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A modo de antología, se presentan unos materiales textuales, con un hilo conductor común que subraya el nuevo enfoque que el siglo XVIII concedió a las cuestiones del ámbito de 'la Estética'. Esta nueva disciplina ilustrada, intentó sistematizar diferentes términos que la Encyclopédie hizo elocuentemente suyos a lo largo de los suyos diferentes volúmenes.
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Romà de la Calle, ed.
PUV
29
Estètica & Crítica
Romà de la Calle, director
Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.
© De la introducción: Romà de la Calle, 2009 © De las traducciones: Josep Monter, 2009 © De esta edición: Universitat de València, 2009
Producción editorial: Maite Simón Diseño del interior: Inmaculada Mesa Fotocomposición y maquetación: Textual IM Corrección: Communico C.B. Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera y Maite Simón
ISBN: 978-84-370-7322-4 Depósito legal: V-997-2009
NOTA: Las dos primeras ediciones del presente volumen aparecieron en la colección «Biblioteca» del Museo Valenciano de la Ilustración y de la Modernidad (MuVIM), en el 2005, que como «museo de las ideas», centrado en el patrimonio inmaterial, tiene entre sus principales líneas museográficas una dedicada al estudio de «El Siglo de las Luces». Y en ese mismo contexto, su biblioteca especializada para investigadores contiene entre sus cuidados fondos los 35 volúmenes de la Encyclopédie, contando los Suppléments. De ahí que algunos de los estudios publicados por dicho museo se hayan vinculado a esta publicación emblemática, entre ellos el que ahora nos ocupa, que apareció bajo el título Arte, Gusto y Estética en la Encyclopédie. Para la presente edición, encuadrada ya en la colección «Estética & Crítica» de Publicacions de la Universitat de València (puv) hemos incorporado una nueva entrada de la Encyclopédie –Critique– que se articula adecuadamente con las otras tres nociones generales aportadas con anterioridad –Art, Goût, Esthétique– a través de una serie de artículos, considerados históricamente emblemáticos. Con ello se ha enriquecido y diferenciado el volumen. También se ha añadido un apartado dedicado a bibliografía seleccionada, actualizada y asequible, en torno a la Encyclopédie. Paralelamente a esta información, queremos agradecer al MuVIM y a su equipo de dirección las facilidades de todo tipo que nos ha dado para incluir este volumen en la presente colección.
Una breve mirada sobre la Encyclopédie, a manera de pre-texto
Romà de la Calle
En los conocimientos humanos, un filósofo demuestra lo que puede, cree lo que se le demuestra, rechaza lo que le repugna y suspende su juicio en todo lo demás.
Jean F. Marmontel
«Critique» en Encyclopédie, IV
Siempre he considerado personalmente –quizás en buena medida también por deformación profesional– que continúa teniendo su interés y manteniendo su sentido el hecho de poder dirigir, de forma periódica, una monográfica y sosegada mirada hacia el ámbito histórico de la Ilustración, precisamente desde la charnela de la actual situación, transversalmente interdisciplinar, que nos conforma y cobija, lejana heredera –singular y también polémica– de aquel determinante y activo espíritu ilustrado.
Con ese fin, después de intercambiar algunas propuestas y determinadas reflexiones con el equipo del MuVIM, entidad museística valenciana con el que hemos colaborado asiduamente, se decidió, de manera estratégica, incrementar nuestra colección –centrada básicamente en la traducción de autores clásicos, próximos históricamente a la reflexión estética y al moderno ejercicio de la crítica–, elaborando una selección meditada y útil de determinados textos fundamentales, dotados por sí mismos de indudable valor histórico y de justificadas resonancias estéticas; una selección que hiciera hincapié, a su vez, a través de sus planteamientos, en el permanente atractivo que indudablemente la Encyclopédie de Diderot y D’Alembert comporta para todo investigador y estudioso de la historia de la estética y de las teorías del arte que se aproximen en sus trabajos a la filosofía moderna y muy concretamente al irrenunciable Siglo de las Luces.
Ya son muchos, por cierto, los títulos que en nuestra colección se mueven en este contexto y con esas finalidades. Sin embargo, se ha preparado, para esta ocasión, la edición castellana de una serie de artículos, cuidadosamente seleccionados, de la Encyclopédie, precisamente entre aquellas entradas que convergen, por su temática, en torno a la cultura artística y/o la reflexión estética de aquella fecunda época.
No en vano, ya en el título de esa emblemática obra –Encyclopédie ou Dictionnaire raisonneé des Sciences, des Arts et des Métiers, par une Société de gens de lettres– quedaba bien patente el nexo interdisciplinar establecido entre los saberes, que se postulaba como objetivo patente, saberes todos ellos proyectados en la existencia humana, propiciando con ello un abierto y radical diálogo entre la técnica, la ciencia, las artes y el contexto de la sociedad.
