Te deseo - Katee Robert - E-Book
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Katee Robert

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Beschreibung

Roman Bassani haría cualquier cosa por cerrar un trato. Incluso perseguir a Allie Landers al Caribe para hacerle una oferta por su empresa. Se esperaba un reto, no una atracción inmediata e irresistible. Después de una aventura de una noche, acordaron dejar al margen los negocios... por el momento. La isla los incitaba a que fuesen unas tórridas vacaciones sexuales, pero ¿qué pasaría con los intereses de cada uno cuando volvieran del paraíso?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Katee Hird

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Te deseo, n.º 13 - abril 2019

Título original: Make Me Crave

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Intense y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Shutterstock.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-782-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Si te ha gustado este libro…

 

 

 

 

 

 

A Hunter McGrady.

¡Tú eres mi inspiración!

Capítulo 1

 

 

 

 

 

—Debería cancelarlo —Allie metió otro montón de toallas blancas en la lavadora y cerró la puerta con la cadera—. Sinceramente, no debería haber permitido que me convencieras.

—Es un detalle que creas que me dejas hacer algo —Becka Baudin, su mejor amiga, se rio, sacó más zapatillas de spinning del cubo metálico y fue ordenándolas por tallas—. Además, ya he hecho la facturación del vuelo. Es demasiado tarde para echarse atrás. Nuestras clases están cubiertas. Claudia va a ocuparse de todo el papeleo de la semana, tanto del gimnasio como del albergue. Si te quedas, solo conseguirás ponerte muy nerviosa, porque las cosas van como la seda sin ti —colocó otro par de zapatillas de spinning en su casilla—. ¿Cuándo fue la última vez que te tomaste un día libre, Allie?

Allie suspiró porque no podía rebatir ese argumento. No se tomaba días libres. Su gimnasio, Transcend, y el albergue para mujeres que ayudaba a financiar, eran su vida. Incluso, vivía en un piso del edificio donde estaban los dos. Cuando no estaba enseñando algún ejercicio a una de las chicas que tenía contratada, estaba sacando trabajo administrativo o haciendo cualquier cosa en el albergue.

Lo prefería. Estar ocupada hacía que se sintiera plena, era un engranaje esencial en una maquinaria perfectamente engrasada.

Aunque en esos momentos no tenía mucho de perfecta.

Los pocos donantes que le ayudaban a mantener a flote el albergue habían cerrado el grifo. El gimnasio iba bien, pero había dedicado todos los beneficios a mantener abierto el albergue. Por eso, el gimnasio también estaba en peligro. En consecuencia, tenía problemas, muchos problemas que no había contado a nadie. Decirlos en voz alta era lo mismo que convertirlos en realidad, y no podía caer en eso. Tenía que haber una solución, una solución que no pasara por venderlo a los buitres que llevaban meses sobrevolando. Lo único que necesitaba era un poco de tiempo para encontrarla.

Era el peor momento para marcharse una semana a una isla privada del Caribe, pero si le reconocía eso a Becka, tendría que reconocerle todo lo demás…y no podía, por el momento.

Acababa de dedicar los ahorros que le quedaban a pagar la factura de la luz del albergue, lo que significaba otro mes sin que llamaran los cobradores de morosos o, peor en muchos sentidos, sin tener que expulsar a ninguna de las mujeres que vivían allí.

—¡Allie…! —Becka frunció el ceño y agitó una mano justo delante de su cara—. ¿Dónde estabas?

—En ningún sitio importante —Allie esbozó una sonrisa forzada y tomó un mechón del pelo de su amiga—. El azul te favorece.

Era como la personalidad de Becka, varias tonalidades juntas para crear algo hermoso.

—No cambies de conversación —su amiga frunció más el ceño—. No vas a cancelarlo, ¿verdad? Si lo intentas, te ataré de pies y manos a tu maleta y te arrastraré hasta el aeropuerto. Vas a relajarte y a disfrutar durante una semana aunque nos cueste la vida a las dos.

—Si nos cuesta la vida a la dos no será muy relajante, ¿no?

