Antología Palatina I - Varios autores - E-Book

Antología Palatina I E-Book

Varios autores

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Beschreibung

Entre los autores españoles, la huella de la Antología Palatina se deja sentir, entre otros, en Garcilaso de la Vega, Fray Luis de León, Lope de Vega y Quevedo. Desde época helenística y durante toda la Antigüedad, el epigrama fue muy cultivado como género poético refinado y erudito. Pronto se hicieron antologías y recopilaciones de los poetas que lo utilizaron. Dos de las más importantes, la Guirnalda compilada por Meleagro en los primeros años del siglo I a.C. y la Guirnalda de Filipo de Tesalónica, compilada hacia el 40 d.C., junto con otros textos y a través de diversas colecciones, han llegado hasta nosotros gracias a la Antología Palatina, obra de un compilador anónimo del siglo X y así llamada por el manuscrito que la contiene, encontrado en Heidelberg, capital del Palatinado. La Guirnalda de Meleagro, junto con otros epigramas helenísticos, forma el primer volumen de la Antología Palatina en esta colección. En conjunto advertimos la enorme riqueza de esta modalidad: poemas de amor, de nostalgias, sepulcrales o eruditos, de maldición o de lamento; hay epitafios, dedicatorias, loas a poetas y a artistas, a la naturaleza... Poesía de una gran fuerza literaria, el epigrama ejerció una gran influencia en toda la literatura posterior.

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BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 7

ANTOLOGÍA

PALATINA

I

EPIGRAMAS HELENÍSTICOS

TRADUCCIÓN E INTRODUCCIONES DE

MANUEL FERNÁNDEZ - GALIANO

Asesor para la sección griega: CARLOS GARCÍA GUAL .

Según las normas de la B. C. G., la traducción de este volumen ha sido revisada por LUIS ALBERTO DE CUENCA .

©   EDITORIAL GREDOS, S. A.

Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1993.

PRIMERA EDICIÓN , 1978.

ISBN 9788424930431.

Un largo camino dichoso y común recorrieron

a través de la vida tus pasos y los míos.

Me diste una esposa, una casa, tres hijos honrados

y así eres tú también quien mis libros escribe.

Tú, padre mío, eres faro lejano que alumbra

mi torpe trajinar con tu luz serena:

¡quién pudiera buscar la verdad con tu esfuerzo callado,

tu rigor eficaz, tu limpia vida y obra!

En usted, mi maestro, encontré al humanista y al hombre,

la bondad y el saber y el amor de lo bello.

Usted me enseñó a venerar a los viejos poetas

y a verter en nuestra lengua sus nobles ritmos.

M. F. G.

INTRODUCCIÓN

Esta serie de traducciones comprende los epigramas helenísticos, es decir, correspondientes al período de la historia y cultura griegas que comienza con la muerte de Alejandro Magno (323) y termina, con la hegemonía romana, en fecha que suele situarse de modo variable, por ejemplo, a la desaparición del reino macedonio de los Antigónidas en el 168 ó del egipcio de los Lágidas en el 30. Por lo que toca a nuestros epigramas, el límite final, en función de lo que luego se dirá, habría que fijarlo hacia el 100: de una vez para siempre diremos que todas las fechas mencionadas en este libro, salvo mención expresa en contrario, son anteriores a Jesucristo.

En cuanto a estos textos, como la etimología de su nombre indica, son breves poemas (de dos a ocho versos en general, rara vez más extensos, pues los que exceden de esta longitud, aunque el criterio suele ser fluctuante, se acogen por lo regular a la rúbrica de la elegía) escritos para ser grabados en inscripciones normalmente de tipo sepulcral o votivo, aunque el epigrama erótico terminó por constituir un género muy importante. Su utilización comenzó en edad muy arcaica, a partir de la cual conservamos millares de inscripciones de este tipo, muchas veces escritas en verso y, dentro de él, generalmente compuestas en dísticos elegíacos, combinación de un hexámetro dactílico y un pentámetro dactílico, claramente identificable este último por la tipografía sangrada que suele emplearse para él.

Naturalmente, no todas las creaciones poéticas de este carácter tienen mérito literario, y acerca de muchas se plantea el problema de si constituyen o no verdadera Literatura: quien aspire a recopilar los epigramas griegos antiguos se verá siempre en la precisión de establecer fronteras en este aspecto, aunque evidentemente no deberá dudar en recoger las grandes creaciones, en general inspiradas, al menos en parte, por un afán estético, de infinidad de escritores clásicos, entre los que sobresalieron, por ejemplo, Arquíloco, Anacreonte y, sobre todo, Simónides, y de algunos de los cuales, como veremos, recogían ya muestras las primeras antologías.

Pero aquí repetimos que lo que interesa es el material helenístico, sumamente heterogéneo desde muchos puntos de vista, y ante todo el de su propio enjuiciamiento literario. Los manuales suelen ser bastante parcos y superficiales al clasificarlo. Suele acudirse a una repetidísima división esencialmente geográfica de los poetas. Una supuesta escuela dórico-peloponésica-occidental comprendería a los escritores procedentes del Peloponeso (Ánite, Mnasalces, Páncrates, quizá Damageto), la Magna Grecia puesta más o menos en contacto ya con culturas itálicas (Nóside, Leónidas, Teodóridas, Fanias, Mosco), las islas dóricas del sur del Egeo (Cos, con Filitas, Nicias y Teócrito, procedente de Siracusa; Rodas, con Antágoras, Simias y Aristódico; Creta, con Riano), la Hélade central y septentrional (Faleco, probablemente Perses, Alejandro; luego los escritores relacionados con la corte macedonia, como Alceo y Samio): características de ella serían, en términos muy generales, la traslación social del epigrama desde las alturas heroicas y aristocráticas de la época clásica hacia las medianías proletarias y artesanas, la minimización del tema en busca de los mundos íntimos de la mujer, el niño o el animal, el gusto por la paz de la naturaleza idílica, el sentimentalismo un poco pudoroso y torpe, todo ello, si puede decirse así, envuelto en la pobre sencillez de las nuevas doctrinas estoicas y, paradójicamente, expresado en una lengua artificial, barroca, teatral y afiligranada. Frente a estos autores, y con calidad estilística ciertamente superior, los de la supuesta escuela jónico-egipcia, en que figurarían gentes procedentes de Asia Menor (Hegemón, Duris, el marginal Arato; la abundante floración samia del gran Asclepíades, Hédilo, Nicéneto y Menécrates; Fédimo, Diotimo, Nicandro de Colofón; Heraclito y Timnes, influidos por exóticos aires de Caria) con toda la cohorte poética que, nacida o no en África, acudió, como tal vez Teeteto y desde luego Posidipo, Calímaco, Glauco, Dioscórides y Zenódoto, a la luz deslumbradora de la Alejandría de los Ptolemeos: aquí, por el contrario, hallaríamos, nueva paradoja, una extremada contención verbal y estilística, una vuelta a lo lapidario y rotundo, para tratar temas mucho más refinados y sutiles, como impregnados por corrientes epicúreas o hedonísticas, llenos de amor, convite, pasión equívoca o agónica, elitismo social y el cosmopolitismo de la gran ciudad entrándose por las ventanas del poema. Y, finalmente, con Antípatro el sidonio y Meleagro (y Filodemo de Gádara y Arquias de Antioquía, de los que el primero es raro que no estuviera en La guirnalda y el segundo pudo haberse hallado en ella) aparece la tardía escuela sirofenicia, con las exóticas características que en las introducciones a los dos primeros autores pueden encontrarse y que terminaron, en rara combinación de una lengua transparente con una mentalidad complicada y patética, por ofrecer esa delicada flor, un poco pasada ya, un poco desvaída de color, pero deliciosa y embriagadora que es la poesía meleagrea. Volvamos, sin embargo, a los temas concretos para advertir lo siguiente:

a) en cuanto a si los poemas aquí recogidos responden a inscripciones reales, la duda se plantea en un sinfín de casos, sobre todo por lo que toca a los más antiguos: hay sin duda en todo ello mucha creación puramente libresca y no siempre nuestras introducciones se esfuerzan por discriminar lo auténtico de lo ficticio, tarea frecuentemente difícil y a veces imposible;

b) tampoco, en estos textos tan sometidos a reglas y tópicos y, por tanto, fácilmente imitables, es posible muchas veces distinguir lo helenístico de lo clásico por una parte y de lo más tardío por otra;

c) era difícil ser muy original cuando hace tan poco tiempo, como luego se verá, que ha sido publicada la colección de los grandes filólogos ingleses A. S. F. GOW y D. L. Page: aunque igualmente hemos consultado mucho las demás ediciones de los epigramatistas, también después citadas, nuestra deuda hacia Gow y Page es inmensa y se transparenta en casi todas nuestras páginas;

d) se ha hecho, pues, necesario, en esta traducción al castellano, seguir el criterio muy racional de estos editores;

e) ellos recogen el material de la Antología Palatina y Antología Planúdea, a que luego me referiré, del que se tenga mayor o menor certeza de que figuró o pudo haber figurado en La guirnalda de Meleagro, de que en seguida trataremos, y renuncian, por lo demás, a coleccionar todo lo segura o probablemente helenístico;

f) en cambio, sí creen necesario incorporar a los epigramas de las citadas Antologías:

1) poemas no acogidos en ellas, sino, generalmente de modo fragmentario, en papiros egipcios, como el 135 de Leónidas, 239 de Asclepíades, 254-255 y 267 de Posidipo y 645 de Antípatro;

2) otro (639 de Antípatro) procedente de una inscripción, campo éste en que el material habría podido ampliarse infinitamente, pero Gow y Page han preferido respetar de modo rígido los límites de lo cronológico y lo literario o no literario;

3) bastantes textos provenientes de tradición indirecta, esto es, de citas preservadas en la prosa de otros autores griegos: así los transmitidos por Ateneo (6 de Faleco, 256-257 y 259-260 de Posidipo, 288 y 339 de Calímaco, 407 de Mnasalces, 451-458 de Hédilo, 470 de Nicéneto, 483 de Riano), Diógenes Laercio (55 y 59 de Teeteto, 338 de Calímaco, 632 de Antípatro), Estéfano de Bizancio (340 de Calímaco), Estobeo (3-4 de Filitas y 163 de Leónidas), Estrabón (329 de Calímaco), Hefestión (344 del mismo), Pólux (37 de Ánite), Sexto Empírico (338 de Calímaco), Tzetzes (263 de Posidipo) y la Vida de Dionisio el Periegeta (341 de Calímaco);

g) por nuestra parte, en el deseo de aportar alguna novedad al ingente trabajo realizado, no sólo hemos utilizado material no conocido por Gow-Page en las introducciones al 501 y 510 de Dioscórides, sino que, con todas las reservas que se quiera, siguiendo el mismo criterio que ellos en cuanto a autores incluibles o no, hemos añadido:

1) seis epigramas (268-273) atribuibles a Posidipo y procedentes de inscripciones y un papiro; no son, en cambio, epigramas, sino elegías fragmentarias los dos textos papiráceos mencionados en la introducción a dicho autor;

2) uno atribuible a Teodóridas, también epigráfico (443);

3) dos (684-685) que pudieran pertenecer a Dionisio, personalidad, por lo demás, heterogénea y oscura según decimos en su introducción;

4) un posible fragmento de Alceo (556);

h) hemos suprimido, sin embargo, la traducción de un epigrama de Posidipo (266) y otro de Dioscórides (488) por tratarse de versiones idénticas o poco menos de textos recogidos en otro lugar;

i) se observará fácilmente, por tanto, la leve inconsecuencia que supone el título editorial de esta obra, que no solamente contiene material de la Antología Palatina, sino también de la Planúdea y de otras procedencias.

Por lo que toca al origen de estos textos, como antes dijimos, Gow y Page se proponían recoger el material que Meleagro, tomándolo sin duda a otras colecciones anteriores de que hay restos, incluyó en la suya, dedicada a Diocles, llamada La guirnalda y cuyo prólogo (776) y colofón (904) pueden leerse aquí. En la introducción a este poeta y en la de algunos de sus epigramas tiene el lector datos que permiten situarle, sobre todo en relación con una nota marginal y con la presencia en la colección de Antípatro el sidonio y la ausencia de Filodemo de Gádara (expresamente citado como omitido por Meleagro en IV 2, prólogo de Filipo a otra Guirnalda concebida como suplemento de la meleagrea), hacia el año 100, límite terminal que así se fija aquí un poco arbitrariamente para la serie de epigramas helenísticos. Se supone también que la colección fue recopilada durante la vejez de Meleagro, pasada por lo visto en Cos.

Aparte de los grandes problemas relativos a los anónimos, que solamente, salvo casos excepcionales, por razones de estilo o similares o de cercanía respecto a otros pueden ser considerados a veces como helenísticos o aun meleagreos; aparte también del hecho, apuntado en 776, de que aparecen en La guirnalda obras de poetas clásicos (los anónimos falsamente atribuidos a Simónides constituyen caso aparte), la nómina de Meleagro (47 nombres, algunos en perífrasis, más su propia mención) plantea otras cuestiones: de cuatro autores incluidos en ella (Eufemo, Melanípides, Pártenis y Policlito) no hay poemas en la Antología (sobre los probablemente tardíos Teófanes, Perites, Hecateo el tasio y Atenodoro, cf. respectivamente el 25 de Perses y 594 de Fanias; 167 de Leónidas; 524 de Dioscórides y 742), mientras que faltan en su catálogo, además de los recientemente recogidos por Page o por nosotros que luego se indicarán, varios epigramatistas de ella (Filitas, Hegemón, Escrión, Teeteto, el probablemente inexistente Damóstrato, Heraclito, Carfílides o como de verdad se llamase, Aristódico, el o los llamados Teodoro, Nicandro, Filóxeno, Glauco, Nicarco, Aristón, Timocles, Hermocreonte, Agis, Artemón, Nicómaco, el o los llamados Dionisio) que parecen haber estado en La guirnalda (cuyo prólogo dice al final que hay en ella poetas no nombrados) por razones de contigüidad o afinidad de contenido entre epigramas vecinos y otros tampoco incluidos en la lista (Faleco, Duris, Teócrito, Crates, Mosco, Zenódoto) aunque indudablemente corresponden a la época helenística; ello sin contar las cuestiones de doble adscripción, generalmente por parte de los lematistas, que respecto a cada poema anotamos y las dudas que se ofrecen (cf. las respectivas introducciones) ante la existencia de dos Antípatros, el sidonio y el tesaloniceo, y dos Leónidas, el tarantino y el alejandreo.

Las dos Guirnaldas de Meleagro y Filipo y la colección de Agatías fueron, con otros textos y en forma directa o indirecta, recopiladas, en manuscritos hoy perdidos, por Constantino Céfalas, del que sabemos que era protopapa o alto funcionario eclesiástico en Constantinopla en el año 917. De él dependería en mayor o menor grado la división en capítulos según el contenido de cada serie de epigramas, base del reparto en libros de la Antología hecho por editores modernos. Es dudoso que en Céfalas se hallara el actual y breve libro IV, que comprende los prólogos de Meleagro, Filipo y Agatías: pero sí es seguro que abarcaba el V (epigramas eróticos), VI (anatemáticos o de ofrenda), VII (epitimbios o funerarios) y IX (epidícticos o de lucimiento, no procedentes en muchos casos de verdaderas inscripciones) y probable que allí se encontraran ya los libros X (cuyos epigramas se intitulan en los códices como protrépticos o de exhortación, pero la mayor parte de los cuales son sentencias o refranes), XI (con poemas clasificados como simpóticos o de banquete y escópticos o de burla, aunque haya entre ellos material amoroso de carácter heterosexual u homosexual) y XII (colección de tipo pederástico con concesiones al amor normal).

El resultado de los esfuerzos de Céfalas y otros compiladores se conoce hoy principalmente gracias a la Antología Palatina, surgida hacia el 980 por obra de un compilador bizantino desconocido que añadió al material citado los actuales libros I (inscripciones cristianas de los siglos IV-X ), II (écfrasis o descripción de las estatuas de unas termas de Constantinopla en largo poema escrito hacia el 500 por Cristodoro de Coptos), III (epigramas de un templo de Cícico), VIII (poemas de S. Gregorio de Nacianzo), XIII (poesías escritas en metros no elegíacos), XIV (adivinanzas y juegos aritméticos) y XV (varios, entre ellos las tecnopegnias o poemas figurados de diversos autores).

