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¡Miles de lectores la estaban esperando!
Nefer-nefer-nefer es la segunda entrega de El Quinto Origen.
Jesús sigue viajando en el Tiempo. Su segundo viaje desde Stonehenge le llevará hasta los inicios del Antiguo Egipto. Mientras tanto Mamen y Toni siguen viviendo en un mundo destruido, asumiendo poco a poco su inmortalidad. La fascinante saga El Quinto Origen continúa atrapando a lectores de todo el mundo.
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EL QUINTO ORIGEN
NEFER-NEFER-NEFER
––––––––
J.P. JOHNSON
Título
El Quinto Origen. Nefer Nefer Nefer
1. Jesús - El segundo viaje - Aparece en el desierto - Llega a Menfis - Amputan la mano a un ladrón - Le llevan al templo - Toni sube a na Pòpia - Busca a Mamen por toda la Dragonera - Decide salir de allí - Mamen desembarca en la península - No debería haber vida pero hay vida - No me atrevo a irme sin haber depositado lo que durante tanto tiempo se ha acumulado en mí.
2. ¿Cómo llevaré yo solo vuestras molestias, vuestras cargas y vuestros pleitos? Deuteronomio 1:12 - Un impermeable blanco bajo la lluvia - Toni deja la Dragonera - Llega de nuevo a Sant Elm - Jesús es coronado en el Templo - Msrah no tiene nariz - Se indigna - El chico será su representante en la Tierra - Acude una multitud - Le adoran - Narmer, el faraón, es avisado de que ha llegado un Dios - Mamen sigue al poncho blanco- Le abraza - Llora como si no lo hubiera hecho nunca - Dani sabe arreglar las máquinas - Sin embargo, él puede morir.
3. Dani - Empieza una vida juntos, aunque es la vida de él, la de ella es una eternidad - La nave - Lo más difícil del mundo es dormir cuando no se tiene sueño - Toni se encuentra con uno de ellos - El insecto palo - El artefacto - Pierde la mano - Msrah enferma - El gineceo - Merit tiene un bebé - Sin un animal ni una planta la Tierra tardó quintillones de años en engendrarlo.
4. Mamen intenta matar al bebé - En ella, innumerables vidas inmortales, innumerables encarnaciones y dichas. ¿Cómo saber quiénes nacerán de su prole a través de los siglos? - Dani la salva - La toca - La adolescencia y el sexo - Un esqueleto en el mar - Toni y el saludo del Alien - La esfera- Su mano es amputada - Los queratinocitos prosperan ante sus ojos - Es como la espada de fuego del arcángel Gabriel - El faraón Narmer - Salen de Menfis - El desierto - Tep Ihu - ¡También es inmortal! - Merit - Ella parte de él - Él parte de ella.
5- Dominar la esfera, dominar tus pensamientos - Toni ve el pasado - La nave fue derribada - Amputa su pierna, corta en dos al Alien - Mamen y Dani se organizan - La caravana - Se pelean - Él huye - Los capturan, primero uno, después el otro - Violaciones - Venganza - Y este racimo que el azar arrancó de sí mismo es arrojado, indiferente, para que caiga donde caiga - Mamen busca armas - Aprende a disparar - Salen de Adra - La pulsión sexual - El juramento de procreación que he prestado, mis hijas adánicas y frescas - Hacen el amor - En dirección a Granada
6- El doctor Hesy-ra - La operación - No pueden dejar Tep Ihu - Brillan antorchas en la sombra que cubre la ciudad del desierto - El anuncio de Merit - Leones - La muerte - Siempre el amor, siempre el sollozante fluir de la vida - La embalsaman - Jesús lo presencia todo - Lucius quiere verle, tarde o temprano - Mamen dispara - Siempre la venda bajo el mentón, siempre la caja de la muerte.
Para Cristian
El Quinto origen. Nefer-nefer-nefer.
© J.P. Johnson / Joan Pont Galmés 2018
Todos los derechos reservados.
“Ser mantenido al margen de la muerte es malo para los hombres”
Textos de las Pirámides
Preliminar
Anotaciones extraídas del diario de la Doctora Miriam Cola Servera.
Instituto Alienígena
Año 123 Después de la Segunda Venida de Cristo (D.S.V.C.)
––––––––
“La llamamos la Viajera del Tiempo número 3 y este es una anexo de la Sesión de Acercamiento RJ226.
La Viajera está muy parlanchina hoy. Detalla para empezar que era enviada y después regresaba.
Simplemente eso, pero durante miles de años, y lo repite sin cesar.
Según su testimonio escuchaba el Eco que emitían los Cilindros acuosos (uno de los cuales está en nuestro poder) y progresivamente, entraba en el vórtice. Pasaba una eternidad en algún lugar y, si conseguía hallar los triángulos de luz, viajaba de nuevo, pero lo extraño era que el tiempo en su lugar de origen no transcurría, así que se trataba de un bucle, y ese es el gran misterio al que nos enfrentamos y que ella misma no acierta a comprender: Pasaba en el lugar donde el cilindro alienígena la trasladaba quinientos años, seiscientos o mil, pero al volver se encontraba de nuevo después de la catástrofe, DESPUÉS DE SU PRIMERA MUERTE.
Tenemos conocimiento de que Jesús regresaba en cada ocasión al lugar del Port de Pollença donde había enterrado el cuerpo de su hijo Cristian, y donde él mismo había muerto poco después, deshidratado. La tierra de la pequeña tumba de Cristian seguía estando fresca. Era el mismo sitio donde resucitaría al cabo de ocho horas, cuando hallaría el cilindro que emitía aquel extraño Eco, donde empezaría su eterno calvario.
Lucius aparecía junto a las obras del túnel de la Mola en el Port de Sóller, a donde había llegado deambulando después de no morir tras cortarse las venas, y María Pujol, nuestra Viajera en el Tiempo número 3, la mujer de S’Esgleieta que se había apuñalado ante Mamen y Toni, era devuelta una y otra vez a un campo en barbecho arrasado por el sol junto a la carretera Ma-1140, donde se había topado con el Alien.
No fue sino al final, antes de su Segunda Venida, cuando Jesús descubrió la manera de engañar a la Linealidad y logró escapar del Eco de su Cilindro y encontrar a Mamen y a Toni.
¿Pero existía solo una singularidad o había más?
¿Podríamos llegar a entender alguna vez el mecanismo de control de las Singularidades que usaban los alienígenas?
