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Jordan estaba acostumbrado a conseguir todo lo que quería. Su endiablado atractivo le había asegurado siempre el éxito con todas las mujeres que había deseado. Sin embargo, nunca había cometido el "error" de sucumbir al amor... hasta que llegó Stazy. Guapa, inquietante, irritante... ¡aquella mujer trató a Jordan como a cualquier otro de sus muchos admiradores! Así que no le quedó otro remedio que poner en marcha su nuevo plan. Al parecer, solo había un medio de conquistar a Stazy, y pasaba por modificar los hábitos de toda una vida y convertirse en un candidato al matrimonio.
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Seitenzahl: 225
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1998 Carole Mortimer
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un candidato al matrimonio, n.º 1443 - julio 2021
Título original: To Be a Bridegroom
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1375-879-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Si te ha gustado este libro…
QUÉ diablos estaba haciendo allí?
Stazy miró a su alrededor sacudiendo la cabeza con disgusto. No conocía a nadie excepto al hombre que tenía a su lado, y de él sólo sabía que era el responsable de que ella se encontrara allí.
Se habían dirigido la palabra por primera vez el día anterior, y sin embargo ahí estaba, asistiendo al banquete nupcial de su hermano, se dijo. Cierto que se habían dado los buenos días y las buenas tardes si se encontraban en el ascensor o en los pasillos, pero para Stazy eso no contaba.
El aburrimiento y la soledad tenían mucho que ver con todo aquello, pensó. Por alguna razón el día anterior se había sentido especialmente sola y aburrida. Siempre había sabido que el hombre que ocupaba el apartamento de al lado se llamaba Jordan Hunter; había visto su nombre escrito en el interfono del portal, pero aparte de eso no sabía nada. Ni él sabía nada de ella, recapacitó. El día anterior, sin embargo, se había sentido vulnerable y necesitada de compañía…
Nada podría haberla sorprendido más aquella tarde que descubrir que era una invitada más a la boda del hermano de Jordan, Jonathan. La comida había sido bastante aburrida. Jordan había permanecido a su lado en completo silencio, pero al menos había tenido a alguien al otro lado con quien poder hablar, pensó. No obstante el hombre que se había identificado como el tío de Jordan no había cerrado la boca un solo instante, monopolizando su atención y dejándole apenas tiempo para comer o mirar a otros invitados. Finalmente la comida había terminado y los invitados habían pasado al salón en el que una banda de música tocaba y la gente comenzaba a bailar.
Y ése era precisamente el problema. Jordan seguía silencioso y taciturno. ¿Cuándo podría escapar?, se preguntaba Stazy impaciente. Hubiera deseado no responder a los intentos de Jordan del día anterior por darle conversación.
–¿Te gusta tu apartamento?
Stazy había comprendido que Jordan Hunter se dirigía a ella simplemente porque ambos estaban solos en el ascensor. Y, teniendo en cuenta que llevaba tres meses ocupando el apartamento contiguo al de él, aquella pregunta era algo tardía, pensó. Por lo general los vecinos solían ser más amables.
–Sí –había contestado ella escueta, feliz al ver abrirse las puertas del ascensor.
–Eres americana.
Aquella había sido una afirmación más que una pregunta, y mostraba cierta sorpresa. Stazy estaba a punto de entrar en el apartamento, había sacado las llaves y miraba a Jordan Hunter con aire de confusión. Él no se había movido desde que habían salido del ascensor.
Desde luego era extremadamente guapo, se dijo. Era alto, más alto que ella, que medía uno setenta y cinco, y tenía el pelo rizado y despeinado, como si se pasara la vida peinándose el cabello negro con la mano.
Probablemente pasaría de los treinta, pensó. Le llevaría más de diez años a ella, que sólo tenía veintiuno. Y su sofisticación era comparable a su madurez. De hecho Stazy jamás lo había visto sin uno de aquellos trajes de etiqueta con camisa blanca y corbata de seda. Como, seguramente, él tampoco la habría visto a ella más que con vaqueros o pantalones ajustados, pensó. Con camisetas amplias y el pelo rojizo suelto cayéndole por la espalda.
