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El elemento más original del Helenismo fue la poesía bucólica, o pastoril, como ya percibieron los antiguos, que la cultivaron hasta bien entrados los tiempos de las diversas literaturas europeas. Tal vez el elemento más original y específico del Helenismo sea la poesía bucólica, o pastoril, como ya debieron de percibir los antiguos, que la valoraron y adoptaron hasta bien entrados los tiempos de las diversas literaturas europeas. El creador de este subgénero fue el siracusano Teócrito, y los poetas Mosco y Bión también lo cultivaron con excelencia. La poesía bucólica crea un contexto ideal tanto en lo geográfico como en lo psicológico, la Arcadia amena que ha elaborado el tópico de este tipo de poesía. En este proceso idealizador, Grecia recorrió las primeras etapas, puesto que en los tres grandes poetas bucólicos abundan las diferencias; en esta progresión continuará la tradición posterior latina y occidental, cada una con elementos propios (piénsese en las Bucólicas virgilianas y su componente político). Al parecer, Teócrito convirtió en poesía varia viejas canciones populares de pastores; sus sucesores practicaron una modalidad mucho más elaborada y culta. Ahora bien, Teócrito y sus seguidores no se limitan a escribir poesía bucólica, sino que cultivan también poemas épicos breves (epilia), poesías amorosas, piezas mitológicas, epigramas, etc. Todo ello, sin embargo, tiende hacia la tonalidad de la producción pastoril.
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BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 95
Asesor para la sección griega: CARLOS GARCÍA GUAL .
Según las normas de la B. C. G., la traducciones de este volumen han sido revisadas por MARTÍN SÁNCHEZ RUIPÉREZ .
© EDITORIAL GREDOS, S. A.
Sánchez Pacheco, 81, Madrid. España, 1986.
REF. GEBO210
ISBN 9788424931087.
Se ha dicho que Teócrito murió, probablemente, entre personas que no se ocuparon de conservar su recuerdo1 . Lo que hace verosímil esta suposición es no sólo la escasez de datos que nos ha legado la Antigüedad sobre la vida del poeta siracusano, sino, sobre todo, el hecho de que las noticias existentes no constituyen una tradición segura y fidedigna, vacilan, se oponen unas a otras y dejan ver, en definitiva, que, en última instancia, están casi todas basadas en conjeturas formadas sobre los propios versos de Teócrito. Estas noticias se reducen a unas cuantas líneas en la Suda , una muy breve biografía, llamada «Linaje de Teócrito» (ocupa media página en la edición de los escolios hecha por Wendel), algunas indicaciones ocasionales de los escoliastas y un epigrama de cuatro líneas conservado en la Antología Palatina .
Veamos, pues, primero, qué dice la tradición antigua y qué hay de aprovechable en ella, para pasar después al examen interno de la obra de nuestro poeta.
1. Suda , s. v. Theókritos . Habla del sofista Teócrito de Quíos y prosigue: «Hay también un segundo Teócrito, hijo de Praxágoras y Filina, otros dicen que de Símico. Era siracusano; según otros, de Cos, pero se instaló en Siracusa. Éste es el autor de los poemas llamados Bucólicos , en dialecto dórico. Algunos le atribuyen, además, los siguientes: Las hijas de Preto, Esperanzas , himnos, Heroínas , cantos de duelo, poesía lírica, elegías y poemas yámbicos, epigramas. Téngase en cuenta que ha habido tres poetas bucólicos, este Teócrito, Mosco Siciliano y Bión de Esmirna, el cual procedía de algún lugarejo llamado Flosa.»
2. «Linaje de Teócrito» (C. Wendel, Schol. in Theocritum , Leipzig, 1914, pág. 1): a) «Teócrito, el poeta bucólico, era nativo de Siracusa. Su padre se llamaba Símico2 , según dice él mismo [idil. VII 21]: ‘Adónde vas, Simíquidas, con ese paso a mediodía?’ Algunos, empero, suponen que Simíquidas es un apodo (parece, en efecto, que era chato3 ) y que su padre fue Praxágoras y su madre Filina. Asistió a las lecciones de Filitas y de Asclepíades, a quienes menciona [idil. VII 40]. Floreció en la época de Ptolemeo 〈Filadelfo, hijo de Ptolemeo〉 Lago4 . Como estaba bien dotado para la poesía bucólica, se hizo muy famoso. Según algunos, se llamaba Mosco, y Teócrito era un sobrenombre.» b) «Ha de tenerse presente que Teócrito fue contemporáneo de Arato, de Calímaco y de Nicandro. Fue de la época de Ptolemeo Filadelfo.»
3. a) Escolio sobre el argumento del idilio IV: «Según hemos explicado, Teócrito floreció en la Olimpíada 124 [= 284-281 a. C.].» b) Escolio sobre el argumento de La Siringa: «Teócrito, siracusano de nacimiento, floreció en la época de Ptolemeo Filadelfo.»
4. a) Escolio sobre el argumento del idilio VII: «La acción transcurre en Cos. Teócrito, efectivamente, con ocasión de una estancia en la isla, camino de Alejandría y de la corte de Ptolemeo, trabó amistad con Frasidamo y Antígenes, hijos de Licopeo.» b) Escolio sobre el argumento del idilio XV: «Teócrito escribe en Alejandría, agradecido a la reina.»
5. Escolio sobre el argumento del idilio XI: «Teócrito se refiere al médico Nicias, nativo de Mileto, que fue condiscípulo de otro médico, de Erasístrato.»
6. Antología Palatina IX 434 (= epigrama 27 Gow):
«Otro fue el de Quíos5 , quien escribió esto soy yo, Teócrito,
uno de los muchos siracusanos,
hijo de Praxágoras y de la ilustre Filina.
Musa ajena no he tomado ninguna.»
7. Escolio al Ibis atribuido a Ovidio, v. 51: «El poeta siracusano aludido es Teócrito, quien, por haber atacado de palabra al hijo del tirano Hierón, fue preso por orden de éste como si fuera a ser llevado al suplicio. Preguntósele entonces si se retractaba de sus insultos, pero él comenzó a insultar también al propio soberano con mayor acritud; irritado por ello, ordenó éste que se ejecutara realmente al poeta. Una tradición dice que murió estrangulado, otra asegura que le cortaron la cabeza.»
Para juzgar correctamente el valor de estos testimonios antiguos, hay que partir de la doble tradición recogida por ellos de la filiación del poeta. Una afirma que nació en siracusa y que sus padres fueron Praxágoras y Filina; la otra lo hace nativo de Cos e hijo de Símico. Es claro que la primera es la verdadera: el mismo Teócrito da a entender que era siracusano en dos pasajes de sus poemas (idils. XI 7 y XXVIII 16-18), y no se ve razón alguna para que Praxágoras y Filina sean nombres inventados. Al contrario, se comprende muy bien que la identificación de Teócrito con Simíquidas, personaje que habla en primera persona en el idilio VII, haya conducido a suponer que el poeta había nacido en Cos, la isla donde se sitúa la acción del poema, y a considerar a simíquidas como un sobrenombre basado en un patronímico (= «hijo de Símico»). Los escolios contienen otras especulaciones basadas en esa misma identificación, por ejemplo, que Teócrito era chato ( en griego, lo cual explicaría como un apodo el nombre de Simíquidas6 ) y, quizás también, que fue discípulo de Filitas y de Asclepíades, puesto que menta a ambos en dicho idilio VII.
