El aroma de los imperios - Karl Schlögel - E-Book

El aroma de los imperios E-Book

Karl Schlögel

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Beschreibung

Unos años antes de la Revolución rusa, dos perfumistas franceses establecidos en Moscú—Ernest Beaux y Aguste Michel—recibieron el encargo de crear una nueva fragancia para conmemorar el tercer centenario de la dinastía Románov. Con la caída de los zares y la subsiguiente guerra civil, Beaux regresó a Francia, donde conocería a Coco Chanel, y Michel permaneció en Rusia, convirtiéndose en uno de los artífices de la industria del perfume soviética. La fórmula del perfume imperial jamás se perdió, y de ella surgirían dos icónicas fragancias: Chanel nº 5 y Moscú Rojo, estandartes de dos mundos confrontados. En esta apasionante pesquisa Karl Schlögel rastrea el pasado para ofrecer una perspectiva inaudita sobre la pugna por el poder en el «siglo de los extremos» que marcó la existencia de millones de personas, mostrándonos que una gota de perfume puede encapsular una buena porción de la convulsa historia del siglo XX. «Schlögel aprovecha los dos recorridos paralelos que, a partir de esa fragancia "imperial", siguen ambos perfumes, para trazar un fascinante mapa de conexiones entre Rusia y Francia». Alberto Gordo, El Cultural «Karl Schlögel rastrea el pasado para ofrecer una perspectiva inaudita sobre la historia de la URSS. Un libro fascinante». Manuel Lucena Giraldo, ABC Cultural «Separados durante décadas por el Muro de Berlín, el mundo comunista y Occidente tuvieron en común más de lo que pensaban: las dos fragancias más famosas de cada bloque, Chanel nº5 y Krásnaia Moskvá (Moscú Rojo), son gemelos olfativos que nacieron del citado perfume creado en el Imperio zarista». Andrés Seoane, Papel El Mundo «Estamos ante una excusa aromática para penetrar en la materia de investigación en que Karl Schlögel se ha hecho colosal. Un hito bibliográfico y un libro tremendo». Toni Montesinos, La Razón «Un tour de force a través de las vidas y biografías, la política y la sociedad del siglo XX, que no siempre es fácil de seguir por sus grandes saltos. Es una gran tarea para la historia explorar el mundo de los aromas, y Schlögel le ha dado un enfoque singular y meritorio». Luis M. Alonso, La Nueva España «A través de dos caminos paralelos, Karl Schlögel examina los lazos culturales, sociales e industriales que se dieron entre Francia y Rusia durante el siglo XX, y reflexiona sobre el rastro olfativo que ha dejado la historia: del "seductor aroma del poder" al olor de la pobreza y el hacinamiento de guetos, gulags y campos de concentración nazis». Carlos Joric, Historia y Vida «La historia paralela de ambas fragancias que propone el autor permite asistir a una singular confrontación cultural y olfativa. Lo anecdótico sirve para explicar un cuadro mucho más amplio, que además se enriquece con jugosas historias como la de la némesis de Coco Chanel en el bando comunista. Polina Zhemchúzhina, era una ardiente revolucionaria y esposa del ministro Viacheslav Molotov». Mauricio Bach, The Objective «El aroma de los imperios ofrece mucho más de lo que, en apariencia, invoca. Y ello sin dejar de ser una historia de fragancias, de modas, de una nueva estética fabril, que perfumó el crepúsculo del gran mundo europeo de la entreguerra». Manuel Gregorio González, Diario de Sevilla «Un apasionante viaje que establece inesperadas conexiones entre dos fragancias icónicas». Jordi Alumà, Diario de Mallorca

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KARL SCHLÖGEL

EL AROMA

DE LOS IMPERIOS

CHANEL Nº 5

Y MOSCÚ ROJO

TRADUCCIÓN DEL ALEMÁN

DE FRANCISCO UZCANGA MEINECKE

ACANTILADO

BARCELONA 2024

CONTENIDO

Una investigación imprevista

El aroma del Imperio

Paisajes aromáticos

Cuando «se rompe el eslabón más frágil de la cadena del imperialismo» (Lenin)

Adiós a la Belle Époque: la ropa para una nueva mujer

La conexión rusa de Chanel

¿Conexión francesa en Moscú?

El proyecto inconcluso de Auguste Michel

El seductor aroma del poder

Desde el otro mundo

Después de la guerra

Digresión: Olga Chéjova

How one world smells

No sólo el Cuadrado negro

Bibliografía

Procedencia de las imágenes

In memoriam

Karl Lagerfeld

(1933-2019).

[Acantilado no se responsabiliza del contenido de ninguno de los portales de la red mencionados en el libro].

