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Su heredero no podía ser ilegítimo. La noche que Jacob "Sin" Sinclair había compartido con Luccy en su suite terminó de forma inesperada: ¡ella lo dejó de madrugada sin decirle ni una sola palabra! Luccy se había sentido impresionada por el lujoso ático de aquel sofisticado millonario, y aún se ruborizaba al recordar cómo había sucumbido a una noche de placer exquisito. ¡Pero su vergüenza aumentó cuando se enteró de que se había quedado embarazada! Sin estaba decidido a encontrarla. No estaba dispuesto a que el heredero Sinclair, el que recibiría todos sus millones, fuera ilegítimo.
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Seitenzahl: 162
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos 8B
Planta 18
28036 Madrid
© 2009 Carole Mortimer
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Los hijos del millonario, n.º 1973 - mayo 2022
Título original: Pregnant with the Billionaire’s Baby
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1105-641-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
ESTO no es una buena idea, Paul!
Luccy levantó la vista hacia él mientras la inmovilizaba contra la pared. Estaban fuera del restaurante del hotel donde Luccy lo había invitado a cenar, junto con otro ejecutivo de la revista Wow.
Tiempo atrás Luccy habría sido la invitada, pero con esa cena esperaba conseguir trabajo, aunque ya había demasiados buenos fotógrafos ávidos por ser contratados. Ella tenía un prestigioso contrato con PAN Cosmetics, una compañía secundaria de la afamada Sinclair Industries, pero no estaba segura de que se lo renovaran en tres meses, ya que el famoso fotógrafo Roy Bailey había decidido que quería ese puesto. Así que necesitaba el contrato con Wow si no quería limitarse a hacer fotografías de bebés y bodas.
¡Pero no lo necesitaba con tanta desesperación como para tener que acostarse con uno de sus socios ejecutivos!
Paul Bridger se le había insinuado varias veces durante la cena, a pesar de que había mencionado que tenía mujer y dos hijos en casa, en Hampshire. Sin embargo, Luccy creía que había esquivado esas insinuaciones sin herir su orgullo y, tras la cena, los hombres se habían despedido con la promesa de mantenerse en contacto.
Pero Paul había vuelto sobre sus pasos y ahora le estaba haciendo proposiciones deshonestas después de que ella hubiera pagado en el restaurante una factura que apenas podía permitirse.
–Vamos, Luccy –dijo con voz empalagosa mientras se apretaba más contra ella–. Me has estado lanzando señales toda la noche –afirmó, y sonrió con confianza mientras frotaba los muslos contra los de ella.
Luccy sintió asco. ¡Lo que debería hacer era abofetearlo y decirle lo que pensaba de él! Pero lo que tenía que hacer para no provocar una escena en público era poner fin a esa situación de la manera más tranquila y rápida posible.
Dejó escapar una carcajada que esperó que pareciera desenfadada y lo empujó juguetonamente.
–No creo que tu mujer aprobara esto, ¿no te parece?
Paul entornó los ojos.
–Mi mujer no tiene que enterarse… ¿o sí? –añadió con recelo, y le puso las manos en los hombros mientras la empujaba con más firmeza contra la pared.
Luccy se humedeció los labios, que sentía repentinamente secos.
–Eso depende.
–¿De qué? –contestó Paul con un gruñido.
–Perdón… –oyeron que decía una voz junto a ellos.
Luccy se puso roja de vergüenza al darse cuenta de que estaban bloqueando la entrada del restaurante, y otro comensal estaba esperando para salir. Le echó una rápida mirada y de lo primero que fue consciente fue de su altura, ya que el hombre medía más de un metro ochenta y cinco centímetros. Tendría unos treinta y cinco años, el pelo oscuro ligeramente largo, los ojos de un gris plateado y su bronceado y el atractivo acento americano manifestaban que procedía de climas mucho más cálidos que el inglés, que era húmedo y nublado a pesar de ser junio. Su caro traje negro hecho a medida y la camisa blanca de seda resaltaban sus hombros anchos y su pecho musculoso, así como su cintura estrecha, sus potentes muslos y sus largas piernas.
