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Cuando Liam le dijo que quería volver a formar parte de su vida, el primer impulso de Laura fue rechazarlo. No era que no lo encontrara atractivo: incluso después de ocho años la mirada del interesante novelista hacía que le temblaran las piernas, pero desde su marcha, Laura se había casado, había tenido un hijo y se había quedado viuda. Todo aquello la había vuelto más sabia y estaba más centrada en la vida que compartía con su pequeño. Lo que más la inquietaba era que, si Liam no se hubiera marchado hacía tantos años, se habría enterado de algo que ahora Laura se veía obligada a contarle... que él también tenía un hijo...
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Seitenzahl: 141
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Carole Mortimer
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Un hijo desconocido, n.º 1347 - septiembre 2014
Título original: Liam’s Secret Son
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2002
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4666-1
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
SE TE HA caído una lentilla en la taza de té? Le temblaron las manos al oír aquella voz con fuerte acento irlandés, pero Laura intentó disimular.
Déjà vu.
Pero no era solo la impresión de haber vivido aquello antes... lo había vivido. Hacía ocho años.
¿De dónde había salido? Estaba sentada en el bar de un lujoso hotel, de cara a la puerta, y, sin embargo, Liam O’Reilly había conseguido entrar sin que lo viera.
Laura dejó la taza sobre el plato, intentando aparentar una tranquilidad que no sentía. Pero no se volvió.
–Estoy tomando café, no té. Y ya sabes que no llevo lentillas.
–De todas formas... –él estaba muy cerca, rozando con su aliento los rizos oscuros de su nuca– tienes los ojos más preciosos que he visto en mi vida.
–¿Cómo puedes verlos desde ahí? –replicó Laura, sin mirarlo.
–Qué pena. Has roto el hechizo –bromeó Liam, su acento irlandés más fuerte que nunca–. La réplica debería haber sido otra.
Ocho años antes, quizá. Pero eso fue en otro tiempo, en otra vida. Ella ya no era una ingenua estudiante de literatura inglesa en su último año de carrera.
Y Liam ya no era el famoso autor que había ido a la facultad para dar una clase maestra. Ni el hombre que la dejó impresionada.
Laura respiró profundamente antes de volverse.
Liam O’Reilly no había cambiado nada.
Lo primero que llamaba la atención de él era su tamaño: un metro noventa y cinco, con un cuerpo musculoso, lleno de vitalidad. Iba vestido, como siempre, sin que le importasen en absoluto las apariencias: vaqueros gastados, camiseta azul y chaqueta de cuero negra.
Como siempre también, llevaba el pelo demasiado largo. Pero lo que más llamaba la atención de Liam O’Reilly era la inteligencia que brillaba en sus ojos de color azul cielo y sus hermosas facciones masculinas.
Ninguna emoción se reflejaba en el rostro de Laura mientras lo miraba con «los ojos más preciosos que había visto en su vida», uno de color azul, el otro verde esmeralda. La razón por la que, ocho años antes, Liam creyó que había perdido una lentilla.
Había tenido que soportar todo tipo de bromas en el internado a causa del color distinto de sus ojos, pero al hacerse mayor se dio cuenta de que los hombres encontraban muy seductora esa diferencia.
Como Liam una vez...
–¿Debería halagarme que recordases esa conversación? –preguntó, aparentando indiferencia.
Aquellos ojos azules, bordeados por largas pestañas oscuras, deberían parecer demasiado femeninos en un hombre tan alto y musculoso, pero no era así. Todo lo contrario, suavizaban sus duras facciones, dándole un encanto casi imposible de resistir.
–No te sientes halagada, ¿verdad?
¿Halagada porque recordaba su primera conversación después de tantos años? No, Laura no se sentía halagada. Después de lo que había pasado, después de lo que la hizo sufrir...
Pero tenía que controlar el resentimiento. No quería estar enfadada. Mejor no decir nada que replicar con la más mínima emoción.
–Te has cortado el pelo. Antes tenías una melena preciosa –dijo él entonces, mirándola especulativamente.
–Así es más fácil de peinar –replicó Laura, sabiendo que la corta melenita oscura era un marco perfecto para sus exóticas facciones: los ojos de diferente color, la nariz pequeña, los labios carnosos y el mentón decidido. Las capas más cortas en la frente y la nuca restaban severidad al corte.
