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Los autores de este libro creen que la superstición llamada realidad, construida por hechos noticiosos como las guerras, las catástrofes o las peroratas de los políticos, no estará completa sin la opinión de los personajes que nos llevan a otros mundos a través de sus visiones.
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Presentación
cristian zermeño
El arte de la entrevista
rogelio villarreal
Sobremesa literaria Conversaciones con escritores
Carlos Fuentes. La frontera es una línea imaginaria
luz maría sánchez
Daniel Sada. Escritor de fuerza y lentitud
víctor manuel pazarín
Hugo Gutiérrez Vega. La cultura como oficio
verónica de santos
Fernando del Paso. Literatura o la realidad
adriana navarro
Eduardo Lizalde. Poesía que desgarra
verónica de santos
Jean. Meyer. La historia nos agarra desprevenidos
francisco vázquez
Jabbar Yassin Hussin. La invención de la realidad
eduardo castañeda
Ken Follet. Todos quieren a Follett
verónica de santos
J. M. Servín. Los mil nombres de la ficción
cristian zermeño
Bernardo Fernández, Bef. Exquisito entre los vagos
manuel fons
Jorge Herralde. Peleando la contra
dolores díaz
Élmer Mendoza. El norte de la literatura mexicana
alberto spiller
Laura Restrepo. Una guerra sin héroes
adriana navarro
Mario Bellatin. Destruir la realidad
mariana gonzález
Mario Bellatin. El abogado del diablo
verónica de santos
Gioconda Belli. Mujer de mil revoluciones
araceli llamas sánchez
Guillermo Fadanelli. El escritor y su antiácido
berenice castillo
Lina Meruane. La mirada interior
verónica de santos
Naief Yehia. La plomería de la escritura
verónica de santos
Andrés Neuman. La orilla de la literatura
berenice castillo
Luis G. Abbadie. El horror, el terror y el asco
víctor manuel pazarín
Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio (legom). Risas para los miserables
verónica lópez garcía
La trascendencia del instante Conversaciones con periodistas
Martín Caparrós. El mostacho del periodismo
patricia mignani
Javier Darío Restrepo. El periodista en el mundo
patricia mignani
Alma Guillermoprieto. «Con el narco no se puede hacer la crónica pública»
cristian zermeño
Vicente Leñero. Matar al personaje cliché
lorena ortiz
Gabriela Wiener. Cronista de sí misma
verónica de santos
Sanjuana Martínez. Contra la pederastia como dogma
mariana gonzález
Darío Jaramillo Agudelo. Un cuento llamado realidad
verónica lópez garcía
Julio Villanueva Chang. Dos crónicas tres veces al día
marco islas-espinosa
Javier Valdez Cárdenas. Crónicas desde un país en guerra
alberto spiller
El lienzo, la luz y la tinta Conversaciones con pintores, fotógrafos, moneros…
Manuel Félguerez. El gesto invisible
verónica lópez garcía
Martha Pacheco. La emoción de la muerte
martha eva loera
Alejandro Colunga. El endemoniado
adriana navarro
Enrique Oroz. Fascinación por un mundo en ruinas
alberto spiller
David LaChapelle. Absurda realidad
verónica de santos
Rogelio Cuéllar. La presencia y la mirada
verónica de santos
Sergio Garval. Cazador de colores
adriana navarro
Rogelio Naranjo. Soy caricaturista, no pendejo
ricardo ibarra
Ana Luisa Rébora. Una artista en solitario
martha eva loera
Víctor Manuel Contreras. El escultor regresa a casa
josé alonso torres
Rafael Barajas, «El Fisgón». Lo divertido de ser monero
martha eva loera
Abel Galván. Las pinceladas del acierto
adriana navarro
José Hernández-Claire. El éxodo perpetuo
pablo hernández mares
Charlas a cuadro Conversaciones con cineastas
Werner Herzog. El viaje del avispón
verónica de santos
Bruce LaBruce. Un Popeye desvanecido
verónica de santos
Doris Dörrie. La asombrosa realidad
lorena ortiz
Juan Carlos Rulfo. En busca del México perdido
lorena ortiz
Bob Rafelson. «No hay respeto por el corazón»
tomás mansilla salido
Carlos Mendoza. «Hay que contar la historia de los vencidos»
francisco quirarte
Historias con armonía Conversaciones con músicos
Santiago Auserón. El aullido de la calle
édgar corona
José Fors. El señor de los cuervos
édgar corona
Rita Guerrero. Oscuro rock
édgar corona
Carlos Ann. Entre recuerdos y fetiches
édgar corona
Daniel Melero. El sonido liberado
édgar corona
José Manuel Aguilera. Cazador de abismos
édgar corona
Alfonso André. Volver a empezar
édgar corona
El periodismo cultural vive sus días más amargos. De ser el género central de los periódicos en México —con exponentes de la talla de Manuel Gutiérrez Nájera hasta José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis y Juan Villoro— ha quedado relegado en las ediciones diarias, sufriendo el despecho de los editores y responsables de sección, que han caído enamorados por el perfumado mainstream.
La entrevista cultural, género que de manera brillante han desarrollado periodistas como Cristina Pacheco o Luis Spota, no tiene espacio en la prensa de nuestros días, y junto a otros formatos como la crónica o el reportaje ha terminado por refugiarse en las revistas o en los libros. Los personajes que hacen la cultura, los pintores, músicos, cineastas, han tenido que conformarse con la conversación apresurada, la declaración de la rueda de prensa, o ya de plano con la autoentrevista —como la que se hizo a sí mismo Fernando del Paso alguna vez— para dar claves sobre su obra.
Este libro de conversaciones con importantes creadores fue un ejercicio al que se dedicaron los periodistas de un suplemento semanal llamado O2Cultura —que forma parte de La gaceta de la Universidad de Guadalajara— de manera sostenida durante los últimos años. La suya fue una convicción tomada como un asunto personal, que partió de la descabellada idea de que la cultura es importante, de que las palabras de un escritor como Carlos Fuentes o de una directora como Doris Dörrie pueden ayudarnos a entender mejor nuestro tiempo. Los autores de este libro creen que la superstición llamada realidad, construida por hechos noticiosos como las guerras, las catástrofes o las peroratas de los políticos, no estará completa sin la opinión de los personajes que nos llevan a otros mundos a través de sus visiones. Y la sección dedicada a importantes periodistas no desencaja porque se trata de auténticos narradores que han llevado el oficio más allá del «periodismo notarial», que han hecho del periodismo narrativo el nuevo arquetipo, aquel que Darío Jaramillo Agudelo sitúa no en la noticia sino en lo asombroso.