Mientras pasaba junto a ellos les dedicó una mirada que no era precisamente amigable, pero Luccy decidió que se preocuparía más tarde de eso. ¡En ese momento necesitaba que la rescataran!
–¡David! ¡Qué alegría verte! –le dedicó al desconocido una sonrisa brillante y aprovechó la momentánea distracción de Paul para escapar de debajo de su brazo y separarse de él. Rápidamente se agarró al brazo del americano y añadió–: Paul ya se iba, ¿verdad, Paul?
–Yo… –miró con el ceño fruncido al desconocido, que permanecía con una actitud arrogante y desdeñosa–. Sí, ya me iba –dijo, y miró a Luccy con los ojos entornados antes de atravesar a grandes zancadas el vestíbulo y dirigirse a la entrada del hotel.
Luccy sintió las piernas débiles, y durante unos segundos lo único que pudo hacer fue agarrarse con fuerza al brazo del hombre que seguía a su lado.
–¿David? –dijo el desconocido secamente.
–Lo siento mucho –Luccy hizo una mueca de disculpa–. Era un… compañero de trabajo que se ha pasado de la raya –le explicó, aunque dudaba que, después de aquello, pudiera conseguir un trabajo en Wow–. Eh… ¿nos conocemos? –añadió. Por alguna razón, aquel hombre le resultaba familiar.
Pero Sin estaba seguro de no haberla visto antes. De haber sido así, con toda seguridad la habría recordado.
Había estado sentado solo en su mesa en el restaurante cuando la había visto entrar. Le había llamado inmediatamente la atención y la había observado mientras permanecía en la puerta, recorriendo el restaurante con la mirada antes de dirigirse a una mesa ocupada por dos hombres. Él había curvado la boca con desagrado al darse cuenta de que no había sido el único que había seguido con la mirada el contoneo sensual de sus caderas.
Tendría cerca de treinta años y medía alrededor de un metro setenta y cinco centímetros. Su largo cabello negro brillaba con reflejos azulados al caerle por la espalda y tenía los ojos de un profundo color azul. Tenía las pestañas larguísimas, la piel de porcelana, una nariz pequeña y recta y sus labios carnosos eran del mismo rojo vibrante que el vestido que le llegaba a las rodillas. El movimiento de sus caderas había hecho imposible no mirarla, fijándose también en unos pechos erguidos y voluminosos.
Sin no había dejado de mirarla durante toda la cena, mientras ella charlaba animadamente con los dos hombres. Él no solía mirar fijamente a las mujeres que no conocía, pero había algo en ella que lo había atraído desde el principio.
Se encogió de hombros.
–Tal vez me reconozcas del restaurante.
Luccy asintió. Ahora que lo mencionaba, recordó haberlo visto sentado solo en el restaurante al llegar. Con su aspecto, era imposible no haberse fijado en él. Pero, con su futuro en juego, había dejado de pensar en él para centrarse en los dos ejecutivos de Wow.
–Te agradezco mucho tu ayuda –le dijo con una sonrisa.
Él le tomó una mano antes de que pudiera apartarse.
–Estás temblando –dijo, y frunció el ceño.
Era cierto, se dijo ella. ¿Pero era por el comportamiento de Paul o porque era demasiado consciente del hombre que estaba con ella, de su mano firme?
–Es verdad –hizo una mueca–. Pero no me esperaba… eso –añadió, haciendo un gesto hacia donde Paul se había marchado.
El americano le dedicó una mirada burlona.
–Tal vez deberías sentarte un rato. Te ayudaría tomar un brandy.
Luccy estaba empezando a sentirse un poco ridícula; después de todo, Paul sólo había probado suerte. No la habría forzado… ¿o sí?
–Estás disgustada –el americano frunció el ceño al ver que ella sufría otro escalofrío–. Tengo una botella de brandy arriba, en mi suite. Y sólo te estoy ofreciendo un poco de brandy medicinal –añadió secamente al ver su expresión consternada–. Creo que ya has tenido suficientes insinuaciones por una noche.
