Lo quiero todo - Katee Robert - E-Book

Lo quiero todo E-Book

Katee Robert

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Beschreibung

Aunque su ex le había destrozado la autoestima, había llegado el momento de que Lucy Baudin retomase las riendas de su vida. Como abogada era una profesional atrevida y firme, pero en el dormitorio necesitaba inspiración para despertar su faceta seductora. Pedirle ayuda a su amigo Gideon Novak estaba mal… ¡y al mismo tiempo, estaba deliciosamente bien!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Katee Hird

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Lo quiero todo, n.º 4 - noviembre 2018

Título original: Make Me Want

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-946-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Si te ha gustado este libro…

 

 

 

 

 

 

Para Tim

 

Las segundas oportunidades conducen a las mejores historias.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Gideon Novak había estado a punto de cancelar la reunión. Lo habría hecho si tuviera un ápice de honor. Algunas cosas de este mundo eran demasiado buenas para él, y Lucy Baudin ocupaba uno de los primeros puestos de la lista. Saber de ella en aquel momento, dos años después de…

«Céntrate en los hechos».

Ella había llamado y él había contestado. Tan sencillo como eso.

El bufete de Parker and Jones estaba igual que la última vez que había entrado por la puerta. Aquel pequeño ejército de abogados se ocupaba de delitos de cuello blanco —sobre todo aquellos que pagaban bien—, lo cual quedaba patente en todos los elementos del interior. Colores relajantes y líneas marcadas proyectaban confianza y creaban un efecto tranquilizador.

Paredes azul pálido y líneas intensas no servían para rebajar la tensión que iba creciendo en su pecho a cada paso.

No solía firmar contratos con bufetes. Como cazatalentos, prefería ceñirse a las tecnológicas, corporaciones de empresas emergentes o, literalmente, cualquiera que no fuera abogado. Eran demasiado controladores y querían meterle mano a todos los detalles, y a cada paso del camino. Eran como un grano en el culo.

«Es por Lucy».

Mantuvo su expresión facial bajo control en lo que tardó el ascensor en subir al piso. Cuando la conoció, tenía su despacho en la sexta planta, donde probaba su valía ocupándose de los casos que no eran lo bastante interesantes como para que los otros abogados experimentados les dedicaran su tiempo, pero que al mismo tiempo eran lo bastante importantes como para no poder rechazarlos. El ascensor iba ya por el piso diecinueve, solo un par por debajo de Parker and Jones en persona. Le había ido bien en los dos años que habían pasado desde la última vez que se habían visto. Muy bien.

El ascensor abrió sus puertas en una espaciosa sala de espera que en realidad no parecía una sala de espera. Cuanto más dinero tenía la gente, más cuidado había que poner para tratar con ella, y la zona de la cafetera, los sofás distribuidos por aquel espacio y las revistas de economía lo reflejaban. El acceso al corredor estaba defendido por una gran mesa y una mujer de edad con canas en la cantidad exacta para que resultasen elegantes en su cabello oscuro. Resultaba sorprendente. Se había esperado una recepcionista rubia de bote, o quizás una morena, si se dejaban llevar por el espíritu aventurero.

Pero entonces la mujer alzó la cara y tuvo la sensación de estar viendo a un general que pasara revista a sus dominios. Ya. Así que habían elegido a alguien a quien no se pudiera avasallar, si el ojo no le engañaba. Que resultaba útil para mantener a los clientes cuidadosamente ordenados.

Se detuvo delante de la mesa esforzándose por no parecer amenazador.

—Vengo a ver a Lucy Baudin —anunció.

—Le está esperando.

Y volvió a su ordenador.

Dedicó medio segundo a preguntarse qué cualificación tendría y si estaría abierta a cambiar de empresa, antes de dejar a un lado el pensamiento. No era el mejor modo de empezar la reunión con Lucy robándole a la recepcionista.

