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Los adultos estamos colonizando la infancia de manera acelerada por la vía de lo híper: infancias hiperactivas, hipersexualizadas, hiperconectadas... Queremos que sean como nosotros: emprendedores, con una identidad sexual clara, dominadores de varios idiomas y creativos. Idolatramos la autoestima, elogiándolos indiscriminadamente como si ya fueran geniales por el simple hecho de ser niños, a menudo origen de egos inflados de narcisismo. Y, al mismo tiempo, los queremos controlados y evaluables en sus resultados. ¿No estaremos privándoles del tiempo propio de la infancia, aquel que Freud reservaba para comprender qué significa hacerse mayor? ¿O de los entornos facilitadores de desarrollo a los que aludía Skinner? ¿Cómo seguir siendo interlocutores válidos para esta infancia del siglo XXI? Este libro está dirigido a un amplio público de madres y padres, docentes y profesionales.
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Niñ@s hiper
Infancias hiperactivas,hipersexualizadas, hiperconectadas
© José Ramón Ubieto y Marino Pérez Álvarez, 2018
Cubierta: Juan Pablo Venditti
Corrección: Martín Medrano
Derechos reservados para todas las ediciones en castellano
© Nuevos Emprendimientos Editoriales, S. L., 2018
Preimpresión: Moelmo SCP
Girona, 53, pral. 1ª – 08009 Barcelona
eISBN: 978-84-16737-37-6
La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.
Ned Ediciones
www.nedediciones.com
Para Gabriel y Víctor, con cuyas infancias disfruté y aprendí
ÍNDICE
Introducción
¿Qué hay de nuevo en la infancia del siglo xxi?
Infancias hiperpautadas y al tiempo desreguladas
La era del naming: pasión por etiquetar
LaMcdonalizaciónde la infancia
¿Todos hiperactivos?
Neuroidentidades: Niñ@s neuronales
¿Existe el TDAH?
Todo niño/a es hoy sospechoso de TDAH mientras no demuestre lo contrario
Estrategias de ayuda y acompañamiento: «Primero, la educación»
«La que se avecina»: ¿Un caso de TDAH?
Bipolares infantiles
¿Los niños se deprimen... como los adultos?
Y de repente el mundo se oscureció. Un caso de «depresión» infantil
¿Cómo ser rebelde hoy?
La tribu de los conductuales
¿Síntomas o trastornos?
Lo que inventan los niños: «El caso de la lagartija que salió del bolsillo»
¿Infancia medicada o dopada?
¿Cómo seguir siendo interlocutores válidos para los niños y niñas del siglo xxi?
Una nueva realidad: El otro digital
Madres y padres en apuros
Recuperar la conversación y el juego
A modo de conclusión: ¡Que viva la infancia!
Bibliografía
Introducción
Jeff y Jenny fueron los primeros, pero muy pronto se les unieron muchos otros. Como una epidemia, extendiéndose rápidamente de país a país, la metamorfosis infectó a toda la raza humana. No alcanzó prácticamente a nadie de más de diez años, y no se salvó prácticamente nadie de menos de esa edad. Era el fin de la civilización, el fin de los ideales que los hombres venían persiguiendo desde los orígenes del tiempo. En sólo unos pocos días la humanidad había perdido su futuro. Cuando a una raza se le priva de sus hijos, se le destruye el corazón, y pierde todo deseo de vivir.
A. Clarke, El fin de la infancia
Arthur Clarke, escritor y científico británico, autor de 2001: Una odisea del espacio, tituló una de sus primeras novelas, aparecida en 1953, El fin de la infancia (Clarke, 2000). Casi recién finalizada la Segunda Guerra Mundial y en el inicio de los años dorados del capitalismo, imaginó allí una utopía: la desaparición de la humanidad a causa del hiperdesarrollo mental de los niños que, finalmente, dejarían de tener cuerpo para devenir en entidades psi: las supermentes.