Todo ello se ha transmitido gracias al famoso códice, del siglo x, que contiene también las Anacreónticas y otros textos, llamado Palatino por haber pertenecido a la biblioteca de los electores del Palatinado sita en Heidelberg. Este manuscrito estaba allí en 1606; en 1622 cayó en manos de Maximiliano de Baviera, que se lo regaló al papa Gregorio XV; en Roma fue encuadernado en dos tomos desiguales, el primero de los cuales llegaba hasta el libro XIII; en 1797, Napoleón se llevó ambos a Francia; después de su caída los dos volúmenes deberían haber retornado a Heidelberg, pero, por error, el más pequeño permaneció en París (hoy Cod. gr. suppl. 384), mientras que el mayor, del que se hicieron varias copias, se sigue conservando en la citada ciudad alemana como Cod. gr. 23 . Es curioso el hecho de que desde IX 564 está escrito por las manos más antiguas de dos escribas contemporáneos entre sí y hasta IX 563 por las más recientes de otros dos de distintas épocas, sin que se haya explicado de modo satisfactorio tan extraño reparto de la labor.

Mucho podríamos decir de este códice, que frecuentemente presenta el mismo epigrama, con variantes o no, más de una vez: nos limitaremos a hacer notar la intervención en él de un lematista o redactor de títulos para cada poesía, de otro lematista que además corregía el texto y de un corrector que no intervenía en los lemas. Éstos resultan importantes para las cuestiones de atribución, pero suelen desbarrar en cuanto al contenido de los poemas, leídos de prisa o en malas condiciones, y rara vez se aventuran a anotar de su cosecha algún juicio estético, crítico o moral.

Este material se suplementa con otro famoso códice de Venecia, el Cod. Marc. gr. 481, del que asimismo se hicieron varias copias y que contiene otra colección recopilada a partir de Céfalas y con adiciones en 1301 por el filólogo bizantino Máximo Planudes, lo que hace que se la llame Antología Planúdea . Los editores de la Palatina añaden como apéndice los epigramas que solamente se hallan en este códice y, como nosotros aquí, hablan, abusiva pero cómodamente, de un supuesto libro XVI.

La edición de Gow y Page, a la que en general seguimos, nos presenta a los autores por orden alfabético, dejando para el final los anónimos y, lógicamente, a Meleagro; y, al ofrecer el texto griego, los editores se ven obligados a decidirse no sólo en cuestiones de interpretación, donde frecuentemente la decisión es difícil por las malas condiciones de la transmisión textual y las particularidades de sintaxis y léxico impuestas por el estilo preciosista y lapidario de los poemas, sino también por lo que toca al texto mismo, en que se muestran bastante conservadores, prefiriendo a veces, frente a la conjetura aventurada, la cruz que señala en los lugares dudosos indecisión del crítico. En cambio, a diferencia de su edición de La guirnalda de Filipo, su colección de epigramas helenísticos no es bilingüe, lo cual les ha evitado problemas de traducción que vinieran a sumarse a los ya enormes que el establecimiento de un texto así (no hablemos ya de las difíciles cuestiones de dialecto, tremendamente complicadas en estos autores mal transmitidos y probablemente eclécticos en el aspecto lingüístico) lleva consigo.

Por lo que a nosotros toca, hemos establecido, para más comodidad en las referencias, una numeración nuestra con, entre paréntesis, el libro y número del epigrama y su fuente si no procede de la Antología, pero sin añadir a ello, para no complicar más la ordenación, las dos de los editores ingleses, la que asigna números romanos a cada poema y la de verso por verso; y, en lo que atañe al texto mismo, nos hemos podido inhibir ante las variantes de carácter dialectal, pero no nos era posible respetar las cruces si de traducir se trataba, lo que nos ha forzado, en cada caso, a acoger la más plausible conjetura brindada por otras ediciones o por el comentario de los propios Gow y Page.

En cuanto a ordenación, nos pareció útil el situar a los autores en sucesión cronológica y, dentro de ella, respetando el orden de Gow y Page, más o menos basado en los tipos de epigramas tradicionales: lo primero era cosa muy difícil y en que no estamos nada seguros de haber acertado siempre, pues las fechas son dudosas en muchos casos y los límites temporales de la colección resultan demasiado estrechos para tanto escritor. Tanto menos cuanto que, estando el libro ya a punto de ser entregado a la imprenta, ha aparecido la colección abajo citada del propio Page, lo que nos obliga a revisar en parte aquí, pues en el propio texto era ya imposible hacerlo, nuestra cronología.

Prescindiendo de la inclusión, por parte de Page, en el nuevo libro de los epigramas de Filodemo y Crinágoras, posteriores a Meleagro y, por lo tanto, reservados por nosotros para una segunda fase en que quizá tengamos arrestos para embarcarnos; prescindiendo también del problema de Erina, suficientemente apuntado ya en la introducción a ella y otros lugares, hallamos que Page ahora establece, además de considerar a muchos poetas como no fechables, siete grupos correspondientes poco más o menos a los años 310-290 (Filitas, con separación del coo respecto del samio; Faleco, Perses, Escrión, Ánite, Antágoras, Mero, Nóside, Duris, Simias), 275 aproximadamente (Teeteto, Alejandro, Nicias, Arato, Arcesilao, Asclepíades, Posidipo, Heraclito, Calímaco, Apolonio, Teócrito, Hédilo), 250 aproximadamente (Leónidas, Mnasalces, Hegesipo, Euforión, Filóxeno), 250-220 (Fédimo, Teodóridas, Nicéneto, Riano, Dioscórides, Damageto, Crates), 220-180 (Heródico, Alceo, Filipo, Samio), siglo II (Fanias, Mosco, Antípatro, Polístrato, Zenódoto, Dionisio) y siglos II-I (Meleagro).

Las divergencias respecto a nuestro orden no son ni podrían ser revolucionarias, pero sí capaces de afectar a los casos en que calificamos un determinado epigrama como imitación de otro. Señalaré nuestras más notables desviaciones: Teeteto y Alejandro los tenemos antes que Mero, Nóside y Duris; Simias, mucho después del grupo en que aquí se le incluye; en cambio, está mucho antes Leónidas, sobre cuya fecha ya apuntamos un grave problema en la introducción; también se encuentra mucho antes Fédimo; algo antes, Teodóridas; y algo después Hédilo, Damageto y Crates.

Además, como se ve, Page ha introducido cinco nuevos autores helenísticos que hemos situado cronológicamente un poco a la buena de Dios (Arcesilao, Apolonio, Heródico, Filipo y Amintas); y en su nuevo libro aparecen también siete epigramas de autores a los que no parece descaminado ubicar en los albores de lo helenístico, como aquí hacemos con Espeusipo, Demóstenes, Aristóteles, Teócrito de Quíos, Afareo, Mamerco y Menandro. Por otra parte, ha recogido en la colección nuestros actuales números 666-668, que pasaban por ser de Antípatro el tesaloniceo y ahora se adscriben al sidonio, y catorce anónimos (752-765) que pueden ser helenísticos; ha añadido uno más del problemático Dionisio, nuestro actual 686; y ha realizado una serie de cambios de adscripción con respecto a los que nosotros no hemos podido ya modificar el orden, aunque en las introducciones son debidamente indicados. Esta eficaz e intensa actividad nos ha estimulado también a incluir varios pequeños poemas no procedentes de la Antología, los aquí numerados como 678 (de Antístenes de Pafo) y 751 y 766-775, anónimos en cuya versión hemos seguido con fruto a las ediciones de Page que más adelante se mencionarán.

Además, creíamos que la traducción, si quería conservar aunque fuera una mínima parte del encanto inimitable de los originales, debía ser de carácter rítmico sin mengua de la mayor literalidad posible. Hemos empleado, pues, para los hexámetros, un sistema de imitación rítmica semejante al de nuestro maestro queridísimo D. José Manuel Pabón, cuyas primicias, en cuanto a epigramas y por lo que toca a parte de Meleagro, dimos ya en el artículo que mencionaremos. El verso contiene cuatro dáctilos y un espondeo, consideradas como largas las sílabas acentuadas; cinco pies en total, no seis para evitar el monótono corte en dos hemistiquios; ofrece la posibilidad de anacrusis de una o dos sílabas al principio; admite el hiato entre versos, pero no en el interior de ellos.