–Me gusta –dijo Liam entonces.
A ella le daba igual que le gustase su pelo o no. De hecho, si era sincera, le daba igual lo que Liam O’Reilly pensara sobre cualquier cosa.
Pero tuvo que tragarse la rabia. Y lo que le habría gustado decirle.
–¿Quieres sentarte conmigo? Puedo pedir otra taza de café.
Liam miró el reloj que llevaba en la muñeca derecha. Era zurdo, recordaba Laura. Como tantos artistas.
–No sé si puedo.
–Si has quedado con alguien...
–La verdad es que sí. Pero todavía es pronto –sonrió él entonces, dejándose caer sobre la silla.
Nadie podría decir si estaba sentado o de pie; su excepcional altura siempre hacía que las sillas pareciesen demasiado pequeñas.
Laura también era alta, un metro setenta y cinco, y solía ponerse zapatos de tacón. Aquel día llevaba un traje de color gris con una blusa verde esmeralda. Era una imagen fuerte, de mujer segura de sí misma, que agradecía en aquel momento porque Liam solía hacerla sentir pequeña. Y muy femenina.
–¿Quieres un café? –preguntó, sin mirarlo.
–No, gracias. El café es tan adictivo como los cigarrillos.
–¿Has dejado de fumar?
Cuando lo conoció, ocho años atrás, Liam fumaba casi dos cajetillas diarias.
–Difícil de creer, ¿verdad? Liam O’Reilly, el bebedor y fumador empedernido se ha reformado.
–No te creo.
Él rio suavemente, con aquellos ojos tan claros reflejando la luz que entraba por los ventanales del hotel.
–Has crecido, Laurita –dijo, con tono admirativo.
–Tengo veintinueve años, es normal.
Liam debía tener treinta y nueve, pensó entonces, notando al verlo de cerca que su primera impresión no era del todo correcta. Los últimos ocho años habían dejado su marca. Tenía arruguitas alrededor de los ojos y algunas canas en las sienes.
–Veintinueve –repitió él, pensativo–. ¿Y qué has hecho durante estos ocho años?
Estaba mirando sus manos; quizá para comprobar si llevaba alianza. No era así, pero tenía la marca de haber llevado una.
–Un poco de todo –contestó Laura, vagamente–. ¿Y tú? ¿Qué has hecho en este tiempo?
–Evidentemente, no he estado escribiendo –sonrió Liam, irónico.
–¿No?
Ella sabía perfectamente que Liam O’Reilly no había publicado un libro en ocho años. Pero no pensaba decírselo.
–No.
–Supongo que no tenías necesidad de escribir después del éxito de Bomba de relojería.
–¡Que no tenía necesidad de escribir! –repitió él, sarcástico.
Sabía que estaba tocando un tema difícil, pero necesitaba oír la respuesta.
–Me refiero a tu situación económica. Debiste ganar millones con Bomba de relojería. Solo los derechos cinematográficos...
–¿Y de qué me ha valido todo ese dinero si no he podido escribir una palabra desde entonces?
Laura se encogió de hombros.
–Supongo que no habrás tenido problemas económicos en los últimos ocho años. Además, parecías estar disfrutando mucho de la vida la última vez que... supe de ti.
Liam había conseguido un éxito relativo con los cuatro libros que publicó antes de Bomba de relojería, pero nada como lo que siguió a la publicación de esa novela.
Tres semanas después de salir a la venta, había sido número uno en la lista de best-sellersde Inglaterra y Estados Unidos. Liam apareció en numerosos programas de televisión, vendió los derechos del libro a una productora americana y él mismo se fue a Hollywood para escribir el guion.
Lo último que Laura supo de él fue a través de los medios de comunicación. Poco después de llegar a Hollywood, apareció una fotografía en todos los periódicos anunciando su boda con la rubia actriz que iba a interpretar a la protagonista.
Y Laura Carter, la estudiante con la que estaba saliendo antes de marcharse de Inglaterra, se convirtió en pasado.
Al principio no podía creer que la hubiese abandonado, no podía creer que su relación significara tan poco para él. Pero pasaron los días y las semanas sin saber nada de Liam, sin una llamada, sin una explicación... al disgusto y la rabia siguió la amargura y, por fin, la aceptación de que Liam O’Reilly no la consideraba parte, ni remotamente, de su nueva vida en América.