—Qué listilla —Becka la miraba con un brillo suplicante en los ojos azules—. Ya le he hado todos los datos a Claudia. Te prometo que si pasa algo y te necesitan, te pagaré el billete de vuelta a Nueva York sin rechistar. Además, no volveré a presionarte nunca más para que te tomes unas vacaciones.

—¿Cuánto has tenido que pagarle a Claudia para cerciorarte de que no me llamara? —le preguntó Allie con las cejas arqueadas.

Era la única manera que tenía Becka de hacer una promesa así. Su amiga quería ganar siempre y no le importaba hacer cualquier cosa, por muy rastrera que fuese. Claudia no era mejor.

—Claudia y yo estamos de acuerdo en que tienes que largarte un tiempo de este sitio.

Becka no le contestó a su pregunta y ella suspiró otra vez, pero, por otra parte, estaba deseando pasarse siete días sin correo electrónico ni llamadas telefónicas, sin llevar el peso del mundo sobre sus espaldas. Esa isla no tenía acceso a internet, salvo en las zonas comunes, y no le quedaba más remedio que relajarse.

—Entonces, supongo que tendré que ir…

—¡Efectivamente! —Becka se contoneó un poco—. Ahora, ayúdame a poner las zapatillas antes de tu clase. Voy a pasarme también si no está llena. Siete días bebiendo y tomando el sol pasan factura.

Allie se rio y fue a ayudarla. Dejó a un lado las preocupaciones y el estrés que la habían agobiado durante meses. Todo seguiría en su sitio cuando volviera. ¿Qué tenía de malo desconectar por una vez en su vida?

—Estoy impaciente.

Era la primera vez que lo decía en serio desde que se compró los billetes.

 

 

Roman Bassani miró con el ceño fruncido a la guapa china que estaba detrás del mostrador.

—Lleva semanas dándome evasivas. Sé perfectamente que Allie Landers está aquí todos los días y que elude mis llamadas. Tengo que hablar con ella.

No podía hacerle la oferta de invertir en su negocio si no daba con ella, y no lo conseguía de ninguna de las maneras desde que la llamó para proponerle la idea. Normalmente, no le costaba mucho conseguir que propietarios de empresas remisos acabaran viendo las cosas como él, pero Allie Landers era más escurridiza de lo que se había imaginado y, al parecer, lo había esquivado otra vez.

—Lo siento, señor —Claudia no parecía sentirlo lo más mínimo—. Va a estar fuera de la ciudad durante la semana que viene. Los asuntos que tenga con ella tendrán que esperar hasta entonces.

—¿Fuera de la ciudad? ¿Puede saberse adónde ha ido? Tiene que haber alguna manera de ponerse en contacto con ella.

La verdad era que él no esperaba que ella contestara, pero, al parecer, fastidiarlo era una tentación irresistible.

—Está en una isla privada sin cobertura de teléfono ni servicio de internet —le explicó Claudia con una sonrisa—. Si quiere ponerse en contacto con ella antes de que vuelva, me temo que tendrá que ser con señales de humo.

Era una impertinente, pero Roman puso una expresión de incredulidad.

—Eso es una gilipollez. No hay ningún sitio en el hemisferio occidental sin wifi o cobertura de móviles, y mucho menos sin ninguna de las dos.

—En West Island, sí.

—Si usted lo dice —él no se inmutó—. Dígale a Allie que me llame en cuanto vuelva.

—Estoy segura de que será el primero de su lista —replicó Claudia con delicadeza.

Roman se dio media vuelta y se marchó del gimnasio. Suspiró sonoramente cuando se cerró la puerta a sus espaldas. Todo era tan femenino en ese sitio que siempre se sentía como un pulpo en un garaje. No se veía ni una sola cosa rosa, pero siempre estaba lleno de mujeres.

Eso no tenía nada de malo, pero le desagradaba cómo lo miraban, como si creyeran que iba a desmelenarse en cualquier momento, y que retrocedieran un poco si se movía demasiado deprisa. Ella no tenía la culpa y él aplaudía lo que estaba haciendo Allie Landers, pero la actitud de ellas hacía que se diera cuenta, dolorosamente, de lo grande que era su cuerpo en comparación con el de ellas y de que era un animal vestido con un traje, por mucho que hablara con cuidado y por muy cara que fuese su ropa.

