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La pregunta acerca de la esencia de la acción moral y su motivación constituye una cuestión fundamental del ser humano y de la ética. En su polémica con Kant y su «polo opuesto», el Utilitarismo, y dentro de la ética de los valores objetivos, motiva de un modo decisivo la acción moral y en el sentido de una adecuada toma de posición «objetiva», de un modo que Kant nunca pudo haber concebido en virtud de sus presupuestos formalistas, aunque, ciertamente, abrió el camino a ello. En este libro se muestra la peculiar trascendencia de la que es capaz del hombre y que es negado por el Hedonismo y el Eudaimonismo en cuanto que reducen la acción del ser humano a un obrar por el interés propio. Merced al análisis de la obligación moral en su carácter categórico y motivador del agente moral, Seifert consigue una nueva síntesis, libre de compromisos, de las intuiciones de Kant y de la gran ética de los valores. Mediante la diferenciación entre motivos primarios y motivos secundarios se estudia el papel motivador legítimo de la felicidad y se alcanza una síntesis entre la ética antigua u medieval y la ética material del valor. Asimismo, se ofrece una fundamentación puramente filosófica de una ética teocéntrica. Seifert muestra por primera vez la unidad y la diferenciación de la séxtuple motivación de la acción moral y el orden reinante en ella. Por su claro estilo y la pregnancia y centralidad de las cuestiones así como por la consideración de las posiciones fundamentales de la ética occidental, este libro puede recomendarse como una muy buena introducción a la ética, en especial a la ética fenomenológica de los valores. Esta es la reedición revisada y corregida de su obra Was ist und was motiviert eine sittliche Handlung? (1976), traducida al castellano con el título ¿Qué es y qué motiva una acción moral?, que fue la primera publicación de la Editorial Francisco de Vitoria (1995).
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ColecciónDiálogos
Director
Vicente Lozano Díaz
Comité Científico Asesor
Carmen Romero Sánchez-Palencia
Fernando Viñado Oteo
Juan Pablo Serra
Cristina Ruiz-Alberdi Fernández
© 2024 Josef Seifert
© 2024 Mariano Crespo de la edición y traducción
© 2024 Editorial UFV
Universidad Francisco de [email protected] / www.editorialufv.es
Segunda edición: mayo de 2024
ISBN papel: 978-84-10083-47-9
ISBN digital: 978-84-10083-48-6
ISBN edición EPUB: 978-84-10083-49-3
Depósito Legal: M-9859-2024
Imagen de portada: archivo original Creative Commons en https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Camino_al_Tepuy_Roraima,_estado_Bol%C3%ADvar.JPG
Preimpresión: MCF Textos, S. A.
Impresión: Imedisa Artes Gráficas
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Impreso en España - Printed in Spain
Quien no quiere hacer el bien a su prójimo —de modo que solo le importa la realización de este bien—, sino que solo aprovecha la ocasión para ser bueno en este acto mismo o hacer el bien (este), no es en verdad moralmente bueno ni hace el bien […]. [El valor de lo bueno] se encuentra, por así decir, a la espalda de este acto.
MAX SCHELER
La buena voluntad no es buena por lo que efectúe o realice, no es buena por su adecuación para alcanzar algún fin que nos hayamos propuesto, sino que […] es buena en sí misma […]. Aun cuando, por particulares enconos del azar o por la mezquindad de una naturaleza madrastra, le faltase por completo a esa voluntad la facultad de sacar adelante su propósito; si a pesar de sus mayores esfuerzos, no pudiera llevar a cabo nada y solo quedase la buena voluntad —libremente […] como el acopio de todos los medios que están en nuestro poder—, sería esa buena voluntad como una joya brillante por sí misma, como algo que en sí mismo posee su pleno valor. La utilidad o la esterilidad no pueden ni añadir ni quitar nada a ese valor.
IMMANUEL KANT
En verdad atenienses os tengo afecto y soy vuestro amigo, pero obedeceré más a Dios que a vosotros.
