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El libro del Dr. Brian Bailey es un manual práctico para todos los que aspiran a ser maestros de Su Palabra. Este contiene instrucciones específicas concernientes a los siguientes aspectos esenciales de la enseñanza, las cuales, si son seguidas cuidadosamente, proveerán un sólido fundamento para los maestros de escuela dominical, así como para aquellos que tienen de Dios, el don ministerial para ser Maestros de Justicia:
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Maestros de Justicia
Por
Dr. Brian J. Bailey
Título Original “Teachers of Righteousness”
© 2004 Brian J. Bailey
Versión 1.1 en inglés (2009)
Título en español:“Maestros de justicia”
© 2005 Brian J. Bailey
Versión 2.0 en español (2023)
Diseño de portada:
© 2004 Brian J. Bailey y sus licenciadores.
Todos los derechos reservados.
Libro de texto de Zion Christian University
Usado con permiso
Publicado por Zion Christian Publishers
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida en
manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico o mecánico, sin permiso por escrito del editor, excepto en el caso de citas breves en artículos o reseñas.
A menos que se indique lo contrario, las citas son tomadas de la Santa Biblia,
versión Reina-Valera © 1960, propiedad de las Sociedades Bíblicas Unidas.
Traducción: Marian B. E.
Edición: Carla B., Verónica L., Marlene Z.
Publicado por Zion Christian Publishers.
Publicado en formato e-book en 2023
En los Estados Unidos de América.
Para obtener más información comuníquese a:
Zion Christian Publishers
Un ministerio de Zion Fellowship ®
P.O. Box 70
Waverly, NY 14892
Tel: (607) 565-2801
Fax: (607) 565-3329
www.zcpublishers.com
www.zionfellowship.org
ISBN versión electrónica (E-book) 978-1-59665-832-5
A Belmonte Traductores, Marian B., quien realizó la traducción de este libro.
A IBJ Guatemala y Verónica L., por su ayuda en la revisión y corrección del manuscrito de este libro.
A Carla B., por la edición de este libro y diseño de la portada.
A Hannah S., por su excelente trabajo en el formato final de este libro.
Equipo Editorial de Zion Christian Publishers: Carla B., Suzette E., Mary H., David K., Hannah S. y and Suzanne Y.
Deseamos extender nuestro agradecimiento a todas esas personas queridas, pues sin sus muchas horas de inestimable ayuda este libro no hubiera sido posible. Estamos verdaderamente agradecidos por su diligencia, creatividad y excelencia en la compilación de este libro para la gloria de Dios.
La profesión de maestro es, sin lugar a dudas, la más antigua y mayor de las vocaciones, porque realmente es una vocación. Sin esta profesión, sería imposible que una generación le transmitiera a la siguiente generación su aprendizaje, ya que una generación se construye sobre el conocimiento y la experiencia de otra generación. Los métodos pueden variar, pero esencialmente, son el oral y el escrito.
Fue por medio de la tradición oral como Isaac y Jacob, morando en tiendas con Abraham (He. 11:9), fueron enseñados por el patriarca. A Abraham, sin embargo, fue su padre Taré quien le enseñó, mientras estaba en Ur de los caldeos, acerca de los relatos de las generaciones previas y de la era antes del Diluvio, los cuales fueron trasmitidos a través de Noé y sus hijos. Hemos de recordar que Noé todavía vivía cuando nació Abraham. La longevidad de sus vidas permitió que muchas generaciones recibieran la enseñanza de sus antepasados piadosos.
Sin embargo, incluso antes de la muerte de Noé, el conocimiento se había corrompido por los así llamados misterios de Babilonia promulgados por Nimrod y su esposa Semiramis. Se nos dice que los antepasados de Abraham sirvieron a otros dioses (Jos. 24:2). Desde el punto de vista de las Escrituras, los principios espirituales tal y como los conocemos hoy no estuvieron disponibles en forma escrita hasta que Moisés, el gran hombre de Dios, lo hiciera bajo la inspiración del Espíritu Santo.