Resulta, pues, que el conjunto de noticias antiguas sobre nuestro poeta permite aislar una tradición segura muy reducida, que se refiere sólo a su patria y al nombre de sus padres, lo cual coincide exactamente con los únicos datos que proporciona el epigrama de la Antología Palatina , cuyo autor es, ciertamente, uno de los primeros editores de Teócrito, tal vez el gramático Teón, del s. I a. C. Paralela a esta línea de transmisión fidedigna corre otra falsa, que arranca de deducciones y combinaciones antiguas hechas sobre el texto teocríteo. Desde luego, podemos vacilar en atribuir a la primera algún dato más, así, la lista de obras que la Suda recoge como asignadas por algunos a Teócrito, en la cual puede haber algo de valor, o la estancia en Cos cuando el poeta iba camino de Egipto; pero la mayor parte de lo transmitido se denuncia como meras conjeturas de los comentaristas antiguos. Consideremos, por ejemplo, la noticia más concreta. El escolio sobre el argumento del idilio IV precisa que Teócrito «floreció» en la Olimpíada 124, esto es, entre el 284 y el 281 a. C. El dato, si fuera seguro, sería importante, puesto que, dada la costumbre de la cronografía antigua de fijar el punto culminante de un autor a los cuarenta años, implicaría que nuestro poeta había nacido un poco antes del 320 a. C. Ahora bien, como sabemos que Ptolemeo Filadelfo comenzó a reinar dentro de la mencionada Olimpíada y resulta evidente por los idilios XV y XVII que Teócrito fue contemporáneo de dicho monarca, la aseveración del escolio tiene todo el aspecto de no ser más que una mera simplificación cronológica, que ha combinado el pretendido «florecimiento» del poeta con el acontecimiento principal en la vida del rey. La circunstancia de que los otros escolios se limiten a decir que Teócrito «floreció» en época de Ptolemeo Filadelfo7 apoya, desde luego, esta conclusión. Otro caso, todavía más claro, de afirmación sin fundamento es la recogida en los escolios al Ibis de Ovidio sobre la muerte de Teócrito por orden de Hierón II de Siracusa. La noticia, totalmente aislada, tiene poca autoridad manuscrita8 y parece confundir un relato sobre Hierón I y Filóxeno de Citera9 .
En resumen, pues, del análisis de la tradición antigua resulta que los escoliastas y comentaristas no han tenido acceso más que a una breve noticia auténtica sobre la vida de Teócrito. Esa noticia se limitaba a consignar lugar de nacimiento, nombre de los padres y tal vez algún título de su obra literaria; si incluía también algún dato sobre sus viajes, era, sin duda, muy escueto: que estuvo en Alejandría tras haberse detenido en Cos. Esta concisión hace suponer que dicha noticia procede, en última instancia, de alguna crónica destinada a recoger fechas, nombres y acontecimientos importantes de una época10 . Todo lo demás procede de las deducciones que los comentaristas antiguos, no contentos con indicaciones tan escasas, procuraron extraer de la obra teocritea. Veamos, pues, qué podemos sacar nosotros de esto para añadirlo a lo poco que ya sabemos.
Los acontecimientos históricos y los avatares políticos contemporáneos se reflejan a menudo en la obra de los poetas arcaicos y clásicos, que muchas veces se sienten inspirados por ellos. Los helenísticos, en cambio, rehúyen esos temas y hacen una poesía más calculada, que transforma los modelos antiguos con una sutileza consciente, pensada para un público culto, capaz de apreciar el arte y los conocimientos del autor. Mencionan a veces, desde luego, a sus amigos y a sus rivales, pero la abstracción que, generalmente, hacen de las vicisitudes de su época dificulta muy considerablemente la fijación de una cronología, tanto absoluta como relativa. Como todos los poetas, sin embargo, también ellos sentían la necesidad de alcanzar una posición que les permitiera dedicarse con desahogo a la literatura, y es, precisamente, la relación con los grandes señores capaces de desempeñar satisfactoriamente el mecenazgo lo que nos permite establecer algunas fechas seguras en las vidas de estos poetas.
Teócrito es un buen ejemplo de ello, porque toda la reconstrucción cronológica de su carrera se asienta en dos idilios dedicados a dos altos personajes: el XVI, donde se solicita el favor de Hierón de Siracusa, y el XVII, que es un elogio de Ptolemeo Filadelfo. Combinando lo que ellos nos enseñan con otros indicios contenidos en la obra del poeta siracusano, podemos intentar precisar algunas etapas de su biografía.
La esposa y hermana de Ptolemeo, mencionada en XVII 128 ss., sólo puede ser Arsínoe II, cuyo matrimonio con el monarca egipcio duró desde el 276, o unos meses antes, hasta el 270 a. C. El poema de Teócrito se sitúa, pues, entre estos dos límites; pero podemos precisar más estudiando su relación con el destinado a Hierón de Siracusa. Éste es una composición curiosa, que alaba al personaje no por las hazañas realizadas y los logros obtenidos, sino por las futuras proezas que habrá de conseguir, según vaticina el poeta, en lucha con los cartagineses. Teócrito combina estos elogios con quejas por el egoísmo de sus contemporáneos, que no saben apreciar la inmortalidad que otorga el poeta a quien celebra en sus versos. Es obvio que en aquella época estaba buscando un protector y que esperaba encontrarlo en Hierón, a quien, sin embargo, no da nunca el título de rey, en contraste con lo que hace en el encomio a Ptolemeo, donde sí subraya claramente la posición de éste como soberano egipcio. En conjunto estas circunstancias se explican bien suponiendo que el idilio XVI es anterior al XVII y que fue redactado muy poco después de haber sido elegido Hierón general en jefe el 275/274 a. C., cuando los griegos de Sicilia, desesperados tras la retirada de Pirro, buscaban la unión para hacer frente a la amenaza cartaginesa. El porvenir del caudillo prometía, sin duda, ser brillante, pero no se trataba de un rey, pues sabemos que Hierón tomó el título más tarde, casi con certeza el 269 a. C.
El idilio XVI es importante también desde otro punto de vista. Teócrito se presenta en él como un poeta experimentado, que sólo consiente en celebrar a quien lo solicita. ¿Implica esto que en aquellos días tenía ya gran fama y había compuesto una obra poética considerable? Creemos que no. En nuestra opinión, el idilio XVI es obra de un joven poeta que intenta atraer la atención del poderoso con un poema que lo halague. Nada mejor para ello que sugerir una comparación con el otro Hierón, el gran monarca de Siracusa en la primera mitad del s. v a. C., que había ontenido gloriosos triunfos militares, y, detalle especialmente atractivo, había sido generoso patrón de famosos poetas. Por esa razón, Teócrito se caracteriza a sí mismo como uno de los líricos de la época de aquel Hierón I, que iban a la corte de unos reyes y príncipes deseosos de acogerlos para ser inmortalizados en los poemas. Él sabía, desde luego, que el tiempo no pasa en vano y que un poeta helenístico no era ni podía ser un Simónides ni un Píndaro, así que mezcló en su poema las características del encomio con los rasgos específicos del canto mendicante popular. Esta combinación sugería ingeniosamente la comparación halagadora buscada, se atenía al gusto alejandrino por la mezcla de géneros y permitía al poeta mostrarse dueño de su arte y consciente de sus recursos en la siempre difícil situación de impetrar el favor de un gran hombre, al que elogia, sí, pero al que amenaza también de modo sutil, ya que si no accede a proteger al poeta, será olvidado y de nada le valdrá, después de muerto, la gloria que hubiera tenido en vida, según se desprende claramente del poema. Vale la pena notar que la amenaza, velada o no, es un ingrediente habitual de los cantos populares de pedigüeño.
Qué fue lo que el poeta obtuvo de Hierón con su poema, no lo sabemos; pero, en cualquier caso, Siracusa dejó de tener atractivos para él, porque el idilio XVII, como ya hemos indicado, nos lo presenta en relación con Egipto y con Ptolemeo Filadelfo. El tono del poema muestra que Teócrito había obtenido entonces el favor del monarca, y sugiere que se hallaba en Alejandría cuando lo escribió. Como hubo de ser compuesto antes de la muerte de la reina Arsínoe II, según hemos visto, ha de datarse, en consecuencia, entre esa fecha y la redacción del idilio XVI, esto es, entre el 270, lo más tarde, y el 274, lo más temprano, lo cual armoniza bien con la lista de posesiones que los versos 86 ss. atribuyen a Ptolemeo y con el detalle de que éste tuviera aún rubios sus cabellos (v. 103), pues en ese período el monarca estaba entre los treinta y los cuarenta años.
Dentro de los mismos límites cronológicos hay que situar también el idilio XV, el mimo dedicado a las siracusanas en la fiesta alejandrina de Adonis, puesto que también en él se menciona como reina a Arsínoe II (vv. 24, 110 s.).