El rostro de Jordan era como una escultura tallada. La mandíbula era firme, los labios nunca sonreían, y la nariz era recta y arrogante. Ciertas líneas, no obstante, recorrían el contorno de sus ojos y de su boca indicando que no siempre estaba serio. Pero los ojos merecían mención aparte, pensó Stazy. Tenían el color más extraño que jamás hubiera visto. Eran demasiado claros como para llamarlos castaños, de hecho eran casi dorados, y se veían rodeados por las pestañas más espesas y oscuras que pudiera imaginarse.
Stazy había observado todo esto nada más mudarse, y no de un modo abstracto. Los hombres eran un puñado de embusteros y pillos, se había dicho. Eran una especie diferente, probablemente incluso de otro planeta, por completo incompatibles con las mujeres. Y por esa misma razón había observado los atractivos rasgos de Jordan Hunter y después los había olvidado.
–Sí, soy americana –confirmó seca.
Conocía la renombrada reserva británica, pero Jordan Hunter la había llevado demasiado lejos, pensó. Después de tres meses de vivir el uno junto al otro él ni siquiera se había dado cuenta de su existencia. Podría haber permanecido muerta en el apartamento de al lado durante todo aquel tiempo. Él nunca se hubiera enterado, pensó.
Jordan Hunter parecía verla en ese instante por primera vez. La miraba de arriba abajo como si nunca la hubiera visto, así que no tenía importancia que siempre hubiera llevado vaqueros, pensó. También aquél día llevaba pantalones de algodón, una camisa azul y botines marrones. El cabello, como siempre, suelto por la espalda. Tenía los ojos azules, la nariz pequeña y llena de pecas, y los labios grandes y sonrientes. Y la barbilla bien alta, decidida, supuso ella.
–¿Estás ocupada mañana por la tarde?
Stazy no sabía muy bien qué comentario esperar de él si es que se dignaba a hacer alguno, claro. Y desde luego lo último que esperaba era aquella pregunta. Ésa, probablemente, había sido la razón por la que la había pillado desprevenida.
–No –contestó sin pensar.
Ésa era la razón por la que se encontraba a su lado en el salón. Stazy se había precipitado a retractarse de aquella contestación segundos más tarde, pero Jordan había optado por seguir hablando sin escucharla, contándole que tenía que asistir a una fiesta a la que quería invitarla. Se divertiría, le había asegurado, y conocería a un montón de gente.
Lo que Jordan había omitido explicar, no obstante, era que se trataba de la boda de su hermano mayor Jonathan. Y hasta ese momento la única persona a la que había conocido era su tío, cuyo nombre no recordaba.
La ceremonia había tenido lugar aquella tarde, y había llegado la hora de celebrarlo. El problema no era que Stazy se encontrara inadecuadamente vestida para la ocasión. Llevaba un vestido de noche azul que mostraba a la perfección su silueta y lo esbelto de sus morenas piernas. No, pensó, no era su aspecto lo que la hacía sentirse incómoda, sino el hecho de que, como acompañante del hermano del novio, atrajera tantas miradas.
Jordan había dicho que se divertiría, pero ser el centro de atención no era en absoluto divertido. Y en cuanto a lo de conocer a un montón de gente el gesto serio y disgustado de Jordan era obstáculo suficiente como para que nadie se acercara, pensó. Nadie había intentado hablar con ellos.
Stazy se preguntó una vez más por qué la habría invitado. Hacía tiempo que había dejado de torturarse reflexionando sobre sus propios motivos para aceptar la invitación. Jordan era un hombre atractivo, un hombre que podría haber escogido a cualquier acompañante para esa noche. ¿Por qué ella?, se preguntó. La respuesta más obvia era sencillamente que no conocía a nadie y, en consecuencia, tampoco nadie la conocía a ella. La gente debía sentir curiosidad por saber quién era, pero esa curiosidad desaparecería con ella para siempre.