Más de alguno de los periodistas presentes en este libro publicó su primera entrevista en O2Cultura, por lo que el suplemento fue al mismo tiempo un vehículo para mostrar el pensamiento de importantes artistas y un taller. Nunca me costó aceptar que me hice editor con ese proyecto y con esos colaboradores. Editor que edita, quiero decir, en el sentido más amplio del término y que, como lo señaló Julio Villanueva Chang, requiere un regreso al trabajo artesanal, que es una manera de «reivindicar el diálogo del autor y su editor en el tiempo».
«La entrevista es un género literario que salió de los periódicos. Tiene además otra característica más longeva: las entrevistas están escritas en forma de diálogo», señaló Mauricio José Sanders Cortés en el prólogo del libro de Cristina Pacheco Al pie de la letra. Si algunas entrevistas sobreviven a la efímera vida de una publicación semanal es porque no pierden su importancia como diálogo histórico. Las palabras intercambiadas entre un creador y un periodista pueden escapar al tedio y a la excesiva solemnidad. Los que participamos en esos años en el suplemento O2 Cultura tenemos que ver esta recopilación como un homenaje al trabajo bien hecho. No es que fuéramos neófitos, como se declararon —no sin falsa modestia— los autores del gran libro de entrevistas Writers at Work, que Era tradujo y publicó como El oficio de escritor. Nos gustó entrevistar a estos personajes y los conocíamos de tiempo atrás. Disfrutábamos de las fotos hilarantes de David LaChapelle y sentimos que su trabajo le debe tanto a Andy Warhol como a Manuel Álvarez Bravo; creemos que Werner Herzog está a la altura de Fellini o de Buñuel; pensamos que una pintora como Martha Pacheco es capaz, desde la alegoría de la muerte, de iluminar nuestra percepción como lo hicieron en su momento El Bosco o Guadalupe Posada. Hicimos entrevistas a personas que admiramos, buscamos «extraer ideas interesantes sobre su actividad profesional», como pide Álex Grijelmo sobre los que trabajan el género, aunque no respetamos la pirámide invertida en ningún momento.
Estiramos tanto el género, más allá de la ortodoxia de la pregunta-respuesta, que muchas de estas conversaciones son auténticas crónicas. Si en algo pecamos fue en pensar que la entrevista no sólo habla de un personaje sino de toda una época, y en consonancia abordamos cada encuentro como una historia, y más que cazar frases grandilocuentes buscamos encontrar aforismos sobre nuestro tiempo.
La primera entrevista publicada en el mundo, cuenta Christopher Silvester, fue la que se le hizo al líder mormón Brigham Young en 1859 y salió en el New York Tribune. En su libro Las grandes entrevistas de la historia (México: Aguilar, 2013) Silvester la define como uno de los géneros periodísticos más populares y por medio del cual, «más que en ningún otro momento de la historia, obtenemos las más vívidas impresiones acerca de nuestros contemporáneos». No todos los entrevistados acceden de buena gana a ser entrevistados, e incluso muchos se niegan a serlo por las más variadas razones. Lewis Carroll, autor de Alicia en el País de las Maravillas, les tenía horror y nunca se dejó entrevistar; V. S. Naipaul dijo que «las entrevistas hieren a alguna gente, que siente que pierde una parte de sí misma». La desconfianza o la franca hostilidad hacia el periodista que pide una entrevista tiene también larga data, y se origina por la punzante insistencia del entrevistador por conseguir una declaración grandilocuente o escandalosa o al tratar de hacer incurrir en contradicciones al entrevistado, por lo general un político. En el ámbito de la cultura eso ocurre con menor frecuencia, a menos que se entreviste a una celebridad veleidosa o que el propio periodista posea un marcado afán protagónico y tenga una idea prejuiciosa sobre su objeto.
Hay entrevistas, sin embargo, que podrían considerarse extensiones de la obra del entrevistado por la lucidez y generosidad de las respuestas y por la preparación y el conocimiento del periodista. Una pieza literaria y periodística a dos manos —o a dos voces— cuando se da esta conjunción de virtudes.
En estas Conversaciones con la cultura el lector hallará las entrevistas más destacadas que se publicaron en el suplemento O2Cultura de La gacetade la Universidad de Guadalajara desde el año de su aparición, 2006, hasta el 2013, poco más de media centena. Insistir en esto es importante porque en un país donde los suplementos culturales, las páginas de cultura de muchos diarios y hasta no pocas revistas de esta noble estirpe tienden a desaparecer, el O2Cultura continúa una labor de ocho años que comprende la difusión y la reflexión en torno a las más diversas actividades relacionadas con la literatura, el cine, la música, las artes escénicas y, por supuesto, las manifestaciones artísticas más novedosas que resultan de la convergencia de la actividad creadora y las nuevas y asombrosas tecnologías. Un espacio breve pero generoso en el que se han vertido incontables reseñas bibliográficas y cinematográficas, crónicas, ensayos y entrevistas con una extensa galería de escritores, artistas e intelectuales jaliscienses, mexicanos y extranjeros. Entrevistas que merecen releerse o leerse por primera vez en las páginas de una edición más que decorosa que las recupera de la vida efímera de las publicaciones periódicas —tan proclives a ser usadas como envoltorio de viandas, a traspapelarse o desecharse al día siguiente.
El de la entrevista es un género pródigo en formatos que puede y debe trascender la pregunta mecánica y la respuesta forzada. En los dos volúmenes de Retrato hablado de Guadalajara, por ejemplo, de Juan Carlos Núñez Bustillos —publicados en 2013 en esta misma editorial—, el sagaz periodista compila las entrevistas que hizo —y que publicó en el diario Público, hoy Milenio Jalisco— a personajes tan distintos entre sí como un panadero, un líder estudiantil del 68, una cocinera, un agente de tránsito, un funcionario público y un músico callejero, entre decenas de practicantes de los más disímbolos y extravagantes oficios y profesiones, con un acercamiento curioso que convierte el interrogatorio, precisamente, en un intercambio respetuoso y cálido con el entrevistado —sin necesidad de recurrir al falso lenguaje de la corrección política.