Los otros poemas carecen casi totalmente de indicios que permitan atribuirles una fecha determinada. Todo hace suponer que Teócrito dejó su patria siciliana y se trasladó a Alejandría, pero no sabemos cuánto tiempo permaneció allí ni cuánto duró el mecenazgo de Ptolemeo Filadelfo. Podemos, en todo caso, asignar a esta época el idilio XIV, que contiene, al final, un breve elogio del soberano egipcio y una invitación a alistarse en su ejército. Como el poeta describe el carácter campechano del rey en términos llanos y familiares, es natural pensar que, si no estaba entonces en la corte, al menos sí contaba con la amigable confianza del monarca. La alusión al reclutamiento de tropas mercenarias, además, encaja bien en las circunstancias de la guerra siria de 274-271 a. C., con lo cual tendríamos una fecha de composición muy cercana a los idilios XV y XVII. En éstos se alude a la deificación de Berenice, madre de Arsínoe y Filadelfo, como un acontecimiento reciente, de forma que también el poema dedicado a Berenice, del cual conservamos un fragmento, puede pertenecer a esa misma época, si, como parece, se refiere a aquella misma reina. En otros poemas se ha creído encontrar también indicios de que Teócrito escribía para la corte ptolemaica. Así el idilio XXIV, Heracles niño , y, si fuera auténtico, el XXV, Heracles matador del león , habrían sido compuestos en tal ambiente, porque los Ptolemeos, como la casa real de Macedonia, remontaban su ascendencia al propio Heracles; Las Bacantes aludirían, en sus enigmáticos versos 27 ss., al asesinato de algún niño por parte del mismo Ptolemeo o de algún destacado personaje de su reino.
Pero más que discutir posibilidades basadas en conjeturas, interesa subrayar que, en todo lo que tenemos de Teócrito, hay muy poco que lo relacione con Sicilia o el Sur de Italia, y mucho que lo liga al Este. Aparte del poema dirigido a Hierón, sólo el idilio XI y el epigrama XVIII se refieren a la isla natal; los idilios IV y V están ambientados en el Sur de Italia, pero en el primero de ellos se menciona una compositora y un músico que pertenecen al mundo griego oriental y debían estar de moda en Alejandría. El tema de la canción de Dafnis y Dametas, en el idilio VI, es también el de Polifemo y Galatea, pero nada sugiere ya el paisaje siciliano, y el poema está dirigido a un amigo que el poeta conoció seguramente en el Este, Arato, de quien habla también en el idilio que expresamente se ambienta en Cos, el VII. En esta composición poética, muy bella y elaborada, habla en primera persona un joven poeta, Simíquidas, que con toda probabilidad representa al mismo Teócrito11 ; por eso, cuando dice (vv. 91-93) «muchas cosas a mí también me enseñaron las Ninfas cuando apacentaba en los montes la vacada, hermosas melodías, que la fama ha llevado, seguro, hasta el trono de Zeus», sospechamos que está aludiendo al favor que ya le dispensaba Ptolemeo Filadelfo. Cabe, entonces, suponer que tras dejar Sicilia, Teócrito se trasladó a Cos; que trabó amistad allí con poetas y hombres de letras, y que en aquel ambiente compuso sus poemas bucólicos, los cuales llegaron a conocimiento del monarca egipcio, le gustaron y lo decidieron a invitar a su corte al joven poeta. La cronología quedaría entonces así: 275/4, idilio XVI, Teócrito está aún, probablemente, en Sicilia o en el sur de Italia y busca la protección de Hierón; entre el 274 y el 270 viaja, primero, a Cos, donde compone los poemas bucólicos, y va, luego, a Alejandría, donde escribe los idilios XV y XVII, en el primero de los cuales, las siracusanas, compatriotas del poeta, están significativamente asentadas en la capital egipcia.
Si esto fue realmente así o no, es imposible saberlo con certeza. Nada impide, por ejemplo, que todos o algunos de los poemas bucólicos hayan sido escritos en Alejandría, cuando el poeta, dentro de la gran ciudad, sentía la nostalgia del campo y del paisaje; es probable que Teócrito no permaneciera mucho tiempo en la urbe y volviese pronto a Cos, donde habría escrito, tras la aventura egipcia, la mayor parte de su producción literaria. En cualquier caso, parece seguro que su vida se movió en esos tres escenarios: Sicilia y, quizás, Sur de Italia, Cos y Alejandría. Es probable, desde luego, que viajara por otras partes y que alternara su estancia en la capital de Ptolemeo con desplazamientos a la isla amiga y a sus alrededores; eso no pueden decírnoslo sus poemas; pero sí indican, en cambio, como ya hemos dicho, una notable familiaridad del poeta con el mundo del Este desde muy pronto. Parece, incluso, que Teócrito estuvo en Cos estudiando medicina y botánica antes de escribir el idilio XVI y de pensar en obtener el mecenazgo de Hierón, no sólo porque así se explica bien su relación con el médico milesio Nicias, a quien dedica varios poemas, entre ellos el idilio XI, de ambiente siciliano, sino también porque en la obra teocrítea se observan curiosas reminiscencias del lenguaje técnico de la medicina12 y unos sorprendentes conocimientos botánicos, que él utiliza constantemente para ambientar sus composiciones poéticas, pero con la singularidad de que las plantas y árboles que describe son los de Grecia, no los de Sicilia e Italia13 .
El mundo griego del Este inspiró también los idilios que, con cierta probabilidad, podemos asignar a la madurez del poeta. Cuando Delfis presume, en el II, de haber adelantado en la carrera «al seductor Filino» (v. 115), debe de referirse a un conocido atleta de Cos, que obtuvo la victoria en la carrera olímpica del stádion en 264 y 260 a. C., según consta en la Crónica de Eusebio (1208 Schoene). El triunfo en una prueba de velocidad como ésa indica que el atleta se hallaba entonces en plena juventud, lo cual coincide con el epíteto que Teócrito le aplica, de forma que, aun cuando puede deducirse de Pausanias, VI 17, 2, que la carrera deportiva de este Filino fue larga, tiene cierto fundamento la opinión de que el idilio II debe fecharse en torno a aquellos años y situarse en Cos (nótese que el mismo Delfis es nativo de Mindo [vv. 29 y 96], ciudad situada en la costa caria frente a dicha isla). En XXX 13 dice el poeta que blanquean ya sus sienes, por lo que también para esta composición puede admitirse una fecha relativamente tardía. En ella Teócrito no utiliza el dorio ni trata temas del mundo pastoril o del mimo; emplea los metros y la lengua de Safo y Alceo, como en los dos idilios anteriores y en el siguiente, más lejos que nunca de la inspiración siciliana.
Consideremos el contenido de los poemas que la tradición atribuye a Teócrito: poemas bucólicos, himnos, epopeyas en miniatura, composiciones eróticas, mimos, un technopaígnion , epigramas... Notable variedad temática desarrollada en menos de tres mil versos, que se reducen en algunos centenares si prescindimos de las piezas apócrifas, pero que no perderían por ello la pluralidad apuntada. Dentro de muchos poemas hay, además, una mezcla de géneros que es típicamente helenística, como ocurre, por ejemplo, en el idilio XVI, donde, como ya se ha indicado, se combinan hábilmente las características habituales del encomio con elementos procedentes de la lírica coral y del canto popular de mendicantes.
En la antigua poesía griega había una relación entre forma y contenido, de tal modo que el autor que escribía en un determinado género literario tenía en buena medida impuestos por la tradición la lengua y el metro que debía emplear. Así, quien componía una epopeya o un poema didáctico había de utilizar hexámetros y un jonio homerizante; la tragedia se servía de yambos y troqueos en los diálogos, cuya lengua era ática, y de metros líricos en los coros, donde era preciso utilizar dialecto dórico, aunque se tratara, en realidad, de una lengua literaria, no hablada en ninguna parte. En época de Teócrito la libertad era mayor, y, de la misma forma que el poeta podía mezclar temas que hasta entonces habían sido tratados por separado, podía también, si quería, trastrocar la forma. Él, en concreto, eligió para sus idilios el hexámetro y utilizó esa estructura métrica independientemente del asunto que tratara, pero no se sirvió siempre de la lengua que habitualmente iba ligada a ella, sino que empleó también el dórico, sobre todo en los poemas rústicos, esto es, en los que con más propiedad pueden llamarse bucólicos. En cambio, en los poemas escritos en dialecto eólico, a imitación de Safo y Alceo, adoptó formas métricas propias también de la lírica monódica de estos poetas. Conviene, pues, considerar por separado, de un lado, la lengua y el metro, de otro, el contenido, puesto que la relación entre ellos no es uniforme.
