Des/memorias - Varios autores - E-Book

Des/memorias E-Book

Varios autores

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Beschreibung

Los ensayos del volumen Des/memorias se interesan por las claves y procesos de pérdida y/o "reanimación" de la memoria. El término que da título al volumen no es solo –aunque también lo sea– un juego de palabras. Su primer significado –"falta de memoria"– remite al olvido voluntario o involuntario, material o virtual, que forma parte constitutiva de la memoria. Pensadas como espacios y procesos múltiples y conflictivos, las des/memorias invitan a ir más allá de esa clásica dicotomía memoria versus olvido, para retomar y atender la inextricable relación entre esos dos extremos. El prefijo des denota falta, privación, exterioridad (estar fuera de), pero también inversión, exceso e incluso afirmación, evocando así la complejidad del concepto y de sus posibles declinaciones. La reversibilidad del prefijo (des-montar, des-hacer) apunta a la memoria como un trabajo de reelaboración, reactualización y continua reconfiguración de imaginarios e historias, que en nuestras sociedades de fast-forward y fast-rewind se llevan a cabo difícilmente. Des/memorias se desplaza no solo hemisféricamente, conjugando el norte y el sur americanos, sino también sincrónica y diacrónicamente: desde el horror vacui barroco y los mitos coloniales del ingenio azucarero y su persistencia actual, hasta los más recientes ensayos de recuperación de la memoria post dictaduras del Cono Sur en la fotografía, el cine y la narrativa, pasando por performances de la memoria inscritos en la nostalgia culinaria del exilio o en la lectura lenta como arte rememorativo.

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Adriana López-Labourdette Silvia Spitta y Valeria Wagner (editoras)

Des/memorias. Culturas y prácticas mnemónicas en América Latina y el Caribe

Barcelona 2022

linkgua-digital.com

Créditos

Título original: Des/memorias. Culturas y prácticas mnemónicas en América Latina y el Caribe.

© Autores varios.

© 2022, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Imagen de portada: Lidzie Alvisa. De la serie «Estado de archivo», 2012.

Corrección y edición: Reinier Pérez-Hernández.

Diseño de cubierta: Red ediciones.

ISBN rústica: 978-84-9007-525-8.

ISBN ebook: 978-84-9007-526-5.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Introducción. Soportes, medios y mediaciones de la memoria Adriana López-Labourdette, Silvia Spitta y Valeria Wagner 9

MEMORIAS VISUALES 31

Re-pensar la memoria fotográfica. Desplazamientos e irrupciones del retrato fotográfico durante la dictadura militar en Chile Ángeles Donoso Macaya 33

Baroque Objects and Subjects: Horror vacui, Naturaleza muerta, Memento mori Lois Parkinson Zamora 58

Memoria e imagen en América Latina Christoph Singler 77

NARRATIVAS MNEMÓNICAS 101

Campo expandido: posdictadura y paisaje Jens Andermann 103

Memoria, material, mimesis. Estrategias contra(re)presentativas frente a la desaparición forzada Rike Bolte 127

Posdictadura chilena en «el planeta de los monstruos»: una lectura desde Raúl Zurita y Estrella distante de Roberto BolañoSantiago Quintero 156

Michael Chabon: la irrupción de la memoria en la novela policial Fabricio Tocco 177

PERFORMANCES DE LA MEMORIA 191

Memory and Culinary Nostalgia in Cuban American Performance and Memoir Israel Reyes 193

El mito de El Familiar. Memoria social de la cultura del terror en los ingenios azucareros del Noroeste argentino Kirsten Mahlke 213

Confessions of a Slow Reader Doris Sommer 232

De los autores 249

Colección Américas entre comillas. Crítica, cultura y pensamiento interamericanos 255

Introducción. Soportes, medios y mediaciones de la memoria Adriana López-Labourdette, Silvia Spitta y Valeria Wagner

La memoria cultural no es un concepto de dimensiones universales, sino algo que depende de los respectivos medios utilizados por una sociedad. La memoria cultural ha transformado profundamente su estructura con el paso de la oralidad a la escritura, de la escritura a la imprenta, de la imprenta a la fotografía, de la fotografía a los nuevos medios auditivos y visuales, y su correspondiente digitalización.

Aleida Assmann, «Zur Mediengeschichte des kulturellen Gedächtnisses» (traducción nuestra)

Preservar la memoria de unos y otros, de algunos contra otros, de acontecimientos, conocimientos, lecciones de vida: esta ha sido y de alguna manera sigue siendo una preocupación vital de los seres humanos, en tanto individuos pero también en tanto colectividades. Preocupación que se plantea, por lo menos desde el advenimiento de la escritura, en términos de la tensa y paradójica relación entre la memoria y sus soportes. En la cultura letrada occidental, la formulación ineludible de esta relación —ahora asociada a la relectura de Jacques Derrida en indagaciones sobre la relación foné-logos— es la de Platón, en el Fedro, tan citada, y a menudo citada tan someramente, que corre el riesgo de vaciarse de contenido. Por eso nos permitimos recordar, una vez más, el seudomito que con objetivos claramente didácticos ofrece Platón. En su centro se encuentra la respuesta del rey Ammón al dios egipcio Tot, «padre de las letras», cuando este las presenta como un «fármaco» de la memoria y de la sabiduría: «[...] les atribuyes poderes contrarios a los que tienen. Porque es olvido lo que producirán [las letras] en las almas de quienes las aprendan», dice el rey, «al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos. No es, pues, un fármaco de la memoria lo que has hallado, sino un simple recordatorio» (Fedro, 275a). En esta distinción entre la escritura como fármaco o, por el contrario, como nefasto recordatorio generador de las carencias que suple —que Derrida uniría en Dissemination recurriendo al concepto de pharmakon, cura y veneno—, se manifiesta el miedo no solo al olvido, sino también a la producción de una memoria desencarnada, a un des-vínculo entre sabiduría, conocimiento y experiencia.

