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Antiguos secretos Henry Devonshire era el hijo ilegítimo de Malcolm Devonshire, dueño de Everest Records. Henry era un hombre irresistible, cuyo objetivo consistía en convertirse en el heredero del imperio de su padre moribundo. La única persona que podía ayudarle a conseguirlo era Astrid Taylor, su encantadora asistente personal; sin embargo, no contaba con la atracción que experimentaría hacia ella y que podía costarle a Henry, literalmente, una fortuna. Un amor de escándalo Nada más verla, el empresario Steven Devonshire supo que tenía que ser suya. Ainsley Patterson era la mujer con la que siempre había soñado. El trabajo los había unido y ambos sentían la misma necesidad de tener éxito. Pero no le iba a ser fácil ganarse a Ainsley. Si la deseaba, iba a tener que darle algo que no le había dado a ninguna mujer: su corazón. El mejor premio Nacido en medio del escándalo y criado en la aristocracia, Geoff Devonshire siempre había llevado una vida discreta. Pero la oportunidad de reclamar por fin sus derechos de nacimiento lo había puesto en el punto de mira… y en el camino de Amelia Munroe. Cuando los paparazzi descubrieron su ardiente romance, Geoff se enfrentó con una terrible decisión: darle la espalda a la oportunidad que siempre había deseado o perder al amor de su vida.
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Seitenzahl: 505
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 41 - abril 2019
© 2010 Katherine Garbera
Antiguos secretos
Título original: Master of Fortune
© 2010 Katherine Garbera
Un amor de escándalo
Título original: Scandalizing the CEO
© 2010 Katherine Garbera
El mejor premio
Título original: His Royal Prize
Publicadas originalmente por Silhouette® Books
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2011
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total oparcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de HarlequinBooks S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situacionesson producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente,y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientosde negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y susfiliales, utilizadas con licencia.
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Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com.
I.S.B.N.: 978-84-1307-950-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Antiguos secretos
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Un amor de escándalo
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Epílogo
El mejor premio
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Si te ha gustado este libro…
–¿Por qué estamos aquí? –preguntó Henry Devonshire. Estaba sentado en la sala de juntas que el Everest Group tenía en el centro de Londres. A través de los amplios ventanales, se divisaba una bella imagen del Támesis.
–Malcolm ha preparado un mensaje para ti.
–¿Por qué tenemos que escucharlo? –insistió Henry mirando al abogado, que estaba sentado al otro lado de la pulida mesa de reuniones.
–Creo que tu padre…
–Malcolm. No digas que ese hombre es mi padre.
El Everest Group siempre había sido la vida de Malcolm Devonshire. Tras cumplir setenta años, el anciano, como era de esperar, se había puesto en contacto con Henry y con los hermanastros de éste. Probablemente, quería asegurarse de que la empresa que había creado no moría cuando él lo hiciera.
Henry no podía decir mucho sobre sus hermanastros. No los conocía mucho más que a su padre biológico. Geoff era el mayor de los tres. Su aristocrática e inglesa nariz delataba el lugar que ocupaba en la familia real británica.
–El señor Devonshire se está muriendo –dijo Edmond Strom–. Quiere que el trabajo de toda una vida siga viviendo en cada uno de vosotros.
Edmond era el mayordomo de Malcolm, aunque tal vez decir que era su ayudante personal sería más exacto.
–Él no creó ese legado para nosotros –dijo Steven. Era el más joven de los tres.
–Bien, pues ahora tiene una oferta para cada uno de vosotros –replicó Edmond.
Henry había visto al abogado y al mayordomo de su padre más veces de las que había estado con su progenitor. Edmond se había encargado de entregarle los regalos de Navidad y de cumpleaños cuando era sólo un niño.
–Si fuerais tan amables de sentaros y de permitirme que os explique –insistió Edmond.
Henry tomó asiento al final de la mesa de reuniones. Había sido jugador de rugby, y bastante bueno por cierto, pero esto jamás le había ayudado a conseguir lo que realmente deseaba: el reconocimiento de su padre. No podía explicarlo de otro modo. Su propio padre jamás había reconocido ninguno de los logros de Henry. Por lo tanto, había dejado de buscarlo y había tomado su propio camino. Eso no explicaba su presencia en la sala de juntas en aquellos momentos. Tal vez era simple curiosidad sobre su padre.
Edmond repartió tres archivadores, uno para cada uno de ellos. Henry abrió el suyo y vio la carta que su padre había escrito para sus tres hijos.
Geoff, Henry y Steven:
Se me ha diagnosticado un tumor cerebral maligno, que está en fase terminal. He agotado todos los medios posibles para prolongar mi vida pero, en estos momentos, me han dicho que me quedan sólo unos seis meses de vida.
Ninguno de vosotros me debe nada, pero espero que la empresa que me puso en contacto con vuestras madres siga prosperando y creciendo bajo vuestro liderazgo.
Cada uno de vosotros controlará una de las divisiones. Se os juzgará por los beneficios que consigáis en vuestro segmento. Quien muestre mayor capacidad en la dirección de su parte de la empresa, será nombrado director ejecutivo de la empresa y presidente del Everest Group.
Geoff se encargará de Everest Airlines. El tiempo que ejerció como piloto de la RAF viajando por todo el mundo le será de gran utilidad.
Henry se ocupará de Everest Records. Espero que contrate a los grupos musicales que ya ha conseguido colocar en las listas de éxitos.
Steven se hará cargo de Everest Mega Stores. Espero que su talento para saber lo que el público quiere no le falle.
Edmond seguirá vuestros progresos y me informará regularmente. Habría acudido a esta cita de hoy con vosotros, pero los médicos me impiden moverme de la cama.
Sólo tengo una petición. Todos debéis evitar el escándalo y centraros en la dirección de vuestra parte de la empresa. Si no es así, quedaréis fuera de lo que hemos acordado, sean cuales sean los beneficios. El único error que he cometido en mi vida fue dejar que mis asuntos personales me distrajeran de mis negocios. Espero que los tres podáis beneficiaros de mis errores. Confío en que aceptéis este desafío.
Atentamente,
Malcolm Devonshire
Henry sacudió la cabeza. Malcolm acababa de decir que consideraba un error el nacimiento de sus tres hijos. No sabía cómo se lo tomarían Geoff y Steven, pero a él le fastidió bastante.
–A mí no me interesa esto.
–Antes de que rechaces la oferta de Malcolm, deberías saber que, si alguno de los tres decide no aceptar lo que os propone vuestro padre, el dinero que dejó en un fondo para vuestras madres y para cada uno de vosotros será confiscado a su muerte. La empresa se quedará con todo.
–Yo no necesito su dinero –dijo Geoff.
Henry tampoco, pero su madre tal vez sí. Ella y su segundo esposo tenían dos hijos adolescentes. Aunque Gordon, el padrastro de Henry, ganaba un buen sueldo como entrenador jefe de los London Irish, les venía bien un poco de dinero extra, especialmente dado que tenían que pagar la universidad de sus dos hijos.
–¿Podríamos tener un instante para hablar de esto a solas? –preguntó Steven.
Edmond asintió y salió de la sala. En cuanto la puerta se cerró a sus espaldas, Steven se puso de pie.
–Yo creo que deberíamos hacerlo –dijo.
–Yo no estoy tan seguro –afirmó Geoff–. No debería poner ninguna estipulación en su testamento. Si quiere dejarnos algo, que lo haga.
–Pero esto afecta a nuestras madres –observó Henry poniéndose del lado de Steven. Malcolm había evitado todo contacto con su madre cuando ella se quedó embarazada. Eso siempre le había dolido mucho a él. Por ello, le gustaría que su madre tuviera algo de Malcolm… una parte de lo que él había valorado más que a las personas que formaban parte de su vida.