Antes del final, los superseñores, seres extraterrestres que invadieron pacíficamente la Tierra, habían eliminado los conflictos sociales y una atmósfera de felicidad se extendía sobre la Tierra. De felicidad y de un profundo aburrimiento ante esa vida sin sobresaltos ni deseo alguno. El fin de la humanidad tal como la habíamos conocido era, pues, cuestión de tiempo.
Años más tarde, en 1982, Neil Postman, sociólogo y crítico cultural estadounidense, discípulo de Marshall McLuhan, publicó su obra La desaparición de la infancia (Postman, 1988). La tesis de Postman es que la infancia, siguiendo los trabajos del historiador de las mentalidades Philippe Ariès (Ariès, 1992), nació con la imprenta y desapareció con la televisión. Nació cuando los adultos empezaron a leer, preservando así sus cosas del conocimiento de los niños, que quedaron protegidos por su «inocencia» ante los hechos adultos.
La televisión, primero, y más tarde las actuales tecnologías de la información y la comunicación (Internet) pusieron a cielo abierto esos secretos adultos. Su fácil acceso, y la universalidad que implica, hace que hoy cualquier niño o niña pueda acceder, desde su casa, a millones de páginas webs donde se ofrece porno online, imágenes de violencia o venta de armas o drogas. Fue la propia ONU la que, en 2015, desveló que los principales consumidores de porno online en el mundo eran niños y adolescentes de 12 a 17 años. Esto nos plantea enigmas de cómo hará cada uno, más adelante, con eso percibido precozmente.1
Y es sólo un dato de los numerosos existentes que nos muestran que hoy esa nueva realidad digital difícilmente preserva ya barreras entre el mundo infantil y el mundo adulto (Ubieto, 2017a).
Donde antes había el tabú y los velos del pudor y la vergüenza, hoy aparece la satisfacción como la referencia que hay que seguir. Goce que debe ser inmediato y que, a diferencia de la utopía soñada por Clarke: desarrollar al máximo las capacidades cognitivas de los niños y adolescentes para trascender las limitaciones cotidianas, requiere del cuerpo siempre activado.
Los niños y niñas no se han transmutado en entidades incorpóreas, sino que lo han hecho en cuerpos gozantes bajo el régimen de lo híper, tan presente en nuestras vidas. Nothing is impossible podría ser el lema de esta utopía actualizada.
Su hiperconexión permanente los mantiene en una hiperactividad non stop, signo claro de su rendimiento productivo (Han, 2012). Hoy en España el 50 por ciento de los menores navegan habitualmente por Internet, y si nos fijamos en la franja de mayores de 15 años, el 95 por ciento tienen un smartphone que usan entre 3 y 4 horas al día y casi una cuarta parte (22 por ciento) más de 6 horas.2
En esta tarea hay que poner el cuerpo y su imagen, mostrarlo en el escaparte global desde el momento mismo de nacer. Famosos como la tenista Serena Williams, el nadador olímpico Michael Phelps o la estrella de realities estadounidense Kim Kardashian han creado perfiles propios para sus hijos, pocos días después de nacer, en la red Instagram, haciéndose eco de una moda compartida por millones de padres y madres en todo el mundo.
Algunas de estas cuentas obtienen ingresos gracias a acuerdos de publicidad con marcas, normalmente de productos para bebés. El bebé más seguido de Instagram, Ashad, hijo del rapero DJ Khaled, cuenta con 1,7 millones de seguidores, y hay muchos hashtags, como #baby, con más de 121 millones de fotos publicadas. La moda anterior de los bebes modelos se reactualiza hoy con los bebes instagramers.3
«Todos productores y consumidores» podría ser el lema que igualase a adultos y niños, borrando las fronteras entre unos y otros. Una identidad compartida, ya no por la vía de los ideales, sino a través del objeto de consumo común. El problema de esta utopía es que hace aguas por todas partes, generando síntomas que muestran su fracaso.
