Tentadora - Carrie Alexander - E-Book
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Tentadora E-Book

CARRIE ALEXANDER

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Beschreibung

Tres historias... tres mujeres... una fiesta... un millón de posibilidades. La escritora Natalie Trent, la diseñadora Isabel Parisi y la contable Arianne Sorenson querían pasar una noche que jamás olvidarían. El año anterior se habían marchado solteras del baile anual de Monticello... esa vez iba a ser diferente. Natalie se había quedado de piedra al ver al hombre que había desaparecido hacía un año... Lo único que quería era vengarse y dejarlo pidiendo más y más.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Carrie Antilla

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Tentadora, n.º 304 - diciembre 2020

Título original: Enticing

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-964-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Año Nuevo, 2002

Casa de Rafael Monticello, Nueva York

 

–Feliz Año Nuevo –exclamó Arianne Sorenson, alzando su copa de champán a nadie en particular.

Pasaba una hora de medianoche, y la fiesta anual de Año Nuevo en casa del famoso diseñador de calzado Rafe Monticello continuaba en todo su apogeo. Pero en el bar dorado de mármol sólo estaba ella, junto a once taburetes vacíos y un camarero italiano sin apenas idea de inglés.

–¡Igualmente, amiga! –respondió una voz femenina.

Arianne se sorprendió al oírla y se volvió tan bruscamente en su taburete que a punto estuvo de caerse al suelo sobre su trasero.

–Natalie Trent –se presentó la mujer pelirroja–. ¿Te importa si te hago compañía? –sin esperar respuesta, se aupó al taburete adyacente y dejó con cuidado una caja de zapatos sobre la barra.

Arianne le dijo su nombre, decidiendo que le gustaba el carácter directo de su nueva amiga.

Natalie tiró hacia abajo del dobladillo de la falda negra de lentejuelas.

–¿Por qué brindamos? –preguntó, mientras le hacía un gesto al camarero para que le sirviera champán.

Arianne pensó seriamente en la pregunta. Pero antes de improvisar un brindis que expresara la desgracia actual pero que a la vez dejara la puerta abierta para un futuro feliz, otra voz femenina irrumpió en sus pensamientos, mucho más aguda que la de Natalie.

–Vaya, parece que todas necesitamos un respiro –dijo la tercera mujer, uniéndose a ellas mientras se ajustaba la camisa masculina desabrochada que llevaba metida en una minifalda con flecos. El rímel se le había corrido bajo sus exóticos ojos y el pintalabios desdibujaba el contorno de su boca.

Sin duda había compartido algo más que el típico beso de Año Nuevo.

Arianne se inclinó hacia ella.

–Tienes un corchete de una camisa de esmoquin en tu pelo –le susurró.

La mujer soltó una carcajada ronca y se sacudió el pelo. El corchete cayó a la barra y ella lo miró con una sonrisa.

–Un buen recuerdo, por lo que veo –murmuró Arianne reprimiendo un suspiro.

–Siempre me gusta llevarme un recuerdo de la fiesta.

Todo el mundo parecía tener suerte en Año Nuevo.

–Sírveme otro a mí, cariño –le dijo la morena al camarero, que llenó obedientemente una tercera copa con el champán francés de Rafe Monticello. Mientras el líquido burbujeante hacía espuma, Natalie se presentó a ella misma y a Arianne.

–Isabel Parisi –respondió la mujer, metiendo el corchete en su bolso antes de tomar la copa.

–Arianne iba a hacer un brindis –dijo Natalie.

Las dos mujeres miraron expectantes a Arianne, como si fuera la dueña del bar y ellas fuesen sus invitadas. Arianne no quería parecer una persona solitaria cuando era obvio que aquellas dos lo estaban pasando mucho mejor que ella, así que olvidó su desdicha y se concentró en el futuro.

–Por que se cumplan nuestros sueños –dijo.

–Por que se cumplan nuestros sueños –repitieron las otras dos mientras entrechocaban las copas.

Natalie y Arianne tomaron un pequeño sorbo cada una.

Isabel apuró su copa de un solo trago.

–Deberíamos romper las copas en la chimenea para que se cumplan nuestros deseos.

–Oh, ¡no puedes hacer eso! –exclamó Arianne–. Cada una de estas copas cuesta setenta y ocho dólares.

Las otras la miraron como si fuera una concursante de El precio justo.

–Soy la contable de Rafe Monticello –se apresuró a explicar Arianne–. He visto las facturas.

–Debe de costarle una fortuna regalar cientos de pares de zapatos cada año –observó Natalie.

