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¡Bestseller internacional con miles de seguidores en todo el mundo!
«No te pierdas esta saga de ciencia ficción. ¡Esto es SciFi de la buena!», Ebrolis.
● Recomendada por Ediciones B (México), UNAL (Universidad Nacional de Colombia), Preppers Links (España), Topp Books y Special Book (Estados Unidos) y Bokklubben (Noruega).
● Incluida en bibliotecas de Colombia y Estados Unidos.
OPINIONES DE LOS LECTORES:
«Grandiosa».
«Espectacular».
«Fascinante».
«Envolvente».
«Genial».
Se habían preparado para el fin, pero no para lo inesperado.
Muchos sabían que el riesgo de extinción de la humanidad estaba cercano. Después de milenios en posiciones enfrentadas, fe y ciencia coincidían: la catástrofe acontecería; pero nadie había imaginado el modo en que ocurrió, ni cómo se produjo… ni menos aún en lo que después sobrevendría.
CUARTA PARTE: LOCALIZACIONES Y PERSONAJES
●
San Francisco: Riley Ward (multimillonario), Liam Cole (agente del FBI), Ayana Brown (joven) y Dahmer (Hermandad Aria)
●
Australia: Gobierno (Edmund Gillard, primer ministro; Kora Kelly, Servicio Público), ASIS (Gareth Codd, director), equipo de investigación (Akira Akasaki, Premio Nobel de Física; Valeria Martínez, inmunóloga; Manfred Bauer, neurobiólogo; Harnam Iyer, astrofísico), Ejército (Lachlan Reed, sargento), Montañas Azules (Patrick y Amanda Hanson, matrimonio)
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Islas Salomón: Rachel y Francis (biólogos), Cooper y Olivia (matrimonio), y Tuana (piloto)
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Jerusalén: Moshé (rabino) y Ahmad (imán)
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Paradero desconocido: Amira al-Jatib (beduina), César Durán (arqueólogo) y Paula (niña)
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Océano Pacífico: Ryan Davis y Declan (militares)
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Estación Espacial Internacional (ISS): Susan Shepherd y Mikhail (astronautas)
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Observatorio Paranal, Chile: Mateo González (astrofísico)
TÍTULOS DE LA SERIE
SURVIVAL:
1.
Primera Parte
2.
Segunda Parte
3.
Tercera Parte
4.
Cuarta Parte
5.
Quinta Parte
6.
Sexta Parte
TEMPORADAS:
1.
Primera Temporada (Partes 1-6)
AUTOR
Miguel Ángel Villar Pinto (España, 1977) es escritor de literatura infantil y juvenil, narrativa y ensayo. Con millones de lectores en todo el mundo, sus obras han sido
bestsellers internacionales, utilizadas por diversas instituciones como lectura obligatoria en la enseñanza, citadas en diccionarios como referencias literarias e incluidas en el patrimonio cultural europeo e iberoamericano.
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SURVIVAL
Cuarta Parte
Miguel Ángel Villar Pinto
© Texto: Miguel Ángel Villar Pinto
© De esta edición: Miguel Ángel Villar Pinto
Primera edición: Independently published, 2019
Más información: survival.villarpinto.com
«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de su titular, salvo excepción prevista en la ley».
ÍNDICE
Anteriormente
1 Preppers
2 Guardaespaldas
3 Dahmer
4 Energía
5 Destacamento
6 Chivo expiatorio
7 Ocultos
8 Bunyip
9 Mashíaj
10 Desierto
11 Desorientados
12 DEFCON 1
13 Mikhail
14 Breakthrough Starshot
15 Paseo
Fin de la Cuarta Parte
Más libros
ANTERIORMENTE EN
SURVIVAL
«Ya nadie parece estar a salvo, ni siquiera allí donde había paz».
En la Tercera Parte de Survival, el uno por ciento de la población mundial superviviente sigue decreciendo en medio de dos profecías, una conspiración, sucesos inexplicables, disturbios, ley marcial, una ciudad antigua y olvidada, una nave en rumbo de colisión con la Tierra…
1
Preppers
«El Incidente» había cogido desprevenidos a todos. Pero algunos, aunque fuera por otros motivos, llevaban décadas preparándose para el fin. Preppers los llamaban, muchos de ellos multimillonarios que habían invertido gran parte de sus fortunas en la construcción de búnkeres en zonas alejadas, la mayoría en Nueva Zelanda, por su proximidad aérea con Estados Unidos además de por su exiguo valor geoestratégico y escasez de materias primas.
Nadie tendría interés en una zona de esas características tras una catástrofe.
Eso era lo que buscaban, un lugar tranquilo donde refugiarse hasta que el peligro pasara, ya fuera el estallido de una guerra, el impacto de un meteorito, el colapso de la sociedad, una grave crisis económica irrecuperable, una pandemia o, lo que era seguro, cuestión de pocos años, la completa alteración de la atmósfera por el cambio climático, convirtiendo en inhabitable la superficie del planeta. Para esto último ya se había agotado el tiempo; los gobiernos no habían adoptado las medidas necesarias para frenarlo. Era inevitable, y los preppers lo sabían.