Se había pasado la semana anterior intentando dar respuesta a la pregunta de por qué Lucy lo habría buscado precisamente a él. Nueva York rebosaba cazatalentos. Él era bueno —mejor que bueno—, pero teniendo en cuenta su historial, seguro que había podido encontrar a alguien mejor para ese trabajo.

«También podrías haber dicho que no».

Pues sí, podría haberlo hecho.

Pero estaba en deuda con Lucy Baudin. Mantener una reunión no era nada comparado con el hecho de que él solito había prendido fuego a su futuro matrimonio.

Llamó a la puerta de madera oscura al tiempo que la abría. El despacho era grande y luminoso, con unas hermosas ventanas por las que se colaba Nueva York, y como único mobiliario, una gran mesa en forma de ele y dos sillas con aspecto de ser cómodas colocadas delante. Echó un rápido vistazo a la estancia antes de centrarse en la mujer que ocupaba el otro lado de la mesa.

Lucy permanecía erguida, con los hombros tensos, como si estuviera a punto de lanzarse al campo de batalla. Llevaba su melena oscura en un recogido aparentemente fácil pero que seguramente requería un buen rato elaborar. La vio levantar la cara, lo que le hizo reparar en su boca. Las facciones de Lucy eran demasiado marcadas para poder ser calificada de belleza tradicional —habría podido ganar una pasta en las pasarelas—, pero tenía una boca generosa de labios gruesos que siempre tendía a la sonrisa.

Pero aquel día, nada de sonrisas.

—Lucy.

Cerró la puerta a su espalda y esperó a que ella tomara las riendas de la situación. Ella lo había convocado. No le resultaba natural dejar que fuera otra persona la que lo guiase, pero por ella haría el esfuerzo.

Al menos, hasta que le hubiera expuesto sus motivos.

—Gideon. Siéntate, por favor.

Señaló las sillas que había delante de su escritorio.

Quizás ella pudiera fingir que aquella era una entrevista de trabajo más, pero él no podía dejar de mirarla. Llevaba un vestido gris oscuro que realzaba la blancura de su piel y la oscuridad de su pelo, dejando el protagonismo del color a sus ojos azules y sus labios rojos, un conjunto que creaba una imagen sorprendente. Aquella mujer era un regalo del cielo. Siempre lo había sido.

«Pero tú lo jodiste todo cuando la echaste. Céntrate».

No había concertado aquel encuentro por su pasado. Si ella podía mostrarse profesional, él también se las arreglaría. Era lo menos que podía hacer.

Se acomodó en la silla y se inclinó hacia delante hasta apoyar los codos en las rodillas.

—Dices que esta reunión es por un trabajo.

—Exacto —un ligero rubor tiñó sus blancas mejillas, y las pecas que las moteaban se iluminaron—. Es confidencial, por supuesto.

No había sido una pregunta, pero la contestó de todos modos.

—No he preparado un acuerdo de confidencialidad, pero puedo hacerlo si necesitas que sea oficial.

—No será necesario. Tu palabra me bastará.

La curiosidad creció. Ya había tenido clientes en otras ocasiones que habían insistido en la confidencialidad —en realidad era más la regla que la excepción—, pero en aquel caso tenía una sensación diferente. Dejó a un lado el pensamiento y se centró en el trabajo.

—Lo mejor sería que me describieras el puesto que quieres cubrir. Me daría una idea general de lo que buscas, y a partir de ahí podremos centrar la búsqueda.

Ella lo miró directamente a los ojos, y el azul de los suyos brilló.

—El puesto que necesito cubrir es el de marido.

Gideon movió la cabeza. Tenía que haber oído mal.

—¿Perdón?

—Un marido —repitió, levantando la mano izquierda y moviendo el dedo anular—. Antes de que pongas cara rara, deja que me explique.

No había puesto ninguna cara. Un marido. «¿De dónde narices se piensa que voy a sacar un marido?». Iba a preguntarle exactamente eso, pero Lucy se le adelantó.