¿Pero por qué necesitaría Jordan llevar a una acompañante aquella tarde?, se preguntó. ¿Qué razones tendría para…?
Jordan miraba con el ceño fruncido a los recién casados, que bailaban al otro lado del salón. Sólo de ver a su nueva cuñada su expresión parecía oscurecerse. ¿Sería posible que estuviera enamorado de ella?, se preguntó Stazy. Gaye era guapa: alta, rubia, encantadora y delicada. Pero si Jordan estaba enamorado de ella era evidente, en cambio, que Gaye sólo tenía ojos para Jonathan.
¿Sería aquél un triángulo amoroso?, se preguntó.
Jordan, desde luego, tenía todo el aspecto de desear estar a miles de kilómetros de allí, de desear estar en cualquier parte excepto en aquel banquete. Y a Stazy, por supuesto, no le gustaba que la utilizaran como cortina de humo. Pero si era ésa la razón por la que ella estaba allí entonces Jordan lo estaba echando todo a perder, pensó. La gente los miraba, y aunque ella había ignorado esas miradas había una atractiva pareja bailando a poca distancia que no parecía capaz de contener la curiosidad. Se estaban acercando, observó Stazy volviéndose impulsivamente hacia Jordan.
–¿Quieres bailar? –se apresuró a preguntar.
Jordan la miró ausente durante unos segundos, como si hubiera olvidado quién era. Aquel hombre estaba haciendo milagros con su autoestima, se dijo Stazy irónica. Y pensar que sólo trataba de ayudarlo…
–Bailar, Jordan –repitió Stazy–. Hay música lenta y rápida… –hizo una pausa–. En este caso es lenta –continuó en tono de broma–. Y nosotros, los humanos, ¡qué extrañas criaturas somos!, ¿verdad?, nos movemos al ritmo de esa música. La verdad es que es muy fácil…
–Sé lo que es bailar, Stazy –contestó Jordan irritado.
Por supuesto que lo sabía, se dijo Stazy molesta. Pero no tenía ninguna intención de hacerlo. Bien, al menos lo había intentado, pensó mientras observaba a la pareja acercarse.
–¿Te diviertes, Jordan?
Era el hombre el que había hablado. Alto, moreno y arrogante, no había apartado los ojos de ella mientras lo hacía. Y tenía los ojos dorados, observó Stazy.
Debía de tratarse de otro Hunter, pensó. Debía de ser Jarret, el hermano mayor. Al menos Jordan la había informado sobre su familia, reflexionó. Y la preciosa morena que llevaba del brazo debía de ser su esposa Abbie. Tenían un par de niños que debían de andar por ahí, recordó Stazy vagamente. Una niña pequeña llamada Charlie y un bebé varón llamado Conor.
–No especialmente –contestó Jordan escueto, con el ceño fruncido.
Jarret sonrió, desapareciendo de inmediato su porte arrogante.
–No, claro, se me olvidaba. Las bodas no son tus celebraciones favoritas, ¿verdad? –añadió Jarret antes de volverse hacia Stazy–. Espero que perdone usted a mi hermano pequeño por no presentarnos, según parece se ha dejado su educación en casa esta tarde –bromeó ligeramente enfadado–. Soy Jarret Hunter, y ésta es mi esposa Abbie –continuó poniendo una mano afectuosa sobre la estrecha cintura de su mujer.
–Stazy Walker –contestó ella sonriendo levemente.
Tenía gracia aquella descripción de Jordan, pensó Stazy. El hermanito pequeño. Jordan no tenía nada de pequeño, los dos hombres eran aproximadamente de la misma altura. Stazy sabía que Jordan era el más joven de los tres hermanos, pero con aquel gesto seco y serio representaba cada uno de los años que tenía.
–¿Te gustaría bailar, Stazy Walker? –la invitó Jarret.
–Ahora mismo iba a pedírselo yo –musitó Jordan causando la sorpresa de Stazy.