Estos escritos son los que los judíos llaman los cinco primeros Libros de Moisés y que nosotros en el mundo occidental y cristiano conocemos como Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Estos libros, junto a los otros 34 libros (compilados por varios escribas tales como Samuel, David, Salomón y los 16 profetas, así como Esdras), forman lo que llamamos el Antiguo Testamento. Más tarde, la Iglesia primitiva compiló los otros 27 libros en un formato aparte llamado el Nuevo Testamento. Juntos forman el canon bíblico [N. del E.: De las Escrituras] que los santos de todas las eras sucesivas han aceptado como inspirados por el Espíritu Santo.
El apóstol Pablo habla de ese punto al escribirle a su amado hijo en la fe, Timoteo, cuando dice: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Tm. 3:16,17). Por lo tanto, la razón por la que Dios nos da a los maestros es principalmente para que instruyan en estas Escrituras, y el propósito de estos es hacer que la gente entienda la Ley y las Escrituras (Neh. 8:7-8).
Quizá sirva para animar a cada maestro una frase que citó Abraham Lincoln: “Estudiaré y me prepararé, y quizá me llegue mi oportunidad”. Es un hecho el que —parafraseando a Donald Trump en uno de sus libros— en realidad no se producen “éxitos de la noche a la mañana”. A decir verdad, es siempre el artista o el profesional bien preparado, el que siempre es humilde, que siempre trabaja duro, que siempre estudia, el que recibe los reconocimientos de la noche a la mañana. Lincoln, a este respecto, podría servir de ejemplo a cualquiera que intente ser un maestro de justicia.
Otro consejo clave e importante, de nuevo citando a Donald Trump, es este: “cumplir con nuestra tarea”. Como maestros de justicia, debemos estar preparados, a través del estudio y la oración, y así el Señor nos ayudará cuando se presente nuestra oportunidad de enseñar.
En cierta ocasión, nos encontrábamos otros dos pastores y yo en Ujung Pandang, en las islas Celebes, llevando a cabo un seminario; nos hospedados en un hotel de esa ciudad. Mientras comíamos en el restaurante, invitamos a un norteamericano que estaba comiendo él solo en una mesa a que se uniera a nosotros.
Nos dijo que era oftalmólogo, y que solía pasar un mes al año en ese hermoso país de Indonesia impartiéndole clases a otros colegas oftalmólogos de hospitales locales. Nos explicó que su técnica era observar las operaciones oculares que llevaban a cabo los doctores locales, y luego pedía pacientes que necesitaran una cirugía más avanzada. Después de eso, reunía a los doctores a su alrededor mientras él llevaba a cabo varias operaciones, y seguidamente observaba mientras ellos desarrollaban operaciones similares con tan solo un grado mayor de dificultad que las que antes habían sido capaces de realizar.
Nuestro amigo norteamericano usaba la analogía de que cuando abandonaba el hospital, todos esos cirujanos habían escalado un peldaño más en su experiencia quirúrgica. Por lo contrario, otros equipos que habían llegado con un instrumental muy sofisticado que no estaba al alcance de los indonesios y desarrollaban operaciones sorprendentes (podríamos decir de las del peldaño más alto, con el aplauso de sus colegas), dejaban a los cirujanos indonesios en el mismo peldaño en el que se encontraban antes de que llegara el equipo.
Nuestra actitud, por lo tanto, al enseñar debe ser la de determinar en qué peldaño se encuentra la congregación y asegurarnos de que todos ellos hayan escalado un peldaño más de la escalera del desarrollo cristiano cuando nosotros nos vayamos. Para ilustrar este principio, analicemos la exhortación del apóstol Pedro en 2 Pedro 1:5-8. Lo hemos puesto en forma de diagrama.
Claramente, el apóstol Pedro está diciendo que debemos estar en el primer escalón de la escalera cristiana, el cual es la fe, antes de poder experimentar la virtud. De igual forma, todos estos peldaños se han de experimentar de forma secuencial antes de alcanzar la cima de la escalera, que es el amor. Con estos principios en mente, analizaremos ahora las claves de la vida y el ministerio de un maestro.
Al mirar atrás y ver nuestras propias experiencias, nos damos cuenta de que la vida del maestro a menudo tuvo más impacto que sus propias palabras. Esto es totalmente bíblico, ya que el rey David en Salmos 51:6 le dice al Señor: “He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría”. Las lecciones que procuramos impartirles a otros se deben ver en nuestras propias vidas. El apóstol Pablo les dijo a los corintios: “Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres” (2 Co. 3:2). Por lo tanto, los principios que un maestro expone deberían ser aplicados primero a su propia vida.