Ahora, en Conversaciones con la cultura le corresponde el turno a un gran equipo de jóvenes y versátiles periodistas de mostrar el valioso acervo acumulado en años de intenso y prolífico trabajo. Entrevistas a los creadores de la ciudad y del estado; a los connacionales que han pasado por estos rumbos con motivo de exposiciones, conciertos, conferencias magistrales o presentaciones de libros y a los escritores, músicos, cineastas y artistas extranjeros que han venido a compartir su trabajo con los cada vez más informados públicos locales. Entrevistas que se convierten en testimonios irrepetibles del paso por la ciudad y sus espacios de escritores y periodistas fuereños como Carlos Fuentes, Eduardo Lizalde, Alma Guillermoprieto y Martín Caparrós; de célebres tránsfugas tapatíos como Hugo Gutiérrez Vega o repatriados ilustres como Fernando del Paso. Entrevistas que son también crónicas e instantáneas del momento del encuentro entre dos voces: la del que quiere indagar más sobre el personaje, su obra y su vida para compartirlo con los lectores, y la del creador que borda en derredor de su trabajo y sus motivaciones, a veces insospechadas. Fragmentos de historia. Alejandro Colunga, Enrique Oroz, Martha Pacheco y otros pintores revelan su mundo abismal para gozo y asombro nuestro, en tanto que Werner Herzog, Bruce LaBruce y Doris Dörrie comparten la sabiduría transgresora que los ha llevado a crear obras maestras de la cinematografía.
La magia embelesadora de la música, las palabras que se acomodan cadenciosamente entre las notas; la experiencia del dramaturgo que moldea y da vida a personajes de ficción; la sagacidad del editor que nos descubre viejos y nuevos escritores; la osadía del fotógrafo para lograr las tomas más oportunas; los lances del cronista que hurga en las incontables historias del mundo; la crítica mordaz del caricaturista inconforme... Conversaciones de matices variopintos y de distinto calado que conforman uno de los mosaicos periodísticos más interesantes y elocuentes del mundo de la cultura contemporánea.
Estas Conversaciones son a un tiempo un libro de consulta y un manual del entrevistador: no hay dos entrevistas iguales y cada periodista ha trazado la semblanza de los personajes a su manera, a veces con trazos finos y rápidos, otras con pinceladas pausadas y coloridas —alejados de formatos estrechos y encorsetados—, pero en todos los casos con admiración por el entrevistado y siempre con el placer de acercar el vasto, fascinante y turbulento mundo de la cultura al público, razón de ser del periodismo.
«El drama es que vivimos en un mundo global, en el que las cosas, las mercancías, los valores circulan tranquilamente, pero los seres humanos no.»
Foto: Michel Amado Carpio. Cortesía fil
El escritor inauguró la extensión cultural de la Universidad de Guadalajara en Los Ángeles. En entrevista exclusiva señaló la incongruencia de las políticas antiinmigración en un mundo que se presume globalizado.
Fecha de publicación: 25 de febrero de 2008
El 15 de febrero, en el auditorio Mark Taper, de la Biblioteca Central de Los Ángeles, el escritor mexicano Carlos Fuentes dictó la conferencia magistral La nueva narrativa latinoamericana, actividad con que inauguraron el diplomado «Narrativa latinoamericana del siglo xxi: escenarios locales, horizontes globales y voces del relevo», organizado por la Fundación Universidad de Guadalajara, A. C.
Este diplomado constituye la primera etapa de un proyecto sin precedentes, que llevará a la Universidad de Guadalajara a ofrecer cursos y actividades culturales a la población hispana de esta ciudad estadunidense.
Previo a la conferencia Carlos Fuentes otorgó una entrevista exclusiva para La gaceta. El novelista fue profuso: habló de migración, de las elecciones en Estados Unidos y de narcotráfico.
Usted ha vivido grandes momentos de la historia mexicana…
Yo nací el año que mataron a Obregón. Imagínese: es la prehistoria. Era el periodo ni siquiera posrevolucionario. Era todavía el periodo revolucionario, que luego adquirió un ímpetu nuevo, reformista, con Lázaro Cárdenas, y después lo siguió una posrevolución que duró hasta Tlatelolco, cuando se desvaneció la ilusión de la revolución y empezó un largo proceso democrático, en el que estamos y que no ha acabado de consolidarse. De manera que he visto un cambio profundo en la vida mexicana en estos últimos años.
¿Cómo define a nuestro tiempo?
Tengo la impresión de que estamos como al final de la Edad Media. No sabemos nombrarlo todavía, pero creo que lo que vino, por lo menos desde el Renacimiento y las revoluciones francesa, norteamericana y la industrialización, se está desplomando.
Es un tiempo de migraciones
El drama es que vivimos en un mundo global, en el que las cosas, las mercancías, los valores, circulan tranquilamente, pero los seres humanos no. Los trabajadores no tienen el derecho de desplazarse. Les ponen barreras, son perseguidos, se les expulsa y criminaliza. En Estados Unidos hay una disfunción brutal en lo que se entiende por globalización, que yo nombraría preferentemente la internacionalización, para que hubiese un elemento jurídico en esta nueva realidad que estamos viviendo.
¿Qué va a pasar con el mexicano políticamente incorrecto, que es racista y clasista?
Creo que vamos a pertenecer al mundo, nos guste o no. En ese mundo vamos a ser un factor de pluralización, porque podemos hacernos ilusiones de una identidad mexicana inaccesible e impoluta e inconmovible dentro de las fronteras de México. Una vez que salimos fuera, contribuimos a la diversificación de los otros países a los cuales vamos, notablemente a través del factor migratorio.
¿Y la integración?
Por un lado es normal que a veces en la segunda, tercera o cuarta generaciones, los mexicanos que vinieron a Estados Unidos se integren. Pasó lo mismo con los italianos, polacos, rusos, alemanes… durante las grandes olas de migración de fines del siglo xix y principios del xx.
Lo extraño es la migración masiva de un país vecino a otro. Los mexicanos no tuvieron que cruzar el Atlántico. Simplemente cruzaron la frontera, que es una línea imaginaria. Esto crea una relación distinta, a veces de animosidad: yo soy americano. Puede que mi abuelito haya llegado de Chihuahua, pero yo reniego de ese país. Yo soy de aquí. Otros desean regresar a México, recuperar sus raíces. Algunos quieren hacer una cultura de entendimiento mutuo, de participación y de enriquecimiento entre elementos mexicanos y norteamericanos, que a mí me parece la mejor solución de todas.