SÓCRATES
Los valores morales son los supremos de todos los valores naturales. Por encima de la genialidad, de la inteligencia, de la vida floreciente, de la belleza de la naturaleza y del arte, de la concordia y del poder de un Estado se hallan el bien, la pureza, la veracidad y la humildad de una persona. Lo que en un acto de auténtico perdón o en una renuncia generosa o en un amor ardiente desinteresado se hace real y resplandece es más importante, más grande, significativo y eterno que las obras culturales. Los valores morales son el punto central del mundo; los disvalores morales, el mayor mal, peores que el sufrimiento, la enfermedad, la muerte y el perecer de las civilizaciones florecientes.
DIETRICH VON HILDEBRAND
Dedicado en agradecimiento a Balduin Schwarz y a Robert Spaemann
PRESENTACIÓN
ENSAYO INTRODUCTORIO
NOTA A LA SEGUNDA EDICIÓN
SOBRE ESTE LIBRO
INTRODUCCIÓN
PRIMERA RESPUESTA: LA IMPORTANCIA DEL ESTADO DE COSAS QUE REALIZAR (EL OBJETO DE LA ACCIÓN)
SEGUNDA RESPUESTA: EL DEBER MORAL COMO TAL MOTIVA LA ACCIÓN MORAL
TERCERA RESPUESTA: EL VALOR MORAL DE UNA ACCIÓN ES SIMULTÁNEAMENTE EL MOTIVO DE LA ACCIÓN
CUARTA RESPUESTA: LA UNIVERSALIDAD DEL MOTIVO DE LA ACCIÓN MORAL
QUINTA RESPUESTA: EL BIEN ABSOLUTO (DIOS) COMO FUNDAMENTO MOTIVADOR DE LA ACCIÓN MORAL
SEXTA RESPUESTA: EL PAPEL MOTIVADOR DE LA PROPIA FELICIDAD PARA LA ACCIÓN MORAL
CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA
ÍNDICE ONOMÁSTICO
Celebro sobremanera que la universidad Francisco de Vitoria inicie una colección de escritos de gran altura intelectual, como este del profesor J. Seifert. En el momento de encrucijada que vivimos, nada es más importante que el cultivo serio y lúcido del pensamiento. Si nos mantenemos en un nivel mediocre, no lograremos hacer frente con éxito a los rasgos patológicos más graves de la situación actual: el afán de tener y poder, el reduccionismo, el intrusismo, la manipulación…
Consecuencia patente de estas actitudes es el bajo voltaje moral de la sociedad contemporánea. Se hace urgente, por razones elementales de dignidad, llevar a cabo una labor de renovación de diversos órdenes. Y esta debe comenzar con una clarificación a fondo, apartidista y desinteresada, de lo que es el ser humano y sus leyes de desarrollo personal.
Entre estas leyes, figura la necesidad de comprometerse a ir en busca de la verdad, para vivir de ella y en ella. Esta idea debe ser enérgicamente subrayada, porque está cundiendo un cierto temor a la verdad, en medida proporcional a la defensa de la libertad humana. Parece darse por supuesto (la estrategia de la manipulación aconseja no demostrar nada, sino dar por hecho lo que conviene…) que ser libre y atenerse a la verdad se oponen mutuamente. Por eso, se rechaza, a menudo airadamente, la afirmación de que «la verdad os hará libres». Por increíble que parezca, no faltan quienes motejan de fundamentalista a quien la tome como lema de vida. En oposición a esta atenencia, supuestamente rígida, a los dictados de la verdad, se proclama la conveniencia de que cada uno busque libremente su verdad, sin pretensión alguna de poseer toda la verdad. Se estima que tal renuncia a la posesión de la verdad absoluta nos lleva a no imponer nuestras opiniones a los demás y respetar las suyas propias. De este modo, se hace posible una verdadera tolerancia y un mínimo al menos de convivencia pacífica y comprensiva.
