¿Por qué hay todo y no nada? - Richard David Precht - E-Book

¿Por qué hay todo y no nada? E-Book

Richard David Precht

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Se dice que los niños son los verdaderos filósofos. Tienen una curiosidad inconte­nible y sus preguntas hacen titubear muchas veces a los adultos. ¿Cómo explicar el mundo a los niños? El reconocido filósofo Richard David Precht paseó por Berlín durante un verano con su hijo Oskar. Fueron, entre otros sitios, al zoo, al Museo de Ciencias Naturales o a los restos del famoso muro. Durante esas visitas, ­Precht respondió a numerosas preguntas como «¿Soy yo realmente yo?», «¿Por qué los ­seres humanos tienen preocupaciones?» o «¿Qué es belleza?».Este es un libro de filosofía para niños y jóvenes que quieren saber más sobre los grandes temas que nos mueven a todos en la vida, sin importar la edad que tengamos.

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Índice

Cubierta

Portadilla

¿Por qué hay todo y no nada?

Introducción

Yo y yo

En el Museo de Ciencias Naturales

En el Museo de Ciencias Naturales (2)

En el Aquarium

En el zoo

En el parque zoológico

En el metro

En el Museo de la Técnica

En el jardín laberíntico

El bien y yo

En la isla de la Amistad

En la estación central

Ante la Charité

En el lago Plötzen

En la zona RAW

En el «Kolle 37»

Ante el puesto de salchichas Konnopke

Mi felicidad y yo

En Sanssouci

En el Nuevo Museo

En el Plänterwald

En el Parque del Muro

En la torre de la televisión

Bibliografía

Sobre el autor

Créditos

Para Oskar y Far

¿Por qué hay todo y no nada?

Un paseo por la filosofía

Introducción

Sobre cosas de adultos, cosas de lagartos y cosas de niños

Un día, hace aproximadamente un año, Oskar y yo observábamos en el Aquarium de Berlín la anguila eléctrica. Las anguilas eléctricas son espantosas y bastante desagradables, parecen gruesas salchichas de color rosa grisáceo. Este pez, de diminutos ojos opacos y ciegos, posee una fuerte carga eléctrica. Ante nuestros ojos teníamos, pues, a un auténtico monstruo que se deslizaba despacio entre las plantas acuáticas.

A Oskar los monstruos le parecen horribles, pero a la vez le resultan fascinantes. ¿Y si escribiéramos un libro infantil con una anguila eléctrica, increíblemente gigantesca, como amenaza? ¿Un monstruo que emita descargas eléctricas mortales? Entre los libros preferidos de Oskar hay una colección que protagoniza un joven héroe de la Edad Media que se enfrenta a toda una serie de seres extraños. ¿Por qué no habríamos de escribir también un libro sobre una anguila eléctrica? Científicamente ese animal se llama Electrophorus. El cartel sería estupendo: «Electrophorus, el horror del Amazonas». El título ya lo tendríamos.

Pero de repente Oskar se quedó muy pensativo. Le surgían dudas.

–Papá, eso no se puede hacer –dijo apenado–, en la Edad Media aún no había electricidad.

Hoy Oskar tiene un año más.Y ya sabe, naturalmente, que en la Edad Media sí había electricidad, por supuesto. Pero entonces nadie sabía lo que era; en la Edad Media los relámpagos también eran descargas eléctricas. De todos modos, de alguna manera, Oskar tenía razón: electricidad y Edad Media no casan muy bien.

Que algo sea exacto objetivamente es una cosa y creer que algo tiene coherencia es otra muy diferente. En este libro se tratará de ambas. De aquello de lo que sabemos con exactitud que es cierto y de las muchas cosas de las que solo podemos decir de forma aproximada que son ciertas; cosas de las que, sin embargo, consideramos que son coherentes o que no lo son.

Se dice a menudo que los niños son los verdaderos filósofos. Son curiosos y quieren saber todo con exactitud; y en el mundo existen infinitas cosas que se pueden saber. Algunas cuestiones se pueden responder fácilmente y otras son difíciles de responder, o no se pueden responder de modo definitivo o absoluto. Estas son normalmente cuestiones filosóficas.

Muchas de esas preguntas y respuestas, que resultan fascinantes para los niños, también lo son, naturalmente, para los adultos. A menudo plantean las mismas cosas: ¿De dónde viene realmente la vida? ¿Por qué los seres humanos a veces están tristes? ¿Cómo puede reconocerse verdaderamente que lo que se hace es correcto o incorrecto?