Los idilios I-XXVII emplean como forma métrica el hexámetro, que el autor adapta a sus propósitos sin miramientos. Así, en XXII 56 ss., introduce un diálogo en versos alternos, procedimiento común cuando se trata de caracterizar una conversación agitada en los yambos del teatro, pero desconocido en la épica; en XXVI 18 s., corta repentinamente la narración con un semi-diálogo simétrico, conforme a una técnica que se encuentra en nuestros romances de ciego; I y II recurren al estribillo para imitar el canto de un pastor y los conjuros mágicos de una enamorada despechada; varias veces el hexámetro termina en un refrán, que llena de resonancia popular al verso épico (IV 41, V 38, X 11, XI 75, XIV 43 y 70, XV 24, 26, 62 y 95, XVI 18 y 20, XXVI 38); X 42 ss. adapta las coplas de un canto de segadores. En cambio, en VIII 33 ss., el canto correlativo de Dafnis y Menalcas está compuesto, sin ningún motivo especial que lo justifique, en dísticos de hexámetro y pentámetro.
Teócrito ensayaba, sin duda, diversas posibilidades expresivas, y de hecho, las peculiaridades que hemos mencionado están en relación muy estrecha con el estilo del poeta, que muy difícilmente puede apreciarse en una traducción. Por eso, hemos procurado recoger expresamente en las notas los rasgos que nos han parecido más relevantes, como la utilización del «priamel» o la caracterización del paisaje, aparte de los ya indicados.
En cuanto a la versificación en sí, es bien sabido que, en términos generales, el hexámetro helenístico se diferencia del anterior por una normativa más rigurosa y por la tendencia a restringir los esquemas posibles de realización; si bien hay diferencias notables entre los poetas, y, por ejemplo, Arato mantiene una postura francamente tradicional, mientras que Calímaco y otros respetan escrupulosamente las restricciones modernistas. Los análisis que se han hecho de los hexámetros de Teócrito apuntan a que él versifica con relativa independencia, sobre todo en los idilios bucólicos y, en ciertos aspectos, también en los mimos, mientras que en los poemas de carácter épico se acerca más a las prácticas de Calímaco y su escuela.
Cuando deja el hexámetro en los idilios XXVIII-XXXI, la razón es obvia: imita a los poetas lesbios, y la lírica lesbia tiene una estructura métrica peculiar, con número fijo de sílabas y no admisión de substituciones basadas en la equiparación de una larga con dos breves. Teócrito adopta allí metros eólicos, el gran asclepiadeo y el verso de catorce sílabas de Safo y Alceo, poetas cuyo dialecto imita también. Nos encontramos, pues, en esos poemas, con una adaptación literaria que sólo en parte podemos apreciar, puesto que hemos perdido mucho de la producción literaria lesbia utilizada como modelo. Hay que tener en cuenta, además, las alteraciones que la transmisión haya podido introducir, especialmente importantes, sin duda, en la lengua. Consideremos brevemente este último aspecto.
Teócrito emplea, como acabamos de decir, el dialecto lesbio en XXVIII-XXXI, porque estos poemas se inspiran en Safo y Alceo. Parte de los demás idilios, escritos en hexámetros, utiliza el jonio propio de la épica, pero otros (los bucólicos y el XIV, XV, XVIII y XXVI) están redactados en dórico; un tercer grupo presenta en los manuscritos una mezcla muy variable de jonio y dórico (XIII, XVI, XVII, XXIV), aparte queda el problema de los poemas falsos que imitan el dórico teocríteo. Es razonable relacionar el dórico de los poemas auténticos con la patria del poeta, puesto que él procedía de Siracusa y en esa gran ciudad siciliana se hablaba una forma dialectal dórica, que tenía una sólida tradición literaria, pero otra variedad del mismo dialecto estaba vigente en Cos, isla que, como hemos ya visto, debió de representar mucho en la vida de Teócrito. Si se quiere juzgar la lengua del poeta, es preciso tener muy presente estas modalidades dialectales, de una parte; de otra, los efectos estilísticos que el autor busca para caracterizar a sus personajes y para evocar, en sus lectores, reminiscencias literarias apropiadas. Es muy comprensible que, en esas condiciones, el texto transmitido esté plagado de errores y de inconsistencias, que arrancan ya de época muy antigua y que sólo en parte puede corregir el filólogo de hoy.
Característica común de todos los poemas teocríteos es su pequeña extensión. Ninguno llega a los trescientos versos y varios están por debajo de los cincuenta. En este aspecto, pues, Teócrito se sitúa en la línea innovadora que arranca de Filitas de Cos y suele sintetizarse en el famoso dicho de Calímaco: «un libro grande es un mal grande»14 . Cuando, en idil. VII 45-48, proclama Lícidas:
...que a mí me son grandemente odiosos
tanto el arquitecto que procura concluir una casa
que se iguale con la cima del monte Oromedonte,
como todas las aves de las Musas
que se afanan en vano con su canto de gallo
frente al cantor de Quíos,
tenemos la impresión de que está tomando partido, en términos programáticos, contra los poetas que intentan emular al gran Homero. La cuestión está íntimamente relacionada con la interpretación del idilio VII y con el problema de hasta qué punto los personajes son allí contemporáneos del poeta disfrazados. En cualquier caso, Lícidas es introducido en escena con una curiosa especificación (vv. 11 ss.): «topamos por gracia de las Musas con un caminante, hombre de Cidonia y de gran valía; llamábase Lícidas y era cabrero. Esto nadie hubiera dejado de advertirlo al contemplarlo, que sobre todo un cabrero parecía». Pregunta a Simíquidas, a quien todo indica que hay que identificar con Teócrito, a dónde va. Éste le contesta con notable deferencia, le cumplimenta como el mejor en el canto pastoril, aunque dice, él no se considera inferior, pues que todos le reconocen como excelente cantor. A continuación atenúa estas palabras presuntuosas, confesando que, en el fondo, no cree merecer aún su gran fama, ya que no puede competir con Sicélidas (conocido sobrenombre del poeta Aclepíades) ni con Filitas (otro gran poeta, contemporáneo también de Teócrito). El cabrero, que se muestra risueño y con cierta condescendencia, da entonces su cayado a Simíquidas como prenda de que reconoce su talento y proclama su inquina contra quienes pretenden rivalizar con Homero, en los versos a que nos hemos referido.
Sabemos que los alejandrinos gustaron de los sobrenombres, y nos consta no sólo el caso de Sicélidas-Asclepíades y de Simíquidas-Teócrito, sino también el de Calímaco, que adoptó el de Batíades, y el de Apolonio Rodio, si puede entenderse un escolio en el sentido de que se le motejaba de Ayántides (Wendel, Schol. in Theocritum , pág. 9). Hay otros muchos ejemplos bien conocidos en la literatura anterior y en la posterior, y, en el caso del cabrero Sicélidas del idilio VII, no han faltado las propuestas de identificación: Dosíadas, Leónidas de Tarento, Calímaco y Filitas figuran entre los candidatos, cuyas posibilidades en pro y en contra no es éste el momento de discutir. Conviene, en cambio, tener presente la relevancia del mencionado pasaje del idilio VII para comprender la poesía de Teócrito.