Esta forma de convivencia es viable únicamente en el caso de que todos los ciudadanos coincidamos en la aceptación de unos valores básicos: solidaridad, justicia, libertad… Naturalmente, si se presupone que buscar la verdad y no cejar hasta cobrar conciencia de hallarse en ella implica la voluntad de imponerla a los demás, se torna indispensable encontrar algunas convicciones básicas que podamos compartir todos como base de nuestra vida cívica. Pero aquí se impone revisar dos puntos:
1.° La verdad, en su acepción primaria, es la autopatentización de la realidad en todo su valor. Y los valores atraen, no arrastran. Por tanto, no tiene sentido empeñarse en imponer la verdad. Puedo sugerirte que esta convicción mía es verdadera e, incluso, mostrarte su coherencia interna y su riqueza (dos aspectos del criterio de autenticidad), pero sería infiel al sentido profundo de la verdad que sostengo si intentara imponértela. En definitiva, no debemos rechazar la verdad y la defensa de esta por temor a privarnos de libertad. Lo que debemos evitar cuidadosamente son las falsas concepciones de verdad y libertad.
2.° Convendría meditar a fondo si existe una garantía seria de que la aceptación general de unos cuantos valores es base suficientemente sólida para garantizar la buena marcha de la sociedad. La afirmación de que el respeto a los derechos humanos es un bien común de las sociedades civilizadas es desmentida a diario, infelizmente, por los conflictos que siembran el horror en pueblos nada primitivos en cuanto al cultivo de la ciencia, la técnica y el arte. Limitarse a decir que la base de la que debemos partir para edificar nuestra vida social no es otra que la Declaración Universal de los Derechos Humanos resulta a todas luces insuficiente. Si bien a esta forma de configurar la vida ética se la denomina ética de mínimos, se corre peligro de que esta se convierta, a no tardar, en una ética bajo mínimos.
Más que nunca, se impone hoy precisar las exigencias que deben cumplir nuestras convicciones y actitudes para que puedan ser consideradas éticas en sentido riguroso. La aceptación borrosa y un tanto gregaria de ciertos valores indispensables para la convivencia es útil, sin duda, en orden al logro de un consenso, pero está lejos de constituir una actitud propiamente ética. Para merecer el calificativo de éticas, una convicción y una actitud han de estar debidamente fundamentadas. Esta fundamentación consiste en adecuarlas a la realidad, sobre todo a la realidad humana.
Esforzarse por ahondar en el modo propio de ser del hombre, con cuanto implica, y adecuar el pensamiento y la acción a este no puede tacharse de dogmatismo, ni menos de fanatismo o intolerancia. Todo lo contrario. Es el principio de la flexibilidad espiritual y de la tendencia a fundar modos de unidad valiosos con las realidades circundantes. El que actúa y piensa conforme a las exigencias de la realidad, no de su propio arbitrio, está dispuesto en todo momento a cambiar de opinión y actitud si descubre que no está acertado. No defiende sus posiciones como cosa de amor propio, sino por fidelidad a la realidad que nos sostiene e ilumina a todos. De ahí que la búsqueda desinteresada de la verdad sea el camino real hacia la unidad.
Escuchad un coro de calidad. Fijaos cómo vibran los intérpretes unos con otros. Pero lo curioso es que no se miran. Están solo atentos a algo que los trasciende. Uno diría que están atenidos a la realización de su papel particular, y es verdad, pero ese papel consiste en unirse a la perfección con la obra, y tal vinculación a algo valioso los engarza a todos entre sí con una forma de armonía que es fuente de la más alta belleza. Lo que interesa a cada intérprete es conseguir la verdad de la obra, la patentización fiel de su riqueza interna. ¿Quién podría afirmar que la atenencia a la verdad escinde a los músicos entre sí y los torna intolerantes? En toda labor interpretativa, se conjugan la máxima independencia y la máxima solidaridad. Esta forma de unión no es paradójica; es perfectamente lógica en el plano de la creatividad, no en el del mero dominio. En el plano del arte auténtico, nadie quiere dominar a nadie. Todos desean configurar las obras al tiempo que se dejan configurar por ellas. Es otro tipo de relación, más elevado, más flexible y fecundo. Hoy día, se confunde con frecuencia la atenencia a la verdad con el dogmatismo rígido porque se plantea esta cuestión en el nivel de los meros objetos y de los procesos de producción. Es un error radical que nos impide fundamentar en serio la teoría del conocimiento.