Es uno de los enigmas de la vida. El maestro a menudo pensará que por dedicarse a enseñarles a otros las sendas de justicia y de rectitud se salvará a sí mismo y que, por lo tanto, no importa mucho la manera en que él mismo viva. Con razón el apóstol Pablo condenó este tipo de pensamiento cuando les escribió a los romanos en Romanos 2:21-23: “Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio? Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley deshonras a Dios?”.
Creo que todos estaríamos de acuerdo con que el labrador primero ha de ser copartícipe del fruto. De forma similar, el maestro debería ser el primero en experimentar lo que enseña. Hay un aire de credibilidad y autoridad detrás de aquel que se para delante de otros y es capaz de dar un testimonio personal, cuando está declarando algún principio, que respalda su enseñanza. A decir verdad, nuestra enseñanza debería estar salpicada de anécdotas e ilustraciones personales para darles vida a nuestras lecciones. El Señor pudo decir de Sí mismo que Sus palabras eran espíritu y vida. Recitar una doctrina sin la unción es meramente dar la letra de la Ley (la cual mata); es la Palabra inspirada por el Espíritu la que da vida (2 Co. 3:6). Es la unción la que hace que cuando nosotros partimos el Pan de Vida, eso se convierta en una experiencia transformadora para las vidas de otros.
Entonces, de igual manera, la forma de vestir y los gestos del maestro se han de tomar en cuenta. Es digno de mención el que los sacerdotes de antaño, que eran esencialmente los maestros de la era de la Ley, vistieran unas túnicas distintivas. Esa vestimenta aportaba una cierta solemnidad a la presentación de las verdades divinas cuando los sacerdotes explicaban las Escrituras vestidos de sus túnicas sacerdotales.
Debemos considerar que las verdades que ministramos sin duda van a determinar el destino eterno de nuestros oyentes. Aunque en ciertas ocasiones debiéramos rezumar [N. del E.: Dejar traslucir] el gozo del Señor, aun así, debe haber ocasiones también en las que debemos mostrar seriedad y gravedad en nuestros gestos para que nuestros alumnos logren entender su llamamiento santo y supremo. Incluso las personas mundanas reconocen la importancia de vestir apropiadamente para la ocasión, y qué mejor ocasión tenemos nosotros que el hecho de propagar las leyes de Dios.
John Cotton Dana, el primer presidente de la Asociación de Bibliotecas Especiales (Special Libraries Association ) y pionero en anuncios e impresión de libros de biblioteca, dijo: “Aquel que se atreve a enseñar, no debe nunca dejar de aprender”.
El estudio es, claro está, el primer paso en la preparación de un maestro. El apóstol Pablo, al escribirle a su amado hijo en la fe, le dijo: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Tm. 2:15). Y aunque un hombre sabio dijo: “El mucho estudio es fatiga de la carne” (Ec. 12:12), no hay otra forma mediante la cual podamos adquirir el conocimiento que un maestro necesita para poder enseñar adecuadamente a otros.
¿Entonces cómo deberíamos estudiar? De nuevo el hombre sabio nos ayuda: “Y cuanto más sabio fue el Predicador, tanto más enseñó sabiduría al pueblo; e hizo escuchar, e hizo escudriñar, y compuso muchos proverbios. Procuró el Predicador hallar palabras agradables, y escribir rectamente palabras de verdad. Las palabras de los sabios son como aguijones; y como clavos hincados son las de los maestros de las congregaciones, dadas por un Pastor” (Ec. 12:9-11). Examinemos con cuidado estas palabras de sabiduría.
En primer lugar, Salomón, que fue el predicador de Jerusalén y uno de los maestros y autores más sobresalientes de todos los tiempos, obviamente pasó años preparándose para la tarea de manifestar la sabiduría de Dios a todas las edades. Esa preparación se realizó a los pies de su padre David, el dulce salmista de Israel, profeta, rey y también maestro de los caminos de Dios, como él mismo declara en Salmos 51:13: “Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti”.
