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En los últimos años vivimos un problema sustancial del campo de la educación: la crisis de autoridad. Las raíces de esta crisis están en el hecho de que ya no aceptamos la autoridad en el sentido tradicional. Antes, la autoridad de los padres y profesores eran la distancia, la jerarquía y el castigo; la función del educador era controlar, y la del niño, obedecer. De ahí hemos pasado en las sociedades occidentales a jugar con la idea de que para educar a los niños no hacía falta la autoridad. El sueño demostró ser una ilusión. Los niños que crecen en un ambiente de completa libertad tienen después muchas dificultades y, por extraño que pueda parecer, una menor autoestima. Haim Omer sin embargo defiende un nuevo modelo de autoridad basada en la presencia, el autocontrol, la ayuda y la constancia. Sus estudios y experiencia demuestran que los padres y profesores que aprenden a desarrollar esta autoridad y a ponerla en práctica recuperan su voz, su sitio, su influencia y su sentido de legitimidad. Tomando como base ese modelo de autoridad ha demostrado la gran efectividad de la Resistencia pacífica como método para reducir las conductas violentas, agresivas y autodestructivas de niños y adolescentes. Con la Resistencia pacífica, tal y como nos explica Haim Omer en este libro, los padres se sienten menos indefensos y son menos impulsivos, disminuye la escalada de violencia entre los padres y el hijo, y se propician más gestos positivos y muestras de cariño de los padres. Efectos similares se observan en padres adoptivos, profesores, profesionales de la salud y centros psiquiátricos. Las diversas adaptaciones del método a otros problemas, como los trastornos de ansiedad, la conducción temeraria, las adicciones, y también su aplicación a los "niños adultos" que maltratan a los padres, han ido ampliando progresivamente el alcance de este sistema.
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Temas:
Haim OMER
Resistencia pacífica
Nuevo método de intervención con hijos violentos y autodestructivos
Traducido por
Roc Filella
Fundada en 1920
Nuestra Señora del Rosario, 14, bajo
28701 San Sebastián de los Reyes - Madrid - ESPAÑA
www.edmorata.es - [email protected]
© Haim OMER
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© EDICIONES MORATA, S. L. (2017)
Nuestra Señora del Rosario, 14
28701 San Sebastián de los Reyes (Madrid)
www.edmorata.es - [email protected]
Derechos reservados
ISBN papel: 978-84-7112-835-5
ISBN ebook: 978-84-7112-834-8
Depósito Legal: M-6.614-2017
Compuesto por: John Gordon Ross
Printed in Spain - Impreso en España
Imprime: ELECE Industrias Gráficas, S. L. Algete (Madrid)
Cuadro de la cubierta: Abraham e Isaac (2013), por Noam Omer. 70 x 100 cm. Agradecemos al autor su cesión y autorización para reproducirlo.
Nota de la editorial
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Este libro está dedicado a mi hijo Noam,
que me dio el primer empujón.
Contenido
Portada
Primeras
Créditos
Nota de la editorial
Dedicatoria
Contenido
Prólogo a la edición española
Prólogo
CAPÍTULO1: Resistencia pacífica: Nuevo enfoque a los hijos violentos y autodestructivos
La resistencia pacífica es una forma de lucha
La resistencia pacífica en oposición a la persuasión verbal
La resistencia pacífica ante la violencia
Abandonar aislamiento y la necesidad de abrirse
Acabar con la obediencia automática y el poder monolítico
Las fuerzas interiores en la resistencia pacífica
Autodisciplina y no violencia
Los objetivos de la violencia no violenta
Respeto al adversario y gestos de reconciliación
CAPÍTULO2: Los procesos de escalada
La sumisión
“Aquí quién manda”
La excitación emocional
Hablar de más
La polarización y el desapego mutuo
Unas relaciones escasas y rígidas
Los gestos de reconciliación
La escalada: Un modelo integrativo
CAPÍTULO3: Manual de instrucciones para padres
Coautores: Uri WEINBLATT y Carmelit AVRAHAM-KREHWINKEL
La resistencia pacífica
No caer en las provocaciones: El principio de la reacción pospuesta
El anuncio
Forma y tiempo del anuncio
La reacción del hijo al anuncio
El contenido del anuncio
Propuesta de formato
La sentada
Acabar con el secreto: Recabar apoyos, mediadores y la opinión pública
La ronda telefónica
Recabar información
La ronda de llamadas
Hablar con los amigos del hijo
Hablar con los padres de los amigos
Hablar con el propietario de los lugares de ocio y sus trabajadores
El seguimiento
Seguir al hijo a casa de un amigo
Seguir al hijo a sus lugares de reunión en la calle, fiestas o a la discoteca
Seguir al hijo que ha huido de casa o se ha juntado con otros jóvenes marginados
La huelga de brazos caídos
“Rechazar órdenes”
Negaros a prestar servicios
Romper tabús
Los gestos de reconciliación
Conclusión
CAPÍTULO4: La resistencia pacífica en acción
Caso 1: El tornado
Caso 2: ¿Quién cambia, el hijo o los padres?