La verdad no se nos impone, ni nosotros la poseemos; la recibimos como una luz que brota en el encuentro. Oigo una buena interpretación de Bach y exclamo espontáneamente: «¡Esto es verdadero Bach!». Es Bach manifestándoseme en toda su autenticidad, su riqueza, su capacidad expresiva. No necesito confrontar esa interpretación con otra considerada modélica. Ella misma se me revela verdadera por su vivacidad interna, su coherencia interior, su poderosidad expresiva. La admiro profundamente, pero no caigo en la tentación de imponerla como la única válida. Puede haber otras diferentes de ella y también legítimas y verdaderas, pues cada interpretación que tiene la debida calidad es un diálogo recreador realizado desde una perspectiva peculiar. Cada diálogo es una fuente de luz y, a esa luz, cada intérprete puede ofrecernos aspectos distintos de la misma obra, que se complementan y enriquecen entre sí. Por eso, hoy día, conocemos las obras de los distintos compositores mucho mejor que en su época.
Cuando, al interpretar una obra, las posibilidades expresivas de esta no están todavía al descubierto, la obra misma lo delata, lo corrige, y esta corrección no supone una coacción, sino un impulso hacia un encuentro auténtico y, por ende, verdadero. Si un maestro me hace ver que mi interpretación no es del todo fiel a la obra, no me impone su visión de ella; me guía hacia la manifestación plena de la obra, hacia su verdad. Intenta convencerme, no vencerme.
Algo semejante acontece con la verdad en otros campos de lo real. Si manifiesto con entusiasmo una convicción mía, estoy mostrando que la realidad se me ha manifestado de esa forma, y en tal manifestación encuentro una riqueza que me mueve a aceptarla. Al comunicar mi hallazgo, quiero hacer partícipes a los demás de algo valioso, es decir, algo que les ofrece posibilidades para enriquecer su vida. Intento adentrarlos en el área de irradiación de ese valor. El resto debe hacerlo el valor mismo. Si tú lo aceptas es porque entrevés en él una serie de posibilidades para tu vida. No cabe hablar aquí de imposición alguna.
El que sabe lo que es la verdad y lo que significa para la vida humana es tolerante de forma radical, no por simple voluntad de consenso. Para él, adoptar una actitud tolerante no consiste en aceptar cualquier opinión, para evitar fricciones, sino en unirse con los demás para buscar en común la verdad. Cuando no está de acuerdo con otras personas, no las desprecia, no las deja de lado, no intenta pulverizarlas dialécticamente: las invita a que sigan buscando la verdad con él. Evita, así, el doble riesgo de confundir, por una parte, tolerancia con permisividad y, por otra, fidelidad a la verdad con mera terquedad hosca.
La fenomenología nació, como sabemos, por una voluntad indeclinable de verdad, de fidelidad a la realidad, de vuelta a las cosas mismas, sobre todo a las realidades que no son meras cosas. Husserl tuvo por meta convertir los conceptos vacíos en conceptos llenos, no quedarse en meras abstracciones, penetrar de forma experiencial en el sentido profundo de la realidad. Tanto él como sus discípulos contribuyeron notablemente a ampliar la noción de experiencia y nos legaron análisis fecundísimos de toda suerte de experiencias humanas.
La atenencia del doctor Seifert al pensamiento de uno de tales discípulos, Dietrich von Hildebrand, revela claramente que su investigación se mueve en el cauce de una fenomenología fiel a la realidad y a la experiencia humana liberada de prejuicios. El lema intelectual y espiritual de Josef Seifert, rector de la prestigiosa Academia Internacional de Filosofía del Principado de Liechtenstein, es «Amar la verdad en todo y para todos».
Buen camino este para que la universidad Francisco de Vitoria alcance los altos objetivos que se ha propuesto: mostrar la primacía de lo ético sobre lo meramente técnico, de las personas sobre las cosas, del espíritu sobre la materia, del ayudar sobre el dominar. Esa primacía, bien entendida, no entraña escisión; más bien, abre la posibilidad de una integración fecunda. La mentalidad integradora, que hoy se postula desde diversos campos de la investigación, tiene impulso creador suficiente para clarificar a fondo distintos temas de gran calado, como la dignidad de la vida humana, la promoción de la justicia social, la protección de la naturaleza, el fomento de la paz, un nuevo ordenamiento jurídico y económico que se traduzca en formas de solidaridad eficiente.