–¡Oh, lo siento! –exclamó Luccy, dándose cuenta de que estaba reaccionando de forma exagerada. Después de todo, ese hombre podría haber decidido no ayudarla–. Luccy –añadió rápidamente.
–¿Cómo dices?
–Me llamo Luccy.
–Ah. ¿Sólo Luccy?
–Sólo Luccy.
La noche ya había sido suficientemente caótica, así que era mejor no hacer público que la fotógrafa Lucinda Harper-O’Neill, contratada por PAN Cosmetics, se había visto involucrada en una escena desagradable en el prestigioso hotel Harmony.
–Entonces, yo soy sólo Sin.
–Un nombre interesante.
Sin estudió la delicada perfección del perfil de Luccy antes de bajar la mirada discretamente a la turgencia de los senos que asomaban por el escote. El fino tejido le marcaba claramente los pezones, al igual que la curva de la cintura, las caderas y los muslos.
–Y de verdad que agradezco mucho tu ayuda –siguió diciendo ella–, pero no creo que fuera muy sensato ir a tu suite.
¡Al diablo con la sensatez! Ahora que las circunstancias le habían permitido hablar con ella y oír la ronca sensualidad de su voz, Sin quería conocerla mejor. Mucho mejor.
–Podría darte un par de referencias si me esperas un momento…
–¡Estás haciendo que parezca infantil! –protestó Luccy.
Él arqueó sus cejas oscuras.
–Entonces, ¿qué dices? ¿Te vas a arriesgar a venir conmigo?
Luccy pensó en lo mal que había malinterpretado a Paul y en lo ingenua que era respecto a los hombres; tal vez al aceptar la invitación de Sin se estuviera metiendo en la boca del lobo.
Estaba ya muy cerca de los treinta años, pero eso no quería decir que tuviera mucha experiencia con el sexo opuesto. Sólo había habido un hombre en su vida, cuando iba a la universidad, y no había sido una experiencia muy excitante, hasta el punto de que no estaba nada interesada en repetirla.
Pero sólo mirar a Sin le parecía de lo más excitante.
«¡Por el amor de Dios, Luccy!», se dijo. El Harmony era uno de los hoteles más caros y exclusivos de Londres, y Sin era un huésped, no un asesino. Además, sólo le estaba ofreciendo una copa de brandy para que se calmara, no una noche de sexo desenfrenado… y si por casualidad se lo ofreciera, siempre podía decir que no. Al contrario que Paul, Sin no parecía el tipo de hombre que tuviera que forzar a una mujer para acostarse con ella.
–¿Sólo una copa de brandy?
–Sólo –contestó Sin con una sonrisa.
Luccy aún dudaba. Una parte de ella estaba intrigada por Sin, y la otra parte…
–No debes tener miedo, Luccy –afirmó Sin.
Luccy se enfadó consigo misma al darse cuenta de que su expresión había reflejado lo que pensaba.
–Mi precaución no tiene nada que ver con el miedo. Acabo de escapar de una situación desagradable y…
–¿Crees que quiero subirte a mi habitación para seducirte? –la interrumpió.
–¡No, por supuesto que no! –exclamó, y se ruborizó intensamente. ¡Qué manera de tratar al hombre que la había rescatado!–. Es que no tengo costumbre de subir a la habitación de un hombre que acabo de conocer, especialmente teniendo en cuenta las circunstancias en las que nos hemos conocido.
Sin se encogió de hombros.
–Lo único que te estoy proponiendo es una copa de brandy para que te reanimes.
¿Era así? ¿Su invitación era tan inocente?
–Es una suite de hotel, Luccy –añadió con impaciencia–, y tiene su propio salón. La cama no está a la vista.
–De acuerdo, iré.
–Tú primero.
Con un gesto, Sin le indicó que lo precediera hacia los ascensores y, mientras ella lo hacía, observó con detenimiento cómo la seda del vestido se ajustaba a sus pechos y a la curva de sus caderas. Unas sandalias rojas añadían aún más altura a sus largas piernas, pero la razón por la que su belleza era tan asombrosa era que Luccy parecía totalmente ajena a lo sexy y atractiva que era.