La presente edición, bajo el título de Arte, Gusto y Estética en la Encyclopédie, quiere facilitar al lector, con carácter de antología, unos materiales sin duda alguna históricamente relevantes y con un hilo conductor común, que subraya el nuevo enfoque que decididamente el siglo XVIII concedió a las cuestiones abarcables bajo el ámbito de una nueva disciplina ilustrada, «la Estética», que desde sus inicios oficiales (Baumgarten, 1750) intentó sistematizar, entre el arco de la teoría y de la práctica, términos a primera vista dispares, tales como «arte», «técnica», «belleza», «gusto», «crítica», «juicio», «poética», «imitación», «expresión», «bellas artes» o belle nature, por citar sólo algunos de los artículos que la Encyclopédie hizo elocuentemente suyos a lo largo de sus diferentes volúmenes.
Por nuestra parte nos hemos limitado, por múltiples motivos, entre ellos el de las exigencias impuestas por la prudencia, a preparar la traducción de los artículos recopilados bajo la entrada «Art» (cuyas autorías son debidas respectivamente a Denis Diderot, volumen I de la Encyclopédie; a Jean François Marmontel y a Johann Georg Sulzer, volumen I de los Suppléments), y el término «Goût» (con escritos de Voltaire, de Montesquieu y de D’Alembert, volumen VII de la Encyclopédie), así como los artículos «La Belle Nature» (redactado por Louis Jaucourt, volumen XI de la Encyclopédie), «Critique» (a cargo de Jean Francois Marmontel, volumen IV de la Encyclopédie) y «Esthétique» (tomado de las investigaciones de Johann Georg Sulzer, volumen II de los Suppléments).
Estos conocidos autores –a veces, como puede constatarse, más de uno por término/artículo estudiado, tal como se recoge en el desarrollo del índice– fueron todos ellos destacados philosophes y consagrados polígrafos, comprometidos plenamente con el complejo proyecto enciclopédico y con la difusión de la Filosofía de las Luces. De hecho, el progreso y la razón se convertirían en sus fundamentales resortes y motivaciones.
Como es bien sabido, la idea inicial que aglutinó voluntades en torno al editor Le Breton, ya en el año 1745, fue la posibilidad de traducir al francés la obra de Ephraim Chambers Cyclopaedia or an Universal Dictionary of Arts and Sciences, que se había publicado con éxito en 1728, gozando crecientemente de gran predicamento y admiración en aquella efervescente y comprometida época.
Pero aquel compromiso inicial, centrado en la citada traducción y que llegó a recibir incluso el correspondiente permiso real para su realización, en cuyo equipo de trabajo ya figuraban D’Alembert y Diderot, fue demostrándose inadecuado, conforme las ambiciones y las miras del proyecto se fueron ampliando y apuntando hacia nuevas metas, cada vez más extensas y ambiciosas.
Por ello se impuso abiertamente una idea sustitutoria: abordarían la elaboración de una Encyclopédie y dejarían aparcada definitivamente la traducción/adecuación de la obra de E. Chambers. Fue así cómo ya en el año 1747 Denis Diderot y Jean le Rond d’Alembert figuran explícitamente como codirectores de aquella ambiciosa empresa cultural, que iba a marcar básicamente la actividad intelectual y política del contexto francés, en aquella histórica coyuntura, e influir con una intensidad sin precedentes en el panorama histórico europeo y también americano.
El Prospectus, con sus ocho mil ejemplares editados como folletos de propaganda, sale a la calle concretamente en noviembre de 1750, anunciando la ingente obra colectiva que pretendía sumar y recoger los saberes y conocimientos humanos de la época, enlazando de este modo con otros esfuerzos existentes en esa misma línea, que entre los siglos XVII y XVIII habían avanzado ya distintas aportaciones, bajo las fórmulas comunes de «diccionarios», «memorias» o «historias» (de autores como Pierre Bayle, L. Moreri, Jacob Brucker, Thomas Corneille o el ya citado Ephraim Chambers), aunque nunca tuvieron cualesquiera de ellas el alcance y la resonancia que lograría la empresa colectiva que ahora se planificaba; sin embargo, a esos mismos trabajos precedentes los propios «enciclopedistas», una vez puestos manos a la obra, no dudaron, llegado el caso, en acudir y en utilizarlos como fuentes inmediatas de referencia e información, como era costumbre, y activar así una especie de comunidad de saberes y de repertorio compartido de conocimientos disponibles.