Tengo, pues, sobrados motivos para sentirme complacido al presentar esta nueva colección y el espléndido trabajo del profesor Seifert, que nos ofrece una muy sólida introducción a la ética; de modo especial, a la ética fenomenológica de los valores.
ALFONSO LÓPEZ QUINTASMadrid
Las siguientes líneas pretenden ofrecer algunos puntos de interpretación básicos que puedan servir de ayuda a una comprensión mejor de la obra, que presentamos por primera vez en castellano. Como puede apreciarse, ¿Qué es y qué motiva una acción moral? no constituye un tratado sistemático de filosofía moral. En ella, no se examinan todas y cada una de las posiciones que se han mantenido a lo largo de la historia del pensamiento en lo que se refiere a la acción moral del ser humano. Sin embargo, su claridad y concisión hacen de esta obrita una auténtica introducción a las cuestiones fundamentales de la ética y, más en concreto, a una de ellas: la motivación moral.
El origen cronológico de esta obra es la conferencia pública pronunciada en Múnich con ocasión de su habilitación al profesorado —como el autor reconoce en sus palabras iniciales.
1. EL REALISMO FENOMENOLÓGICO
El autor de ¿Qué es y qué motiva una acción moral?, Josef Seifert, pertenece a una generación de pensadores que constituyen lo que se ha venido denominando fenomenología realista, realismo fenomenológico o incluso filosofía creóntica.1 El origen de esta corriente filosófica se cifra en un grupo de jóvenes pensadores que se reunieron en torno al fundador de la fenomenología, Edmund Husserl, cuando este era profesor de la Universidad de Gotinga. El ambiente filosófico de aquella ciudad alemana atrajo a muchos pensadores que vieron en la fenomenología primigenia y en su creador el inicio de una auténtica renovación filosófica.2 El espíritu fenomenológico de atención a las cosas mismas prometía superar el callejón sin salida en el que parecía haberse introducido el pensamiento europeo, dominado en aquella época por el neokantismo y el positivismo. Entre estos autores, podemos citar a Adolf Reinach, Johannes Daubert, Max Scheler, Alexander Pfänder, Moritz Geiger, Edith Stein, Dietrich von Hildebrand, etc.
Estos autores comprobaron como los Prolegómenos a la lógica pura y la primera edición de las Investigaciones lógicas de Husserl habían puesto de relieve la objetividad de lo ideal mediante la reducción al absurdo del psicologismo. Podemos caracterizar brevemente el psicologismo como aquella teoría que considera que las legalidades psíquicas o espirituales constituyen la raíz última de la realidad, tal y como se nos da, reduciendo de este modo las leyes del ser a leyes del pensamiento.3 En este sentido amplio, todo psicologismo conduciría, como Husserl mostró convincentemente, al relativismo individual o específico y, en última instancia, al escepticismo, pues llevaría a una teoría que atenta contra las condiciones de posibilidad de toda teoría. Los defensores de esta interpretación negarían los rasgos esenciales del conocimiento y reducirían a este a algo que no es: procesos psíquicos, cerebrales, etc. Por consiguiente, y dentro de esta noción amplia de psicologismo, podemos hablar de una interpretación psicologista en estética, en filosofía del derecho, en ética (piénsese en el emotivismo y en el prescriptivismo), en metafísica, en lógica, etc.4
Si la interpretación psicologista del conocer fuera válida, cabría preguntar: ¿por qué las leyes de nuestro pensamiento habrían de tener una validez objetiva como parecen tener las leyes de la lógica, por ejemplo?, ¿hasta qué punto podríamos hablar de auténticas leyes?, ¿no estaríamos más bien ante leyes naturales, reglas de la experiencia que, a lo sumo, proporcionan un alto nivel de probabilidad, pero no validez universal? En este sentido, Husserl pone de manifiesto que las leyes de la lógica no son leyes para hechos reales de la vida psíquica. Ello significa que no llevan consigo el contenido existencial propio de todas las probabilidades y que no tienen su fundamento justificativo en la inducción. Es decir, cualquiera de estas leyes es «una verdad única y sola, que excluye toda posibilidad distinta y que se mantiene pura de todo hecho en su contenido y en sus fundamentos, como ley conocida con intelección».5