–Efectivamente –comentó Geoff, reclinándose en su butaca mientras lo consideraba–. Entiendo tu punto de vista. Si los dos estáis dispuestos a hacerlo, contad conmigo, aunque no necesito ni su aprobación ni su dinero.
–Yo tampoco.
–Entonces, ¿estamos los tres de acuerdo? –preguntó Henry.
–Por mi parte, sí –afirmó Geoff.
–Creo que les debe a nuestras madres algo además de la manutención que les dio. Además, me resulta imposible resistirme a la oportunidad de conseguir más beneficios que él.
Astrid Taylor había empezado a trabajar para el Everest Group hacía exactamente una semana. La descripción de su trabajo le había resultado muy parecida a la de una niñera, pero el sueldo era bueno. Eso era lo único que le importaba en aquellos momentos. Iba a ser la ayudante personal de uno de los hijos de Malcolm Devonshire.
Su experiencia como asistente del legendario productor discográfico Mo Rollins le había asegurado el hecho de conseguir el trabajo con Everest Records. Se alegraba de que no le hubieran hecho demasiadas preguntas sobre el despido de su último empleo.
–Buenos días, señorita Taylor. Me llamo Henry Devonshire.
–Buenos días, señor Devonshire. Encantada de conocerlo.
Henry extendió la mano y ella se la estrechó. Él tenía unas manos grandes, fuertes, aunque de manicura perfecta. Su rostro cuadrado enmarcaba una nariz que parecía haberse roto en más de una ocasión. Por supuesto, era de esperar en un jugador de rugby de primera clase, al que una lesión había obligado a abandonar el deporte. A pesar de todo, seguía teniendo un aspecto muy atlético.
–La necesito en mi despacho dentro de cinco minutos –le dijo él–. Tráigame todo lo que tenga sobre Everest Records. Asuntos económicos, grupos a los que hayamos contratado, grupos que deberíamos dejar… Todo.
–Sí, señor Devonshire –respondió ella.
Él se detuvo en el umbral de su despacho y le dedicó una sonrisa.
–Puede llamarme Henry.
Ella asintió. Vaya. Él tenía una perfecta sonrisa, que la dejó completamente petrificada. Era ridículo. Había leído los artículos de la prensa sensacionalista y de las revistas. Era un mujeriego. Iba con una mujer diferente todas las noches. No debía olvidarlo.
–Por favor, llámeme Astrid –dijo.
Henry asintió.
–¿Lleva trabajando aquí mucho tiempo?
–Sólo una semana. Me contrataron para trabajar específicamente con usted.
–Estupendo. Así no tendrá dudas sobre a quién debe lealtad.
–No, señor. Usted es el jefe –afirmó ella.
–De eso puede estar segura.
Astrid empezó a reunir los informes que él le había pedido. Desde la aventura sentimental por la que terminó su último empleo, se hizo la promesa de que, en lo sucesivo, se comportaría de un modo completamente profesional. Siempre le habían gustado los hombres y, para ser sincera, sabía que flirteaba con ellos más de lo que debía, pero así era ella.
Observó cómo Henry se metía en su despacho. Tontear en el lugar de trabajo era una mala idea, pero Henry Devonshire era tan encantador… Por supuesto, él no iba a insinuársele. El círculo social en el que él se movía contaba con supermodelos y actrices de primer nivel, pero Astrid siempre había tenido debilidad por los ojos azules y las encantadoras sonrisas. Además, diez años atrás, se sintió muy atraída por Henry Devonshire cuando lo presentaron al inicio de un partido de los London Irish.
Por fin tuvo preparado lo que le había pedido Henry. Había colocado todo en una carpeta después de imprimir la información que él había organizado. También había copiado el archivo en el servidor que los dos compartían.
Su teléfono comenzó a sonar. Miró el aparato y vio que Henry aún seguía hablando por su extensión.
–Everest Records. Despacho de Henry Devonshire –dijo.
–Tenemos que hablar.
Era Daniel Martin, su antiguo jefe y amante. Era un productor discográfico que convertía en oro todo lo que tocaba. Sin embargo, cuando el oro perdía su lustre, Daniel perdía interés, algo que Astrid había experimentado en sus carnes.
–No creo que nos quede nada por decir –replicó ella. Lo último que deseaba era hablar con Daniel.
–Henry Devonshire podría tener otra opinión. Reúnete conmigo en el aparcamiento que hay entre City Hall y Tower Bridge dentro de diez minutos.
–No puedo. Mi jefe me necesita.
–No seguirá siendo tu jefe por mucho tiempo si no hablas conmigo. Creo que los dos lo sabemos. No te estoy pidiendo mucho tiempo. Sólo unos pocos minutos.
–Está bien –replicó Astrid, consciente de que Daniel podría estropear la nueva oportunidad que la vida le había brindado en Everest Records simplemente con un rumor sobre lo ocurrido en su último trabajo.
No estaba segura sobre lo que quería Daniel. Su relación había terminado de mala manera. Tal vez sólo quería hacer las paces con ella dado que Astrid estaba de nuevo en la industria de la música. Al menos, eso era lo que esperaba.
Envió a Henry un mensaje instantáneo para decirle que volvería enseguida y preparó el buzón de voz de sus teléfonos. Cinco minutos más tarde, iba paseando por una zona verde que había junto al Támesis. Muchos trabajadores estaban allí en aquellos momentos, tomándose una pausa para fumarse un cigarrillo.
Astrid comenzó a buscar a Daniel. Vio enseguida su cabello rubio. El día estaba nublado y lluvioso y hacía bastante frío. Daniel llevaba el abrigo con el cuello levantado y estaba muy guapo. A pesar de que Astrid había conseguido olvidarlo, no pudo evitar fijarse en él. Vio la desilusión de muchas mujeres cuando Daniel se volvió hacia ella. En el pasado, había gozado con las miradas de envidia de otras mujeres. Nunca más. Sabía perfectamente que no tenían nada que envidiar. El encanto de Daniel Martin era sólo superficial.
–Astrid.
–Hola, Daniel. No tengo mucho tiempo. ¿Por qué querías verme?
–¿Qué te crees que estás haciendo trabajando para Everest Records?
–Me han contratado. Necesito trabajar, dado que no soy rica. ¿Qué querías decirme?
–Que si te quedas con algunos de mis clientes, te aseguro que acabaré contigo.
–Te aseguro que yo nunca haría eso –replicó ella, sacudiendo la cabeza.
–Quedas advertida. Si te acercas a mis clientes, llamaré a Henry Devonshire y le diré todo lo que la prensa sensacionalista no reveló sobre nuestra relación.
Con eso, Daniel se dio la vuelta y se alejó de ella. Astrid simplemente observó cómo se marchaba y se preguntó cómo se iba a poder proteger de Daniel Martin.
Regresó rápidamente al rascacielos del Everest Group, tomó el ascensor que llevaba a su planta y se dirigió hacia la puerta que daba paso al despacho de Henry.
–¿Puedo entrar?
Él estaba hablando por teléfono, pero le hizo un gesto para que entrara. Ella lo hizo y dejó las carpetas que Henry le había pedido sobre la mesa de su escritorio.
–Suena fenomenal. Estaré allí a las nueve –replicó Henry–. Dos. Seremos dos –añadió. Colgó el teléfono y la miró–. Siéntese, Astrid.
–Sí, señor.
–Gracias por el material que ha preparado. Antes de que nos pongamos a trabajar, hábleme un poco de usted.
–¿Y qué es lo que quiere saber? –le preguntó ella.