UNA INVESTIGACIÓN IMPREVISTA

Nunca había previsto ocuparme de olores ni aromas, por no hablar de perfumes. Que la división del mundo en Este y Oeste implicaba también una división en el mundo de los olores lo sabía ya todo aquel que, antes de la caída del muro, hubiera cruzado el paso fronterizo Berlín-Friedrichshain. Pero entre mis prioridades de investigación figuraba otro tipo de materias y temas. No tenía intención de emprender un proyecto con la mera idea de cubrir una laguna en la investigación, ni de buscar indicios que me permitieran dar un nuevo «impulso» a los estudios culturales. Mi bagaje en el mundo de los aromas era de lo más modesto, equivalía probablemente a la experiencia media de un hombre que sólo dispone de lo imprescindible en cuanto a jabones, desodorantes, cremas y colonias. Mi contacto con el universo de las fragancias era marginal, muy puntual: se limitaba a la sección de perfumería de unos grandes almacenes—casi siempre están en la planta baja y resultan difíciles de sortear—o del duty-free que hay que atravesar al dirigirse a la puerta de embarque en los aeropuertos. Más aún que los perfumes, o su extraña mezcla, lo que más me llamaba la atención era la luz, el destello de los cristales, el arco iris de colores, espejos y frascos, y el perfecto maquillaje de las mujeres, que no parecían dependientas, sino modelos, vivas encarnaciones de la elegancia. No dejaba de sentirme un intruso en ese ambiente deslumbrante y glamuroso, con sus infinitas y escalonadas gamas de colores y matices.

Pero, al mismo tiempo, me veía impelido a superar los escrúpulos y a adentrarme sin ningún conocimiento previo en esa esfera tan especial. Es una suerte de apropiación indebida tomarse la licencia de escribir sobre algo que se desconoce totalmente. En mi caso, por encima de cualquier reparo, existía un primer impulso que se reveló como algo más que una simple impresión y que consistía en rastrear una huella de tal manera que el mero seguimiento acabara por desarrollar su propia dinámica, un remolino que sólo se extinguiría cuando se hubieran revelado todos los detalles, cuando ya no quedara nada más que contar.1

Al comienzo había un aroma que flotaba en el aire siempre que en la Unión Soviética se celebraba algo; podía ser en el conservatorio de Moscú, en el teatro Bolshói, en una fiesta de graduación académica o en una boda. En mis recuerdos, asociaba el aroma dulzón y pesado con un público más bien solemne, con un parquet lustroso y candelabros encendidos, con espectadores circulando por el vestíbulo del teatro durante la pausa. Más adelante me volví a topar con ese aroma en la República Democrática Alemana, sobre todo en recepciones oficiales en el marco de encuentros germano-soviéticos o en casinos militares. El primer móvil fue seguir la pista del aroma, tal vez identificar la marca, y todo lo demás vino por sí solo, una cosa detrás de la otra. Las pesquisas iniciales me revelaron que el aroma provenía de un perfume llamado Moscú Rojo. De todos es conocida la exitosa historia de Chanel Nº5, pero apenas sabemos nada de la del más famoso de los perfumes soviéticos. Se ha demostrado que ambos proceden de una fórmula originaria común, elaborada por perfumistas franceses en la época del Imperio ruso; uno de ellos, Ernest Beaux, regresó a Francia después de la Revolución y la Guerra Civil, y conoció a Coco Chanel, mientras que el otro, Auguste Michel, se quedó en Rusia, participó en la fundación de la industria perfumera soviética y, a partir del Bouquet Préféré de l’Impératrice, creó Moscú Rojo. Ambos perfumes han gestado nuevos universos aromáticos y, aunque presentan biografías radicalmente distintas en entornos culturales diferentes—París y Moscú durante la primera mitad del siglo XX—, simbolizan el seductor aroma del poder: Coco Chanel, que se dejó querer por las fuerzas de ocupación alemanas, y—mucho menos conocida—Polina Zhemchúzhina, esposa del ministro de Asuntos Exteriores soviético Viacheslav Mólotov, Comisaria del Pueblo y responsable durante un tiempo de la industria cosmética y perfumera de su país. Coco Chanel se refugió después de la guerra provisionalmente en Suiza, Polina Zhemchúzhina-Mólotova fue deportada durante la campaña antisemita de finales de la década de 1940 y, a lo largo de cinco años, conoció el «olor de los campos de internamiento». Chanel triunfará en el mundo de la moda parisina en la década de 1950, Zhemchúzhina llevará una vida retirada junto a su marido en Moscú y seguirá siendo hasta su muerte, en 1970, una ferviente estalinista. Otro de los ramales de mi investigación me condujo hasta Olga Chéjova, la «gran dama del cine alemán», que era también diplomada en cosmética.

Por muy popular que fuera el perfume Moscú Rojo, poco pudo hacer ante el estancamiento de la Unión Soviética tardía y la presión de la industria perfumera global. Pero ha reaparecido en el mercado de la Rusia postsoviética, y ahora satisface la pasión de algunos coleccionistas en su singular «busca del tiempo perdido», una búsqueda que nos ofrece descubrimientos inesperados: tras el anónimo creador del frasquito de eau de toilette más vendido de la Unión Soviética se oculta el pintor vanguardista Kazimir Malévich, que lo diseñó muchos años antes de pintar su famoso Cuadrado negro, ese icono del arte del siglo XX.

