Una herencia muy especial - Carrie Alexander - E-Book

Una herencia muy especial E-Book

CARRIE ALEXANDER

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Beschreibung

Laramie Jones pensaba que había heredado un rancho en Wyoming... un sueño hecho realidad. Pero el lugar en cuestión era una casa vieja y destartalada, con unos animales igualmente viejos y flacos, además de un atractivo vaquero. Un enfrentamiento con un toro había dejado a Jake Killian temporalmente fuera de combate, aunque todavía estaba preparado para la guerra de sexos al estilo vaquero. Jake apostó con ella a que no era capaz de mejorar el rancho, pero iba a disfrutar mucho viendo cómo lo intentaba...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Carrie Antilla

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una herencia muy especial, n.º 1045 - febrero 2019

Título original: Keepsake Cowboy

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1307-478-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Laramie Jones abrió la puerta y entró a su apartamento, situado en el segundo piso de un edificio de Brooklyn. Grace Farrow y Molly Broome permanecieron de pie en el vestíbulo, sonriendo expectantes.

–Bienvenidas a mi rancho –dijo Laramie después de un incómodo silencio. A pesar de que llevaba viviendo allí un año, cuando llegó tenía diecinueve años, aquella era la primera vez que sus dos amigas iban a visitarla. Había estado muy ocupadas con sus clases en la universidad, pero una vez había llegado el verano, ya estaban listas para retomar sus frívolas actividades como miembros del Club de las Muchachas Vaqueras.

Finalmente, Grace entró en la casa y echó un vistazo a su alrededor. Iba tan llamativa como siempre, con su pelo de color cobrizo y unos pantalones verdes.

–Laramie, vaquera, ¿dónde está el mobiliario? ¿No lo habrás empeñado?

–No, a mí me gusta así.

–Claro que sí –dijo Molly, una morena con un bonito cuerpo, que llevaba una blusa sencilla y unos pantalones cortos de color caqui.

Molly le dio un abrazo cariñoso a Laramie y luego entró en el dormitorio, donde se quedó mirando el sofá cama fijamente.

–Bueno, la verdad es que podrías comprar algún almohadón, al menos.

–Y unas velas –añadió Grace, echando un vistazo a la pequeña cocina.

–Ni almohadones ni velas –dijo Laramie, mirando hacia las escaleras que llevaban al piso que había alquilado su madre en el ático.

En esos momentos, estaban reunidas ella y sus locas amigas para rezar y meditar. Por debajo de la puerta, escapaba un olor a incienso, aceites de esencias, tabaco y marihuana.

–Gracias, pero no. En cuanto me relaje y ponga algún adorno, al día siguiente me encontraré con que mi madre me ha llenado la casa de tapices, estatuas de buda y quemadores de incienso.

Además, Laramie había descubierto que le relajaban mucho los espacios vacíos.

–¿Qué tal está Sana Shakira? –preguntó Grace, sentándose a horcajadas sobre una silla de madera.

Sana Shakira era el nombre árabe de la madre de Laramie.

–¿Te refieres a la Guerrera Divina? –preguntó Molly, sentándose en el sofá cama.

Guerrera Divina pertenecía a la época en que la madre estaba muy impresionada por Bailando con lobos.

–Actualmente –dijo Laramie, sacudiendo la cabeza–, desde que ha descubierto los alimentos macrobióticos, se hace llamar Destino Dorado.

–Dios mío –exclamó Molly, sonriendo–, y yo que iba a sugerir que hiciéramos una barbacoa para la primera reunión del verano del Club de las Muchachas Vaqueras.

–Por mí, no hay problema.

A pesar de que su madre había criado a Laramie con una dieta vegetariana, ella se había rebelado y comía de vez en cuando algo de carne.

–Y después de la barbacoa, iremos a montar a Central Park –Grace siempre estaba deseosa por montar a Dulcinea, la mascota equina oficial del Club de las Muchachas Vaqueras–. Con los exámenes, hemos tenido muy olvidada a Dulcie.

–Y también al club –dijo Laramie, sentándose junto a Molly.

Lo habían fundado hacía diez años, cuando ellas solo tenían diez. Entonces, estaban más interesadas por los ponys que por los vaqueros, pero ya no. Aunque, eso sí, ninguno de sus novios se parecía lo más mínimo a un vaquero.

–Chicas, me he estado preguntando últimamente si, ahora que tenemos veinte años, no seremos algo mayores para el club.

