Leyendas II - José Zorrilla - E-Book

Leyendas II E-Book

José Zorrilla

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Beschreibung

Segundo volumen que recopila las leyendas de José Zorrilla, poemas en clave de ficción basados leyendas castellanas, a modo similar a como ya hiciese Gustavo Adolfo Bécquer en su obra homónima, pero desde un punto de vista lírico. -

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José Zorrilla

Leyendas II

TOMO II

Saga

Leyendas IICover image: Shutterstock Copyright © 1901, 2020 José Zorrilla and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726561876

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 3.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

Esta obra es propiedad de su editor, el cual ha hecho el depósito marcado por la ley, ante la que perseguirá toda reproducción del texto ó de sus ilustraciones.

EL ESCULTOR Y EL DUQUE

ilustraciones

DE D. DANIEL URRABIETA VIERGE

portada alegórica y composiciones decorativas

DE D. ARTURO MÉLIDA

I

Año de más ó de menos,

Si no miente mi memoria,

Mil quinientos veintidós

Corren, y una tras de otra

Por la preferencia luchan

Las muy exquisitas obras

Con que un escultor de Italia

Admira Sevilla toda.

Sin dar tiempo á que se olvide

La fama que una le cobra,

Reputación y caudales

Siempre la última le dobla.

Siempre dél espera el vulgo,

Y siempre el vulgo se asombra

Al ver el nuevo prodigio

De su mano creadora.

No hay rico que no le encargue,

Ni comunidad, por corta

Ó pobre que sea, á quien

Una efigie no se rompa.

Que habiendo por precisión

De buscar quien la componga,

Más vale hacer otra nueva,

Siquiera por la mejora.

Aquí tienen una Virgen,

Pero es de mano muy tosca;

Allí un crucifijo, y bueno,

Pero la cruz es muy corta.

Acá un San Juan de rodillas,

¡Cosa estupenda! Mas sobran

Dos líneas de la peana

Y nunca bien se acomoda.

Allá hay una Magdalena,

¡Soberbia estatua! ¡gran cosa!

Mas dicen que por desnuda

No es imagen muy devota.

Y así cada cual encuentra

Pretextos que le ocasionan

Del taller del florentino

La visita rigurosa.

Y así su fecunda mano

Sin darse descanso brota

Para uno un San Aquilino,

Para otro una Dolorosa.

Y no es que maña ó agrado

Emplee, pues fama goza

Que dar crédito pudiera

Al pirata Barbarroja.

Alto, vigoroso, altivo,

Aire audaz, mirada torva,

Barba crecida hasta el pecho,

Aliento recio y voz ronca,

Mejor que artista parece

Bandolero, y más importa

Guardarse de él, que guardar

Sus estatuas primorosas.

Alcanza fuerzas hercúleas,

Cólera mucha y muy pronta,

Y son de largos sus hechos

Lo que sus frases de cortas.

No se acompaña con nadie,

Ni á nadie contó su historia;

Ni los valientes le arredran,

Ni á los que callan provoca.

Es con las damas cortés,

Y aunque frío con las mozas,

No es con ninguna grosero,

Y retrata á las hermosas.

Es largo con los soldados,

Que las armas le enamoran;

Saluda siempre que alcanza

Las banderas españolas;

Y aunque con todos severo,

Jamás los chicos le enojan,

Aplaude á los revoltosos

Y acaricia á los que lloran.

Lo mismo el sayo se ciñe

Que se revuelve la cota,

Lo mismo sacude el mazo

Que sacude la tizona,

Y sin que aperciba grande

Diferencia de uno á otra,

Lo mismo sierra un madero

Como una cabeza corta.

Extranjero, y sin su gente

Que en su lengua le responda,

Que le recuerde sus gustos

Ó le llore sus zozobras,

Ni conoce jerarquías,

Ni distingue de personas;

Jamás su trabajo lleva

Quien pródigo no le compra.

Ni tiene ni quiere amigos,

Que por experiencia propia

Sabe que muy raras veces

Los que no cansan, no estorban.

Y si los negros recuerdos

De sus pesares le acosan,

Obscureciéndole el alma

Como tempestades torvas

Que con negros nubarrones

Al són del viento se agolpan,

Con la fatiga del cuerpo

Los duelos del alma ahoga.