Las formas patológicas de la hiperactividad (TDAH, conductas de riesgo), del entusiasmo (trastorno bipolar infantil, aislamiento, autolesiones), de la inhibición (fracaso escolar, absentismo), de la convivencia (acoso, violencias familiares) o del parasitismo del propio objeto, que parece apropiarse de la voluntad y de la decisión del sujeto (consumos, adicciones, dopaje), no cesan. No parece que la ficción novelada por Clarke vaya a conducir a la humanidad por la vía pacífica de las supermentes.
¿Por qué entonces esta pasión por liquidar la infancia? ¿Qué nos resultaría tan insoportable de lo infantil en nuestra época?
Los adultos estamos colonizando la infancia de manera acelerada por la vía de lo híper como patrón: infancias y adolescencias hiperactivadas, hipersexualizadas, hiperconectadas y al tiempo hipercontroladas. Si tradicionalmente se «adoctrinaba» a la infancia en nombre de los ideales, hoy tratamos, más bien, de imponerles un modo de goce que es el nuestro, el adulto. Queremos que sean emprendedores, con una identidad sexual clara y precoz, incluso con posiciones políticas, dominadores de varios idiomas, creativos y atrevidos para apostar o arriesgarse. Que sean, al mismo tiempo, perfectamente evaluables en sus resultados. Esta «producción» de niños y niñas bajo el régimen de lo híper parece dejarles sin el tiempo infantil.
Para conseguirlo no necesitamos ya extraterrestres con poderes sobrenaturales. Nos basta con estrategias más terrenales como la mcdonalización de la infancia, a la que se refiere Timimi, proceso por el cual se patologizan, a través de un diagnóstico y una medicación, problemas normales que los adultos suelen tener con los niños y los adolescentes, ya sean problemas de conducta relacionados con la atención y la dedicación a las tareas que «debieran» hacer o situaciones como los berrinches y cambios de humor, nada inusuales por otra parte (Timimi, 2010).
Paralelamente a esta pasión por el naming y el dopaje, hemos poblado el universo infantil, cada vez más precozmente, de nuevos objetos, los gadgets (móviles, ordenadores, tabletas...), que los conectan a un otro virtual, anónimo y escurridizo, que pasa fácilmente desapercibido para los padres, al tratarse de un interlocutor extrafamiliar. Un porcentaje elevado de los padres, entre un 50 y un 80 por ciento, según los estudios, desconocen las páginas que visitan sus hijos o los juegos con los que se divierten.4
Esta hiperconexión no es ajena al destino que la curiosidad y el aburrimiento, signos inequívocos de la infancia, están tomando. La curiosidad aplastada por los estímulos incesantes que los invaden y el aburrimiento como una especie de enfermedad de la que habría que curarse rápidamente.
De esta manera contrariamos la lógica misma de lo infantil, que es ante todo, como nos mostró Freud, un tiempo para comprender, un tiempo para hacer(se) preguntas más que para encontrar respuestas definitivas. Un tiempo de juego y elaboración más que de trabajo productivo. Juego debe entenderse en lo que tiene de constituyente para el niño. Los niños no juegan sólo para entretenerse, lo hacen sobre todo para representarse lo irrepresentable: la muerte, el dolor, la sexualidad, la soledad. Cuando simulan ser un superhéroe o se esconden de nuestra mirada es porque asumen sus limitaciones o tratan de pensar su ausencia con relación a nuestro deseo, a lo que son para nosotros «si no estuvieran».
La infancia es, pues, un tiempo abierto a lo inacabado, a lo que está por venir y por construir. Un tiempo también para fracasar y aprender de los tropiezos. Un tiempo para las sorpresas y la curiosidad. El saber que allí se explora, incluido por supuesto el saber sobre el sexo, tiempo habrá de ponerlo a prueba más tarde, en el «despertar de la primavera».
Reivindicar una cierta inocencia infantil no es ser nostálgicos ni moralistas, es simplemente reconocer que no se puede eliminar ese tiempo de latencia en el que cada uno y cada una vamos construyendo lo que será después nuestro modo singular de estar en el mundo. Y no se puede eliminar porque no se trata sólo de un tiempo cronológico, más o menos corto o largo según las épocas. Es algo más importante en la construcción de una persona.