México es un pueblo de migrantes…
Los mexicanos en Estados Unidos van a tener que regresar, porque van a cerrar la frontera, porque habrá una depresión americana y tendremos que enfrentarnos a nuestra responsabilidad, que es darles empleo, y no estamos preparados, lo cual es verdaderamente un sinsentido, porque si algo falta en México son brazos para construir infraestructura, carreteras, escuelas, hospitales... Tenemos la mano de obra para hacerlo, pero preferimos cómodamente que se vengan para Estados Unidos y nos manden 20 mil millones de dólares.
Ese es el desafío que tenemos en estos años.
Y este desafío es compartido…
Es un nuevo trato. Es lo que Roosevelt [Franklin Delano] hizo en un momento de crisis mundial, en vez de recurrir a las armas, al fascismo, a la dictadura, como sucedió en Alemania, Italia, Rusia y Japón. Decidió emplear el capital humano de Estados Unidos y encauzarlo a la reconstrucción del país, en ese momento tan difícil. En México deberíamos tener un new deal mexicano, a ver si se le prende la mecha al gobierno.
¿Habría las condiciones políticas y sociales?
Es una cuestión de voluntad. No había condiciones en Estados Unidos durante la presidencia de Hoover [Herbert Clark]. Llegó Roosevelt y dijo: «Yo creo las condiciones».
Un gran estadista no se somete a las condiciones: las crea.
¿Qué importancia tendrá el voto hispano en las próximas elecciones en Estados Unidos?
Es una elección muy curiosa, porque realmente hay un debate entre los candidatos y sus posiciones. El Partido Demócrata es el partido al que acuden tradicionalmente nuestros trabajadores, y los hispanos en general. Sea Obama [Barack] o Hillary [Clinton] el candidato. Pero el senador McCain, que va a ser el candidato republicano, tiene una buena postura en cuanto a la migración. Sabemos que es el hombre que hizo la ley McCain-Kennedy, que es la mejor que ha habido para el trato de los inmigrantes. De manera que en ese sentido es una esperanza que cualquiera de los candidatos tenga una política más considerada, mucho más racional hacia el trabajo migratorio mexicano.
Sobre la colombianización de México. La novela que está preparando tiene que ver con la guerrilla en Colombia. ¿Cómo ha ido permeando el narcotráfico las esferas políticas, sociales y económicas?
En efecto, este movimiento de sur a norte en el tráfico de droga, cada vez se acerca más a la frontera entre México y Estados Unidos. Conocemos los cárteles, conocemos a los capos de este lado, del lado colombiano y del mexicano. Luego la droga pasa a Estados Unidos ¿Y a dónde va a dar? No creo que sean los capos de Ciudad Juárez o de Tijuana los que se aprovechan del tráfico de droga, sino gente muy poderosa en Estados Unidos.
Es un negocio enorme: pasa por bancos, pasa por estas manos, ¿manos de quién? Misterio. Aquí hay una cosa que creo, con todos los riesgos que implica, se resuelve mediante la despenalización de la droga. Como pasó con el alcohol. Cuando Roosevelt levantó la prohibición del alcohol siguió habiendo borrachos, pero ya no hubo Al Capones. Lo mismo pasaría ahora. Habría momentos difíciles, pero volveríamos a un nivel más normal en este asunto que se ha vuelto central en el mundo y que ha creado criminalidad y muerte.
«Yo quisiera que la temporalidad de la prosa y las imágenes tuvieran ese estiramiento, esa tensión que percibí cuando vivía en los pueblos.»
Foto: Jorge Alberto Mendoza
Su obra fue la búsqueda de un tono intermedio entre la poesía y la prosa. Cada título de Daniel Sada persigue un equilibrio de fuerzas, que en sus propias palabras se acerca a la lentitud. El tono del norte mexicano llegó a su ficción para quedarse como un coro de voces que no dejan de repetir el abandono y la desesperación de todo un país.
Fecha de publicación: 10 de mayo de 2010
Daniel Sada es como aquellos contadores de historias de la plaza Yamaa el Fna, en Marrakech, su lenguaje proviene no de la narrativa, sino de la poesía, sobre todo de aquella del tiempo medieval. Es autor de inmejorables libros de cuentos (Juguete de nadie y otras historias; Registro de causantes) y de novelas escritas en estricta medida (Lampa vida, Albedrío, Una de dos, Porque parece mentira la verdad nunca se sabe), es decir, en verso de cadencioso rigor. Por su novela Casi nunca recibió el Premio Herralde en 2008. Sobre este trabajo, la noche del jueves 6 de mayo sostuvo un diálogo con el público en la Casa iteso Clavigero. Nosotros esa misma mañana conversamos con el narrador y lo que sigue es el resultado.
Las obras de Daniel Sada están sostenidas desde un lenguaje preeminentemente poético, no desde lo puramente narrativo, ¿qué dificultades ha encontrado ante los públicos y las editoriales? —le preguntamos.
«Lo primero que escribí en mi vida fue un poema —dice el narrador nacido en Mexicali, en 1953—, y lo que descubrí en el poema es que yo deseaba escribir historias, con personajes y capítulos. Yo tengo formación práctica, todo en verso: yo leía a Homero y su Odisea, y pensaba que los poemas debían ser de cincuenta páginas, largos. Nunca creí que los poemas debían ser cortos. Por los libros que leía entonces (La Divina Comedia, La Eneida) mis poemas eran extensos, con una serie de innumerables sucesos y acontecimientos; aclaro que prácticamente yo no tenía ningún contacto con la literatura moderna, y, cuando llegué a la Ciudad de México me dijeron: ‹No, los poemas no deben ser tan largos. Deben ser breves, para que te los publiquen›. Yo traté de buscar una forma en prosa, para no disponerlos en verso. Fue así como nace un tono intermedio entre la poesía y la prosa. Esto, desde luego, nunca dejó de ser una rareza. Todavía lo sigue siendo.»
Cada título del autor de Casi nunca convoca al lenguaje oral y el propio narrador declara: «Yo apuesto mucho por la oralidad. Posee vertientes insospechadas. La oralidad siempre crece de una manera que pocos pueden prever. De pronto hay poesía en ésta, hay metonimia e imágenes. De hecho yo hago siempre apuntes. Uno de mis títulos de novela lo escuché en una estación de autobuses. Lo dijeron en un estanquillo, donde yo tomaba un café. Y de repente escuché: ‹Porque parece mentira la verdad nunca se sabe…›; lo dijo un señor a una señora que le estaba vendiendo malteadas. Esa frase me pareció —y lo es en realidad— de una carga poética y filosófica increíble. Pueden surgir cosas en la oralidad que uno no toma en cuenta, porque cree que todo está escrito. Pero en el lenguaje hablado he encontrado verdaderas sorpresas.»