¿Se averió realmente su Máquina del Tiempo y creó “pasillos” donde no debía haberlos?
Según un mito griego Prometeo engañó a Zeus ofreciéndole los huesos de un buey envueltos en apetitosa grasa. Este, al descubrir el engaño y lleno de cólera, prohibió a los hombres el fuego. Prometeo decidió robarlo subiendo al monte Olimpo y cogiéndolo del carro de Helios, así la Humanidad pudo calentarse de nuevo.
Para vengarse de esta segunda ofensa Zeus ordenó que llevaran a Prometeo al Cáucaso, donde fue encadenado por Hefesto y envió un águila que cada día se comía su hígado. Siendo éste inmortal su hígado volvía a aumentar de tamaño cada noche, y el águila volvía a comérselo cada día.
Visto que ninguno de los Viajeros del Tiempo que conocemos fue llamado Prometeo en algún momento de sus viajes parece correcto aseverar que hubo otros Inmortales en otros planos de la Singularidad, aunque no los hemos descubierto aún.
Este Instituto se dedica al estudio de la Segunda Singularidad mediante el análisis del cuerpo alienígena hallado en el año 2020 de la Antigua Era en las excavaciones del túnel de la Mola, en el Port de Sóller. Las rocas en las que se halló este Ser ( el mismo que mandó a Lucius al Valle de los Reyes en su primer aunque breve viaje) fueron datados mediante carbono 14 en ciento cuarenta y cinco millones de años de antigüedad, el final del periodo Jurásico, así que estuvo en esas rocas desde la extinción de los grandes dinosaur...“
LA ESCRITURA SE INTERRUMPE BRUSCAMENTE.
Prefacio
Son las nueve de la mañana de un día gris en la populosa ciudad de Londres. Otro lluvioso día de principios del mes de Marzo del año 2018.
La Catedral de San Pablo, la segunda más grande del mundo después de San Pedro, en el Vaticano, abre sus puertas y los visitantes entran en tropel. La mayoría se dirige hacia el mostrador donde se entregan las audioguías, pero uno de ellos, un hombre de treinta y dos años vestido de manera impecable con un traje William Fioravanti, camina de manera pausada directamente hacia la entrada de la cripta.
Ahí abajo está la tumba de Arthur Wellesley, el Duque de Wellington, su gran amigo. El hombre se acerca al imponente mausoleo de granito de Cornualles e inclina la cabeza, después se arrodilla y cierra los ojos durante un lapso interminable. El tiempo es lo último que le preocupa.
Conoció al hombre cuyos huesos reposan bajo el vértice de la gran cúpula de la Catedral en 1796, tras ser ascendido a Coronel. De hecho fue él quien pagó el dinero de su ascenso, sí, en aquella época los cargos militares se compraban. Después le había acompañado en sus campañas de la India y Portugal y, posteriormente, en Waterloo. Allí habían visto juntos como morían treinta mil hombres en un día...
Pensando en aquella carnicería el hombre arrodillado abre los ojos y sonríe ligeramente. El batallón que comandaba en Waterloo no hacía prisioneros, aquella había sido la verdadera clave de su victoria, y también que él, al frente de sus hombres, nunca moría. Le disparaban y se levantaba, le acuchillaban y se levantaba.
Arthur, el duque de Wellington enterrado en aquella cripta, conocía su secreto, pero durante su vida jamás lo desveló. Sabía perfectamente que no habría llegado a ninguna parte sin la ayuda de su amigo inmortal. A cambio miraba hacia otra lado cuando éste se descontrolaba, como en el saqueo de setenta y dos horas en Ciudad Rodrigo, en España, y después en Badajoz. Las tropas tenían que divertirse, y después de la dura conquista de una plaza se cometían barbaridades, era lo normal.
Y al frente de los incendios, los saqueos y las violaciones estaba siempre aquel hombre arrodillado ante su tumba, Lucius Umbert.
Lucius se levanta, da un paso al frente y posa su mano derecha en el frío mármol del mausoleo. Lleva a cabo este ritual cada diez años, en la misma fecha. Después de su visita a la tumba del duque de Wellington cogerá un avión para dirigirse a Amsterdam y contemplar el cuadro La batalla de Waterloo en el Rijkmuseum, donde aparece él.
En aquel tiempo le llamaban William Howe de Lancey[1].
A Lucius le encanta verse en aquel cuadro junto a Wellington, recibiendo la noticia de la llegada de las tropas prusianas.
-Do not touch, please! - escucha de repente. Es la voz de la señora Carol Burman, trabajadora y guía de la catedral. Lucius vuelve la cabeza, sin retirar la mano del sepulcro, y la mira, sonriente. La señora Burman, de cincuenta y seis años, se queda paralizada al contemplar su rostro. Esa mirada... Lo que hay en el interior de sus ojos... No dice una palabra más y sigue caminando hacia la cafetería.
Dos días después, víctima de una terrible depresión, Carol Burman se lanzará a las vías del metro en la estación de South Kensington.
-Si quisiera suicidarme ya lo habría hecho cuando perdí a Cristian, mi vida - murmuró Jesús, observando con atención las albóndigas en salsa que había volcado en una olla de acero inoxidable de acampada Alpine. Las albóndigas aparecían cubiertas por una pátina verdosa. Lo lanzó todo, la lata y la olla de acampada, a lo lejos, hacia la maquia sedienta que exhalaba un vapor moribundo. Las sargantanes se lanzarían pronto a por la carne. Los reptiles eran ahora los nuevos reyes del mundo.
-Aunque bien pensado nunca lo intenté, ¿no? Exacto, Lucius sí lo intentó, pero yo no, aguanté el tipo. ¿Eh, Jesús? Aguantaste bien el tipo a pesar de todo, no quisiste acabar con tu vida, y mira que era difícil continuar, seguir teniendo ganas de vivir...
Le quedaban unos cuantos días para llegar a su destino al noroeste de la isla, el Port de Sóller, aunque teniendo en cuenta las paradas para buscar comida, las horas de sueño y los posibles rodeos a causa de los voraces incendios que todavía quemaban la Serra de Tramontana, su viaje podría durar perfectamente dos o tres semanas...
-Ja, ja ,ja.... - empezó a reírse de sus propios pensamientos. Dos semanas, tres, veinte, cien... El tiempo, manejado a voluntad, no era más que un chicle que alguien estirase una vez y otra entre sus labios, algo tan vulgar como eso.