El proyecto ilustrado de la Encyclopédie fue realmente complejo y prolijo, viéndose frenado intermitentemente por múltiples incidentes sociopolíticos e ideológicos. Envuelta a menudo de clandestinidades, entusiasmos, conspiraciones y polémicas, varias veces estuvo a punto la empresa definitivamente de naufragar y por muy distintos motivos, como pudieron ser el Arrêt del Consejo Real formulado en 1752, la Guerra de los Siete Años (1756), el atentado contra Luis XV (1757), la ruptura interna del frente de los enciclopedistas por el cruzado affaire D’Alembert/Rousseau y Rousseau/Diderot (1757), el Arrêt del Parlamento de París prohibiendo la obra, la condena del Papa Clemente XIII, e incluso la dimisión del mismo D’Alembert (1759). Toda una cadena, pues, de vicisitudes inseparables históricamente de la propia aventura, de sus ambiciones y sus riesgos.
Sin embargo, les philosophes, contra viento y marea, acabaron coronando felizmente, paso a paso, su programa de edición, que fue reiteradamente creciendo en sus planteamientos y objetivos –y también en suscriptores– a través de los años siguientes, y llegó a reunir, en su balance, 75.000 artículos y a usar más de 2.500 planchas en la estampación de sus volúmenes.
De esta manera, de las prudentes previsiones iniciales que sólo contemplaban la edición de dos volúmenes de textos y otro de láminas, se pasaría paulatinamente, constatado el éxito y el grado de recepción tenido, a un crecimiento insospechado e inimaginable en un principio, aunque, eso sí, los directores y el editor siempre tuvieron muy claro un principio fundamental: que textos e imágenes debían constituir un diálogo fundamental en la realización de toda la obra. Y así es como se alternaron operativamente los volúmenes de texto y los volúmenes de planchas/láminas.
En realidad, los ilustrados y los ilustradores tuvieron mucho que intercambiar en sus tareas pedagógicas y comunicativas. Y el resultado fue, sin duda alguna, espléndido, aunque lógicamente también desigual, sometido siempre a los avatares, tensiones y polémicas de la propia historia, tal como hemos apuntado.
Por nuestra parte, propedéuticamente, desde el principio de nuestras informaciones, quizás convenga diferenciar, para evitar posibles equívocos, entre los 28 volúmenes, estrictamente hablando, que constituyen la Encyclopédie –17 tomos de texto y 11 de láminas– y los 7 volúmenes que integran los Suppléments –en este caso, 4 de texto, un volumen de láminas y 2 tomos de útiles tablas alfabéticas–. Todo un monumento globalizador. Así pues, el total de la aventura intelectual y editorial entre la Encyclopédie y los Suppléments está constituido históricamente por 35 volúmenes. Sin embargo, hay que tener en cuenta que se trata claramente de obras distintas, aunque relacionadas por los lazos de su propia historia.
Además, por una parte, los volúmenes de la Encyclopédie fueron publicados por el editor Le Breton entre los años 1751 y 1772, siendo codirigida esta tarea colectiva primero por el tándem formado por Diderot y D’Alembert, concretamente hasta el volumen séptimo (1759), y luego, ya en solitario –tras la dimisión irrevocable de D’Alembert, una vez producido su duro enfrentamiento con Rousseau–, actuó como cabeza responsable del proyecto el propio Denis Diderot, hasta quedar cumplimentada la totalidad de los 28 volúmenes (1772).
Por otra parte, el editor Charles-Joseph Panckoucke, aprovechando el fuerte tirón y el éxito de la obra, decidió publicar, por su cuenta, los Suppléments à l’Encyclopédie, aparecidos entre 1776 y 1777, con un total de 7 volúmenes más, entre textos, láminas e índices generales, como ya se ha indicado anteriormente. Conviene dejar sentado informativamente que, como es lógico, esta parte del proyecto fue totalmente ajena a Diderot, al editor Le Breton e incluso a la mayoría de los colaboradores anteriores de la obra, aunque bien es cierto que algunos polígrafos como el activo Jean François Marmontel se entregaron con asiduidad también a la nueva iniciativa de Panckoucke, funcionando como enlaces de redacción entre ambas etapas.
El hecho de que, no por casualidad, el formato y la línea editora de la presentación de los Suppléments coincidieran de pleno, formal y materialmente, así como compositiva y gráficamente, con la planificación original de la Encyclopédie, hizo que luego fácilmente se asimilara la obra como una totalidad en su conjunto. Incluso en algunas reediciones llevadas a cabo unitariamente, con posteridad, aparecerá ya, de manera planificada, la obra en sí, como si hubiera sido un proyecto global. De ahí la diversidad de opiniones que los especialistas e investigadores mantienen a veces sobre este tema a la hora de valorar su historia y su trascendencia, así como los criterios analíticos de sus respectivas aportaciones.