Y el pensamiento en Florencia,

La ambición puesta en su gloria,

Para vivir solo y triste

Todo lo demás le sobra.

II

En un claustro de un convento,

Como á las tres de una tarde,

Hay gran reunión de gente,

Toda atenta y toda grave.

Tornados tienen los ojos

Todos á la misma parte,

Los nobles y el populacho,

Los soldados y los frailes.

De cuando en cuando se escucha

Murmullo y cortadas frases

De los que no han visto y llegan,

Y de los que ven y parten.

Unos dicen: «¡Brava pieza!»

Dicen otros: «¡Cosa grande!»

Y se empujan y encaraman

Los de atrás en los de alante.

Uno alaba los contornos,

Lo leve otro del ropaje,

Otro las manos del niño,

Otro el rostro de la madre;

Quién dice que la cabeza

Es un prodigio; admirable

Dice otro que es la invención,

Citando reglas del arte;

Y todos al par confiesan

Que ella es de las más cabales

Obras que á pública vista

Se han puesto cien años hace.

El que no entiende ve y calla,

Y en ver hace lo bastante,

Que al buen callar llaman Sancho,

Y sobre ver esto baste.

Lo más que á alguno le ocurre,

De los muchos que no saben,

Es, volviéndose á algún monje,

Preguntar: — ¿Quién lo hizo, padre?

Á lo que, con voz sonora,

Dice satisfecho el fraile:

— Se le encargó á un italiano,

¡Y es gran cosa! Bien lo vale.—

Como quien dice: — ¡Se compra

Porque no habrá quien lo pague! —

Y el vulgo que atento lo oye,

Se queda á obscuras como antes.

Fuése al fin disminuyendo

La concurrencia, y la imagen

Quedó cercada en el claustro

De unos cuantos personajes,

Todos ellos gente hidalga

Si se exceptúan los padres

Del convento, que les ríen,

Y lo que dicen aplauden.

Mas entre todos hay uno

Cuyo exterior respetable

Decoran altas insignias

Civiles y militares,

Que con mirada severa

Y desabrido semblante

Mirando estuvo gran trecho

La escultura venerable.

Y recogidos los párpados,

Fruncido el ceño, fugándose

Las miradas de los ojos

Cual si mucho le pesase

Que sospechen de la estatua

Lo que piensa ó lo que sabe,

Está en situación confusa,

Difícil é inexplicable.

Mostráronle una tras otra

Las bellezas y bondades

De la estatua, lo armonioso

De la escultura y lo fácil;

La expresión y el movimiento

Del conjunto, y de las partes

El desempeño y estudio,

Todo á cual más estimable.

Mas él á las advertencias

Contestando con señales

De atención poco expresivas,

Contemplábala el semblante.

Y á fe que el de la Madonna

Era cosa de admirarse,

Rostro peregrino y bello

En efigie cuanto cabe.

Representóla el artista

Sonriendo al tierno infante

Que la colocó en los brazos

Á su pecho alimentándose.

Reía el niño y mirábala,

Sonreía ella mirándole,

Y revelaban entrambos

El placer más entrañable,

Él libando de sus pechos

Néctar dulcísimo y suave,

Ella dándole la esencia

De su purísima sangre.

Y en situación tan sencilla,

Verdadera é inefable,

Que era imposible sin lágrimas

Á sangre fría mirarles.

Por último, anocheciendo

Y necesaria faltándoles

Luz, se apartaron del claustro

Los hidalgos y los frailes.

Cerraron cuidosamente

La puerta con dobles llaves,

Y hasta el pórtico salieron

Tras el frío personaje,

Que devolvió sus saludos

Con atentos ademanes,

Como quien tal los merece

Y harto en recibirlos hace.

Quedaron en pie los monjes

Hasta que volvió la calle,

Y él dió el brazo á un caballero

Que deja que le acompañe.

III

Cerraba espesa la noche

Fría, y amagando lluvia,

Por lo que aprietan el paso

Y los embozos se cruzan,

Y entre el rumor de sus huellas,

Entrecortada y confusa

De los dos nobles á trozos

La conversación se escucha.

—¿Qué os ha parecido, Duque?