Caso 3: Independencia precoz
CAPÍTULO5: La violencia contra los hermanos
Causas de la violencia contra los hermanos
Falta de presencia parental
El factor biológico (El hijo con necesidades especiales)
La violencia parental
Disponibilidad de víctimas
Tipos de violencia contra los hermanos
La violencia física
El maltrato emocional
El abuso sexual
Detectar la violencia contra los hermanos
Preguntas sobre la intimidación, la coacción y el silencio
Preguntas sobre los sentimientos de culpa y desprotección
Preguntas sobre la humillación
Preguntas sobre la experiencia de la presencia parental
Preguntas a los padres
Combatir la violencia entre hermanos mediante la resistencia pacífica
Pasos prácticos
CAPÍTULO6: Hijos e hijas que controlan a la familia
El hijo controlador
La aplicación de la resistencia pacífica
Caso 4: Resistir los síntomas “irresistibles” del hijo
El autoamurallamiento
La aplicación de la resistencia pacífica
Caso 5: Una sentada amable
CAPÍTULO7: Padres y profesores:Una alianza vital
Factores que restan autoridad a padres y profesores
El aislamiento de los padres y del profesor
Detrimento de la autoridad de padres y profesores
La permisividad
Las críticas a padres y profesores
Restaurar la alianza entre padres y profesor
Caso 6: El pequeño gran hombre
Caso 7: El “castigo divertido”
Caso 8: La red de vigilancia
CAPÍTULO8: La resistencia pacífica en la comunidad
Las características de la resistencia pacífica en la comunidad
Traspasar límites
Construir alianzas
Un proyecto comunitario: Los todoterrenos y las fiestas con alcohol
Los “padres del barrio”
La resistencia pacífica en los centros de enseñanza
Errores que provocan polarización
Movilizar ayudas y crear un “nosotros” contra la violencia
La presencia de adultos en las zonas de mayor violencia
EPÍLOGO: La resistencia pacífica como doctrina ética y política para la persona, la familia y la comunidad
Bibliografía
Obras de Ediciones Morata de Psicología y Familia
Contraportada
Prólogo a la edición española
La presente edición española de Resistencia pacífica es fruto de una afortunada conjunción de apuestas y retos. Hace dos años se puso en contacto conmigo Roberto Pereira para invitarme a participar en una conferencia sobre la violencia contra los padres que se iba a celebrar en Bilbao en mayo de 2017. Le dije que estaba dispuesto a ir si conseguía que mi libro fuera traducido al español y publicado antes de la conferencia. Esta era la apuesta. En este caso, le dije, haré todo lo posible para hacer en español la presentación en la conferencia. Este era el reto. Roberto me dijo que aceptaba la apuesta y se comprometía a tener el libro listo para la publicación antes de la conferencia. Y esto era una un reto y una apuesta. Y Paulo Cosín, director de Ediciones Morata completó el trabajo a tiempo con una traducción excelente. Estoy enormemente agradecido, y orgulloso de poner el libro a disposición de los lectores españoles.
Desde que el libro fue publicado (en 2004), la propuesta de Resistencia Pacífica en las familias y los centros educativos ha evolucionado de muchas formas. El manual de intervención para padres que recoge el Capítulo III de este libro sirvió de base para muchos proyectos de investigación (para una reseña, véase OMER y LEBOWITZ, 2016). Aquellos estudios demostraron la gran efectividad del método para reducir las conductas violentas, agresivas y autodestructivas de niños y adolescentes, porque ayuda a los padres a sentirse menos indefensos y a ser menos impulsivos, disminuye la escalada de violencia entre los padres y el hijo, y propicia más gestos positivos y muestras de cariño de los padres. Efectos similares se observaron en padres adoptivos, profesores, profesionales de la salud y centros psiquiátricos. Las diversas adaptaciones del método a otros problemas, como los trastornos de ansiedad, la conducción temeraria, la adicción al ordenador y, también, a los “niños adultos” que maltratan a los padres, fueron ampliando progresivamente el alcance de este sistema.
Con el paso de los años se fue viendo cada vez con mayor claridad que la cuestión de que nos ocupábamos era más importante de lo que pensamos al principio. Estaba claro que en realidad estábamos intentando abordar un problema sustancial del campo de la educación: la crisis de autoridad. Las raíces de esta crisis están en el hecho de que ya no aceptamos la autoridad en el sentido tradicional. Antes, se daba por supuesto que la base de la autoridad de los padres y profesores eran la distancia, la jerarquía y el castigo. La función del educador era controlar, y la del niño, obedecer. Ya no queremos ser este tipo de padres, ni queremos que los profesores de nuestros hijos sean distantes ni controladores. Durante cierto tiempo, las sociedades occidentales jugaron con la idea de que para educar a los niños no hacía falta la autoridad. El sueño demostró ser una ilusión. Los niños que crecen en un ambiente de completa libertad tienen después muchas dificultades y, por extraño que pueda parecer, una menor autoestima. De modo que estábamos ante un dilema: habíamos acabado con la autoridad tradicional, pero resultaba que sin autoridad los niños no se desarrollan bien en ningún sentido. Sin embargo, no queremos regresar en modo alguno a las formas autoritarias del pasado. Entonces, ¿qué hay que hacer? Creemos que necesitamos una nueva definición y caracterización de la autoridad, una forma de autoridad parental y del profesor que se base en principios positivos y no en la distancia, el control, la jerarquía ni la represalia. En este sentido, nuestra respuesta es la idea de “la nueva autoridad” (OMER, 2011). Esta autoridad debe estar basada en la presencia, el autocontrol, la ayuda y la constancia. Nuestros estudios y nuestra propia experiencia demuestran que los padres y profesores que aprenden a desarrollar esta autoridad y a ponerla en práctica recuperan su voz, su sitio, su influencia y su sentido de legitimidad.
También se puso de manifiesto que esta autoridad influye en los niños de forma completamente distinta de la tradicional. La autoridad tradicional funcionaba como el látigo. La nueva autoridad funciona como el ancla: estabiliza la nave (al niño) ante el peligro de tormentas interiores o exteriores (la fuerza de los impulsos o las tentaciones). La función parental de anclaje se conceptualizaba como un elemento fundamental del apego. Este aspecto del apego es el que da al niño seguridad ante muchos peligros en su desarrollo.