La Encyclopédie y los Suppléments son indiscutiblemente, por la propia estructura y objetivos del proyecto ilustrado que los sustentó, dos inmensos repertorios de materiales y fuentes fundamentales para comprender la historia intelectual y los saberes de la época. De ahí el interés que para tantas áreas de conocimiento suponen sus aportaciones, siendo, por cierto, tentador tener acceso a dichos materiales para entender la impronta y los efectos que tal empresa supuso para el pensamiento del siglo XVIII y su dilatado contexto europeo y americano. Y sin duda una de las áreas interdisciplinares que con amplitud ocuparon a estos pensadores es precisamente el campo configurado por las ideas estéticas, que cruza y emerge intermitentemente del conjunto de la obra, convertida, de hecho, en auténtico depósito de la historia de las ideas.
Hay que apuntar asimismo que no se trata de que los autores de los diferentes artículos fueran necesariamente «especialistas» en tales temas. Sin duda alguna no lo eran. Pero les philosophes enmarcan su trabajo y sus plurales colaboraciones de la Encyclopédie bajo la égida del triunfo global de la raison, y desde ella sometieron a estudio el ámbito global de los conocimientos de la época. De ahí esa especie de fundamento y de hilo conductor común que, de alguna manera, podemos decir que recorre el proyecto.
Acudir, por lo tanto, a tal repertorio de términos supone recomponer el mapa histórico de las relaciones interdisciplinares, de las estructuras epistemológicas globales y de sus contenidos amplios y plurales hasta la saciedad. Así queda patentemente expuesto, como programa de trabajo, sobre todo en tres escritos recogidos en la propia Encyclopédie y que son, de hecho, como otros tantos textos programáticos respecto al proyecto global, motivo por el cual comportan un interés metodológico añadido, aunque aquí lógicamente no vamos a incidir de manera puntual en tales extremos. Dichos textos son: el Discours Préliminaire des Editeurs, que aparece en el volumen I de la obra, redactado por D’Alembert; el artículo Art, del que es autor Diderot (volumen I); y el artículo Encyclopédie, también redactado por Diderot y aparecido en el volumen V.
En el trasfondo de todo ello late el relevante tema de la revisión del «árbol de los conocimientos humanos», así como el replanteamiento de las relaciones entre la memoria, la razón y la imaginación, lo que a su vez repercute directamente en las conexiones entre las ciencias y las artes. También se abren los enlaces y diferencias entre los ámbitos de las bellas artes y de las artesanías. Estos cambios supondrán ciertamente nuevos reajustes y replanteamientos ante el nacimiento de la «estética» como nueva disciplina característicamente ilustrada. No en vano, el pensamiento estético enciclopedista –al que quisiéramos acercarnos someramente en esta publicación– se movió abiertamente, como es sabido, entre la herencia y el compromiso mantenido con la «estética» (avant la lettre) fuertemente normativa propia del clasicismo precedente y la llegada abrumadora de las tesis renovadoras de cuño subjetivista, que al filtrarse intensamente, de hecho, marcarán primero el atisbo y luego el despliegue de la modernidad triunfante.
Propiamente es en el XVIII cuando se encuentran frente a frente los epígonos de las opciones objetivistas de la «gran teoría de la belleza» (Tatarkiewicz) con las teorías subjetivistas de raigambre empirista, que llegan abiertamente a la Encyclopédie, y con los aportes idealistas que afloran en el contexto alemán, los cuales, por su parte, penetran en los Suppléments de la mano de los trabajos de Sulzer.
Por nuestro lado, como editores coyunturales, en la presente selección de artículos, nos hemos decantado estratégicamente por cinco ejes, que por supuesto podrían haberse completado con otras voces, no menos relevantes, extraídas igualmente de la propia Encyclopédie –tales como «le beau», «jugement», «imitation», «génie», «invention», «sublime», etc.–, pero, incluso dejando a un lado, quizás para otra ocasión, las posibles opciones de «peinture», «architecture», «sculpture», «gravure» o «dessein», hemos preferido centrarnos, como hemos indicado, en cinco diferentes aspectos, ya contrastados, en algunos casos desde perspectivas dispares y/o complementarias, por sus distintos autores.
Todo arte tiene su especulación y su práctica: su especulación, que no es otra cosa que el conocimiento no operativo de las reglas propias del arte; su práctica, que no es más que el uso habitual y no reflexivo de esas mismas reglas. Es difícil, por no decir imposible, llevar lejos la práctica sin la especulación; y viceversa, poseer la especulación sin la práctica. (...)
D. DIDEROT «Art» en Encyclopédie, i, pp. 713-717
Comenzamos así nuestro recorrido –y nuestro índice de contenidos– con el término «Art», redactado históricamente en momentos dispares por Denis Diderot en 1751, por Jean F. Marmontel en 1776 y por J. G. Sulzer en 1771.