Aquí hemos de intercalar una verdad. Los maestros se especializan; como lo podemos ver claramente en las escuelas seculares, donde un maestro enseña una clase de matemáticas y otro enseña una de historia, o de lenguaje o de algún otro segundo idioma. Está perfectamente claro que los maestros no intentan enseñar todo el espectro del conocimiento; ellos mismos se ciñen al tema que les gusta o atrae y con cuyo aprendizaje se sienten cómodos.
En el caso de Salomón, su entrenamiento consistía en conocer sabiduría, justicia, juicio y equidad, como nos enseña Proverbios 1:3: “Para recibir el consejo de prudencia, justicia, juicio y equidad”. Su libro de Eclesiastés nos enseña la senda y la vida de alguien que, lamentablemente, no camina en las sendas de los sabios.
En sus propias palabras, Salomón declaró que él era un rey viejo y necio que ya no sería amonestado más. También nos dice que Dios le da al hombre que es bueno ante Sus ojos sabiduría, conocimiento y gozo (Ec. 2:26).
Esto se confirma en Daniel 1:17: “A estos cuatro muchachos (hablando de Daniel y sus tres amigos), Dios les dio conocimiento e inteligencia en todas las letras y ciencias […]”. Es sumamente importante darnos cuenta de que la capacidad de aprender viene de Dios, así como nuestro entendimiento.
Por lo tanto, al observar “La preparación del maestro”, sentimos que verdaderamente es una preparación para un oficio divino (Ef. 4:11). Dios es el que otorga la gracia o la capacidad para funcionar en el oficio que Él escoge para nuestras vidas. Tenemos que conocer nuestro llamado y el área específica en la que funciona mejor nuestro don. En esa área experimentaremos la guía del Espíritu Santo cuando empiece a vivificar en nosotros las verdades que Él desea impartir y hacer realidad en nuestras vidas para que nosotros, a cambio, podamos compartirlas con otros.
Volviendo a Eclesiastés 12:9, vemos que el maestro debe escudriñar las verdades. Como lo explica Proverbios 25:2: “Gloria de Dios es encubrir un asunto; pero honra del rey es escudriñarlo”. Se hace referencia a esto como el maná escondido de la Palabra de Dios que está reservado para los vencedores (Ap. 2:17). Una verdad muy importante se nos da ahora confirmando lo que habíamos mencionado anteriormente con respecto a “La vida del maestro”: una vida que vaya de acuerdo con la enseñanza.
¿Por qué algunos maestros de la Palabra propagan doctrinas falsas? Es debido a que sus vidas no se conforman a las verdades de la Palabra de Dios. Por lo tanto, Dios los entrega a alguna forma de falsa doctrina, como se encuentra en Ezequiel 20:25: “Por eso yo también les di estatutos que no eran buenos, y decretos por los cuales no podrían vivir”.
Los vencedores, sin embargo, tienen el privilegio de alimentarse del maná escondido de la Palabra que, en esencia, son las verdades más profundas y escondidas de las Santas Escrituras.
Ahora vemos en Eclesiastés 12:9 que el maestro “[...] Hizo escuchar, e hizo escudriñar, y compuso muchos proverbios”. Aquí tenemos una lección para todos los maestros y predicadores. Toda la creación de Dios es una creación de orden, y nosotros, que somos Su más sublime creación aquí en la Tierra, hemos sido creados para el orden. Funcionamos mejor cuando hay ley y orden: “Mucha paz tienen los que aman tu ley” (Sal. 119:165). Somos capaces de trabajar mejor cuando todo está en su sitio y cuando hay simetría, ya sea en el hogar o en el trabajo.
En una ocasión, un amigo mío tuvo una visión del último día del Señor en la carpintería de Su padre. Acababa de terminar una pieza de carpintería, por lo que dejó sus herramientas en su lugar, dobló su delantal cuidadosamente y lo colocó en su sitio. Caminando hacia la puerta, miró hacia atrás con ternura, a esa escena de la pieza de carpintería terminada y el lugar tranquilo donde se encontraba cada herramienta, cada tabla y cada silla colocadas en sus respectivos lugares.
No importa qué área de la vida pongamos en consideración; cuando hay orden, hay también un sentido de progreso. Ahora bien, esto es especialmente cierto cuando hablamos del aprendizaje. Ya que es un Dios de orden Quien nos creó, nosotros aprendemos por medio del orden. El arte, pues, de un maestro es llevar a los alumnos de un nivel a otro a través de pasos pequeños y bien ordenados.
