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Todos los estudiantes han abandonado el dormitorio universitario y se han ido a casa con sus familias – todos excepto Sandra y Antón. Deciden celebrar la Navidad juntos en la cocina que comparten en el pasillo, pero enseguida notan que el ambiente cálido que suele haber entre ellos es el doble de intenso cuando están solos.-
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Seitenzahl: 43
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Amanda Backman
Translated by Carolina Gandia
Lust
22 de diciembre: Antón y el calcetín de Navidad - un calendario erótico de Navidad
Translated by Carolina Gandia
Original title: Anton med röda mulen
Original language: Swedish
Copyright © 2020, 2021 Amanda Backman and LUST
All rights reserved
ISBN: 9788726757613
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
—No, no, no toques eso… —Antón sale volando del puf, con las mejillas tan redondas y rojas como las del Papá Noel de la Coca Cola… aunque un poco más mono, tal vez.
—¿Por qué no? —responde Sandra, desafiante, acercándose un poco más al festivo calcetín navideño que cuelga del respaldo de la silla de escritorio de Antón. Está a punto de cogerlo cuando Antón se lanza hacia ella y tira del calcetín hacia él. Con el movimiento repentino, las campanillas del calcetín suenan repentinamente, sorprendiéndolos a ambos. Sandra chilla de la risa.
—No hace falta que lo sepas todo —dice, frunciendo el ceño. —Solo tienes que saber que no quiero que juguetees con el calcetín.
El calcetín cuelga de su mano mientras lo sujeta débilmente, como si no quisiera tenerlo de todas formas. Rudolph el Reno les sonríe desde el costado del calcetín.
—¿Qué, te has masturbado con él o algo así? —Sandra responde mirando a Antón, que a su vez baja la mirada. Luego arroja el calcetín navideño en un cajón de su escritorio y lo cierra con fuerza. Le tiemblan los labios cuando vuelve a mirarla.
—Sí que lo has hecho, ¿no? —pregunta y empieza a reírse. Al principio por lo bajo y luego cada vez más alto a medida que la verdad empieza a mostrarse en la mueca de culpa de Antón. —¡Que sí!
Como respuesta, Sandra recibe una almohada en la cara.
—Deberías quedarte callada si no sabes de qué estás hablando — dice mientras se le pone el cuello rojo, el enrojecimiento creciendo como una irritación alérgica. Se ha dado cuenta de que Antón siempre se pone así cuando está avergonzado o cuando ha tomado demasiadas cervezas. Antón parece ignorarlo. Aunque pase a menudo, no parece molestarle. Se tumba en la cama y suspira con fuerza.
—¿De verdad? —sigue insistiendo mientras recupera el aliento. Su risa ya es casi insonora, más bien un chasquido en el fondo de su garganta. —Así que dejas tu calcetín de pajas ahí colgado, sin importar quién te visite… —Sandra se levanta del único sillón que hay en el pequeño dormitorio y no deja de reírse mientras se endereza la camiseta de tirantes. Levanta las cejas y pone reposa sus manos sobre las caderas con autoridad, notando que él la mira y sintiendo un pequeño cosquilleo en el estómago.
—Vamos, no sabía que ibas a venir hoy —se defiende Antón, sobrio por tanta broma, pero no lo suficiente como para no volver a caer en el tema.
—¿Planeabas volver a usarlo o qué? ¿Ha llegado el momento de revelar nuestros asquerosos hábitos? ¿O tal vez deberíamos empezar a usar el baño con la puerta abierta antes de llegar a ese nivel? —dice Sandra, mirándolo desafiantemente.
—Creo que ya es demasiado tarde para eso, Sandra. Nos pasamos de las visitas compartidas al baño y nos fuimos directo a “sí, me he corrido en un calcetín con uno reno estampado”, — responde Antón, incapaz de terminar la frase sin empezar a sonreír de nuevo. A Sandra le encanta la confianza con la que hablan.
—Curiosamente, no te juzgo por eso, aunque quizá debería hacerlo —responde ella, balanceándose un poco, insegura de dónde sentarse ahora. Se decide por volver al sillón, ya que no se atreve a aterrizar en el borde de la cama junto a él, como realmente quiere. Antón pone las manos detrás de la cabeza y el sol de la tarde, que entra por la ventana, cae sobre su codo derecho. El cielo está azul y no hay nieve en el suelo, pero uno no se debe dejar engañar: realmente es invierno y realmente es Nochebuena. Es la primera Nochebuena que se celebra sin la presencia de padres, primos, comilonas y demás a propósito. Al menos para Sandra. Antón tuvo mala suerte y se le fue el tren.
—Sí, realmente deberías. Yo me juzgo a mí mismo —dice Antón, moviéndose nerviosamente. Lleva un jogger de algodón y una camiseta. Ambas prendas le quedan sueltas. Desde donde está sentada, Sandra puede oler su desodorante y su pelo recién lavado. Definitivamente hay desventajas con las duchas comunitarias, especialmente las suyas, que al parecer tienen mala fama en toda la comunidad de estudiantes de la Universidad de Lund, pero al menos sirven para quedar limpio si llevas los productos adecuados y con unas sandalias en los pies.