La irremediable memoria

Las palabras de Ammón resuenan todavía en nuestros oídos, particularmente fuertes en la era de la red mundial, la digitalización de la información y los nuevos y fluidísimos medios de comunicación. Lyotard las evoca al final de los años ochenta —antes de que se desencadenara la producción memorial con la caída del muro de Berlín—, al preguntarse, ante el inmenso —y frágil— poder de almacenamiento que ofrece la red, en qué términos, con qué categorías, entender esa memoria «flotante», memoria de nadie (sin cuerpo), al mismo tiempo accesible y distante (cf. Lyotard, 1993). En la lectura de Lyotard, cercana a las visiones distópicas de la ciencia ficción, el banco de datos global es la memoria —en muchos sentidos unificadora— de un sistema de creciente complejidad, cuyo objetivo es abandonar el ámbito terrestre, y del que los seres humanos son soportes: sus cuerpos son literalmente los portadores del sistema, cuya complejidad alimentan y mantienen. La ancestral ansiedad frente a una pérdida de la memoria y de la sabiduría se concretiza literalmente en este escenario: llegará un día en que el sistema, todos los saberes, informaciones y datos, con las estructuras conceptuales y tecnológicas que los vinculan y solidarizan entre sí —todo lo que hemos «almacenado»— partirá hacia un futuro mejor, dejando atrás a una humanidad vaciada de contenido. Esta «fábula», tal como la titula el propio Lyotard, denuncia los límites humanos del progreso y del pensamiento tecnológico/tecnocrático, demostrando al mismo tiempo los límites conceptuales de la noción de soporte para pensar la memoria, y la importancia, al contrario, de reflexionar sobre los medios y mediaciones para entender su constitución, configuración, circulación, e incluso su posible autonomización en «sistema».

La historia de la memoria en su imbricación con sus medios y no únicamente con sus soportes —o sea, no solo con dispositivos pasivos de almacenamiento o vehículos de transmisión, sino también con mecanismos productores de mensajes o dispositivos rectores en los procesos de comunicación, transmisión, vinculación y producción de sentido— es larga y compleja. Aleida Assmann —a quien debemos una amplia reflexión acerca de los contenidos, las dinámicas, las funciones y las variantes de memoria— la expone a través de cuatro giros, caracterizados cada uno por el surgimiento de un nuevo medio: de la oralidad a la escritura, de la escritura a la imprenta, de la imprenta a la fotografía y de la fotografía a los nuevos medios audiovisuales y su digitalización. Como en el pasaje de Fedro antes apuntado, en estas reconfiguraciones se da no solo una transformación de la técnica, y por consiguiente de la mayor capacidad de almacenamiento, de su disponibilidad y de su duración, sino también una reconfiguración de la relación entre portadores de memoria y sus mediaciones.1

Al sistematizar la relación entre medio y memoria, Aleida Assmann se apoya en dos importantes aportaciones a los estudios mnemónicos en el siglo XX: las teorías de Maurice Halbwachs y las reflexiones de Pierre Nora. En el concepto de memoria cultural, Assmann retoma de Halbwachs la propuesta de separar la memoria de lo corporal e individual para pensarla desde el régimen de la comunicación, en tanto memoria colectiva que se produce a partir de la interacción y la activación/puesta en discurso de elementos del pasado. En dicha concepción, colectividades e individuos, así como sus respectivas memorias, se mantienen interrelacionados, en una tensión encuadrada en marcos sociales de familia, profesión, religión, nación, género, etc., en los que se construyen y se difunden saberes, experiencias, nociones y usos del tiempo y el espacio (cf. Halbwachs, 1966).

En La Topographie des Évangiles en Terre Sainte, Halbwachs estudia de qué manera el alza y mantenimiento de la religión cristiana había estado en estrecho vínculo con la tendencia al emplazamiento de la memoria, a través del cual ciertos lugares materiales —templos, sepulturas, caminos de peregrinación, lugares de culto, etc.— eran cargados de un peso simbólico que permitía una identificación y un culto posterior. Más de cuatro décadas después, Aleida y Jan Assmann (2006) llaman la atención sobre esta suerte de paisajes de memoria (Assmann, 2004[a]: 59) y sobre la forma en que son semiotizados y activados posteriormente, funcionando como mediadores entre realidad y memoria. También en la década del ochenta el historiador francés Pierre Nora comienza el gran proyecto de «Les lieux de mémoire»y propone un estudio minucioso de los mnemotopos, lugares en los que se acumulan restos e informaciones del pasado. Para Nora, los procesos de democratización de las sociedades actuales, la globalización, la masificación y la mediatización han dado al traste con las regiones de memoria (milieux de mémoire), de las que las comunidades rurales serían su paradigma y en las que tenía lugar una «memoria verdadera», social e intacta, que organiza y actualiza constantemente el pasado trayendo al presente los ancestros, los mitos fundadores y sus orígenes, y promoviendo una «identificación carnal del acto y del sentido». Frente al retroceso del ideal de una memoria pura, resultado también del fortalecimiento de cierto criticismo destructor dentro de la historia, han ido apareciendo los lugares de memoria (lieux de mémoire), situados entre memoria e historia, y convertida esta última en acumulación discontinua, desidentificada y despersonalizada de vestigios, testimonios, documentos, imágenes, discursos y signos visibles de algo pasado y desconectado del presente.

Estos lugares de memoria han superado su mero carácter funcional debido a un proceso —planificado o no— de acumulación de imágenes, significados y afectos; ya no corresponden únicamente a localizaciones espaciales concretas y transitables, sino que integran otras formas de emplazamiento de la memoria, incluidos ciertos lugares «geográficos» de acumulación, pero también ciertos textos, ciertos relatos o ciertos objetos. Con ello Nora amplía la noción de paisajes de memoria de Halbwachs, al sumar un sentido simbólico y funcional a la noción de lugar en su sentido material y al proponer centrar las reflexiones sobre memorias en el estudio de los medios y las mediaciones en los que la memoria se basa.2 Por otro lado, al enunciar una cronología de los medios de la memoria que se constituye en tanto pérdida, Nora vuelve a esa especie de lugar común según el cual el tiempo le ha deparado a la humanidad una creciente falla en los mecanismos mnemotécnicos.3

Políticas de la memoria

Como tienen la memoria corta, los hombres acumulan incontables recordatorios (pense-bêtes). Ante estas bodegas llenas hasta explotar, los hombres se asustan, tienen miedo de ser anegados por las multitudes de escritos, por esos montones de palabras. Entonces, para asegurar su libertad, construyen fortalezas. En París las palabras son encerradas en la Biblioteca Nacional.