Para usar una ilustración, un maestro lleva a sus alumnos en el viaje de la vida de un lugar a otro con una progresión fácil. Por ejemplo, en el campo de las matemáticas, de la identificación de los números pasamos a una suma sencilla, luego añadimos la resta, seguida de la multiplicación y la división. Después, sobre ese fundamento sólido, podemos avanzar hacia disciplinas más complejas como la geometría, el álgebra y el cálculo. Sin el fundamento sólido de los principios elementales, todas las demás lecciones se tambalearían, y los problemas parecerán insolubles. Y aunque esto se ve muy claro en el campo de las matemáticas, es aún más importante cuando se trata de las verdades espirituales.
A esta altura en este estudio, me gustaría aportar una ilustración que me enseñaron hace ya algunas décadas, pero que nunca se me ha olvidado. En Atenas, Grecia, hay muchos monumentos de la llamada “Edad de Oro” de la vida y la cultura griega. Aunque no podemos elogiar la cultura griega, aprendí esta lección inolvidable. A medida que íbamos caminando con un guía turístico por un parque ateniense, nos condujo por una fila de columnas, las cuales dijo que habían sido erigidas mucho antes de los tiempos de Jesús. Después llegamos a una que se había caído hacía tan solo veinte años. Cuando le preguntamos por qué se había caído la columna, nuestro guía nos llevó al fundamento, y vimos cómo una brizna de hierba que había penetrado a través de la roca la había roto. Y fue así como, la columna en sí estaba intacta, pero se cayó por tener una base defectuosa.
En la vida cristiana, el maestro tiene que prestar atención a las palabras del apóstol Pablo en 1 Corintios 3:10: “Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica”. Ese fundamento es, como dice Pablo, Jesucristo. Es el mensaje sencillo de la salvación: de la fe en la obra consumada en la cruz del Calvario. Por lo tanto, Jesucristo es la piedra angular de nuestro fundamento, del cual se toman todas las demás medidas (Ef. 2:20-21).
El apóstol Pablo continúa después en 1 Corintios 3:12-15: “Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego”.
Por lo tanto, el maestro debe establecer un buen fundamento primero en su propia vida y luego en las vidas de aquellos a los que ministra. Hablaremos del fundamento en detalle en el capítulo dedicado a ello.
Debemos enfatizar en “La preparación del maestro”, que el Señor le guiará a través de muchas experiencias para hacer de los principios que él enseña una realidad personal. Hablaremos de esto cuando consideremos los diferentes planes de enseñanza que existen en la Iglesia.
El maestro tiene que estudiar de forma sistemática las áreas a las que Dios le ha llamado. Esto se logra comparando las Escrituras (como hicieron los de Berea). Debemos tener notas abundantes en libros, marcados claramente con el tema, para que podamos hacer referencia a ellos fácilmente, así como referencias bíblicas a otros versículos cuando sea posible. En mi caso, he descubierto que mi principal área de enseñanza está en los libros de la Biblia. Por lo tanto, he intentado a lo largo de los años estudiar cada libro de la Biblia, siguiendo las referencias, siempre que me fuera posible, sobre verdades similares que encontraba en otros libros de las Escrituras.
De esta manera, cuando yo estaba escribiendo este libro, ya había escrito e impreso más de cuarenta libros, muchos de los cuales son comentarios sobre libros de la Biblia con un mensaje predominante acerca del tema de guiar al pueblo a Sion, incluyendo principios que son escatológicos por naturaleza. Hay ciertos temas que he intentado evitar asiduamente, tales como el matrimonio y la familia, porque no tengo hijos y, por lo tanto, no tengo experiencia personal en la crianza y la educación.
Uno encuentra un gran gozo cuando descubre su llamado a este ministerio de la enseñanza y está en el campo de la elección de Dios para su vida, porque Él da esa sabiduría, conocimiento y entendimiento con gozo (Ec. 2:26). Aunque es un duro trabajo, se convierte en un trabajo de amor gozoso. De esta manera continuamente, alabamos y glorificamos al Señor en nuestro trabajo y con nuestra actitud.