La idea del anclaje nos ha ayudado a entender por qué nuestros sistemas también surtían efecto en niños con trastornos de ansiedad. Al niño ansioso le abruman unos sentimientos que ponen en peligro su estabilidad. Está en permanente huida de sus monstruos interiores o exteriores. Pero cuanto más huye, más se angustia. Los padres que reaccionan angustiados a la ansiedad a la de su hijo, o ceden ante el deseo de este de huir o evitar las situaciones estresantes, en realidad agudizan esa dolencia del niño: este siente que sus padres también sufren ansiedad, lo cual le reafirma en la suya. Y realmente sus miedos aumentan: ahora la ansiedad es consecuencia de sus propios miedos originales multiplicados por los de los padres. Sin embargo, si estos consiguen mantener la estabilidad contra el embate del brote de ansiedad del hijo, pueden servir de ancla a este. Los padres aprenden a resistir el pánico y su propia ansiedad y, así, a ayudar realmente al hijo contra la suya.
Los conceptos de nueva autoridad y función de anclaje amplían el alcance de nuestro método más allá de su objetivo original del niño con trastornos de conducta. Son ideas relevantes para todos los padres y profesores, porque explican al adulto responsable la forma de estabilizarse y orientarse él mismo y al niño.
Haim OMER, Tel Aviv, diciembre de 2016
Prólogo
La multitud de valores, enfoques y opiniones de la sociedad moderna nos dificultan considerablemente a la hora de afrontar los actos violentos y autodestructivos de los niños y adolescentes. La confusión y el conflicto de opiniones entre los padres o incluso entre las diferentes posiciones del mismo padre o madre, abocan al desconcierto y la parálisis. Los profesionales, sean educadores, psicólogos o trabajadores de la comunidad, no son de la misma opinión más que lo puedan ser los padres. En este libro, intento demostrar que existe una forma de salir de este callejón. La respuesta no está en ninguna teoría psicológica sino en una aproximación sociopolítica: la doctrina de la resistencia pacífica. Esta doctrina, de muy antiguas raíces filosóficas e ideológicas, evolucionó hacia una coherente teoría práctica y detallada siguiendo la obra de Mahatma Gandhi. En su lucha contra la discriminación de las personas de color en Sudáfrica, contra la violencia religiosa y de clase en la India, y contra la ocupación británica, Gandhi demostró el poder de la resistencia pacífica y su asombrosa capacidad para movilizar a los convencidos, apasionar a los activistas, dar fuerza a los débiles y frenar la violencia y la opresión. La singularidad de esta doctrina reside no solo en sus elevados principios morales, sino también en el triunfo sobre la escalada, seguramente el problema más espinoso de cualquier sistema que pretenda ocuparse de conductas violentas o extremas.1
Lo novedoso de este libro es el traslado y la aplicación de la doctrina de la resistencia pacífica a los niños* y adolescentes violentos y autodestructivos. Mi tesis es que, mediante esta resistencia, padres, profesores, psicólogos y psiquiatras pueden encontrar un denominador común y formar un frente también común donde antes había un caos de opiniones opuestas y acusaciones mutuas. El valor unificador y movilizador de la doctrina ha sido demostrado entre cientos de padres que anteriormente desconocían la existencia de un enfoque no violento. Padres y profesores antes impotentes, aislados, derrotados e inseguros consiguieron recuperar la confianza, la autoestima y la altura moral ante conductas extremas de los niños.
El libro incluye un manual de instrucciones detalladas para implementar la resistencia pacífica (Capítulo 3). El lector de talante práctico puede empezar con este manual, con la ventaja de que así los capítulos introductorios sobre los principios de la resistencia pacífica y los procesos de escalada adquirirán un sentido más inmediato y concreto. En realidad, el manual de instrucciones es un elemento independiente del libro: los padres que empiecen por aplicar el programa lo pueden compartir con quienes quieran ayudarles en su empeño. Es una de las formas en que utilizamos el manual en nuestro trabajo de investigación en la Universidad de Tel Aviv: se lo facilitamos tanto a los padres como a quienes puedan ayudarles (amigos y familiares).
Quiero agradecer a mi alumna Bella Levin su ayuda en la elaboración de una presentación gráfica del modelo de escalada. Doy las gracias a los psicólogos de la Universidad de Tel Aviv que participaron en mi proyecto (Uri WEINBLATT y Carmelite AVRAHAM-KREHWINKEL), a los alumnos que aportaron el apoyo parental, y a todos los padres que batallaron heroicamente y sin violencia para recuperar su propia presencia parental y detener los actos violentos y autolesivos de sus hijos.
1Siempre deseamos evitar el sexismo verbal, pero también queremos alejarnos de la reiteración que supone llenar todo el libro de referencias a ambos sexos. Así pues, a veces se incluyen expresiones como “niños y niñas”, y otras veces se utiliza el masculino en general, pues el autor cuando hay diferencias en los casos de violencia o conductas autodestructivas como en el abuso sexual, lo distingue con claridad. (N. del E.)
CAPÍTULO
1
Resistencia pacífica: Nuevo enfoque a los hijos violentos y autodestructivos
Los padres y los profesionales que se ocupan de conductas violentas y autodestructivas1 de los niños se enfrentan a un dilema. El comportamiento de estos niños se caracteriza por una falta de límites, brotes violentos incontenibles y una progresiva disposición a las actuaciones extremas. La mayoría de ellos son profundamente reacios a la vigilancia o la orientación de sus padres o de otros responsables adultos. Cuando surge la confrontación, lo habitual es que transmitan el mensaje de “Déjame en paz” o “Yo soy el que manda”. Los padres de estos niños descubren inevitablemente la ineficacia de su forma habitual de reaccionar o de la que les proponen los profesionales. Si prueban con la reprimenda, la amenaza y el castigo, el hijo responde del mismo modo, con una escalada de la conducta agresiva. Si se deciden por la persuasión, la aceptación y la comprensión, lo habitual es que el hijo no solo haga caso omiso de estos gestos, sino que reaccione con menosprecio. El hogar, que debería ser un remanso de paz para la familia, se convierte en un campo de batalla donde el menor desacuerdo puede derivar en un choque violento. No es extraño que, antes o después, los padres se agoten y opten por la sumisión, que al menos promete cierta tranquilidad momentánea.