Pareciera que Sada está en una etapa evolutiva como narrador. Comenzó a escribir historias con asuntos y geografías rurales ubicadas en el norte del país, para en seguida ir en búsqueda de las historias urbanas (Luces artificiales, Ritmo Delta, La duración de los empeños simples), y ahora de nuevo el mundo rural del sur del país (Casi nunca), pero el prosista nos desmiente.
«Nunca me he propuesto tomar una línea de escritura; de repente se acumularon historias del norte porque es de donde yo vengo: de súbito aparecieron historias citadinas… de hecho no descalifico ni la una ni la otra. La gente me identifica más como escritor de la provincia, porque la mayoría de mi obra está situada allí. Uno tiene que ser sincero y honesto con lo que conoce. Yo viví hasta los quince años en un pueblo y me di cuenta de que mi capacidad de asombro era diez veces mayor al tiempo en que he vivido en la ciudad. Cuando yo vivía en los pueblos apreciaba las cosas y los hechos como si los viera por primera vez. Temía que al vivir en la ciudad disminuyera mi capacidad de asombro. De hecho hay tanta información que demasiados asuntos nos asaltan o se nos imponen aunque no los creamos; yo prefiero desdeñarlos y hacer una selección. En la ciudad yo no puedo seleccionar, y en un pueblo tengo la oportunidad de escoger, de elegir. Hacer mía toda la percepción de las cosas. En la ciudad se me impone todo: es como un monstruo que me apabulla y yo tengo que percibir y ser sensible a todos estos avatares urbanos. No me inspira la ciudad como me inspira la provincia, sobre todo las zonas rurales; en la ciudad mi alcance es muy poco, no puedo contemplar tanto, porque aminora mi capacidad de hacerlo y por tanto mi capacidad de asombro. La ciudad determina demasiado la conciencia y la percepción. Yo quisiera que la temporalidad de la prosa y las imágenes tuvieran ese estiramiento, esa tensión que percibí cuando vivía en los pueblos. Yo no quiero que se agolpe la poesía, ni que venga como un torrente. En literatura no me gusta la libertad absoluta, pero tampoco la rigidez timorata. Persigo un equilibrio de fuerzas buscando la lentitud… Me interesa tener la capacidad constante de percibir como si viera las cosas por primera vez, como un niño».
«A los directores lo primero que se les ocurre cortar son las páginas de cultura, porque la mayoría son empresarios y no periodistas.»
Foto: Marcela de Niz. Cortesía fil
Seguimos al escritor durante su periplo en la cátedra que lleva su nombre. El director de La Jornada Semanal habló sobre la situación del periodismo cultural y sobre la necesidad de acotar el poder de las televisoras comerciales.
Fecha de publicación: 6 de septiembre de 2010
Hugo Gutiérrez Vega nació en Guadalajara en 1934. A los 20 o 21 años se fue a la Ciudad de México a estudiar derecho, y de ahí viajó a innumerables destinos donde también estudió comunicación, letras y actuación.
«¡Quién se iba a perder Londres en los sesenta, con los hippies y las minifaldas!», dice sobre uno de lo primeros lugares donde sentó base. De esa época data su amistad con Fernando del Paso, de quien disfrutaba invitaciones a cenar comida mexicana para entonces «sufrir» el postre: la lectura en voz alta de un nuevo capítulo de Palinuro de México.
Todo esto lo contó la semana pasada durante la cátedra de periodismo cultural y letras que lleva su nombre, y que comenzó con una conferencia magistral en el Paraninfo Enrique Díaz de León, para continuar con un curso de dos días para los estudiantes del Centro Universitario del Sur (en Ciudad Guzmán). El tema era otra novela de su amigo, con quien compartió podio y anecdotario: Noticias del imperio.
Durante el breve viaje perdimos la oportunidad de cargarle las maletas al maestro, como talismán y emulación de lo que él mismo hizo con Neruda, Alberti y Asturias en Europa, cuando era todavía un poeta inédito y con esperanzas de que la editorial Losada le hiciera algún caso a su primer manuscrito.
Ahora, con setenta y cuatro años, un amplio historial como viajero, diplomático y docente, y con una bibliografía de casi tantas recopilaciones de su poesía como libros per se, Hugo Gutiérrez Vega acaba de anunciarse como el homenajeado del Premio Fernando Benítez de periodismo cultural, oficio que aún ejerce como director del suplemento La Jornada Semanal, desde hace 12 años.
Entre comidas oficiales, trayectos en camioneta, pan dulce de las hermanas Arreola, vueltas a la plaza y un frugal desayuno, le hicimos algunas impertinentes preguntas, que con sus amables respuestas se consignan a continuación:
Su lista de amigos incluye a Pitol, García Márquez, Chumacero, Pacheco, Bonifaz Nuño, Tabucchi, y no ha dejado de recordar en sus discursos a Monsiváis. ¿Cómo ha hecho para conocer a todo el mundo?
Muy sencillo: soy muy viejo y el mundo literario es como un pueblito donde nos conocemos todos y luego todos somos parientes, así que nos queremos mucho y nos pateamos todos.
Durante la charla alguien le ha dicho que está muy bien eso del análisis de Noticias del imperio, pero que siempre puede uno comprarse el libro y leerlo, que mejor contara más anécdotas. ¿Qué opina de esta postura?
El color es importante, pero lo fundamental es el conocimiento de la obra. Con la base de una lectura cuidadosa se puede entrar con prudencia y sin mal gusto en detalles más íntimos, pero siempre se tiene la obligación de conocer bien la obra para plantear un trabajo serio, y ya luego se pueden agregar esos detalles.
Esta cátedra y el Premio Fernando Benítez se refieren ambos al periodismo cultural, pero, ¿qué entiende usted por cultura?
Sigo pensando que Marcuse tenía razón: existen la cultura académica y artística que recoge los principales valores espirituales de una sociedad; la cultura popular que recoge los bienes de la tradición y los reelabora, y la interferencia entre ambas, que es la cultura comercial y los productos de la sociedad de consumo. Entre ellas debe haber un juego de interinfluencias, pues si una ignora a la otra, ambas languidecen. Ahora prevalece la vieja noción de que cultura es el entorno histórico-genético y todas las creaciones humanas, pero se trata de un concepto demasiado amplio y que carece de matices. Por eso prefiero el concepto de Marcuse, que me parece más preciso y orientador.