En mis tres últimos libros para adultos me ocupé de estas cuestiones. Ahora, he recogido algunos de los temas o historias tratados en ellos y los he reelaborado para que también los niños puedan comprenderlas. Oskar, mientras tanto, ya tiene suficiente edad para entender muchos aspectos de todo esto.

Además hay ciertas cosas que son especialmente sugestivas para los niños. El filósofo Martin Heidegger dijo una vez que, para los lagartos, lo que piensan los seres humanos es aburridísimo y totalmente inconcebible. En su mundo no existe ningún asunto humano, solo «asuntos de lagartos». Pero ¿cuáles son los asuntos de lagartos? Heidegger no lo explicó, lamentablemente. ¿Quizá sean insectos crujientes, piedras calientes y agradables y cuevas acogedoras y protectoras?

Del mismo modo que existen «cosas de lagartos», también hay «cosas de niños»; por ejemplo, pasillos largos por los que es imposible andar despacio, solo se puede correr; pisos lisos sobre los que irremediablemente hay que deslizarse en calcetines. Terrenos que invitan a hacer equilibrios. Cojines o almohadas que solo sirven para luchar. Sofás que están ahí para brincar sobre ellos. También existen preguntas de niños, y estas cuestiones son tan diferentes de las de los adultos como andar despacio o deslizarse rápidamente por un pasillo liso. Aunque los adultos –cuando están de muy buen humor, algo bebidos o recién enamorados– recuerdan que deslizarse es realmente más divertido que caminar despacio...

Por eso las cosas de niños son en muchos casos parecidas a las cosas de adultos, pero la mayoría de las veces resultan más espontáneas, más divertidas y más sinceras. Casi todos los niños saben que no saben muchas cosas. Los adultos, al contrario, siempre creen que tienen que tener una respuesta para todo. Quizá porque piensan que, si no, se les consideraría tontos. Y naturalmente nadie quiere ser tonto, ni los adultos ni los niños. Pero en realidad tontos son sobre todo los seres humanos que creen que lo saben todo...

Para nuestros diálogos filosóficos Oskar y yo hemos elegido Berlín. Es una de nuestras ciudades preferidas. Hay muchísimas cosas que ver, que visitar y que hacer.

Como algunos filósofos famosos, que tuvieron sus mejores ideas mientras caminaban, dimos muchos paseos. De modo que pudimos sentirnos un poquito como Jean-Jacques Rousseau, como Martin Heidegger o como Immanuel Kant, cuyos paseos eran tan regulares y puntuales que parece incluso que los vecinos ponían en hora sus relojes...

Yo y yo

En el Museo de Ciencias Naturales

¿Por qué hay todo y no nada?

Desde que tiene memoria, Oskar se interesa por los dinosaurios, por mamíferos extinguidos como los tigres dientes de sable y por los tiempos primitivos de la Tierra. Por eso nuestra primera estación en Berlín es siempre el Museo de Ciencias Naturales, en la Invalidenstrasse, la calle de los inválidos.

Ya por fuera es solemne e impresionante. Un gran edificio antiguo, de la época del Imperio, con una fachada algo desconchada que hace que el museo parezca tan viejo como es. En el vestíbulo de la entrada nos recibe la gran osamenta del braquiosaurio, el mayor esqueleto de dinosaurio completamente reconstruido con huesos auténticos. Aunque hoy se sabe que en el jurásico había saurios más grandes que el braquiosaurio, por ejemplo, el supersaurio y el argentinosaurio, sigue causando una sensación impresionante situarse bajo ese viejo esqueleto, que es el doble de alto que una jirafa y casi tan largo como una ballena azul. Al lado hay esqueletos de otros dinosaurios jurásicos como el diplodocus y los alosaurios.Y se puede hacer que vuelvan a vivir, por decirlo de alguna manera, con simulaciones de ordenador. Naturalmente también está ahí la valiosa huella fósil del ave originaria arqueópterix en su piedra caliza.

En el hueco de la escalera hay una acogedora zona de descanso con una especie de gran colchón redondo que inmediatamente invita a arrojarse encima. Este es el lugar preferido de Oskar en el museo. Si uno se tumba de espaldas se ve en el techo una instalación multimedia sobre el origen del universo, el big bang, la historia del cosmos y de la Tierra. Distendidos y concentrados vemos y escuchamos cómo surgen y desaparecen las galaxias, cómo brillan y se apagan las estrellas. Hasta que al final aparece un espejo en el que nos vemos a nosotros mismos, tumbados en el colchón y mirando hacia arriba. Dos criaturas diminutas pero muy divertidas en un pequeño planeta del universo gigantesco. Cuando subimos la vieja y distinguida escalera hasta el primer piso, Oskar pregunta de repente muy serio:

–Papá, ¿por qué hay todo esto?