-Masticarás otra vez este chicle, Jesús, es tu sino - se dijo de nuevo a sí mismo, mientras se volvía una última vez hacia el vacío de agua donde había dejado de verse el barco en el que había subido Mamen. Había sentido la tentación de perseguirla, subir él también a un barco cualquiera del puerto de San Telmo, desamarrarlo y que la corriente le arrastrase en pos de la chica porque los motores no funcionaban, pero ahora consideraba mucho más importante ir al Port de Sóller y esperar a Lucius, librar por fin la batalla final. Mamen estaría bien, era tan fuerte que superaría cualquier obstáculo que le impidiera seguir, aunque aquello no la eximiría de grandes sufrimientos, por supuesto. Nadie estaba libre de experimentar dolor, aunque él, Jesús, había convertido la erradicación del sufrimiento de la Humanidad en su objetivo, sin conseguirlo, era cierto, a la vista estaba.
Sí, dejaría a Mamen en aquel barco y a Toni en la isla Dragonera a su albur. Si él fallaba, Mamen y Toni repoblarían la Tierra. Al parecer los Creadores les habían otorgado esa función, ya que no eran enviados a través del Tiempo mediante el Eco.
Empezó a caminar, tarareando una vieja canción llamada Zenet nun Senadis:
¡Hermana! ¡Hermana!
Sin par
¡Bella! ¡La más bella de todas!
Ella es como la estrella Sothis, cuando asciende.
Como la estrella Sothis, cuando asciende.
Le había cantado aquella canción a su amada Merit en la terraza de su casa en la ciudad de Tep Ihu, treinta kilómetros al sur de Menfis, bajo las estrellas, hacía seis mil años. Merit... ¡Cuánto la había querido! La llamaba hermana porque en aquel tiempo todos los seres eran considerados hijos de Isis y Osiris, pero había sido su gran amor y la había querido de una manera apasionada.
Al comienzo de un nuevo año
Perfecto brillo e iluminación en su piel
Y, allá donde mira, seduce con sus ojos
Sus labios son dulces cuando habla
Nunca hay palabras suficientes...
Su segundo viaje había sido quizá el mejor, el más apacible. Apacible no en cuanto a estar exento de crueldades e injusticias, sino en referencia a su propia actitud, abierta y con afán de descubrir los cómos y los porqués. El primer viaje había representado el miedo, el segundo el descubrimiento. Los siguientes significarían decepción, ira y venganza.
Pero ahora necesitaba pensar en Merit y la forma en que llegó hasta ella.
“Sentí que me licuaba ahí arriba, sobre el monolito de Stonehenge, algo muy difícil de definir. Y todavía más difícil de explicar, sino imposible, es la sensación al abrir los ojos y ver el lugar del que me arrancó aquel sonido la primera vez, donde me rendí después de enterrar a Cristian. El mismo lugar, exactamente el mismo”
Había regresado a su casa, pero no se sentía bien, he aquí la tragicomedia.
“Acababa de suceder la catástrofe, la destrucción total, la muerte de todas las personas que conocía. Yo había regresado a un hogar convertido en osario, así que a los pocos segundos ya no quería permanecer allí a pesar de haberlo anhelado durante una eternidad. Pero tampoco tuve tiempo de reflexionar sobre ello porque el Eco volvió a sonar al instante”
Otra vez la terrible sensación de desmaterializarse, de convertirse en agua, como bucear a través de una cueva submarina con el aire extinguiéndose en los pulmones, sabiendo que no hay más en ninguna parte.
Y, por fin, abrir los ojos, pero para volver a cerrarlos de nuevo. Un sol infernal le había quemado la piel al instante y los labios y la lengua habían doblado su tamaño en la boca, resecos como si fuesen de madera. Esta vez se trataba de un lugar desértico, totalmente diferente del húmedo paisaje del sudeste de Gran Bretaña. Jesus llevaba la misma ropa que cuando había muerto, la misma con la que había aparecido la primera vez: un bañador con listas amarillas, unas chanclas azules y una camiseta también azul de tirantes. Pero el pelo hasta los hombros y la negra barba de dos palmos eran los mismos que en su existencia anterior como Teutatis.
-¡Dios! ¿Donde demonios estoy? ¿Por qué me hacéis esto otra vez? - se puso a gritar, en el ardiente vacío.
No veía más que dunas de arena, pero, a lo lejos, desdibujadas en el aire ardiente y como si se tratara de espejismos, parecían verse los contornos de algo parecido a una ciudad[2] rodeada por una gran muralla de color blanco. Empezó a caminar hacia allí, desesperado. Era totalmente demencial y aún no lograba comprender cómo su mente no se negaba a continuar y ordenaba a su corazón que se detuviera de una vez por todas. Pero claro, NO PODÍA MORIRSE. Era como un juego macabro en el que no tenía más remedio que participar.
Lloraba de rabia mientras sus chanclas se hundían en la arena que quemaba como si fuera metal al rojo vivo. A la media hora tenía los pies en carne viva y no podía dar un paso más. La ciudad que creía haber visto aparecía y desaparecía en el horizonte y empezaba a creer que se trataba solo de un espejismo. Se desplomó sobre la arena y rodó hasta la base de una duna. Era el momento de morir para cualquier persona que no fuera como él. Cerró los ojos e intentó hacerlo: morirse, dejarse llevar y pasar al otro lado con el mínimo dolor.
Pero no lo consiguió. No iba a ser tan fácil.
Perdió la conciencia, solo eso.
Al despertar ya era de noche. Abrió los ojos y a continuación sintió un frío inmenso y empezó a temblar. De repente algo escapó corriendo, en el momento en que empezaba a notar mucho dolor en su tobillo derecho. Un chacal había empezado a comérselo, incluso antes de que muriera. Y ahora volvía.
-¡Aaaggghhh! ¡Fuera! ¡Maldita sea! ¿Ya me estabas comiendo? ¿Pero no ves que estoy vivo? ¡Fuera!
El cielo reflejaba tantas estrellas que parecían granos de arena. Jesús intentó serenarse, a pesar de que su cuerpo daba saltos en el suelo a causa del intenso frío.
-Está bien... Esto es un maldito desierto y no tienes más remedio que aceptarlo, Jesús, igual que lo aceptaste la vez anterior... - Se daba ánimos a sí mismo.
-Menos mal que aquí no hay lobos, ni osos... Ese chacal o zorro o lo que sea es un juguete comparado con ellos... - Se palpó el tobillo donde faltaba el trozo de carne que se había llevado el chacal en la boca. De pronto cayó en la cuenta de que tenía varios escorpiones a su alrededor. Los apartó con los pies, echándoles arena.