¿Qué resulta de esto conjugado con el periodismo?
Una situación gravísima. Con la crisis financiera, los periódicos han tenido que reducir su espacio y a los directores lo primero que se les ocurre cortar son las páginas de cultura, porque la mayoría son empresarios y no periodistas. Ahora debemos quedar tan sólo unos diez o doce suplementos culturales en todo el país. Afortunadamente esto no ha pasado en La Jornada, porque al ser una cooperativa es un periódico hecho por periodistas.
En consecuencia, la crítica de productos culturales se ha reducido, aunque todavía existe. En La Jornada Semanal tenemos un equipo de reseñistas que trabajan con seriedad y rigor, y una columna especializada en cada una de las artes donde los expertos le toman el pulso a estas actividades. El problema es que tenemos apenas 16 páginas y colaboradores muy elocuentes, así que tenemos que pedirles que sean prudentes y aprendan a contar caracteres.
Y si a todo esto le sumas todos los periodistas muertos, ésta resulta una profesión de alto riesgo, como electricista de poste: en el norte ser periodista es casi un suicidio.
¿Cómo podría asegurarse el ejercicio de esta actividad?
El Estado tendría que apoyarnos. Hay muchas maneras, pero una muy buena sería quitando impuestos a los periódicos, como ha hecho Sarkozy en Francia, pues es una forma de ayudar sin controlar, porque la prensa crítica es de gran importancia para el desarrollo del pensamiento libre y por lo tanto legitima a cualquier gobierno. Esto lo sabían incluso los déspotas ilustrados.
¿Internet no es una opción para esto también?
Claro. Nosotros tiramos 100 mil ejemplares, así que calculamos unos 400 mil lectores por semana. Pero en Internet registramos dos millones 800 mil entradas. Así hemos ampliado nuestra injerencia a otros países, y lo sabemos porque recibimos suficiente retroalimentación de nuestros lectores. Así que seguimos vivos a pesar de los agoreros baratos que vaticinan el fin del papel, como si se tratara de la novela de Bradbury [Fahrenheit 451]. De hecho, también sabemos que algunos imprimen, por lo que a pesar de todo todavía seguimos claramente en la galaxia de Gutenberg.
Otra cuestión que Internet ha planteado al periodismo es la democratización de los medios, el no necesitar una formación específica para publicar contenidos, lo cual se parece mucho a lo que ocurría antes de que surgieran las escuelas de comunicación y periodismo, ¿qué opina de esto?
Creo que la profesionalización es necesaria. De hecho cada vez hay más egresados de estas carreras y espero que sean ellos quienes dirijan pronto los medios de comunicación. Eso es lo ideal, según aprendí cuando trabajé como profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales después de mi regreso a México. Ahí impartía la clase de Televisión e ideología. Sí, parece un oxímoron, pero se trata de la industria de la conciencia: la televisión influye directamente sobre la conciencia social, y si está bajo el control de ciertos intereses puede tener una carga que daña la vida social. La repercusión de la televisión es inmediata y puede establecer o reforzar pautas ideológicas, por eso toda mi preocupación en esa asignatura era establecer una teoría de los medios de comunicación, como a su manera han hecho Miguel Ángel Granados Chapa y Julio del Río.
Es preocupante el hecho de que Televisa y tv Azteca sean prácticamente la Secretaría de Educación Pública: en materia de formación tienen mucho mayor alcance que cualquier programa educativo. Si algo hace daño a nuestra sociedad es este duopolio idiota, de vocabulario reducido, obsceno y vulgar. Por otro lado están Canal 22 y Canal 11, que hacen un poco de contrapeso, pero que no tienen los recursos suficientes para enfrentar a los otros en una contienda que el gobierno ha ido perdiendo deliberadamente con ese laisser faire y laisser passer que tanto ha beneficiado a empresarios como Azcárraga. El Canal 22 y el Canal 11 lamentablemente se mantienen sólo por razones de elemental coherencia: como ya estaban ahí, se siguen apoyando, pero con deficiencias, pobreza y a veces improvisación y ligereza que no son sino producto de ese descuido.
Ahí está el trabajo de los profesionales de la comunicación y el periodismo, aunque lamentablemente muchos terminan trabajando en los departamentos de comunicación social de las dependencias gubernamentales. Pero espero que pronto tomarán las riendas de esta industria, y parece que empezando por la radio, ya que este medio ha adquirido de nuevo penetración entre la gente, que la escucha en el coche, durante el tráfico.
«Sicilia es un hombre valiente, pero desafortunadamente empujado por una tragedia personal. Quizá sea una de esas voces que ayuden a despertar a los políticos.»
Foto: Jorge Alberto Mendoza
Fernando del Paso habla con orgullo de cuando regresó al país para presidir la Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz. En el 20 aniversario del recinto, el autor de Noticias del imperio aprovechó para hablar de la cruda realidad de México, a la que no le ve salida y con pesar reconoce que ni el arte puede hacerle frente.
Fecha de publicación: 18 de julio de 2011
Fernando del Paso Morantes es desde 1992 director de la Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz, de la Universidad de Guadalajara, recinto que cumple este 19 de julio 20 años de su fundación.
Fernando del Paso prácticamente ha acompañado toda la vida a la biblioteca. De hecho llegó del extranjero después de 20 años, especialmente para ser su director.
A sus 76 años de edad y sentado en la sala de su casa –un lugar repleto de imágenes, figuras de porcelana y recuerdos de viajes–, dijo que ha sido un orgullo y un privilegio llevar las riendas del recinto, un lugar idóneo para acercarse a los libros. «La lectura divierte en el sentido etimológico de la palabra, porque es una desviación de las preocupaciones».
Fernando del Paso es lector desde su niñez, amante de la poesía, pintor, dibujante, gourmet... y en pocas palabras, una de las figuras más destacadas de la generación posterior al boom latinoamericano, y quien ha contribuido a escribir la historia de nuestro país a través de sus novelas: José Trigo, Palinuro de México y Noticias del imperio. Dice que ama a nuestro país y le duele el momento por el que atraviesa.