De hecho, como está claramente contrastado por los investigadores, las aportaciones del filósofo Sulzer a los Suppléments fueron tomadas directamente de su obra Allgemeine Theorie der Schönen Künste, publicada en dos volúmenes en Leipzig, 1771-1774, incluso sin contar con la mediación directa del autor en la estructuración de tales recensiones, llevadas a cabo por colaboradores. Algo, por otra parte, habitual en el desarrollo del proyecto enciclopédico, por parte de toda una serie de polígrafos participantes. Justamente este término –«Art»–, en su triple redacción, se convierte en paradigmático, respecto a los modos diferentes de entender las relaciones entre las bellas artes y las artes manuales. El logro de este objetivo interrelacionante sería para Diderot fundamental, en su claro afán por conectar estrechamente arte y técnica, desde una perspectiva integradora y armónica para replantear, a su vez, las nociones de utilidad y de necesidad en un marco mucho más global de la actividad humana.
Esa contrastación y ese posible estudio comparativo entre los modos de entender el concepto de arte –al que invitamos a llevar a cabo, por su lado, al lector– sirven de pauta para entender paralelamente las grandes diferencias mantenidas entre el programa inicial de la Encyclopédie y la posterior complementación, a menudo en ciertos extremos revisionista, de los Suppléments. No en vano, entre 1750 y 1780, principio y fin cronológicos del proyecto, la historia había sostenido, sufrido y planteado fuertes disparidades y duras controversias, que también se reflejan en los determinados contenidos recogidos en los volúmenes de ambos bloques.
Pero reflexionemos, con alguna extensión, sobre el tema, al hilo del concreto trabajo de Denis Diderot. Es bien sabido que históricamente las relaciones entre las llamadas artesliberales y artes mecánicas no fueron nada fáciles durante siglos. Más bien hay que recordar que tales relaciones se decidieron de manera fuertemente jerarquizada, con la total prevalencia de las denominadas artes liberales sobre las llamadas artes mecánicas o serviles.
Será precisamente en el siglo XVIII cuando se aborde decididamente la tarea de sistematizar las relaciones entre las artes y las ciencias. Y dentro del dominio de las artes los esfuerzos se centraron en la ordenación, también sistemática, de un singularísimo y elitista dominio –conformado por la integración de dos nociones que más bien habían viajado separadas, e incluso distantes entre sí, como eran «arte» y «belleza»– que pasará a la historia con el nombre conjunto de Beaux Arts.
De hecho, las «artes liberales» habían cambiado de nombre y encontrado quizás uno que se consideraba más adecuado para la época ilustrada: las «bellas artes». Con ello se reforzaban tres dominios: el de las ciencias, el de las bellas artes y el de las artes mecánicas, adscritas sobre todo a las manualidades, a la operatividad y a la técnica aplicada.
Es bien sabido el importante papel desempeñado, en tal coyuntura, por la figura de Charles Batteaux y su fundamental tratado Les Beaux Arts réduits à un même principe (1746) del que beberá directamente la historia, lo que conformará la versión oficial y ortodoxa de tal aventura sistematizadora del Siglo de las Luces.
Al fin y al cabo, durante siglos, las polémicas en torno al tema del «parangón» entre las artes habían sido álgidas e intensas. En el fondo se trataba de pasar del bloque de las artes mecánicas al bloque elitista y prestigioso de las artes liberales, en una especie de liberación y rescate profesional que implicaba la aguda selección de argumentos, respaldos y testimonios, para ir inclinando pública y abiertamente la balanza a su favor.
Sin embargo, es bastante menos conocido el hecho paralelo de que no todos los ilustrados adoptaron esta visión secesionista y jerarquizadora de las relaciones entre las artes mecánicas y las artes liberales, convertidas en Bellas Artes. En realidad no faltaron posturas que veían agudamente el futuro emancipador en la adecuada relación e intercambio social y operativo entre las artes mecánicas y las liberales y no en su escisión y distanciamiento.
Curiosamente esta línea citada de integración entre las artes también atraviesa la historia de la modernidad, pero lo hace sólo en determinados momentos clave, aunque suficientemente relevantes como para tener necesariamente que atender a su desarrollo y emergencia, dados sus resultados.1
Sin embargo, nos vamos a ceñir solamente, dado el carácter del presente escrito, a determinadas observaciones y comentarios en torno al texto de Diderot –por la claridad de sus planteamientos y por su escueta formulación– sobre el concepto de arte, tal como él lo entendía, es decir, estrechando las relaciones entre las artes liberales y las mecánicas, como clave de futuro. El mismo autor pone ejemplos constantemente de estas relaciones, los cuales, de alguna manera, suponen la inclusión de la totalidad de las vertientes operativas, manuales y técnicas, que conforman el ámbito global de las aún entonces llamadas artes mecánicas y de los oficios (arts-métiers). La influencia del Novum organum de Francis Bacon sobre Denis Diderot es rotunda y evidente. Además, el mismo Diderot lo reitera y facilita al lector numerosas citas y referencias a dicha obra filosófica, que él considera ejemplar en este aspecto de integración entre la teoría y la práctica.