–¿Qué quieres decir, Oskar?

–Quiero decir que por qué existe todo esto. ¿Por qué hay todo y no nada?

–¿Quieres decir que por qué hay estrellas, planetas, plantas, animales y seres humanos?

–Sí, ¿por qué está ahí todo esto?

¿Por qué hay todo y no nada? Los seres humanos se han preguntado eso a menudo, una y otra vez. Probablemente sea la pregunta más antigua de la filosofía en general, la cuestión anterior a todas. Desde siempre, repetidamente, y en todos los países, han intentado dar respuestas a esa pregunta. Y la mayoría de las veces han inventado historias para responderla.

Los antiguos chinos hablan del caos como estado originario en el Libro de los montes y los mares. El caos es un ave multicolor sin rostro, que baila sobre seis pies. Los germanos llamaban al caos Ginnungagap: el abismo bostezante. Los judíos lo llamaban Tohuwabohu: el gran desorden. (Todavía hoy muchos padres utilizan la palabra cuando piensan que los hijos han creado en las habitaciones de la casa un tohuwabohu. Pero podéis explicarles tranquilamente que no se trata de un tohuwabohu sino de un ginnungagap...)

Para los antiguos egipcios surgió al principio el agua primordial, de la que se levantó un día el montículo primitivo: la tierra. En otra historia del antiguo Egipto los dioses surgen del barro primitivo. El primero que se libera de él es Atum, el dios creador. Él crea el mundo generando al dios del aire y a la diosa del fuego. La historia del montículo primitivo o monte del mundo se encuentra también entre los sumerios, que construían sus templos según el modelo figurado del monte del mundo.

Otra narración elegida por muchas culturas es la que cuenta que el mundo surgió de un huevo. Historias así hay en Europa oriental, en Asia del Norte, entre los griegos, persas y egipcios. También los antiguos chinos creían que el mundo nació a partir de un huevo. Se trata del relato del Pangu Gigante. Primero era un enano diminuto y nació de un huevo primitivo, hace 18.000 años, aproximadamente. De la mitad de abajo de la cáscara del huevo surgió Yin, la tierra; y de la mitad de arriba, Yang, el cielo. Aprisionado entre ambos, Pangu se convirtió en un gigante y se partió en numerosos trozos pequeños: la luna, el sol, las montañas, los ríos, el aire, etc. A las pulgas que habitaban en su piel les correspondió un destino muy especial, pues de ellas surgieron los seres humanos.

–Pero, papá, ¡esas historias son absurdas! Todos esos dioses y huevos son ridículos.

–Sí.

–¿Por qué me las cuentas entonces? ¿Contar historias equivocadas es filosofía? Entonces también podemos imaginarnos historias como la de La guerra de las galaxias u otras así...

–Sí, así es. Cada uno puede inventar su propia historia sobre cómo surgió el mundo.Y ¿sabes por qué? Porque nunca se descubrirá la verdad.

–Pero lo que hemos visto es la verdad. El universo surgió de la explosión primitiva.

–Bueno, eso suponemos, pero, en cualquier caso, hasta donde alcanza nuestro saber hoy día. Quizá surja pronto una nueva teoría y dentro de cien años se vuelva a ver la cuestión de otro modo. Nunca lo sabremos con certeza.

–Si se produjo la explosión primitiva, de la que todo surgió, también tuvo que haber algo antes de ella.

–Sí, una bola gigantesca.

–Y ¿de dónde viene esa bola?

–Ese es precisamente el problema. Si el mundo surgió de un huevo, ¿de dónde provenía entonces el huevo? Y si al comienzo existía una bola, ¿de dónde venía la bola? Los antiguos filósofos griegos ya se ocuparon de esa cuestión e hicieron constar: «¡De la nada no proviene nada!».

–Papá, ¿quiere decir eso que no hay ninguna respuesta?

–Creo que estás en lo cierto, Oskar. ¿Te acuerdas de que una vez te dije que las auténticas preguntas filosóficas son aquellas para las que no hay una respuesta cierta...?

–Y ¿a mi pregunta no hay ninguna?