-¡Brrrrrrr! Tengo que... encontrar... La forma de... calentarme...
Quizás sería mejor caminar ahora y no de día, pensó. Al menos era lo más lógico, pero estaba el problema de la sed, que en algunos momentos superaba incluso al frío glacial. Cayó en la cuenta de que si conseguía vencer al frío la sed empezaría a torturarle de una manera irracional, capaz de llevarle a la locura. Una tortura infinita, que nadie debería soportar. Tenía que moverse ahora, cuando la sensación de frío superaba a las demás. Empezó a caminar sin rumbo fijo, aunque enseguida tuvo la idea de subirse a una duna para intentar encontrar las luces de la ciudad que había visto antes, si es que no se había tratado de un espejismo. Tras los primeros pasos empezó a escuchar gruñidos a su espalda y se dio cuenta de que le seguía un grupo de chacales, aunque no parecían tener intención de atacarle, más bien parecían carroñeros.
- Pues carroña no váis a tener, malditos bichos, y no pienso dejar que me comáis vivo...
Llegó tras un gran esfuerzo a la cima de la duna más cercana y desde allí logró ver un resplandor, a lo lejos. Por tanto estaba en lo cierto, pensó con alivio. El resplandor parecía estar formado por cientos de hogueras, desde las cuales se levantaban inmóviles columnas de humo hacia el cielo. El simple hecho de imaginarse ante una de esas hogueras pareció calentar unos grados su helado cuerpo. Ahora lo importante era no perder la orientación cuando descendiera. Escuadriñó el cielo que tanto había observado en Stonehenge e intentó buscar similitudes con el que veía en aquel momento. Enseguida se dio cuenta de que no se encontraba en el hemisferio norte, porque casi no podía localizar la estrella polar, Sirio, que marca siempre el norte, aunque lo intentó buscando la Osa menor y calculando con los dedos cuatro veces la distancia que separa las dos estrellas frontales, pero le temblaban tanto los dedos que era totalmente imposible tener la mano quieta. Decidió guiarse por la luna, que estaba en cuarto creciente. La luna siempre “mentía”, esto lo había averiguado tras centenares de años observándola. Cuando tenía forma de C en realidad estaba menguando. Así que en ese momento las puntas señalaban hacia el este.
-Me encuentro al sur de ese resplandor, que esperemos que sea algo parecido a una ciudad - pensó, mirando arriba y abajo alternativamente, sin dejar de dar saltos por el frío.
-Está bien, Jesús, la luna a tu izquierda, siempre la luna a tu izquierda.
Empezó a descender, pero al cabo de unos metros perdió el equilibrio en la oscuridad y sus rodillas entumecidas se vencieron y cayó rodando hasta la base de la duna. Los chacales se acercaron todavía más, pero él se levantó de nuevo y continuó andando. Había aplastado dos escorpiones al rodar por la arena y estos le habían clavado sus aguijones, pero la quemazón que debería sentir y que haría aullar de dolor a cualquiera él casi no la notaba, subyugada al frío helador y al hecho de que su cuerpo estaba reponiendo desde el primer instante las células necrosadas por el veneno.
Al cabo de dos horas de penosa caminata y cuando empezaba a salir el sol llegó a un campamento. En él había cuatro hombres cubiertos con telas de arriba a abajo excepto los ojos y las manos. Se encontraban aventando una pequeña hoguera en la que cocinaban unas tortas de trigo. Los hombres contemplaron con la boca abierta cómo un hombre casi sin ropa salía de los claroscuros de arena seguido de un grupo de chacales, se acercaba a ellos y les gritaba una palabra que sonaba como “a-uh-a” o “ah-ju-ah”.
-¡Agua! ¡Agua! - les gritaba Jesús, pero los hombres no se movían.
Desesperado, Jesús vio un odre de piel e intuyó que contenía líquido. Lo señaló con la mano, pero el hombre sentado a su lado estaba paralizado por la sorpresa, así que lo cogió sin esperar respuesta y empezó a beber. El odre contenía algo muy agrio, pero le daba igual, era líquido. Bajó por su boca y su garganta hiriéndole las mucosas al principio y produciéndole llagas, pero al llegar a su estómago éste envió a su cerebro una inmediata sensación de placidez.
-¡Aggggg! ¡Por Dios! ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Pensaba que no iba a encontrar nunca un sitio donde calentarme! - la verdad era que él no se daba cuenta, pero a causa de la sed la lengua había aumentado mucho de tamaño y hablaba como si tuviera una pelota de tenis dentro de la boca.
Uno de los hombres se levantó de repente y se puso a gritar, postrándose en la arena:
-¡Stš! ¡Stš![3]
Los demás hicieron lo mismo, tumbandose sobre el suelo de arena boca abajo.
Jesús, que seguía bebiendo, les miró con gesto de sorpresa. Tenía la impresión de que ya había vivido aquello:
-Vale, vale, pensáis que soy un Dios... Otro Teutis, otra vez lo mismo... Bueno, solo quiero calentarme y comer algo... ¡Comida! ¿Tenéis comida?
Los hombres no respondían, inmóviles, con la cara pegada a la arena. Jesús se inclinó y revolvió entre sus cosas. Encontró unos trozos de algo parecido a carne seca dentro de un zurrón de piel. Empezó a masticarlo en el mismo instante en que empezaba a oírse un tumulto a unos metros de distancia: la luz del sol naciente delataba un gran rebaño de cabras y la manada de chacales había empezado a devorar a un cabritillo recién nacido. Cogió unos trozos más de carne seca, una manta del suelo que habían usado los pastores para dormir, se colgó el zurrón al hombro y empezó a caminar de nuevo, sin decir una palabra más.
Tuvo que caminar casi un día entero para encontrar la ciudad porque al hacerse de día había perdido la referencia de la luna y no había tenido tiempo para determinar por dónde había salido el sol, pero sobre las cuatro de la tarde empezó a vislumbrar huellas de presencia humana y solo tuvo que seguirlas. Esta vez iba mejor equipado, con la manta por encima de la cabeza para protegerse del sol, aunque no se había acordado de cogerles unas sandalias o lo que fuera que calzaran los pastores y seguía teniendo los pies en carne viva. Sobre mediodía vació el contenido del odre por completo, lo que le provocó una terrible descomposición de estómago y una diarrea interminable que le obligaba a detenerse cada dos por tres. La carne, que debía contener millones de bacterias Ecoli que habían arrasado la microbiota de su estómago, también se había terminado, así que al ver las primeras casas en la parte exterior de la muralla blanca de la ciudad que había buscado todo el día cayó de rodillas y dio gracias a Dios por concederle un respiro.