Para el pentámetro hemos discurrido un sistema más o menos adecuado, como en el citado artículo puede verse: nuestros versos están divididos, por una diéresis coincidente con fin de palabra y que no admite hiato, en dos miembros de seis más seis o seis más siete o siete más seis o siete más siete sílabas, admitidos los agudos o esdrújulos al final del primer miembro y los esdrújulos solamente al del segundo y siempre que lo exija un nombre propio (digamos entre paréntesis que hemos sido sumamente rigurosos con las reglas de transcripción de éstos a través de la prosodia latina).

Por lo que respecta a los epigramas escritos en metros o combinaciones métricas distintas del dístico, procedentes generalmente, como se dijo, del libro XIII de la Antología, hemos procurado, ignoramos con qué acierto, elegir períodos rítmicos castellanos que respeten, desde luego a costa de gran dificultad y algún sacrificio en la exactitud, el número de sílabas del original. Así hemos procedido con el hendecasílabo falecio (por ejemplo, en el 8 de Faleco), que reproducimos con once sílabas; el arquiloqueo (9 del mismo), con verso compuesto de cuatro dáctilos a nuestro modo más seis sílabas; trímetro yámbico cataléctico (ibid.), con doce sílabas; tetrámetro yámbico cataléctico (225 de Asclepíades), con ocho sílabas más siete terminadas en palabra aguda; trímetro yámbico cataléctico (ibid.), con seis más cinco terminadas en agua (pero, en el caso del 7 de Faleco, nos hemos atenido a las sílabas dadas en el original a cada interlocutor); decasílabo alcaico (242 de Fédimo), con dos dáctilos más cuatro sílabas; tetrámetro dactilico más itifálico (773), con cuatro dáctilos más seis sílabas; dímetro yámbico cataléctico (291 de Calímaco), con un heptasílabo; pentámetro trocaico cataléctico o calimaqueo (342 del mismo), con diez sílabas más nueve terminadas en aguda; verso sáfico de dieciséis sílabas (343 del mismo), con ocho más ocho sílabas; ferecrateo (344 del mismo), con heptasílabo; trímetro yámbico acataléctico escazonte (377 de Teócrito), con doce sílabas; tetrámetro trocaico cataléctico (381 del mismo), con ocho sílabas más siete terminadas en aguda; reiziano (ibid.), con un hexasílabo; e itifálico (438 de Teodóridas), de igual modo.

Se evita también de modo estricto la asonancia entre finales de versos, salvo que haya al menos otros dos de por medio, y entre los dos miembros del pentámetro. Todas estas restricciones, y el empeño, siempre logrado, de que el número de versos iguale al de los originales, han hecho bastante penosa la labor, que en algunos poemas ha exigido cinco o seis revisiones a lo largo de años: el empleo de cinco pies y no seis tiene el inconveniente de que aumenta todavía el desequilibrio entre el castellano, más analítico, y el griego, más sintético, lo cual nos ha obligado a veces a admitir de mala gana alguna abreviación u omisión, aunque creemos que ni una sola idea importante ha quedado sin reproducir. El lector dirá si, a cambio de ello, hemos acertado a infundir a estas versiones algo de la sobriedad y rotundidad de sus bellísimos originales.

Un aspecto en que nos ha preocupado mucho los límites materiales de la colección que alberga ahora estos poemas (y de la paciencia de cuyos promotores tememos sin embargo haber abusado) es el del comentario. Hemos añadido índices de los nombres propios de toda índole (dioses y héroes, personas, ciudades) que figuran en los textos, pero habría sido necesario agregar otros de fenómenos (por ejemplo, astronómicos), conceptos abstractos elevados o no a la categoría de tópico, prendas de vestir, alimentos, objetos, animales, plantas; mas, como esto no era posible, ha sido labor colosal y, nos tememos, no del todo lograda el concentrar parte de este material hermenéutico, de que el lector medio hoy necesita, en las introducciones, forzosamente escuetas, a cada autor o epigrama con ayuda de una abundante red de referencias que comprende también los nombres propios no directamente citados por los escritores.

Y es lástima que los referidos índices no puedan ahora ser dados, porque la Antología constituye y ha constituido siempre un inagotable repertorio de temas y modos literarios para los propios autores griegos primero, para los romanos después y, tras su redescubrimiento, para toda la Literatura moderna, especialmente la de carácter amoroso y pastoril. En este sentido, la importancia de los poemas que hoy presentamos es inmensa; y el placer estético que proporcionarán, a pesar de la imperfección de nuestras traducciones, será sin duda grande.

No parece bien, a este respecto, que suplantemos el juicio crítico del lector por apreciaciones nuestras que serían tan categóricas como subjetivas, excepto breves pinceladas que acá y allá hemos dejado caer en las introducciones a cada autor: quien lea juzgará y quedará profundamente subyugado por el acento multiforme (austero, recio, solemne, chispeante, procaz, melancólico, apasionado, voluptuoso, barroco, amanerado, decadente y, en definitiva, profundamente humano) de estos novecientos poemas griegos de amor, ofrenda y muerte.

En cuanto a bibliografía, por desgracia la parte española de ella tiene que ser mínima, ya que no existe traducción alguna entera de estos epigramas ni apenas se han producido sino contribuciones muy parciales acerca de algunos de ellos.

Las principales ediciones totales de la Antología son las de F. C. W. JACOBS , Anthologia graeca, Leipzig, 1794-1814, y Anthologia graeca ad fidem codicis olim Palatini nunc Parisini, Leipzig, 1813-1817; Fr. DUEBNER , Anthologia Palatina, París, 1864-1872; H. STADTMUELLER , Anthologia graeca epigrammatum Palatina cum Planudea, Leipzig, 1894-1906 (incompleta); K. PREISENDANZ , Anthologia Palatina, Leiden, 1911 (en facsímil); y, más modernamente, W. R. PATON , The Greek Anthology, publicada y reeditada en la colección Loeb de Londres desde 1916; P. WALTZ y otros, Anthologie grecque, publicada y reeditada en la colección Budé de París desde 1928 y de la que todavía faltan los libros X, XII y la Planudea; y H. BECKBY , Anthologia graeca, publicada en Munich, 1957 ss. por la colección Tusculum y cuya segunda edición es de 1965-1967; las tres son bilingües con textos inglés, francés y alemán respectivamente. En cambio, los más modernos editores británicos han preferido seguir un orden histórico, y en tal sentido han comenzado su recolección A. S. F. GOW y D. L. PAGE , The Greek Anthology. Hellenistic Epigrams, Cambridge, 1965 (sin traducción), y The Greek Anthology. The Garland of Philip, Cambridge, 1968 (bilingüe). Últimamente, D. L. PAGE ha completado su labor con una edición científica monolingüe de los Epigrammata graeca, Oxford, 1975, de cuyo contenido se habla arriba.

Deliberadamente selectivas son las ediciones de F. C. W. JACOBS , Delectus epigrammatum Graecorum, Gotha, 1826, y A. MEINEKE , Delectus poetarum Anthologiae graecae cum adnotatione critica, Berlín, 1842. La de A. OLIVIERI , Epigrammatisti greci della Magna Grecia e della Sicilia, Nápoles, 1949, tiene evidentemente limitado su contenido por su propio título. La de TH . PREGER , Inscriptiones graecae metricae ex scriptoribus praeter Anthologiam collectae, Leipzig, 1891, también se define por sí misma. A inscripciones solas atienden G. KAIBEL , Epigrammata graeca ex lapidibus collecta, Berlín, 1878, y E. HOFFMANN , Sylloge epigrammatum graecorum quae ante medium saeculum a. C. n. III. incisa ad nos pervenerunt, Halle, 1893; y preferentemente a inscripciones, J. GEFFCKEN , Griechische Epigramme, Heidelberg, 1916; P. FRIEDLAENDER , Epigrammata, Berkeley, 1948; W. PEEK , Griechische Versinschriften. I. Grabepigramme, Berlín, 1955, y Griechische Grabgedichte, Berlín, 1960, bilingüe; y E. PFOHL , Griechische Inschriften als Zeugnisse des privaten und öffentlichen Lebens, Munich, 1966 (id. de la col. Tusculum).