Aunque Laramie sabía que tenía que preguntarlo, no pudo evitar contener el aliento mientras esperaba, asustada, la respuesta de sus amigas. Para ella el club había significado siempre mucho más que el montar a caballo o ver las películas de John Wayne. Había sido un modo de hacer realidad las historias que su madre le contaba acerca de su padre, un vaquero desaparecido hacía ya mucho tiempo.

–Bueno –dijo Molly–, la verdad es que el viaje que hicimos Grace y yo por el Oeste fue algo decepcionante.

–Sí –asintió Grace–, hicimos una excursión y nuestro grupo estaba lleno de tipos calvos de mediana edad que no respondían a lo que yo esperaba encontrarme allí.

–Ya, y en Nueva York tampoco hay muchas oportunidades de encontrarse con un vaquero –dijo Laramie.

Por supuesto, ella no tenía pensado vivir siempre en Nueva York. Algún día, volvería a la ciudad donde nació, encontraría a su padre y se quedaría a vivir con él.

–Es cierto –asintió Molly–. Además, yo tengo que trabajar este verano en la panadería, Grace tiene la boda de su hermana y tú tienes que trabajar, aparte de… –señaló al techo.

–Destino Dorado –terminó Laramie por ella.

Lo cierto era que tenía que cuidar de su madre. Y más en esos momentos, en que estaba pensando abandonar su trabajo como empleada de una librería e irse a Backwater, Oklahoma, para ver el lugar donde se había dado la última aparición de un OVNI.

–Entonces, estamos de acuerdo –dijo Laramie–. Ya es hora de disolver el club.

–¿Disolver el club? –preguntó Grace, indignada.

–¿Disolver el club? –preguntó también Molly.

–Sí –repitió Laramie–, disolver…

–De ninguna de las maneras.

–Lo primero de todo, tenemos que hacer esa barbacoa –aseguró Molly.

Laramie sintió un gran alivio. Luego, fue por su sombrero Stetson, que había sido siempre un talismán para ella. Era una prueba de la existencia de su padre y quizá también de su amor.

«Espérame, papá, dondequiera que estés. Nunca te he olvidado y algún día volveré a Wyoming a buscarte», se prometió a sí misma en silencio.

Se puso el sombrero y agarró de la mano a sus dos amigas.

–Vamos, vaqueras –dijo con una amplia sonrisa–. El club sigue en pie.

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Aquel hombre era un auténtico vaquero.

Laramie Jones apretó la mandíbula y, como la habitación estaba en un silencio total, se oyó el ruido de sus dientes al chocar unos contra otros. Hizo una mueca y se incorporó en el sofá donde estaba sentada. Luego, se cruzó de piernas, pasándose una mano por la falda negra para comprobar que su abertura lateral no estaba dejando ver más de la cuenta. Y eso que el vaquero no estaba mirándola.

Estaba durmiendo.

Laramie se quedó mirando la puerta cerrada del despacho del abogado, detrás de la cual había desaparecido cinco minutos atrás la secretaria, una mujer de unos sesenta años. Después del largo viaje en avión desde Nueva York con escalas en Chicago, Denver y Laramie, Wyoming, debería estar contenta por poder descansar un rato.

Pero no podía relajarse estando ese hombre en la misma habitación que ella.

O quizá fuera porque iba a reunirse con el abogado de Buck Jones. Pero por sorprendente que hubiera sido el recibir noticias acerca de Buck Jones, tenía que reconocer que lo que más nerviosa la ponía era ese vaquero. Desde que había llegado a Wyoming había visto a varios hombres con botas de montar y vaqueros ajustados, pero a ninguno le quedaban como a aquel.

Sí, la verdad era que por ver un hombre así, habría hecho cualquier cosa. Y todavía le gustaría más si lo viera montando a caballo, porque a ella le volvía loca todo lo relacionado con los vaqueros. Igual que sus amigas Grace Farrow y Molly Broome habían ido al Oeste para cazar a sus hombres, Laramie había ido con el anhelo de encontrar un vaquero para ella.

Volvió a cruzar las piernas en un gesto nervioso.

Pensó que su gusto por los vaqueros quizá tuviera relación con la idealización que había hecho de su padre. Y que también eso la había impulsado a formar parte del Club de las Muchachas Vaqueras durante quince años.

En cualquier caso, cada vez que miraba al vaquero sentado enfrente de ella, no podía evitar estremecerse. Era indudable que se sentía atraída físicamente por él.

–¿Es que nunca ha visto a un vaquero, señorita Jones? –le preguntó de repente el hombre, cuyos ojos no podía ver, debido a la sombra que el ala de su sombrero proyectaba sobre su cara.