Nunca había tenido intención de hacer tal cosa, pensó Stazy. Incluso había ignorado su sugerencia minutos antes. Sin embargo no parecía hacerle feliz el hecho de que bailara con su hermano. Hasta el punto de estar dispuesto a bailar él para evitarlo.
–Demasiado tarde –replicó Jarret–. La próxima vez, quizá –comentó en tono de broma mientras conducía a Stazy hacia la pista agarrándola por la espalda–. ¿Por qué no sacas tú a mi mujer? –añadió comenzando a girar con Stazy para desaparecer.
A Stazy le encantaba bailar, y Jarret Hunter era una pareja excelente. Se movía sin esfuerzo al ritmo de la música, aunque lo cierto era que aquel hombre debía hacerlo todo bien. Al menos tenía contenta a su mujer, se dijo mirándola bailar en brazos de Jordan a poca distancia. El matrimonio se miró de reojo sonriendo mientras Jordan seguía con el ceño fruncido.
Jordan era el peor enemigo de sí mismo, decidió Stazy. Fuera cual fuera su intención al llevarla a aquella fiesta podía ir olvidándose de ella. Comportándose de aquel modo no se exponía sino a las bromas de su hermano, recapacitó. Y tampoco creía que él fuera a agradecérselo si tratara de explicárselo. Estaba demasiado ensimismado, pensó Stazy, fuera cual fuera la razón. Demasiado ensimismado como para escuchar a nadie, y menos aún a ella.
–Jordan y tú… ¿os conocéis desde hace mucho?
«¡Dios!», exclamó Stazy para sus adentros ante aquella pregunta. Era de esperar que la familia de Jordan se interesara por ella. Él, en cambio, quizá no hubiera caído en la cuenta, pero los Hunter no se iban a andar con rodeos, y menos aún Jarret.
Le hubiera gustado poder anticiparse a aquella curiosidad. Haberse dado cuenta en el momento en que Jordan la invitó, porque en ese caso no hubiera aceptado.
–Un par de meses –contestó evasiva.
No podía contarle que Jordan no se había dado cuenta de su existencia hasta el día anterior. Eso no los favorecía a ninguno de los dos.
–Jordan está un poco tenso hoy –comentó Jarret.
–¿Sólo hoy? –inquirió Stazy mirando para arriba con las cejas arqueadas.
Tenso no era la palabra que ella hubiera utilizado, pensó. Sin embargo, como no pensaba volver a ver a Jarret ni a ninguno de los presentes, incluido su vecino, quizá fuera mejor guardarse sus opiniones. Por muy atractivo que fuera Jordan era uno de los hombres más antipáticos y arrogantes que jamás hubiera conocido, y había conocido a muchos.
–Las bodas siempre le causan ese efecto –explicó Jarret riendo–. Especialmente las de su familia –señaló con un gesto que Stazy no comprendió.
A menos que estuviera refiriéndose al triángulo amoroso que ella había…
–Pueden ser… traumáticas –comentó.
–¿Eres canadiense o estadounidense? –preguntó entonces Jarret con interés al notar su negativa a contestar a cualquier pregunta personal.
Jarret estaba probando otra táctica, pensó Stazy comprendiendo que era astuto e inteligente. Era natural, al fin y al cabo era el fundador de la empresa Hunter, una cadena de hoteles a lo largo y ancho de este mundo. Le seguiría el juego de momento, hasta que se cansara, se dijo sonriendo. Los ojos azules de Jarret brillaban traviesos.
–¡Siempre había pensado que mi educación inglesa había hecho desaparecer todo rastro de acento americano! Hasta ayer, claro.
–¿Y qué pasó ayer exactamente? –preguntó él arqueando las cejas.
Sencillamente que Jordan le había dirigido la palabra por primera vez, pensó Stazy en silencio. Sin embargo no podía contestar eso. El comportamiento de su acompañante no la incitaba a ninguna lealtad, estaba más que molesta con Jordan por haberla puesto en aquella situación. Con gusto le hubiera pegado una buena patada.