Aunque, con dinero, se podía comprar la supervivencia. No obstante, las elevadas sumas económicas requeridas solo estaban al alcance de unos pocos, así que lo sensato era mantenerlo oculto salvo entre las altas esferas, los únicos que tendrían alguna posibilidad. Desinformar, en consecuencia, a la población general no solo era prudente y necesario, sino también un acto de misericordia al evitarles, de ese modo, frustración y agonía. Esa era la justificación ética.
No se puede salvar a los que ya están muertos…
Pero entonces llegó lo inesperado, algo que parecía no hacer distinción entre clases sociales, y lo había hecho sin previo aviso: «El Incidente».
Por eso, los planes de evacuación que había ideado Riley Ward, principal accionista de una de las empresas más importantes de Sillicon Valley, se habían truncado, incluso su ubicación había sido desafortunada. Si hubiera estado en su despacho o en su residencia, llegar al aeropuerto hubiera resultado factible, según lo previsto; pero estaba en una reunión de negocios en Mill Valley cuando ocurrió el desastre y eso lo había complicado todo.
Haber sobrevivido ya no lo reconfortaba: el temor a la muerte se iba apoderando de él, como una sensación de ahogo incontenible. Debía embarcar en su jet privado cuanto antes. En esta situación, una pequeña demora puede ser fatal, y con los puentes Golden Gate y Richmond-San Rafael destruidos, sin encontrar modo de cruzar la bahía, se había visto obligado a dar muchas vueltas, demasiadas. Quienes lo esperaban, no sabía por cuánto tiempo más lo harían.
Pensó que, con todos los recursos que había invertido, los preparativos exhaustivos que había hecho, era injusto no encontrar el camino hacia la salvación.
Suspiró con nerviosismo, irrefrenable. Ninguna acción humana podría haber provocado «El Incidente» o, de lo contrario, él lo hubiera sabido con antelación: tener acceso a información privilegiada formaba parte de los costes que siempre pagaba.
Pero nada de todo aquello había sido suficiente y el tiempo se agotaba.
2
Guardaespaldas
—¿Sabe volar? —preguntó un hombre corpulento, desde la pista de despegue, introduciendo una pistola en su funda sin cerrarla y, con la otra mano, recolocándose el fusil a su espalda; su voz y porte aseguraban que no era alguien sosegado, ni en este momento, ni en cualquier otro. Después, sacó una cajetilla de su bolsillo.
—¿Quién, Riley Ward? —dijo el piloto desde el avión privado, con capacidad para doce personas, aunque en su interior solo se encontraran dos familiares de ambos, pero nadie más de los que realmente deberían estar allí—. No lo creo.
—Pues ya puede ir aprendiendo. Ha tenido suerte de que tú y yo sigamos vivos, pero no voy a esperar más.
Encendió un cigarro, aspiró el humo y lo echó sin apartar la vista de la entrada al aeropuerto. «Supongo que ha llegado el momento de dejarlo», pensó. Allá a donde iban, no habría tabaco, y el paquete estaba vacío. Lo estrujó y lo dejó caer al suelo.
—El último y nos vamos.
El piloto asintió. A fin de cuentas, no tenía un vínculo afectivo con el multimillonario de Sillicon Valley; lo había contratado años atrás para este día, era solo una relación de negocios, y como todos los negocios, si dejan de ser relevantes, el acuerdo no se mantiene. No iba a ser él quien tuviera remordimientos por ello, ni al parecer, tampoco con quien hablaba.
—¿Y los demás guardaespaldas? —Esto, en cambio, sí lo consideraba importante.
El hombre armado negó con un gesto y soltó una bocanada antes de responder.
—Si no están aquí, es que no lo han conseguido. Ve encendiendo los motores.
Vio cómo el piloto entraba en la cabina mientras él daba unas cuantas caladas, aunque más por calmar la sensación de abstinencia que por placer; gran parte de la ciudad estaba en llamas y hasta allí llegaban ramalazos de viento que enrarecían el aire. El sabor se mezclaba con el olor a muerte.
Tiró el cigarro, consumido solo en dos terceras partes, subió por la escalera de acceso al jet y la recogió.
—Mejor así —afirmó a la vez que sellaba el compartimento—. No sé cuál hubiera sido su reacción al ver pasajeros con los que no contaba.
—¿A Nueva Zelanda? —preguntó el piloto iniciando las maniobras, indiferente al comentario.
—¿A dónde sino?
Al poco, despegaron, dejando atrás la pista, el humo, los incendios y la ciudad para dirigirse con rumbo fijo hacia las islas del Pacífico Sur.