No le parecía prudente contar su historia entera. No quería revelar por accidente detalles que era mejor que permanecieran ocultos. Había esperado que el hecho de trabajar para Everest Group sería el cambio que necesitaba para marcar diferencias entre su pasado y su futuro. Un trabajo que la mantuviera tan ocupada que la obligara a dejar de preocuparse sobre el pasado y aprender a vivir de nuevo la vida.
–Para empezar, ¿por qué trabaja para el Everest Group? –le preguntó él, cruzándose de brazos. El ceñido jersey negro que llevaba puesto se le estiraba contra los abultados músculos de los brazos. Evidentemente, su jefe estaba en muy buena forma física.
–Me contrataron –respondió. Después de su conversación con Daniel, tenía miedo de decir demasiado.
–¿Significa eso que este trabajo es tan sólo una forma de ganarse la vida?
–Es algo más. Me gusta mucho la música y formar parte de su equipo me pareció muy divertido. La oportunidad de ver si podemos encontrar el siguiente cantante de éxito. Siempre me he considerado una persona que puede marcar tendencias y ahora tengo oportunidad de ver si es así.
En el pasado, había pensado que podría dedicarse a la producción musical, pero descubrió que no tenía la personalidad necesaria para conseguirlo. No podía sentir pasión por un cantante o grupo musical y luego dejarlo tirado cuando las ventas de sus discos comenzaran a flaquear. Le gustaba creer que tenía integridad.
–Esto hace que trabajar para mí resulte más fácil. Voy a necesitar que sea mi ayudante personal más que simplemente mi secretaria. Tendrá que estar disponible las veinticuatro horas de los siete días de la semana. No tendremos un horario regular de oficina porque pienso conseguir que esta división del Everest Group sea la que más beneficios reporte. ¿Alguna objeción?
–Ninguna, señor. Me dijeron que este trabajo requeriría mucha dedicación.
–Estupendo. Normalmente, no estaremos en este despacho. Me gustaría trabajar desde la casa que tengo en Bromley o desde mi apartamento aquí en Londres. Principalmente, tendremos que ir a escuchar actuaciones musicales por la noche.
–Perfecto, señor.
–Bien. En ese caso, pongámonos manos a la obra. Necesito que cree un archivo en el que guardar información de varios talentos. Le voy a enviar un correo con el nombre de las personas que trabajan para mí.
Astrid asintió y tomó notas mientras Henry continuaba explicando los términos del trabajo. A pesar del hecho de que la prensa lo hacía parecer un playboy, parecía que él había cultivado una serie de contactos que le vendrían muy bien para el mundo de los negocios.
–¿Algo más?
–Sí. Se me da muy bien encontrar promesas de la canción cuando los oigo en los locales de actuación, pero me gusta tener una segunda opinión.
–¿Y por qué cree usted que es eso?
–Bueno, creo que soy la típica persona que buscan la mayoría de esos músicos. Soy joven, social y conozco el ambiente. Creo que eso me ha dado un buen oído para captar las tendencias. ¿Y a ti, Astrid?
–Me encanta la música. Además, creo que parte de la razón por la que me contrataron es porque fui asistente personal de Daniel Martin.
–¿Qué clase de música te gusta?
–Algo que tenga alma. Sentimientos –respondió ella.
–Suena…
–¿Anticuado?
–No, interesante.
Astrid se marchó del despacho de Henry y trató de concentrarse en su trabajo, pero había disfrutado de su compañía más de lo que debería haberlo hecho para ser su jefe. Tenía que recordar que, efectivamente, Henry Devonshire era su superior. No tenía intención alguna de volver a empezar con el corazón roto y una cuenta bancaria en números rojos.
Henry observó cómo Astrid se marchaba. Su nueva asistente personal era mona, divertida y un poco descarada. El hecho de contar con ella para su equipo iba a hacer que su trabajo resultara mucho más divertido.
A pesar del hecho de que muchas personas creían que él no era nada más que un famoso proveniente del mundo del deporte y un filántropo, Henry tenía un lado serio. Le gustaba apostar fuerte, pero pocas personas sabían que trabajaba muy duro.
Era una lección que había aprendido de su padrastro, Gordon Ferguson. Conoció a Gordon cuando tenía ocho años. Dos años antes de que su madre y él se casaran. Gordon era el entrenador jefe de los London Irish aunque, por aquel entonces, sólo era uno de los ayudantes. Había ayudado a Henry a pulir sus habilidades en el rugby y lo había convertido en uno de los mejores capitanes de su generación.
El despacho de Henry estaba en el piso superior del edificio del Everest Group. Tenía unas bonitas vistas del London Eye al otro lado del Támesis, pero allí, él se sentía incómodo. Sabía que no podía trabajar en un lugar tan encajonado como aquél.
Necesitaba salir de allí, pero primero quería conocer un poco más a su ayudante y averiguar más sobre la tarea que tenía entre manos.
Al principio, le importaba un bledo ganar o no el desafío de Malcolm, pero, después de estar allí, su competitividad lo empujaba a tener éxito. Le gustaba ganar. Le gustaba ser el mejor.
Examinó los informes que Astrid le había preparado, tomando notas y tratando de no recordar lo largas que las piernas de Astrid le habían parecido bajo aquella falda tan corta. Y su sonrisa… Tenía unos labios gruesos y tentadores. En más de una ocasión no había podido evitar preguntarse cómo sabrían. Tenía la boca grande, los labios jugosos. Todo sobre ella resultaba irresistible.
Las aventuras en el trabajo no eran una buena idea, pero Henry se conocía y sabía que se sentía muy atraído por su ayudante. Decidió que no haría nada al respecto a menos que ella mostrara alguna señal de interés hacía él. Necesitaba a Astrid para ganar aquel desafío y, para ser sincero, para él era más importante ganar que empezar una aventura.
–¿Henry?
Astrid estaba en la puerta. Su cabello corto y rizado le acariciaba las mejillas. A Henry le encantaba la ceñida falda escocesa que llevaba puesta. Completaba su atuendo con unas botas hasta la rodilla que le hacían parecer alta. El jersey negro se le ceñía a los senos. Se dio cuenta de que se los estaba mirando fijamente cuando ella se aclaró la garganta.
–¿Sí, Astrid?
–Necesito bajar a la asesoría jurídica para hacerles llegar la oferta de Steph. ¿Te importa que no conteste el teléfono?
–No, en absoluto. Has sido muy rápida –comentó él, refiriéndose a los informes que Astrid le había preparado.
–Bueno, estoy aquí para complacer –respondió ella con una sonrisa.
–Pues lo has conseguido.
Astrid se marchó. Henry giró la silla para contemplar la hermosa vista que se dominaba desde su despacho. Siempre había sido un poco solitario y esto le había gustado, pero tener alguien que trabajara para él… Decidió que Astrid era como si fuera su mayordomo.
En realidad, no. Jamás se había fijado nunca en las piernas de Hammond. No obstante, tenía que tener muy presente que Astrid trabajaba para él. La aventura que su madre tuvo con su productor musical había conducido al final de su carrera como cantante y al nacimiento de Henry. Algunas veces, él se preguntaba si su madre se arrepentía alguna vez de todo aquello, a pesar de que nunca había comentado nada.
Apartó aquel pensamiento. Estaban en un nuevo siglo. Las actitudes de las personas eran diferentes a lo que lo habían sido en los años setenta, pero quería evitar que Astrid se sintiera incómoda en el despacho con él.
Al mismo tiempo, sabía que no iba a poder resistirse a la atracción que sentía por Astrid y que terminaría tomándola entre sus brazos antes de que pasara mucho tiempo para descubrir cómo sabía aquella atractiva boca.
Su teléfono comenzó a sonar. Lo contestó enseguida.
–Devonshire.
–Henry, soy tu madre.
–Hola, mamá. ¿Qué ocurre?