Veamos sólo algunos puntos sobre la cuestión, partiendo del texto de Diderot:
Examinando las producciones de las artes, se percibe que unas son más obra del espíritu que de la mano; otras, en cambio, son más obra de la mano que del espíritu. Ese es, en parte, el origen de la preeminencia otorgada a ciertas artes respecto de otras y de la distribución que se ha hecho de las artes en artes liberales y artes mecánicas. Tal distinción (...) ha producido un mal efecto (...) que nos induce a creer que aplicarse a experiencias, objetos particulares, sensibles y materiales es ir contra la dignidad del espíritu humano y que practicar, o incluso estudiar, las artes mecánicas es rebajarse a cosas cuya investigación es laboriosa, su meditación innoble, su exposición difícil, su frecuentación deshonrosa, su número inagotable y su valor es una menudencia. (...)
Hagamos, pues, justicia a los artistas como les es debido. Las artes liberales se han cantado a sí mismas suficientemente; ahora podrían emplear la voz que les queda para celebrar las artes mecánicas. Corresponde a las artes liberales sacar a las artes mecánicas del olvido en el que las ha mantenido tanto tiempo el prejuicio (...)
Que surja del seno de las academias alguien que visite los talleres de las artes mecánicas, que recoja allí los fenómenos de las artes que allí se practican y los exponga en una obra que lleve a los artistas a la determinación de leer y a los filósofos a la de pensar útilmente.
Consideramos que no es necesario ni citar nuevas referencias del texto de Diderot, ni tampoco entrar en más comentarios sobre lo ya apuntado aquí. El lector deducirá de inmediato la relevancia de la postura de Diderot para el reconocimiento del mérito de las artesanías y el respaldo intelectual y promocional que a todas luces pretendía dar a las llamadas artes mecánicas.
Sin embargo, claramente la historia deambuló por otros derroteros. Ya en los propios Suppléments de l’Encyclopédie, cuando Diderot no participaba en el proyecto de ampliación con estos volúmenes de «Suplementos» (1776-1780), otros artículos en torno a la noción de «Art» serán incorporados, esta vez de carácter mucho más ortodoxo y en la línea de la escisión entre artes liberales y mecánicas. Se trata, como ya hemos apuntado, de los textos de Jean-François Marmontel, «Arte. Artes liberales» (volumen I, de los Suplementos), y de Johann, Georg Sulzer «Arte. Bellas Artes» (también en el volumen I, de los Suplementos).
El buen gusto consiste en juzgar bien de todo aquello que se nos presenta mediante no sé qué sentimiento, que va más rápido y a veces más acertadamente que las propias reflexiones.2
ANTOINE GOMBAULD, CHEVALIER DE MÉRÉ
(1607-1685)
Con la irrupción del concepto de gusto en la modernidad, ya desde mediados del siglo XVII, lo bello quedará íntimamente vinculado a la subjetividad humana (ya no será entendido como un en sí sino tomado como un para nosotros), que, en última instancia, se definirá por el placer que procura, es decir por las sensaciones o los sentimientos que suscita. Por eso, la otra cuestión central de la reflexión estética del momento, es decir, el tema de los criterios de valoración, se refugiará asimismo bajo la nueva faceta de las normas del gusto orientadas estratégicamente a afirmar o no que algo es bello.
La tensión histórica es, pues, patente: si por una parte la fundamentación de lo bello se vincula a la subjetividad más íntima –la del gusto–, habrá que buscar asimismo un camino para la formulación de respuestas críticas –apreciativas–, a las que no se puede renunciar si se desea que la belleza, como valor, se fomente, dirija, se comunique y participe colectivamente. Tal es el dilema entre lo público y lo privado, lo particular y lo colectivo, la subjetividad y el sensus communis, la tradición y la norma del gusto. El síndrome de la modernidad se formula así plenamente en esos contrapuntos, entre razón y pasión, a sabiendas que el gusto se alinea estrechamente con la sensibilidad y con la pasión.
Es decir, como se planteaba abiertamente desde el clasicismo francés, por un lado estarían los conocimientos adquiridos y el discurso lógico, y, por otro, las facultades afectivas vinculadas a la intuición y al discernimiento (bon sense). Es así como el imperativo del gusto se transforma en instrumento de una especie de conocimiento superior que escapa totalmente a las tareas de la razón lógica. Sólo la prioridad del gusto (esprit de finesse, delicatésse) es capaz de captar las múltiples variaciones y resonancias que anidan en el seno del arte y de la belleza. De esta manera, la crítica mundana, dejando a un lado todo bagaje doctrinal y el peso de las reglas, se remitirá totalmente a las impresiones inmediatamente subjetivas, por lo que el objeto estético se hallará así intrínsecamente ligado al placer que comunica y las consideraciones doctrinales no intervendrán para modificar ese juicio inmediato.