No hay duda de que su temperamento se inclinaba más a la posición literaria de la escuela de Calímaco, que a la de quienes estaban interesados en componer poemas largos, como Apolonio. Hoy sabemos que quienes escribían piezas cortas, de exquisita estructura formal y con un contenido lleno de evocaciones literarias muy conscientes, procurando siempre introducir novedades, fueron minoría dentro de la poesía helenística. Ellos son, sin embargo, quienes ejercieron una influencia más profunda a través de los poetas romanos contemporáneos de Catulo, y por eso tendemos a ver en ellos los genuinos representantes de su época, por más que un poema como el de Apolonio Rodio tenga también muchas cualidades típicamente helenísticas. La diferencia entre este autor y Teócrito se aprecia, sobre todo, si se estudia los idilios épicos, el Heracles niño y, especialmente, Hilas y Los Dioscuros , porque estos dos últimos tratan episodios que se encuentran también en la epopeya de Apolonio. Allí, son lances que se insertan en la saga de Jasón y del vellocino de oro; en Teócrito, son composiciones independientes, que reelaboran un motivo de la tradición mitológica conforme a nuevas concepciones literarias. En varios detalles la narración de ambos poetas diverge de tal forma que, sin duda, uno está corrigiendo conscientemente al otro, pero no sabemos con certeza quién a quién, porque no se ha conseguido establecer una cronología segura entre ambos, como tampoco ha podido lograrse entre ellos y Calímaco en muchos aspectos. Si algún venturoso hallazgo de un nuevo documento permite un día obtener seguridad en este punto, se habrán aclarado muchos de los numerosos problemas que hoy presenta la cronología literaria de la primera mitad del siglo III a. C.
Pero la fama de Teócrito no está basada fundamentalmente en sus epýllia . En su patria, Siracusa, había una tradición literaria que atendía a las costumbres populares e imitaba escenas de la vida cotidiana. Podemos estudiarla en lo que nos queda de los dramas de Epicarmo y de los mimos de Sofrón. En época helenística, el mimo, que tenía, junto a aquella tradición literaria siracusana, un aspecto también más popular de farsa y de improvisación, reaparece en el testimonio de varios papiros y en los poemitas de un contemporáneo de Teócrito, Herodas, que compone en coliambos. Los mimos de Teócrito, en cambio, escritos en hexámetros dactílicos, tienen un nivel literario mucho más alto y entroncan con la línea de Epicarmo y de Sofrón. Tres de los mejores idilios pueden encuadrarse en este género: el XIV, donde se advierten también elementos propios de la Comedia Nueva, y, especialmente, el II, obra maestra, sin duda alguna, y el XV, que describe a las burguesas siracusanas durante la fiesta de Adonis en Alejandría. La primera parte de este último idilio, con los pequeños accidentes en casa de Praxínoa y los avatares de ella y de su amiga en las calles atestadas de gente, camino del palacio, nos interesan mucho más que la exquisita aria entonada por una cantante profesional en la segunda parte del poema.
La capacidad de observación y el gusto por la escena apacible y el momento entrañable se encuentran a lo largo de la obra de Teócrito. Ya hemos indicado que una de sus primeras composiciones, el idilio XVI, dedicado a Hierón de Siracusa, combina el canto del mendigo con el encomio. Allí, para describir la paz que seguirá a la victoria sobre los cartagineses, el poeta recurre a un delicioso esbozo pastoril (vv. 92 ss.): el caminante desocupado que vaga por la campiña advertirá que cae la tarde al oír los mugidos de la vacada que vuelve a los establos.
«Bucólico» e «idílico» son palabras que, desde hace mucho tiempo, evocan dulce sosiego en ameno paisaje, lejos del mundanal ruido. Esto es así porque tienen detrás una larga tradición literaria que habla de pastores-poetas en una Arcadia feliz. Esta tradición arranca, precisamente, de Teócrito, y es, indudablemente, la que ha hecho de él el escritor más influyente de toda la literatura helenística. Pero Teócrito, naturalmente, no había oído nunca hablar de todo esto; en su época el poema pastoril no existía, hasta que él lo creó. Si queremos preguntarnos cómo y por qué, debemos tener presente que un cosa es estudiar los presupuestos de los poemas bucólicos de Teócrito, y otra, averiguar por qué cantan y hacen coplas los pastores reales.
Esta evidente distinción no siempre se ha tenido en cuenta. Ya los comentarios antiguos incluyen un apartado dedicado a la invención del canto bucólico, cuyo origen habría que buscar en cantos rituales en honor de la diosa Ártemis. Ejemplo claro de una concepción ingenua del folklore, que se manifiesta también en otros intentos de fijar un lugar de nacimiento y un descubridor a esa manifestación popular tan general que es el canto de los pastores, sea Sicilia y el mítico boyero Dafnis, sea Israel y uno de los profetas o patriarcas del Antiguo Testamento, o tal vez Salomón con su Cantar de los cantares , como se creía en la Europa de la Ilustración. Que Teócrito conocía y, en algunos aspectos, imitaba las sencillas cantilenas con que se entretienen los guardianes del ganado, parece muy verosímil. Al fin y al cabo, no hacía más que observar uno de los aspectos humildes de la vida cotidiana que han inspirado los mimos a los que nos hemos referido; pero, como éstos, sus poemas pastoriles son, ante todo, una obra de arte, productos cuidadosos de una gran personalidad literaria, donde el ideal de selección propio de la poesía helenística se manifiesta, incluso, en la ausencia total de porquerizos y en la jerarquización de los otros pastores en vaqueros, ovejeros y cabreros, observable en varios pasajes. Teócrito acepta con gusto recursos populares, como el estribillo o la estructura en forma de coplas alternantes, así consigue el ambiente que desea, mas fundiéndolos siempre de modo admirable en un conjunto bien equilibrado.
Aun cuando dentro de los idilios bucólicos hay claras diferencias (el I y el VII tienen una calidad literaria superior a la de los otros; el V es más «realista» que los demás; el XI presenta varios descuidos métricos; el X no es, propiamente, pastoril, puesto que sus protagonistas son segadores, etc.), no puede negarse que hay muchas afinidades entre ellos; las suficientes, en cualquier caso, para hacer verosímil que fueran escritos en un corto lapso de tiempo. Quizás en Cos, cuando el poeta acababa de dejar Sicilia, lo cual explicaría bien tanto la ambientación italiana de alguno de ellos, como el uso del dialecto dórico, sin que puedan excluirse otras posibilidades, como ya hemos dicho. Si esto fue así, es notable que Teócrito no volviera a insistir en esta clase de poesía y que, en los años siguientes, compusiera idilios de otro género. Ello indicaría claramente que, para él, los poemas pastoriles fueron sólo una etapa en su carrera literaria. Para la posteridad, en cambio, fueron lo decisivo, hasta el punto de que ellos concentraron toda la atención y dieron pronto nombre a la obra entera del poeta, que pasó a ser conocida como tà boukoliká «los poemas bucólicos», aunque los dos tercios de ella no tenga carácter pastoril, y lo mismo ocurrió con Mosco, Bión y los otros imitadores.
Este éxito de lo bucólico hay que buscarlo en los condicionamientos de la época helenística. Según una tradición muy antigua, el poeta recibía vocación de tal en algún lugar apartado de la montaña, en plena naturaleza libre, como don de las Musas, según nos enseña Hesíodo; pero, después, ejercía su capacidad en el marco de la comunidad ciudadana en que le había tocado vivir, donde ejercía una importante función educadora. Después de Alejandro, al desaparecer la antigua ciudad-Estado y, junto con ella, el ideal de la participación política directa de los ciudadanos, hubo un importante cambio en la mentalidad griega, que se refleja en todos los aspectos. Surgió el gusto entre el público por una literatura de evasión, que motivará la aparición de un nuevo género literario, la novela; en los autores trajo consigo la tendencia a aislarse en círculos literarios afines que supieran apreciar la erudición, el ingenio y las delicadas alusiones entretejidas en cada obra. Teócrito descubrió esa «torre de marfil» que se echaba en falta, el «gabinete verde» que iban a ocupar los poetas cansados de la vulgaridad diaria. En él, el mundo de los pastores está todavía a medio camino entre lo real y lo imaginario, pero pronto se convirtió en feliz utopía. La Arcadia de Virgilio no es ya la agreste región del Peloponeso, es un paisaje espiritual, que está en los poetas y no se halla en ninguna parte. Cuando el autor del Canto fúnebre por Bión caracteriza a su personaje diciendo (vv. 80 s.) «cantaba a Pan, era pastor-poeta», entendemos muy bien lo que quiere decir.