La bibliografía sobre los epigramas (cf. G. PFOHL , Bibliographie der griechischen Vers-inschriften, Hildesheim, 1964) es inmensa. No podemos detenernos en los tratados generales de la historia de la Literatura, de los que el de A. LESKY , Historia de la Literatura griega, tr. esp. Madrid, 1968, es el más accesible entre nosotros; ni apenas en estudios generales sobre la poesía helenística como los de F. SUSEMIHL , Geschichte der griechischen Literatur in der Alexandrinerzeit, Leipzig, 1891-1892; A. ROSTAGNI , Poeti alessandrini, Milán, 1916; PH . LEGRAND , La poésie alexandrine, París, 1924; U. von WILAMOWITZ , Hellenistische Dichtung in der Zeit des Kallimachos, Berlin, 1924, reimpreso varias veces; J. U. POWELL , Collectanea Alexandrina, Oxford, 1925 (colección de textos poéticos); A. KOERTE , Die hellenistische Dichtung, Leipzig, 1926, reeditado por P. HAENDEL en Stuttgart, 1960 con el mismo título, traducido al castellano como La poesía helenística, Barcelona, 1973; A. ARDIZZONI , Studi di poesia ellenistica, Nápoles, 1940; G. GIANGRANDE , entre otros muchos y valiosos trabajos, L’humour des Alexandrins, Amsterdam, 1975.

De entre la numerosa bibliografía consagrada al epigrama elegiríamos, con la ya antigua obra de R. REITZENSTEIN , Epigramm und Skolion. Ein Beitrag zur Geschichte der alexandrinischen Dichtung, Giessen, 1893, las modernas aportaciones modernas como los libros colectivos L’épigramme grecque, Ginebra, 1968 (con ponencias de A. E. RAUBITSCHEK , B. GENTILI , G. GIANGRANDE , L. ROBERT , W. LUDWIG , J. LABARBE , G. LUCK , A. DIHLE y G. PFOHL ), y Das Epigramm, Darmstadt, 1969, preparado por el propio G. PFOHL , así como el capítulo escrito por G. GIANGRANDE , Epigramma ellenistico, para la Introduzione allo studio della cultura classica, Milán, 1972, 123-138.

No menos abundante es la relativa a la Antología misma: merecen especial mención K. DILTHEY , De epigrammatum graecorum syllogis quibusdam minoribus, Gotinga, 1887; A. WIFSTRAND , Studien zur griechischen Anthologie, Lund, 1926; E. ROMAGNOLI , I poeti dell’Antologia Palatina, Bolonia, 1948; y A. S. F. GOW , The Greek Anthology. Sources and Ascriptions, Londres, 1958.

Estudios interesantes por grupos temáticos son los de O. BENNDORF , De Anthologiae graecae epigrammatis quae ad artes spectant, Bonn, 1862; A. MENK , De Anthologiae Palatinae epigrammatis sepulcralibus, Marburgo, 1884; W. RASCHE , De Anthologiae graecae epigrammatis, quae colloquii formam habent, Münster, 1910; G. HERRLINGER , Totenklage um Tiere in der antiken Dichtung, Stuttgart, 1930 (epitafios de animales), y M. GABATHULER , Hellenistische Epigramme auf Dichter, Basilea, 1937 (epigramas sobre poetas).

Veamos, finalmente, algo de lo más importante sobre los distintos epigramatistas:

Filitas: A. NOWACKI , Philitae Coi fragmenta poetica, Münster, 1927; W. KUCHENMUELLER , Philetae Coi fragmenta poetica, Berlín, 1928.

Ánite: M. J. BAALE , Studia in Anytes poetriae vitam et carminum reliquias, Haarlem, 1903.

Leónidas: J. GEFFCKEN , Leonidas von Tarent, Leipzig, 1896; B. HANSEN , De Leonida Tarentino, Leipzig, 1914; E. BEVAN , The Poems of Leonidas of Tarentum, Oxford, 1931; M. GIGANTE , L’edera di Leonida, Nápoles, 1971.

Asclepíades: O. KNAUER , Die Epigramme des Asclepiades von Samos, Tubinga, 1935; traducción catalana de C. MIRALLES , Asclepíades. Epigrames, Madrid, 1970 (supl. de Est. Cl., segunda serie de traducciones, n.° 11).

Posidipo: P. SCHOTT , Posidippi epigrammata collecta et illustrata, Berlín, 1905. Para el epigrama 273 nos ha servido de base D. L. PAGE , Select Papyri. III. Literary Papyri. Poetry, Londres, 1950 (col. Loeb; n.° 105, páginas 448-453); y para el 272, W. PEEK , «Delphische Gedichte», Ath. Mitt . 67 (1942), 249-269. En general sobre las adiciones a esta colección verosímilmente atribuibles a Posidipo nos ha sido útil el propio W. PEEK con su artículo «Poseidippos», Real-Enc . 22 (1954), 426-446, y los datos de su amable carta de 7-IV-1974.

Calímaco: Naturalmente, los editores de sus restantes obras recogen también sus epigramas, sobre los que la bibliografía es inmensa: cf. R. PFEIFFER , Callimachus, II, Oxford, 1953; edición bilingüe castellana de L. A. DE CUENCA , Epigramas, Madrid, 1974-1976 (supl. de Est. Cl., segunda serie de textos, n.° 6; I-LXIII).

Simias: Es útil la obra de H. FRAENKEL , De Simia Rhodio, Gotinga, 1915.

Teócrito: Todos sus editores imprimen sus epigramas; últimamente, por ejemplo, A. S. F. GOW , Theocritus, Cambridge, 1950 (con traducción inglesa), y Bucolici graeci, Oxford, 1952; H. BECKBY , Die griechischen Bukoliker, Meisenheim, 1975 (con traducción alemana).

Erina: Se sigue escribiendo muchísimo sobre sus problemas desde K. LATTE , Erinna, Gotinga, 1953. Últimamente les ha dedicado mucha atención el español J. VARA , «Notas sobre Erinna», Est. Cl . 16 (1972), 67-86; «Mélos y elegía», Emerita 40 (1972), 433-451; «Obra de Erinna y algunas reconstrucciones textuales», Habis 4 (1973), 41-79; «Cronología de Erinna», Emerita 41 (1973), 349-376.

Mnasalces: W. SEELBACH , Die Epigramme des Mnasalkes von Sikyon und des Theodoridas von Syrakus, Bonn, 1964.

Teodóridas: El mismo. El epigrama 443 procede de W. PEEK , «Ein Weihgedicht des Theodoridas», Philologus 117 (1973), 66-69 a partir de una publicación de Th. G. Spyropoulos.

Euforión: Sus dos fragmentos figuran en la edición de L. A. DE CUENCA , Madrid, 1976.

Antípatro: Normalmente, y dados los problemas de atribución antes citados, los dos Antípatros han de ser tratados más o menos juntamente: así G. SETTI , Studi sulla Antologia greca. Gli epigrammi degli Antipatri, Turín, 1890; P. WALTZ , De Antipatro Sidonio, Burdeos, 1906. Para el epigrama 639 nos hemos basado en W. PEEK , «Antipater von Sidon und Antisthenes von Paphos», Philologus 101 (1957), 101-112. Cf. las traducciones de M. F. GALIANO , «Tres epigramas de Antípatro de Tesalónica», El caracol marino 68 (1973), 92.

Dionisio: Los epigramas 684-685 deben sus textos a M. Gronewald, «Ein Epigramm-Papyrus», Zeitschr. Pap. Ep . 12 (1973), 92-98.

Antístenes: Sobre 678, cf. lo dicho acerca del 639 de Antípatro.

«Simónides»: Entre tanto como podría citarse, cf. A. HAUVETTE , De l’authenticité des épigrammes de Simonide, París, 1896, y M. BOAS , De epigrammatis Simonideis commentatio critica, Groninga, 1905.

Anónimos: Para los epigramas 766-770 nos hemos basado fundamentalmente en la obra de D. L. PAGE citada en relación con Posidipo (n.° 103, 105-106, 109, págs. 444-445, 448-455, 460-463); y para 771-775, en el artículo del mismo «Five Hellenistic Epitaphs in Mixed Meters», Wien. Stud . 10 (1976), 165-176.

Meleagro: También aquí son muchos los libros y artículos. Anótense H. OUVRÉ , Méléagre de Gadara, París, 1894; K. RADINGER , Meleagros von Gadara, Innsbruck, 1895; y E. ERMATINGER , Meleagros von Gadara, Marburgo, 1898, con la bibliografía citada en el artículo de M. F. GALIANO , «Doce mujeres y un cantor», Prohemio 2 (1971), 195-232.