Él no dejaba que se viera, pero esas mujeres lo percibían. Era un depredador. Se cortaría la mano antes de levantársela a una mujer o a un niño, pero daba igual, era una amenaza para ellas.

Soltó un improperio y empezó a bajar la calle. Debería tomar un taxi, pero tenía que sofocar la agresividad. Las grandes zancadas le ayudaban a aclararse la cabeza y a sosegarse hasta que solo quedaba el objetivo que perseguía.

Esa Allie creía que podía largarse de la ciudad durante una semana sin importarle que el plazo estuviese acabándose. Quedaban dos semanas hasta que tuviera que tomar una decisión si no quería que otros inversores la tomaran por ella. Normalmente, él no dudaría en hacer lo que fuera, pero su cliente quería que Allie firmara el contrato sin que la sometiera a una presión innecesaria. Una tarea imposible. Le esperaba una prima muy sustanciosa si lo conseguía, pero era secundario. Su cliente quería comprarlo todo con el albergue intacto, y las mujeres se marcharían si creían que era una adquisición hostil. Ellas confiaban en Allie y no confiarían en él ni de coña.

Todo se reducía a que necesitaba que esa maldita mujer accediera a la compra, y no podía convencerla si no estaba allí.

Sin embargo, tenía un sitio…

Sacó el teléfono del bolsillo, investigó un poco y se le cayó el alma a los pies al darse cuenta de que el complejo turístico tenía todas las plazas reservadas durante todo el año. La página web prometía un paraíso discreto, y eso quería decir que nadie iba a mover un dedo para acomodarlo a él. Como la empresa tenía por norma no dar el nombre de los clientes para que él pudiera… incentivarlos, estaba en un callejón sin salida.

Solo le quedaba un recurso. Llamó a Gideon Novak, su mejor amigo.

—Oye, ¿no tendrás contactos en West Island, en el Caribe?

—Hola, Roman, me alegra saber algo de ti. Yo estoy bien, gracias.

—Vale —Roman puso los ojos en blanco—, estoy siendo un capullo, pero eso no tiene remedio. La isla… Es importante.

La pausa que se hizo al otro lado de la línea no habría existido si él no hubiese jodido las cosas hacía seis meses. Gideon y él estaban arreglándolas, pero recuperar la confianza era un proceso lento. Daba igual que Gideon entendiera por qué era así Roman; Roman había estado a punto de costarle el amor de su vida, Lucy.

Por fin, se oyó un chasquido al otro lado del teléfono.

—No he tratado directamente con el propietario, pero he colocado a dos clientes distintos en su empresa y siguen trabajando allí.

Eso era mucho mejor de lo que había esperado.

—Necesito una de las parcelas.

—Roman, si quieres irte de vacaciones, organízatelas tú. Yo no soy una agencia de viajes.

—No, joder, no es por placer, es por trabajo. Necesito encontrar a una huésped que llega hoy. Puedes ofrecer una cantidad astronómica a quien tenga la reserva. En el complejo turístico no me dan la información, pero si tú tienes un conocido, te la darán.

—Más te vale que sea importante de verdad.

No fue una pregunta, pero Roman no tenía nada que perder.

—Es vital. Está a punto de vencer el plazo de una de las operaciones que llevo meses siguiendo. Si mi cliente no es el primero en invertir, lo harán los otros lobos que están al acecho. Se cargarán la integridad del sitio y harán un daño irreparable a las personas que viven allí.

—Vaya, parece que estás haciéndote el héroe. Eso sí que es una novedad.

—No, joder. Estoy por el resultado final, y el resultado final es que ese sitio, con el giro adecuado, puede dar mucho dinero. Además, como está relacionado con un albergue para mujeres, la buena publicidad podría abrirme puertas que estaban cerradas.

—Lo que tú digas —Gideon resopló—. Dame media hora.

—Gracias.