Es un momento lógico necesario, decía Freud, para formar aquellos síntomas y defensas, como el pudor, la vergüenza, los ideales, con los que hacer frente a ese real que constituye lo más íntimo y propio de cada uno. Es el tiempo en el que la sexualidad y la muerte se viven pero necesitan ciertos velos antes de abordarlas directamente (Freud, 1981a).
Ese trayecto, no exento pues de dificultades, exige su tiempo, propio a cada uno, y por ello nombrar precoz y precipitadamente como trastorno o fracaso aquello que nos hace singulares es contribuir, como decía Clarke, a una pérdida del deseo de vivir. Al igual que las propuestas «tecnológicas» de pretender monitorizar la infancia, al estilo que tan bien describe la serie Black Mirror en su última temporada,5 o los nuevos gadgets como los WatchPhone que incorporan toda una tecnología de control remoto y prometen ser «la manera más inteligente de proteger a su hijo».6
Nuestro deseo, como autores de este libro, es más bien lo contrario. No liquidar la infancia que hay en cada niño y niña. Reivindicar ese tiempo de construcción subjetiva sin patologizar aquello que forma parte de las soluciones e invenciones que cada uno va haciendo. Reivindicar el derecho de los niños y niñas a darse un tiempo antes de hacerse adultos, a «fracasar» antes de concluir su investigación.
Para ello nos hemos tomado nuestro tiempo para escucharles, primero a ellos, suponiéndoles un saber, también a sus padres y maestros, para luego conversar entre nosotros, sin ánimo de exhaustividad y dejando algunos temas para futuros trabajos. Y lo hemos hecho siguiendo los pasos de nuestra propia formación y experiencia, diversa pero no antagónica. Desde el psicoanálisis de orientación lacaniana hasta el análisis de la conducta de orientación fenomenológica existencial, pasando por las enseñanzas de muchos otros pensadores.
Autores como Hanna Arendt, con cuyas palabras querríamos concluir esta introducción:
La educación es el punto en que decidimos si amamos el mundo lo bastante como para asumir una responsabilidad por él y así salvarlo de la ruina que, de no ser por la renovación, de no ser por la llegada de los nuevos y los jóvenes, sería inevitable. También mediante la educación decidimos si amamos a nuestros hijos lo bastante como para no arrojarlos de nuestro mundo y librarlos a sus propios recursos, ni quitarles de las manos la oportunidad de emprender algo nuevo, algo que nosotros no imaginamos, lo bastante como para prepararlos con tiempo para la tarea de renovar un mundo común.
Arendt, 2003, p. 208
Esperamos, querido lector y lectora, que sea para ti también una ocasión de conversar sobre esa novedad que todo niño y niña trae bajo el brazo y que, por lo tanto, debemos acoger y no rechazar.
1. Un Women. «Cyber violence against women and girls», informe de Un broadband commission for digital development working group on broadband and gender, Nueva York, septiembre de 2015. Consultado el 2/1/2018. http://www.unwomen.org/~/media/headquarters/attachments/sections/library/publications/2015/cyber_violence_gender%20report.pdf?d=20150924T154259&v=1
2. Informe ditrendia 2016. «Mobile en España y en el mundo». Consultado el 2/1/2018 http://www.amic.media/media/files/file_352_1050.pdf
3. Pablo G. Bejerano. «¿Qué hay detrás del fenómeno de los bebés en Instagram?», en La Vanguardia, 15 de diciembre de 2017. Consultado el 2/1/2018.
http://www.lavanguardia.com/tecnologia/20171215/433630845261/bebes-instagram-fenomeno-redes-sociales-menores-fotografia.html
4. National Cyber Security Alliance. «Survey Reveals the Complex Digital Lives of American Teens and Parents», Washington, 24 de agosto de 2016. Consultado el 2/1/2018.
https://www.prnewswire.com/news-releases/national-cyber-security-alliance-survey-reveals-the-complex-digital-lives-of-american-teens-and-parents-300317497.html
5. El primer capítulo de la nueva temporada (T4), titulado «Arkangel» y dirigido por Jodie Foster, muestra cómo una madre, Marie, haría cualquier cosa para proteger a su hija, y cuando se crea un dispositivo que hace justo eso, encuentra la fórmula adecuada.