Alain Resnais, Toute la mémoire du monde, 1956 (traducción nuestra)

Recordemos a estas alturas que la espacialización de la memoria —su localización en recorridos, lugares, símbolos— no ha perdido del todo su funcionalidad, y de hecho persiste en las técnicas mnemónicas, activadas en monumentos y tarjas, o en aquellas que practicamos cuando cambiamos un anillo de dedo para recordar algo. Cuenta Cicerón en De oratore que Simónides de Ceos (556-468 a. C) ya había puesto en práctica la relación entre el espacio y la memoria cuando se vio obligado a identificar a las víctimas del derrumbe de una sala en la que momentos antes del accidente había compartido mesa en un banquete. Para ello bastaba con recordar el emplazamiento de los comensales. Nace así la técnica mnemónica de emplazar o anclar diferentes informaciones en lugares conocidos, reales o mentales. De esta suerte, tal y como proponía Quintiliano en Institutio Oratoria, la creación de los famosos «palacios de la memoria» que asociaban las ideas con lugares específicos, les permitió a oradores como Cicerón memorizar hasta dos mil discursos (cf. Yates, 1966). Ahora bien, notemos que estos palacios no contienen los discursos, sino las claves para convocarlos, evocarlos, traerlos a la mente. En este sentido, dichos lugares no son almacenes, y tampoco se reducen a una acumulación de bienes almacenables. Más bien constituyen un arte, un saber-hacer (Yates, 1966), que no se reduce a una técnica de fijación o inmovilización, sino que parte de la idea de que lo que hay que recordar está en otro lado, y hay que hacerlo regresar, volver o aparecer. Recordando la distinción en alemán entre Erinnerung y Gedächtnis, que supone en el primer vocablo una interiorización, una inscripción, y en el segundo un pensamiento o activación de dicha inscripción, la memoria es tanto la capacidad mnemotécnica, la información almacenada, como el acto performativo de recordar (cf. Plate y Smelin, 2013: 4). Tridimensionalidad que impone una distinción consciente entre los procesos de recuperación, almacenamiento y utilización de elementos provenientes del pasado.4

Poco tienen en común entonces los celebrados palacios de la memoria con el impulso abarcador que ha llevado a la fundación de bibliotecas. De la famosa Biblioteca de Alejandría a la creación contemporánea de la Biblioteca Digital Mundial,5 las bibliotecas se vuelven «fortalezas» e incluso «prisiones» no solo de las palabras y los libros sino también de todos nosotros. En Toute la mémoire du monde,documental de Alain Resnais sobre la Biblioteca Nacional de Francia, el director francés resaltaba en la línea de Jorge Luis Borges que la obsesión por la exhaustividad, la totalidad y el control de la memoria, es decir, la acumulación de datos y conocimientos, despierta miedo y angustia. Toute la mémoire du monde muestra cómo de la supuesta necesidad de «recordatorios» —en la palabra francesa pense-bête,el recordatorio es un apoyo para la memoria y para la inteligencia— surge una institución, una complejísima estructura obsesiva diseñada para cuidar, gestionar, administrar, clasificar y contener los soportes materiales de una masa de información, de la que es imposible tener una visión global y que solo podría ser activada en tanto fragmento y dispersión.6 El corto muestra los esfuerzos humanos por controlar el crecimiento exponencial de material, manteniéndolo en orden y accesible al control de sus usuarios: se ven empleados agobiados con tareas altamente especializadas —clasificación, actualización, manutención material—, absortos y desconectados unos de otros como si fueran simples piezas de una maquinaria diabólica. La impresión general es que todos —incluyendo a los usuarios, tan ajetreados como los empleados, completamente imbuidos en la lectura y/o contemplación— están al servicio de libros, catálogos y documentos de todo tipo, esclavos, más que guardianes, de una memoria colectiva cuya exigencia de reactualización vampiriza y amenaza con sumergir a las conciencias individuales. No solo encontramos aquí la nostalgia de una memoria vivida que se mantenga y actualice naturalmente a través del cuerpo, también en estas imágenes se articula la añoranza de una memoria total, abarcadora y abarcable y el miedo a que esta empresa abarcadora sea al fin y al cabo imposible.

La importancia política de la gestión de la memoria, de su funcionamiento y de su campo de acción tan crucial hoy en los debates en torno a la memoria en América Latina —volveremos a esta idea—, ya figura en los primeros relatos de los orígenes de la democracia en Europa. Además del subtexto político de la cuestión de la memoria en Platón,7 en la Orestíada de Esquilo se plantea la necesidad de un olvido selectivo, o de una suspensión de la memoria, como condición de la democracia.8 La obra pone en escena la transición de un régimen temporal y de justicia a otro: en el primero, régimen de la venganza, el pasado no se supera ni se deja atrás hasta que se cierra la espiral retributiva con la muerte del último pariente. En este régimen de justicia no hay olvido, y en realidad tampoco hay justicia, sino un agotamiento, el fin de una cadena. En cambio, con lo que será el régimen democrático, la justicia se opera sobre dos olvidos: del crimen que comete Orestes, quien mató a su madre, y del crimen que comete Agamenón, al hacer sacrificar a su hija. El ciclo de venganza se cierra con la adopción, por parte de las Furias, de una temporalidad basada estructuralmente sobre el olvido —en este caso, de la muerte de Ifigenia— y la des-personalización de la memoria, ya que es Atenea quien se hace cargo de hacer justicia, en vez de Orestes y las Furias, involucrados en los crímenes. La historia sin embargo muestra que, al neutralizar a sus «Furias», las democracias son cuestionadas, una y otra vez, por todos aquellos que portan todavía la memoria de la injusticia.

La asimetría entre memoria de las víctimas y memoria de los verdugos9 es también la asimetría entre poder e impotencia, entre una memoria que busca la invisibilidad y otra que lucha por hacerse visible, entre una memoria que ha optado por el silencio y una que grita por dejar de ser silenciada, entre la memoria como tabú y la memoria como terapia.10 En América Latina esta tensión entre memorias y tachaduras de memoria, entre justicia, culpabilidad y perdón, ha generado la creación de las comisiones de memoria y justicia tales como la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) en Argentina (1983), la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación en Chile (1990), la Comisión de la Verdad y Reconciliación del Perú (2001), etc., cuyos nacimientos responden a los «olvidos» o activos silenciamientos de la memoria de las víctimas de las dictaduras. Estas comisiones de memoria y justicia han trabajado, con diferentes grados de colaboración, con artistas en sus países, no solo para que su labor sea más impactante, sino también, en algunos casos, para concientizar a la población sobre la importancia de rendir testimonio. En la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, el Museo de Arte y Memoria fue fundado, por la Comisión Provincial por la Memoria, en 2002, como espacio de reflexión para impulsar políticas públicas de memoria y promover los derechos humanos. Según anuncian en su sitio web, estaban convencidos del poder transformador del arte y de su capacidad de promover una apropiación plural del pasado y así «generar un espacio de sensibilización y transmisión de la memoria colectiva».11