Una tranquilidad, sin embargo, que pronto muestra ser ilusoria. Enseguida se pone de manifiesto que la sumisión parental lleva a mayores exigencias del hijo. Y así la relación entra en un círculo vicioso: sumisión parental → mayores exigencias del hijo → creciente frustración y hostilidad de los padres → represalias del hijo → sumisión de los padres, y así sucesivamente.
El fracaso de la actuación parental “dura” y después de la “blanda” provoca dos tipos de escalada: la complementaria (en la que la sumisión aumenta las exigencias) y la simétrica (donde la hostilidad genera más hostilidad). La escalada complementaria es asimétrica y se caracteriza por la dinámica del chantaje. En este proceso, cuanto más extrema es la conducta del hijo, más tienden los padres a comprar la tranquilidad mediante concesiones. El mensaje que el hijo recibe es que la debilidad del padre o la madre les impide oponerse a sus amenazas. De este modo, el hijo se acostumbra a conseguir lo que quiere por la fuerza, y los padres, a someterse (PATTERSON, DISHION y BANK, 1984).
La escalada simétrica se caracteriza por el aumento de la hostilidad mutua. En este tipo de interacciones, cada parte piensa que el otro es el agresor y que uno solo actúa como autodefensa. Como consecuencia de esta sensación de estar atrapado (ORFORD, 1986) la hostilidad alcanza el grado sumo. Es lo que ocurre en las relaciones entre padres e hijo cuando, por ejemplo, los primeros intentan imponer su autoridad por la fuerza, o cuando reaccionan a la agresividad del hijo también con agresividad (con amenazas, insultos, gritos y golpes).Y así ambas partes pueden caer en una espiral de creciente violencia.
Además de sus peculiares efectos dañinos, los dos tipos de escalada se ali-mentan mutuamente. De modo que los padres, a medida que se someten, se sienten más frustrados y airados, a punto de alcanzar el punto de ebullición. Los estudios demuestran que cuanto mayor es la impotencia de los padres, mayor riesgo corren de perder el control (p. ej., BUGENTAL, BLUE y CRUZCOA, 1989). Y, al revés, cuanto más violentos y mutuos son los arrebatos, más asustan, hasta que los padres llegan a un punto en que deciden someterse. Así pues, el péndulo parental no deja de oscilar entre rendirse y volver a atacar. Y ahí se produce la paradoja: quienes defienden las medidas blandas tienden a los estallidos violentos, y quienes defienden las medidas duras suelen huir aterrorizados hacia el sometimiento.
Este movimiento pendular de escalada es uno de los principales problemas para los padres que han de ocuparse de conductas violentas y autodestructivas de sus hijos. Sus daños son de amplio alcance: 1) el hijo se siente cada vez con más fuerza, y los padres, cada vez más impotentes; 2) los padres aprenden a soslayar la conducta negativa del hijo para evitar confrontaciones; esta respuesta se hace habitual, y los padres acaban por dejar de percatarse de muchas de las conductas negativas del hijo; 3) las relaciones entre padres e hijo se van reduciendo y haciendo más y más negativas; y 4) el hijo siente necesidad de afianzar su fuerza mediante episodios de conducta extrema.
Todo esto nos lleva a la principal pregunta de este libro: ¿cómo podemos actuar para contrarrestar a la vez la escalada simétrica y la complementaria? La respuesta, como veíamos, no ha de ser la actuación “dura” ni la actuación “blanda”. El camino que postulamos es el de la resistencia pacífica.
La doctrina de la resistencia pacífica se desarrolló en el ámbito de la lucha sociopolítica. La elaboraron grupos que habían sido víctimas de la opresión como medio de autodefensa y para propiciar el cambio. Varias son las razones de escoger la resistencia pacífica: el recelo ético contra el uso de la violencia, la conciencia de que la otra parte nos aventaja en el uso de la mano dura, la convicción de que la persuasión verbal es ineficaz y de que los métodos no violentos provocan menos heridas y pérdidas que los violentos. Estas mismas razones son válidas en el contexto familiar. Muchos padres se abstienen de la violencia por motivos éticos, temen sus consecuencias dañinas, y entienden que su hijo tiene menos reparos que ellos a utilizar la fuerza bruta. Los padres también viven a menudo el fracaso de la persuasión verbal. Y, además, tienen una razón muy especial para optar por la resistencia pacífica: el amor por su hijo. Como veremos más abajo, este tipo de resistencia es la que mejor expresa el amor y la preocupación de los padres.
En este capítulo exponemos los principios básicos de la resistencia pacífica, a partir de la doctrina y la obra de sus mayores exponentes (en especial, Gandhi) y de los análisis de Gene SHARP (1973), el principal teórico e historiador de este enfoque. También señalamos la forma de aplicar cada uno de los principios y los métodos al ámbito familiar. En el manual para padres del Capítulo III se explica la forma de traducir los principios a pasos concretos.