6. The Smartest Way to Protect Your Child. «WatchPhone is a hybrid between a smartphone and a wrist watch. It is a fusion of functionality and convenience for parents who wants to add security to their child». Consultado el 2/1/2018. https://oaxis.com/en/products/watchphone/
¿Qué hay de nuevo en la infancia del siglo xxi?
Infancias hiperpautadas y al tiempo desreguladas
José Ramón Ubieto: Podemos empezar, si te parece, clarificando un poco la idea que nos hacemos de la infancia, ya que estamos de acuerdo en que no se trata de un estado «natural», dado sólo por un tiempo cronológico. Si hablamos de infancia es porque tenemos una idea previa, un discurso, que organiza nuestra manera de entender todos los fenómenos que observamos. Ser un niño o una niña en el siglo xxi tiene poco que ver, por ejemplo, con los niños a los que se refería Freud hace más de un siglo, cuando la idea de autoridad paterna era mucho más sólida. O incluso en nuestra época, un niño europeo de clase media tiene una experiencia vital y unos derechos sociales muy distintos de los de un niño de ciertas regiones de Asia o Latinoamérica, donde la explotación sexual o laboral les afecta de lleno.
Marino Pérez Álvarez: Yo entendería la infancia en un sentido amplio, incluyendo la adolescencia hasta que desemboque en la vida adulta. Una edad cuyas características no están claras y destacaría una paradoja de esta sociedad. Y es que la infancia y la adolescencia y, en general, la vida de las personas, nunca han estado tan pautadas. Nunca han tenido tantos pasos decisivos. En la vida de un niño puede haber no sé cuantos pasos que podríamos identificar: la lactancia, la poslactancia, el de preescolar... Seguramente en preescolar hay distintos grados también... La escolarización y toda una serie de pasos que a menudo se definen por cursos, por grados escolares. Luego la prepubertad, la pubertad, la adolescencia, etcétera. La paradoja sería que con tantos pasos no hay, sin embargo, como dirías tú, ritos de paso.
No están señaladas las transiciones más que de una forma administrativa, pero no experiencial, no vital. Creo que eso da lugar, efectivamente, a muchas confusiones, muchos saltos de edades. Si está previsto para una determinada edad que los niños jueguen y jueguen unos con otros, y que más adelante dejen de ser niños y pasen de la inocencia a ver la realidad de la vida, lo que es la vida de los adultos, eso hoy está adelantado.
Las niñas están convertidas en casi vedetes, eso es la sexualización de la infancia. Yo llamaría a esto una paradoja. Nunca hubo tantos pasos decisivos en los que se genera también mucho miedo con relación a las decisiones o a los pasos que se dan. Porque se dan unos pasos pero se dejan de dar otros, de tomar otras decisiones, y eso da lugar también a una sociedad del miedo. Y todo esto sin ritualizaciones. Y esta falta de ritualizaciones la vienen a cubrir otras fuerzas sociales como, sin ir más lejos, la propia comercialización del ocio, de los juguetes o de la ropa. Pasan ya los niños a ser potenciales clientes que influyen en los padres para que no sean sólo los padres los que al final decidan qué es lo que les interesa a los niños. Y luego está el otro aspecto de la colonización de la infancia por la clínica. Todos estos pasos son pues decisivos, complicados y se convierten muy fácilmente en nombres clínicos y patologizaciones.
jru: Es interesante porque es una paradoja que tenemos que explorar un poco ya que se dan dos fenómenos que en apariencia son contradictorios y que conducirían a esta transformación de la idea de infancia. En El fin de la infancia, la novela de Arthur C. Clarke, de la que hemos tomado prestado el título para esta conversación, él plantea una cuestión interesante. Plantea que nuestra sociedad planetaria, la Tierra, de repente se ve colonizada por unos extraterrestres. Y estos extraterrestres son de una raza superior y actúan e intervienen sobre los conflictos que observan que se producen en la Tierra: guerras, violencia, desigualdad, etcétera. Lo hacen de una manera muy prudente, sin invadir demasiado la vida terráquea y para mantener la especie.