La historia literaria y la historia del arte justifican tal convicción: desde el teatro clásico griego hasta la poesía de nuestros días, los lazos profundos entre memoria, olvido, poder y colectividad han sido un motivo central, e incluso inaugural, de producción estética; y la dialéctica entre visibilidad e invisibilidad, su correspondiente recurso artístico. Por otra parte, las instancias políticas siempre se han servido del arte y de las letras para legitimarse, mientras que, independientemente de las intenciones de sus autores, el arte y la literatura cuestionaban estructuralmente su función legitimadora. Pero en las luchas posdictatoriales contra el olvido y por la memoria, llama la atención la convergencia entre los objetivos de las comisiones creadas por los gobiernos y la de los colectivos de artistas que colaboran con ellas, incluso de manera no oficial. En ambos casos el trabajo de creación de espacios públicos donde la memoria colectiva pueda re-articularse se acompaña de un cuestionamiento del poder del Estado, y de la relación entre memoria y democracia. Así, por ejemplo, el unipersonal de Teresa Ralli, «Antígona», adaptada de la obra de José Watanabe, conjuga la historia de Antígona enfrentada con el aparato de poder para buscar la justicia y enterrar a su hermano. Como ya lo anunciaron sus fundadores cuando eligieron llamarse Yuyachkani, que en quechua significa «estoy pensando, estoy recordando», el rescate de una parte olvidada de la memoria colectiva domina el aspecto creativo de esa compañía teatral. Por eso no es de sorprender que en su primer unipersonal, Ralli-Antígona incorpore a su enemigo Creonte, rey de Tebas, al ciego vidente Tiresias, a Hemón (hijo de Creonte y novio de Antígona), a un mensajero y, como si fuera poco, la actriz se transforma en el coro griego. A través de este tour de force ventrílocuo, Ralli logra poner en escena el devastador conflicto armado en el Perú en los años 1980-2000. Ahora bien, esta evocación de un trauma nacional hubiera sido imposible de realizar sin la valiosa labor realizada durante años por la Comisión de la Verdad y Reconciliación peruana.12

El afán de memoria no surge solamente en contextos posdictatoriales: el proyecto Queloides, en Cuba, organiza desde 1997 eventos y exposiciones que plantean los prejuicios raciales de la memoria cubana, tanto oficial como popular; en México, el autor Víctor Hugo Rascón Banda generó intensas polémicas por su obra La Malinche, en la que el racismo, el sexismo y las injusticias del sistema político mexicano se denuncian a partir de esa figura emblemática de la historia americana, cuyo recuerdo cubre los olvidos fundacionales de la nación mexicana. Tampoco es una marca latinoamericana la tendencia a presentar el trabajo memorial en términos de un imperativo: no olvidar. Más bien, la creación de museos de la memoria bajo el lema del Nunca más (título del informe de la CONADEP) parece formar parte del proceso de «globalización del Holocausto», en palabras de Andreas Huyssen (2003: 13). En efecto, se ha vuelto un lugar común pensar que el rescate de la memoria sirve para prevenir que se repitan los crímenes. Sin embargo, sobran ejemplos a través del mundo que sugieren que la recuperación de la memoria no necesariamente nos libra de la reiteración de capítulos violentos. Lo que sí se logra con la creación de lugares de memoria, como los archivos, museos o parques de la memoria, es el reconocimiento colectivo del sufrimiento de unos a manos de otros y, así, indirectamente, una creciente concientización de la importancia que tienen las políticas de recuperación de la memoria para el desarrollo y buen funcionamiento de las estructuras democráticas. Es posible que el trasfondo de las reflexiones contemporáneas sobre memoria y democracia sea el ideal de una democracia erigida sobre la memoria en vez de sobre los olvidos.

Cabe recordar que en América Latina la historia de la relación entre la memoria, sus soportes y sus mediaciones no es la misma que en Europa, porque está marcada por siglos de conquista y colonialismo, por modernidades desplazadas e inconclusas, así como por las formas dispares en que el subcontinente se ha insertado en la globalización y en la era virtual. Estos múltiples y crecientes desfasajes —culturales, temporales, sociales, económicos, etc.— plantean de manera recurrente y simultánea la urgencia y la dificultad de transmitir la memoria. En las últimas profecías del Chilam Balam de Chumayel, por ejemplo, se evoca con ansiedad la posibilidad de que la transcripción de la palabras y sabiduría ancestral no sean inteligibles en el futuro, que carezcan de un intérprete cultural —«¿Qué Profeta, qué Sacerdote / será el que rectamente interprete / las palabras de estas escrituras?» (León Portilla 1978: 85). O sea, ¿sobrevivirá un marco cultural (un sacerdote) y por lo tanto una comunidad capaz de llevar a cabo la mediación entre palabra y presente, necesaria para que se transmita un sentido vital? En este caso la relación con los medios y mediaciones de la memoria, que en el imaginario de la tradición occidental mayoritariamente oscila entre el miedo al olvido/a la desaparición y la obsesión por la acumulación ilimitada de conocimientos, cobra otras tonalidades: por un lado miedo a desaparecer, a que las palabras mismas se desencarnen para siempre; por otro, no obsesión, sino necesidad de recuperar la escritura para que no se cierre la esperanza, el tal vez, de futuros lectores que logren actualizar los marcos de la memoria colectiva en las nuevas condiciones sociopolíticas.

Lo que en la tradición occidental es un subtexto —el uso político de la memoria, la posibilidad de que no haya más sujetos que rememoren— hasta el siglo XX, en el contexto americano desde el principio, en tradiciones minoritarias forzadas a articular la memoria a las desmemorias para proyectarse en el futuro, resulta una cuestión candente. Es conocido, por ejemplo, el trabajo que llevan a cabo las crónicas mestizas, en el siglo XVII, para adaptar la historia precolombina a los marcos narrativos de la historia universal, lo cual implica reinterpretaciones de conceptos y géneros dominantes así como constantes desplazamientos entre particulares y universales. Aún más familiar es el interés de las élites criollas en producir documentos memoriales —mencionemos los textos sobre los arcos de triunfo de Carlos de Sigüenza y Góngora o de Sor Juana Inés de la Cruz— que los incluya como legítimos sujetos y agentes de la memoria colectiva.