Aquellas casas estaban construidas de ladrillos de adobe con pequeños ventanucos para evitar que entrase el calor. Eran de un solo piso, planas en la parte superior, y muchas tenían azoteas donde en aquellos momentos se veían numerosas figuras de gente tomando el fresco. Lo primero que notó al acercarse fue un tremendo hedor, la pestilencia de miles de personas orinando y defecando y después lanzando los excrementos a la calle. Si en las afueras olía así cómo sería el interior de la muralla, pensó, aunque seguramente a los pocos días uno se acostumbraba y dejaba de percibirlo, como les pasaría a sus habitantes.
De pronto algo le golpeó por detrás. Jesús notó un ¡crack! en el interior de su cráneo y cayó en redondo, inconsciente. Dos individuos le quitaron el odre que llevaba cruzado sobre el pecho y después le abrieron la manta que llevaba enrollada sobre el cuerpo, pero al ver su pelo, su barba y sus ropas retrocedieron y echaron a correr.
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Mamen Torres llevaba mucho tiempo observando la playa destelleante hacia donde apuntaba la proa del yate San Lorenzo en el que navegaba y que parecía ser su lugar de destino. Hacía cuatro días que la corriente hacía costear la embarcación sin empujarla de una vez por todas hacia la orilla. Hubiera podido nadar, por supuesto, pero había visto tiburones hacía dos semanas. Se encontraba en alta mar cuando los vio y todavía muy lejos de la costa, pero había tenido pesadillas horribles varias noches seguidas. Soñaba que estaba sentada con las piernas fuera del barco, dentro del agua, y veía acercarse aquellas diabólicas aletas dorsales. Se acercaban con rapidez pero ella no conseguía mover el cuerpo y subir las piernas. Al final despertaba, pataleando en la oscuridad, gritando aterrorizada. Así que no pensaba lanzarse al agua por nada del mundo.
-Venga, joder, acércate ya a la orilla.
Se hallaba sentada en el solárium, desnuda, el cuerpo joven y terso renegrido de tal forma que los contornos se difuminaban convirtiendo su cabeza y sus extremidades en un solo objeto de color oscuro. Pasaba los días al sol, divagando. Se había acostumbrado a ello como si los pensamientos que danzaban en el interior de su mente fueran a materializarse en algo tangible, como si al día siguiente fuera a salir de aquel yate, dirigirse a su casa, abrir la puerta y saludar a su madre.
-Mamen, te estás volviendo loca de tanto pensar. A este paso te cortocircuitarás, te volverás bipolar. ¿Cómo sabrás entonces cuál de las dos es la que todavía está cuerda?
Dos meses... sí, llevaba ya dos meses como mínimo completamente sola en aquel barco. Y además estaba embarazada. Lo sabía por la falta del período, porque su barriga todavía estaba lisa como una tabla.
-Fue en Raixa, seguro... Cuando Toni yo hicimos el amor sobre aquella roca... Los “bichitos” entraron hasta el fondo moviendo su colita...
En la finca de Raixa tenía que haber muerto aplastada por las rocas de una gran riada, “pero como soy una chica inmortal no muero nunca”. En ese instante Mamen levantó las manos hacia adelante e imitó con sus índices y sus pulgares la forma de un cartel cinematográfico.
-¡Ella! ¡La Chica Inmortal! ¡Ha vuelto! ¡Flash! ¡Flash!
Llevaba unos días con un terrible humor sardónico.
-¡Nunca muere! ¡Flash! ¡Flash! ¿Y ahora? ¿Tendrá también un hijo inmortal? ¡Flash! ¡Flash!
De repente se echó a llorar ocultando la cara entre las manos. La verdad era que estaba aterrorizada por el embarazo.
-¡Mamá! ¡Mamaaa!
Una ráfaga de aire fresco procedente de la costa alcanzó en ese momento el yate y la obligó a cubrirse con las sábanas que tenía al lado. Empezaba a hacer frío por las noches. Aquella misma noche había estado tiritando en el camarote, aunque después el día volvió a ser tórrido, pero estaba claro que el invierno llegaría tarde o temprano y que tenía que abandonar la embarcación antes de que eso sucediera.
-Mira, allí, ese reflejo blanco...
Levantó los prismáticos que había encontrado en el puente y apuntó hacia el lugar donde el sol se reflejaba y lanzaba destellos que le herían los ojos.
-¡Invernaderos!
Se trataba de una gran extensión de campos de cultivo cubiertos por invernaderos de plástico. A continuación, más a la izquierda, empezaban a vislumbrarse amontonamientos de ruinas de lo que debía haber sido una pequeña ciudad costera.
-Esto no es África, sino España... - lo dedujo por la tipología de los edificios. De pronto empezó a ver contornos de embarcaciones sobre el mar. Se trataba de barcos pesqueros a la deriva. Uno de ellos tenía pintado en el casco: Mireia II. Almería.
-¡Almería! ¡Así que he llegado a la península ibérica! - de repente se había puesto muy contenta, al fin y al cabo continuaba en su país, aunque nunca había estado en aquella región. Al mismo tiempo empezó a notar que los pesqueros que antes había divisado con los prismáticos se engrandecían, parecía que la corriente se intensificaba en aquel punto y que, esta vez sí, el yate iba en dirección a la costa.
-Por fín podré salir de aquí... ¡por fín!
Se levantó y empezó a ponerse la ropa, apenas jirones, pero al menos limpiada concienzudamente con agua de mar y detergente para los platos de la cocina. En pocos minutos se encontraba junto a la primera embarcación pesquera, lo que le hizo dar un grito de horror. En la cubierta había dos cuerpos esqueletizados, vestidos con ropa de pescador, impermeables de color amarillo canario. Hacía meses que no veía un cadáver y ahora el terrible rictus mortal de aquellos cráneos que parecían sonreírle le devolvía a la realidad con la fuerza brutal de un uppercut.
-Y el olor... ¡Maldita sea, otra vez el olor a podrido!
Era otra sensación que también había empezado a olvidar después de tantos días percibiendo únicamente el purificante aroma a yodo marino, aunque algunas trazas de descomposición habían llegado a sus sentidos al cruzarse con el ferry Ramón LLull dos semanas atrás, navegando a la deriva convertido en un ataúd flotante, pero estaba muy lejos y el San Lorenzo se había alejado del gigantesco buque con rapidez.