–Bueno, hay cuestiones para las que AÚN no se conoce una respuesta cierta. Por ejemplo, durante mucho tiempo no se supo qué era la electricidad. Así que tampoco se podía explicar qué era un rayo. Se pensaba que había un dios en una nube oscura y que desde ella lanzaba relámpagos, o algo parecido. Hoy sabemos más y podemos explicar con exactitud cómo se producen los rayos. Pero también hay cuestiones a las que siempre resultará difícil dar una respuesta firme.Y esas son las auténticas cuestiones filosóficas.

–¿Por ejemplo mi pregunta, papá?

–Exactamente.Tu pregunta ni siquiera es una pregunta filosófica cualquiera. Es la gran pregunta filosófica y la más difícil de responder. Pero quizá me vuelvas a recordar esto al final de nuestro libro. Pues cuando hayamos reflexionado sobre todo lo que queremos reflexionar juntos, ¿quién sabe?, quizá se nos ocurra una respuesta que incluso nos deje medio satisfechos...

En cualquier caso ya hemos conseguido un primer esclarecimiento filosófico:

No toda pregunta filosófica puede contestarse. Hay muchas que solo tienen respuestas aproximadas.Y muchas de ellas, a su vez, llevan inmediatamente a nuevas preguntas.

Si no se puede saber por qué existe todo y no nada, ¿es posible, al menos, explicar por qué hay seres humanos?

En el Museo de Ciencias Naturales (2)

¿Por qué existo yo?

En una sala algo oscura del museo hay una vitrina de cristal gigantesca, tan grande como la pared. En ella se pueden ver desde los más pequeños escarabajos hasta las panteras nebulosas y los leopardos; los animales más variados de nuestro planeta: un gran cicónido, el pico de zapato, al lado de espátulas, grullas, águilas calvas y bucerótidos. Cada uno de esos picos tiene una forma diferente y sirve para algo distinto. En cada grupo de animales se aprecia cómo la evolución ha desarrollado numerosas y diversas formas.

Todo comenzó de modo muy sencillo. Hace mucho tiempo, tanto que es imposible imaginarlo, aproximadamente 3.500 millones de años, se desarrolló la vida por primera vez y desde entonces siempre ha ido adoptando nuevas formas. Cuando se llega al ala lateral del museo nos encontramos con una sala especial en la que solo pueden entrar un número reducido de visitantes al mismo tiempo. Dentro hace frío, resulta tétrica y un tanto fantasmal. En vitrinas altas se conservan cientos de miles de grandes y pequeños recipientes de cristal con peces, arañas, cangrejos, anfibios y mamíferos.

–¿Te acuerdas, Oskar, de lo que te conté sobre de dónde provienen los seres humanos?

–De los monos.

–¿Y por qué se sabe eso?

–Porque se han encontrado huesos y cabezas de homínidos.

–¿Se sabía eso desde siempre?

–No, creo que no.

–¿Sabes desde cuándo se sabe, Oskar?

–No exactamente.

Que los seres humanos y los monos estén emparentados de algún modo es algo que aquellos sospechaban ya hace más de 2.000 años. Los habitantes primitivos de Indonesia creían que los orangutanes eran seres humanos y que si no hablan es solo porque son demasiado vagos. La palabra orangután significa «hombre de la selva». Los mayas describieron en su libro sagrado Popol Vuh. El libro del consejo cómo los dioses crearon a los primeros seres humanos. Por desgracia no les salieron bien. No eran inteligentes ni sensibles, no tenían sentimientos. Entonces los dioses convirtieron en monos a sus chapuzas humanas.

La Biblia, por el contrario, no conoce ninguna historia de la creación en la que aparezcan los monos. Por un motivo sencillísimo: en Israel, donde surgió la Biblia, no hay monos. Y no se pueden contar historias ni inventar explicaciones de lo que no se conoce.

La ciencia sabe hoy que el hombre proviene de antepasados semejantes a los monos. Pero transcurrió mucho tiempo hasta que la mayoría de los seres humanos se convencieron de ello. Cuando el famoso naturalista Charles Darwin explicó hace 150 años que todos los animales que viven hoy día descienden de animales completamente diferentes se burlaron de él. Hasta entonces mucha gente prefería creer lo que dice la Biblia: que Dios creó a los animales y a los seres humanos. Y tras el diluvio universal, el arca de Noé encalló en el monte Ararat, un volcán de Turquía. Poco antes de Darwin muchos naturalistas todavía creían que las especies animales hoy vivas habían emigrado desde el monte Ararat hasta allí donde Dios quería que estuvieran.