Hubo largos períodos en los que mis pesquisas no llevaban a ninguna parte, pero también otros en los que avanzaban impulsadas por hallazgos sorprendentes. Deambulaba por los bazares de ciudades rusas y coleccionaba frascos y carteles publicitarios de la época presoviética, me topaba con legos que habían acabado convirtiéndose en expertos. Peregriné a place Vendôme y a rue Cambon 31 para conocer el portal donde Coco Chanel presentaba sus colecciones, y aprendí que, para analizar la sociedad, el estudio del lujo puede ser tan interesante como el de la historia cotidiana de la gente corriente. Las boutiques y las perfumerías de rue Saint-Honoré nos dan una noción de la labor modesta y digna de los artesanos, pero también de la inagotable fantasía de los artistas y diseñadores. Tal vez no habría escrito este libro sin la inspiración del gran Karl Lagerfeld. Visité museos y archivos en los que nunca me habría perdido, y descubrí redes sociales y vínculos entre personas que sólo eran visibles a la luz de una particular constelación. Diáguilev como contemporáneo de Coco Chanel, Malévich como contemporáneo de Tiffany, Gallé o Lalique. Y basta navegar por internet para descubrir que, hoy, el perfume Moscú Rojo no sólo es una pieza de coleccionista nostálgico, sino que puede encargarse haciendo un simple clic.

Toda época tiene su propio aroma, su fragancia, su olor. El «siglo de los extremos» ha creado sus propios paisajes de olores. Las revoluciones, los conflictos internacionales y las guerras civiles también son acontecimientos olfativos. Post festum y teniendo en cuenta sus interconexiones, la división que sufrió el mundo durante el siglo pasado puede ahora rastrearse «con la nariz» y por fin narrarse.

Berlín-Los Ángeles, primavera de2019

EL AROMA DEL IMPERIO

O CÓMO A PARTIR DEL «BOUQUET» FAVORITO DE

LA EMPERATRIZ CATALINA II (1913) SE CREARON LOS PERFUMES CHANEL Nº5Y MOSCÚ ROJO DESPUÉS DE LA

REVOLUCIÓN

Se diría que es cuestión de azar. A finales del verano de 1920, Coco Chanel visita al perfumista Ernest Beaux en su laboratorio de Cannes. El encuentro fue probablemente organizado por Dmitri Pávlovich Románov, amante de Chanel por aquel entonces, gran duque ruso, miembro de la familia de los zares y primo de los últimos emperadores. Vivía en Francia desde su destierro.2 Al igual que el gran duque Dmitri Pávlovich, amigo íntimo del príncipe Féliks Yusúpov, el responsable del asesinato de Rasputín en el invierno de 1916, también Ernest Beaux formaba parte del mundo del lujo y de la moda de la aristocracia rusa. Perfumista jefe de la empresa proveedora de los zares Alphonse Rallet & Co., regresó a Francia después de la Revolución y de la Guerra Civil para entrar a trabajar en la sucursal de Grasse del fabricante de perfumes Chiri, nuevo propietario de la empresa Rallet. En 1913, con motivo del tricentenario de la dinastía de los Románov, había creado para Catalina II el Bouquet Préféré de l’Impératrice, un perfume que en 1914 rebautizó con el nombre Rallet Nº1: en medio de la guerra contra los alemanes, no resultaba oportuno ofrecer a las clientas rusas un perfume que homenajeaba a una zarina originaria de la casa Anhalt-Zerbst. Luego llevó a Francia la fórmula del bouquet e intentó adaptarla al gusto francés. De la serie de diez pruebas, Coco Chanel escogió la número cinco, que originaría después la marca Chanel Nº5.

1. Bouquet Préféré de l’Impératrice en honor a Catalina II (1903).

Tilar J. Mazzeo, autora de un libro sobre «la historia del perfume más famoso del mundo», describe la escena en los siguientes términos:

Allí, delante de ellos, había diez pequeños frascos de cristal, etiquetados del uno al cinco y del veinte al veinticuatro. La separación entre los números reflejaba el hecho de que eran olores de dos series diferentes—aunque complementarias—, diferentes «tomas» de una nueva fragancia. Cada uno de aquellos pequeños frascos contenía una innovación de una nueva fragancia, basada en los olores centrales de rosa de mayo, jazmín, y de aquellas nuevas y atrevidas moléculas de las fragancias conocidas como aldehídos. Según la leyenda, en uno de los frasquitos un descuidado ayudante de laboratorio había añadido por accidente una enorme dosis de este último y todavía muy desconocido ingrediente, al confundir una dilución al diez por ciento con el material puro, con toda su fuerza.

