El examen de maridos - Juan Ruiz de Alarcón - E-Book

El examen de maridos E-Book

Juan Ruiz de Alarcón

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Beschreibung

En El examen de maridos Inés, decide hacer pasar por una serie de pruebas severas a sus pretendientes. Sin embargo, antes de empezar el concurso se enamora de don Fadrique. El episodio transcurre en medio de las alegaciones de don Car­los, otro pretendiente, contra el rival afortunado. Así, esclava de su or­gullo, Inés inicia el examen de maridos. Poco después se descubre que Carlos no aspira a casarse con Inés. Solo ha intervenido en el concurso matrimo­nial porque ha creído que Blanca, de quien está enamorado, ha cedido a los galanteos de don Fadrique. Aclarados los entuertos, las parejas se arreglan. El examen de maridos es una de las tres comedias de enredo de Juan Ruiz de Alarcón concebida en torno a una prueba: - El semejante a sí mismo, - La prueba de las promesas - y El examen de maridos.Estas obras se inspiran en La novela del curioso impertinente, de Miguel de Cervantes Saavedra, el ejemplo XI de El conde Lucanor, El mercader de Venecia, y Les vissionaries, de Jean Desmarets. La autoría de El examen de maridos ha sido muy discutida, aunque la mayoría de los críticos la consideran de Ruiz de Alarcón. En esta pieza cabe destacar el personaje de Doña Inés, uno de los más logrados de todo su teatro, a quien varios hombres cortejan. Aquí Ruiz de Alarcón inserta refranes populares, de América y España. Además, se percibe su interés por conseguir la excelencia estética en compromiso con la verdad y los valores morales.

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Juan Ruiz de Alarcón

El examen de maridos

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: El examen de maridos.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN tapa dura: 978-84-1126-781-6.

ISBN rústica: 978-84-96428-36-2.

ISBN ebook: 978-84-9897-227-6.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Personajes 8

Jornada primera 9

Jornada segunda 45

Jornada tercera 89

Libros a la carta 131

Brevísima presentación

La vida

Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza (1581-1639). México.

Nació en México y vivió gran parte de su vida en España. Era hijo de Pedro Ruiz de Alarcón y Leonor de Mendoza, ambos con antepasados de la nobleza. Estudió abogacía en la Real y Pontificia Universidad de la Ciudad de México y a comienzos del siglo XVII viajó a España donde obtuvo el título de bachiller de cánones en la Universidad de Salamanca. Ejerció como abogado en Sevilla (1606) y regresó a México a terminar sus estudios de leyes en 1608.

En 1614 volvió otra vez a España y trabajó como relator del Consejo de Indias. Era deforme (jorobado de pecho y espalda) por lo que fue objeto de numerosas burlas de escritores contemporáneos como Francisco de Quevedo, que lo llamaba «corcovilla», Félix Lope de Vega y Pedro Calderón de la Barca.

Ésta es una de la tres comedias de enredos de Juan Ruiz de Alarcón concebidas en torno a una prueba crucial: El semejante a sí mismo, La prueba de las promesas y El examen de maridos.

Estas obras se inspiran en La novela del curioso impertinente, el ejemplo XI de El Conde Lucanor y El mercader de Venecia.

Personajes

El Conde Carlos, galán

El Marqués don Fadrique, galán

El Conde don Juan, galán

El Conde Alberto, galán

Don Guillén, galán

Don Juan de Cumán, galán

La marquesa, Doña Inés, dama

Mencía, su criada

Doña Blanca de Herrera, dama

Clavela, su criada

Ochavo, gracioso

Beltrán, escudero viejo

Hernando, lacayo

Don Fernando, viejo grave

Jornada primera

(Salen doña Inés, de luto, y Mencía.)

Mencía Ya que tan sola has quedado

con la muerte del Marqués

tu padre, forzoso es,

señora, tomar estado;

que en su casa has sucedido,

y una mujer principal

parece en la corte mal

sin padres y sin marido.

Inés Ni más puedo responderte,

ni puedo más resolver,

de que a mi padre he de ser

tan obediente en la muerte

como en la vida lo fui;

y con este justo intento

aguardo su testamento

para disponer de mí.