Unas pocas palabras sobre la terminología: empleamos los términos “poder”, “control”, “opresión” y “dominio” como si fueran relevantes para la conducta y los objetivos del niño agresivo. El lector puede objetar que el objetivo de la violencia en el ámbito sociopolítico es el poder, mientras que el comportamiento del niño agresivo seguramente está motivado por necesidades psicológicas completamente distintas. ¿Pero es realmente así? A diferencia del niño que se muestra airado como consecuencia de alguna frustración o presión pasajeras, el niño agresivo desarrolla conductas sistemáticas cuya finalidad manifiesta es preservar su total libertad de acción, obtener beneficios, reducir al mínimo la competencia, y asustar a los padres hasta abocarlos a la indefensión. En esta situación, los objetivos del niño agresivo se parecen a los de la violencia en el ámbito social y político, es decir, la consecución del máximo poder con la mínima interferencia. En muchos casos, los intentos ocasionales de los padres de limitar la total independencia y el poder mediante, por ejemplo, una mayor vigilancia pueden provocar graves represalias. Tal circunstancia justifica que los profesionales se refieran a estos padres como “víctimas del maltrato” (COTRELL, 2001). En este sentido, la situación de los hermanos del niño agresivo es a menudo más precaria aún que la de los padres (FINKELHOR y DZIUBA-LEATHERMAN, 1994; LOEBER y STOUTHAMER-LOEBER, 1986). Por consiguiente, afirmamos que cuanto más pretende asustar y paralizar a los padres el comportamiento del niño, y cuanto más sufren los padres y los hermanos, más motivos tenemos para hablar de “poder”, “opresión”, “control” y “dominio”, y para recomendar la resistencia pacífica.
La resistencia pacífica es una forma de lucha
No hay que confundir la resistencia pacífica con la postura de quien considera que todo uso del poder es impropio. Gandhi, el más firme ideólogo de la no violencia, subrayaba una y otra vez que los conflictos sociopolíticos los resuelve el poder. Las demandas y las peticiones que no cuentan con el respaldo del poder para mantenerse activas no tienen efecto alguno (SHARP, 1960). Por lo tanto, el lenguaje de la resistencia pacífica es explícitamente el lenguaje de la lucha. Según la doctrina de esta resistencia, quien por principio desiste de luchar acaba por contribuir a que se perpetúe la opresión violenta.
Líderes como Gandhi y Martin Luther King Jr. definen “violencia” de forma específica y concreta: un acto violento es el que va dirigido a dañar físicamente al adversario (a matar, herir, destruir infraestructuras) o a dañarle emocionalmente mediante el insulto o la humillación (nombres despectivos, provocación explícita, gestos despreciativos). El activista no violento reniega de la violencia en este sentido concreto. Sin embargo, esta definición de violencia no incluye actuaciones cuya finalidad es perturbar las de la parte violenta pero sin causar daños físico ni verbales. En cambio, precisamente estas actuaciones son las que caracterizan la posición de resistencia del activista.
La definición de violencia que proponemos para el tratamiento de los niños violentos y autodestructivos es similar: hay que desistir de cualquier ataque o contraataque físicos, de toda expresión cuyo objetivo sea humillar u ofender, y de toda provocación deliberada. Además, los padres y los profesores deben identificar y abandonar las actuaciones que provocan la escalada. Ejemplos de ellas son los castigos arbitrarios, las amenazas y las discusiones a gritos. El objetivo de la resistencia pacífica es recuperar la posición de los padres y educadores con determinación pero no de forma violenta ni que intensifique el conflicto, ni siquiera ante el comportamiento más lacerante del niño.
Siguiendo la huella de los máximos exponentes de la resistencia pacífica, hablamos abiertamente de la lucha de los padres contra las conductas extremas del hijo. En el proceso de la disposición a luchar, los padres también han de aceptar que la conducta del hijo ha de llamarse por su nombre. No hay que evitar ni adornar términos como “violencia”, “maltrato” y “explotación”. El breve ejemplo siguiente ilustra la tendencia opuesta, el intento de hablar de la forma más eufemística posible sobre la difícil situación que se vive en casa.
La madre de un chico de doce años pedía ayuda así: “Mi hijo tiene un problema: cuando siente necesidad de expresarse, lo habitual es que esta expresión pase al plano físico”. Cuando el psicólogo le pidió que se explicara, la madre añadió apenada: “Algo hace que empiece a activar los brazos y las piernas”. El psicólogo pidió más detalles. La madre explicó que su hijo le daba patadas y puñetazos. A la pregunta de qué hacía ella para detener la violencia, replicó: “La pregunta es qué tiene en su interior que hace que se comporte así”.
En este caso, el probable supuesto implícito de la madre es que la comprensión y la empatía son fundamentales para resolver el problema. El contrasupuesto de la resistencia pacífica es que la empatía y la comprensión, por esenciales que sean, no pueden impedir la firme postura de que la violencia se defina como tal, y de que hay oponerse a ella de forma decidida. Una actitud empática no libra a los padres de la obligación de asegurar que ni ellos ni el hijo ni otras personas sufran daño alguno. Como veremos más adelante, la disposición a combatir la violencia con medios no violentos no impide una actitud empática, comprensiva y respetuosa hacia el niño, y en realidad crea las condiciones básicas para que dicha actitud sea posible.
La idea de resistencia pacífica como lucha aclara la relación entre esta idea y la de “presencia parental”. Como explicaba en mi libro Parental Presence: Reclaiming a Leadership Role in Bringing Up our Children (OMER, 2000), la presencia parental se manifiesta cuando, en su actuación, los padres transmiten el mensaje: “Estoy aquí. Soy tu padre y lo seguiré siendo. No me rindo ni renuncio a ti”. La presencia parental tiene múltiples facetas: el padre o la madre están presentes como guardianes, educadores y compañeros del hijo. También lo están como personas por derecho propio. ¿Qué tiene que ver todo esto con la resistencia pacífica? La resistencia pacífica es el aspecto combativo de la presencia parental. Esto significa que, de entre todos los aspectos de la presencia parental, el de la resistencia pacífica es el que se manifiesta en la lucha de los padres contra las conductas destructivas del hijo. Como veremos a continuación.