–Necesito que me hagas un favor –respondió Tiffany Malone-Ferguson–. ¿Conoces a alguien en Channel Four?
Henry conocía a algunas personas del canal de televisión. Se temía que aquello tenía que ver con otro intento por parte de su madre para recuperar la atención de los focos. Cuando los cantantes y los famosos de los años setenta y ochenta empezaron a aparecer en programas de televisión en aquel canal, su madre se volvió loca.
–He hablado con todos los que conozco en más de una ocasión.
–¿Te importaría volver a intentarlo? Gordon me sugirió que podría empezar un programa como ése de los Estados Unidos que se llama El soltero, pero para jugadores de rugby. Conozco el estilo de vida y ciertamente podría ayudar a encontrar chicas adecuadas y no esas desvergonzadas que aparecen en los periódicos sensacionalistas.
La idea no era mala. Henry tomó notas y le hizo alguna pregunta más.
–Veré lo que puedo hacer –concluyó.
–Eres el mejor, Henry. Te quiero.
–Yo también te quiero, mamá –respondió él antes de colgar el teléfono.
Aún tenía el móvil en la mano cuando alguien se aclaró la garganta. Levantó la mirada y vio que Astrid estaba en la puerta.
–¿Sí?
–Necesito su firma en estos formularios. Roger McMillan, el finalista de un concurso de talentos, dejó esta maqueta con una nota en la que dice que van a tocar esta noche. Voy a necesitar que me dé un poco más de información sobre Steph –dijo ella. Tenía un montón de papeles en la mano.
Henry le indicó que pasara.
–También el director de la asesoría jurídica quiere reunirse con usted para discutir ciertos procedimientos contractuales. Sé que dijo que íbamos a trabajar desde el despacho que tiene en Bromley, pero el personal de dirección me ha preguntado lo que tendrá que hacer para concertar reuniones con usted. ¿Quiere que las dirija desde el despacho que tiene en su casa?
Henry se reclinó en la silla.
–No. Creo que es mejor que establezcamos un día a la semana para celebrar reuniones en el despacho. Tengo seis reuniones mañana, ¿verdad?
–Sí, señor.
–Pues organícelas todas para mañana –le ordenó. Había aprendido en el deporte que, si no trataba de conseguir sus objetivos, no los conseguía nunca. El trabajo en equipo era fundamental para poder ganar–. Astrid, tráeme los archivos de personal sobre todos los empleados. Después de que yo los haya repasado, puedes programar las reuniones. ¿Tiene alguien algo que sea urgente?
–Sólo los del departamento de asesoría legal y los de contabilidad. Antes de que pueda firmar este contrato, deben añadirlo a usted a las firmas autorizadas.
–¿Tiene el formulario correspondiente?
–Lo tiene en la parte inferior del montón de papeles que le he entregado. Cuando lo haya firmado, yo lo llevaré a contabilidad.
Henry sacó el papel del montón y lo firmó. Había otra serie de formularios que tenía que firmar. Astrid los había preparado con su nombre y le había marcado los lugares en los que debía firmar.
–Gracias, Astrid –le dijo mientras se los entregaba–. Eres una ayudante muy eficiente. Estoy seguro de que Daniel sintió mucho perderte.
Astrid se sonrojó y apartó la mirada, pero no respondió.
–De nada, señor. ¿Desea algo más antes de que me vaya?
Henry le miró la boca durante un instante. Sabía que la obsesión que tenía con los labios de Astrid iba a meterle en un buen lío. En lo único en lo que podía pensar era en saborearlos.
Astrid esperaba que a Henry jamás se le ocurriera llamar a Daniel para averiguar por qué había dejado su último empleo. A pesar de lo unidos que habían estado Daniel y ella durante su relación, sabía que él no proporcionaría buenas referencias sobre ella. Lo había dejado muy claro.
Al final, había estado muchos días de baja por enfermedad. Daniel no había sido muy comprensivo… Se abrazó con fuerza y trató de mantener el pasado en el lugar que le pertenecía.
Se pasó el resto del día tratando de mantenerse centrada en su trabajo. Sin embargo, Henry parecía necesitarla en su despacho con mucha frecuencia mientras se aclimataba a su nuevo ambiente de trabajo. Y Astrid se encontraba hipnotizada por su presencia.
Henry era divertido e inteligente. Sin embargo, hasta el flirteo más inocente resultaba peligroso. ¿Acaso no lo había aprendido con mucho sufrimiento?
Se dirigió al departamento de asesoría legal y dejó los papeles que Henry había firmado con la secretaria correspondiente. Cuando regresó al despacho de Henry, estaba vacío. Se había asomado para ver si él necesitaba algo. Había escuchado unas cuantas canciones que Steph Cordo había preparado y, además, había escuchado el programa de radio de la mañana. Una de las cosas que había aprendido con Daniel era a estar al día con los cantantes y grupos que la discográfica quería fichar. Por lo tanto, Steph sería uno de los muchos nuevos cantantes a los que estaría siguiendo. Además, le ayudaría a saber lo que le gustaba a Henry.
Él entró en el despacho unos minutos más tarde con otros tres hombres. Astrid no conocía a ninguno de ellos. Henry los hizo entrar a su despacho.
–No me pases ninguna llamada –dijo.
–Por supuesto, señor. ¿Puedo hablar con usted un momento?
–¿Qué es lo que ocurre?
–Esos hombres no están en su agenda. ¿Acaso no quiere que concierte sus citas?
–Oh, por supuesto que sí. Simplemente no estoy acostumbrado a tener una ayudante.
–Está bien. ¿Va a necesitar algo en la próxima media hora?
–Es un periodo de tiempo bastante concreto.
–Lo siento. Me gustaría ir a almorzar. Mi hermana acaba de llamar y me ha dicho que podríamos comer juntas –aclaró Astrid.
–Vete. Estaré reunido al menos por ese tiempo.
–¿Quiere que le traiga algo?
–No. He quedado con mis hermanastros. Aún me suena raro al pronunciarlo.
–Había oído que se habían reunido últimamente.
–¿Dónde lo has oído?
–Bueno… en realidad lo he leído en la revista Hello! –dijo ella. Se negaba a sentirse avergonzada por ello. Las revistas del corazón eran una fuente de información para las personas que se dedicaban al mundo del espectáculo. Daniel solía hacerle que buscara artículos de los artistas que ellos representaban para poder comprobar la popularidad que tenían.
–¿Revistas de cotilleo?
Astrid arqueó una ceja.
–¿Y cómo si no hubiera podido enterarme yo de que se había reunido con ellos? No nos movemos exactamente en los mismos círculos.
Henry se frotó la nunca.
–Conozco la sensación. Ellos tampoco forman parte de mis conocidos. Bien, antes de que te vayas a almorzar, ¿te importaría llamar a Marcus Wills en mi nombre? Debía reunirme con él para tomar una copa, pero no creo que tenga tiempo después de reunirme con mis hermanastros.
–No hay problema. ¿Tiene su número a mano? Aún no tengo su archivo de contactos.
–Te lo enviaré en un correo.
–Estupendo. Me ocuparé de ello.
Henry asintió y se marchó. Astrid no pudo evitar admirarle el trasero. Él se detuvo en el umbral y miró por encima del hombro. Ella se sonrojó cuando, por el modo en el que Henry sonreía, quedaba muy claro lo que ella estaba pensando.
–Supongo que, aunque ya no juega, sigue haciendo ejercicio.
–¿No tenía la revista Hello! la exclusiva sobre mi visita al gimnasio?
–No. Esperaba ganar un poco vendiéndoles la exclusiva.
Henry soltó una carcajada. Astrid no pudo evitar reírse con él. Henry era divertido y después del sufrimiento que ella había tenido que soportar durante el año anterior, diversión era precisamente lo que necesitaba.