«Pasé más de 20 años en Europa, sintiendo siempre una gran nostalgia por México. Tengo la teoría de que los mexicanos no nos cortamos el cordón umbilical y que lo estiramos y por eso duele más. Me duele que la corrupción y el cinismo tan espantoso hayan alcanzado a muchas instituciones públicas y privadas, y por la espantosa época de crímenes que estamos viviendo».
Tras sus lentes oscuros que le protegen los ojos por una reciente operación, señala que «el amor a mi país se muestra claramente en mis novelas».
En cada una de sus historias Del Paso plasma los juegos de palabras, la obsesión por los matices y por el vocablo exacto. Durante siete años, de 1959 a 1966, fue acumulando su primer gran libro, José Trigo, una dilatada, ambiciosa (joyceana) y sostenida exploración del lenguaje.
«Es una novela producto de una época en la que me apasionó el lenguaje en todas sus posibilidades lúdicas. Y jugué con él de una manera buscada, rebuscada, encontrada, historiada, así como con todas sus variantes, digamos, mexicanas; no solamente el mexicanismo urbano, sino el mexicanismo rural e incluso los aztequismos. No vacilé en escarbar en diccionarios y cementerios de las palabras para ponerlas nuevamente en algunas páginas», dijo en alguna ocasión a la escritora argentina Reina Roffe.
Palinuro de México la empezó a escribir en 1967 y la terminó en Londres en 1975, novela que despliega humor y vitalidad, la obsesión por los humores y las excrecencias corporales; la enfermedad y la muerte, el sexo y el amor.
Ahí narró: «Hacíamos el amor compulsivamente. Lo hacíamos deliberadamente. Lo hacíamos espontáneamente. Pero sobre todo, hacíamos el amor diariamente. O en otras palabras, los lunes, los martes y los miércoles, hacíamos el amor invariablemente. Los jueves, los viernes y los sábados, hacíamos el amor igualmente. Por último los domingos hacíamos el amor religiosamente».
Después le llevó 10 años escribir Noticias del imperio, sin duda su novela más famosa, que narra la historia de Maximiliano de Habsburgo, segundo emperador de México, al que Juárez mandó fusilar en Querétaro, y de la emperatriz Carlota, su mujer. Los lectores han sido conmovidos y fascinados por esta historia, desde su publicación en 1987.
Así, en 1966 José Trigo recibió el Premio Xavier Villaurrutia; en 1976 Palinuro de México mereció el Premio Novela de México, en Venezuela el Rómulo Gallegos (1982), y en Francia el Premio al Mejor Libro Extranjero (1985-1986); Noticias del imperio recibió el Premio Mazatlán de Literatura.
«Tres ejercicios de indagación en nuestras tres dimensiones: el lenguaje, el cuerpo, el tiempo», así define el escritor Felipe Garrido a esta trilogía de Fernando del Paso.
Pero incluso el arte tiene sus límites. Fernando del Paso no cree que a través de la literatura se pueda modificar la situación de violencia que vive el país.
«No tengo mucha fe en que los libros cambien la realidad social y política. La cabaña del tío Tom, de Harriet Beecher, ayudó a cambiar la realidad de la esclavitud negra de Estados Unidos, pero son pocas las novelas que logran eso. Más bien recrean la realidad y son reflejo de ella. El capital, de Marx, que no es una novela y sigue vigente, porque el problema es que sigue habiendo una lucha de clases».
Desde hace 10 años Fernando del Paso se dedica a escribir un ensayo sobre el judaísmo y el islam, el primer tomo se publicará en octubre por el Fondo de Cultura Económica.
Del Paso tampoco cree que los intelectuales deban tomar las riendas de México. «Como decía Bertrand Russell, uno de los grandes problemas de nuestra época es que los ignorantes están seguros de todo y los inteligentes tienen muchas dudas. No creo que los intelectuales debamos tomar las riendas del país, pero sí podríamos ser tomados más en cuenta y podríamos ser mejores que muchos de los asesores que actualmente tienen los políticos».
Sobre Javier Sicilia (poeta y activista social), después del asesinato de su hijo Juan Francisco, y quien actualmente encabeza la marcha contra la violencia, Fernando del Paso dice: «Es un hombre valiente, pero desafortunadamente empujado por una tragedia personal. Quizá sea una de esas voces que ayuden a despertar a los políticos».
«Habría que cambiar la idea de lo que es un gobierno, el concepto de lo que es gobierno. Uno de los grandes defectos de la democracia es que el dinero tiene efecto en ella. Desde la elección de un gobernante, el dinero tiene primacía e influye en toda la política y es muy difícil que un candidato millonario se decida a hacer el bien. Eso lo hemos visto a lo largo de la historia».
Un ejemplo es que la educación está secuestrada por Elba Esther Gordillo, quien pidió al representante del issste, Miguel Ángel Yunes, una cuota de 20 millones de pesos mensuales. «Eso es una podredumbre, un cinismo nauseabundo. Escuchamos al secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, decir: ‹Hace mucho tiempo que México dejó de ser pobre›; dijo que es un país rico, pero eso refleja a qué nivel lo micro es más injusto... y venimos arrastrando desde la Colonia una gran discriminación hacia los pueblos indígenas, hacia las clases bajas y estamos parados en un volcán.
«En la educación estamos lanzándonos a la tecnología con el desprecio del humanismo. Por años estuvo prohibida la materia de civismo, cuando lo primero que tenemos que aprender al salir de nuestra casa es tratar con cortesía a todas las personas que nos encontremos. La ética sirve para la vida cotidiana del diputado, del médico, del editor. La ciencia es importante y la ética es igual o más importante. Hoy la tecnología invade a nuestras casas. Tenemos 26 mil amigos por Facebook y no tenemos dos amigos de verdad».
Las redes sociales que parecían ser una herramienta para generar cambios sociales, en África no lograron trascender, señala Fernando del Paso. «Lo que parecía una evolución o un cambio, después de seis meses de esos hechos, no ha pasado nada. Lo que buscan los jóvenes de Egipto, Túnez o México, no es necesariamente cambiar de régimen, ni de religión. Los jóvenes quieren comer mejor».
La televisión mexicana le hace un enorme daño al pueblo mexicano. «El duopolio Televisa y tv Azteca transmiten horas y horas de una televisión vulgar, pedestre, realmente corriente, en la que ofrecen información según sus negociaciones».
El 19 de julio de 1991 la Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz, de la Universidad de Guadalajara, abrió sus puertas al público para ofrecer la más amplia información sobre todos los temas vinculados con la literatura, la historia, la geografía, la economía, la filosofía, la antropología, la sociología y la política de nuestro continente.