La resistencia pacífica en oposición a la persuasión verbal
Las alternativas a la resistencia pacífica son el conflicto violento y la persuasión verbal. La resistencia pacífica se distingue del conflicto violento por su decidida voluntad de evitar la violencia; y de la persuasión verbal, por su comprensión de la necesidad de una auténtica lucha. Por ejemplo: exigir una subida del salario mediante explicaciones y argumentos sería lo propio de la persuasión verbal; sabotear las máquinas u ocupar la fábrica por la fuerza sería lo propio de la lucha violenta; la opción de la resistencia pacífica sería organizar huelgas y sentadas. Las mismas distinciones se aplican a la relación entre padres e hijos. El padre duro o violento es el que recurre a las amenazas, los gritos, la humillación, la coerción física y los castigos físicos o extremos de otra índole; el padre blando es el que solo se sirve de la persuasión, la súplica, los argumentos racionales y las manifestaciones de empatía y afecto; el padre que se decide por la resistencia pacífica es el que está dispuesto a emplear medios como el de presentarse en los sitios donde el hijo se entrega a conductas autodestructivas, sentarse en señal de protesta en la habitación del hijo hasta que este proponga una solución para la violencia, abstenerse de relaciones con el hijo basadas en la amenaza, movilizar a la “opinión pública” de amigos y familiares contra la violencia del hijo, crear una amplia red de apoyo que ayude a buscar al hijo cuando escapa de la supervisión parental o huye de casa, y desarrollar con los profesores y los trabajadores de la comunidad un frente común contra los hábitos antisociales.
La resistencia pacífica empieza donde las palabras dejan de ser eficaces. Optar por ella significa actuar de forma que la perpetuación de la opresión y la violencia se vaya haciendo imposible. Los intercambios verbales preceden a la resistencia pacífica y la acompañan en todo su recorrido, pero no la sustituyen. Todos los exponentes de esta resistencia convienen en que las explicaciones, los argumentos y las súplicas que no estén cimentados en la fuerza de la resistencia transmiten un mensaje de rendición.
Los padres de hijos agresivos conocen muy bien la paradójica realidad de que las discusiones, las súplicas y las explicaciones verbales pueden llevar a lo contrario de lo que se pretende. Igualmente, cualquier padre con un hijo con dicciones sabe muy bien lo inútiles que son las tentativas de persuasión. Cuanto más hablan los padres, más se convence el hijo de que no van a actuar. De modo que la locuacidad parental actúa de garantía para que el hijo pueda seguir como mejor le plazca. Por esta razón, muchos niños, y en particular los adolescentes, intentan que sus padres se presten a discutir. Saben por experiencia que cuando los padres discuten no actúan. Algunos padres se refieren a sus hijos como “abogados”. Estos “abogados” saben perfectamente que sus padres, mientras sigan hablando, se abstendrán de actuar.
La locuacidad parental también es dañina porque alimenta la escalada: las súplicas de los padres se convierten en exigencias, y estas, en amenazas. El hijo responde del mismo modo: si se discute, lo hace a gritos, y si se le amenaza, también él amenaza con algo peor. A veces, esta escalada asusta a los padres y hace que retrocedan y vuelvan a las súplicas suaves. Sin embargo, este retroceso también provoca una escalada, pero de un tipo complementario: el hijo reacciona con desdén y mayores exigencias al ablandamiento de los padres. Es un ciclo negativo que se interrumpe cuando los padres pasan a la resistencia pacífica, porque con ella aprenden a no caer en locuacidades que provoquen la escalada.
Como ocurre en el ámbito sociopolítico, el paso a la resistencia pacífica en la familia propicia progresivas reacciones no violentas del hijo. Ante la incapacidad de la violencia para conseguir sus objetivos, y ante la decidida resistencia pacífica de padres y profesores, el niño comienza a reaccionar de forma positiva. Es un proceso al que llamamos “identificación con el no agresor”. En nuestra opinión, no es menos común que la “identificación con el agresor” a la nos han acostumbrado los libros de psicología.
La resistencia pacífica ante la violencia
Al decidirnos por la resistencia pacífica, no hemos de dar por supuesto que el adversario va a desistir de la violencia. Al contrario, debemos esperar que va a emplear todos los medios de que disponga, en especial de aquellos que demostraron ser eficaces en el pasado. Sin embargo, cuando decidamos responder a la violencia con la resistencia pacífica, toda actuación violenta se convierte en problemática e ineficaz y se autolimita. La eficacia de este modo de resistencia contra la violencia se basa en una asimetría de medios: cuanto más se afrontan las acciones violentas de la otra parte con una decidida oposición no violenta, antes perderán fuerza estas actuaciones. Es un proceso que SHARP (1973) llamó “el jiujitsu de la resistencia pacífica”. La violencia se debilita por varias razones: 1) por la pérdida de su sentido de legitimidad; 2) por la inhibición del adversario no violento (es mucho más difícil atacar a personas que están sentadas en silencio que a las que alzan los puños y profieren amenazas); 3) porque la firmeza que transmite la no violencia desestabiliza al violento; y 4) porque la asimetría hace que terceras partes se unan al no violento. Gandhi comparaba la situación de la violencia ante la no violencia con la de la persona que golpea el agua con toda su fuerza: lo más seguro es que se canse antes el brazo que el agua (SHARP, 1973). De este modo, la resistencia pacífica elimina las condiciones que perpetúan la violencia, y crea un entorno en el que a esta le es difícil sobrevivir.