(Sale Beltrán de camino.)

Beltrán Dame, señora, los pies.

Inés Vengas muy en hora buena,

Beltrán, amigo.

Beltrán La pena

de la muerte del Marqués,

mi señor, que esté en la gloria,

me pesa de renovarte,

cuando era bien apartarte

de tan funesta memoria;

mas cumplo lo que ordenó

cercano al último aliento:

en lugar de testamento

este pliego me entregó,

sobrescrito para ti.

(Dale un pliego.)

Inés A recebirle, del pecho

sale, en lágrimas deshecho

(Abre el pliego.) el corazón. Dice así:

(Lee.) «Antes que te cases,

mira lo que haces».

Mencía ¿No dice más?

Inés No, Mencía.

Beltrán Su postrer disposición

cifró toda en un renglón.

Inés ¡Ay, querido padre! Fía

que no exceda a lo que escribes

mi obediencia un breve punto,

y que aun después de difunto

presente a mis ojos vives.

Y vos, si el haber nacido

en mi casa, y si el amor

que del Marqués, mi señor,

habéis, Beltrán, merecido;

si la firme confianza

con que en vuestra fe y lealtad

resignó su voluntad

aseguran mi esperanza,

sed de mi justa intención

el favorable instrumento,

con que de este testamento

disponga la ejecución.

Solo de vuestra verdad

he de fiar el efeto;

y la elección del sujeto,

a quien de mi libertad

entregue la posesión,

de vos ha de proceder,

y obligarme a resolver

sola vuestra información.

Beltrán No tengo que encarecerte

mi obligación y mi fe,

pues ellas, según se ve,

son las que pueden moverte

a hacerme tu consejero.

Inés Venid conmigo a saber,

Beltrán, lo que habéis de hacer;

que eligir esposo quiero

con tan atentos sentidos

y con tan curioso examen

de sus partes, que me llamen

el «examen de maridos».

(Vanse. Salen don Fernando y el Conde Carlos.)

Fernando Pensar que solo sois vos

dueño de su voluntad,

y, según vuestra amistad,

una alma vive en los dos,

de vos me obliga a fiar

y pediros una cosa,

que, por ser dificultosa,

podréis vos solo alcanzar.

Carlos Si como habéis entendido,

don Fernando, esa amistad,

conocéis la voluntad

con que siempre os he servido,

seguro de mí os fiáis,

pues ya, según mi afición,

solo con la dilación

puede ser que me ofendáis.

Fernando Ya pues, Conde, habréis sabido

que el Marqués a Blanca adora.

Carlos De vos, don Fernando, agora

solamente lo he entendido.

Fernando Negaréisio como amigo

y secretario fiel

del Marqués.

Carlos Jamás con él

he llegado, ni él conmigo,

a que de tales secretos

partícipes nos hagamos;

o sea porque adoramos

tan soberanos sujetos,

que, con darle a la amistad

nombre de sacra y divina,

aun no la juzgamos digna

de atreverse a su deidad;

o porque el celo y rigor

de esta amistad es tan justo,

que niega culpas del gusto

y delitos del amor;

o porque de ese cuidado

vivimos libres los dos,

y en lo que os han dicho a vos

acaso os han engañado.

Fernando No importa para el intento

haberlo sabido o no;

ser así y saberlo yo

es la causa y fundamento

que me obligó a resolverme

a que de vuestra amistad,

nobleza y autoridad

en esto venga a valerme.

Y así, supuesto, señor,

que si el Marqués pretendiese

que Blanca su esposa fuese,

no me encubriera su amor,

pues, si sus méritos son

tan notorios, se podría

prometer que alcanzaría

por concierto su intención;

de aquí arguyo que su amor

solo aspira a fin injusto,

y quiere alcanzar su gusto

con ofensa de mi honor.

Vos, pues, de cuya cordura,

grandeza y valor confío,

remediad el honor mío

y corregid su locura;

que en los dos evitaréis

con esto el lance postrero,

pues lo ha de hacer el acero

si vos, Conde, no lo hacéis.

Carlos Fernando, bien sabéis vos

que, por no sujeto a ley

el amor, le pintan rey,

niño, ciego, loco y dios.