Anotaremos finalmente el estudio de varios epigramatistas helenísticos por L. M. STELLA , Cinque poeti dell’ Antologia Palatina, Bolonia, 1949.

FILITAS

Aunque 1 y 2 son atribuidos en el lema a un nativo de Samos, la gran isla vecina a Asia Menor, es posible que estos cuatro epigramas procedan del cálamo del bien conocido Filitas o Filetas de Cos, isla del S. del mar Egeo, gran poeta a juzgar por lo que de él se cuenta, pues no es mucho lo conservado; inspirador de toda la escuela poética alejandrina, autor de elegías y epigramas; filólogo también y maestro de Zenódoto de Éfeso, la gran ciudad de Asia Menor; primero de los bibliotecarios de la Alejandría egipcia y, en fin, preceptor de Ptolemeo II Filadelfo, es de suponer que en su madurez, pues el rey nació en 308 y reinó entre 285 y 246 y las fuentes nos presentan a Filitas escribiendo ya en las épocas de Filipo II de Macedonia (359-336) y Alejandro III el Magno (336-323). Los epigramas aquí recogidos no son sensacionales, pero merecen elogio por su limpia sencillez.

1 (VI 210)

Llegada la edad del retiro, una cortesana ofrenda a Afrodita, llamada como tantas otras veces Cipris con alusión a su culto en Chipre, los utensilios de su oficio, entre ellos un espejo y tal vez un falo artificial.

Al cumplir por lo menos cincuenta la dulce Niciade,

en el templo de Cipris colgó como ofrenda

sus sandalias, sus bucles postizos, un límpido bronce

que no ha perdido nada de sus fieles reflejos,

su faja preciosa y aquello que un hombre no debe

nombrar y que aquí ves con las artes de Cipris.

2 (VII 481)

Primera de las muchas alusiones al Hades, morada del dios infernal.

La estela afligida nos cuenta: —Llevóse a la niña

Teódota, de tan cortos años, el Hades.

Mas ella le dice a su padre: —Contén tu tristeza,

Teódoto: es de humanos el sufrir desdichas.

3 (Estob. IV 56, 11)

No te lloro, mi amigo querido, que muchos momentos

felices gozaste con tu porción de penas.

4 (Estob. IV 17, 5)

El poema, breve y posiblemente incompleto, admite dos interpretaciones: la que hemos aceptado, en la que un marinero, desolado ante la inmensidad del mar desierto, desea ardientemente ver tierra, u otra posible en que alguien profetizaría que de las aguas va a brotar una isla.

Algún día veremos la tierra por obra divina;

ahora el mar es un circo para el saltar del viento.

HEGEMÓN

El epigrama que sigue, uno más de entre los muchos que se dedicaron al tema, es atribuido en el lema a Hegemón, y sabemos que un autor de ese nombre, natural de Alejandría, ciudad de la región asiática de la Tróade, escribió, no sabemos cuántos años después del 371, un poema épico sobre la batalla de Leuctra, dada en dicha fecha.

5 (VII 436)

Epigrama dedicado al heroísmo de los Espartiatas muertos en la batalla de las Termópilas frente a Jerjes (480). Las cifras están exageradas en ambos sentidos: el ejército persa, evaluado por Heródoto (VII 186) en más de cinco millones de hombres, difícilmente pudo superar los 200.000 o aun menos; los Griegos se oponían a la invasión con unos 7.000 hombres, de ellos trescientos Espartiatas, de raza Dórica, que murieron con su rey Leónidas.

Que, pasando junto a este sepulcro, con llanto el viandante

diga: —Aquí contuvieron mil hombres de Esparta

a ochenta miriadas del Persa arrogante muriendo

sin volver la espalda, con disciplina doria.

FALECO

Este poeta, procedente quizá de la Fócide, región de Grecia central, donde tal onomástico suele encontrarse, debió de actuar en la época de Alejandro Magno (cf. intr. a Filitas) a juzgar por la fecha de 8. La tradición ha dado su nombre, falecio, a un tipo de verso más utilizado en latín que en griego y que él empleó con preferencia.

6 (Aten. 440 d )

Una hetera, satisfecha ante el éxito obtenido, ofrenda a Dioniso un bello quitón o túnica interior. Evidentemente, el epigrama puede ser satírico y no responder a ningún hecho real; pero Eliano (Var. hist . II 41) habla de concursos de bebida y de una tal Cleo famosa en ellos.

De Dioniso a la imagen en torno un quitón ha ceñido

de color de azafrán con bordados en oro

Cleo, que mucho brilló en el banquete; y no pudo

competir hombre alguno con ella en la bebida.

7 (XIII 5)

Quizá sería la inscripción real o supuesta de una estatua o relieve en que están representados cuatro atletas hijos de Clino. Un caminante se detiene ante ellos. Hablan por orden los cuatro (Timodemo el corredor, Crete el luchador, Creteo el especialista en pentatlo y Diocles el púgil) y cada cual le va describiendo sus triunfos. El viandante pregunta el nombre al primero; le contestan sucesivamente todos. Vuelve a interrogar a Timodemo sobre su padre; le responde él y luego todos a coro. La nueva interrogación se dirige también al mismo Timodemo, que explica dónde venció; ante otra pregunta a Crete, éste contesta también. Deben de faltar las cuestiones y respuestas relacionadas con las victorias de los otros dos hermanos. La prueba en que ganó Timodemo es el doble recorrido del estadio, un total de aproximadamente 360 metros; al final se mencionan los juegos del istmo de Corinto y de Némea, santuario famoso de la Argólide, y algún certamen menor consagrado a Hera.

—Gané en la doble.—Pues yo en la palestra.

—Pero yo en el pentatlo.—Yo cual púgil.

—¿Quién eres?—Timodemo.—Yo soy Crete.

—Y yo Creteo.—Diocles es mi nombre.

—¿Y el de tu padre?—Clino.—Que lo es nuestro.

—¿Y tú venciste en…?—El Istmo.—¿Tu triunfo?

—Fue en el prado nemeo, al lado de Hera.

8 (XIII 6)

Epitafio del comediante Licón, muy célebre y sociable, que tomó parte en las ceremonias de las bodas poligámicas que en Susa celebró Alejandro Magno el 324. No se sabe quién es el que habla, autor de la erección de una estatua del actor en su tumba. Nótense la alusión a la yedra, planta consagrada a Dioniso y símbolo del triunfo escénico, y a los ditirambos, piezas teatrales de algún modo relacionadas con el dios.

Yo he erigido esta estatua extraordinaria

por que fuera un recuerdo de Licón,

comediante y autor de ditirambos

con guirnaldas de yedra aquí ataviado.

Memorial será, pues, para que sepan

los venideros cómo fue en la vida

un hombre que brilló por su gracioso

trato en tantas tertulias y banquetes.

9 (XIII 27)

Para el cenotafio de un náufrago que fue víctima del Noto o viento Sur.

Foco en tierra extranjera murió, pues las lúgubres olas su navío

combatir no pudo ni salvarse de ellas,

mas hundióse en los grandes abismos del piélago egeo

cuando el fondo del mar revolvía el Noto.

Vacío quedó su paterno sepulcro, a los pies del cual su madre

Prométide, como triste ave, lamenta

día tras día, ¡ay, ay, ay!, el destino de su hijo

llorando su muerte como prematura.

10 (VII 650)

Rehuye la brega marina y empuña la esteva

si ver quieres el fìn de una longeva vida;

en tierra los años son largos y, en cambio, no es fácil

hallar canas cabezas entre los marineros.

ESPEUSIPO

Sobrino de Platón y su seguidor en la dirección de su escuela filosófica, la Academia, que murió en el 340 ó 339 y dedicó a su tío, al parecer, el epigrama que recogemos.

11 (XVI 31)

De Platón los despojos la tierra en su seno recubre,

pero su alma divina se halla ya entre los dioses.

DEMÓSTENES

El famoso orador y defensor de la libertad griega frente a Filipo y Alejandro Magno (cf. el 8 de Faleco), que vivió entre el 384 y el 322.

12 (Plut. Vita dec. or . 847 a )

Al parecer, el orador dejó redactado su epitafio.

Si hubieras tenido, Demóstenes, fuerza pareja

a tu alma, en Grecia el Ares macedón no imperara.