Roman colgó sin despedirse. Gideon le echaría un cable. Era una fuerza incontenible y se consideraba afortunado por tenerlo de su parte.

Naturalmente, media hora después recibió un mensaje con los datos de la reserva y la considerable cantidad de dinero que tenía que pagar mediante transferencia al anterior titular de esa reserva. Roman no perdió ni un segundo en mandar el dinero y en reservar un billete en el primer vuelo que salía de Nueva York. Tenía siete días para encontrar a Allie Sanders y para convencerla. No podía ser muy complicado en una isla que solo tenía siete parcelas.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Roman tardó cinco minutos en cambiarse y recorrer la casa para hacerse una idea de cómo era ese sitio. Era para pasar unas vacaciones de lujo y tenía muebles de madera y grandes espacios abiertos para disfrutar de las vistas de la playa privada y de la exuberante naturaleza que rodeaba tres cuartas partes del edificio.

Ahí estaba el problema.

Debería haber previsto que una isla con tan pocas parcelas daría prioridad a la intimidad, aunque había distintas actividades comunes para los huéspedes y suponía que tendría tiempo para encontrar a Allie y plantearle su propuesta.

Tampoco se había parado a pensar que no sabía en qué parte de la isla estaría ella.

Fue a la playa y miró alrededor. La curva natural de la isla creaba una ensenada que la protegía de las miradas de los demás. Se veían bicicletas y paseos que llevaban a los edificios de zonas comunes, donde había un restaurante, un bar, una sala de yoga y una tienda de regalos. Podría quedarse por allí con la esperanza de que Allie fuese a comer algo, pero como también se podía pedir la comida para que la trajeran a la casa, era una posibilidad improbable. Sería mejor que siguiera haciéndose una idea de la situación para planear las cosas en consecuencia.

Fue a una especie de cabaña de madera que parecía desgastada por los elementos y encontró una respuesta. Se podía practicar toda una serie de deportes acuáticos. Se decantó por la canoa. Era la manera más rápida de llegar a donde quería ir sin mojarse demasiado. Se quitó las zapatillas, titubeó un momento y también se quitó la camisa. El sol del verano debería haber dado un calor insoportable, pero hacía una temperatura casi agradable mientras metía la canoa en el agua.

No se había montado nunca en una canoa, pero le pareció bastante fácil. Dio unas paladas para practicar, hasta que tomó un buen ritmo y se dirigió hacia el sur para empezar un recorrido desde allí.

El mayor inconveniente era que no sabía a quién estaba buscando. Jamás había conseguido reunirse con Allie Landers en persona. Había rebuscado por Internet, pero no había encontrado gran cosa, ni en cuanto a datos personales ni en cuanto a fotos de ella. Sus cuentas en la redes sociales eran privadas y solo había encontrado una foto de hacía siglos. La página web de Transcend hablaba mucho de los servicios de la empresa y de sus objetivos, pero no decía nada sobre su fundadora y solo daba una dirección de correo electrónico. No le extrañaba, si tenía en cuenta que estaba relacionado con un albergue para mujeres, pero, aun así, le irritaba.

Dicho lo cual, había cerrado operaciones que habían empezado con menos información de la que tenía en ese momento. Estaba seguro de que esa vez también lo conseguiría.

La primera parcela del sur tenía una familia con dos niños que hacían castillos de arena. Siguió adelante y empezó a disfrutar a pesar de que prefería mil veces la ciudad a cualquier cosa que se pareciera a la naturaleza. Aunque no podía decirse que eso se pareciera a la naturaleza, se parecía al paraíso.

Rodeó la isla y examinó playa por playa. Había dos con familias, dos con grupos que parecían solo de hombres, tres vacías y una con un grupo de cuatro mujeres que lo piropearon cuando pasó remando por delante. Archivó la información para comprobarla más tarde. No sabía con cuántas amigas había ido Allie, pero sí sabía que no estaba casada y que no tenía hijos.

Cuando llegó al extremo norte de la isla, estaba agotado. Iba al gimnasio con regularidad, pero el calor y remar sin parar lo habían machacado. Rodeó las rocas que salían del mar y dejó las palas sobre la canoa para relajar los hombros.