En resumen, el psicologismo sustituye las leyes teoréticas por generalizaciones empíricas acerca del transcurso real del pensamiento, falseando así el carácter teorético, formal y apriórico de la lógica. Si esto fuera así, la evidencia que tendríamos de las leyes lógicas procedería de un detenido análisis de determinadas vivencias en las que este sentimiento aparece. Los psicologistas, llevados por el hecho de que las leyes de la lógica prescriben, de algún modo, procesos de actos cognoscitivos, cayeron en el error de interpretarlas como reglas del acontecer psíquico real. La crítica husserliana al psicologismo pone de manifiesto que la lógica no es una doctrina del pensar, sino de algo que reside en el pensar, que en modo alguno está ni en el tiempo ni en el espacio. Esto es mentado por Husserl al afirmar que las significaciones no tienen una existencia real, sino ideal. El no haber percibido la idealidad de las significaciones y del resto de los objetos de la lógica está en el centro del error psicologista.
Por tanto, existe una diferencia radical entre el pensar y su correlato del mismo modo que existe una diferencia entre la percepción y lo percibido —y esto es lo que aquí nos interesa recalcar—. Una vivencia de pensamiento es una unidad temporal, que comienza y finaliza. Sin embargo, esto no puede afirmarse del contenido ideal pensado. Así, un contenido ideal, como el teorema de Pitágoras, puede ser pensado por muchos hombres, puede haber tantas vivencias de pensamiento en que aparezca como hombres que piensen en él, pero, en todo caso, el contenido ideal permanece idéntico.
Este análisis crítico del psicologismo es relevante porque muestra, a mi juicio, la existencia de toda una serie de formaciones ideales que no solamente se dan en el ámbito de la lógica. Piénsese en lo que sucede si nos fijamos en el ejemplo de la promesa. Si analizamos detenidamente en qué consiste una promesa, nos daremos cuenta de que en ella siempre surgen una obligación por parte del que promete y una pretensión —en el destinatario de la promesa— de que esta se cumpla. Este análisis que acabo de efectuar no es en modo alguno de orden psicológico. Me he enfrentado con un qué —permítaseme la expresión— cuya estructura no depende de la peculiar constitución psicológica del hombre. En cualquier mundo, para cualquier configuración mental, en cualquier época, una promesa funda una obligación y una pretensión. El hecho de que estas formaciones se den en determinados fenómenos reales de la experiencia interna no debe llevarnos a pensar que son de naturaleza anímica.6 Una de estas formaciones es la acción moral y su motivación. Por tanto, ¿Qué es y qué motiva una acción moral? no es un estudio psicológico de lo que motiva de hecho la acción moral. Interpretarlo así sería confundir dos planos que la crítica al psicologismo ha distinguido clarísimamente, a saber, la esfera de lo ideal y la esfera de lo real.
El resultado de esta crítica es el descubrimiento de todo un mundo de esencias estrictamente necesarias, universales, atemporales, objetivas y totalmente independientes del pensar humano. De este modo, la filosofía de Husserl aparecía como una vuelta al objetivismo clásico. Sin embargo, Husserl no sostuvo durante mucho tiempo estas tesis. En 1905, y para sorpresa de sus discípulos, adoptó una fenomenología trascendental en la que la influencia de Kant era evidente. Husserl llegó a la conclusión de que el hombre no podía conocer ninguna necesidad esencial absoluta por la sencilla razón de que todo lo que conocía el ser humano era, en última instancia, fruto de un proceso de constitución por una conciencia trascendental. El conocimiento deja de tener el carácter de un ver, de un recibir de los seres que están más allá de nuestra conciencia para convertirse en una creación de esta.