ARISTÓTELES

El célebre filósofo, nacido y muerto en los mismos años que Demóstenes.

13 (Dióg. Laerc. V 5)

Aristóteles erigió en Delfos un cenotafio a su amigo Hermias, muerto a traición por Artajerjes III, que en vida fue tirano de la ciudad de Atarneo, en la Tróade (cf. intr. a Hegemón); filósofo y protector de filósofos, y además tío de la esposa del gran pensador.

A quien jamás ofendiera a la pura justicia

divina mató el rey de los Persas arqueros,

no abiertamente con lanza en sangriento combate,

mas mediante un traidor que engañarle supiera.

TEÓCRITO DE QUÍOS

Se trata de un sofista y político del siglo IV , natural de la isla de Quíos, del mar Egeo, y alumno de su paisano Metrodoro, que a su vez lo era del retor Isócrates.

14 (Dióg. Laerc. V 11)

La posición política de Teócrito era hostil a los Macedonios y, por tanto, a Aristóteles, preceptor de Alejandro y amigo de muchos de ellos. En el único epigrama que de él tenemos, cuya conservación se debe no sólo a la fuente indicada, sino a otras como Eusebio (Praep. ev . XV 2, 12), vemos una crítica del gran filósofo, a quien tilda de glotonería y avaricia que, cuando podía haber seguido formando parte, en Atenas, de la Academia platónica (cf. intr. a Espeusipo), le llevaron a la capital de Macedonia, Pela, donde había un riachuelo cuyo nombre (Bórboro) puede significar algo así como cloaca; y también le censura el hecho a que dio lugar el epigrama 13. La maledicencia de Teócrito explota el hecho, al parecer real, de que Hermias, natural de Bitinia, región de Asia Menor, y a quien él considera eunuco, fuera en un principio el esclavo de otro tirano de Atarneo llamado Eubulo.

Este sepulcro vacío para Hermias, eunuco

y esclavo de Eubulo, levantó Aristóteles,

el necio, al que el vientre voraz preferir ordenaba

el Bórboro y su cauce mejor que la Academia.

AFAREO

Es un retor y poeta trágico, hijo adoptivo del orador Isócrates (cf. intr. a Teócrito de Quíos) de quien conservamos un epigrama dedicado a su maestro con ocasión de su muerte en 338.

15 (Plut. Vita dec. or . 839 b )

Afareo esta imagen a Zeus consagró y a los dioses

de su padre Isócrates la virtud honrando.

MAMERCO

Tirano que ejerció poder en la ciudad de Cátane, en Sicilia, a mediados del siglo IV .

16 (Plut. Vita Timol . 31)

El tirano, hombre de aficiones literarias, se jacta de una victoria obtenida contra el general corintio Timoleonte al ofrendar los lujosos escudos conquistados en ella.

Estas armas de púrpura y oro y marfiles con ámbar

las cogimos con unos simples escudillos.

PERSES

El epigrama 21 es atribuido en el lema a Perses el tebano; el 22, a Perses el macedonio. Quizá se trate, pues, de dos poetas distintos. En todo caso, el autor de 17 tenía relación con Tebas, capital de Beocia, y pudo haber redactado dicho epigrama antes del 316. Sus obras, si de un solo escritor puede hablarse, son intrascendentes, pero no carecen de un cierto encanto simple (cf. 22, 23, incluso el modesto 24; es francamente bello el 20). Meleagro (776, 26) le atribuye como flor el junco, quizá por el origen oriental de esta planta puesto en relación con el nombre que evoca a Persia.

17 (VI 112)

Con alguna imaginación, los hechos históricos pueden resumirse así: la familia, en que, según costumbre, se repetían los mismos nombres, era muy conocida en Tebas; un tal Leontíadas mandó las fuerzas de aquella ciudad en las Termópilas (cf. el 5 de Hegemón); otro fue polemarco en 383; otro, padre de Prómenes; éste, como consecuencia de la destrucción de Tebas por Alejandro Magno (335) y del pánico que ello causó entre los Griegos, fue privado por los ciudadanos de Delfos, sede en la Fócide del famoso oráculo, de la proxenia (especie de consulado honorífico); sus hijos, Leontíadas e Hipolao, se desterraron a Arcadia, región del Peloponeso a cuyo SE. está el monte Ménalo; el joven Leontíadas, antes o después, casó y tuvo dos hijos, Daíloco y Prómenes; en 328, los Delfios se sintieron suficientemente seguros ante los Macedonios como para restituir la proxenia, en inscripción que conservamos, a Prómenes y su descendencia; Leontíadas y sus hijos, ante un éxito obtenido en la caza, consagraron a Apolo, probablemente en Delfos, los trofeos; y es de suponer que volvieran a Tebas después de su restauración (316) por Casandro, hijo de Antípatro (cf. intr. a Arato), que vivió entre el 355 y el 297 y no llegó a imponer su dinastía en Macedonia.

Tres cabezas de ciervos menalios con cuernas enormes

te son consagradas en tu pórtico, Apolo;

a caballo cazólos la mano veloz de los hijos

del valiente Leontíadas, Daíloco y Prómenes.

18 (VI 272)

Timaesa, después de padecer un difícil embarazo y parto, consagra en acción de gracias a Ártemis, hija de la diosa Leto y patrona de las mujeres encintas, las vestiduras que a lo largo de nueve meses ha llevado: faja, cipasis (prenda oriental fina y suelta de manga larga) bordado con flores y una cinta que sujetaba los pechos inflamados.

La faja, el florido cipasis, la cinta que oprime

el pecho estrechamente te ofrenda, Letoide,

Timaesa, que al décimo mes escapó con tu ayuda

a la carga terrible de un penoso embarazo.

19 (VI 274)

La parturienta, en acción de gracias, consagra a Ilitía, diosa de estos trances, una especie de capa que se abrochaba con un alfiler y una diadema, quizá metálica, con la que se sujetaba el pelo empapado en lucientes ungüentos.

Esta túnica toma, señora que al niño proteges,

y también la diadema de los brillantes rizos,

bendita Ilitía, conserva y de Tíside acepta,

porque la sacaste con bien de su parto.

20 (VII 501)

Patético epigrama dedicado a Filis, quizás un conocido músico de Delos, la célebre isla del mar Egeo en que se tributaba culto a Apolo y Ártemis, que pereció en un naufragio al zozobrar su nave ante un huracán del Euro o viento E. cerca de Lesbos, otra isla del mismo mar no menos conocida.

Los helados embates del Euro tu cuerpo desnudo

arrastraron, Filis, a una triste playa

de las costas de Lesbos, la rica en viñedos, y yaces

bajo el espolón húmedo de un roquedo escarpado.

21 (VII 445)

Dos leñadores, naturales de Dime, en la Acaya, región del NO. del Peloponeso, perecieron tal vez juntos en un accidente.

En un bosque fragoso yacemos, viajero, los hijos

de Equelo, Mantíadas y Éustrato, de Dime;

leñadores y agrícolas fuimos de siempre, y por eso

son las cortantes hachas emblema en nuestra tumba.

22 (VII 487)

La madre, en lugar de realizar las ceremonias que le incumbían en la boda, hubo de desgarrar su cuerpo en señal de luto.

Moriste, Filenion, soltera y Pitíade, tu madre,

en vez de conducirte, la sazón llegada,

al tálamo, te ha sepultado a la edad de catorce

años tras lacerarse cruelmente las mejillas.

23 (VII 730)

Descripción del relieve de una tumba. Neotima había muerto al dar a luz. Sus padres, acongojados, vieron próximo el fin de sus propias vidas y quisieron que en su tumba figurara la madre, contemplando un retrato de la muchacha, y frente a ella, en actitud de dolor, su esposo Aristóteles.

¿Por qué, desdichada Mnasila, hasta el mismo sepulcro

acompaña a tus lágrimas el grabado retrato

de Neotima? Aquí está tras perder en un parto la vida;

tú, madre amada, besas sus párpados hundidos

en la niebla, ¡ay de ti!, y Aristóteles, padre apenado,

se lleva a tu lado la mano a la cabeza.

¡Desgraciados entrambos, que ni aun con la muerte pudisteis

hallar en el olvido consuelo de los males!