Entonces, vio a esa mujer.

Estaba tumbada de espaldas, con los brazos estirados por encima de la cabeza y con la melena rubia sobre una toalla de playa roja. Sin embargo, no se le cortó la respiración por eso, sino porque estaba en topless.

La piel le brillaba como si se hubiese dado crema antes de ir a la playa y lo único que llevaba que se pareciera a una prenda de ropa era un triángulo diminuto de un color indefinido. Dobló las largas piernas mientras se cambiaba de postura y los abundantes pechos subieron y bajaron cuando respiró.

Él se olvidó de para qué había ido allí, se olvidó de que tenía los músculos contraídos por el agotamiento, se olvidó de todo menos de la repentina necesidad de saber de qué color eran los pezones.

¿Podía saberse qué coño estaba haciendo?

Sacudió la cabeza. Acercarse sería inadecuado, pero quedarse ahí mirando como un pervertido asqueroso era el colmo de lo inadecuado. Daba igual que se le hiciera la boca agua con sus curvas o que ella se hubiese apoyado en los codos para mirarlo.

Tomó aire varias veces, pero siguió empalmado, aunque consiguió agarrar las palas para seguir remando. Fuera quien fuese esa mujer, y por mucho que quisiera estar cerca de ella todo el rato que pudiera, no era Allie. La única foto que había encontrado era de hacía años, era la puñetera foto del anuario del último curso del instituto. Estaba tan delgada que parecía que estaba enferma. Y llevaba el pelo muy corto y teñido de negro.

Dudaba muchísimo que en ese momento se pareciera lo más mínimo a esa mujer.

Una de las características que definían a las mujeres que trabajaban en Transcend era que todas eran menudas y parecían cinceladas en piedra, que no tenían ni un punto blando en sus cuerpos. Eran hermosas, él podía apreciar todos los tipos de cuerpos, pero ninguna había hecho que le temblaran las manos como había hecho la mujer de la playa. Anhelaba recorrer con la boca esas curvas y esos pechos.

Tenía que quitarse esa mierda de la cabeza. No había ido allí para follar con nadie, por muy sexy que fuera. Había ido a trabajar.

Iría esa noche a cenar para ver si podía adivinar cuál de las mujeres de la isla era Allie y para elaborar un plan a partir de eso.

¿Y qué pasaría si veía a la mujer misteriosa después de que ya hubiese resuelto todo lo demás? Sonrió. Quizá hiciese una excepción y se permitiera un poco de placer mientras trabajaba. Al fin y al cabo, estaba en el paraíso.

 

 

—¿Qué tal estás…?

Allie se puso un vestido vaporoso de tirantes y fue a ver a Becka. Su amiga se había pasado con el vodka durante el viaje a Miami y se había puesto fatal en el vuelo a West Island. Había estado toda la tarde durmiendo la mona, pero seguía un poco pálida.

—Creo que el vodka y yo hemos roto —contestó Becka con una sonrisa temblorosa.

—Es pasajero —Allie dudó—. ¿Quieres que me quede a cuidarte?

Sentía un cansancio agradable, pero el menú de esa noche le apetecía lo bastante como para estar deseando ir al edificio principal para hacerse una idea de cómo era aquello. Becka se encontraba tan mal cuando llegaron, que se habían instalado en la casa a toda prisa para dormir.

—¡No! Bastante he hecho ya estropeándote el primer día de tus ansiadas vacaciones. No voy a dejar que pierdas ni un segundo por mis majaderías. Sal, come bien y bebe.

Allie no se movió de la puerta.

—Podría ver si el cocinero puede hacerte un caldo o algo que te siente bien al estómago…

—Vete. Estás de vacaciones y no tienes que ocuparte de mí.

Becka suavizó las palabras con una sonrisa, pero le salió un tanto titubeante.

Allie se marchó. Becka no le agradecería que se quedara y tendría remordimientos si lo hacía, lo que le impediría descansar bien. Al día siguiente podrían ir a conocer la isla y a intentar mantenerse de pie en las tablas con remos que había visto en la playa.