–En Inglaterra la gente me dice que soy americana, pero en cuanto estoy en casa todo el mundo piensa que soy inglesa –terminó sacudiendo la cabeza.
–No se puede ganar siempre, ¿no crees? –inquirió Jarret comprensivo–. ¿Y te importaría que te preguntara por qué, teniendo escuelas tan estupendas en los Estados Unidos, viniste a estudiar a Inglaterra?
Siempre era posible preguntar, pero otra cosa era obtener respuesta. Al menos una respuesta detallada y concreta. Aquel hombre lo cazaba todo al vuelo, sabía discernir qué cosas eran importantes y cuáles no. Había hecho un sencillo comentario sobre su educación inglesa y él se había lanzado a preguntar al respecto. Debía de pensar que de esa forma averiguaría más cosas sobre ella, se dijo.
–A veces los padres toman esas decisiones –respondió encogiéndose de hombros y mirando con curiosidad a su alrededor–. Y hablando de padres, ¿cuál de todas esas parejas son los tuyos?
–Mis padres están divorciados –replicó Jarret torciendo la boca–, pero mi padre y mi madrastra deben de estar por ahí, en algún sitio.
Jarret no había mencionado a su madre, observó Stazy. Era interesante. Y a juzgar por su expresión debía de estar preguntándose cómo era posible que ella no lo supiera. Aquél era otro desliz más de los que había cometido Jordan. Ni siquiera le había contado, hasta esa misma noche, que tenía un hermano.
–Suele ocurrir –comentó Stazy refiriéndose al divorcio. Según las estadísticas eran frecuentes, y el hecho de que la madre de Jordan no estuviera presente era una prueba de que la separación había sido amarga, pensó–. Personalmente creo que es mucho mejor separarse antes que seguir aguantando y haciendo sufrir a los hijos. Según creo los niños terminan peor que los padres.
–Nunca se me había ocurrido pensarlo así.
Quizá Jarret estuviera demasiado inmerso en esa situación como para darse cuenta, pensó Stazy. Era extraño que los tres hermanos permanecieran juntos y unidos a su padre en lugar de a su madre. No podía dejar de preguntarse si…
Pero no, no quería saber nada ni sobre Jordan ni sobre su familia. Asistir a la boda había sido un error, y cuanto antes se fuera mejor.
–¿Estás…?
–Jarret, creo que este es mi baile –dijo Jordan satisfecho acercándose a ellos.
Abbie Hunter sonrió mirando a Stazy. Era de suponer que Jordan había seguido tan taciturno como siempre. Seguramente incluso habría estado preguntándose de qué estaría hablando con Jarret.
–Ten cuidado no vaya a pisarte, Stazy –le advirtió Jarret en broma mientras se alejaba bailando con su mujer.
–¡Qué gracioso! –musitó Jordan mientras comenzaba a bailar con Stazy.
Sin embargo, Jordan se merecía ese sarcasmo, pensó.
–Bailas muy bien –comentó en cambio animada siguiendo los pasos de él.
–Tú y Jarret parecíais llevaros muy bien, ¿no?
–Sí, es encantador –contestó Stazy con naturalidad, sin sorprenderse por aquel comentario.
–Jonathan es el encantador de la familia, Jarret es el arrogante –contestó él mirándola.
–Y eso, ¿en qué lugar te deja a ti? –preguntó Stazy arqueando las cejas.
Jordan frunció el ceño confuso, pero luego sonrió. Aquella sonrisa transformó su rostro por completo, se dijo Stazy sorprendida. Resultaba tremendamente sexy, y los ojos, más dorados que nunca, brillaban mientras se destacaban las líneas de su rostro. Stazy sintió un escalofrío. El hombre serio y severo había desaparecido, y en su lugar…
–Yo soy el malo –contestó Jordan luciendo un brillo travieso en la mirada. La atrajo hacia sí con ambas manos sobre la cintura y se movió al ritmo de la seductora música lenta–. Sé que no he sido muy buena compañía esta noche –añadió en un murmullo al oído–. Vamos a ver si podemos remediarlo.