Laramie se quedó callada, incapaz de reaccionar. Luego, recorrió una vez más al hombre con sus ojos. Se fijó en su reluciente cinturón, en su camisa arrugada, en los vendajes que llevaba y en su mentón cubierto de moretones y rasguños. Entonces, hizo un esfuerzo por levantar ligeramente el labio superior en un gesto de disgusto, como se suponía que debía hacer una dama al ver aquello. El modo de hablar lento, cansino e insolente del vaquero la puso aún más nerviosa que la atracción física que sentía por él.

–No, simplemente, estaba sorprendida por su aspecto.

–Supongo que en Nueva York no es fácil ver alguien vestido como yo, con todos esos diseñadores de ropa.

–Gracias a Dios es así.

El vaquero se levantó ligeramente el sombrero para poder verla mejor.

–Si no le gusta mi aspecto, mande a la policía del buen gusto a detenerme.

–Me temo que el lejano Oeste está fuera de su jurisdicción –dijo ella, quitándose un pelillo de su top Donna Karan, una boutique de ropa barata… aunque él no tenía por qué saberlo.

El vaquero la miró descaradamente mientras se dibujaba una sonrisa en sus labios carnosos y sensuales.

–Señorita Jones, es usted como una gran vaso de agua fresca.

–¿Por qué sabe cómo me llamo? ¿Nos conocemos?

–No, pero sí que conocí a Buck Jones.

El hombre que, al parecer, era su padre. Ella había supuesto que el vaquero estaría allí por otros asuntos.

–Me llamo Jake Killian –añadió el hombre–. Le daría la mano, señorita Jones, pero solo una grúa podría levantarme de esta silla.

Ella descruzó las piernas y se puso recta. Luego, colocó las manos sobre las rodillas. ¿Por qué sería su respiración tan agitada? ¿Por qué le estaría latiendo el corazón tan deprisa?

–¿Cuál es exactamente su relación con el señor Jones? –le preguntó ella.

–Ninguna.

–Pero, ¿no ha dicho usted que lo conocía?

–Hace doce o trece años fue mi padrastro –el vaquero se subió el ala del sombrero y ella pudo ver sus ojos de color oscuro–. Y usted, ¿señorita Jones? –preguntó él en un tono claramente ofensivo–. Supongo que es usted familiar de él.

–Puede que sí –dijo ella, tratando de aparentar ser tan circunspecta como él.

–He oído que es usted de Nueva York.

–Más o menos.

–¿Ha comprado billete para hacer algún viaje por la zona?

–Eso no es asunto suyo.

Él se encogió de hombros.

–Eso es discutible, ya que vamos a ser socios.

–¿Socios? –repitió ella, asombrada, pero dándose cuenta de que él tenía razón.

Robert Torrance, el abogado, la había llamado para informarla de que Jake Killian y ella eran los únicos herederos de Buck Jones. Al parecer, ese hombre era tan importante para su padre como ella.

Así que ambos iban a ser los dueños del rancho llamado Lazy J.

«Santo Dios».

–De hecho, siendo usted una chica de ciudad no habrá ningún problema. Repartiremos los beneficios a la mitad y se acabó.

–Quizá sea mejor que discutamos esto una vez hablemos con el abogado –afirmó ella en un tono gélido–. No vaya a ser que empiece usted a calcular a cuánto asciende su parte de la herencia.

Él no pareció molestarse por su comentario.

–¿No ha visto usted nunca el Lazy J?

–No.

–Me gustaría estar delante cuando lo vea por primera vez.

Laramie no entendió el comentario. ¿Sería el rancho una verdadera ruina o quizá un sitio espectacular?

Ella preferiría que fuera algo intermedio, ya que querría convertirlo en su hogar. A sus veinticinco años, Laramie Jones quería instalarse en su tierra natal.

Por supuesto, eso convertiría a Jake en su socio, lo que le parecía de lo más irritante, dada su intransigente actitud.

Laramie observó el rostro de él durante unos instantes. Era un rostro muy masculino. Definitivamente, era un hombre muy guapo, a pesar de su maltrecha mandíbula. Por supuesto también tenía algún defecto, como la enorme cicatriz que tenía en la nariz y la piel oscura, que debía ser muy áspera. Además, a pesar de que debía tener poco más de treinta años, ya empezaba a tener arrugas. Seguramente, por el sol. Y finalmente estaba el hecho de que a ella no le gustaran los hombres sin afeitar. ¿Qué les pasaba a todos aquellos vaqueros? ¿Acaso no sabrían que vendían maquinillas de afeitar a precios muy razonables?