-Así que todo sigue igual, nena... Has pasado unas vacaciones en un yate de lujo y ahora a caminar de nuevo entre los muertos... No solo era Mallorca, está claro, ya lo decía Toni, que si nadie venía a ayudarnos, si no veíamos ningún avión, era porque había pasado lo mismo en todo el mundo; y mira, tenía razón...
Un miedo espantoso empezó a atenazarla poniéndole todo el vello de punta. ¿Qué iba a hacer al desembarcar en un lugar que le era completamente desconocido? Mallorca al menos era su tierra. El paisaje, los edificios, todo era familiar. Hasta los muertos habían llegado a ser familiares, pero ahora se enfrentaba a la inmensidad de la península ibérica, y por tanto al concepto de la destrucción total.
Cayó de rodillas, sollozando.
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En aquellos momentos Toni Figueroa también miraba en su dirección con unos prismáticos, pero habría necesitado al menos la mitad de aumentos del telescopio Hubble para divisarla. Todavía se encontraba en la isla Dragonera, no se había movido de allí en todo ese tiempo. Por si Mamen volvía, principalmente, porque él ni siquiera sabía que ella había subido al San Lorenzo y se había alejado a la deriva. La última vez que la había visto luchaban los dos contra el oleaje para agarrarse a las rocas. Toni estaba desesperado. Recorría por completo la pequeña isla todos los días y, desde que había encontrado los prismáticos en la oficina de los guardas del IBANAT, oteaba también el azulado espejo del Mediterráneo que le rodeaba por los cuatro costados, pero nada, ni rastro de Mamen.
-No se te puede haber tragado el mar, nena... No puedes morirte, así que no te ahogaste aquel día... Tienes que estar en alguna parte...
La idea de que ella se hubiese hundido y permaneciera en el fondo dentro de alguna cueva o lo que fuera sin poder salir y sufriendo un ahogamiento permanente le aterrorizaba y sacaba de quicio, así que había vuelto varias veces al lugar donde se separaron, en la Cala d’es Llebeig, y había buceado durante horas con el equipo de snorkel de los guardas, pero no había logrado encontrar ninguna pista sobre el paradero de Mamen, únicamente peces que pastaban en grandes bancos las praderas de posidónea. Al cejar de repente la actividad pesquera de los humanos los peces habían empezado a multiplicarse exponencialmente, se notaba ahí abajo al primer vistazo. Raors, Obladas, Saupas y Llissas puluban por doquier y parecía que, en apenas unos meses, habían perdido el miedo a los hombres. Toni aprovechaba para pescarlos con mucha facilidad con un burdo arpón fabricado con una rama de ullastre. Comía pescado casi todos los días, excepto cuando lograba matar alguna gaviota de Andouin. Además en la isla había un huerto con naranjos y nísperos, pero lo que faltaba era el agua. Había pasado una sed demencial hasta que se le había ocurrido desalar agua de mar con unas garrafas de agua vacías.
-¡Vamos! ¡Vamos! ¿Dónde estás, Mamen? ¡Dame una pista! ¡Solo una pista!
Ahora se hallaba en lo alto de Na Pòpia, la única montaña de la isla, a cuya cima se subía por un viejo sendero que zigzagueaba por su falda sostenido por bancales de piedra en ruinas. Cualquier día uno de los bancales se vendría abajo y arrastraría a los otros y ya no podría subir más a no ser escalando montaña arriba, cosa harto difícil. En la cima había un viejo faro que había aguantado los embates de las naves y permanecía en pie, aunque de manera precaria. La terraza trasera del edificio daba al oeste, donde la inmensidad azulada se perdía en el infinito hasta que dolía a la vista. Se había convertido en el lugar favorito de Toni. Pasaba allí días enteros e incluso había dormido allí arriba mientras las noches calurosas se lo habían permitido.
En aquellos dos meses había adelgazado muchísimo, enjuto como una caña de bambú, como si su cuerpo se hubiera adaptado de por sí al durísimo clima mediterráneo que en aquella pequeña isla se manifestaba en su mayor expresión. Sol implacable, calor sahariano y falta de agua endémica, que en invierno se transformaría en frío húmedo con grandes tormentas y temporales marinos, así era en realidad el clima de las Islas Baleares, alejado de la naturaleza domesticada de las zonas turísticas convertidas ahora en montañas de escombros. En la isla Dragonera no había nada domesticado y el entorno se encargaba rápidamente de eliminar todo lo que no se adaptara con rapidez. Toni había tenido que hacerlo, mimetizarse con aquel entorno estragado y rocoso, pero en realidad había sido de manera involuntaria; mientras recorría los senderos buscando algún rastro de Mamen su cuerpo se había ido secando progresivamente como el cadáver de un animal expuesto al sol, sus ojos permanecían siempre entrecerrados luchando contra el exceso de luz, su cabello y su barba larga se habían oscurecido y su piel aparecía carbonizada y con la textura del cuero viejo, curándose sin parar de los melanomas provocados por la radiación ultravioleta.
Se había transformado en una especie de reptil, como una de las miles de sargantanes endémicas que poblaban la isla.
Un náufrago.
Si alguien le viera echaría a correr, despavorido.
-Mira ese ferry... ¿A dónde irá a parar?
En ese instante tenía el ferry Ramón Llull enfocado con los prismáticos. El barco, repleto de cuerpos que, cuando estaban vivos, viajaban hacia las playas de formentera, navegaba ahora a la deriva hacia el este.
-¿Te vas hacia Italia? Je, je, je... ¿Un crucero por el Mediterráneo con escalas en Civitavecchia y Livorno? ¡Haga su último viaje hacia la eternidad en un crucero por el Mediterráneo!
Emitió una risita nerviosa pero enseguida se detuvo, no estaba para bromas. Observó con atención la cubierta del ferry por última vez buscando algún signo de vida y a continuación bajó los prismáticos venciendo los hombros con gesto de impotencia. Sin embargo, chasqueando los labios, volvió a levantarlos y, dando media vuelta, apuntó hacia Mallorca.
-¡Mira allí! ¿Eres tú, Mamen?
Una columna de humo se levantaba inconsútil entre el vaho del mediodía.
-Mmmm... Alguien ha encendido un fuego, pero no es Mamen, eso seguro. Ella no estaría allí sin mí a no ser que alguien la obligara. ¿Será Jesús?