24 (IX 334)

Habla un diosecillo, Ticón, a quien algunos identifican con Priapo (el lematista, desorientado, habla de él o de un sátiro o de Pan); es una divinidad modesta, patrocinadora de pequeñas fortunas o alegrías para las gentes pobres.

Si oportuno aun a mí, dios pequeño entre todos, me invocas,

obtendrás tus deseos, mas no busques grandezas;

lo que un dios popular conceder puede a un hombre indigente,

eso soy yo, Ticón, dueño de otorgarlo.

25 (VII 539)

Inscripción para un cenotafio. El mar comienza a ponerse peligroso a fines de octubre, cuando por primera vez es visible de noche la puesta de la estrella Arturo, de la constelación del Boyero. El lema duda entre Perses y el tardío Teófanes.

No previste, Teotimo, la puesta fatal del lluvioso

Arturo y a terrible viaje te arrojaste

que, cuando el Egeo surcabas en nave potente,

con tus compañeros al Hades te condujo.

Aristódice y Éupolis, padres que vida te dieron,

llorando abrazan, ¡ay!, tu sepulcro vacío.

ESCRIÓN

Cf. la introducción al 510 de Dioscórides, y perdónesenos si ponemos demasiado al principio de nuestra lista cronológica a autor de quien tanto se ignora.

26 (VII 345)

No sabemos dónde estaba sepultada la escritora ni cuál era ese promontorio. Tampoco existe la menor idea sobre quiénes eran esos mozos subterráneos.

Filénide aquí yace, la famosa

entre los humanos, que la edad abatió.

Ni a mofa te entregues, ¡oh, tú, recio nauta!,

ni a befa o sarcasmo al doblar esta punta,

¡no por Zeus y los mozos de allá abajo!,

pues pública no fui ni licenciosa.

Polícrates, por su linaje Ateniense,

charlatán y pillo de pícara lengua,

lo que escribe escribe; mas yo no sé nada.

MENANDRO

Es el famoso comediógrafo, cuya vida se sitúa entre los años 342 y 292 y que tuvo ocasión de tratar y posiblemente ser influido por el filósofo Epicuro, lo cual no asegura que este epigrama sea de él.

27 (VII 72)

Se refiere a Temístocles, el héroe de la segunda guerra Médica, y Epicuro, cuyos respectivos padres se llamaban Neocles, poniéndoles en paralelo: uno salvó a los Atenienses de la amenaza persa y el otro, con sus doctrinas, les infundió sabiduría.

Yo os saludo, ¡oh, gemelos Neoclidas!, que el uno a la patria

libró de esclavitud y de necedad el otro.

ÁNITE

Hay indicios para situar a Ánite (a la que Meleagro en 776, 5-6 enlaza con las poetisas Safo y Mero y atribuye el Lilium candidum, mientras que las otras dos reciben como emblemas, respectivamente, la rosa y una flor cuyo nombre ha dado lugar a nuestro lirio y puede ser sinónimo o semisinónimo del de la planta de Ánite o referirse a otra del tipo del narciso) hacia el 300. Apenas sabemos nada de su vida: era (así Pólux en el contexto de 37; aunque en el lema de 50 se habla de Ánite la mitilenea, con referencia a la ciudad más importante de Lesbos, cf. el 20 de Perses, evidentemente, cf. intr. a Nóside y Erina, se trata de una confusión con Safo, natural de aquella isla) de Tégea, en Arcadia, ciudad con la que se relacionan 28 y 29, mientras que el cariño especial con que dibuja la figura del dios Pan (30 y 46) cuadra bien a una persona del país en que se le rendía especial culto. En Pausanias (X 38, 13) se cuenta una rara historia acerca de un viaje de la poetisa a Naupacto, por indicación de Asclepio que se le había aparecido en sueños, y de su intervención allí en la cura milagrosa de un tal Falisio, que se había quedado casi ciego.

La mayor parte de sus epigramas (entre los que son auténticos los diecinueve primeros y dudosos los cinco últimos, de los cuales 47-48 ofrecen atribuciones a otros autores en el lema y 49 no debe de ser de Ánite; en cambio, se le atribuye alternativamente el 423 de Aristódico) tienen cuatro versos, estructura muy apta para lo que pretende: trazar, sin pretensiones pero con gran amor, amables y sencillos cuadros casi pictóricos en su expresividad. Tal vez falle algo precisamente cuando quiere remontarse a temas de más envergadura (pacifismo muy femenino en 28; elogio de la virtud en 50; patetismo en 34; tremendismo en 36); en cambio, su especialidad son las pequeñas y delicadas escenas en que aparecen niños o muchachos, animales, apacibles paisajes campestres o marinos.

28 (VI 123)

Equecrátidas, natural de Creta, ha ofrendado a Atenea Alea, en su espléndido templo de Tégea (cf. intr.), una lanza cuyo nombre, a diferencia del que será empleado más tarde, en el 97 de Leónidas y otros, con carácter genérico, indica precisamente un arma con mango de madera de cornejo.

Queda aquí, lanza homicida, y no viertas más triste

sangre de enemigos con tu garra de bronce;

de Atenea descansa en el alto santuario marmóreo

y el valor pregona del crete Equecrátidas.

29 (VI 153)

Un paisano de Ánite ha ofrecido, probablemente a Atenea Álea, un caldero muy grande y artístico, obra de Aristóteles, de Clitor, ciudad del N. de Arcadia.

Un enorme caldero consagra Cleóboto, el hijo

de Eriáspidas; Tégea la espaciosa es su patria;

a Atenea lo ofrece; su autor Aristóteles era,

clitorio, cuyo nombre llevó también su padre.

30 (XVI 291)

Inscripción para una fuente, situada probablemente cerca de un santuario de Pan, en que tal vez el agua fluyera de ánforas sostenidas por ninfas de piedra.

A Pan el hirsuto y las ninfas rupestres dedica

Teódoto el pastor esta ofrenda en el monte,

porque, estando rendido del seco calor del estío,

le refrescaron dándole dulce agua con sus manos.

31 (VII 724)

Tu ardor te perdió en el combate, Proarco, y muriendo

enlutaste la casa de Fidias, tu padre;

pero es bello el himno que aquí tu sepulcro te canta:

pereciste luchando por la patria querida.

32 (VII 486)

El Aqueronte es uno de los ríos que rodean el Hades.

Muchas veces junto a este sepulcro lloró con tristeza

Clina la temprana muerte de Filénide

al alma invocando de su hija, que, en vez de casarse,

atravesó las verdes aguas del Aqueronte.

33 (VII 490)

La queja es puesta en boca de una figura que, en la tumba, se lleva las manos a los ojos. Primera alusión a Cloto, Láquesis y Átropo, las Moiras o Parcas que hilan el destino de los hombres.

Lloro a Antibia, doncella, a la cual tantos hombres buscaron

pretendiéndola en casa de su padre, atraídos

por su encanto y talento; mas pronto una Moira funesta

derribó por tierra la esperanza de todos.

34 (VII 646)

En la tumba de una muchacha.

He aquí las palabras que dijo a su padre querido

Érato con lágrimas y un último abrazo:

—Ya, padre, no existo; perezco y oculta la muerte

mis ojos oscuros con su negra sombra.

35 (VII 649)

Sobre una moza que murió soltera.

A cambio del lecho nupcial y el solemne himeneo,

tu madre ha puesto encima de tu marmórea tumba

una virgen, ¡oh, Tersis!, que tiene tu talla y belleza;

y así, aun después de muerta, diríase que hablas.

36 (VII 208)

Sobre un caballo muerto en batalla por Ares, dios de la guerra.

Éste es monumento que Damis erige a su bravo

caballo, cuyo pardo pecho herido por Ares

fue; de su espesa corambre brotó sangre negra

y empaparon la tierra sus tristes despojos.

37 (Pól. V 48)

Una juguetona y ruidosa perra, llamada con el étnico de su país, bien conocido por sus excelentes canes, que puede ser la tierra de los Locros Opuntios o la de los Locros Ózolas, ambas situadas en el centro de Grecia, ha sido mordida, al acercarse a un matorral, por una víbora.

Tú en la fragosa espesura también pereciste,

la más ágil de todas las ladradoras perras;

tal fue, Lócride, el tósigo cruel que en tus patas veloces

inoculó una víbora de piel moteada.

38 (VII 202)

A un gallo muerto por un zorro o comadreja.

No podrás despertarme ya más agitando como antes