Ciertamente, el tema del gusto es heredado, en el contexto del siglo XVIII en el que surge la Encyclopédie, a partir de las abundantes polémicas habidas en el siglo precedente. No en vano, el gusto siempre se planteó básicamente desde una doble perspectiva. Por una parte, vinculado, incluso por definición lexicográfica, a un determinado grado de satisfacción, apela directamente –como bien subrayaron los clásicos teóricos de l’honnêteté–3 a l’art de plaire. Ese agrément es inmediato, se abre directamente al establecimiento de una especie de simpatía o afinidad entre el sujeto y la realidad «degustada». Supone, pues, como facultad discriminadora del sujeto, una dimensión personal, que a menudo se califica de innata, espontánea, connatural, quizás reforzada por el marcado carácter de su respuesta inmediata.
Pero sería ilusorio silenciar o minimizar la vertiente social y educacional / adaptativa del propio gusto. Si los clásicos, como hemos visto, hablaban de lesbienséances (en plural) para traducir el viejo concepto de decorum, sin duda eran plenamente conscientes de los plurales lazos condicionantes que el contexto de lo público trenza en torno al perfil personal del sujeto, como homo socius.
De este modo, esa doble condicionalidad –personal y social– anida conjuntamente tras toda habitual concepción del gusto, siempre que no se pretenda radicalmente implantar una versión insular del sujeto, ni tampoco proponer a ultranza acuciantes determinismos –de piñón fijo– a aquellas perspectivas sociales intervinientes en los hechos estéticos. Más bien deberá subrayarse –como punto de partida y sin unilaterales reducionismos– la mutua inseparabilidad de las dimensiones estéticas y sociales.
Es así que el gusto no sólo ha sido históricamente interpretado –en cuanto categoría estética– como una enigmática facultad discriminadora, selectiva, fruitiva del sujeto individual (sentido interno, era denominado a menudo), sino que, asimismo, pronto fue reconocida y destacada su íntima tendencia generalizadora y se auspiciaba su virtual carácter compartido.
De hecho, tras ambas características –inmediatez y apelación a su generalización, aunque luego se hablará de su universalidad– la experiencia del gusto, además de la dimensión fruitiva personal (agrément), apunta, de forma paralela, a la formulación preferencial que supone el juicio del gusto. Un juicio estético que, en su vinculación al sentimiento, pronto se distancia del juicio lógico. Así lo formulará escuetamente Méré:
El buen gusto consiste en juzgar adecuadamente de cuanto se nos presenta, por medio de je ne sais quel sentiment, que funciona más rápido (plus vite) e incluso con mayor acierto (plus droit) que las propias reflexiones.4
Se deja, de este modo, bien patente que el gusto supone un sentimiento que nos atrae hacia una persona o un objeto, a pesar de que la verdadera raíz, motivadora de tal singularizada atracción, enigmáticamente se nos escape (je ne sais quel sentiment) y difícilmente podamos, por nuestra parte, justificar/argumentar dicho interés preferencial. Por ello el gusto –como tal– parece oponerse, decididamente, a los razonamientos deductivos, actuando sin intermediaciones lógicas, toda vez que se trata del establecimiento de relaciones de afinidad inmediata entre el sujeto y el objeto.
Sin embargo, históricamente, esta opuesta dualidad –entre gusto/razón– pronto intentará a su vez solventarse, lanzando un estratégico puente complementario entre el inicial estrato afectivo del gusto (sentiment) y el correspondiente discurso reflexivo (jugement), lo que presentará, de esta manera, la superpuesta actividad de la crítica como la directa expresión razonada del gusto.
Así, por ejemplo, François de La Rochefoucauld (1613-1680) matizará en sus Máximas (1665) que
el término «gusto» posee realmente diversas significaciones: una cosa es el gusto, como sentimiento, que nos atrae directamente hacia las cosas y otra el gusto que nos hace conocer y discernir las cualidades de las cosas, mediante la adscripción a determinadas reglas.5
Con ello nos enfrentamos claramente a la histórica polémica entre la beligerante crítica mundana –adscrita al gusto como criterio definitivo– y la crítica erudita, resguardada al socaire académico de las reglas. Toda una amplia saga, cuya inestable sombra no ha dejado de proyectarse sobre el devenir estético posterior.