Con eso, Henry regresó a su despacho y Astrid realizó la llamada que él le había pedido antes de marcharse a almorzar con su hermana Bethann.
Bethann estaba sentada al sol en uno de los bancos que alineaban el paseo que discurría a lo largo del Támesis, exactamente el mismo lugar en el que Astrid se había reunido con Daniel anteriormente. Al ver a su hermana, levantó la mano y la saludó.
Astrid le dio un fuerte abrazo.
–¿Cómo te va en tu nuevo trabajo? –le preguntó Bethann.
–Bien. Creo que trabajar para Henry va a ser justamente lo que necesito. Está centrado en contratar nuevos valores.
Bethann le entregó un bocadillo.
–Ten cuidado de todos modos.
Astrid sacudió la cabeza. No importaba que las dos fueran ya unas mujeres adultas. Bethann aún seguía considerándola como una hermana pequeña a la que necesitaba cuidar.
–Te aseguro que soy muy consciente de ello. Sólo quería decir… No importa.
Bethann extendió una mano y se la colocó sobre los hombros.
–Te quiero mucho, cariño. No te quiero ver sufrir otra vez.
–Te aseguro que no lo verás –respondió Astrid.
Efectivamente, cuando Daniel la despidió, decidió que no dejaría que la volvieran a utilizar. Ningún hombre. Sin embargo, eso no significaba que no pudiera disfrutar trabajando con Henry.
Considerando que Henry, Geoff y Steve eran todos hijos del mismo padre, no tenían mucho en común. Seguramente, la razón eran las madres. Las tres eran mujeres muy diferentes.
Malcolm había jugado casi al mismo tiempo con todas ellas. Los reporteros lo habían fotografiado saliendo de las casas de las tres y, por comentarios que su madre había realizado, Henry sabía que a ella le había dolido mucho verlo con sus otras amantes.
Tiffany había sufrido un cambio total de la seguridad que tenía en sí misma en los seis últimos meses del embarazo de Henry. Ya no era la vibrante cantante irlandesa que había sido capaz de derretir el corazón de los hombres. Se había vuelto desconfiada de los cumplidos y había empezado a dudar de sus propias habilidades como cantante.
Los paparazzi siguieron acosándola incluso después de romper con Malcolm. En los años posteriores, encontró la felicidad con Gordon, una clase de amor que jamás había experimentado con Malcolm. Ella había dicho que su amor con Malcolm se había consumido muy rápidamente, mientras que el de Gordon ardía con mayor lentitud. Como sólo era un adolescente, Henry no había comprendido lo que su madre quería decir, pero, como hombre, había empezado a entenderlo.
Era muy consciente de que los paparazzi estaban dándose un festín al ver a los tres hermanos juntos. Por eso, habían elegido reunirse en el Athenaeum Club en vez de en un restaurante o pub. De joven, Henry había aprendido que ignorarles y seguir con su vida era el único modo de ser feliz y la felicidad era una de las principales preocupaciones para él.
Vio a Geoff sentado en un taburete que había junto a una mesa en la parte trasera del establecimiento y asintió a modo de saludo. Mientras avanzaba por la sala, se vio detenido en varias ocasiones por sus admiradores de sus días como jugador de rugby, a los que estrechó la mano y firmó varios autógrafos. Su padrastro siempre le había dicho que los jugadores jamás debían olvidar que, sin los fans, los jugadores seguían en un campo de barrio, jugando para divertirse en vez de para ganar dinero.
Efectivamente, los admiradores de Henry lo habían convertido en un hombre muy rico.
Geoff estaba hablando por teléfono, por lo que Henry se tomó su tiempo para atender a sus fans. Cuando miró de nuevo a su hermanastro, éste seguía hablando por teléfono, pero le hizo una señal para que se acercara y le indicó que no tardaría mucho más. Henry decidió acercarse a la barra y pedir una cerveza. No le hacía mucha gracia aquella reunión para conocer mejor a sus hermanastros, pero tanto Geoff como Steve se habían mostrado plenamente a favor, por lo que no le había quedado más remedio que ceder.
Tomó su cerveza y se dirigió a la mesa a la que Geoff estaba sentado. Al llegar, su hermanastro terminó su llamada, se puso de pie y estrechó la mano de Henry.
–¿Dónde está Steven?
–Su secretaria me ha llamado y me ha dicho que hoy va un poco retrasado.
–Yo no me puedo quedar mucho tiempo. Tengo cosas de las que ocuparme antes de ir a recorrer las salas de conciertos. ¿Te ha gustado tu primer día?
–Seguramente casi tanto como a ti. La línea aérea es una máquina muy bien engrasada y yo creo que deberíamos mostrar grandes beneficios durante el tiempo que marca el testamento.
Henry se dio cuenta de que Geoff esperaba ganar. Probablemente, al ser el mayor, debería heredar el Everest Group en su totalidad, pero Henry no estaba dispuesto a ceder ni a rendirse. Sólo tenía que contratar a un grupo musical de gran éxito para superar el rendimiento de la línea aérea de Geoff. Además, Henry estaba completamente decidido a asegurarse de que así era.
–¿Cómo va la discográfica?
–Bien. Todo está bien organizado y tengo un equipo muy competente.
–Siempre he oído que te gustaba jugar en equipo.
–Me ha servido muy bien toda mi vida.
–Me alegra oírlo.
Henry sabía que tanto Steven como Geoff eran hombres muy solitarios. La madre de Steven tenía una gemela y, según los periodistas, estaba muy unida a su familia.
Su teléfono móvil lanzó un sonido. Miró la pantalla y vio que era un mensaje de Astrid. Lo leyó rápidamente y volvió a centrar su atención en su Guinness. Geoff y él estuvieron hablando sobre deportes y Henry no tardó en darse cuenta de que Geoff estaba muy incómodo a su lado.
Geoff había crecido siendo el centro de atención de la prensa como miembro de la familia real. Henry se preguntó si el hecho de que él fuera un deportista le molestaba. El rugby, a pesar de ser un deporte muy físico, era practicado por miembros de la clase media y alta.
–¿Ves mucho a tu madre?
–Suelo almorzar todos los domingos con ella.
–Muy bien. Mi prima Suzanne es una gran admiradora…
–¿Le gustaría tener un autógrafo o incluso tener la oportunidad de conocer a mi madre? –preguntó Henry. Para él, su madre era sólo su madre, pero era consciente de que, para otras personas, ella era una cantante muy famosa. A pesar del hecho de que no había tenido ningún éxito desde hacía ya quince años, seguía siendo muy popular. Tiffany no podía andar por la calle sin que la reconocieran.
Geoff se echó a reír.
–Creo que se conformaría con un autógrafo.
–Lo tendré en cuenta.
Steven se presentó unos minutos mas tarde.
–Hay una chica en la mesa de la recepción preguntando por ti, Henry.
–¿Una chica?
–Astrid no sé qué. Les dije que te informaría.
–Gracias. Supongo que eso significa que tengo que ir.
–¿Sí? –preguntó Geoff–. ¿Y quién es?
–Es mi asistente personal, Astrid Taylor.
Steven hizo un gesto y pidió una bebida. Geoff se frotó la parte posterior del cuello.
–¿Solía trabajar para Daniel Martin?
–Sí, creo que sí. ¿Por qué?
–Recuerdo haber leído algo sobre ello en el periódico financiero. Ella los demandó porque no le dieron una compensación por despido adecuada. Ten cuidado.
–Siempre lo tengo –afirmó Henry–. Te aseguro que sé muy bien cómo construir un equipo ganador.
–Supongo. ¿Tienes tiempo para tomarte otra copa antes de ir a reunirte con esa mujer?