En todos estos casos se comprueba un trabajo sobre lo que Elizabeth Jelin, siguiendo a Halbwachs, llama los marcos de la memoria, los referentes, relatos, mitos, códigos sociopolíticos en los que se inscriben y cobran sentido las memorias individuales, y que a su vez se alimentan de ellas. Cuando las circunstancias destruyen o desarman —desacreditan, silencian, desarticulan— estos marcos socioculturales y políticos de la memoria en los que se apoyan las historias y experiencias individuales, estas se pierden, se desorientan, se incomunican, mientras que las diferentes formas de la memoria colectiva se abstraen y se volatizan, aunque tengan soportes concretos. El olvido, entonces, no es solo resultado de la ausencia o destrucción de los «recordatorios», ni tampoco de su excesiva presencia, sino también de la ausencia o inadecuación de los marcos, códigos y mediaciones capaces de darles sentido, de activar relatos, datos, de conectarlos a presentes continuos para que informen a la experiencia. Más que de memorias desencarnadas, podemos hablar en estos casos de memorias «desanimadas»: memorias sin alma, como previene el rey Ammón, memorias que aunque se sostengan en cuerpos humanos y los habiten, permanecen desconectadas, desactivadas o apagadas.

Ahora bien, la memoria cobra vida solo al ponerse en circulación, en el curso y a través de la transmisión entre personas, siempre mediatizada por una comunidad (que es también) imaginada (Anderson, 2003), que la reactualiza, poniendo a prueba su pertinencia y significancia, al tiempo que se reactualiza y se re-significa a sí misma. Es lo que plantea el profeta del Chilam Balam cuando se pregunta si podrán sus futuros lectores entender sus palabras: cuando falla la comunidad imaginada, falla la memoria; cuando falta o no funciona el «circuito» —para usar metáforas contemporáneas—, no se transmite la memoria, aun si sobreviven las personas. En los estudios sobre la memoria esta imprescindible mediación de un imaginario colectivo se plantea en términos de la simultánea inseparabilidad y distinción entre las memorias individuales y colectivas: la memoria individual se inscribe en una comunidad que se imagina al interperlarse. La concepción de la memoria como interfaz entre individuos y colectividades se inspira, por lo menos a nivel modélico, en el funcionamiento de las sociedades orales, en las que es evidente la fundamental interdependencia anímica entre la memoria, los relatos que constituyen el imaginario común y la comunidad concreta de personas. Tenemos una formulación elocuente de tal interdependencia en El hablador, de Mario Vargas Llosa, de cuyo personaje principal —un indígena machiguenga que recorre las comunidades esparcidas en la selva amazónica, contando las historias de los antepasados y llevando noticias de unos a otros— dice el narrador: es «la savia circulante que hacía de los machiguengas una sociedad, un pueblo de seres solidarios y comunicantes» (Vargas Llosa, 1987: 91-92). En la novela, el narrador encuentra en esta función «socio-aglutinante» de los relatos una prueba de la importancia de la literatura y de los escritores; pero en su deseo de emular a esta figura se transparenta la nostalgia por una época perdida, cuando todavía se podía esperar, contradiciendo al rey Ammón, que por las letras circulara la «savia» de la comunidad.

Pero si bien es cierto que las letras ya no ocupan el primer lugar en el pedestal de los soportes memoriales, los relatos siguen circulando, por otros y múltiples medios, hasta los más recónditos lugares y hasta los oídos más dispares. Sin embargo, ninguna «savia» parece capaz de reanimar esa comunidad imaginaria que proyectamos en el pasado. En parte, por supuesto, porque se trata de un ideal de cohesión que posiblemente nunca haya existido, y en parte porque en nuestros contextos actuales (globalizados, de intenso flujo de personas, posdictatoriales, posgenocidas, etc.) las comunidades parecen ser cada vez más imaginadas y menos concretas. Los debates a veces traen a la mente el miedo de Descartes (Meditaciones metafísicas) o de Borges («Las ruinas circulares») a ser soñado por Dios. En nuestro caso, ¿cómo recuperar la interfaz entre individuo y colectividad que logre reanimar el cuerpo moribundo o apenas soñado de la comunidad? Parece que parte del problema reside en la falta de correspondencia entre las memorias y experiencias individuales, o de pequeños grupos, y los imaginarios colectivos. De ahí el interés de Jelin, que compartimos, por lo que llama las «claves de activación» de la memoria: aquellos incidentes, códigos, momentos, experiencias, fragmentos de relatos, dispositivos, que de maneras diversas —voluntaria o involuntariamente— logran «enganchar» las memorias sueltas y calladas, solidarizarlas con otras, reanimarlas y reactualizarlas, con vistas a re-imaginar comunidades.

La memoria entre globalización y Alzheimer colectivo

La reflexión sobre la memoria, entonces, es indisociable, no solo del estudio crítico de sus soportes, medios y mediaciones, sino también del reconocimiento de su función en la creación de nuevos imaginarios sobre la comunidad. En nuestro mundo globalizado y súper (aunque desigualmente) conectado, la información y los datos acumulados exceden todo lo imaginable en el pasado pre-digital, y las redes sociales y otros medios de comunicación crean innumerables lazos entre individuos, grupos, subjetividades antes separados por fronteras, lenguas y culturas. Sin embargo, mientras que las carreteras informáticas que conectan «nudos» de información facilitan la comunicación creando una aldea global, experimentamos un creciente aislamiento en nuestra cotidianidad. No por azar han surgido conceptos inspirados en el universo virtual, como los «nodos de memoria», en los que la articulación social de la memoria, desterritorializada, se calca en las imágenes que dan forma a unos vínculos sociales más allá del colonialismo y los nacionalismos.13