En realidad, por esa doble vía –sentimiento/conocimiento– circulará, mutatis mutandis, la noción de gusto, y penetrará, también de la mano de la Encyclopédie, por las puertas de la modernidad –con sus cambios de agujas y obligados transbordos históricos– sin que ahora podamos, por nuestra parte, detenernos a visitar y describir las diferentes estaciones que han ido enmarcando las distintas etapas de ese diacrónico viaje hasta su arribada a los andenes de la actualidad. Pero echemos, mientras tanto, una mirada interesada por el modo en que la noción de gusto es recogida y tratada en la obra ilustrada por antonomasia.
También la entrada «Goût» presenta en el volumen VII de la Encyclopédie (1757) una triple autoría, que ya se sugiere en el propio texto del artículo, con indicaciones diferenciadas y aclaraciones explicativas complementarias. De hecho, los tres autores del citado término son todos ellos destacadísimos pensadores, de alto prestigio en la época. Incluso su participación en el proyecto enciclopédico será una buena baza a la que recurrir en momentos de difícil sobrevivencia para la empresa compartida. No en vano, se añade literalmente, tras los textos de Voltaire y de Montesquieu y antes del aporte de D’Alembert, que «En los siglos venideros se dirá que Voltaire y Montesquieu también participaron en la Encyclopédie». Eran, pues, muy conscientes los responsables de la Encyclopédie de la importante y arriesgada tarea que estaban llevando a cabo conjuntamente de cara a la historia.
En realidad, el texto para el artículo «Gusto» le fue encargado personalmente a Charles de Sécondat, barón de Montesquieu (1689-1755), considerado el padre espiritual de los philosophes, quien desgraciadamente falleció antes de finalizar el trabajo, aunque se pudo recuperar entre sus papeles el texto incompleto y con determinadas notas complementarias, motivo por el cual se solicitó, a su vez, a Voltaire (1694-1778) otro texto para la misma entrada terminológica, cosa que también hizo. Asimismo se recuperó, de forma coyuntural, otro texto mínimamente precedente de D’Alembert (1717-1783), que había sido leído ya como discurso sobre el mismo tema precisamente en la Academia Francesa, en mayo de 1757, es decir, muy recientemente a la fecha de la impresión del volumen VII.
Sin duda, las tres visiones de las tres grandes figuras en torno a una misma cuestión, como es el tema del «gusto», básico, por tantos sentidos, en la historia de la estética moderna, no dejan de representar un señuelo intelectual añadido –sobre el que queríamos incidir, al menos indicativamente, en esta breve antología de textos, del contexto estético– de la Encyclopédie.
Las artes no crean en absoluto sus reglas. Éstas son independientes de su capricho y están invariablemente trazadas en el ejemplo de la naturaleza. Entonces, ¿cuál es la función de las artes? Recoger los rasgos que existen en la naturaleza y presentarlos en objetos que en sí mismos no resultan naturales.
CHARLES BATTEUX
Les Beaux-Arts réduits à un même principe
(1746), cap. 2
El artículo «La Belle Nature» se debe directamente a la tarea recopilatoria de Louis, Chevalier de Jaucourt (1704-1779), uno de los máximos colaboradores del proyecto enciclopédico, de quien dependió la redacción de nada menos que unos 17.400 términos. Tras la tensa y radical dimisión de D’Alembert, se convirtió, de hecho, en el auténtico codirector de la Encyclopédie, invirtiendo incluso, llevado por su entusiasmo, parte de su fortuna personal en la empresa redactora, que él estructuró estratégicamente con un equipo de trabajo, creado totalmente a sus expensas.
En concreto, el término que nos ocupa está tomado también libremente y recensionado de la obra de Charles Batteux Les Beaux-Arts réduits à un même principe (1746), que luego se revisó, en una especie de segunda edición, bajo el título de Principes de Littérature. Jaucourt entresacó el texto, sin ocultar su origen y citándolo incluso, y lo vació didácticamente en el artículo «La Belle Nature», recogido en el volumen XI de la Encyclopédie (1765).
Esa «naturaleza embellecida», siguiendo una estrategia metodológica aceptada en la época, es presentada como modelo que imitar, distinto claramente al modelo de la naturaleza empírica que nos rodea. Al igual que en la obra citada de Ch. Batteux, la imitación supondrá para Jaucourt una intervención agudamente idealizadora y selectiva, que prepara el tránsito hacia el papel del genio, pero manteniendo la exigencia clásica del siglo XVII de que el auténtico arte suponga el perfeccionamiento progresivo de la naturaleza, nunca su copia literal y servil, pues no se busca la verdad, sino que más bien se apunta a la verosimilitud, a la idealidad.
Las artes no son más que imitaciones, semejanzas que no son en absoluto la naturaleza, aunque parezcan serlo; así la materia de las bellas artes no es lo verdadero, sino lo verosímil (Batteux i, 2).