Una edición de los bucólicos griegos contiene textos muy diversos. No sólo colecciona poemas que pertenecen a distintos géneros literarios y reúne bajo los nombres de Teócrito, Bión y Mosco composiciones anónimas, sino que junto con los idilios recoge epigramas, piezas que imitan el contorno de alguna figura mediante la artificiosa disposición de los versos (los llamados technopaígnia o «Poemasfigura») y fragmentos de autenticidad más o menos segura que provienen de las citas de autores antiguos, como Ateneo y Estobeo. Este carácter heterogéneo de los bucólicos se refleja en la tradición de los textos. Existe, por una parte, una transmisión de conjunto; por otra, una transmisión de los epigramas atribuidos a Teócrito y a Mosco, encuadrada en la general de la Antología Griega; además, las mencionadas citas de autores antiguos tienen, claro está, su tradición específica. Aquí bosquejaremos sólo las grandes líneas de la transmisión textual del Corpus bucolicum , y más adelante, a propósito de los «Poemas-figura» y de los fragmentos, indicaremos algo de las otras.
Teócrito fue un autor leído y comentado con interés por griegos, romanos y bizantinos. Sus poemas atraían por sí mismos, por su calidad literaria y, sobre todo, por los temas campestres y pastoriles, que obtuvieron gran éxito y fueron muy imitados; pero también fueron examinados y manipulados por eruditos que discutían la curiosa mixtura dialectal que en ellos se encuentra. Prueba de ello son los muchos manuscritos que han llegado hasta nosotros con el texto de Teócrito. Sobrepasan ampliamente el centenar y medio, puesto que hay registrados unos ciento ochenta, datables entre los siglos XIII y XVI , muchos provistos de glosas y escolios, parte de los cuales se remonta a época greco-romana, como veremos.
La relación entre estos manuscritos es muy compleja, porque, con frecuencia, el posesor de uno copia de otros para completar y corregir el texto, de forma que muchos ejemplares tienen carácter mixto y ecléctico, lo cual dificulta considerablemente su clasificación. En conjunto, pues, la tradición de Teócrito, y también la del resto de los bucólicos, es lo que técnicamente se llama una transmisión abierta. En ella se advierte muy bien el esfuerzo por sanar y entender el texto de los eruditos bizantinos de la época de los Paleólogos, Planudes, Moscópulo y Triclinio, aunque sus notas y correcciones tienen escaso valor para nosotros.
Parte de las faltas que se hallan en los manuscritos proceden de las manipulaciones de gramáticos y filólogos medievales, muchas más son debidas a errores de los copistas, pero cuando todos ellos coinciden en una lectura francamente inaceptable, es eseñal de que esa equivocación se encontraba ya en el antepasado de toda la tradición manuscrita. Como tal circunstancia se da varias veces, hemos de admitir que la tradición se remonta a un solo manuscrito, al que el análisis filológico de nuestros códices permite atribuir carácter complejo, en el sentido de que contenía muchas variantes y estaba provisto de nutrido comentario para una parte de los poemas. Tenemos también indicios ciertos de que se hallaba escrito con mayúsculas, por lo cual debemos situarlo en la primera etapa bizantina, entre los siglos VI -IX d. C. Tenemos una idea bastante precisa de su contenido gracias al hallazgo de un importante códice de papiro, que puede fecharse en torno al 500 d. C., el llamado Papiro de Antínoe . En sus dieciséis hojas con tiene los idilios II, XIV, XV, XVIII, XXVI enteros y parte de I, V, X, XII, XIII, XVII, XXII, XXIV, XXVIII, XXIX, XXX y XXXI. El texto del papiro está relativamente cerca del que debía de figurar en el antepasado de la tradición medieval: presenta variantes de lectura, como, sin duda, ofrecía aquél, y está provisto también de comentario, aunque aquí se trata de notas de poco valor en comparación con los ricos y abundantes escolios preservados en los manuscritos. En general, demuestra que la transmisión del texto de Teócrito merece poca confianza, menos, probablemente, de la que se creía, pues no sólo confirma contra ella conjeturas aventuradas hacía tiempo, sino que ofrece también nuevas lecturas en pasajes donde no se habrían sospechado. Si se examina, en cambio, sus errores, se advierte que algunos son compartidos también por los manuscritos medievales, sin que esa coincidencia sea atribuible a un mero azar. Hay que admitir, por consiguiente, un nuevo arquetipo común, del que proceden tanto el Papiro de Antínoe como el antepasado de la tradición medieval. Dicho arquetipo ha de situarse ya en época romana. El estado del texto, entonces, puede vislumbrarse gracias al testimonio de varios fragmentos de papiro datables entre los siglos I -IV d. C. La mayor parte de ellos es del s. II d. C. y ha sido publicada en 1983, en el número 50 de los Oxyrhinchus Papyri . No ha podido ser tenida en cuenta, pues, por ningún editor. Sobresalen los nuevos fragmentos que vienen a añadirse al Papiro de Oxirrinco 2064, que contiene restos de muchos idilios, pero el conjunto sigue estando tan estropeado y continúa siendo tan reducido, que las conclusiones obtenibles no pueden compararse con las que permite el Papiro de Antínoe , mucho más extenso; y bien puede decirse que esto es aún más cierto en lo que concierne a otros restos papiráceos.
Todos estos fragmentos de papiro que han llegado hasta nosotros con algunas letras y palabras del texto de Teócrito y comentarios que lo aclaraban demuestran el interés que el poeta despertaba en época romana, patente por lo demás en la imitación de Virgilio; pero es difícil precisar cuál fue la historia del texto en estas primeras etapas, sobre todo en la época que media entre su composición y el siglo I a. C. No sabemos, por ejemplo, si Teócrito llegó a publicar él mismo sus poemas. Que eran conocidos y leídos tras su muerte, lo demuestra la influencia que ejercieron sobre Mosco y sobre Bión; pero como ellos y su autor son raramente mencionados hasta la época de Virgilio, cabe suponer que no existió una edición hasta entonces. Ésta fue la tesis de Wilamowitz15 , quien atribuía al gramático Artemidoro, en el siglo I a. C., la primera edición del Corpus bucolicum , y a su hijo Teón el haber publicado por vez primera a Teócrito solo, acompañado de un comentario. No podemos entrar aquí en una discusión sobre este tema, muy debatido. Contentémonos, pues, con mencionar otras opiniones que atribuyen ya al mismo poeta la edición, al menos, de los poemas bucólicos. El grupo produce cierta impresión de homogeneidad y es fácil establecer algunas relaciones internas dentro de él. Por otra parte, se encuentra situado regularmente al comienzo del Corpus en la transmisión, lo cual indica que, efectivamente, se le reconocía cierta independencia. Cuál era el orden de poemas dentro del grupo y cuáles son auténticos y cuáles no, son cuestiones que distan de estar resueltas. G. Lawall16 , por ejemplo, admite que el orden tradicional I-VII es el correcto, y supone que Teócrito compuso estos idilios en Cos y los editó luego como obra independiente. La pieza que cerraba este conjunto, La fiesta de la cosecha , sería, en realidad, una composición alegórica, justificadora de todo el grupo, cuyos poemas, de ambiente rústico y lengua dórica, habrían cimentado la fama del poeta. Hipótesis interesante, pero también muy discutible, sobre todo porque se basa en una ordenación de los poemas que tiene muy poca autoridad en la transmisión del texto.
Últimamente, J. Irigoin17 ha defendido una tesis en parte parecida. Del análisis del número de versos de cada uno de los idilios bucólicos concluye que hay entre ellos una armonía numérica consciente, que demuestra la fidelidad de la transmisión tanto en el número de versos como en el de poemas; no tendrían, pues, razón los críticos modernos partidarios de modificar el número de versos de una forma u otra y de considerar falsos los idilios VIII y IX. Para Irigoin, en efecto, la colección bucólica de Teócrito comprende los poemas I y III-XI. Confiesa que es muy difícil determinar el orden en que el autor los concibió y publicó, pero, en cualquier caso, piensa, el III debía ser el prefacio, el IX el epílogo.
