discoteca. Blakely se acerca a Emmett.
—Estoy impaciente porque me cuentes tu versión de los hechos.
—Lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas.
Empiezan a ponerse morritos y no lo soporto. Todos han pasado de estar solteros a ser como cachorritos enamorados de la noche a la mañana. Me alegro por ellos, pero por Dios, que paren ya.
—Tenéis que iros de luna de miel de verdad —espeto, cuando empiezo a sentir nauseas al ver que se dan golpecitos en la nariz.
—O tú tienes que encontrar una mujer dispuesta a casarse contigo y ser feliz de una vez.
—Pues vete olvidando. No quiero mujer ni hijos. Estoy perfectamente feliz con mi vida de soltero, libre de estrés.
Por no mencionar que ya he estado casado y sé lo molesto que es pasar por un divorcio. Preferiría no complicar las cosas y, si evito el matrimonio y los hijos, lo conseguiré.
Antes de que podamos seguir discutiendo, una mujer llama a la puerta. Es bajita, rubia y tiene aspecto de haber pasado por un infierno, pero, madre mía, es imponente. Recorre la habitación con sus ojos azules mientras se aferra a la mano de una niña pequeña.
Otra pobre mujer que intenta escapar. Por Dios, ojalá pudiera hacer más por ellas.
—Disculpen, quería saber si podían ayudarme —dice con acento británico.
Blake se acerca a ella rápidamente.
—Hola, soy Blakely, la directora de Acude a Mí. Este es mi marido, el sheriff Maxwell, y ellos son Brielle, Spencer y Holden, es médico si necesita ayuda. ¿Cómo se llama?
Su mirada se cruza con la mía de inmediato y veo una mezcla de alivio y miedo en sus ojos.
—¿Holden?
Me acero a ella con paso prudente para no asustarla.
—Sí, me llamo Holden James. Soy cirujano y puedo ayudarla si está herida.
La mujer sacude la cabeza.
—No, no estoy herida. Físicamente no, por lo menos.
No aparta la mirada azul de la mía y me analiza como si me conociera. La voz suave de Blakely interviene en la conversación.
—¿Es su hija?
La mujer mira a la niña.
—Sí, se llama Eden.
—Hola, Eden, me llamo Blakely. ¿Te apetece comer algo?
Eden mira a su madre y después vuelve a desviar la mirada hacia Blakely antes de sonreír un poco. Blake se lo toma como un sí y se acerca a uno de los armarios a por una barrita de cereales. Cuando vuelve, la pequeña se aleja un poquito y se aferra a la pierna de su madre.
Me quedo ahí parado observándolas. Hay algo en la mujer que me resulta familiar, pero no caigo. ¿Puede que haya sido paciente mía?
Bajo la mirada a su hija, que tiene los ojos grandes y castaños, con destellos de color avellana. Después le miro la nariz, que se parece a la de mi hermana. De hecho, es igualita a Kira cuando tenía su edad.
La mujer vuelve a hablar.
—Lo siento, normalmente es bastante habladora, pero hemos tenido unos días muy difíciles y, cuando llegamos al pueblo, nos dijeron que aquí encontraríamos a Holden James.
—¿Me buscaba a mí? ¿Nos conocemos?
Se coloca un mechón rubio detrás de la oreja.
—Me llamo Sophie Pearson. Nos conocimos hace unos años, por aquel entonces me llamaba… Bueno, eso da igual, no intercambiamos nombres aquella noche.
—¿Fue paciente mía?
Está justo ahí. Pero no consigo acordarme.
—No. —Sacude la cabeza antes de coger a la niña en brazos—. Pero nos hemos visto antes y, aunque no estaba segura de por qué me habían enviado aquí, ahora lo entiendo un poco mejor.
—¿Y cuándo nos conocimos? —pregunto.
—Hará un poco más de tres años.
Tres años.
Vuelvo a mirar a Eden y hago algunos cálculos, porque la pequeña tiene la nariz de los James. Y me mira de una forma que…
Por Dios.
—¿Dónde? —le pregunto rápidamente—. ¿Dónde nos conocimos?