Por estas razones, la parte violenta suele intentar provocar a la no violenta para que se sume a la violencia. Si lo consigue, saldrá fortalecida del envite. El caso del gobierno británico en la India durante la lucha no violenta por la independencia revela que las autoridades británicas deseaban ardientemente que los indios volvieran a la violencia, porque sabían cómo ocuparse de los actos violentos (SHARP, 1973). La historia de la resistencia pacífica está llena de incidentes en que unos gobernantes trataron de infiltrar a agentes secretos en el campo no violento para que instigaran a la violencia o la protagonizaran.
En el ámbito familiar, es habitual que los hijos agresivos intenten provocar a los padres para que pierdan el control y vuelvan a sus estallidos “normales”. El niño agresivo sabe muy bien cómo tratar al padre airado, pero no sabe qué hacer ante una decidida actitud no violenta. La disposición de los padres a aguantar estas provocaciones es fundamental para cualquier programa de resistencia pacífica.
Un padre divorciado que recibió la custodia de su hijo de doce años tenía problemas para conseguir que este se levantara por la mañana para ir a la escuela. El padre inició un programa de sentadas para que el niño fuera al colegio. Después de la primera, el niño se levantó por la mañana, pero se entretenía más de lo necesario con el desayuno. El padre, que tenía que irse a trabajar, intentó darle prisa para que terminara de comer. El chico respondió que no se lo había pedido como era debido. El padre se lo pidió de nuevo con toda educación. El niño comentó que faltaba la “palabra mágica”. El padre dijo “por favor”. El niño subió a su habitación y cuando, unos minutos después, entró el padre, lo encontró sentado frente al ordenador encendido simulando que tecleaba. El padre, a quien no habíamos preparado debidamente, perdió el control y se llevó al niño a la escuela por la fuerza. Una hora más tarde, el niño se escapó del colegio, desapareció el resto del día, y dijo a su madre y al orientador escolar que su padre le había pegado.
Abandonar aislamiento y la necesidad de abrirse
La persona aislada y oprimida está abocada a la desmoralización, el miedo y la flaqueza. La situación cambia por completo cuando sale del aislamiento. A muchos nos asombra el coraje de los activistas no violentos ante duras medidas represivas. Gandhi insistía en que esta valentía no nace del alma de la persona aislada, sino de la experiencia de vivir siempre en unión con los demás. El propio diálogo por el que la víctima adquiere conciencia de que la opresión es arbitraria también es consecuencia de este sentimiento de unidad. Salir del aislamiento ayuda a dar a conocer las injusticias y, con ello, a conseguir el apoyo de terceras partes que no participan directamente en la lucha. Esto, a su vez, intensifica el sentimiento de justicia y la capacidad de aguante de los activistas.
Para aprovechar todos los recursos, la resistencia pacífica debe practicar una política de transparencia. Esta es la razón de que los movimientos de resistencia pacífica actúen de forma diametralmente opuesta a la de las organizaciones clandestinas: descartan el secretismo, y optan por la transparencia y la publicidad. En la práctica, decidirse por la claridad puede no tener nada de simple. Por ejemplo, mientras el movimiento está en su infancia, tal vez convenga guardar el secreto para sobrevivir, porque la detención de sus líderes podría provocar la descomposición del movimiento. Por otro lado, la clandestinidad va en contra de la principal estrategia de la resistencia pacífica, que se basa en un apoyo amplio y el recurso a la opinión pública. Gandhi añadía otra razón para decidirse sin tapujos por la claridad: la clandestinidad nace del miedo y tiende a perpetuarlo. De manera que los hábitos que genera la clandestinidad, en vez de contribuir a superar la parálisis, en realidad la agudizan.
Los mismos argumentos valen para las relaciones entre padres e hijos. Los primeros, para realizar con éxito la transición a la resistencia pacífica, han de sentirse estimulados a romper el aislamiento y el secreto. Los intentos de preservar este e impedir la participación de otros debilitan a los padres y contribuyen a que se mantenga la conducta violenta del hijo. Una regla básica sobre la violencia familiar es que el secreto perpetúa la victimización. Por consiguiente, conseguir el apoyo de familiares, amigos y trabajadores de la comunidad es un paso fundamental en la transición a la resistencia pacífica. La “opinión pública” también desempeña su papel en la lucha contra la violencia doméstica. Por ejemplo, se puede pedir a familiares y amigos que comuniquen al niño (personalmente, por teléfono, carta o correo electrónico) que conocen su conducta violenta y colaboran con los padres para acabar con ella. Estas manifestaciones de la “opinión pública” influyen considerablemente en los niños.
Romper el sello del secreto puede ser difícil para los padres por dos razones: porque sienten cierta vergüenza por ver manchado su buen nombre, y porque quieren evitar perjuicios actuales y futuros para su hijo. El terapeuta debe mostrarse respetuoso con los padres, sin dejar de explicarles la capital importancia de abandonar el aislamiento. Evidentemente, los padres tienen derecho a decidir a quién se permite participar del secreto y en qué grado. Sin embargo, el principio sigue siendo que mientras impidan incorporar a otras personas, seguirán siendo débiles. También se puede explicar a los padres que lo más probable es que el secreto se llegue a conocer: no se pueden ocultar incidentes como la huida de casa, la expulsión de la escuela o la detención policial. Los padres se dan cuenta en seguida de que el propio acto de la revelación cambia el panorama: la parálisis y el miedo disminuyen, el hijo recibe el mensaje de la determinación parental, y son más las opciones para hacer frente a las amenazas y la violencia. Más que cualquier otra cosa romper el secreto y abandonar el aislamiento socava el poder de la violencia.