Con esa aceptación llegó también el deseo de olvidarlo, de tener éxito en su vida personal.
Y tanto los trajes caros como el diamante que llevaba en el dedo eran el testimonio de que lo había conseguido.
–¿Disfrutando de la vida? Eso debió ser hace mucho tiempo –contestó Liam por fin, sarcástico.
–¿Y qué te ha traído de la soleada California al brumoso invierno inglés?
Él se echó hacia atrás en la silla, sin dejar de sonreír.
–No vengo de California. Vivo en Irlanda desde hace cinco años.
Seguramente por eso su acento irlandés era más pronunciado que nunca. Ella no sabía nada, por supuesto. No había querido saber nada de Liam desde que supo la noticia de su matrimonio con la espectacular actriz.
–Supongo que no debió ser fácil para tu mujer acostumbrarse a la tranquilidad irlandesa.
–Diana se divorció de mí hace siete años. El matrimonio solo duró seis meses –explicó Liam entonces–. Y, debido a nuestro trabajo, apenas pasamos cinco semanas juntos. Desde luego, un matrimonio perfecto.
Solo había estado casado durante seis meses. ¡Seis meses! Si lo hubiera sabido...
¿Qué habría hecho si lo hubiera sabido? Nada, fue la respuesta. Liam tomó una decisión y ella tomó la suya. Ni nada ni nadie podría haber cambiado eso.
Él miró de nuevo su reloj.
–He quedado con una persona en cinco minutos. De hecho... tengo que irme ahora mismo –dijo entonces, mirando a un hombre que acababa de entrar en el bar del hotel–. Pero me gustaría volver a verte, Laura.
–No creo que sea buena idea –replicó ella, saludando con una casi imperceptible inclinación de cabeza al hombre que acababa de entrar–. Ha sido... interesante volver a verte, Liam. Pero yo también tengo que irme.
Entonces se levantó, alta y elegante, con el carísimo bolso negro en la mano.
–Quiero volver a verte –repitió Liam, tomándola del brazo.
–¿Para hablar de los viejos tiempos? No, gracias.
–Estaré en el hotel durante un par de días. Llámame –insistió él–. Si no lo haces... me quedaré en Londres hasta que vuelva a encontrarte.
Acababa de entender por qué no lo había visto entrar en el bar del hotel. Se alojaba allí y debía haber bajado en el ascensor.
Pero eso no cambiaba nada. No quería volver a verlo. Sencillamente.
–Qué melodramático te has vuelto –dijo, sin disimular el sarcasmo–. Si es tan importante para ti, te llamaré más tarde.
Y entonces le diría que no tenía intenciones de volver a verlo, aunque decidiera quedarse en Londres a vivir.
Liam soltó su brazo, clavando en ella sus ojos azules.
–Es muy importante para mí.
–Sí, bueno... tengo que irme –dijo Laura.
Notaba la mirada del hombre clavada en ella mientras salía del hotel para enfrentarse al frío viento de noviembre.
Aunque no sentía el frío. La sorpresa del encuentro con Liam O’Reilly la había dejado desorientada.
Al recordar lo que hubo entre ellos y el daño que le había hecho no le resultó difícil mantener una fachada de indiferencia. Pero en aquel momento, a solas, empezaba a reaccionar.
Ocho años antes había soñado con encontrarse de nuevo con él, una vez nada más, aunque solo fuera durante unos minutos. Deseaba volver a verlo con toda su alma, aunque estaba furiosa y dolida por su deserción.
–Señora Shipley –sonrió su chófer, abriendo la puerta de la limusina.
–Gracias –murmuró ella, distraída.
–¿De vuelta a la oficina, señora Shipley? –preguntó Paul.
–No... ¡Sí!
Debía calmarse, se dijo. Había vuelto a ver a Liam, ¿y qué? Seguramente seguía siendo el mismo tipo seductor y fascinante de siempre, pero ella no era la impresionable Laura Carter.
Era Laura Shipley, tenía su propio negocio, una casa en Londres, otra en Mallorca, viajaba en limusina con su propio chófer...
Un encuentro con Liam O’Reilly no iba a cambiar nada de eso.
–Sí, Paul, de vuelta a la oficina.
No tenía prisa por volver a casa. Bobby tardaría una hora y media en salir del colegio y, además, le había dicho a Perry que lo esperaría en la editorial para que la informase sobre los detalles de la reunión.