Es difícil imaginarse que los osos polares pudieran emigrar a través de Turquía y toda Europa hasta Groenlandia. ¡Qué calor! ¡Y sobre todo los pobres pingüinos emperador! Desde el monte Ararat hasta el mar hay más de cien kilómetros. Y luego debían nadar a través del mar Negro hasta el Mediterráneo y desde allí hasta el Polo Sur a través del océano Atlántico. Muy fatigoso. ¿Y cómo llegaron hasta América del Sur y Australia, recorriendo medio mundo, las ranas y los sapos, y, sobre todo, los caracoles?

La historia de la Biblia, pues, no puede ser correcta. Hoy sabemos que las plantas y animales se han desarrollado paso a paso, transformándose en el transcurso del tiempo. Y lo mismo sucedió con el hombre, aunque todavía no conozcamos a nuestros antepasados más antiguos. Lo que sí sabemos es que hace aproximadamente cuatro o cinco millones de años aparecieron en África oriental una serie de homínidos diferentes: los australopithecus. En español ese nombre significa «monos del sur». Se establecieron en semidesiertos, sabanas, bosques pequeños y parajes fluviales pantanosos. Vivían juntos en hordas y en algún momento estos monos del sur aprendieron a andar erguidos. Tiempo después vivió en África oriental el Homo habilis, el «hombre hábil». Tenía un cerebro mucho mayor que los «monos del sur» y ya era también mucho más parecido al ser humano. Algo más tarde se desarrolló el Homo erectus, el hombre que camina erecto. Como primer antecesor del ser humano se extendió desde el África oriental hasta otros continentes y se desplazó hasta el sudeste de Asia. Hace aproximadamente 200.000 años se desarrolló el descendiente de este, el Homo sapiens, el hombre inteligente. Y ese somos nosotros.

–¿Por qué existes tú, entonces, Oskar?

–Porque los seres humanos se han desarrollado a partir de los monos. En algún momento evolucionaron hasta convertirse en mi mamá y en mi papá, y ellos me hicieron nacer.

–¿Crees que fue premeditado que surgieran los seres humanos? ¿O fue el azar?

–Ni idea.

–Imagínate que volviera a haber monos del sur. ¿Crees que evolucionarían hasta convertirse en seres humanos como los actuales? –Oskar se encoge de hombros–. Sinceramente, yo tampoco lo sé. Pero creo que no saldrían de ahí los mismos seres humanos. ¿Se trataría, quizá, de seres humanos completamente diferentes?

–Quizá fueran pequeños y encorvados y con pelaje en alguna parte del cuerpo.O gigantescos y vestidos con jirones...,y se pelearan horriblemente entre ellos. O tal vez caminasen a cuatro patas...

–Eso suena a trolls y orcos. Podríamos habernos convertido en auténticos monstruos. Imagínate cómo sería nuestra vida si tuviéramos, por ejemplo, brazos mucho más largos y piernas muy pequeñas.

–Entonces las mesas serían mucho más bajas, papá.Tampoco habría escaleras.

–No, quizá solo rampas como las que hay para personas que van en silla de ruedas...

–También los coches serían completamente diferentes.

–¡En el supuesto de que existieran! Esos seres humanos tampoco jugarían al fútbol.

–No, papá, solo a balonmano y a baloncesto. Por los largos brazos.

–Sí, nadie sabe cómo se habría desarrollado la vida sobre la tierra si el azar hubiera hecho todo diferente.

Nuestro segundo esclarecimiento filosófico:

El ser humano ha surgido de muchas casualidades.Y tenemos pocos motivos para suponer que detrás haya un sentido.

Para mucha gente aceptar esto no es fácil. En cualquier ocasión buscamos el sentido de nuestra vida. ¿Puede ser que no exista ese gran sentido? ¿Que nuestra existencia solo dependa de casualidades? Normalmente es muy importante para nosotros que todo tenga un sentido. Cuando hacemos algo lo hacemos porque lo tiene. Comemos, bebemos y dormimos porque tiene sentido hacerlo. Si no, nos moriríamos.También nos sentimos unidos a nuestra familia y a nuestros amigos porque significan algo para nosotros.Vamos a la escuela porque tiene sentido aprender mucho. Y trabajamos porque en nuestro mundo es importante ganar dinero. Todo juego de pelota tiene reglas con sentido. Nuestras palabras tienen un significado. Y nuestras frases adquieren sentido.

El ser humano es quizá el único animal que no puede vivir en absoluto sin ningún sentido en su vida. Incluso a los animales, a los que no hemos creado, y que existían mucho antes que nosotros, les damos significados con sus nombres.