Combinaciones numéricas internas más o menos semejantes habían sido defendidas antes para Virgilio. Como ha ocurrido con ellas, también en el caso de Teócrito serán discutidas desde varios puntos de vista. Puesto que se han realizado ya algunos trabajos que las aceptan plenamente, nos limitaremos a decir que, aun cuando fueran correctas, no demostrarían la integridad del texto transmitido ni la autenticidad de los idilios dudosos. Cabría siempre, en efecto, suponer que no son obra de Teócrito mismo sino manipulaciones de un editor posterior, quien, falto de una tradición segura, habría buscado un criterio numérico, que le habría llevado a alterar el texto teocríteo y a aumentar el número de poemas, con el fin de adaptar el conjunto a su propia teoría.
Terminemos ya, sin embargo, con estas cuestiones indicando algo sobre manuscritos y papiros.
En el análisis de la transmisión manuscrita de los bucólicos se distinguen dos grupos. Los idilios I-XVIII, por una parte, y los demás, por otra. Dentro del primer grupo, pese a las contaminaciones constantes entre sus componentes, se distinguen tres familias:
1) La Ambrosiana , representada sólo por un manuscrito primario, K (= Ambrosianus 886).
2) La Laurentiana , así llamada porque entre sus representantes destaca por la calidad de sus escolios el manuscrito P (= Laurentianus XXXII 37).
3) La Vaticana , de la cual forman parte, entre otros, U (= Vaticanus Graecus 1825) E (= Vaticanus Graecus 42) y A (= Ambrosianus 390). Es una familia mixta, que procede de las otras dos.
Los poemas de este primer grupo tienen abundantes escolios y se hallan en muchos manuscritos, con excepción del XVIII, que no está en K. Los del segundo, en cambio, no tienen comentarios o los tienen reducidos, y se encuentran sólo en unos pocos códices (XXIX está, en este sentido, mejor representado que los otros); la contaminación se aprecia claramente sólo en el texto de los epigramas, donde ha influido la transmisión de la Antología Griega . XIX-XXIII y XXV se hallan en manuscritos que para el primer grupo forman parte de la familia Laurentiana; para los demás, los epigramas y los «Poemas-figura» el mejor manuscrito es D (= Parisinus Graecus 2726). Dos de las primeras ediciones impresas, la de Florencia en casa de P. Giunta, 1516, y la romana de Z. Gallierges, tienen importancia en el establecimiento del texto del Corpus , pues pudieron utilizar de forma indirecta un importante manuscrito después perdido, el llamado Codex Patavinus , que debía estar próximo a K, el más fiel representante de nuestra tradición medieval. La pérdida de ese manuscrito, cuya existencia ha sido discutida sin razón, nos ha privado, según todos los indicios, de un muy valioso ejemplar.
Los fragmentos de papiro y pergamino que contienen restos del texto de Teócrito van desde el s. I al VI /VII d. C. Como se ha dicho ya, su número se ha acrecentado recientemente de forma considerable, de tal modo que hoy disponemos de casi el doble de los testimonios utilizados por Gow (diez frente a dieciocho) y se han añadido nuevos fragmentos a los ya conocidos por él, aunque ninguno pueda compararse en importancia al famoso Papiro de Antínoe . La lista de los nuevos hallazgos puede verse en The Oxyrhynchus Papyri 50, 1983, pág. 100 (debe añadirse Forsch. u. Ber. d. Staatl. Mus. zu Berlin , 1968, pág. 126).
Las bibliotecas españolas guardan algunos manuscritos bucólicos, el más interesante de los cuales es el Salmantinus 295, porque contiene enmiendas del humanista Núñez de Guzmán, las cuales, según propuso A. Tovar, podrían estar basadas directa o indirectamente en el famoso Patavinus (véanse sus artículos en Emerita 13 [1945], 41-48, y Anales de Filología Clásica de la Universidad de Buenos Aires 4 [1949], 15-89). M. S. Ruipérez («El manuscrito de Teócrito del códice griego núm. 230 de la Biblioteca de la Universidad de Salamanca», Emerita 18 [1950], 70-88) y P. Pericay («El manuscrito barcelonés de Teócrito», Emerita 23 [1955], 165-181) han estudiado otros códices de valor secundario. Las conjeturas al texto teocríteo de un importante humanista español a finales del siglo XVII han sido editadas y comentadas por L. Gil en su artículo «Las Notae in Theocritum de Manuel Martí. Edición y estudio preliminar», Cuadernos de Filología Clásica 11 (1976), 19-52.
En cuanto al orden tradicional de los poemas, para I-XVIII es el de la Editio princeps , publicada en Milán hacia 1480; para XIX-XXIX, el de la edición de Stephanus de 1566. Debe considerarse como una convención, basada para el primer grupo en la circunstancia de que el editor de la princeps utilizara un manuscrito de la familia Vaticana , única en que se encuentra dicho orden, contradicho tanto por las otras dos como por los papiros.
La difícil cuestión de la autenticidad de los poemas se menciona, cuando ha lugar, en nota aparte para cada uno de ellos; para Mosco y Bión se discute brevemente en sus introducciones respectivas. En varios casos hemos de contentarnos con un prudente non liquet , como veremos.
Para nuestra traducción hemos tomado como base el texto de las ediciones de Gow, que hemos traducido íntegro, con la única excepción de los epigramas, puesto que éstos han sido admirablemente vertidos a nuestra lengua por M. Fernández-Galiano en el número siete de esta misma Biblioteca Clásica Gredos, págs. 197-206. Los casos en que nos hemos apartado de Gow y que suponen cambio claro de sentido son los siguientes:
La edición más autorizada de Teócrito sigue siendo la de A. S. F. Gow, Theocritus , vols. I-II, Cambridge, 1950 (la 2.a ed. revisada es de 1952), acompañada de traducción y comentario. Los Bucolici Graeci , Oxford, 1952, del mismo autor, incluyen también los «poemas-figura» y las piezas atribuidas a Mosco y a Bión. En el tomo I de la edición de Cambridge se da cumplida noticia de las ediciones anteriores, entre las que hay que destacar la de Ahrens, la de Wilamowitz, la de Legrand y la de Gallavotti, cuyo aparato crítico hay que tener siempre presente. En el tomo II (págs. 563 y sigs.) se recoge una bibliografía excelente hasta finales de los años cuarenta, que puede completarse de modo muy imperfecto con la que figura en las ediciones más recientes de J. Alsina, I-II (Fundació Bernat Metge), Barcelona, 1961-1963, acompañada de una cuidada traducción al catalán; F. P. Fritz (Tusculum), Tubinga, 1970, con versión alemana; y H. Beckby (Beiträge zur klassischen Philologie, 49), Meissenheim am Glan, 1975, que abarca todo el Corpus bucolicum , también con traducción alemana y un sucinto comentario. Como es natural, las selecciones comentadas de los idilios, debidas a P. Monteil (Érasme, Collection de textes grecs commentés, 13), París, 1968, y a K. J. Dover, Londres, 1971, tienen una bibliografía muy restringida. Para obtener más información, puede consultarse el artículo de J. Alsina, «Notas bibliográficas sobre Teócrito», Convivium 13-14 (1962), 179-190, y el trabajo de N. A. Rubcova dedicado a reseñar las publicaciones sobre Teócrito aparecidas entre 1960 y mediados de los setenta, desgraciadamente poco accesible, «Bibliografía reciente sobre Teócrito», publicado en ruso en la revista Vestnik Drevnej Istorii 143 (1978), 168-176.
Sobre la historia del texto, el único libro dedicado íntegramente a la cuestión es el de U. von Wilamowitz-Moellendorf, Die Textgeschichte der griechischen Bukoliker (Philologische Untersuchungen, 18), Berlín, 1906, que ha tenido gran influencia y merece siempre un estudio atento, si bien las conclusiones en él defendidas deben modificarse de acuerdo con el testimonio de los papiros publicados posteriormente; sobre esto, aparte de la información que dan en sus ediciones Gallavotti y Gow, conviene tener presentes las observaciones de P. Maas, Gnomon 6 (1930), 561-564 (= Kleine Schriften , págs. 93-96), y K. Latte, Nachricht. d. Akad. d. Wissenschaften zu Göttingen (Phil.-hist. Kl.), 1949, págs. 225-232 (= Kleine Schriften , págs. 526-534). Para la transmisión de los escolios continúa siendo esencial C. Wendel, Ueberlieferung und Entstehung der Theokrit-Scholien (Abhandl. d. Gött. Gesellsch. d. Wissenschaften, 17.2), Berlín, 1920. El mismo Wendel es también autor de la mejor edición de los escolios, Scholia in Theocritum vetera (Bibliotheca Teubneriana), Leipzig, 1914.