Laramie apartó la vista de él para no enfrentarse al brillo burlón que había aparecido en su mirada. Así, comenzó a inspeccionar el despacho. Las paredes estaban recubiertas por un papel envejecido y el mobiliario era de madera de roble. De una percha que había junto a la puerta, colgaba un sombrero de vaquero. En cuanto al ambiente, estaba bastante cargado y olía a humo de puro.

–¿No se supone que los vaqueros se descubren siempre que están delante de una dama? –le preguntó ella de repente.

–¿Es que se ha leído el manual del buen vaquero? –replicó él, quitándose el sombrero–. Perdóneme, señorita Jones. Creo que cuando llegó usted, debía estar dormido.

Su pelo era fuerte y de color negro. Quizá lo llevaba un poco largo, pero a ella le gustaba cómo le quedaba.

–¿Podría decirme si Buck Jones llevaba un sombrero vaquero cuando lo conoció? –le preguntó ella–. ¿Un Stetson de color negro?

–Sí –contestó él después de un momento–, siempre llevaba un Stetson negro. Era como su marca de fábrica. Buck se imaginaba a sí mismo como un maleante con él.

–Pero no lo era, ¿verdad? –preguntó Laramie, que no quería que se viera truncada la imagen mitificada que se había construido de su padre a lo largo de los años.

–No, Buck no era ningún maleante.

De pronto, se abrió la puerta del despacho del abogado y salió su secretaria, seguida por Robert Torrance.

–Siento haberles hecho esperar –dijo aquel hombre pequeño y flaco, acercándose a ellos con la mano extendida.

–Bobby, esta es la señorita Jones –les presentó la secretaria.

–Llámame Laramie –dijo ella mientras se daban la mano.

El hombre se la apretó demasiado fuerte. Quizá para compensar su voz aguda.

–Y ya conoces al hijastro de Buck –añadió la secretaria. Luego, se volvió hacia Laramie–. Y vosotros dos, ¿os habéis presentado después de que Jake se despertara de su siesta?

Laramie asintió, sonriendo.

–Hacía mucho tiempo que no te veía, Jake Killian –dijo el joven abogado tendiendo la mano hacia él, aunque no con tanta vehemencia como había mostrado con ella. Laramie se imaginaba perfectamente el motivo. Incluso vendada, era evidente que la mano del vaquero era extremadamente fuerte.

Jake le estrechó la mano con recelo.

–Bobby, yo esperaba que nos atendería tu padre.

–Papá murió hace dos años y medio –dijo el hombre con gesto afligido–. Así que, según acabé la carrera, me hice cargo del negocio.

–Y lo está haciendo muy bien –dijo la secretaria en un tono maternal.

–Seguro que sí. Bueno, siento mucho lo de tu padre –dijo Jake, golpeándose el muslo con su sombrero–. Diablos, Bobby, la última vez que te vi fue en el rodeo de Little Britches y tú no eras mayor que un mosquito. Recuerdo que te tiró al suelo un potro muy flaco…

–Sí, supongo que por eso elegí la carrera de Derecho, en vez de hacerme vaquero –dijo él.

–Un muchacho inteligente –asintió Jake, tocándose la magulladura que tenía en la barbilla.

Bobby frunció el ceño, como si no estuviera tan seguro como Jake. Luego, se volvió hacia su otro cliente.

–No sabes cuánto me ha costado encontrarte, Laramie. Tuve que contratar a una detective privado y, aun así, tardamos un mes en dar contigo. Nueva York era el último sitio al que Buck creía que te habría llevado tu madre.

–Buck Jones nos… ¿estuvo… buscando? –preguntó ella, emocionada.

El joven abogado tragó saliva.

–No sé si trató de dar contigo mientras estuvo vivo. Solo sé que en su testamento, os nombró a ti y a Jake como sus herederos. También me dejó toda la información que tenía acerca de ti, que, la verdad, no era gran cosa. Ni siquiera estaba seguro de cómo te apellidabas.

«Tampoco lo estaba yo», pensó Laramie.

–Cuando Buck murió hace un par de meses…

–De cáncer –dijo la secretaria, dándole una palmada a Laramie en el hombro.

–Entonces –continuó diciendo Bobby–, revisé su testamento y empecé a buscaros. A Jake fue fácil localizarlo, pero a ti… –el abogado sacudió la cabeza–. Buck no creía que tu madre te hubiera puesto su apellido. Pensaba que seguramente te apellidarías Vogel.