—El momento no es el ideal, pero me han llegado rumores de que están considerando mi candidatura para ser socia a finales de año. Aunque algo así sería motivo de celebración, en la vieja guardia hay quien se opone vehementemente a las mujeres solteras —elevó la mirada al techo, el primer gesto típico en Lucy que la había visto hacer desde que había llegado—. Sería risible de no ser porque se interpone en lo que quiero conseguir, pero he visto cómo a Georgia la dejaban en la cuneta el año pasado precisamente por eso.

Estaba hablando en serio…

Respiró hondo, e intentó enfocar aquello con lógica. Resultaba evidente que Lucy había reflexionado detenidamente sobre todo aquello, y si estaba equivocada, no por eso tenía él que propinarle una bofetada verbal. Aquella Lucy, tan perfecta y serena, quedaba a años luz de distancia de la última vez que él la había visto, sollozando, rota, pero eso no cambiaba el hecho de que ambos eran las dos mismas personas. Tenía que poder manejar aquello con calma y hacerla entrar en razón.

Pero lo que salió de su boca no fue precisamente sereno y razonable.

—¿Es que has perdido la cabeza, Lucy? Soy un cazatalentos, no un casamentero. Y aunque lo fuera, casarse para conseguir un ascenso es un disparate.

—¿Lo es? —se encogió de hombros—. Mucha gente se casa por razones mucho menos válidas. De hecho, yo misma estuve a punto de casarme por amor, y los dos sabemos cómo terminó todo. No tiene nada de malo enfocar el matrimonio como un acuerdo comercial… muchas culturas lo hacen.

—Pero no hablamos de otras culturas, sino de ti.

Volvió a alzar los hombros, como si no le importase lo más mínimo, y él detestaba esa fingida indiferencia, pero no tenía el más mínimo derecho a decírselo.

—Esto es importante para mí, Gideon —continuó ella, mirándolo directamente a los ojos—. No sé nada de niños —me gusta mi trabajo, y tener hijos podría interferir con él—, pero estoy sola. No estaría mal tener a alguien junto a quien volver cuando llegue a casa, aunque no sea un amor que haga temblar la tierra. Especialmente si no lo es.

—Lucy, eso es una locura —cada palabra que ella pronunciaba abría brecha en la barrera de profesionalidad que tanto le estaba costando mantener—. ¿Dónde demonios voy a encontrarte yo un esposo?

—En el mismo sitio en el que encuentras a gente que ocupe determinados puestos. Haz entrevistas. Estamos en Nueva York —y si tú no puedes encontrar a un hombre soltero que al menos esté dispuesto a considerar mi propuesta, entonces es que nadie podrá hacerlo.

Gideon iba a decirle con todo lujo de detalles hasta qué punto era imposible cuando la culpa se le agarró a la garganta y ahogó sus palabras. Aquel plan era una mierda, e imaginarse a Lucy en un matrimonio sin amor le irritaba tanto como el papel de lija en la piel, pero no era asunto suyo.

Y, en parte, era culpa suya que siguiera soltera.

Demonios…

Se incorporó. Daba igual lo que le pareciera aquel plan porque, en el fondo, estaba en deuda con ella. Sabía que el cerdo de Jeff la había engañado, pero había tardado todo un mes en decidirse a decirle la verdad. Esa era una deuda que no se iba a condonar así como así, y si había acudido a él era porque debía haber agotado las demás opciones, así que decirle que no, no iba a hacerla desistir… simplemente, buscaría otra vía.

En el fondo no tenía otra opción. Sí, habían pasado dos años desde la última vez que la había visto, pero eso no cambiaba el hecho de que él la consideraba una amiga, y nunca dejaba colgado a un amigo cuando este lo necesitaba. Era posible que su moral fuera cuestionable en muchas cosas, pero precisamente en la lealtad no lo era.