Arianne se estremeció.

–No te haces una idea.

En los últimos años, Rafe se había valido de su Máster en Empresariales de la Universidad de Harvard para expandir por América la marca de zapatos italianos de su madre. Con él como director general, la empresa había experimentado un éxito sin parangón. Blahnik, Choo y Monticello formaban el trío líder en la industria del calzado.

Natalie señaló los zapatos que llevaba Arianne… los que Monticello le había regalado en la fiesta del año anterior.

–Los he visto en la Quinta Avenida a seiscientos dólares.

Arianne asintió.

–Incluso el precio al por mayor es más de lo que yo me gastaría jamás en un par de zapatos.

–A mí no me importaría ir descalza –dijo Isabel, cruzando sus largas piernas desnudas y apoyándose contra la barra. Llevaba unas zapatillas de bailarina adornadas con abalorios–. Pero si tenemos que ponernos unos tacones mortales, ¿por qué no hacerlo con estilo, gracias a Rafe? Él sí que puede permitirse el capricho.

–Es mucho mejor que volver a casa sola –dijo Natalie con un profundo suspiro–. Otra vez.

Las tres bebieron durante un rato en silencio.

–Bueno, ¿qué os parece? Una rubia, una morena y una pelirroja –observó Isabel–. Tres chicas solteras en un bar.

–¿Eres soltera? –le preguntó Natalie, mirando brevemente el bolso donde estaba el corchete.

–¿Estamos hablando de esta noche o de toda la vida? –dijo Isabel.

–¿No es lo mismo?

–De eso nada. Me encanta estar soltera. He venido por el excelente champán francés y los hombres italianos. Bellisimo –le lanzó un beso al camarero.

–Sí, bella –le respondió él con un guiño.

Isabel se volvió hacia las otras mujeres.

–¿Y vosotras?

–Soy periodista de moda –explicó Natalie–. Casi tuve que matar por conseguir una invitación, pero valió la pena. He estado con gente a la que quería entrevistar, y me llevo a casa un par de Monticellos –añadió, acariciando con adoración la caja dorada de zapatos.

Arianne se encogió de hombros.

–Es mi trabajo. Rafe es un cliente importante. He venido para ser amable –levantó un pie en el aire para que la luz hiciera brillar la carísima piel del zapato–. Y por los Monticellos.

–No me digas que prefieres los zapatos a los hombres –se burló Isabel.

–Mmm –murmuró Natalie, apurando su copa–. Al menos los zapatos sólo te hacen daño en los pies.

Las tres mujeres se reconocieron mutuamente como veteranas de las citas y los ligues de Manhattan, y compartieron miradas de conmiseración.

Isabel esbozó una sonrisa irónica antes de que se sumieran en una depresión.

–Yo también me dedico a la moda –dijo. Por lo visto, prefería hablar de su trabajo antes que explicar su vasta experiencia con los hombres–. Soy modista. He trabajado con los zapatos de Monticello en su línea de primavera.

Iniciaron una animada conversación sobre lo que tenían en común, la inminente Semana de la Moda y lo que estaba ocurriendo entre los modistas ricos y famosos.

Cuando llegó la hora de marcharse, las tres se habían hecho amigas. Isabel las invitó a almorzar al día siguiente en su loft de Elizabeth Street, cerca del SoHo. Natalie ya estaba pensando cómo podía aprovechar la influencia de Arianne para conseguir una entrevista con Lucia Monticello, la diseñadora de calzado y madre de Rafe, y Arianne intentaba encontrar una manera cortés de preguntarle a Isabel cómo conseguía presentarse en una fiesta, enrollarse con un hombre y volver sola a casa.

Decidieron compartir un taxi. Mientras se preparaban para salir del bar, Natalie juntó a las tres en un abrazo y les hizo una proposición.

–Tenemos que jurar solemnemente que si el año que viene seguimos solteras, volveremos a hacer esto.

–Ningún hombre podrá cazarme –dijo Isabel con un guiño–. Aquí estaré.

–Mi compromiso acabó hace un año –dijo Arianne–. Estoy segura de que estaré aquí.

Natalie guardó silencio unos segundos antes de hablar.

–Veréis. Esta noche he conocido a alguien… –se mordió el labio–. Pero parece que se lo ha tragado la tierra. Si no vuelve a aparecer en los próximos trescientos sesenta y cuatro días, aquí estaré.

–¡Jurémoslo sobre tus Monticellos!

Cada una de ellas puso una mano sobre la caja dorada de zapatos y lo juró solemnemente.