—En Las Vegas.
En cuanto entramos a la trastienda, siento como si tuviera las piernas de gelatina, y ya la he cagado. En cuanto he dicho mi nombre me he dado una bofetada mentalmente. Ya no puedo seguir siendo Sophie Pearson. Eden y yo tenemos nombres y pasaportes nuevos. Nuestra anterior vida ya no existe y ahora somos Sophie y Eden Peterson, así que haré todo lo posible por recordarlo a partir de ahora.
Cuando Zach Barrett, un empleado de la empresa de seguridad Cole, nos trajo hasta aquí, nos explicó que era imprescindible que fuera cautelosa al confiar en la gente y que siempre utilizara el nombre nuevo. Sin embargo, ¿quién puede culparme por el desliz? Toda esta situación me ha dejado patidifusa.
«Ay, Theo, ¿qué has hecho?».
Me ha enviado a un pueblito a encontrar al padre de Eden, y tengo más dudas de las que nadie podrá resolver jamás.
Holden y yo nos miramos fijamente. Es muy guapo, y me reprendo a mí misma por pensarlo siquiera. El pelo oscuro y enmarañado, y la barba incipiente que le cubre las mejillas lo hacen muy atractivo. Apenas lo recuerdo de aquella noche, pero hay algo familiar en sus ojos. Son como los de Eden.
—Tengo muchas preguntas, pero no sé ni por dónde empezar —dice Holden, que se aparta el pelo castaño hacia atrás. Suspira y después me mira—. Primero, tengo que preguntarte, ¿estás bien?
—Es una pregunta muy difícil de responder ahora mismo. —Hago girar mi anillo de matrimonio y empiezo a caminar de un lado a otro—. No, no lo estoy. Ha sido… Bueno, todo esto es muy confuso, y creo que debería decirte, por si no lo has adivinado ya, que después de nuestra noche en Las Vegas me quedé embarazada.
Holden traga saliva y asiente.
—Lo suponía.
—Bueno. Supongo que, como eres médico, ya habrás hecho los cálculos. Aun así, es tuya.
—¿Y has decidido venir a buscarme después de todo este tiempo?
No lo he decidido yo.
—No tenía ni idea de que iba a venir aquí a encontrarte. Lo ha organizado todo mi marido.
—¿Estás casada? —pregunta.
Esto, definitivamente, no va muy bien. Estoy metiendo la pata a diestra y siniestra.
—Creo que debería empezar por el principio, porque no hago más que cagarla.
—¿Mami? —me llama Eden desde la mesita, donde ha estado pintando un libro de colorear que alguien le ha dado—. Quiero ir con papá.
De todas las cosas que podría haber dicho… Me acerco a ella, me agacho y le pongo las manos sobre las suyas.
—Ya lo sé, cariño. Yo también, pero no es posible. —Le aparto el pelo rubio hacia atrás—. Tengo que hablar con nuestro nuevo amigo, ¿puedes pintar un poquito hasta que lo solucione todo?
Pedirle a una niña de tres años que coloree durante más de un minuto es una causa perdida, pero necesito todo el tiempo que pueda concederme.
—Vale, mami.
—Gracias, cielo.
Eden empieza a dibujar y yo me acerco de nuevo al hombre al que nunca creí que volvería a ver.
—No puedo contarte mucho hasta que estemos solos, pero te haré un resumen. —Me pongo de pie y me preparo para contarle tres años de historia lo más rápido que pueda. Seguro que va fenomenal—. No estaba casada cuando nos conocimos, pero dos meses después de… Las Vegas, descubrí que estaba embarazada. Mi padre acababa de morir y mi madre no fue muy amable durante el duelo. Bueno, tampoco lo era antes. Me exigió que me deshiciera del bebé para asegurar que mi futuro marido, al que habían escogido mis padres, quisiera casarse conmigo. Me negué, así que me echó de casa. Theo y yo éramos amigos de la infancia y él tenía una cardiopatía genética de la que sabíamos que moriría. Se ofreció a casarse conmigo, a criar a mi hija como si fuera suya y a proporcionarnos una vida que él no podía compartir con nadie más. Era joven y me habían educado con la idea de que tener un hijo fuera del matrimonio era una sentencia de muerte en nuestro círculo. Theo me salvó de todo aquello.