La sola mención de aquel nombre hizo que se estremeciera. Había pensado en él muchas veces, pero cada vez que lo hacía se espantaba a sí mismo los pensamientos de su cerebro con un manotazo ante la cara. Incluso había llegado a creer que aquel encuentro y aquella conversación después de dispararle había sido únicamente fruto de su imaginación. Pero Mamen también estaba allí, y que él supiera no habían sufrido alucinaciones colectivas. Así que era real...
Jesús de Nazaret, el Mesías...
Existía, lo había tenido ante él, había hablado con él, LE HABÍA DISPARADO.
-Toni, Toni, Toni... Pero qué cosas te ocurren... Pero ¿sabes? No estaría mal ir a verle otra vez.
De todas formas tenía que salir de aquella isla tarde o temprano a causa del cambio de estación: simplemente no tenía ropa de abrigo y no había nada para taparse en el edificio semiderruido de los guardas. El verano estaba llegando a su fin, debía ser el mes de Septiembre ya, u Octubre, no estaba seguro, pero la verdad era que por las noches empezaba a hacer frío y que, ya que con toda seguridad, tendría que intentar llegar en una balsa a Sant Elm, no podía postergar mucho más el viaje.
-Está bien. Mañana te vas, Toni. Bien pronto, al amanecer. Venga, tienes un montón de cosas que hacer.
Quería dejarle indicado a Mamen que había dejado la isla. Tardó una media hora en volver al refugio de los guardas y se puso manos a la obra. Había encontrado unas latas de pintura blanca en una caseta de aperos. Con grandes brochazos escribió, en la fachada que quedaba en pie del refugio: “Mamen, me ido a Mallorca. Buscando a Jesús” Esto último lo tachó, emborronándolo de pintura. “He vuelto al Port de Sóller. Mes de septiembre. Toni”
Se alejó unos pasos y contempló su obra. El refugio constaba de dos partes, una zona de recepción y museo para los visitantes, totalmente derrumbada, y otra con una pequeña cocina y varios camastros para el descanso de los guardas que continuaba milagrosamente en pie. Había escrito su mensaje en la segunda porque la fachada ofrecía una mayor superfície y además el porche estaba techado y la lluvia no lo borraría durante el invierno. Pero aún así se dirigió hasta el pequeño embarcadero y repitió lo mismo en la pared de hormigón armado escribiendo del revés tumbado sobre su estómago.
-Dure lo que dure, aunque el oleaje lo borre, pero a lo mejor ella lo puede ver desde el mar.
Al terminar vació las garrafas a las que había cortado el lado superior y puesto del revés para que funcionaran como desaladoras, las llenó de nuevo con agua de mar, volvió al refugio y durmió en uno de los camastros durante dos horas. Apenas había dormido aquella noche a causa del frío y las pesadillas, que le atenazaban desde que se había quedado solo. Pero durante el día no las sufría, así que se obligaba a pasar las noches con la mirada en el techo persiguiendo los reflejos de la luna sobre el agua que entraban por la ventana y dormía lo más posible con la luz del sol.
Debían ser las cuatro de la tarde cuando se despertó. Al poner los pies en el suelo decenas de sargantanes escaparon frenéticas zigzagueando por doquier. Aquellos pequeños reptiles, endémicos de la Dragonera, habían invadido por completo el refugio atraídas por la comida que él se preparaba. Sin embargo a Toni le caían bien las sargantanes. Maldita sea, eran su única compañía, e incluso se las podría haber comido si hubiera tenido necesidad, pero aún no lo había hecho, de momento. Además, limpiaban el refugio de moscas e insectos.
-Uaaauuu (desperezándose) Buenos días, chicas. ¿Me habéis dejado algo para comer?
Se levantó anadeando, echó un trago de agua de la garrafa y abrió una pequeña nevera Corberó que antes había funcionado gracias a las dos placas solares del techo, pero que ahora le servía únicamente de despensa aislada contra las sargantanes, ya que era el único lugar al que no habían podido acceder de la casa. Se las había encontrado incluso nadando en la taza del retrete, aunque él apenas lo usaba, prefería salir al exterior; únicamente hacía sus necesidades en el pequeño aseo las interminables noches en que sufría pesadillas.
-¡Epa! ¿Pero por dónde has entrado?
Le había parecido ver a una lagartija saliendo de la nevera en el momento de abrir, aunque le ocurría a menudo; eran tan rápidas y escurridizas... Pero sí, esta vez era cierto, porque el plato de duralex donde había dejado los restos de una pechuga y un muslo de gaviota asados en la fogata del exterior estaban esparcidos por todo el frigorífico.
-Vaya, habéis encontrado un agujero, por fin. Os ha costado ¿eh? Bueno, me da igual, coméoslo, adelante, estoy harto de esta jodida carne de gaviota...
Se alejó, dejando la puerta abierta. En dos segundos la nevera no era más que una masa febril y pulsante de sargantanes.
Salió al porche y contempló el embarcadero con todo el cuerpo festoneado por los claroscuros . Las chicharras que habían llenado el ambiente con su canto a lo largo del verano continuaban implacables emitiendo sus chirridos, pero ya en menor medida. Toni había creído que llegaría a enloquecer al principio, cuando el sonido de aquellos millones de insectos sobre las copas de los pinos caía sobre él en las horas de más calor y envolvía toda la ensenada del puerto en una cúpula de sonido martilleante y agónico, pero ahora sonaban ya solo como un adagio, y el rumor se había vuelto tan familiar que la carne se le pondría de gallina si parara de repente; se sentiría como vacío sin aquella melodía acompañándole, incansable.
Saltó la valla de madera (había una verja atada con una pequeña cadena de hierro y un candado, pero nunca se había molestado en romperla con una piedra) y se dirigió a la zona de los árboles frutales para ver si los pájaros le habían dejado algún níspero. Había tenido tiempo de comer naranjas las primeras semanas tras su llegada ya que los pájaros todavía temían a las personas, pero ahora el número de aves se había multiplicado y tenía la impresión de que se comerían los frutos incluso antes de que maduraran. Había conseguido salvar algo en el gran níspero de la izquierda cubriendo una parte con una tupida red de pesca que había rescatado entre las rocas, en Cala en Bubú, pero al igual que las sargantanes, los gorriones se las ingeniaban para comerse los nísperos a través de los orificios de la red y solo se salvaban unos pocos en el centro.