Pero Sin sí se daba cuenta, y fue aún más consciente de ello en el ascensor privado, donde las paredes de espejo reflejaban numerosas imágenes de Luccy.
–Vaya, qué bonito –dijo ella unos segundos después, cuando las puertas del ascensor se abrieron directamente al salón de la suite, que era un ático–. ¿Estás seguro de que eres un simple huésped del hotel?
–Completamente.
En realidad, era el propietario del hotel o, mejor dicho, su familia lo era. También poseían otros hoteles exclusivos por todo el mundo, y una cantidad de negocios demasiado grande para enumerarlos.
Pero no tenía ninguna intención de decírselo a Luccy. De hecho, le encantaba haberse presentado únicamente con su nombre de pila. Era muy agradable saber que su encuentro con Luccy no tenía nada más oculto, como le había ocurrido con muchas mujeres a lo largo de los años. Sí, las mujeres se sentían muy atraídas por él, pero en realidad era en su nombre y en su fortuna donde solían poner sus codiciosos ojos.
En los últimos dieciocho años había habido muchas mujeres en su vida, todas ellas hermosas, tentadoras e inteligentes. Pero Luccy era la más tentadora porque, obviamente, no sabía cuál era su verdadera identidad.
Luccy miraba asombrada la lujosa habitación. Estaba segura de que los cuadros eran originales, igual que la decoración de oro de la cornisa y los adornos que había sobre los muebles antiguos. Había dos enormes sofás lujosamente tapizados, y pensó que la alfombra con motivos azules seguramente sería persa.
Una sola noche en esa suite costaría lo que ella ganaba en una semana… o en un mes.
En medio de la habitación opulenta, Sin exudaba un potente magnetismo sexual que hacía que las entrañas de Luccy temblaran. Y cuando cruzó el salón para acercarse a una bandeja con bebidas, la fuerza y elegancia de sus movimientos le hicieron parecer un depredador.
Tal vez subir allí no hubiera sido buena idea, porque a Luccy no se le había ocurrido que tal vez no quisiera decir que no a una noche de sexo desenfrenado.
–¿Y qué estás haciendo en Londres, Sin? –le preguntó para ocultar su nerviosismo mientras él se acercaba con dos copas de brandy.
–Negocios –contestó, tendiéndole una copa.
–¿Sólo negocios?
–Principalmente, sí.
Luccy tomó aire, consciente de que Sin estaba fuera de su alcance.
–¿Y tu mujer ha venido a Inglaterra contigo?
Él sonrió y la blancura de sus dientes contrastó con su piel bronceada.
–Eso ha sido muy ingenioso, Luccy. Pero no te habría invitado a mi suite si mi mujer me estuviera esperando en el dormitorio.
Luccy se sintió todavía más inquieta.
–Entonces, ¿está en casa, en Estados Unidos?
–No estoy casado, Luccy.
–Oh.
Tomó un sorbo de brandy, consciente de que Sin estaba observando cada uno de sus movimientos. Sintió un escalofrío que le recorría la espina dorsal al ser el foco de atención de aquellos intensos ojos de color gris plateado.
Y eso no debería ocurrir, se dijo mientras se acercaba al ventanal para observar las vistas.
–¿Te gustaría salir a la terraza? –le propuso Sin. Tomó la copa de brandy de su mano y la dejó en una mesilla, junto a la suya. Después abrió la puerta de la terraza y salió.
¿Por qué no?, pensó Luccy. El aire fresco de la noche podría hacer desaparecer el calor que sentía bajo la mirada de Sin.
Él, al darse cuenta del ligero escalofrío que la recorrió al salir al exterior, se quitó la chaqueta y se la puso sobre los hombros. Aún conservaba el calor de su cuerpo y olía a un caro aftershave y a algo más que era puramente masculino.