Lo necesitaba. Encontraría el modo de ayudarla aunque no hubiera estado en deuda con ella.

Por lo menos, si no estaba metido en aquella locura, dispondría de margen para protegerla. Podría hacerlo como no había podido hacerlo del dolor que Jeff le había causado.

Si idear un plan como aquel significaba que estaba loca, él lo estaba todavía más por acceder a ello.

—Lo haré.

 

 

Lucy no se podía creer lo que acababa de salir de sus labios. Era demasiado bueno para ser cierto. Intentar reclutar a Gideon Novak para que la ayudara en su plan había sido un intento a la desesperada: él era la única persona en la que confiaba para intentar algo tan peculiar como la búsqueda de un marido, pero en el fondo no se había atrevido a pensar que iba a aceptar.

«Ha dicho que me va a ayudar». La sorpresa fue tal que la dejó muda durante cinco segundos. «Di algo. Ya sabes lo que dice el dicho: fíngelo hasta que lo logres. No es más que otra prueba. Céntrate».

Carraspeó.

—Perdona, ¿has dicho que sí?

—Sí —respondió, mirándola fijamente a la cara con sus ojos oscuros de espesas pestañas, algo que siempre le había envidiado en secreto. Gideon era demasiado atractivo para su gusto. Pelo oscuro, cortado siempre en ese estilo que ella solo sabía calificar de desenfadado, mandíbula fuerte y boca firme, un conjunto que no la habría dejado dormir de no mantenerlo estrictamente confinado en la zona de «amigos».

«Antes era así».

Apartó ese pensamiento porque dejarse caer por la conejera de desesperación que era su relación con Jeff Larsson era algo que de ninguna manera iba a hacer. La relación había terminado, y su amistad con Gideon había sido un efecto colateral.

Hasta el momento presente.

Gideon se movió en su asiento, devolviéndola al presente.

—¿Y exactamente cómo has pensado proceder con todo esto?

Para eso sí que tenía respuesta. En realidad, había pasado casi demasiado tiempo revisando los pasos necesarios para lograr su objetivo con las mínimas molestias: un marido y un ascenso.

—He pensado que podías preparar una lista de candidatos adecuados. Yo saldría con cada uno una o dos veces, y reduciríamos la lista a tres.

—Ajá —murmuró, repiqueteando con los dedos sobre una de sus rodillas.

El gesto arrastró la mirada de Lucy al sur de la cara de Gideon. Llevaba un traje de tres piezas que habría resultado demasiado formal para aquella reunión, pero él se las arreglaba para rebajarle la seriedad, y el tejido de raya diplomática gris sobre gris le daba un aire del viejo mundo, como si fuera un personaje sacado de Mad Men.

Y por suerte para ella, su sentido de la moralidad era más elevado que el de Don Draper, el protagonista de la serie.

Se obligó a no moverse en el asiento por el empuje de su atención. Había sido fácil mostrarse distante y profesional mientras le comunicaba las líneas maestras de su propuesta —lo había practicado del mismo modo que hacía con la declaración inicial y final en un juicio ante un jurado. Pero meterse en los detalles esenciales del plan y de las acciones que había que emprender era algo completamente distinto.

—Estoy abierta a tus sugerencias, por supuesto.

«Ahí lo tienes… mírame. Mira qué razonable puedo ser».

—Por supuesto —asintió él, como si acabase de decidir algo—. Si vamos a hacerlo, será con mis normas. Yo elegiré a los candidatos y supervisaré las citas. Y si no me gusta alguno, tendré derecho a veto.

¿Derecho a veto? Eso no formaba parte del plan.

—No —respondió, negando con la cabeza—. De ninguna manera.

—Tú has acudido a mí, Lucy. Eso significa que confías en mi buen juicio —la miró con tanta intensidad que tuvo la sensación de que su propia piel se le había quedado pequeña—. Estos son los términos.