— Exquisita es la escultura.

— Mucha atención la pusisteis.

—¿Lo echasteis de ver?

— Sin duda.

Más de una hora habéis estado

Delante de ella.

— Me gusta;

Y, os lo confieso, Marqués,

Á estar hoy en venta pública...

— ¿Eso os detiene? pedidla.

Vos sois en Sevilla...

— Nunca;

Eso fuera prevalerme

De mi posición, segura

Mi ganancia, y pues los monjes

La obra encargaron, ya es suya.—

Siguieron cruzando calles,

Tomando señas en unas,

Equivocándose en otras,

Como quien camino busca,

Y al cabo de muchos pasos

Y equivocaciones muchas,

Llegaron frente una casa

De una callejuela obscura.

— Aquí vive,—dijo el Duque.

— ¿Quién?

— Alabo la pregunta.

— ¿Me habéis dicho adónde vamos?

— ¿No?

— No.

— Pues muy oportuna

Es la ocasión para verlo.—

Y á una violenta y ruda

Aldabonada, la puerta

Estremecida retumba.

Oyéronse en la escalera

Pasos, y por las junturas

Penetró la luz movible

Con que por dentro se alumbran.

— ¿Quién es? — preguntó dulcísima

Una voz suave que anuncia

Una mujer, cuya forma

Aún á la vista se oculta.

— Hidalgos, — dijo el de fuera.

— ¿Y á quién los hidalgos buscan?

— Al escultor Torrigiano.

¿Vive aquí?

— Sin duda alguna.—

Se abrió la puerta, y entrando

Los dos hidalgos á una,

Sus dos ánimas quedaron

Estupefactas y mudas.

Y aunque expresión muy diversa

Muestran sus rostros, acusan

Los dos el asombro interno

Con que sus afectos luchan.

Y á fe que asombro merece

Lo que á contemplar se agrupan,

Lo que aún á creer no aciertan

Pasmados de la aventura.

Porque asida al picaporte

Y á la luz trémula y turbia

De una bujía, que al soplo

Del aire brilla insegura,

Delante sus ojos tienen

Bella aparición nocturna,

De la Madonna del claustro

La exactísima figura.

Aquel peregrino rostro,

Aquella trenzada y rubia

Cabellera, aquellos ojos

Que al cielo el color anublan,

Aquella sonrisa de ángel

Tan celestial y tan pura,

Aquellos brazos tornátiles

Y aquellas manos menudas,

Son ¡vive Cristo! las mismas

De la divina escultura,

Y ello será brujería,

Pero ambas á dos son una.

Mirábanse el uno al otro

Los hidalgos, y confusa

Mostrábase ella, su espanto

Sin saber á qué atribuya,

Hasta que el Duque el embozo

Bajando, la faz ceñuda

Mostró á la luz, y la niña

Conociéndola se turba.

— ¡Hola! — dijo aquél subiendo—

Mucho de casas te mudas. —

Y ella contestó cerrando:

— Ya veis, Don Juan, que era mucha

La exposición de vivir

Á solas con mi fortuna.—

— ¡Hém! — dijo el Duque lanzando

Una tos seca y profunda.—

No es mala tu compañía

Si mucho tiempo te dura.—

Y mascullando otra tos

Que la garganta le anuda,

Llegó á una sala cuadrada

Donde el florentino estudia.

Púsose en pie el escultor,

Y arrimando dos sitiales,

Excusó ceremoniales

Hablando en este tenor.

torrigiano

¿Á qué fortuna merezco

El honor de esta visita?

duque

Á un señor que necesita

Una obra, y os la ofrezco.

torrigiano

Acepto, si la sé hacer

Á gusto de esa persona.

duque

Es copia de una Madonna

Que habéis concluído ayer.

torrigiano

¿El tamaño?

duque

A vuestro gusto,

Como me la hagáis igual;

La semejanza cabal

Es en ella lo que ajusto.

¿Aceptáis la condición?

torrigiano

Si no es como la prometo,

Á dárosla me someto

Sin gozar retribución.

Pero si igual ha de ser,

Francamente os quiero hablar,

Tengo allí que retratar

Á mi hijo y mi mujer.

duque

¡Cómo!

torrigiano

Tuve ese capricho

En la que ayer concluí,

Y á no ser la estatua así,

Es imposible lo dicho.

duque

¿Y ese amante desvarío

Puedo yo culparos? No.