2. Retrato de Ernest Beaux (c. 1921).

Aquel día, en la estancia, rodeados de hileras de balanzas y vasos de perfumista, junto con botellas farmacéuticas, Coco Chanel olía y reflexionaba. Lentamente, se acercaba cada muestra a la nariz y se oía el quedo sonido de su lenta inspiración primero y luego su lenta espiración. Su rostro no revelaba nada. Era algo que todos los que la conocían recordaban: lo impasible que podía parecer. En uno de aquellos perfumes, algo despertó un eco en el catálogo de sus sentidos, porque sonrió y afirmó, por fin, sin ninguna indecisión: «Número cinco». «Sí—dijo más tarde—, esto es lo que estaba esperando. Un perfume como ningún otro. Un perfume de mujer. Con olor a mujer».

Ernest le preguntó qué nombre daría a su nueva fragancia […] «Presento mi colección el 5 de mayo, quinto mes del año—le dijo a Ernest [Beaux]—, así que dejaremos que esta muestra número 5 conserve el nombre que ya tiene, nos traerá buena suerte».3

Muchos años después, en una conferencia pronunciada el 27 de febrero de 1946, el propio Ernest Beaux describiría así la escena:

Me preguntan cómo logré crear Chanel Nº5. En primer lugar, creé el perfume en 1920, al regresar de la guerra. Pasé buena parte de ella movilizado en los países del norte de Europa, más allá del círculo polar, en la época en la que brilla el sol de medianoche y los lagos y los ríos resplandecen con un frescor especial. Ese olor característico se me quedó grabado en la mente y, después de mucho esfuerzo y muchos intentos, conseguí generarlo de forma artificial, aunque los primeros aldehídos se mostraron inestables. En segundo lugar, ¿por qué ese nombre? La señorita Chanel, dueña de una tienda de ropa que marchaba muy bien, me pidió que creara un perfume para ella. Le mostré una serie que iba del número uno al cinco y del veinte al veinticuatro. Escogió algunas muestras, entre ellas la número cinco. «¿Cómo vamos a llamar el perfume?», le pregunté. La señorita Chanel respondió: «Voy a presentar mi colección de moda el día cinco del quinto mes, mayo. Así que vamos a dejar que el perfume lleve su propio número. El número cinco nos dará suerte». Reconozco que no se ha equivocado. Este aroma novedoso ha obtenido gran reconocimiento, muy pocos perfumes se han ganado tantos admiradores, muy pocos han sido tan imitados como Chanel Nº5.4

3. Chanel Nº5.

El Nº5 era abstracto, nada lo asociaba con lujosos aromas tradicionales a rosa, jazmín, ylang-ylang ni madera de sándalo; más bien apuntaba a algo nuevo, a la producción química de un aroma, al uso de aldehídos, los ingredientes que iban a transformar el universo olfativo «de todo un siglo» y a convertir «Chanel Nº5 en el perfume más importante de la edad de oro». No era la primera vez que se recurría a los aldehídos, pero sí en un perfume conocido y en cantidades tan grandes, con lo que «creó una familia de fragancias enteramente nueva: la familia conocida como aldehído-floral, término para un perfume en el cual el olor de los aldehídos es igual de importante que el de las flores».5

El honorable arte de la perfumería, que seguía sin poder negar su deuda con la alquimia y la jabonería, se topó con la química de la era industrial. Los aldehídos son moléculas que contienen átomos de oxígeno, hidrógeno y carbono dispuestos de forma muy especial. Representan un estadio intermedio en el proceso natural que se origina cuando, durante la oxidación—es decir, bajo los efectos del oxígeno—, el alcohol se transforma en ácido. Los aldehídos son sintéticos, han sido creados en el laboratorio. Aisladas por los químicos, son moléculas estabilizadoras capaces de generar una serie muy variada de olores: canela, hierba, limón, la frescura ácida de la piel de naranja… Pero los aldehídos son también compuestos volátiles, se diluyen rápido y acaban desapareciendo. Intensifican los aromas de un perfume y hacen reaccionar al sistema nervioso: «Los aldehídos de un perfume ofrecen estas sensaciones: la experiencia de una frescura cosquilleante, el leve escalofrío de una chispa eléctrica. Hacen que la sensación de Chanel Nº5 sea como frías burbujas de champán que estallan en los sentidos». Es el efecto que pretendía obtener Ernest Beaux: crear el aroma que le había acompañado durante su huida de la Guerra Civil rusa, cuando cruzaba la península de Kola y los paisajes nevados de la tundra, más allá del círculo polar. «En las nieves de las altas estepas alpinas y en la asolada tundra polar, los aldehídos están presentes en concentraciones que a veces son diez veces más altas que en las nieves de otros lugares». Al severo olor a nieve y deshielo del Chanel Nº5, Beaux añadió una buena cantidad del exquisito jazmín que tenía a su disposición en Grasse, la capital de las flores y de los perfumes, para obtener así un aroma opulento y dulzón, e inevitablemente caro. «Este contraste esencial—entre unas notas florales empalagosas y el ascetismo de los aldehídos—es parte del secreto de Chanel Nº5 y de su enorme éxito».6