Ése es el objetivo que ellos tienen, que no nos destruyamos nosotros mismos. Pero lo interesante es que la forma en que lo van haciendo es el camino de una monitorización absoluta de la vida de las personas. De tal manera que los únicos insurgentes que hay en la Tierra son los que quieren vivir como los humanos, cosa que incluye su propia extinción, la comisión de errores, sus excesos. Eso resulta incomprensible e intolerable, una especie de subversión de la idea de felicidad que los invasores quieren promover.
Esta ficción tiene algo de premonitorio porque hoy tenemos también la tentación de que podríamos, a través de la promesa tanto de la ciencia como de la tecnología, llegar a un estado en el que redujéramos el riesgo a cero. Y esto implica toda una serie de procesos de los que hablaremos, que van en el camino de una clasificación rígida en términos de una normalidad estadística. Es decir, establecer cuál es el desarrollo esperable de un sujeto, y a partir de ahí podemos ver en qué medida se acerca o se distancia de eso.
Coincido contigo en esa hipermonitorización de los pasos decisivos que se hace en nombre de un cálculo del bien del sujeto. Se calcula que lo que le conviene sería funcionar así, y eso reduce su subjetividad. Es una tendencia que contribuiría, digamos, a eliminar lo subjetivo, el riesgo, el error, el síntoma en definitiva. The Quantified Self (el yo cuantificado) es un movimiento en auge que agrupa a miles de personas dedicadas al selftracking (autorrastreo). Como señala acertadamente el psicoanalista Gustavo Dessal: «Con la ayuda de toda clase de instrumentos técnicos de medición que pueden llevarse cómodamente en el cuerpo (relojes, pulseras, brazaletes, sensores térmicos y acelerómetros), los adeptos al Quantified Self dedican gran parte de su tiempo a medirlo todo: el ritmo cardíaco, la presión sanguínea, el número de pasos andados, las características del sudor. La filosofía es muy simple: todo aquello que puede medirse, debe ser medido» (Dessal, 2017).
Pero al mismo tiempo, paralelamente —y aquí está un poco la contradicción que señalas—, hay una desregulación en algunos aspectos que tienen que ver con el acompañamiento, que antes los llamábamos ritos de paso. Ésa es la paradoja: por un lado, hay una hipermonitorización, en el sentido de intento de control objetivo de todos los procesos subjetivos hasta el punto de eliminar la incertidumbre y el error. Pero al mismo tiempo, hay, por otro lado, una desregulación en el sentido de que no hay proceso de acompañamiento que sustituya a los ritos de pasaje de la edad.
Tú hacías referencia antes a la hipersexualización de la infancia, y me acordé de una periodista norteamericana que se llama Nancy Jo Sales, autora de American Girls: Social Media and the Secret Lives of Teenagers. Ella entrevistó a muchas adolescentes y niñas acerca de sus vivencias de la sexualidad, y explica cómo niñas de 6 y 7 años tienen un acceso al porno que era impensable hace sólo una década.7 Allí se ve que hay una desregulación en cuanto a cómo acceden abiertamente niños y adolescentes a aspectos sexuales adultos. Y aquí es crucial la nueva realidad digital, con un nivel alto de desregulación que tiene que ver mucho con una variable de negocio cada vez más importante. Lo digital es un nicho de mercado que contempla a la infancia y a la adolescencia como consumidores muy importantes.
