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Las paredes oyen es una expresión procedente de la Francia de la segunda mitad del siglo XVI. Según cuenta la historia, Catalina de Médicis hizo construir conductos acústicos en las paredes de sus palacios, para oír lo que se hablaba en las otras habitaciones y así saber si se conspiraba en su contra. Esta pieza homónima de Juan Ruiz de Alarcón cuestiona la mentira patológica y la maledicencia compulsiva del personaje de Don Mendo, quien para conquistar a Ana pretende injuriarla. Mientras, el virtuoso Don Juan en quien algunos han visto al propio autor, observa despechado los acontecimientos. Las paredes oyen tiene un trasfondo astrológico. Los planetas y signos evocados en el texto marcan un entorno mitológico y celestial regido por la Fortuna. El discreto y devoto Don Juan de Mendoza, un alter ego del autor, pretende a doña Ana de Contreras. Don Juan es un hombre tenaz y contrahecho y siente por doña Ana un amor puro, con profundas raíces, enfrentado la retórica y las artes seductoras de Don Mendo, movido por el deseo. Al final de la pieza Don Juan triunfa sobre su rival. Y Ruiz de Alarcón construye una comedia de enredos, con ironía.
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Juan Ruiz de Alarcón
Las paredes oyen
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: Las paredes oyen.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-9953-676-7.
ISBN rústica: 978-84-9816-305-6.
ISBN ebook: 978-84-9897-931-2.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 53
Jornada tercera 93
Libros a la carta 135
Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza (1581-1639). México.
Nació en México y vivió gran parte de su vida en España. Era hijo de Pedro Ruiz de Alarcón y Leonor de Mendoza, ambos con antepasados de la nobleza. Estudió abogacía en la Real y Pontificia Universidad de la Ciudad de México y a comienzos del siglo XVII viajó a España donde obtuvo el título de bachiller de cánones en la Universidad de Salamanca. Ejerció como abogado en Sevilla (1606) y regresó a México a terminar sus estudios de leyes en 1608.
En 1614 volvió otra vez a España y trabajó como relator del Consejo de Indias. Era deforme (jorobado de pecho y espalda) por lo que fue objeto de numerosas burlas de escritores contemporáneos como Francisco de Quevedo, que lo llamaba «corcovilla», Félix Lope de Vega y Pedro Calderón de la Barca.
Las paredes oyen es una expresión procedente de la Francia de la segunda mitad del siglo XVI. Según cuenta la historia, Catalina de Médicis hizo construir conductos acústicos en las paredes de sus palacios, para oír lo que se hablaba en las otras habitaciones y así saber si se conspiraba en su contra.
Esta pieza homónima cuestiona la mentira patológica y la maledicencia compulsiva del personaje de don Mendo, quien para conquistar a Ana pretende injuriarla. Mientras, el virtuoso don Juan en quien algunos han visto al propio autor, observa despechado los acontecimientos.
Don Mendo, doña Ana, Beltrán y el Conde aparecen en otras obras de Ruiz de Alarcón como La prueba de las promesas, El examen de maridos, El tejedor de Segovia, Los pechos privilegiados, Ganar amigos y La verdad sospechosa.
La comedia tiene un trasfondo astrológico. Los planetas y signos evocados en el texto marcan un entorno mitológico y celestial regido por la Fortuna.
Beltrán, gracioso
Celia, criada
Cuatro arrieros
Don Juan, galán
Don Mendo, galán
Doña Ana, dama viuda
Doña Lucrecia, dama
El Conde, galán
El Duque, galán
Fabio, criado del duque
Leonardo, criado
Marcelo, criado del duque
Ortiz, escudero
Otro Escudero
Una Mujer
(Salen don Juan, vestido llanamente, y Beltrán.)
Juan Tiéneme desesperado,
Beltrán, la desigualdad,
si no de mi calidad,
de mis partes y mi estado.
La hermosura de doña Ana,
el cuerpo airoso y gentil
bella emulación de abril,
dulce envidia de Diana,
mira tú, ¿cómo podrán
dar esperanza al deseo
de un hombre tan pobre y feo
y de mal talle, Beltrán?