Llegó hasta el níspero, pasó por debajo de la red acuclillado y empezó a buscar. Encontró cinco frutos intactos y se los comió con ansia, sentado sobre la tierra reseca. El trinar de los gorriones, el canto de las chicharras, el crujir de la hierba reseca bajo las patas de las sargantanes, en fin, el rumor del breve oleaje golpeando las rocas en el puerto, todo ello, bajo aquella cúpula de calor, conformaba un efecto subyugante y embriagador que adormecía los sentidos de una manera persistente y sin un final plausible. Te atrapaba. Podías quedarte bajo aquel níspero para siempre, comiendo los frutos maduros que te caían encima. A veces Toni tenía la impresión de que se iba a convertir en parte del tronco de aquel árbol y se quedaría allí toda la eternidad.
Consiguió por fin levantarse y dedicó la parte de la tarde que le quedaba a preparar una balsa para el viaje hacia San Telmo. Los troncos de madera los tomó de una valla que protegía una zona de nidificación de halcones de Eleonor de las ratas que provocaban estragos comiéndose los huevos, pero eso era antes, ya no quedaba ningún mamífero roedor y las rapaces se reproducían sin parar ante la ausencia de enemigos y la abundante variedad de reptiles.
Ató los troncos ante el porche con cuerdas y alambres pero después cayó en la cuenta de que estaba demasiado lejos del agua y, lamentándose por su inopia, tuvo de desmontarlo todo y volver a montarlo en el embarcadero. Después construyó un remo con un tronco más largo. Tenía la idea de remar de pie. Había practicado mucho el surf de jóven en las playas del Norte de España y se había fijado en la nueva modalidad que se había puesto muy de moda los años anteriores a la catástrofe, el paddel surf, en la que la gente remaba de pie sobre una tabla. Toni no lo había probado nunca pero no parecía muy difícil y la verdad era que aquella postura erguida parecía la más idónea para una balsa pequeña, aunque todo dependía de su estabilidad.
Antes del anochecer botó la balsa y se subió a ella. Tras varias caídas logró ponerse de pie estabilizándose con el remo y pudo dar una vuelta por la ensenada, aunque cuando saliera a mar abierto sería muy diferente. De todas formas siempre podría remar sentado o de rodillas.
El día siguiente amaneció nublado, lo que le puso de muy mal humor. Había pasado la noche prácticamente en vela y no podría recuperar el sueño durmiendo de día como solía hacer, así que la travesía hasta Mallorca se preveía larga y penosa. Lo peor era que no dejaba de recordar el día de su llegada, tan falsamente pacífico, y el viento que se había levantado de improviso lanzándoles a él y a Mamen contra las rocas.
Llenó dos botellas de agua desalada y las ató fuertemente entre sí al flotador. Si se hundía la balsa se quedaría con el salvavidas y el agua. Se subió a la balsa, dio un último vistazo al refugio en el que había pasado aquellos largos meses de verano, leyó el mensaje que había dejado para Mamen y empezó a remar para salir a mar abierto.
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Jesús abrió los ojos al cabo de una media hora.
-¡Uauuuu! ¡Qué dolor!
Se palpó la herida de su cabeza sobre el hueso occipital, que había sangrado en abundancia y teñido de carmesí toda su camiseta.
-Bueno, vaya recibimiento...
De pronto notó que algo le hacía sombra y que le pinchaban con un palo en el estómago. Se incorporó de repente, asustado. Un grupo de niños que le observaba con curiosidad se alejó corriendo y chillando.
-¡Hey, chicos! ¿Tenéis agua? ¿Sabéis donde hay agua? - gritó hacia ellos haciendo el gesto de beber llevándose el pulgar a la boca, sin obtener respuesta. De repente se escucharon gritos y alguien apartó a la muralla de niños. Eran un hombre y una mujer, que retrocedieron al principio, al ver el extraño aspecto de Jesús y sus ropas ensangrentadas.
-¡Ayuda! - gritó él. -¡Me han atacado! ¡Necesito beber, por favor!
El hombre, aunque vacilante, se acercó, arrodillándose a su lado y observó con detenimiento el lugar de la herida que, aunque ya se había curado, estaba cubierta por una gruesa costra de sangre reseca.
-Wnn h-t d^d mpth?
-¿Qué? - exclamó Jesús. -¡No te entiendo! No...no hablo tu idioma... - los niños retrocedieron de nuevo entre risotadas al oírle gritar.
-Wnn d^d-n m’n? - dijo de nuevo el hombre, que apenas tenía dientes en la boca.
Esta vez Jesús aplacó el tono y le habló casi en un susurro.
-Oye... No soy de aquí, ¿sabes? Gracias por tu interés, pero me voy a ir ¿eh? No me pasa nada, estoy bien. Solo me levantaré y me iré caminando, ¿vale?
Sin embargo aquel hombre no estaba dispuesto a dejarle ir tan fácilmente. Jesús entendió por fin que lo único que hacía era poner en práctica la hospitalidad árabe. Recordaba haber leído sobre aquella costumbre en un reportaje del National Geographic, hacía siglos. Tenía su origen en los beduinos del desierto y era un deber sagrado. Cuando acogían a alguien tenían que ofrecerle un techo y, si se daba el caso, seguridad contra los adversarios. Únicamente le podían pedir explicaciones acerca de su identidad y el motivo por el que se encontraba allí al cabo del tercer día.
-Está bien, me pongo en tus manos, amigo... Haz lo que quieras conmigo. Seré tu huésped si eso es lo que deseas...
El hombre le tendió la mano y le ayudó a incorporarse espantando a la algarabía de niños que habían perdido todo su miedo y le tocaban sin parar aquellas ropas tan divertidas. Después de comprobar que Jesús podía tenerse en pie le indicó que le siguiera.
-Pr dzf nr-hz
-Sí, sí, voy contigo, gracias, amigo...
Siguió a su anfitrión hacia una de las puertas de la muralla y entraron en la ciudad. La mujer, embutida en una túnica de la cabeza a los pies, caminaba unos pasos más atrás. Jesús estaba maravillado ante aquel intrincado laberinto de callejuelas con fachadas de adobe pintadas de vivos colores, aunque al mismo tiempo intentaba no vomitar debido al fuerte hedor que impregnaba el aire. La chiquillería iba aumentando y sus gritos atraían la curiosidad de los vecinos que se asomaban a portales y ventanas. Por fin llegaron a un portal y el hombre le señaló la entrada con las manos.
-Pr rr-h nf.