Existen diferentes hipótesis sobre el origen de Chanel Nº5. En contra de la teoría de la mezcla errónea por parte del asistente habla el hecho de que la proporción entre las cantidades de rosa-jazmín y de aldehídos estaba perfectamente equilibrada: en realidad, era el resultado de estudios previos muy sistemáticos. También se puede desmentir la tesis del aire polar extremadamente frío, ya que, en 1913, el propio Beaux había utilizado aldehídos en su Bouquet Préféré de l’Impératrice, inspirado en el exitoso perfume de Quelques Fleurs del maestro francés Robert Bienaimé (1876-1960), por lo que resulta más factible que en el caso de Chanel Nº5 estemos ante una adaptación (modificada) del Bouquet Préféré de l’Impératrice de 1913, el perfume que un año después Beaux rebautizó como Rallet Nº1.7

Por lo visto, la mezcla se componía de treinta y una materias primas. En el sofisticado idioma de los especialistas en perfumes, que tanto se esmeran por describir adecuadamente su labor, el registro de los aromas se detalla (o se encubre) de la siguiente manera:

En la nota olfativa inicial domina el aroma fresco-luminoso, ligeramente metálico-céreo-ahumado del complejo aldehídico C-10/C-11/C-12 (1:1:1,06%), con sus típicas reminiscencias a hojas céreas de rosa y de piel de naranja. El aceite de bergamota, el linalool y el petitgrain absorben e intensifican los matices a limón y a hesperidio. La nota central se expande mediante los principales componentes aromáticos: jazmín, rosa, convalaria (hidroxicitronelal), aceite de iris y aceite de ylang-ylang… Con la idea de intensificar el aroma a jazmín, la señorita Chanel recurrió al jasmophore, una base comercial de jazmín, y a una base de rosa, la rose E. B. [iniciales de Ernest Beaux]. La esencia de pétalos y flores queda matizada por la ionona (iralia), con su voluminosa y polvoreada nota a violeta, que absorbe y expande el componente del iris. Otros ingredientes son la rosa de mayo, la esencia de neroli y el aceite de haba tonca brasileña. Unos acentos especiados de cassia y de isoeugenol proporcionan momentos de tensión y nos introducen en el fondo de la composición. Resulta aquí insólita para un perfume de mujer la nota a vetiver (calidad de Java), un contrapunto masculino al comienzo de la nota base que da fe del «toque» Beaux. Esta nota a madera queda matizada por los aceites de sándalo y de pachuli. La vainillina, la cumarina y el styrax nos llevan luego al complejo intensamente sensual de almizcle, que marca el tema de la composición en el acto final y que, en el original de 1921, contenía una infusión de almizcle y algalia que interactuaba con los nitro-almizcles Keton y Ambrette, guarnecidos de forma casi imperceptible por musgo de roble y corteza de canela. Por ser la cabra de almizcle una especie protegida y a causa también de la fototoxicidad de los nitro-almizcles, la fórmula se ha ido adaptando a lo largo del tiempo a las nuevas normas de seguridad.8

Gracias a un análisis molecular, se ha podido determinar «al cien por cien» el linaje oculto de Chanel Nº5; claro que, por otro lado, se asegura que la fórmula se mantiene en secreto hasta hoy.9

Mucho de lo que atañe a Chanel Nº5, también en cuanto a su evolución posterior, sigue envuelto en la incertidumbre. Se debe esto a lo específico de un oficio que siempre ha hecho gala de gran mutismo, tal como reflejaba la novela de Patrick Süskind. Porque el increíble éxito de Chanel Nº5 no se explica sólo por su composición. Como veremos a lo largo de estas páginas, tuvieron que confluir muchos otros factores. El perfume es el resultado de lo que, en su homenaje a Coco Chanel, Karl Lagerfeld llamó la «conexión rusa», esto es, algo más que la suma de Chanel, Beaux y el gran duque Dmitri Pávlovich.10 Ernest Beaux partió de una creación originariamente rusa, pero elaboró un aroma mucho más claro y audaz:

Captaba los olores de Moscú y San Petersburgo y la infancia dorada de Dmitri. Era la exquisita frescura del Ártico recordada durante los últimos días de un imperio que tocaba a su fin. Sobre todo, para Coco Chanel, aquí había un catálogo completo de los sentidos: los olores a ropa recién planchada y piel cálida, los olores de Aubazine y Royallieu, y todos aquellos recuerdos de Boy y Émilienne. Era de veras su perfume insignia. Como ella, incluso tenía un pasado oscuro y complicado.11

El perfume captó con exactitud el espíritu de la década dorada de 1920 y supuso, ni más ni menos, un cambio de paradigma en el mundo de los aromas. Nada expresa mejor esa ruptura que el diseño del frasco de Chanel Nº5, cuyo mensaje parece ser: ya ha pasado la época de los pétalos y de la pompa floral, de la ornamentación y los adornos, ahora comienza una nueva era. Jean-Louis Froment, que organizó en el Palais de Tokyo la gran exposición de 2012 sobre Chanel Nº5, asegura que este perfume es la encarnación del «espíritu de la época».12