Stazy hubiera preferido que no lo intentara. Jordan Hunter travieso era peor que taciturno. De pronto vio un rostro conocido entre la multitud, al otro lado del salón. Lo perdió y lo buscó tensa, mirando por entre las parejas que bailaban, y lo vio de espaldas. No podía ser él, pensó. No en aquel lugar, tenía que estar en un error.
–Eh, sólo estoy tratando de disculparme por mi comportamiento, estaba un poco preocupado –añadió Jordan sintiendo su tensión–. No estoy sugiriendo que vaya a violarte en medio de la pista.
Hasta eso hubiera sido preferible al shock que acababa de recibir, pensó Stazy. Al menos se sentía capaz de afrontarlo.
No podía quedarse allí. Tenía que marcharse. Era casi imposible que hubiera visto al hombre al que creía haber reconocido, pero de todos modos tenía que marcharse. Nunca hubiera aceptado la invitación de Jordan de haber sabido que iba a verlo.
–Tengo que marcharme, Jordan –dijo soltándose de pronto y buscando la salida.
–¡Stazy…! –exclamó él asombrado, con el ceño fruncido.
–Ha sido estupendo, lo repetiremos otro día –se apresuró a añadir Stazy distraída, faltando a la verdad.
Tenía que escapar, tenía que marcharse de allí. Jordan torció la boca.
–No tengo más hermanos ni más bodas a las que invitarte –comentó Jordan irónico, con una expresión de perplejidad. Stazy apenas lo miró. Había visto la salida y comenzaba a apresurarse hacia ella a través de la multitud–. Stazy, ¿qué diablos estás haciendo? –preguntó Jordan alcanzándola en el vestíbulo y obligándola a darse la vuelta para mirarlo a la cara. El buen humor de su rostro había desaparecido. Su mirada era intensa y severa–. He sido yo quien te he traído aquí, así que yo te llevaré a casa –afirmó con disgusto.
Stazy podía comprender su dilema. Sólo le faltaba que su acompañante lo abandonara en medio de la fiesta, delante de todo el mundo. Sin embargo no podía evitarlo, no podía quedarse allí.
–No puedes marcharte –Jordan sacudió la cabeza.
–En serio, tengo que irme… ahora mismo.
–Te llevaré a casa…
–¡No! –se negó ella nerviosa–. Por favor, déjame marchar.
–¿Problemas, Jordan? –preguntó sarcástica una voz femenina–. Siempre pensé que tendrías más éxito con las mujeres.
Jordan soltó el brazo de Stazy como si le quemara para dirigir la vista, furioso, hacia la mujer que había hablado. Su rostro se había transformado en una fría máscara, pensó Stazy observándolo y trasladando luego la mirada hacia la mujer, intrigada por el efecto que causaba en Jordan. Era rubia y menuda, toda una belleza. Su rostro, pequeño y delicado como el de una muñeca, estaba dominado por unos enormes ojos marrones que no parpadearon al sostener la mirada de Jordan.
–¿Qué diablos estás haciendo tú aquí, Stella? –preguntó Jordan enfurecido en un tono acusador.
Stazy casi se asustó. Si alguna vez Jordan la miraba de ese modo moriría. Estaba desesperada por marcharse, pero aquella situación la había dejado helada, clavada a aquel lugar. Entre aquellas dos personas había una tensión palpable. Él la miraba enfurecido, mientras que la mujer parecía por completo indiferente. De hecho incluso parecía alegrarse de ver la cólera de Jordan.
–¿Y dónde quieres que esté siendo el día de la boda de Jonathan? –preguntó ella encogiéndose de hombros.
De modo que aquella mujer conocía a Jonathan, pensó Stazy. Aquella situación se complicaba por momentos, y las complicaciones eran algo que ella, en aquel momento de su vida, deseaba evitar.