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Para: [email protected]

De: [email protected]

Asunto: Nochevieja

 

Mi querida Bella:

Sólo unas pocas líneas para desearte un feliz año nuevo. ¿Estás segura de que no quieres perderte esa fiesta tan elegante y en vez de eso venir a mi casa? Podríamos quedarnos junto al fuego, solos tú y yo, viendo por televisión a miles de locos neoyorquinos apiñándose en Times Square. El tablero del backgammon sigue preparado, y el deli de la esquina reparte comida a domicilio hasta medianoche. Sí, te estoy ofreciendo embutido de ternera con pan de centeno y gaseosa en vez de unos entremeses irreconocibles regados con Dom Perignon. Puede que sea una locura, pero imagínatelo, ma bella. Tú y yo cara a cara al fin.

No, en serio. No te preocupes. Sólo soy la mitad de la bestia que te estás imaginando. Si tengo suerte, hasta puede que decidas que ser amantes y ser amigos no son cosas incompatibles.

¿No?

Ah, bien. Un día nos «conoceremos». Hasta entonces, sigo siendo tu humilde carpintero y devota bestia,

Tom

P.D. No te pases con el Dom Perignon.

 

 

Para: [email protected]

De: [email protected]

Asunto: RE: Nochevieja

 

Mi adorada Bestia:

¡No me tientes! Cuando empezamos nuestra particular correspondencia hace tantos meses, me juraste sobre la madera de teca brasileña más exquisita, y yo sobre una muestra francesa de toile du Jouy, que sólo seríamos amigos. No podemos cambiarlo ahora.

Por favor, no sufras; sabes que te adoro.

Tal vez sea el fin de año lo que me pone nostálgica, pero he estado pensando en cómo comenzó todo. Después de aquel e-mail (¡qué correcto y profesional fuiste!), nunca imaginé que llegáramos a ser, no sólo amigos, sino los mejores amigos on line. Sólo tú demostraste tener el buen gusto para apreciar mi genialidad en el diseño textil… antes de que los zapatos Monticello me convirtieran en una estrella. ;–).

Creo que la primera vez que vi mis diseños en una pieza de Grace Notes, en una exposición de Madison Avenue (ya basta de tanta humildad con eso de llamarte «carpintero», Tom), fue cuando me di cuenta de que nuestro encuentro era cosa del destino. Nos complementamos a la perfección, como el damasco con el sofá. Y por eso precisamente lo mejor es mantenernos separados. No habría llegado a adorarte como te adoro si hubiera tenido que echarte de la cama El Día Después. Ya sabes cómo soy.

¿De acuerdo?

Bueno, me voy al baile de máscaras. Sólo seremos Arianne, Natalie y yo, y lo más remilgado de la sociedad neoryoquina en el salón de baile de Rafe.

 

Isabel Parisi pulsó la tecla de borrado hasta que las palabras «salón de baile de Rafe» desaparecieron de la pantalla de su ordenador portátil. Tras unos momentos de reflexión, tecleó un salón de baile deslumbrante. Tom no podría resistirse si le insinuaba tan descaradamente dónde iba a celebrar la Nochevieja. Incluso podría ser que se presentara de improviso para buscarla.

Tom Grace, el diseñador de muebles al que sólo conocía por los e-mails, llevaba insistiendo en que se conocieran en persona desde noviembre, cuando ella le había mencionado la cena de Acción de Gracias que cada año celebraba para sus amigas solteras. Él le había suplicado que lo invitara. ¿Y cómo iba a invitarlo ella a casa de sus padres en Stamford, donde cada año tenían el mismo relleno de castañas, el mismo oporto seco y las mismas conversaciones aburridas?

Le había respondido con un estúpido e-mail explicando que algunos de sus invitados eran refugiados del Ejército de Salvación, y que él no había sufrido lo bastante como para merecer una invitación. Tom había aceptado el cuento, pero había seguido insistiendo en que se conocieran alguna vez. A menudo bromeando, a veces suplicando, pero siempre de un modo amistoso. Salvo la sugerencia ocasional de que no le importaría un poco más de romanticismo.

Horror.

Aunque hasta ahora había podido eludir todas las peticiones, temía que Tom acabara mandándole un ultimátum. No tenía intención de conocer a Tom… jamás. En muchos aspectos, sus e-mails se habían convertido en un confesionario. Sintiéndose a salvo en su anonimato, había sido muy sincera con él, contándole todos sus miedos, gustos y manías. Como resultado, nadie la conocía mejor que Tom, a pesar de no haberse visto nunca.