No quisiera entrar en esta introducción en un estudio histórico acerca de si se puede hablar de un giro copernicano en la filosofía de Husserl o si en realidad su idealismo trascendental ya estaba, de alguna manera, latiendo incluso en la primera edición de Investigaciones lógicas. Tan solo diré —y permítaseme que no pruebe directamente la siguiente afirmación, ya que este no me parece el lugar adecuado— que mi hipótesis de trabajo es que, en esta obra husserliana, existen elementos que permiten tanto un desarrollo objetivista como un desarrollo idealista. En cualquier caso, a mi juicio, es necesario darse cuenta de un aspecto fundamental que, si no se nota, puede conducir, como de hecho ha conducido, a malentendidos desagradables. Me explico.
El término fenomenología hace referencia a un método filosófico que intenta ser fiel a las cosas mismas, a aquello que se nos da. En este sentido, el método fenomenológico responde a la aspiración de ciencia radical de la filosofía hasta el punto de poder afirmar que dicho método no es un método más, sino el método filosófico por excelencia. Se trata, pues, de reflexionar ahondando en el misterio del ser, plegándonos a los datos que brotan en la experiencia prefilosófica y penetrando esos datos haciendo justicia a su naturaleza, renunciando para ello a todo intento de sistematización prematura.7
Esto significa, por tanto, que el método fenomenológico es radicalmente opuesto a cualquier reduccionismo, a cualquier intento de explicar un fenómeno afirmando que no es sino otro fenómeno totalmente distinto. No se puede, pues, explicar la justicia afirmando que no se trata más que de una manifestación del resentimiento de los débiles contra los fuertes.8 En dos palabras, la fenomenología constituye un método que nos lleva a ver las esencias, las cosas en sí mismas y que, por consiguiente, se esfuerza por no reducir los datos a fenómenos completamente diferentes.
Todo esto pone de manifiesto que la fenomenología no es de suyo idealista. Es muy frecuente que se interprete el método fenomenológico como un método que conduce necesariamente al idealismo trascendental —este es precisamente el malentendido al que anteriormente me refería—. Nada más alejado de la realidad. He intentado mostrar que la reflexión fenomenológica si se caracteriza por algo es por su esfuerzo por dejar a la realidad ser tal como es, por acercarse a ella con una visión libre de prejuicios, por intentar hacer justicia a aquellos objetos que poseen una necesidad interna absoluta y una inteligibilidad plena. Este, y no otro, es el método de la intuición de esencias que se utiliza en ¿Qué es y qué motiva una acción moral? No se trata de ningún tipo de inspiración mística, sino de un acercamiento a lo que de esencial tienen las cosas que requiere largos esfuerzos.9
2. LA ÉTICA MATERIAL DE LOS VALORES EN ¿QUÉ ES Y QUÉ MOTIVA UNA ACCIÓN MORAL?
Si se lee detenidamente la obra de Josef Seifert que presentamos, puede apreciarse que el autor defiende la existencia de valores en tanto que a priori material objetivo. No es este es el lugar adecuado para una exposición detallada de los fundamentos de la ética material de los valores que subyacen en ¿Qué es y qué motiva una acción moral? No obstante, me referiré esquemáticamente a algunos puntos básicos.
El mundo de los valores morales se nos presenta con una peculiaridad y seriedad propias. Para comprender mejor esta esfera, es necesario sumergirse en ella con una actitud de admiración y, por tanto, de renuncia a explicaciones precipitadas. Es necesario ser fieles al dato moral que puede ofrecerse en la vida cotidiana, en la literatura, etc.
Vamos a intentar adentramos brevemente en este mundo considerando tan solo dos experiencias que D. von Hildebrand analiza en su Ética.
Supongamos, en primer lugar, que alguien nos elogia. Quizá nos demos cuenta de que no lo merecemos totalmente; pero es, sin embargo, una experiencia agradable y placentera. No nos es un asunto indiferente y neutral, como es el caso de que alguien nos diga que su nombre empieza con una T. Puede habernos dicho, antes de este elogio, muchas cosas; cosas que poseen un carácter neutral e indiferente; pero ahora, a diferencia de todas las demás frases, el elogio resalta. Se presenta como algo agradable […], en suma, como algo importante.10