Beltrán A un Narciso cortesano,
un humano serafín
resistió un siglo, y al fin
la halló en brazos de un enano,
y, si las historias creo
y ejemplos de autores graves
—pues, aunque sirviente, sabes
que a ratos escribo y leo—
me dicen que es ciego Amor,
y sin consejo se inclina;
que la emperatriz Faustina
quiso un feo esgrimidor;
que mil injustos deseos,
puestos locamente en ella,
cumplió Hipia, noble y bella,
de hombres humildes y feos.
Juan Beltrán, ¿para qué refieres
comparaciones tan vanas?
¿No ves que eran más livianas
que bellas esas mujeres,
y que en doña Ana es locura
esperar igual error,
en quien excede el honor
al milagro de hermosura?
Beltrán ¿No eres don Juan de Mendoza?
Pues doña Ana ¿qué perdiera
cuando la mano te diera?
Juan Tan alta fortuna goza,
que nos hace desiguales
la humilde en que yo me veo.
Beltrán Que diste en el punto, creo,
de que proceden tus males.
Si Fortuna en tu humildad
con un soplo te ayudara,
a fe que te aprovechara
la misma desigualdad.
Fortuna acompaña al dios
que amorosas flechas tira;
que en un templo los de Egira
adoraban a los dos.
Sin riqueza ni hermosura
pudieras lograr tu intento;
siglos de merecimiento
trueco a puntos de ventura.
Juan Eso mismo me acobarda.
Soy desdichado, Beltrán.
Beltrán Trocar las manos podrán
Fortuna y Amor. Aguarda.
Juan Si a don Mendo hace favor,
¿qué esperanza he de tener?
Beltrán En ése echarás de ver
que es todo fortuna amor.
A competencia lo quieren
doña Ana y doña Teodora;
doña Lucrecia lo adora;
todas, al fin, por él mueren.
Jamás el desdén gustó.
Juan Es bello y rico el mancebo.
Beltrán ¡Cuánto mejor era Febo!
Y Dafnes lo desdeñó.
Y, cuando no conociera
otro en perfección igual,
aquesto de decir mal
¿es defecto como quiera?
Juan Y ¿no es eso murmurar?
Beltrán Esto es decir lo que siento.
Juan Lo que siente el pensamiento
no siempre se ha de explicar.
Beltrán Decir...
Juan Que calles te digo;
y ten por cosa segura
que tiene, aquél que murmura,
en su lengua su enemigo.
Beltrán Entre tus desconfianzas,
en su casa entrar te veo;
sin duda que el gran deseo
engaña tus esperanzas.
Veste en desierto lugar,
y no cesas de dar voces,
y, aunque tu muerte conoces,
nadas en medio del mar.
Juan Lo que en gran tiempo no ha hecho,
hace Amor en solo un día,
venciendo al fin la porfía.
Beltrán Que te sucede sospecho
lo que al tahúr, que en perdiendo,
solamente con decir:
«¡que no sepa yo gruñir!»
está sin cesar gruñendo.
Tú dices que desesperas;
y, entre el mismo no esperar,
nunca dejas de intentar.
¿Qué más haces cuando esperas?
¿Tú piensas que el esperar
es alguna confección
venida allá del Japón?
El esperar es pensar
que puede al fin suceder
aquello que se desea;
y, quien hace porque sea,
bien piensa que puede ser.
(Juan saca una carta.)
Juan Pues si con esta invención
en su desdén no hay mudanza,
aunque viva mi esperanza
morirá mi pretensión.
Beltrán El mercader marinero,
con la codicia avarienta,
cada viaje que intenta
dice que será el postrero.
Así tú, cuando imagino
que desengañado estás,
ya con nuevo intento vas
en la mitad del camino.
Mas dime. ¿Qué te ha obligado
a tratar esta invención
para mostrar tu afición
pudiendo, con un criado
de su casa, negociar
lo que tú vienes a hacer?