Se sonrojó al acordarse de que la habían visto tomando el sol en topless. Fuera quien fuese ese hombre, había estado demasiado lejos para verle con claridad la cara, pero esos hombros… Se estremeció. Incluso a esa distancia, había visto el contorno de sus músculos y la energía con la que llevaba la canoa por las aguas de color turquesa. La isla ya debía de habérsele subido a la cabeza, porque había llegado a esperar, disparatadamente, que se acercara a la costa para que pudiera verlo mejor… y quizá no solo verlo…

Se rio. Le parecía muy bien echar un polvo en vacaciones, pero si eso era lo que quería, había elegido el sitio equivocado. West Island era todo soledad y tranquilidad, y eso era exactamente lo que había buscado cuando dejó que Becka la convenciera para que reservara el viaje. Era exactamente lo contrario que Nueva York y la vida que llevaba allí.

Entonces, en ese momento, se preguntó si no habría sido mejor que hubiese elegido algo un poco más caótico. El sol y el mar ya se le habían mezclado con la sangre y la sensación embriagadora hacía que le pareciera que todo era posible. Solo iba a estar una semana, el tiempo perfecto para echar una cana al aire… Si no estuviese en una isla privada en medio del océano sin un solo hombre a la vista.

Dejó el cochecito de golf, que era uno de los principales medios de transporte de la isla. Le apetecía dar un paseo después de haber estado encajonada en el avión y de haber estado tumbada tomando el sol. Normalmente, todos los días daba una clase en Transcend, o más si tenía que sustituir a alguien, y no estaba acostumbrada a estar inactiva. Había unos dos kilómetros hasta el restaurante y había empezado a refrescar a medida que el sol se acercaba al horizonte. Sería una noche muy agradable.

Se levantaría temprano para ir a una de las clases de yoga que ofrecían y pasaría el resto del día haciendo distintas actividades para no sentirse inquieta. Podría hacer hasta submarinismo, pero no creía que fuese a sentirse tan intrépida. Sí, bucearía con unas gafas y un tubo, pero tendrían que convencerla mucho para que se sumergiera hasta las profundidades con solo una botella de oxígeno para no ahogarse.

El sendero estaba muy bien cuidado para que los cochecitos se movieran sin problemas, y empezó a pensar en sus cosas mientras ponía un ritmo constante, pero que no la cansaba. El sendero se bifurcaba de vez en cuando y se dirigía hacia otras parcelas o hacia el interior de la isla. Había algunos caminos para hacer senderismo y conocer la historia de la isla.

Llegó enseguida al restaurante y lo encontró casi vacío. Se detuvo en la puerta y se preguntó si habrían entendido mal a la recepcionista. ¿Estaría cerrado?

—Me parece que estamos los dos solos.

Dio un respingo. El hombre estaba a una distancia prudencial, pero era tan grande que hacía que se sintiera apabullada. Se quedó helada. Reconocería esos hombros en cualquier sitio. Él, para confirmar sus sospechas, la miró de arriba abajo como si quisiera recordar su cuerpo cuando no tenía nada más que lo que había llevado en la playa. Ella intentó tragar saliva, pero tenía la garganta seca.

—Tú…

—Yo.

Él la miró por fin a la cara y estuvo a punto de caerse de espaldas. Era un adonis. No podía describir de otra manera esa perfección, el pelo rubio, los ojos color avellana, la mandíbula cuadrada, el hoyuelo en la barbilla… y ese cuerpo. Llevaba una camisa abotonada, pero no disimulaba la musculatura. Tendió una mano con unos dedos igual de perfectos.

—¿Puedo invitarte a beber algo?

—Está todo incluido en el precio…

Él sonrió con un brillo en los ojos.

—Toma algo conmigo.

Estaba bien, y la atracción casi podía palparse, sentía el impulso inexplicable de acercarse y pasarle un dedo por el mentón, de pasarle la lengua por el hoyuelo de la barbilla… Se amonestó a sí misma.

—Como estamos solos, sería una tontería que nos sentáramos separados.