—Vaya, qué buen amigo… La verdad, no sé muy bien qué decir.
Me aferro a la primera parte de su respuesta.
—Lo era. Era el mejor y, aunque nunca estuvimos casados en el sentido literal de la palabra, disfrutamos de lo bueno de un matrimonio. —Se me escapa una lágrima y le doy la espalda. No sé cómo seguir sin Theo.
—Deduzco que ha fallecido por el problema de corazón —dice Holden antes de ponerme la mano en el hombro.
Me vuelvo a mirarlo y las lágrimas me nublan su atractivo rostro.
—Hace cuatro días, y… Es cuando vine aquí a petición suya.
—¿Cuatro días? —Holden abre mucho los ojos.
—Sí, es una larga historia, pero me pidió que siguiera todas las instrucciones y me han traído hasta aquí.
—Así que, ¿él sabía quién era yo?
Me río, sin humor alguno.
—Eso parece.
—Vaya. —Se rasca la parte posterior de la cabeza—. Estoy sin palabras.
—Yo también. Sigo sin saber qué está pasando.
Hace cuatro días, estaba casada y vivía en Kensington. Tenía una casa preciosa, amigos y, lo más importante, estaba a salvo.
Ahora todo eso ha evaporado. Cada parte de mi existencia ha muerto y estoy perdida.
Holden asiente.
—¿Y cómo lo llevas?
—No muy bien. Hace nada estábamos celebrando Navidad y ahora… estamos aquí. Así que no, no lo llevo muy bien.
Me sonríe.
—Ya imagino. ¿Y qué se supone que tienes que hacer ahora?
Lo único que me dijeron es que viniera y lo encontrara, así que esperaba que él fuera el plan o supiera qué debía hacer a continuación.
—Dímelo tú.
—Eh, no lo sé. Ni siquiera sabía que vendrías o que existieras. Bueno, sabía que existías, dado que… —Echa una mirada a Eden—… nos hemos visto antes, pero no sabía cómo te llamabas y, sinceramente, estábamos bastante borrachos. Muchas veces pensé que me había imaginado nuestro… encuentro.
Aquella no fue mi mejor noche. Fui a Las Vegas de vacaciones con mi compañera de piso. Se suponía que iba a ser un viaje memorable. Nos divertimos, me lo estaba pasando bien, pero, en nuestro último día, mamá llamó y se enfadó porque me había ido de Londres sin permiso, como si no fuera ya una adulta de veintitrés años. Empezó a reprocharme que era muy irresponsable que me tomara una semana para gozar de mi vida. Me gradué la primera de la clase en la universidad y merecía divertirme un poco, aunque a ella no parecía importarle. Me puso de mal humor, pero era la última noche que pasábamos en Estados Unidos, así que accedí a ir a la discoteca Garden of Eden con Joanne y pasármelo bien.
Y obtuve mucho más que eso… Un bebé después de un rollo de una noche en un baño.
—¿Tienes alguna carta o algún plan?
Holden sacude la cabeza.
—No sé a qué te refieres.
—Theo dio instrucciones a todas las personas que nos hemos cruzado por el camino. Pensaba que tú también las tendrías.
—Lamento decirte que no.
Genial. Como si la situación no fuera ya un desastre…
—No sé nada de ti excepto que eres médico. ¿Estás casado? ¿Tienes más hijos?
Sacude la cabeza.
—No, ninguna de las dos cosas.
Algo es algo. Empiezo a preguntarle si sale con alguien, porque no creo que un médico atractivo esté soltero, pero, antes de que pueda acabar, Eden se levanta y se acerca a nosotros.
—¿Quién eres?
Se me acelera el corazón y desvío la mirada hacia él.
—Es nuestro amigo, Holden. ¿Puedes decirle hola?
Se aferra a mí, pero lo saluda con la mano.