Al verlo sin chaqueta, Luccy pudo apreciar la anchura de sus hombros, su pecho musculoso y el estómago plano que se adivinaba bajo la camisa. El pulso se le aceleró y pensó que estaba siendo peligrosamente consciente de todas esas cosas.
–¡Es una vista increíble! –murmuró mientras miraba los edificios de Londres.
–Increíble –repitió él, pero la estaba mirando a ella.
Sin se quedó ligeramente a la izquierda y detrás de Luccy mientras ella permanecía junto a la barandilla. Desde esa posición disfrutó de cómo la brisa jugueteaba con los mechones de su pelo y de cómo la luz de la luna le daba una belleza etérea.
No sabía nada de esa mujer, pero sabía que la deseaba desde el momento en que la vio aparecer en el restaurante. Quería estar contra ella, sobre ella, dentro de ella, con una fiereza que no recordaba haber sentido nunca con nadie.
–Es una vista increíblemente hermosa –dijo con voz ronca. Sólo era consciente de la mujer delicada y bella que estaba delante de él.
Luccy se volvió ligeramente.
–No sabía que los hoteles de Londres tuvieran suites como ésta.
–Tal vez no las tengan –los dientes de Sin brillaron en la noche mientras sonreía–. Esta suite pertenece al propietario del hotel.
Luccy abrió mucho sus increíbles ojos azules.
–¿Entonces, lo conoces?
–Un poco.
–Lo suficiente como para usar su suite.
–Lo suficiente.
Luccy se sintió todavía más incómoda. Evidentemente, Sin era tremendamente rico; si no, no tendría amistad con el propietario del Harmony.
–Debe de estar bien tener unos amigos tan influyentes –comentó.
–Tiene sus momentos –contestó él encogiéndose de hombros.
¡Seguro que sí!, pensó Luccy.
–Tal vez deberíamos entrar –sugirió al darse cuenta de lo cerca que Sin estaba de ella y de lo acelerado que tenía el pulso.
No sabía si era por el vino que había tomado en la cena o porque siete años era demasiado tiempo sin tener relaciones sexuales, pero se sentía intensamente atraída por Sin. Y, lo que era peor, podía ver en su mirada que él era consciente de esa atracción.
–¿Ya te sientes mejor? –murmuró Sin.
–Un poco, gracias.
Sin se quedó muy quieto contemplando los carnosos labios de Luccy. Después de la incomodidad anterior, ¿saldría ella corriendo si intentaba besarla? Tenía que descubrir si esos labios perfectos sabían tan bien como parecía.
Acortó la distancia que los separaba y la miró a la luz de la luna.
–¿Puedo…? –preguntó con voz ronca. Mantuvo su mirada durante algunos segundos y después inclinó la cabeza para capturarle los labios con los suyos.
Luccy tenía los labios cálidos y sedosos y sabía a miel. La chaqueta cayó al suelo y Sin profundizó el beso.
¡Sabía mucho mejor de lo que parecía!
Luccy tomó aire cuando Sin finalmente se apartó ligeramente. Tembló como reacción a los labios de él, que ahora le recorrían la mejilla y la mandíbula, en dirección a la garganta. Sin le mordisqueó suavemente el lóbulo de la oreja, proporcionándole un placer tan exquisito que rayaba el dolor.
De repente Luccy sintió los pezones tremendamente sensibles, y los muslos envueltos en un calor que la tomó por sorpresa. Tanto, que supo instintivamente que tenía que ponerle fin a esa situación. Pronto.
Se retorció ligeramente para apartarse de él y le puso las manos en el pecho.
–Se suponía que esto no tenía que pasar –dijo con incomodidad.
Él la miró burlonamente.
–¿Sientes que haya ocurrido?
No, Luccy no lo sentía. Eso no era suficiente para describir las sensaciones que Sin le provocaba. A decir verdad, nunca había sentido un deseo tan abrumador que le hiciera querer perderse en el momento y olvidar incluso quién era para sólo disfrutar de lo que se le ofrecía.
–Tal vez deberíamos volver dentro. Me terminaré el brandy y me iré –sugirió. El corazón le latía tan fuerte que estaba segura de que Sin también lo oía.