La biblioteca cuenta con revistas, diarios, enciclopedias, libros de vida, historia y aspectos relacionados con la ciencia, el arte, las costumbres, la economía, el folclor, la gastronomía y una infinidad de disciplinas –artísticas o no– que de manera extensa dan idea del universo iberoamericano.
«La biblioteca está llena de tesoros: hay 46 muy eruditos tomos de la Enciclopedia Británica; 117 gordos volúmenes de la Enciclopedia Espasa-Calpe; el Diccionario de Política de Norberto Bobbio; incluso hay una Enciclopedia de las cosas que nunca existieron; el Diccionario universal de términos parlamentarios; el Inventario general de insultos; el Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana, de Rufino José Cuervo, y el Diccionario de mexicanismos», señala Del Paso.
En este recinto a los niños los introducen suavemente a la lectura, para que la vean como una cuestión entretenida, ya que ofrecen en verano teatro guiñol y cuentacuentos los fines de semana. Los infantes pueden escoger entre siete mil títulos de pequeño formato.
La biblioteca por su aniversario se extenderá a Plaza Universidad, donde instalarán sombrillas para que el lector o el paseante repose bajo los quitasoles y puedan tener acceso a Internet, proyecto que responde al esquema municipal de 100 plazas con conexión gratis a la red. También existe la propuesta de rebautizar la plaza con el nombre de Plaza Universidad «Las sombrillas».
Luz Elena Martínez Rocha, administradora de la biblioteca, dijo que esta ciberplaza significa un aumento de la capacidad de la biblioteca, ya que los jóvenes podrán tener un espacio digno para conversar o hacer sus tareas escolares. Además enseñarán técnicas de búsqueda para que los internautas aprendan a navegar en sitios confiables.
A 20 años de inaugurada la biblioteca, las historias vividas en el recinto son muchas, todas encaminadas a crear personas con mayor capacidad intelectual y con mayor capacidad para la crítica, pero la que más conmovió a su administradora fue la de una niña que vendía chicles y llegaba todas las tardes a la biblioteca, dejaba las golosinas en la entrada, se lavaba las manos para no ensuciar los libros y leía cuatro horas por la tarde, hasta que sus padres ciegos llegaban por ella. «Se leía todos los libros y preguntaba cuándo iban a comprar más».
«La literatura y el arte transforman la mentalidad del mundo entero a la larga. No de manera inmediata como las revoluciones o las políticas económicas, pero lo hacen.»
Foto: Natalia Fregoso. Cortesía fil
Poeta del amor y el odio, sus versos son la metáfora de un tiempo convulso que aceptó vivir como quien acepta llevar con honra la cicatriz de una batalla. Ha sido un largo viaje para «el Tigre», quien a sus 80 años recibirá una medalla en Bellas Artes este 19 de julio y el reconocimiento nacional por su trayectoria. Aquí la charla con uno de los personajes más importantes de la historia literaria mexicana.
Fecha de publicación: 6 de julio de 2009
Su oficina es un poliedro de cristales cubiertos de cortinas. Su traje negro, impecable. Sus libreros atestados. Una buena lámpara que alumbra sus manos solemnes sobre el lugar donde escribe… ¿poemas? Tal vez, pero sin duda aquí signa los documentos necesarios para sus labores de funcionario.
Poeta del desgarramiento interior, del infortunio amoroso y la metáfora felina, Eduardo Lizalde es todo un caballero. De espléndida lucidez y conversación inagotable. Como preámbulo de su cumpleaños número 80 (el 14 de julio) y del reconocimiento que recibirá en Bellas Artes, «el Tigre» concedió a La gaceta una charla para hablar de su intensa labor intelectual, y de su trabajo con la escritura que tanto ha contribuido a formar el corpus de la poesía nacional.
¿Cómo se inició usted en el mundillo literario?
En esta larga trayectoria hemos tratado a la humanidad entera. A don Enrique González Martínez lo traté los últimos cuatro años de su vida. En su casa de la Colonia del Valle se reunían las personalidades más importantes de México y el mundo. Se firmaban los libros del Canto general, de Neruda, que hemos perdido: un gran tomo que firmaban también Rivera y Siqueiros, quienes lo ilustraron.
De la generación de Contemporáneos tratamos a Gorostiza muy pocas veces, a Pellicer bastante y a Novo lo conocí bien. Pero, ¿sabe?, no todos estaban a nuestra disposición para ser entrevistados. Owen, por ejemplo, vivía fuera, así que nunca lo tratamos.
Por entonces (alrededor de 1950), un joven Eduardo Lizalde estudiaba música: «Traté de ser cantante», pronuncia sobre el escritorio su profunda voz de barítono. «No lo logré nunca, ni podía vivir de semejante cosa». Pero llegando ya a la veintena de años, compartía clases formales con Enrique González Rojo, nieto de González Martínez y poeta también, compañero y cofundador del Poeticismo, la vanguardia extraviada, según Evodio Escalante en su estudio que lleva ese título. Así, Lizalde comenzó su viaje por lo que él llama el kindergarten del mundo literario.
«Fuimos precoces, de manera que a los veinte años ya estábamos trabajando en poemas, frustrados todos. Hay que tomar en cuenta que la literatura no es adecuada para niños prodigio. Es la madurez la que produce las obras importantes».
¿Entonces cuál considera usted su debut literario?
Después de mi primer poemario, La mala hora, el libro que verdaderamente me pareció digno de publicarse fue Cada cosa es Babel, que ya estaba escrito desde el 59 o 60, pero lo publicó la unam en el sesenta y seis, exactamente en el momento en que Gabriel García Márquez publicaba Cien años de soledad. Jomí García Ascot, a quién está dedicada esa novela, me dijo entonces que ese libro iba a tener una circulación que no tendrían nuestros poemas.
¿Y tuvo razón? ¿Qué recibimiento tuvieron sus versos?
Pues Octavio Paz no era muy partidario de Cada cosa es Babel y habló poco de El tigre en la casa. Poco antes de morir me dijo: «Estoy en deuda contigo, porque he escrito muy poco sobre tus trabajos». Y es que teníamos acaso más comunicación sobre cuestiones políticas y filosóficas, aunque hablábamos mucho de poesía. Al poeticista que más celebró fue a Marco Antonio Montes de Oca.
¿Por qué esa indiferencia?