Los padres de una muchacha de catorce años acudieron a orientadores profesionales cuando descubrieron que su hija ofrecía servicios sexuales a los niños del ins-tituto y a través de Internet. Incluso se había hecho unas tarjetas en las que se indicaba su disposición a participar en prácticas sexuales no convencionales. Los padres temían que cualquier enfrentamiento empeorara la situación. Les paralizaba el miedo a que se fuera de casa o se entregara a la prostitución. El terapeuta les sugirió que incorporaran a unos cuantos familiares y amigos para que trasladaran a la chica un claro mensaje de apoyo a los padres y de que les ayudarían a buscarla si desaparecía. En este punto, se puso de manifiesto una diferencia entre la madre y el padre: este estaba dispuesto a involucrar a algunos parientes y amigos, pero la madre sentía que la vergüenza le impedía contarle a nadie lo que ocurría en casa. El terapeuta le explicó que la niña interpretaría que su negativa a que interviniera alguien de fuera indicaba que solo el padre estaba dispuesto a batallar. Poco a poco, se convenció a la madre para que llevara a un familiar suyo a la siguiente sesión de terapia. Aceptó hacerlo, lo cual fue de suma ayuda para el padre y para el tratamiento.
El convencimiento de que el coraje para actuar nace del apoyo de personas allegadas puede evitar un error terapéutico habitual. Muchos terapeutas, interpretan la falta de disposición a actuar, por ejemplo, en casos de malos tratos a la esposa o a la madre, como falta motivación para el cambio. Esta actitud terapéutica provoca a menudo una brecha en la alianza con el cliente. La posición de la resistencia pacífica es completamente distinta: ante padre aislados (u otras víctimas aisladas), lo primero que hacemos es preguntarles con qué ayuda podemos contar. Para ello, hay que estudiar minuciosamente al conjunto de la familia, a los amigos y a las agencias de la comunidad. En nuestro programa, también ayudamos a los padres a dirigirse a esos posibles colaboradores para explicarles los principios de la resistencia pacífica, lo cual tiene una gran fuerza de movilización y aumenta considerablemente la disposición a ayudar. Luego constatamos que, a medida que llega la ayuda, enseguida mejora la disposición de los padres a actuar. Este sistema se aleja claramente de la forma habitual de tratar el problema de la “falta de motivación”. En vez de esperar a que la disposición a actuar madure desde dentro, o intentar inútilmente “bombear” motivación para el cambio, la actuación del terapeuta partidario de la resistencia pacífica va dirigida a reducir el aislamiento del cliente. De este modo, a muchos padres que antes parecían padecer una desmotivación crónica se les ve ahora capaces de librar una decidida batalla no violenta.
Muchos padres prefieren ocultar al hijo sus planes de resistencia y hasta el hecho de que acuden a la terapia. Piensan que la transparencia haría que el hijo, para detenerles en su intento, borrara las huellas de su conducta o la agravara. Esta actitud ocultista es ajena al espíritu de la resistencia pacífica. El precio de que el hijo intente borrar las huellas de su comportamiento es muy bajo para el padre que quiere recuperar el derecho y la capacidad de vigilar lo que hace. Los padres no deben convertirse en detectives que sigan a los hijos en la oscuridad, sino reafirmar abiertamente su presencia en la vida de los hijos. Al optar por la transparencia, los padres también manifiestan la deseada asimetría de los medios: el hijo con inclinaciones violentas o antisociales es quien opta por la mentira y la ocultación, mientras que los padres lo hacen por la claridad y la transparencia.
La madre de un chico de dieciséis años que solía volver a casa a altas horas de la noche me preguntó si convenía que lo siguiera para averiguar qué hacía y con quién estaba. En su lugar, le propuse que le dijera que no estaba dispuesta a seguir viviendo sin saber dónde estaba y aceptando pasivamente que volviera tan tarde. Si volvía pasada la hora acordada, llamaría o iría a ver a quienes considerara oportuno hasta estar segura de dónde, cómo y con quién estaba hasta esas horas de la noche.
Acabar con la obediencia automática y el poder monolítico
La resistencia pacífica en el ámbito social nace de la convicción de que el opresor no puede perpetuar su mando a menos que los mandados lo acepten como inevitable. En consecuencia, quien manda intentará impedir que los sometidos lleguen a ese convencimiento, manteniéndoles para ello en un estado de obediencia automática y en la creencia de que el orden existente es el que Dios ha establecido y evidente por sí mismo. Y, al revés, romper la obediencia automática y tomar conciencia de que la autoridad es arbitraria acabará con el imperio del opresor.
Estos fenómenos son bien conocidos en el entorno de la violencia doméstica. Es bien sabido que el marido violento intenta mantener a su esposa en un estado de obediencia incuestionable. Algunos niños o adolescentes violentos también reaccionan a cualquier signo de independencia o desobediencia por parte de los padres con reacciones extremas para sofocar cualquier idea de que sea posible que estos desobedezcan. Por consiguiente, uno de los principales objetivos de la resistencia pacífica es acabar con el hábito de la obediencia automática de los padres. Cada acto de desobediencia parental abre una grieta en la arraigada tendencia de los padres a la sumisión, y nuevas posibilidades para la familia.
No hay que pensar que el poder de quien manda es algo sólido y homogéneo. En realidad, se alimenta de muy diversas fuentes, algunas de las cuales se pueden cegar o dirigir en sentido positivo. En el campo de la violencia coexisten muchas voces, y algunas de ellas no son favorables a que la opresión se perpetúe. Esta oposición interna, por débil que sea en sus inicios, puede cobrar fuerza y poner en peligro al statu quo. Gandhi y Martin Luther King, Jr. fueron maestros en despertar a esos grupos disidentes del orden establecido y defensores del cambio. Con este fin no dejaban de insistir en que el activista no violento no ha de dar a entender que el enemigo es al bando opuesto. El enemigo es la opresión, no