–Creo que no. Esta noche tenemos un par de reuniones. Agradezco mucho la información, Geoff. Tendré los ojos abiertos.
Geoff soltó una carcajada.
–Me parezco a mi hermana contándote chismes.
–¿Tienes hermanas? –preguntó Steve.
Henry soltó una carcajada. Siempre habían estado relacionados, en realidad, más bien sus nombres, desde el momento en el que nacieron. No obstante, eran verdaderos desconocidos.
–Yo tengo dos hermanos más pequeños –dijo Henry.
–Yo soy hijo único –comentó Steve–, pero ya podremos hablar de hermanos más adelante.
–No estoy seguro de que Malcolm no nos vaya a pedir algo más a alguno de nosotros –dijo Geoff.
–Estoy de acuerdo. De hecho, hasta me sorprende que haya tenido la moralidad suficiente como para ponerse en contacto con nosotros.
–Cierto –afirmó Geoff.
–A mí me importa un comino su legado –observó Steve–. Me he metido en esto por el dinero y por el desafío.
–Lo entiendo.
–Bien. Otra cosa. Creo que deberíais saber que se ha puesto en contacto conmigo una revista que se llama Fashion Quarterly.
–¿No es una revista femenina? –preguntó Henry. A su madre le gustaba mucho y la leía de principio a fin todos los meses.
–Así es. La editora jefe necesitaba que yo le hiciera un favor. La he ayudado a cambio de que me prometa que va a publicar algunos artículos sobre nosotros en la revista.
–¿Sobre nosotros? –preguntó Geoff–. Todo lo que hago tiene que pasar por la oficina de prensa real.
–En realidad, es sobre nuestras madres dado que se trata de una revista femenina, pero mencionarán nuestro cometido en Everest Group y nos harán publicidad a cada uno.
–A mi madre le encantará –dijo Henry.
–Yo no estoy seguro –afirmó Geoff.
–Sólo tienes que hablar con ella –replicó Steven–. Necesitamos la publicidad y ésta se enfocará desde el lado adecuado.
–Está bien. Contad conmigo. A mí no tenéis que convencerme –comentó Henry mientras miraba el reloj–. ¿Tenemos que hablar de algo más?
–Me gusta mucho tu idea de utilizar la línea aérea para promocionar las cubiertas de los discos –le dijo Geoff–. Te llamaré mañana o pasado mañana para que reunamos un equipo para que desarrolle la idea.
–Estaré esperando tu llamada, Steven –contestó Henry–, tengo algunas ideas para que el Everest Mega Store promocione a mis artistas más desconocidos. ¿Tienes tiempo para reunirte conmigo esta semana?
–Claro que sí. Envíame un correo con las horas a las que estás disponible y veremos qué se puede hacer –replicó Steven–. Tengo que ir a Nueva York para ver cómo van las tiendas de los Estados Unidos.
–Por supuesto –dijo Henry–. ¿Vamos a volver a vernos la semana que tiene?
–Sí. Creo que es una buena idea –contestó Steven.
Henry se despidió de sus hermanos y se marchó del club. No le preocupaba Malcolm porque su padre era un desconocido para él, al igual que Steven y Geoff y era la clase de hombre que no se preocupaba por el futuro. Se preocuparía exclusivamente de lo que debía hacerlo.
En aquellos momentos, su prioridad era averiguar un poco más sobre Astrid y sobre su antiguo jefe.
La vio junto al guardarropa. Estaba hablando por su teléfono móvil. Al verlo, le saludó con la mano y sonrió.
Henry le devolvió la sonrisa pensando que poder charlar con su asistente iba a ser muy agradable.
Astrid colgó el teléfono en cuanto Henry se reunió con ella. Vestido de un modo casual, estaba muy guapo. Llevaba unos pantalones grises y una camisa, con un abrigo azul marino que hacía que sus ojos tuvieran más brillo. Mientras se acercaba a ella, la sonrió. Astrid permaneció allí durante un minuto sin decir anda.
El hecho de que Henry fuera uno de los jugadores de rugby que más le había gustado físicamente cuando era una adolescente no ayudaba a la situación. Así, le resultaba más difícil verlo como su jefe cuando no estaban en el despacho.
–Hola, Astrid. ¿Para qué me necesitabas?
–Una firma. Sin ella, no van a pagar a los empleados.
Astrid le entregó los papeles y él los firmó con una bonita rúbrica. Su firma tenía tanto estilo como él.
«Por el amor de Dios», pensó. ¡Se estaba enganchando a él! ¡A su jefe! Aquello tenía que terminar.
–Gracias.
–De nada. ¿Vas a volver al despacho ahora?
–No.
–¿Has cenado ya?
Astrid negó con la cabeza. No había tenido tiempo.
–¿Te apetece ir a tomar algo? –añadió él–. Yo tengo hambre.
–Me parece bien.
Henry y ella salieron juntos del club.
–¿Tienes coche?
–No, principalmente utilizo el transporte público. Las tasas por entrar en el centro de la ciudad y el precio de los aparcamientos son escandalosos.
–Tienes razón. Yo tengo que pagar una tasa para poder ir a mi casa…
–Bueno, estoy segura de que eso no ocurre con frecuencia. He oído que tú llegas a casa a altas horas de la mañana.
Henry se echó a reír.
–Es cierto, pero si me fuera a casa a una hora respetable, tendría que pagar.
–Ahora, con el trabajo, no te queda más remedio.
–Es cierto. ¿Y tú?
–¿Qué quieres decir? –preguntó Astrid.
–¿Te hace ser una mujer respetable este trabajo?
Astrid no tenía ni idea de qué intenciones tenía Henry con aquellas preguntas. El mozo de aparcamiento no tardó en aparecer con el coche de Henry, un Ferrari Enzo. Los dos tomaron asiento y él lo arrancó. Conducía con seguridad y habilidad, moviéndose entre el tráfico con facilidad. Astrid no podía evitar admirar el modo en el que él conducía. Estaba empezando a creer que había pocas cosas que Henry no hiciera bien.
–Por supuesto que sí.
–¿Y tu último trabajo, cuando estuviste trabajando para el grupo de Mo Rollins?
Astrid tuvo el presentimiento de que Henry había estado investigando su pasado. ¿Habría averiguado que tuvo una aventura con Daniel Martin? Antes de que aceptara el trabajo en Everest Records, Bethann le había sugerido que sería mejor que trabajara en otro campo, pero la industria discográfica era lo único que ella conocía.
–Me tomé ese trabajo muy en serio, Henry. Fui una buena empleada y apoyé a Daniel de todas las maneras posibles.
–Pero, a pesar de todo, él te dejó marchar.
–Tuve un problema de salud –dijo Astrid, con la esperanza de que aquello sirviera para concluir el tema.
Henry detuvo el coche en un semáforo. Estaban cerca de Kensington High Street. Astrid sabía que él pensaba ir a Roof Gardens, un club nocturno algo ecléctico que era propiedad de Richard Branson, aquella noche.
–¿Te parece bien Babylon para ir a cenar?
–Sí.
Astrid jamás había cenado en un restaurante tan afamado como aquél. Cuando estaba con Daniel, solían ir a lugares más económicos. Daniel sólo se gastaba el dinero con sus clientes.
Henry detuvo el coche junto a la puerta y salió. Astrid hizo lo mismo y, durante un instante, deseó haberse tomado su tiempo para vestirse de un modo diferente aquella mañana. Estaba empezando a darse cuenta de que Henry era diferente. Eso no significaba que fuera a tratarla mejor de lo que lo había hecho Daniel. Era un trabajo. «Nada más», pensó. Aunque el hombre para el que trabajaba en aquellos momentos fuera mejor que su anterior jefe. Tenía que cambiar.