–En realidad, mi madre no cree en los nombres convencionales –murmuró Laramie.

De hecho, ella solo se enteró de que su madre se llamaba Patricia Ann Vogel cuando vio por casualidad en una mudanza, unos documentos que así la identificaban. Incluso a sus ochos años, Laramie había averiguado que su madre no era como las demás madres.

–Cuando yo era apenas un bebé, ella empezó a hacerse llamar Dadora de Luz –les explicó Laramie.

Por lo que su madre le había contado, ellas habían estado viviendo en Arizona durante los tres primeros años de vida de Laramie. Así que el nombre de Dadora de Luz pertenecía a su etapa india.

–Por otra parte, ella nunca me explicó por qué me apellidaba Jones.

–No sabes cuánto lamento haber tardado tanto en encontrarte –dijo Bobby–. Siento mucho que no pudieras asistir al funeral de tu padre.

A Laramie le resultó extraño que Bobby se refiriera a Buck Jones como a su padre. Seguramente, tenía su ADN, no lo dudaba, pero como ya estaba muerto, para ella sería siempre un desconocido. Justamente como se sentía ella en ese momento y en ese lugar. A menos que el rancho le resultara tan acogedor como un verdadero hogar.

–Te lo agradezco mucho de todos modos –aseguró ella, dándole un pequeño apretón amistoso en el brazo que hizo que el joven abogado se ruborizara. Luego, lanzó una mirada al vaquero que había sido el ahijado de Buck–. ¿Pudo asistir Jake, al menos?

–Me temo que no. Yo estaba en Las Vegas –contestó el vaquero.

–Preparamos un funeral sencillo y agradable –aseguró rápidamente Bobby.

–En tu primera carta, me comentaste que no asistió ningún familiar, excepto una prima lejana –dijo Laramie–. Me alegro de que asistieran sus amigos, por lo menos.

–Sí, claro… –contestó el abogado.

–Yo estuve –añadió la secretaria.

Bobby asintió.

–Incluso llevamos un ramo flores.

–¿Y tú, Jake?

–Al Buck que yo conocí no le gustaban mucho las flores –contestó Jake, encogiéndose de hombros.

Su padre habría sido un vaquero duro, se dijo Laramie. Un hombre solitario y rudo, que por lo que parecía no había tenido muchos amigos ni familiares. Pero aun así, a ella había intentado encontrarla.

Sin embargo, no debía olvidar que mientras estuvo vivo no lo hizo.

Una intensa sensación de rabia comenzó a crecer dentro de ella. Inmediatamente, trató de alejarla de sí, de olvidarse de todas las preguntas sin respuesta y de todos los sueños sin esperanza. Tendría que acostumbrarse a vivir con ese vacío que sentía dentro. En ese momento, cuando sus esperanzas habían renacido solo para ser destruidas una vez más, se sentía terriblemente vacía.

–Vayamos a mi despacho para comentar el testamento de Buck –sugirió Bobby Torrance.

Laramie pensó en el rancho como en una tabla de salvación. Sabía que, de un modo u otro, encontraría en él las respuestas que buscaba. Aquel rancho sería su hogar de ahí en adelante.

 

 

Bobby Torrance tardó quince minutos en comentarles los términos del testamento. Lo hizo con palabras cultas y términos legales a fin de impresionar a la preciosa mujer de largas piernas sentada al lado de Jake. Y este no lo censuraba. Laramie Jones era el tipo de mujer con la que un vaquero no se encuentra todos los días, particularmente en Wyoming. Pero tampoco en Idaho, Utah, Nevada, Arizona ni Nuevo México.

Él había estado en todas esas partes y jamás había conocido a una mujer así.

Era una lástima que su relación fuera a ser tan breve. De hecho, Jake no estaría allí si no hubiera necesitado un refugio temporal. Pero lo cierto era que había decidido que ese refugio fuera el Lazy J, a pesar de que había jurado que prefería arrancarse la piel antes que volver al pequeño y esquizofrénico zoo de Buck.

¡Qué demonios! La piel ya se la habían arrancado en Houston. Había sido un gran acontecimiento. El primer premio del rodeo era demasiado alto y la última reina elegida demasiado tentadora para permitir que la fractura de una muñeca se interpusiera entre él y la gloria.

Pero esos habían sido los buenos tiempos, antes de que cumpliera los treinta y se diera cuenta de que las heridas no cicatrizaban ya con tanta facilidad.