También en Rusia tuvo lugar un «cambio paradigmático»—mucho más brutal—en medio de «tiempos turbulentos», tal como se denomina allí la década de guerra, revolución y lucha fratricida, una situación caótica en la que se cerraron y se expropiaron fábricas, se expulsó o se asesinó a los empleados, una época en la que, debido al cambio de propietarios, se destruyeron y se esparcieron por el mundo infinidad de archivos. Las empresas tenían que cerrar porque los trabajadores habían vuelto al campo para poder alimentarse, el bloqueo y la guerra civil interrumpieron el suministro de materias primas, e incluso se pensó muy seriamente en eliminar la industria perfumera como parte de la industria del lujo. Los especialistas extranjeros habían abandonado el país (los alemanes, «extranjeros enemigos», lo habían hecho en 1914, al comienzo de la guerra), la disciplina de trabajo y la producción se desmoronaban. La plantilla de grandes fábricas de perfumes y cosméticos, como fue el caso de Brokar & Co. en Moscú, se redujo—Brokar, que antes de la Revolución sumaba mil empleados, acabó con doscientos—, los maestros y los expertos huyeron y los edificios empezaron a utilizarse para otros fines; en la sede de Brokar se imprimieron durante un tiempo los sovznaki, es decir, los billetes soviéticos, mientras que los sucesores de Brokar tuvieron que mudarse a una fábrica de empapelados. Un folleto publicado en 1914 con motivo de la celebración del cincuentenario de la compañía muestra uno de los complejos industriales más modernos de Moscú y una de las fábricas perfumeras más grandes del mundo.13 No sorprende que, en medio de la precariedad general en esos años de guerra civil—escaseaba el papel y muchas bibliotecas acabaron en las estufas burzhuiki—, nadie se ocupara de colgar los espectaculares carteles publicitarios que habían dado a conocer a la empresa a lo largo y ancho del imperio. Las compañías privadas fueron expropiadas y recibieron nuevos nombres. La firma Brokar pasaría a llamarse Jabonería Estatal Nº5 y, más adelante, Nóvaia Zariá (‘Nuevo Amanecer’). Rallet & Co. sería primero la Jabonería Estatal Nº4 y, a partir de 1924, la empresa Svoboda (‘Libertad’). La fábrica de perfumes S. I. Chepelevetski e Hijos se transformó en la fábrica Profrabotnik (‘Sindicalista’); la firma Köhler, en Farmzavod (‘Empresa Farmacéutica’) Nº12.14 Tan pronto como pudo arrancar, en la medida de sus posibilidades la producción al completo fue destinada a cubrir las necesidades básicas de la población en cuanto a productos higiénicos. La industria perfumera retornaba así a los comienzos, a la época de elaboración de jabones, al menos por un tiempo. Lo primordial ahora era abastecer en campaña a un Ejército Rojo necesitado de productos higiénicos primarios para poderlos intercambiar con los campesinos. El jabón y los perfumes eran objetos muy valiosos en la economía de trueque; un trozo de jabón equivalía a un mendrugo que podía salvar una vida.15

Según han revelado investigadores rusos, la puesta en marcha de empresas amenazadas de cierre fue sobre todo mérito de los trabajadores y de los empleados. Yevdokía Ivánovna Uvárova, trabajadora y miembro del Partido Bolchevique, se aupó a la dirección de la Jabonería Estatal Nº5 (la antigua Brokar) y se puso en contacto directo con Lenin.16 Logró así rescatar parte de los valiosos restos de las esencias de Brokar y de otras firmas para que pudieran utilizarse en la reactivación de la empresa, si bien en un grado mucho menor que antes.

Después de la Revolución y de las expropiaciones de empresas como Brokar y Rallet, el principal legado que se conservó de éstas no fue tanto lo puramente material—es decir, las herramientas, la maquinaria o las materias primas—como el trabajo llevado a cabo, el fruto de los conocimientos técnicos y de la experiencia del personal especializado y del equipo directivo. En el caso de la firma Brokar, ahora Nóvaia Zariá, uno de los especialistas era Auguste Ippolítovich Michel, que poseía las fórmulas para la composición de los perfumes y conocía los procesos de producción. En 1924, cuando se reanudó la importación de aceites etéreos, Auguste Michel era el encargado de elaborar las fragancias. Su primera creación fue Manon en 1925. Ese mismo año desarrolló también el perfume Krásnaia Moskvá (‘Moscú Rojo’), que, según la descripción del perfumista S. A. Voitkévich, incluía aceites etéreos de pétalos de naranjo, limón, bergamota y almizcle. El tono base del aroma era el compuesto alfa isometil ionona, en una proporción del treinta y cinco por ciento; según otra descripción, el perfume constaba de sesenta componentes, entre ellos iris, violeta, clavo, ylang-ylang, rosa y ámbar gris.17 El perfume ya se había elaborado en el año 1925, pero no salió al mercado hasta 1927, en el décimo aniversario de la Revolución de Octubre.18