De hecho, lo que tradicionalmente entendíamos bajo el concepto de comunidad está siendo socavado por el capitalismo transnacional y transformado en una suerte de memoria global de índole popular, donde las noticias, como ya lo analiza Benedict Anderson, además de transformar lo cotidiano en lo sensacional, crean la ilusión de que pertenecemos a una comunidad unida por los eventos recordados. Esta memoria global se encuentra enmarcada por anuncios publicitarios que articulan un presente cada vez más efímero y venden objetos de consumo que se vuelven obsoletos casi tan pronto como los hemos adquirido. La memoria, entonces, está siendo simultáneamente trivializada y sacralizada. De esta suerte, nos movemos entre polos extremos: de la ilusión de total recall, que es materia privilegiada de la ciencia ficción, a la «cultura de la memoria» (Huyssen, 2003), de la politización de la memoria a formas mercantiles y banales de la nostalgia. El consumo banal de la memoria en los medios masivos convive con las formas localizadas de memoria (lugares de memoria, relatos familiares) arraigadas en nociones tradicionales de colectividad. En efecto, hasta podríamos argumentar que nuestra época, heredera del «siglo de los genocidios», como se le está llamando al siglo XX, se caracteriza justamente por los nuevos usos y creaciones de la memoria como una forma más del consumo y simultáneamente como intenso debate y proceso de reivindicación de millones de víctimas. El auge de internet, la comunicación digital y las formas desmaterializadas y hasta desvirtuadas de la memoria y el conocimiento que emergen con la fácil manipulación de la imagen existen paralelamente al llamado a recordar (Yuyanapaq), a la recuperación por parte de grupos étnicos y de género de la memoria de la exclusión y el exterminio, a la formación de las comisiones de la verdad y justicia a lo largo y ancho de las Américas y a la memorialización del Holocausto en Europa y los Estados Unidos.

Mientras el vaciamiento vertiginoso de la memoria y la producción de series de memorias cada vez más fácilmente consumibles y desechables está siendo contrarrestado por formas locales de imaginar y crear comunidades, las formas tradicionales de atención y de concentración con las que crecieron las generaciones anteriores a internet están posiblemente desapareciendo. Muy lejos de los antiguos y maravillosos palacios de la memoria, las constantes interrupciones del internet y demás medios a las que estamos sometidos diariamente está llevando a algunos investigadores a postular que nuestros cerebros, gracias a su increíble plasticidad, están siendo transformados por esta nueva tecnología y por las formas de (in)atención que conlleva. Es corriente hoy en día escuchar que las nuevas generaciones son incapaces de concentrarse sostenidamente y muchos no pueden ni siquiera entender una frase compleja y menos aún leer un libro o ver una película de un tirón. El de los jóvenes, leemos en los periódicos, ya es un cerebro tweet; a los sound bytes se suman los eye bytes. Aunque es difícil evaluar si estos temores son fundados, cabe sin duda preguntarse cómo incidirán en el modelo tradicional, esencialmente narrativo, de la memoria, los cambios en los modos de la atención. ¿Qué será de la memoria si se rompe el hilo narrativo que la sostiene?

El deterioro de los soportes tradicionales de la memoria, al que estamos aludiendo, empezó a preocupar hace más o menos una década, cuando la llamada generación de los boomers empezaba a bregar con la demencia y diversos procesos de pérdida de la memoria que vivían sus padres. El mal de Alzheimer se convirtió entonces en el símbolo que mejor describía la amnesia colectiva que se había apoderado de EE.UU. en la era post-Reagan (cf. Newman, 2007). Aquí podemos situar un cambio con respecto a las discusiones en torno a la memoria. La obra de los teóricos de la memoria (Halbwachs, Nora, Todorov, Huyssen, Assmann, Jelin, Degregori, Galeano et alii.) y la post-memoria (Hirsch) más prominentes fue impulsada en los años noventa por la caída del muro de Berlín, los estudios del Holocausto y por las reflexiones que se dieron en América Latina en torno al quinto centenario de la Conquista y los procesos posdictatoriales. Sus trabajos partían de objetivaciones y rearticulaciones de la memoria tales como monumentos, archivos, testimonios y demás soportes materiales y artísticos de la memoria. En cambio, el actual debate sobre la memoria se centra en la desmaterialización de la memoria, ya que archivamos en, y dependemos cada vez más de, soportes virtuales. Los espacios, los monumentos y los procesos de la memoria postraumática, entonces, están siendo dejados de lado por una creciente preocupación por la dependencia del gran archivo virtual en el que se ha erigido internet. Si para Derrida, retomando a Platón, la escritura era un fármaco que curaba y a la vez agudizaba los males de la des/memoria, hoy en día internet sería un súper-fármaco. La capacidad aparentemente ilimitada de archivarlo todo convierte a internet en una suerte de memoria prostética separada de la experiencia de memorizar y activar la memoria. Al ser más dependientes de soportes externos de memoria, nos cuesta más hacer el esfuerzo por recordar, pues sabemos que con solo prender uno de los tantos dispositivos electrónicos que nos rodean tendremos toda la información a mano. La ilusoria facilidad de recobrarlo todo hace que el espectro del Alzheimer nos aceche cada día más.

Aún así, según Mayer-Schönberger, internet está invirtiendo el antiguo balance entre la memoria y el olvido, ya que antes la dificultad y el esfuerzo de recordar hacían que recordáramos solo lo que considerábamos importante y que olvidáramos mucho de lo no relevante. Esta necesidad del olvido fue transformada en una virtud por Nietzsche y otros más, quienes señalaron que el almacenamiento indiscriminado de memorias crea un caos mental que nubla e imposibilita el pensamiento y la lógica. La relación entre memoria y olvido se invierte con la memoria digital, a la que le resulta más fácil almacenar que olvidar. La facilidad de archivar información y de recuperarla casi simultáneamente transforma internet en una suerte de biblioteca universal ilimitada incapaz de «olvidar» el menor detalle: internet «make[s’] forgetting harder» (Mayer-Schönenberger, 2009: 87). Paradójicamente, sin embargo, internet pierde información de una manera vertiginosa. Se dice que el número de sitios web que desaparecen diariamente constituiría una torre que podía alcanzar la luna si cada sitio fuera impreso. Aunque seguramente es una exageración, sí es cierto que estamos viviendo procesos de radical transformación en la construcción de lo que llamamos memoria.