Juan No he de arriesgarme a ofender
a quien pretendo obligar;
que, como es tan delicada
la honra, suele perderse
solamente con saberse
que ha sido solicitada.
Y así, del murmurador
pretendo que esté segura
mi desdicha o mi ventura,
su flaqueza o su valor;
que aun a ti mismo callado
estos intentos hubiera,
si en ti, Beltrán, no tuviera
más amigo que cesado.
Beltrán ¿Toda esta casa, don Juan,
a una mujer aposenta?
Juan Seis mil ducados de renta,
¿qué alcázar no ocuparán!
Beltrán Celia es ésta.
(Sale Celia.)
Celia ¿Qué mandáis,
señor don Juan?
Juan Celia mía,
besar las manos querría,
si licencia me alcanzáis,
a mi señora doña Ana.
Celia Que será imposible entiendo;
porque se está previniendo
para partirse mañana
a una novena en Alcalá.
Juan ¿De la corte se desvía
cuando el celebrado día
de San Juan tan cerca está?
Celia Para los tristes no hay fiesta.
Juan Pues, Celia, verla me importa.
La visita será corta;
solo le quiero dar ésta
que le ha venido en un pliego,
y me dice quien la envía
que solo de mí confía
el darla.
Celia Yo salgo luego.
(Vase Celia.)
Beltrán No hay pobre con calidad:
si un villano rico fueras,
a fe que nunca tuvieras
en verla dificultad.
Juan Si ella está tan de camino,
que es justa la excusa creo.
Beltrán «Lo que con los ojos veo...»
Juan Malicioso desatino.
Beltrán ¿Cuánto va que no la ves?
Juan De no alcanzar no se ofende
quien lo difícil emprende.
Mas doña Ana es muy cortés.
Beltrán Y agora ¿qué hemos de hacer?
Que ella se parte a Alcalá.
Juan En tanto que ausente está,
aguardar y padecer
Beltrán Bueno fuera acompañarla.
Juan Si como quien soy pudiera,
forzoso el hacerlo fuera,
si así entendiese obligarla;
mas ni me ayuda el poder.
ni ella lo agradecería,
por la nota que daría
si se llegase a entender,
Beltrán Ella sale.
Juan Di, Beltrán,
que la Aurora bella y clara.
(Salen Doña Ana, viuda, y Celia, y habla a Celia aparte.)
Ana ¡Ay, Celia, y qué mala cara
y mal talle de don Juan!
Juan Aunque me dijo, señora,
Celia vuestra ocupación
—Con que fuera más razón
el no estorbaros agora—,
(Dale la carta.) la importancia contenida
en esta carta que os doy,
me disculpa.
Ana Nunca estoy,
señor don Juan, impedida
para recibir merced
de tan noble caballero.
Juan Vuestro soy. Respuesta espero.
Si sois servida, leed.
Ana Ser descortés me mandáis.
Juan Leed, que importa una vida
que cerca está de perdida
si remedio no le dais.
Ana Si está su defensa en mí,
la pena y temor dejad.
Juan El caso es grave. Mandad
que estemos solos aquí;
que tenemos que tratar,
y el secreto es importante.
Ana Dejadnos solos.
Beltrán (Aparte.) (Amante
fue el inventor de engañar.)
(Vanse Beltrán y Celia.)
Juan Pues contigo solo estoy,
porque mi recato veas,
(Va a leer doña Ana, y detiénela.)
oye, señora: no leas;
que la carta viva soy.
Que me atreva, no te altere,
pues estoy solo contigo,
y un agravio sin testigo
al punto que nace muere.
Desde que la vez primera
vi la luz de tu arrebol
dos veces la ha dado el Sol
a los signos de su esfera.
Como al que el rayo tocó
de Júpiter vengativo,
por gran tiempo muerto, vivo
en un instante quedó;
como aquel que la cabeza
de la Gorgona miraba,
por un peñasco trocaba
la humana naturaleza;
tal en viéndote me veo,
tan absorto y admirado,
que en admirarme ocupado,
no doy lugar al deseo;
que esos divinos despojos
tanta gloria me mostraron,
que al punto me arrebataron