Durante muchos años, en la Unión Soviética se silenciaba el nombre de Auguste Ippolítovich Michel y se ponía en duda su autoría. Por lo visto, incluso alumnos formados por él mismo y que se cuentan entre los pioneros de la industria perfumera soviética, como Alekséi Pogudkin y Pável Ivánov, hablaban mal del perfumista extranjero. Por fin, en 2011, Antonina Vitkóvskaia, directora general de Nóvaia Zariá, declaró que Auguste Michel había sido el «creador del célebre Krásnaia Moskvá». Y mientras pronunciaba estas palabras entregó un regalo al entonces presidente ruso, Dmitri Medvédev: «La leyenda de la perfumería rusa: el perfume Krásnaia Moskvá. En nuestra fábrica se conserva un ejemplar de 1913. Se lo entregamos a usted para que tenga entre las manos un pedazo de la historia de la perfumería rusa». Se trataba del frasco original y de ese primer perfume que se rebautizó tras la evolución como Krásnaia Moskvá. En las vitrinas del Museo para el Arte de la Perfumería, situado en la fábrica moscovita de Nóvaia Zariá, se alineaban, uno al lado del otro, los frascos del perfume Bouquet Préféré de l’Impératrice y de Krásnaia Moskvá.19

4. Auguste Michel (a la izquierda) en pleno trabajo, a mediados de la década de 1930.

En realidad, la historia no está tan clara. Se conocen muchos detalles de la biografía y de las distintas etapas vitales de Ernest Beaux, pero buena parte de la vida de Auguste Michel sigue en penumbra. Ernest Beaux, hijo del perfumista de la Alphonse Rallet & Co., la empresa proveedora del zar, nació en 1881 en Moscú. Después de formarse y de cumplir el servicio militar en Francia, regresó en 1902 a Rusia, donde fue nombrado perfumero jefe de Rallet. En 1912 logró un primer gran triunfo al crear el Bouquet de Napoléon—en conmemoración del centenario de la batalla de Borodinó—, éxito que repetiría un año más tarde, en el tricentenario de la Dinastía Románov, con el Bouquet de l’Impératrice.

5. Krásnaia Moskvá (‘Moscú Rojo’).

Este perfume, bautizado en honor a Catalina la Grande, pasó a llamarse dos años después Rallet Nº1, en señal de amistad a los aliados franceses durante la guerra. Lo que presentó Beaux a Coco Chanel en 1920, una vez acabada la Guerra Civil, era en realidad una nueva versión del Rallet Nº1. De Auguste Michel tenemos muy pocos datos, y en parte contradictorios. Hay quien lo considera hijo de un perfumista francés emigrado a Rusia en el siglo XIX. En una entrevista de 1936, él mismo declaró que había nacido y crecido en Grasse, en la Costa Azul, y que también allí había llevado a cabo su formación de perfumista antes de recalar, en 1908, en la empresa moscovita Rallet; de ahí fue luego captado por Brokar.20 Es muy probable que Ernest Beaux y Auguste Michel se conocieran y que este último estuviera al tanto de las creaciones aromáticas del primero. Sabemos con certeza que ambos fueron alumnos de Alexandre Lemercier, el maestro perfumista de Brokar, y que se beneficiaron de las innovaciones de Robert Bienaimé, perfumista de Houbigant que ya había utilizado aldehídos (la combinación C-12 MNA) en su célebre perfume Quelques Fleurs de 1912. Así que Auguste Michel, que había cambiado Rallet por Brokar, conocía la fórmula del Bouquet de Napoléon, el punto de partida para la creación del Bouquet Favorito de Catalina II. Todo ello daba a entender—según Natalia Dolgopólova—que en 1912-1913 aparecieron dos perfumes idénticos o muy similares en dos empresas distintas de Moscú y bajo nombres diferentes. Ernest Beaux, que había trabajado en Rallet & Co., se llevó a Francia la fórmula de Bouquet de Napoléon y de Bouquet Préféré de l’Impératrice y creó allí Chanel Nº5, mientras que Auguste Michel siguió su camino de Rallet a Brokar y luego a Nóvaia Zariá, la empresa que surgió de la expropiación de Brokar.21

Sea como fuere, Krásnaia Moskvá entró en escena, se convirtió en el perfume más famoso de la Unión Soviética y, tras un paréntesis debido al desmoronamiento del imperio, retornó al mercado ruso como exitoso remake fruto de la privatización. Claro que el aroma del Krásnaia Moskvá en su tercera generación cambió mucho respecto del original. Para experimentar la fragancia original, para olerla, habría que reconstruir las anteriores versiones según las fórmulas y los ingredientes primigenios. Otra opción sería encontrar un frasquito bien conservado, cerrado herméticamente, y abrirlo. Y una tercera sería recurrir a la descripción del aroma que nos ofrecen los expertos soviéticos, por ejemplo, R. A. Fridman: «Un perfume cálido y delicado, incluso ardoroso, pero íntimo y suave. Un típico perfume femenino».22