Muy por encima de los constantes cambios de dispositivos mnemotécnicos y de las transformaciones en las formas de percibir y gestionar la memoria que dichos cambios acarrean, persiste entonces un miedo a la pérdida de memoria. Tanto las transformaciones como los miedos parecerían ser constitutivos de los procesos de memoria, volviéndose su razón de ser. Los antiguos álbumes de fotos, de confección costosa y engorrosa, han sido reemplazados por los archivos digitales, factibles y asequibles; pero no ha desaparecido con ello el temor a la alteración de las fotos, al descontrol de las imágenes, a la desaparición del archivo. ¿Quién no teme perderlo todo en un instante, aunque se insista en que la información está segura y archivada en «la nube»? ¿Quién no teme, al contrario, que lo que algún día «subió» a la red deje su huella para siempre? Para algunos, esta capacidad cada vez más ilimitada de archivarlo todo —y lo que es más, de archivarlo todo de una manera cada vez más económica e ilimitada— está siendo celebrada como una considerable ampliación de la «extensión de la memoria humana» (Mayer-Schönberger, 2009: 77. Traducción nuestra). Pero para otros, lo que se está perdiendo es la forma incorporada y performática de la memoria inscrita en los cuerpos, en los espacios y en las comunidades. Hipermodernos, nos encontramos teniendo que negociar frente al no-lugar del «espacio» digital de la memoria, el Alzheimer colectivo, las formas urgentes de recuperación y recolección de la memoria y los imperativos de memorialización y de olvido que se encuentran en la base de todo proceso realmente democrático.

Des/memorias

Los trabajos que proponemos a continuación operan bajo la fiebre de la memoria que nos consume hoy en día, a modo de antídoto contra el virus de la amnesia que a ratos parece querer consumir hasta la memoria misma (Huyssen 2003: 27). Los ensayos aquí reunidos se interesan en las claves y procesos de pérdida y/o «reanimación» de la memoria, en respuesta a nuestra invitación a que escribieran en torno a la des/memoria. Este término no es solo —aunque también lo sea— un juego de palabras. Su primer significado —«falta de memoria» (Diccionario de la Real Academia Española)— como hemos venido señalando, remite al olvido voluntario o involuntario, material o virtual, que forman parte constitutiva de la memoria. Por otra parte, des/memorias invita a ir más allá de esa clásica dicotomía memoria versus olvido, que evoca una simetría de contrarios, para retomar y atender la inextricable relación entre esos dos extremos. Nos urge enfatizar el aspecto multidimensional y multiconflictivo de la memoria. Puntualizando un poco más: entender las des/memorias como espacios y procesos múltiples y múltiplemente conflictivos. El prefijo des denota falta, privación, exterioridad (estar fuera de), pero también inversión, exceso e incluso afirmación, evocando así la complejidad del concepto de memoria y de sus posibles declinaciones. La acertada fórmula de Jelin, el trabajo de la memoria, cobra fuerza en nuestro término compuesto: parte del trabajo que efectúa la memoria, que se efectúa en y sobre ella, es reflexivo y bidireccional. Reside e incide en la transformación de sus marcos. La connotación de reversibilidad del prefijo (des-montar, des-hacer) apunta a la memoria como un proceso de reelaboración, reactualización y continua reconfiguración de imaginarios e historias, que en nuestras sociedades de fast-forward y fast-rewind se llevan a cabo difícilmente.

A partir de estas pautas, los ensayos se desplazan no solo hemisféricamente, conjugando el norte y el sur americanos, sino también sincrónica y diacrónicamente: desde el horror vacui barroco y los mitos coloniales del ingenio azucarero y su persistencia actual hasta los más recientes ensayos de recuperación de la memoria post dictaduras del Cono Sur en la fotografía, el cine y la narrativa, pasando por performances de la memoria inscritos en la nostalgia culinaria del exilio o en la lectura lenta como arte rememorativo. De una manera u otra, todos los ensayos se agrupan alrededor de tres nodos importantes: memoria e imagen (Zamora, Donoso, Singler); memoria, dictadura, narrativa (Andermann, Bolte, Quintero, Tocco); performances de la memoria (Reyes, Mahlke, Sommer). En palabras de Rike Bolte, todos, desde bases conceptuales y objetos de análisis diversos, se centran en la poiesis «ante el escándalo de la desaparición», entendiendo a esta última en un sentido amplio, que incluye al olvido, la omisión, la ocultación. Podemos también hablar de memorias creativas, procesos de creación e invención de la memoria, como en los casos del mito de El Familiar tratado por Kirsten Mahlke, y de la memorias «subterráneas» de los pasados y futuros posibles que evoca Fabricio Tocco. Asimismo resaltan el trabajo sobre los soportes de la memoria para aumentar sus poderes de activación; las acciones conjuntas de fotografías, cine y televisión que comenta Ángeles Donoso; la complementariedad entre soporte visual y estímulo táctil subrayada por Christoph Singler, que no solo «reanima» los recuerdos sino que apela a otro tipo de memoria, corporal y material. En el mismo sentido, las «zonas grises» de la memoria posdictatorial chilena que comenta Santiago Quintero, o los «campos extendidos» de las memorias posdictatoriales chilenas y argentinas que analiza Jens Andermann, mostrando cómo se desplazan y se diseminan los lugares y nodos de memoria, sugieren que la memoria, siempre evasiva e «irremediable», se ha vuelto en muchos sentidos in-soportable. Paralelamente, todo puede mediar y reavivar al pasado. Los recordatorios se han vuelto tan omnipresentes que es preciso un constante esfuerzo individual para particularizar la memoria, reactualizarla y darle, una vez más, sentido.

Bibliografía

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1 Como veremos, esta reconfiguración de la memoria es suficientemente radical como para que la ciencia contemple hoy en día la posibilidad de que la inmensa plasticidad del cerebro se esté adaptando rápidamente a estos cambios.

2 Al revisar el proyecto de Nora sobre los lugares de memoria en la sociedad francesa, Aleida Assmann llama la atención sobre la doble estructura de los lugares de memoria, topoi y medios, en la que recae la dinámica de la memoria, entre constante renovación y estabilización (cf. Assmann, 2004[a]).

3 Como apunta Patrick Schmid (2004), esta cronología de la memoria a partir de sus medios, que remite una vez más a ese momento fundador de Platón, coincide también con las revisiones poscoloniales de Indra Segupta («Locating lieux de memoire: A (Post)Colonial Perspective») así como con las reflexiones del historiador Jacques Le Goff (History and Memory) o la socióloga Elena Espossito (La memoria sociale. Mezzi per comunicare e modi di dimenticare).

4 En Los abusos de la memoria,Todorov llama a tener en cuenta la clara diferencia entre recuperación y utilización de la memoria, para evitar así ciertos malentendidos con respecto a los procesos mnemotécnicos: «[...] es esencial constatar que ningún automatismo vincula ambos gestos: la exigencia de recuperar el pasado, de recordarlo, no nos dice todavía cuál será el uso que se hará de él; cada uno de ambos actos tiene sus propias características y paradojas. Esta distinción, por neta que sea, no implica aislamiento. Como la memoria es una selección, ha sido preciso escoger entre todas las informaciones recibidas, en nombre de ciertos criterios; y esos criterios, hayan sido o no conscientes, servirán también, con toda probabilidad, para orientar la utilización que haremos del pasado. Sin embargo, desde otro punto de vista, de legitimidad y no ya de origen, existe una gran discontinuidad: no se puede justificar un uso engañoso por la necesidad de recordar» (Todorov, 2000: 17).