Términos. Demonios. Se había olvidado de lo más importante… aunque tampoco tenía por qué ser lo más importante. Él no sabía que formaba parte del plan, de modo que aún no era tarde para dar marcha atrás.

Pero si lo hacía, el miedo tan hondo que llevaba arraigado del tiempo con su ex nunca sería exorcizado y se pasaría el resto de la vida —y su posible matrimonio— batallando contra las dudas sobre sí misma y su marido. La volvería loca y acabaría por envenenarlo todo.

No podía permitir que ocurriera, por humillante que le resultaba haber tenido que pedir ayuda a Gideon.

A duras penas apartó la mirada de él y tiró del bajo de su falda antes de decir:

—Hay una cosa más.

—Te escucho.

Un repentino sudor le había humedecido las palmas de las manos y las colocó abiertas encima de la mesa.

—¿Estás saliendo con alguien?

—¿Y eso qué demonios tiene que ver con todo esto?

Tenía todo que ver. Las relaciones de Gideon nunca habían ido más allá de un par de semanas, pero los últimos años podían haberlo cambiado. Para la segunda parte de su plan, era de vital importancia que ese cambio no se hubiera producido.

El Gideon al que ella conocía había sido su amigo, sí, pero también había sido la encarnación del término playboy. Nunca salía con nadie en serio. No maltrataba a ninguna mujer, pero tampoco pasaba mucho tiempo con la misma. Había oído rumores en la universidad sobre su maestría en el dormitorio, tan legendaria que muchas eran las que pasaban por alto el hecho de tener una fecha de caducidad en cuanto él mostraba el más mínimo interés.

Para resumir: era perfecto para su situación.

Solo tenía que encontrar la fuerza necesaria para pronunciar aquellas condenadas palabras. Se obligó a no mover las manos.

—Voy a necesitar… clases.

—Lucy, mírame.

Indefensa, obedeció. Se encontró con que la miraba con el ceño fruncido, como si pretendiera leerle el pensamiento.

—Vas a tener que explicarme de qué narices estás hablando.

Resultaba mucho más difícil decirlo si la estaba mirando, así que apretó los labios.

Se había enfrentado a los abogados más agresivos de Nueva York, así que tenía que ser perfectamente capaz de enfrentarse a Gideon Novak.

«Conoces las palabras. Las has practicado lo suficiente».

—Necesito lecciones en materia de sexo.

Él se quedó tan inmóvil que podría haberse vuelto de piedra, así que continuó.

—Será un matrimonio acordado, pero va a ser un matrimonio de verdad. Y como no me apetece que otro prometido vuelva a engañarme, el sexo tendrá que formar parte del acuerdo. Ha pasado mucho tiempo, y tengo que afinar mis habilidades en ese campo.

«Para no mencionar que el único hombre con el que me he acostado era Jeff, y él nunca dejaba pasar la oportunidad de decirme lo poco inspiradora que encontraba nuestra vida sexual. O que me culpase a mí de su infidelidad por ser incapaz de satisfacer sus necesidades».

Lo que Jeff pensara ya no dictaba su vida, pero mentiría si dijera que sus palabras ya no la perseguían, que no habían tenido un peso específico en el celibato que duraba ya dos años. Había disfrutado del sexo, y creía que él también. Si tan equivocada podía estar en algo tan fundamental, ¿qué iba a impedir que volviera a fracasar?

No, no podía permitirlo. Si confiaba lo suficiente en Gideon para que la ayudase a encontrar marido, tendría que confiar también en él para que crease un espacio seguro en el que enseñarle algo que obviamente necesitaba aprender para ser una esposa eficaz. Los rumores que circulaban sobre su destreza sexual solo servirían para endulzar el acuerdo, porque tenía experiencia de sobra para poder guiarla en un curso exprés de seducción.

Aún no había dicho nada.

Lucy suspiró.