6. Recinto de la empresa Brokar & Co., Moscú (antes de 1944).

Aunque parecen innegables tanto la transferencia de información como una cierta continuidad, el protagonismo de Auguste Michel en todo este proceso se debió más bien a la casualidad; eso es al menos lo que se desprende de una entrevista realizada en la década de 1930. Michel, que había sobrevivido en Moscú a las turbulencias de la Revolución, trató de volver a su patria al final de la Guerra Civil, tal como había hecho buena parte de la comunidad francesa establecida en la capital. Pero nunca le devolvieron el pasaporte, que tuvo que entregar a las autoridades moscovitas para obtener el visado. Se quedó indocumentado y tan sólo recibió un permiso de residencia que le permitía retomar su trabajo en Brokar, compañía que entretanto había sido nacionalizada. Así siguió hasta que, en 1924, Francia y la Unión Soviética reanudaron las relaciones diplomáticas. Michel recuperó su pasaporte, pero se quedó en la Rusia soviética, ya fuera porque podía seguir ejerciendo su trabajo o por haber encontrado al amor de su vida. Lo que sí parece comprobado es que Michel desempeñó un papel significativo en el renacimiento de la industria perfumera rusa tras una revolución que, en cierto modo, fue responsable de ese «cambio de paradigma» en el mundo del perfume.

7. Frasco de Brokar.

Después de la Revolución se nacionalizaron las empresas perfumeras—altamente desarrolladas y casi todas en manos extranjeras, en especial francesas—, que competían intensamente por el enorme mercado euroasiático. Las prioridades eran radicalmente distintas: se trataba ante todo de fomentar la producción masificada y de abastecer a la población con artículos de higiene y cosmética que cubrieran las necesidades cotidianas; los expertos extranjeros habían abandonado el país y se había cortado el suministro para la exportación y la importación de los ingredientes necesarios, por lo que era necesario reorganizar todo el sector perfumero y fijarlo sobre nuevos fundamentos.

El Consejo Superior de Economía (WSNCh) unificó las empresas de la industria del perfume y del jabón en el Comité Central de la Industria de la Grasa (Tsentrozhir); a partir de 1921 el Tsentrozhir se convirtió en el trust Zhirkost. Cuando se inició la Nueva Política Económica (NEP), a principios de la década de 1920, existían cuatrocientos setenta grupos industriales similares. Todas las empresas importantes del ramo de la cosmética estaban integradas en Zhirkost, entre ellas las antiguas Brokar y Rallet. Elaboraban perfumes, jabones, agua de colonia, polvos de talco y dentífrico, y todos ellos se rebautizaron. El trust—reorganizado muchas veces—entró en la historia soviética con un nombre de resonancias francesas: TeZhé. Era la abreviatura de Gosudárstvenny Trest Zhirovói i Kosteobrabátivaiushchei Promíshlennosti (‘Trust Estatal de la Industria Procesadora de Grasa y Huesos’). TeZhé—pronunciado como el francés tejé—se convirtió en el nombre de una marca, ni más ni menos que en el label de la cosmética soviética de las décadas de 1920 y 1930. En 1926 y 1927, TeZhé agrupaba a once empresas con 6120 trabajadores y 652 asalariados, si bien los perfumes suponían tan sólo la parte más pequeña de la producción.23 Con su aire francés, TeZhé competía semánticamente con marcas como Rallet, Coty, Guerlain, Houbigant, conocidas ya de antes de la Revolución, e incluso regentaba lujosas boutiques en las grandes ciudades soviéticas y, especialmente, en los hoteles frecuentados por extranjeros. TeZhé era además propietario de todas las instalaciones necesarias para la elaboración de productos de perfumería, que incluían laboratorios químicos, vidrierías y establecimientos para la venta. En lo que se refiere a las dimensiones y al surtido, el complejo soviético de perfumería y cosmética formaba el trust más grande del mundo.

TeZhé representa la nueva dimensión de la fragancia después de la Guerra Civil, pero encubre al mismo tiempo el rumbo totalmente distinto emprendido a partir de entonces: el de la perfumería como parte de un consorcio estatal que sigue un plan muy concreto y que no está sujeto a las leyes de la oferta y la demanda, a la «competencia anárquica» entre las marcas. La producción de perfumes se ha convertido en una «acción central del Estado» (Hegel), las decisiones inminentes sobre notas aromáticas, cosméticos, perfumes y etiquetas forman parte de la labor cotidiana del Comisario del Pueblo responsable de la Industria Alimentaria y Ligera. A partir de ahora, en el reino de los aromas rige el «primado de la política».