Haré vuestro gusto yo,

Si vos me cumplís el mío.

Callaron por un momento

Como quien recela ó duda,

Y un punto consigo mismo

Su resolución consulta.

Y el hidalgo y el artista,

Que uno de otro se aseguran,

Al mismo tiempo dejando

Su actitud meditabunda,

Cambiaron, como por prendas

De la confianza última,

Esta respuesta el hidalgo

Y el artista esta pregunta:

torrigiano

Pues que no anduvimos parcos

De explicaciones los dos,

¿Me diréis si es para vos?

duque

Llevádsela al Duque de Arcos,

¡Que no os pesará por Dios!

IV

Y yendo y viniendo días,

Y sin tregua el escultor

Trabajando, á los cuarenta

La Madonna se acabó.

Copia completa y exacta

De la Madonna anterior,

Hija de la misma mano

Y la misma inspiración.

Cifra en que el fogoso artista

Su cariño formuló,

Fué el suspiro postrimero

Que exhaló su corazón.

Porque el arte es un amigo

Benigno y consolador

Que paga con un instante

Muchos años de aflicción.

Es un suave y encantado

Y aromático licor

Que el brío rejuvenece

De la perdida ilusión,

Que provoca el entusiasmo,

La esperanza y el amor,

Y vuelve á encender el fuego

De la fe que se apagó.

Es un bálsamo escondido

Del ánima en un rincón,

Que cicatriza las llagas

Que la desventura abrió.

Y hay un sacro y absoluto

Momento de bendición,

En que el placer del artista

Lo concibe sólo Dios.

Pues no halla la mariposa

Con tanto gusto una flor,

Ni halla la floresta el ave

Que de la jaula escapó,

Ni halla afanada la abeja

La miel de que vaga en pos,

Ni halla el mísero cautivo

La luz que ver no esperó,

Con tan intensa y tan pura

Celestial satisfacción

Como halla el cansado artista

Lo que él á solas creó.

Es un sueño venturoso

Que en alas de la ilusión

Muestra al alma un ignorado

Paraíso encantador.

Es el beso de una madre

Al hijo que le nació,

Por cuya vista ha sufrido

Largas horas de dolor;

Que le ama más, cuanto más

La cuesta su posesión;

Y... no hay símil de ambas cosas

Más exacto ni mejor.

___________

Y pues su linda Madonna

Torrigiano concluyó,

En ese cielo del arte

Dejemos al escultor.

___________

Á la mañana siguiente

La preciosísima efigie

Esperaba al Duque de Arcos

Que acabara de vestirse;

Y mientras miran y admiran

Lacayos y ministriles

La verdad y la hermosura

De la inanimada Virgen,

En la retirada calle

Donde Torrigiano vive

Está pasando otra escena

Que no es justo que se olvide.

Dejemos al noble Duque,

En armas y amor insigne,

Que la divina escultura

Enamorado acaricie;

Dejemos al florentino,

Que de su mano recibe

Repleto saco, que augure

Horas tras su afán felices;

Y entrémonos en su casa,

Donde su amorosa Tisbe

Está á la reja esperando

Que dé la vuelta el artífice.

No se sintió por su ausencia

La esposa nunca tan triste,

Ni de su inquietud secreta

La extraña razón concibe;

Mas su ardiente pensamiento

Mil sobresaltos la finge,

Y el corazón con mil ansias

No acierta qué vaticine;

Y ello es un hondo misterio

Y un arcano incomprensible,

Mas tiene presentimientos

El corazón infalibles.

Mirando estaba impaciente

De la calle los confines,

Por ver si llega más pronto

Ó más pronto le apercibe,

Cuando un hombre que se acerca

Rápido, con mano firme

Tira un papel por la reja

Y contestación la pide.

En vano tal osadía

Querido hubiera impedirle,

Y en vano algunas palabras

De justo enojo le dice.

El hombre pasa y no escucha;

Le llama..., le grita y sigue;

Y allá hacia el fin de la calle

Vuelve á pararse impasible.

Á poco rato el mismo hombre

Paso á paso se dirige