Se colocó la correa del enorme bolso que llevaba colgado y corrió hacia la acera, donde él la estaba esperando. Había algunos paparazzi junto a la puerta, que hicieron algunas fotos a Henry. Astrid dio un paso atrás para que lo pudieran fotografiar a él en solitario. Henry posó y habló con los fotógrafos. Entonces, firmó unos cuantos autógrafos antes de tomarle la mano a Astrid y tirar de ella hacia la entrada.
Astrid sabía que Henry no había terminado de interrogarla sobre su pasado. Decidió que, si jugaba bien sus cartas, podría mantenerlo alejado del tema al menos por aquella noche.
–¿Te ocurre eso a menudo? –le preguntó cuando llegaron al guardarropa del elegante restaurante.
Henry sonrió.
–Sí, pero estoy acostumbrado. Mi madre dice que estar bajo los focos forma parte de nuestras vidas. Yo crecí así. No los animo a nada, pero si quieren unas fotografías, se la doy.
–¿Y no te resulta molesto?
–Es mi vida. No lo pienso. Cuando era jugador, no me gustaba porque eran una distracción y algunos de los otros jugadores perdían la concentración por su culpa. Ahora, son lo que mantiene mi estilo de vida hacia delante.
–Eres un hombre muy inteligente.
Astrid había llegado a la conclusión de que la imagen del showman, del encantador playboy, que él proyectaba al mundo era tan sólo una de las muchas facetas de Henry Devonshire como hombre.
–Efectivamente. Por eso no voy a dejar que me distraigas del hecho de que aún no me has contado todo sobre tu último empleo.
Astrid inclinó la cabeza hacia un lado y lo miró de un modo que dijo a Henry que iba a tener que ser mucho más sutil si quería descubrir algo más sobre su pasado. Henry asintió y la tomó del brazo para llevarla al lugar en el que les esperaba el maître. Instantes después, ya estaban sentados en una mesa para dos, que se encontraba en un rincón muy íntimo con una bonita vista. Entonces, Henry se dio cuenta de que no quería mirar a nadie que no fuera Astrid. Ella era una gran masa de contradicciones y lo fascinaba por ello.
–Creo que, en estos momentos, el panorama musical de Londres es muy interesante. Hay muchos cantantes y grupos que tocan en locales pequeños y que están pegando fuerte no sólo aquí, sino también en los Estados Unidos.
–¿Y están preparados para ello? –preguntó Henry.
–No estoy segura. Creo que algunos no están listos para saltar al otro lado del charco ni para asimilar la fama. El mercado de los Estados Unidos es bastante caprichoso.
–Es cierto. He estado tratando de prevenir a Steph de que saltar al estrellato allí puede significar una subida meteórica que puede verse seguida por un estrepitoso batacazo.
–Me alegro de que te hayas tomado tiempo para hablar con ella. Yo te puedo ayudar con eso. He escuchado su música y la maqueta que dejó Roger. Creo que conozco algunos locales que encajan con el estilo de música que estás buscando.
–¿Y qué estilo es ése?
–Algo con gancho, por supuesto. Algo pegadizo de lo que se acuerde la gente, pero también con un fondo que la haga especial.
Henry asintió. Astrid ciertamente sabía lo que él estaba buscando. Esto lo hizo sentirse incómodo. Le gustaba mostrarse como un hombre con el que resultaba fácil llevarse bien, pero en realidad mantenía siempre las distancias. La única mujer que podía afirmar que lo conocía bien era su madre. Y ella era, según todo el mundo la definiría, una mujer excéntrica.
Sin embargo, Astrid era diferente. Era tranquila y callada en ocasiones. Como en aquel momento.
–¿Cuánto tiempo trabajaste para el grupo de Mo Rollins y para Daniel Martin? –le preguntó Henry. Mo Rollins era un productor musical legendario que había creado su propia discográfica después de dejar Sony-BMG. Daniel Martin era uno de sus protegidos.
–Sólo dieciocho meses, pero, antes de eso, trabajé como asistente para uno de los ayudantes ejecutivos de Mo durante más de tres años.
–¿Y te gustó?
No tenía sentido que Astrid hubiera dejado un trabajo como aquél y que luego fuera a trabajar para él. Si quería trabajar en la industria musical, aquel trabajo era ideal para ella. Henry no hacía más que repetirse que no le preguntaba porque tuviera curiosidad sobre la mujer, sino porque necesitaba conocer su pasado porque ella formaba parte de su equipo. Si quería tener éxito, debía saberlo todo sobre cada uno de sus miembros.
–Me encantó –respondió ella dejando la copa de vino que les habían servido sobre la mesa.
Se inclinó sobre la mesa y colocó la mano sobre la de él. Astrid tenía las uñas bien pintadas y la piel muy suave. Como jugador de rugby, Henry siempre las había tenido callosas y duras, pero las de ella eran suaves y delicadas.
–Sé que quieres comprender por qué dejé un trabajo tan importante. Hay muchas cosas… Se trató de un tema de salud muy importante y no…
Se detuvo de repente. Los ojos se le habían llenado de lágrimas.
Henry giró la mano sobre la de ella y se la tomó con fuerza. Comprendía muy bien el tema de los secretos y de los asuntos personales. Podía esperar por el momento, pero no tardaría mucho en saberlo todo sobre los secretos de Astrid Taylor. Los de recursos humanos la habían analizado bien y no la habrían contratado si hubiera habido algo poco recomendable en su pasado.
–Muy bien. Esta noche vas a conocer a Steph Cordo. Parte de tus funciones será actuar como ayudante para mis artistas hasta que ellos contraten a su propio personal –dijo Henry.
–Bien. He hecho esa clase de trabajo antes. Puedo hacerlo.
–Ya sé que puedes, Astrid. Se te da muy bien lo que tienes que hacer.
Astrid se sonrojó.
–Mi hermana dice que es un don.
–¿De verdad? ¿Por qué?
–Bueno, creo que ser amable abre muchas puertas –dijo ella, con una sonrisa.
–Efectivamente.
Henry notó que aún tenía la mano de Astrid en la suya. Le acarició los nudillos con el pulgar y observó su rostro. Ella volvió a sonrojarse y luego retiró la mano. Se lamió los labios, que eran gruesos y jugosos. Movió la boca y Henry dedujo que ella estaba diciendo algo, pero no podía concentrarse en lo que decía ni aun queriendo hacerlo.
Lo único que podía hacer era observar cómo se movían. Mirar los blancos dientes y los rosados labios. Preguntarse qué sentiría si su boca entraba en contacto con la de ella.
–¿Henry?
–¿Humm?
–El camarero ha preguntado que si vamos a tomar postre –dijo ella.
–Lo siento. Estoy bien. ¿Y a ti te gustaría tomar algo, Astrid?
Ella negó con la cabeza, con lo que Henry pidió la cuenta. Astrid se excusó para ir al aseo.
Resultaba raro que su padre hubiera elegido aquel momento para ponerse en contacto con él, pero Henry pensó que el trabajo en Everest iba a ser un agradable desafío. Hacía mucho tiempo que había dejado de pensar en Malcolm como un pariente cualquiera. Él le había enviado regalos por su cumpleaños y por la Navidad a lo largo de los años, pero, en realidad, Henry no lo conocía. Siempre había sido un desconocido que entraba y salía de su vida sin que él se diera realmente cuenta.
Sin embargo, en aquellos momentos, Henry sentía necesidad de saber más sobre él. Malcolm tenía la llave del éxito futuro de su equipo por lo estipulado en el testamento.
Su Blackberry comenzó a sonar. Henry miró la pantalla. Tenía la costumbre de no hablar por su teléfono móvil cuando estaba con otra persona.