—Sé que es mucho pedir…

—Te voy a parar los pies en este instante —cortó, poniéndose en pie y abrochándose la americana—. Te pasaré la factura de la búsqueda de marido. Será la misma tarifa que utilizo para un cliente normal. Yo no soy un trabajador del sexo, Lucy. No puedes agitar una varita mágica y adquirir experiencia en lo que tú quieres.

Hizo cuanto pudo por no encogerse. «Ya sabías que era un tiro al aire».

—Entiendo.

—Dicho esto… —movió la cabeza como si no pudiera creerse las palabras que él mismo pronunciaba, ni las que pronunciaba ella—. Ven a mi casa esta noche y hablamos. Después, ya veremos.

Eso… no era un no. Tampoco era un sí. Pero, sobre todo, no era un no.

—De acuerdo.

No se atrevió a decir más por miedo a que cambiase de opinión. «No me puedo creer que esto esté pasando». No parecía hacerle ninguna gracia haberle hecho la invitación. De hecho, hasta parecía furioso.

—A las siete —sentenció, clavándole la mirada—. Ya sabes mi dirección.

No era una pregunta, pero aun así, asintió.

—Allí estaré.

—No te retrases.

Y salió del despacho.

¿Qué era lo que acababa de pasar? Se estremeció. Lo que acababa de pasar era que Gideon Novak había accedido a ayudarla. Su reputación profesional decía que siempre lograba al profesional perfecto, y la personal, que tenía cuanto hacía falta para que su matrimonio fallido arrancase como debía ser.

«Ha dicho que sí».

Teniéndole a él en su rincón, no cabía posibilidad de fracasar.

El ascenso era suyo. Ya lo podía sentir.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Nadó largos y más largos hasta que tembló de agotamiento, pero no le sirvió de nada. Lo único que podía ver era la expresión anhelante de Lucy mientras aquellos labios pecadores pronunciaban las palabras que habría matado por escuchar tiempo atrás. Enséñame. La atracción que sentía por esa mujer solo le había acarreado problemas, y al parecer había doblado la apuesta al no decirle que no, que es lo que debería haber hecho, en lugar de decirle que viniera a su casa.

Para poder hablar.

Sobre cómo darle clases de follar.

Salió de la piscina y se quedó de pie. Había estado preparado para decirle que no, tanto a lo de la búsqueda de marido como a las lecciones, pero lo que había hecho al final había sido invitarla a su casa. ¿De qué demonios iba todo esto?

«Lo sabes perfectamente».

Deseaba a Lucy.

La había deseado desde el momento mismo en que la vio en aquel abarrotado bar de Queens seis años antes. Tenía un aspecto tan fresco aun llevando algunas copas encima que supo que había algo especial en ella.

Pero la mala fortuna quiso que Jeff Larsson pensara lo mismo que él, y ese bastardo le ganó la partida al completo: se presentó, la conoció, salió con ella y le propuso matrimonio.

Él lo había intentado todo para alegrarse por su mejor amigo —y para refrenar el deseo por la mujer de su mejor amigo—, pero nunca lo había conseguido del todo. Daba igual con cuántas chicas saliera, porque su corazón nunca había estado implicado. Cuando Jeff hizo un comentario de pasada sobre lo que parecían gustarle las morenas con pecas, había aparcado las relaciones más largas y sus interacciones a una sola noche.

Se duchó y se vistió rápidamente. Le iba a costar llegar a su casa antes de que ella llegase, pero algo tenía que hacer para atemperarse y no correr el riesgo de tirar por la borda la precaución. La tentación de tener a Lucy en su cama, aunque fuera por una razón de mierda como aquella…

Si lo hiciera, sería bastardo y medio.

No. Iba a comprar comida para llevar, se sentaría con ella para dar cuenta de su cena china favorita y le daría una a una todas las razones por las que el sexo entre ellos no era una opción. Se mostraría sereno y razonable, y utilizaría los argumentos que fueran necesarios para hacerle entender por qué. No necesitaba lecciones. Ningún hombre de sangre caliente y un instrumento operativo iba a tener problemas con lo que Lucy tuviera que ofrecer.