5 Esta Biblioteca esun proyecto masivo de digitalización del patrimonio intelectual mundial efectuado por la Biblioteca del Congreso, la Unesco y diversas bibliotecas en todo el mundo y tiene el ambicioso fin de juntar en un único sitio web todo el legado cultural mundial. Según anunciaba su sitio web en el 2009, año de su fundación, la Biblioteca colecciona, «rare and unique documents—books, journals, manuscripts, maps, prints and photographs, films, and sound recordings—that tell the story of the world’s cultures». Este esfuerzo global por abarcar los «tesoros» de todas las culturas opera no solo en inglés, sino también en árabe, chino, francés, portugués, ruso y español, con documentos escaneados en la lengua original. Cf. la página oficial de la Biblioteca: http://www.wdl.org/en/.

6 La comparación de la biblioteca con una cárcel de difícil acceso, en donde se encerrarían libros y documentos para proteger y unificar a la sociedad, viene siendo subvertida desde la invención de internet, que, como vemos claramente con la creación de Wikipedia y otras plataformas de intercambio de información, ha ayudado a transformar a cada ciudadano en usuario de la «biblioteca» digital y también en un potencial archivador y articulador de memorias.

7 La cuestión política afloraba ya en Fedro cuando Sócrates, a los nefastos efectos de la abstracción y de la proyección que el rey Ammón atribuye a las letras, agrega la inevitable pérdida de criterios que genera el supuesto remedio al olvido, tanto en lo que respecta a la transmisión del conocimiento y de la sabiduría, como a la evaluación y comprensión de la veracidad de las palabras escritas, que «ruedan por doquier, igual entre los entendidos que como entre aquellos a los que no les importan en absoluto, si saber distinguir a quiénes conviene hablar y a quiénes no. Y si son maltratadas o vituperadas injustamente, necesitan siempre la ayuda del padre, ya que ellas solas no son capaces de defenderse ni de ayudarse a sí mismas» (275e). Así las letras, so pretexto de ayudar a pensar y recordar, cuestionan la ley del padre, la autoridad, las articulaciones entre saber y poder, que aún corresponden a una jerarquía social y económica.

8 En la primera parte (Agamenón) de la Orestíada, Clitemnestra mata a su esposo Agamenón cuando este regresa de Troya, porque sacrificó a su hija Ifigenia para aplacar a los dioses, tener buen viento y poder llevar sus naves a la guerra; en la segunda parte (Las Coéforas), Orestes mata a su madre para vengar la muerte de su padre, y lo persiguen luego las Furias, diosas de la venganza, por matricidio; en la tercera (Las Euménidas), Orestes se refugia en el templo de Atenea, quien lo acoge y les ofrece a las Furias un lugar en la ciudad a condición de que abandonen su venganza.

9 En Der lange Schatten der Vergangenheit. Erinnerungskultur und Geschichtspolitik (2006), Aleida Assmann propone una división de la memoria de las víctimas en memoria heroica y memoria traumática, lo cual en su momento resultó particularmente esclarecedor para diferenciar las formas de la memoria frente al Holocausto y frente a otros horrores traumáticos de la historia. A través de la conversión de la víctima en mártir, la memoria heroica da un sentido a la violencia y a la pérdida, proyectándolo en un ideal, futuro pero cierto. La memoria traumática, por el contrario, no puede ser actualizada ni asimilada de ninguna forma. Según Assmann, no existen recursos para convertir el horror del Holocausto o la Shoá en una imagen positiva de sí mismo o en un sentido que unifique de alguna manera a las víctimas, pues estas están marcadas por la vergüenza y por un recurrente sentido de culpa. En estos casos el trauma no «encuentra memoria», sino que permanece como latencia, transmitiéndose de una generación a otra, hasta que pueda ser reelaborado y convertido en discurso memorialístico.

10 Las comisiones de verdad y justicia latinoamericanas fueron creadas para contrarrestar las estrategias de los gobiernos de transición de silenciar los crímenes cometidos durante las dictaduras. Según Esteban Cuya, del Centro de Derechos Humanos de Nuremberg (http://www.menschenrechte.org), «Con la ilusión de borrar el horror de sus acciones, y con la pretensión del olvido y de la impunidad, estos regímenes dictatoriales, al final de su mandato o los gobiernos que les sucedieron, dictaron leyes de “Obediencia debida”, “Caducidad”, “Punto Final”, “Amnistía”, etc.» y de esta manera activamente suprimieron la memoria de las víctimas de las dictaduras (Cuya, 1996).

11 Véase la página web correspondiente al Museo de Arte y Memoria de Buenos Aires: http://www.comisionporlamemoria.org/museodearteymemoria/inicio.php.

12 La investigación de esta importante Comisión ha quedado registrada en más de cuatro mil quinientas páginas bajo el lema «Un país que olvida su historia está condenado a repetirla» y en la exposición Yuyanapaq (en quechua «para recordar»), que ahora se encuentra expuesta permanentemente en el Ministerio de Cultura en Lima.

13 El concepto de nudos de memoria (noeuds de mémoire)fue elaborado en 2010 en un dosier dedicado a las formas contemporáneas de memoria. Los nodos de memoria serían los nuevos medios en los que desaparece la visión nacionalista y colonialista del concepto de Nora, abriéndolo a los globales flujos de los medios (cf. Rothberg, 2010: 9).

MEMORIAS VISUALES

Re-pensar la memoria fotográfica. Desplazamientos e irrupciones del retrato fotográfico durante la dictadura militar en Chile Ángeles Donoso Macaya

Borough of Manhattan Community College, City University of New York

No es de ninguna manera casual que el retrato sea la principal ocupación de la fotografía en sus comienzos. El valor de culto de la imagen tiene su último refugio en el culto al recuerdo de los seres amados, lejanos o fallecidos. En las primeras fotografías, el aura nos hace una última seña desde la expresión fugaz de un rostro humano. En ello consiste su belleza melancólica, la cual no tiene comparación.

Walter Benjamin (2003: 58)