Alonzo, uno de los hombres a los que pagaba para que le informara de nuevos grupos, le envió un mensaje de texto. En él le decía que tenía un grupo que creía que Henry debería ver. Tocaba aquella misma noche en un club a pocas manzanas de distancia de donde estaban en aquellos momentos. Henry no dejaba nunca de pasar cualquier información que le diera. Tal vez por eso no había tenido ningún problema a la hora de pasar de jugador de rugby a empresario poco después de retirarse.
Vio que Astrid se dirigía hacia él y la observó. Se movía como lo hacían muchas mujeres cuando sabían que un hombre las estaba observando. Contoneaba lánguidamente las caderas con cada paso y los brazos se le movían a los lados.
–Me estás mirando, jefe.
–Eres una chica muy guapa, Astrid.
–Gracias. Creo.
–¿Crees?
–¿Es un cumplido de verdad o simplemente me estás haciendo la pelota para encargarme un cometido algo desagradable? –preguntó.
Henry negó con la cabeza y se puso de pie. Le colocó a Astrid la mano en la espalda y la hizo salir del restaurante. Sabía que ella no necesitaba que le pusiera la mano en ningún sitio para saber qué camino debía tomar, pero quería tocarla. Había algo… casi irresistible sobre ella.
–Era de verdad. Si te pido que hagas una tarea que encuentras desagradable, te aseguro que no estará oculta en algo agradable.
Ella se detuvo y lo miró. Henry se detuvo también. Sus rostros estaban muy juntos.
–¿Me lo prometes?
–Te lo prometo –respondió él. Antes de que pudiera decir nada más, el flash de una cámara lo cegó. Se volvió para mirar al fotógrafo, pero el hombre ya se estaba retirando.
Se reunieron con Roger McMillan, un amigo de Henry, en el primer club que entraron. El local estaba a rebosar, tal y como era de esperar, pero a ellos los llevaron inmediatamente a una zona VIP que estaba separada del resto por unos cordones de terciopelo.
Roger le estrechó la mano y le dijo algo, pero Astrid no pudo escucharlo por el ruido de la música. Se limitó a asentir. Se había excusado, pero Henry la agarró de la mano y la condujo a una mesa que había en la parte trasera.
Allí el ambiente era más tranquilo. Roger volvió a presentarse.
–Astrid Taylor –dijo ella.
–Es mi asistente. La llamarás todos los días a las diez para informarle de todos los nuevos grupos que hayas localizado.
–Entendido. Esta noche aquí no hay mucho, pero el DJ me ha hablado de un grupo nuevo muy bueno. Cuando se tome un descanso, va a venir a hablar con nosotros.
–Muy bien –dijo Henry.
–Voy a hacer mi ronda para ver si esta noche hay alguien aquí a quien debas conocer –comentó Roger.
Roger se excusó y abandonó la mesa. Astrid se dio cuenta de que Henry no se estaba tomando las cosas con calma, sino que iba a todo gas. Al contrario de Daniel, sabía delegar. Henry no quería llevarse todo el protagonismo.
–¿Por qué me estás mirando de ese modo? –le preguntó él.
–¿No vas a seguir a Roger o a enviarme a mí tras él?
–¿Y por qué iba a hacerlo? Roger sabe lo que se espera de él y no me va a defraudar.
–Esa clase de actitud es diferente…
Henry asintió.
–Todo lo que necesito saber de la vida lo aprendí en un campo de rugby.
–¿De verdad?
–Sí. Lo primero que aprendí es que, si no confías en tus compañeros de equipo, es que no confías en ti mismo. No se puede estar en todas partes. Por lo tanto, debes rodearte de personas que piensen como tú.
–La mayoría de la gente que hay en este negocio no piensa así. Siempre están tratando de hacerse sitio, de resaltar y de colocarse al frente de la línea. Cuando trabajaba para Daniel y Mo Rollins, siempre había un listado de llamadas que tenía que hacer sólo para asegurarse de que la gente estaba haciendo lo que se suponía que tenían que hacer.
Henry se acercó un poco más a ella.
–¿Es ésa una de las razones por las que te marchaste?
–No –respondió Astrid.
Henry le rodeó los hombros con un brazo y la estrechó hacia él.
–No puedo tener éxito si no conozco a todos los miembros de mi equipo. Sus fuerzas y sus debilidades.
–No tengo debilidades de mi pasado sobre las que debas preocuparte, Henry. Te aseguro que te estoy diciendo todo lo que necesitas saber sobre mí.
Henry le acarició el rostro con un dedo. Astrid se echó a temblar. Quería volver a reconstruir su vida y no podría hacerlo si no dejaba de desear a Henry.
–Deja que sea yo quien juzgue eso.
Sólo hicieron falta unos segundos para convencerla de que él no era el hombre de fácil trato que Henry quería que el mundo pensara que era. Henry Devonshire era un hombre acostumbrado a salirse con la suya y, en aquellos momentos, eso significaba que iba a intentar descubrir sus secretos.
Sus secretos.
Tenía tantos… Sabía que no iba a confiárselos a Henry Devonshire de ninguna manera. Los hombres la habían defraudado. Todos, a excepción de su padre. Sin embargo, los hombres, el hombre que había conocido desde que se marchó de su casa… Daniel Martin había terminado con su habilidad de confiar en los demás. Le había demostrado que no todos los hombres se merecían que confiara en ellos.
–Todavía no…
Henry asintió y se reclinó sobre su silla.
–No confías en mí.
–No te conozco –replicó ella. Era una lección que había aprendido muy bien. No todas las personas que conocía tenían los mismos sentimientos de lealtad hacia sus amigos que ella. Hasta que supiera qué clase de hombre era Henry, no pensaba confiar en él.
Cuando empezó su relación con Daniel, sabía que corría un riesgo comenzando una aventura con su jefe. Sin embargo, la excitación de enamorarse de alguien tan dinámico como Daniel la había cegado. Más que eso, había estado convencida de que Daniel también se estaba enamorando de ella. Este hecho hizo que el riesgo fuera más soportable… hasta que vio que Daniel la dejaba, embarazada de su hijo. Entonces, comprendió que su sentido de la lealtad era muy diferente al de él.
–Tienes razón –dijo Henry–. ¿Qué te parece este DJ?
–Está bien. Su sonido es muy funky y moderno, pero no tiene nada que lo haga destacar sobre cualquier otro.
–Estoy de acuerdo. Es uno más, pero tiene buen oído. Estamos buscando artistas que puedan resaltar de entre los demás, tanto si es despertando odios o pasiones. Lo que importa es que no pasen desapercibidos. Voy a hablar con él para ver si él tiene alguna información buena que darme.
Veinte minutos después, se marcharon a otro club en Notting Hill. Cherry Jam tenía un cierto parecido a los grupos de Nueva York. Astrid vio a dos conocidas y estuvo charlando con ellas mientras Henry charlaba sobre rugby con Stan Stubbing, un periodista de deportes de The Guardian.
Molly y Maggie Jones eran hermanas. Maggie, la mayor de las dos, tenía la edad de Astrid.
–¡Astrid! ¿Qué estás haciendo aquí?
–Trabajando. He venido a ver a los grupos.
–Vaya, pensaba que habías dejado de trabajar para ese productor musical –comentó Molly.
Astrid tragó saliva. Se había acostumbrado a las preguntas, pero jamás había conseguido encontrar una buena respuesta.
–Acabo de empezar a trabajar para Everest Records.
–Eso explica que estés aquí con Henry Devonshire. ¡Qué mono es!
–Es mi jefe –afirmó Astrid.
–Pues es muy mono de todos modos –señaló Maggie.
–Cierto. ¿Qué estáis bebiendo? –les preguntó a sus amigas.
–Martini. ¿Quieres uno?
–Me encantaría –respondió Astrid.