Aceleró el paso al imaginarse a otra persona despertándose todas las mañanas a su lado. Al imaginarse a otro en las largas noches hundido entre sus muslos, piel húmeda contra piel húmeda…

Mierda.

Se volvió a mirar el gimnasio, considerando seriamente cancelarlo todo y pasarse tres horas metido en la piscina. Igual si estaba demasiado agotado, la furia que le ahogaba cada vez que se la imaginaba con otro hombre cesaría.

Pero no iba a ser así.

Si saber que su mejor amigo estaba con ella le había sido difícil de digerir —incluso antes de que el muy idiota hubiera empezado a tirarse a quien se le pusiera a su alcance— no iba a sentirse mejor porque fuera un desconocido. No había modo de evitarlo. Lucy iba a seguir adelante con el plan tanto si él accedía como si no. Igual conseguía hacerla desistir de lo del sexo, pero no iba a conseguir convencerla de que no necesitaba marido.

Le había fallado con Jeff. Aun siendo su mejor amigo, Gideon no se había percatado de los signos de advertencia hasta que era ya demasiado tarde —y aun entonces había dudado durante todo un mes antes de darle la noticia—. En resumen, que la había cagado bien y le había costado su amistad, algo que valoraba más de lo que se había podido imaginar.

No volvería a cagarla.

¿Quería un marido? Pues él le buscaría el hombre más honorable que fuera posible encontrar para que la hiciera feliz. Se lo debía.

Apenas había tenido tiempo para dejar la cena en el mostrador de la cocina cuando llamaron a la puerta. Bordeó el sofá y abrió.

—Llegas pronto.

—Espero que no te importe. El portero me ha reconocido, así que no te ha llamado.

Y le dedicó una tímida sonrisa que le llegó al corazón, a pesar de su determinación por hacer lo correcto.

Lucy debía haberse pasado por casa, porque llevaba unas mallas negras y una camisa fina y suelta que parecía decidida a caérsele constantemente de un hombro. Se dio cuenta de que la estaba mirando y se mordió un labio.

—Sé que habíamos hablado de lecciones, y que esto no es exactamente la seducción personificada, pero me he revisado todo el armario y, aparte de la ropa de trabajo, no tengo nada que sea, digamos, la seducción personificada.

Pues a él lo estaba matando…

Dio un paso atrás y abrió del todo.

—Estás bien.

—Bien —frunció el ceño—. Sé que estás molesto porque te haya arrinconado con algo así, pero no tienes que intentar halagarme. Te he pedido que hagas esto porque confío en que me digas la verdad. Siempre he confiado en que me dijeras la verdad.

Si hubiera sacado un cuchillo y se lo hubiera clavado en el corazón no le habría dolido más. Gideon cerró la puerta despacio, intentando mantener el control. Daba igual lo sincero que lo creyera: no iba a acceder a llevársela a la cama. No podía hacerlo.

—Esto no va a funcionar si vas a tirarte a mi yugular cada vez que diga algo. Te he dicho que estás bien y lo estás. No te dije que te vistieras para seducir a nadie, Lucy. Lo único que te he dicho es que movieras el culo hasta aquí para que pudiéramos hablar. Y eso —añadió, señalando su ropa— es perfectamente adecuado para una conversación entre amigos.

—De acuerdo. Está bien. Lo siento. Es que estoy nerviosa.

Se tiró de la camisa, que resbaló un centímetro más por su brazo.

Gideon nunca había encontrado los hombros particularmente provocativos antes, pero ahora quería recorrerle la clavícula con los labios.

«Céntrate, idiota».

Se aclaró la garganta y apartó la mirada.

—No necesitas lecciones, Lucy. Ni de mí, ni de nadie. Eres preciosa, y cualquier hombre sería afortunado si se acostarse contigo.