Claro que al mismo tiempo, y por esa paradoja de la hiperpautación frente a desregulación, conocimos recientemente que Facebook había censurado la famosa foto, tomada en 1972 en Vietnam, de la niña que huye del napalm. El algoritmo, en su lógica conectiva, dedujo que «niña y desnuda» no debería verse. Analizar esta paradoja nos puede ayudar a intentar entender la idea que nos hacemos hoy de la infancia.
mpa: No he leído la novela El fin de la infancia pero, tal como la presentas, parece una buena referencia para situar nuestro diálogo o nuestro análisis sobre esta problemática y estas paradojas de las que estamos hablando. Y, seguramente, en este mundo actual hay extraterrestres en nuestro propio mundo. La propia infancia es invadida por fuerzas que no son las esperables, que influyen en los niños y que proceden de otras tendencias que se dan en nuestra sociedad. Tú has citado —y es muy oportuno— la monitorización. Efectivamente, en nombre seguramente de un mayor control científico, se está supervisando y monitorizando de manera continua a los niños, en este caso, y luego los niños aprenden a hacerlo sobre ellos mismos. Y nuestra vida está, como nunca antes, monitorizada.
Introduzco el concepto de reflexividad, que sería equivalente. Nuestra sociedad es hiperreflexiva y parte de esa hiperreflexividad viene de la propia ciencia, que supuestamente tiene unos conocimientos sobre el desarrollo infantil, sobre cómo cuidar a los niños, no sólo en el sentido pediátrico, sino en todos los ámbitos de la vida. Supuestamente, entonces, los niños tienen que estar monitorizados por la ciencia a través de los padres. Esto da lugar a una paradoja: los propios padres pierden el sentido común, las maneras tradicionales de educar a los niños para que sepan estar y para que funcionen de acuerdo con las pautas de la sociedad.
Allí donde la madre o, para más seguridad en el ejemplo que voy a poner, la abuela de una madre actual no tuvo ningún problema y ha educado a ocho o a diez hijos, una madre y un padre jóvenes actuales, que no tienen a lo mejor más que un niño o dos y tienen todas las disponibilidades, no saben qué hacer con él. En relación con la lactancia, con los cuidados, etcétera. Ese tipo de monitorización es una reflexividad que viene de la ciencia.
jru: Hoy existen ya diversas aplicaciones y artilugios electrónicos para analizar el llanto del bebé y proponer soluciones. Cry Translator, por ejemplo, se puede adquirir en Amazon o ITunes y promete en tan sólo tres segundos decirnos si el bebé llora por «hambre, sueño, malestar, estrés o aburrimiento».8 O los monitores para bebés de la compañía Sproutling, agotados antes de salir a la venta, consistentes en una banda elástica que se coloca en uno de los tobillos del bebé y mide la temperatura, el ritmo cardíaco y respiratorio, los movimientos cuando duerme, y es incluso capaz de predecir en cuánto tiempo el niño habrá de despertarse, a fin de que sus padres puedan planificar mejor sus tareas. Todo ello queda registrado y llega de inmediato a la pantalla de un dispositivo móvil que los progenitores revisan constantemente. La frecuencia de «falsos positivos» es tan grande que muchos padres viven angustiados durante el día y no logran dormir por la noche, produciéndose el efecto exactamente contrario al esperado: que la internet de las cosas contribuya a aumentar la inquietud de los tecnoprogenitores en lugar de aliviarla (Dessal, 2017).
mpa: Sí, la ciencia está ocupando espacios que antes estaban ocupados por el sentido común. Y la ciencia debe estar al servicio de la vida, no actuar como un sustituto de todos los conocimientos. Yo creo que esa invasión extraterrestre podríamos entenderla como fuerzas dentro de esta sociedad. No será la única, pero la ciencia, con el prestigio que tiene, está tomando cartas en aspectos para los cuales no tiene novedades y que, sin embargo, puede que esté cuestionando prácticas tradicionales de sentido común que tienen todo su valor.