Se preguntaba cómo iría su conversación con Liam O’Reilly...
ASOMBROSO –decía Perry una hora más tarde, paseando arriba y abajo por el despacho–. Sigo sin entender cómo has sabido que ese manuscrito firmado por Reilly O’Shea era en realidad de Liam O’Reilly.
Laura estaba sentada detrás de un imponente escritorio de caoba, observando a su editor jefe. Se había quitado la chaqueta y la blusa verde esmeralda hacía un hermoso contraste con su piel morena.
Cómo lo supo...
Había leído la última novela de Liam O’Reilly de principio a fin, conocía bien su estilo, sabía cómo acentuaba las vocales, cómo cruzaba las «tes»... por supuesto que había reconocido el manuscrito enviado a la editorial Shipley.
Al principio no podía creer que fuera de Liam. Y sobre todo le extrañaba que hubiera usado un seudónimo. Por eso la charada del hotel le pareció necesaria.
Habían pasado ocho años desde la última vez que se vieron y Liam debía haber cambiado... ella, desde luego, lo había hecho. Pero podría reconocerlo en cualquier parte.
De modo que acudió al bar del hotel media hora antes de que lo hiciera Perry para comprobar si Reilly O’Shea era, en realidad, Liam O’Reilly.
Lo que no había esperado era que Liam la reconociese.
Laura seguía sintiendo un calor por dentro al recordar el encuentro. Ocho años. Y, además de las arruguitas y algunas canas, Liam seguía igual. El hecho de que la hubiera reconocido a pesar del corte de pelo y el cambio en su forma de vestir, la había dejado sorprendida.
Pero solo de forma momentánea. La seguridad que había adquirido en los últimos ocho años le permitió tratarlo con educación, pero con frialdad, y no delatarse cuando su editor entró en el hotel.
Perry estaba encantado al saber que la editorial poseía el manuscrito de la última novela de Liam O’Reilly. Aunque Laura sabía que no iba a ser tan fácil...
–Cuéntame qué te ha dicho.
Perry Webster se dejó caer en una silla frente al escritorio. Era mucho más bajo que Liam, que apenas cabía en una silla. Pero, ¿qué le importaba a ella si Liam cabía o no en las sillas?
–Hemos hablado mucho, pero aún hay cosas que decidir, por supuesto. El mayor obstáculo es que sigue insistiendo en que se llama Reilly O’Shea.
–¿Sabes por qué?
–Sí, claro. El problema es cómo vamos a solucionarlo. Tenemos un manuscrito de Liam O’Reilly y...
–¿Por qué no quiere admitir quién es? –lo interrumpió Laura.
Desde que leyó el manuscrito se había preguntado mil veces por qué usaba un seudónimo. Pero no encontraba respuesta. Como Liam O’Reilly podía pedir una cantidad astronómica. Como autor primerizo, tendría que aceptar lo que la editorial quisiera pagarle. Además, la última novela de Liam O’Reilly recibiría una extraordinaria publicidad en los medios de comunicación, al contrario que la de un escritor novel. Y todo autor desea que su libro sea reconocido. ¿Entonces?
Perry asintió. Un hombre rubio de metro ochenta, exudaba tanta energía como un chico de veinte años, aunque tenía treinta y cinco.
–La razón por la que no quiere dar su verdadero nombre es precisamente porque se ha convertido en un fenómeno. Hace ocho años, cuando publicó Bomba de relojería, no solo se convirtió en un autor de éxito sino en el hombre más solicitado por todas las televisiones, emisoras de radio, fiestas de sociedad... Y luego la película se llevó varios Oscar... Era una estrella.
–¿Y?
–Que él no es una estrella, Laura. Es un cometa. Estuvo en nuestra órbita durante un tiempo y luego desapareció.
–Pero...
–Tengo la impresión de que ahora quiere hacer las cosas de otra forma –dijo Perry entonces.
–Pero en cuanto se sepa que Reilly O’Shea es...
–Puede que no quiera que se sepa –la interrumpió su editor–. Aunque sabía que era Liam O’Reilly, hablé con él como si creyese que era un autor desconocido. Evidentemente, hemos hablado sobre la posibilidad de publicar su novela... y, por lo visto, quiere poner unas cláusulas muy interesantes en el contrato.
Laura levantó una ceja.
–¿Qué cláusulas?