Y así, en este caso, yo,

si he de hablar como discreto,

el intentarlo os prometo,

pero el conseguirlo no;

que por locura condeno

que se prometa el valor

ni poder más que el Amor,

ni asegurar hecho ajeno.

Mas esto solo fiad,

pues de mí os queréis valer:

que el Marqués ha de perder

o su amor o mi amistad.

Fernando Esa palabra me anima

a pensar que venceréis;

que sé lo que vos valéis

y sé lo que él os estima.

Carlos No admite comparación

nuestra amistad; mas yo sigo

en las finezas de amigo

las leyes de la razón:

en esto la tenéis vos,

y de vuestra parte estoy.

Fernando Seguro con eso voy.

Carlos Dios os guarde.

Fernando Guárdeos Dios.

(Vase don Fernando. Salen el Marqués y Ochavo.)

Ochavo Él es un capricho extraño.

Marqués ¿Examen hace, curiosa,

de pretendientes?

Ochavo ¡Qué cosa

para los mozos de hogaño!

Marqués Conde...

Carlos Marqués...

Marqués Escuchad

el más nuevo pensamiento

que en humano entendimiento

puso la curiosidad.

Carlos Decid.

(A Ochavo.)

Marqués Vuelve a referirlo

con todas sus circunstancias.

Ochavo Perdonad mis ignorancias,

pues de mí queréis oírlo.

La sin igual doña Inés,

a cuyas divinas partes

se junta ya el ser marquesa

por la muerte de su padre,

abriendo su testamento,

con resolución de darle

el cumplimiento debido

a postreras voluntades,

halló que era un pliego a ella

sobrescrito y que no trae

más que un renglón todo él,

en que le dice su padre:

«Antes que te cases, mira lo que haces».

Puso en ella este consejo

un ánimo tan constante

de ejecutarlo, que intenta

el capricho más notable

que de romanas matronas

cuentan las antigüedades.

Cuanto a lo primero, a todos,

gentileshombres y pajes

y criados de su casa,

orden ha dado inviolable

de que admitan los recados,

los papeles y mensajes

de cuantos de su hermosura

pretendieran ser galanes.

Con esto, en un blanco libro,

cuyo título es «Examen

de maridos», va poniendo

la hacienda, las calidades,

las costumbres, los defetos

y excelencias personales

de todos sus pretendientes,

conforme puede informarse

de lo que la fama dice

y la inquisición que hace.

Estas relaciones llama

«consultas», y «memoriales»

los billetes, y «recuerdos»

los paseos y mensajes.

Lo primero, notifica

a todo admitido amante

que sufra la competencia

sin que el limpio acero saque;

y al que por esto, o por otro

defeto, una vez borrare

del libro, no hay esperanza

de que vuelva a consultarle.

Declara que amor con ella

no es mérito, y solo valen,

para obligar su albedrío,

proprias y adquiridas partes;

de manera que ha de ser,

quien a su gloria aspirare,

por elección venturoso,

y eligido por examen.

Carlos ¡Extraña imaginación!

Marqués ¡Paradójico dislate!

Ochavo ¡Caprichoso desatino!

Carlos (Aparte.) (¡Ah, ingrata! ¿Qué novedades

inventas para ofenderme,

y trazas para matarme?

¿Qué me ha de valer contigo,

si tanto amor no me vale?

¿Posible es, cruel, que intentes,

contra leyes naturales,

que sin amor te merezcan

y que sin celos te amen?)

Marqués Ya, con tan alta ocasión,

imagino en los galanes

de la corte mil mudanzas

de costumbres y de trajes.

Carlos La fingida hipocresía,

la industria, el cuidado, el arte

a la verdad vencerán.

Más valdrá quien más engañe.

Ochavo, déjanos solos,

que tengo un caso importante

que tratar con el Marqués.

Ochavo Si es importante, bien haces

en ocultarlo de mí,

que cualquiera que fiare

de criados su secreto,

vendrá a arrepentirse tarde.

(Vase Ochavo.)

Marqués Cuidadoso espero ya

lo que tenéis que tratarme.

Carlos Retóricas persuasiones

y proemios elegantes

para pedir, son ofensas