–De verdad, Jordan, tengo que marcharme –los interrumpió atrayendo la atención de él con un leve toque en el hombro. Tenía la clara sensación de que Jordan había vuelto a olvidarse de ella–. Ya nos veremos –añadió marchándose.
–Procura dejarte uno de los zapatos en la escalera –dijo entonces la mujer mirándola de arriba abajo con un gesto desafiante–. Según creo suele funcionar.
Stazy se detuvo unos segundos, lo suficiente como para devolverle la mirada. Fuera quien fuera y significara lo que significara para Jordan no le gustaba nada aquella observación. Ella no era una Cenicienta, ni Jordan el príncipe encantador.
–Me temo que no he traído los zapatos de cristal –respondió irónica y diplomática–. Y además, todos los príncipes a los que he besado se han convertido en rana. Que os divirtáis –añadió en un tono frío antes de apresurarse a marcharse con la cabeza bien alta.
JORDAN se quedó mirando a Stazy mientras se marchaba. La miró detenidamente, observándola como a algo más que la bella pelirroja que vivía en la puerta de al lado y de cuya existencia sólo había caído en la cuenta el día anterior.
No cabía duda de que era preciosa, pensó. Aquellos ingenuos ojos azules, aquel montón de pecas salpicadas por la nariz, la boca amplia y sonriente… Se movía con la gracia natural de las mujeres americanas, y sus piernas eran largas y bien torneadas. Su figura, con aquel vestido azul ajustado, resultaba espectacular.
Ésas habían sido las razones por las que había invitado a Stazy Walker a la boda de su hermano, pero acababa de descubrir que, tras aquella superficial belleza, había mucho más. Muchísimo más, recapacitó.
–No me digas que estás colado, Jordan –comentó Stella irónica–. ¡Los Hunter están cayendo como moscas!
Jordan se volvió hacia ella con una expresión de dureza en los ojos de acero.
–¿Y qué tiene eso que ver contigo? –preguntó impaciente, demasiado afectado por aquel comentario–. ¡Sí, ya nos veremos! –añadió dirigiéndose a Stazy.
Por desgracia algo más importante reclamaba su atención. Era una lástima que no se hubiera dado cuenta antes de que el temperamento de Stazy era tan salvaje como su pelirrojo cabello. Pero iría a verla más tarde.
–Mi querido niño…
–Yo no soy tu querido nada –contestó airado, sin dejarse conmover por las pícaras miradas de Stella, a la que conocía demasiado bien. Aquella ternura era mera apariencia, como bien podía confirmar el cirujano que la había operado. Stella apenas aparentaba unos años más que él, y sin embargo era mucho mayor–. Sugiero que salgamos de aquí –añadió agarrándola con firmeza por el brazo, tratando de sacarla fuera–. Antes de que alguien te vea.
–Yo no voy a ninguna parte, Jordan –afirmó Stella–. Voy a ver a Jonathan en el día de su boda. Y a Jarret, por supuesto…
–¿Y no crees que es demasiado suponer que él quiera verte? –los interrumpió Jarret entrando en el vestíbulo–. ¡Y precisamente en una fecha tan señalada! Stella, nadie te ha invitado –añadió con frialdad, mirándola arrogante–. Te sugiero que te marches ahora mismo, antes de que yo te eche.
Jordan miró a su hermano mayor con admiración. Hablaba con firmeza pero sin encolerizarse. Como siempre, pensó. Stella se había ruborizado y sus ojos brillaban ante el tono insultante de Jordan, a quien miraba desafiante. Pero sería él quien ganara la batalla, se dijo.
–No te atreverás, Jarret –contestó Stella con poca seguridad.
–¿Quieres comprobarlo? –preguntó Jarret sin parpadear.
–¡Pero si ni siquiera he visto a Jonathan, no he podido ni conocer a la novia…!
–Ni la vas a conocer –replicó Jarret–. Se irán dentro de un par de horas, y hasta entonces todo será perfecto. No voy a dejar que lo eches a perder.
–Eso es muy cruel, Jarret. Siempre fuiste un insensible –respondió Stella emocionada.