La cuestión de la autenticidad y de la cronología de los idilios ha sido estudiada recientemente en dos tesis doctorales, por G. F. Fabiano, Gli idilli spuri o dubbi del «Corpus» teocriteo , Génova, 1969, y R. Martínez Fernández, Los apócrifos de Teócrito en el «Corpus bucolicorum» , cuyo extracto fue publicado en Madrid en 1975. El mismo problema ha sido abordado desde el ángulo de la métrica por V. di Benedetto para los poemas dóricos en Annali della Scuola Normale Superiore di Pisa 25 (1956), 48-60; véase también, a este respecto, M. L. West, «A Note on Theocritus’ Aeolic Poems», Class. Quarterly 17 (1967), 82-84. Las «Aportaciones al estudio del hexámetro de Teócrito», Habis 7 (1976), 21-56, y 8 (1977), 57-75, de M. Brioso Sánchez, están dedicadas a un examen de la estructura rítmica del hexámetro en los idilios cuya paternidad teocrítea es segura. Bajo la dirección del prof. S. Ruipérez, en fin, se ha comenzado en la Universidad Complutense una tesis doctoral sobre la estructura del hexámetro en el Corpus teocríteo que promete interesantes resultados.
Un aspecto importante de la difícil cuestión de la lengua de Teócrito ha sido abordado por M.a T. Molinos Tejada, en Cuadernos de Filología Clásica 6 (1974), 267-281, donde se llama la atención sobre el carácter mixto que tenía el dialecto de Siracusa en época del poeta, y se recoge la bibliografía pertinente.
Puede obtenerse información sobre las opiniones actuales a propósito de la poesía alejandrina, en la ponencia de M. Brioso Sánchez, en Actas del VI Congreso Español de Estudios Clásicos , Madrid, 1983, págs. 127-146. Sobre la bucólica en particular, puede verse M. García Teijeiro, «Notas sobre poesía bucólica griega», Cuadernos de Filología Clásica 4 (1972), 403-425.
No cabe entrar aquí en una bibliografía específica para cada uno de los idilios, ni siquiera limitada a los últimos años. Cuando ha parecido conveniente, se cita en las notas que acompañan a nuestra traducción. Por ahora nos contentaremos con señalar las tres ediciones últimamente consagradas a uno en particular: la de H. White para el XXIV, Amsterdam, 1979; la de G. Chryssafis para el XXV, Amsterdam-Uithoorn, 1981; y la de S. Hatzikosta para el VII, Amsterdam, 1982. Allí se encontrará bibliografía abundante y reciente, sobre todo la de Giangrande y sus discípulos, que desde hace varios años trabajan sobre Teócrito y literatura helenística. De G. Giangrande se han publicado ya dos volúmenes de Scripta Minora Alexandrina , Amsterdam, 1980 y 1981. Véase también H. White, Studies in Theocritus and other Hellenistic Poets , Amsterdam-Uithoorn, 1979, y Essays in Hellenistic Poetry , Amsterdam-Uithoorn, 1980. Siguen una línea distinta los Problemi di poessia alessandrina , I: Studi su Teocrito , Roma, 1971, de G. Serrao. Las tesis de Lawall y de Irigoin sobre la formación del grupo bucólico han sido ya señaladas en el apartado dedicado a la transmisión e historia del texto. Entre los estudios recientes sobre la obra del poeta siracusano mencionaremos los cuatro siguientes: A. Köhnken, Apollonios Rhodios und Theokrit (Hypomnemata, 12), Gotinga, 1965; K. Lembach, Die Pflanzen bei Theokrit , Heidelberg, 1970; Axel E.-A. Hortsmann, Ironie und Humor bei Theokrit (Beiträge zur klassischen Philologie; 67), Meissenheim am Glan, 1976, y Fr. T. Griffiths, Theocritus at Court (Mnemosyne; Supl. 55), Leiden, 1979.
Como otros poetas, Teócrito inspiraba algunas de sus descripciones en el arte de su época, y, a la inversa, el paisaje y los motivos bucólicos influyeron, a su vez, en las artes figurativas. Sobre esta cuestión contamos con dos recientes trabajos de conjunto: N. Nicosia, Teocrito e l’ arte figurata , Palermo, 1968, y N. Himmelmann, Ueber Hirten-Genre in der antike Kunst (Abh. Rhein.-Westf. Akad. Wiss., 65), Opladen, 1980.
La influencia de Teócrito y los otros bucólicos griegos sobre la literatura posterior, bien directamente, bien a través de Virgilio, ha sido inmensa. Limitándonos a los estudios de conjunto más recientes, mencionaremos: Th. G. Rosenmeyer, The Green Cabinet. Theocritus and the European Pastoral Lyric , Berkeley, 1969, y Europäische Bukolic und Georgik , Darmstadt, 1976, selección de artículos de diversos autores sobre el tema, con una amplia bibliografía ordenada por países; D. M. Halperin, Before Pastoral. Theocritus and the Ancient Tradition of Bucolic Poetry , New Haven-Londres, 1983.
En España se ha estudiado bien tanto la llamada novela pastoril, como la elaboración literaria de temas bucólicos, tales como el de Polifemo y Galatea o el del beatus ille en nuestro Siglo de Oro. Sería interesante, sin embargo, saber hasta qué punto influyeron en las letras hispánicas los bucólicos griegos. El único trabajo de conjunto sobre este tema que hemos visto es el de B. Hompanera, «Bucólicos griegos, sus traductores e imitadores en España», Ciudad de Dios 62 (1903), 200-208 y 629-640; 63 (1904), 114-122 y 191-196, que no es resultado de una investigación detallada y directa, aunque se lee con gusto y representa bien las opiniones extendidas entre nosotros a comienzos de siglo. Hay también algún estudio sobre la influencia de un determinado tema de los bucólicos griegos en nuestra literatura. Véase A. González Palencia, «El Amor ladronzuelo de miel», Boletín de la Real Academia Española 29 (1949), 189-228 y 375-411, y el trabajo del mismo autor y de E. Mele sobre El Amor fugitivo citado en la Introducción a Mosco.
Desde luego, si Virgilio ocupa el primer lugar en la formación de la tradición pastoril europea, tal posición de privilegio del gran poeta latino debe ser aún más cierta en España que en otros países, porque hasta finales del siglo XVII no parece haberse publicado aquí una traducción relativamente completa de los bucólicos, que hubiera servido para difundir los idilios entre quienes no eran capaces de leerlos en griego. Así, el interés que Teócrito despertó entre nuestros humanistas del primer Renacimiento (y que ese interés existió lo demuestran los manuscritos teocríteos y las ediciones del poeta hechas en Italia que se encuentran en las bibliotecas españolas, a menudo con numerosas anotaciones) no caló, probablemente, en la cultura y en la literatura de los siglos XVI y XVII , cuyos modelos clásicos son casi exclusivamente romanos. Nunca llegó a publicarse, por desgracia, la traducción del infatigable Vicente Mariner en versos latinos de todo el Corpus bucolicum , incluyendo una versión en prosa de los argumentos, prolegómenos y escolios de la edición de Callierges. El manuscrito marineriano, fechado en el verano de 1625 y descrito por M. Pelayo en la Biblioteca de Traductores Españoles , III, continúa inédito, como tantos otros del mismo autor, en los anaqueles de la Biblioteca Nacional. Ya nos hemos referido a las notas al texto teocríteo que M. Martí compuso a finales del siglo XVII y que tampoco consiguió publicar. Sólo tenemos noticia de una versión española de Teócrito publicada en esa centuria, y ésta limitada a un solo idilio. Es la de Esteban Manuel de Villegas, nuestro clásico traductor e imitador de Anacreonte: en la segunda parte de sus Eróticas , Nájera, 1617, incluyó una traducción al español, muy libre, del idilio VI.
En el siglo XVIII