El Quinto Origen 3. Un Dios inexperto - J. P. JOHNSON - E-Book

El Quinto Origen 3. Un Dios inexperto E-Book

J. P. JOHNSON

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Beschreibung

Continúa la aventura de Jesús en el Antiguo Egipto. En esta ocasión se encontrará de nuevo con  Lucius, al que no ha vuelto a ver desde Stonehenge, y entrarán en juego sentimientos encontrados. Lucius ha sido poseïdo por una crueldad fanática y Jesús intentará remediar sus actos por el bien de la Humanidad.
Mientras tanto en Granada, Mamen afrontará su maternidad con la precaria ayuda de Dani mientras intenta recopilar el destruido conocimiento de los seres humanos.
En Mallorca, Toni ha encontrado una esfera que parece conceder todo lo que imaginación desea. De repente, se ha convertido en un Dios.

J.P. Johnson vive en la isla de Mallorca. Ex-guardaespaldas de autoridades militares y broker de bolsa, actualmente se dedica en exclusiva a la literatura. Es autor de las célebres sagas "El Quinto Origen", "La Venganza de la Tierra" y "El Diablo sobre la isla" (publicada con su verdadero nombre, Joan Pont), además de la serie de autoayuda "Sí, quiero. Sí, puedo" y el libro de literatura infantil "Una mascota para Tom".

LIBROS DE J. P. JOHNSON
Serie El Quinto Origen Stonehenge Nefer-nefer-nefer Un Dios inexperto El sueño de Ammut Gea (I) Gea (II)
Serie La Venganza de la Tierra Mare Nostrum Abisal Phantom Un mundo nuevo Ultra Neox Éxodo.
Glaciar.
La Chica de la Gran Dolina.

OBRAS DE JOAN PONT.
Serie El Diablo sobre la isla El Diablo sobre la isla. Venganza. Perros de Guerra.

Benet. Jamm Session. (La primera entrega del detective Toni Benet)

NO FICCIÓN
Serie "Sí quiero. Si puedo". (Traducida a múltiples idiomas) Cómo escribir tu primer libro y publicarlo online. Consejos imprescindibles para prosperar económicamente en la vida. ¡Socorro, mi hij@ quiere ser youtuber! Los 12 mandamientos de la autopublicación independiente.

Serie juvenil
Una mascota para Tom (traducido a múltiples idiomas)

Encuentra a J. P. Johnson en:
Email: [email protected]
Website: pontailor2000.wixsite.com/jpjohnson
Twitter: @J_P_Johnson
Facebook: facebook.com/pontgalmes
Instagram: j.p.johnson1

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EL QUINTO ORIGEN 3.

Un Dios inexperto.

J.P. JOHNSON

Tabla de Contenido

Título

El Quinto Origen. Un Dios inexperto

Instituto Alienígena. Expediente 866. | Año 123 Después de la Segunda Venida de Cristo (D.S.V.C.) | MÁXIMO SECRETO/ NO COPIAR

Instituto Alienígena | Conversaciones con la Viajera del Tiempo número 3. | Doctor Enrique Salgado Morales. | Director/ Jefe de Equipo.

Meseta de Gizah 12 de julio de 1798

1. El palacio de Narmer - Tiran cuerpos y los ensartan - Kipah flagelado - Jesús se enfrenta a Mpt-hj - Toni ante el Alien convertido en estatua de sal - Cae del cielo como un proyectil - La depresión de Dani - ¡Olvídalo! - Mamen no piensa seguirle al abismo, meterse bajo las sábanas - Llamas - Ella renace cual ave Fénix, él contempla el milagro -  Cuentan que en 1908 un visitante de la Alhambra reparó en un anacrónico soldado, vestido con armadura y portando una lanza. Acercóse a preguntarle y éste le respondió que penaba desde seiscientos años ya por una maldición, lanzada por un alfaquí musulmán, que le conjuró a custodiar por toda la eternidad el tesoro de Boabdil, otorgándole licencia para salir de la estancia del botín sólo una vez cada cien años.

2. “Tengo sed. Quisiera beber. Deseo olvidarme de la vida. La vida es una invención odiosa de no sé quién. Dura demasiado, no vale nada. Se cansa uno viviendo. La felicidad es un viejo chasis pintado solo por un lado. El Eclesiastés dice: todo es vanidad; yo pienso como ese hombre que tal vez nunca ha existido” - Las habitaciones de Lucius (ahora Jufu) - Nefertiti - Estricnina - M-jj’k le recuerda a Msrah - La muerte de Kipah - El primer asesinato, después vendrá una purga de miles de años - Mamen (como el ave fénix que se desvanece para reaparecer con toda su gloria) está sin embargo, vacía - Va en busca del sueño a la Alhambra - Dani y ella divergentes - El sueño del cilindro la aterra - Se repone, lucha, ¡LUCHA! ¡FUERTE COMO UNA TORRE DE MARFIL! - La pesadilla de Toni es real - Vuelve al Port.

3. En la Casa de la Muerte - Cuarenta días de reflexión - Una revuelta - Lucius diseña a Sobek - Una expedición destinada al fracaso - El Jinete del Apocalipsis levanta nubes de polvo en el desierto - Dejé de creer en Dios cuando en clase de ecología estudiamos los virus y las bacterias, y luego las grandes plagas que eliminaban a millones de personas con la misma eficacia que una fábrica produce automóviles, primero uno, luego otro, luego otro, luego otro... Al fin y al cabo ¿por qué iba Dios a velar más por el Ser Humano que por un patógeno que él mismo había creado? - Huyen, matan leones, usan las pieles, ella bebe de una vejiga - Mamen y Dani en un carmen intacto - Hay una frontera desde aquel lugar hasta algo que la atrae en la cima - Toni se quema para saber si sueña, si es un hombre, si es un Dios absurdo

4. A ninguna de aquellas personas se le ocurrió pensar que esos juguetes que distraían su ocio pudieran utilizarse para construir sistemas que aliviasen el infernal trabajo de los obreros por la sencilla razón de que en la sociedad esclavista la mano de obra era tan barata que no se sentía la necesidad de mejorar sus condiciones de vida - A Mamen ya no le importa ser una hembra reproductora - Salen a por ropa - Empapados - Dani enferma - Ella no sabe qué hacer - Busca el porqué más allá de los cipreses -  Quid obscurum, quid divinum - Toni baja al Port - La Bodeguita del Medio - Inés - Atropello - La esfera divide cuerpos en mitades - El reencuentro, pero antes la resurrección - Y quién no se sentiría un Dios.

5. La batalla del desfiladero de Aboo Mahary - Amor en el desierto - Castigo y redención - Rituales de muerte - Nefertiti tiene que irse - Llega ÉL - Están sanos y bien en algún lado - El retoño más débil prueba que no existe la muerte - Y que si alguna vez existió lo hizo para impulsar la vida, y no espera que la destruya el.fin - Y no ha cesado desde el momento en que surgió la vida - Dani mejora - Una lista de prioridades - Libros sobre niños - Pecan de ingenuos - Intenta arreglar una motocicleta - Se pierden - Una hoguera con vestidos de Zara y puertas renacentistas - ¡Papá! - Toni se despierta y ¿soñaba? - Llegan los GEO - Una gran raya de coca es aspirada por Mamen - El hotel Edén - La cortina era un lienzo pesado, de tela de costales.

LIBROS DE LA SAGA EL QUINTO ORIGEN.

Para Mamen

El Quinto Origen 3. Un Dios inexperto.

© J. P. Johnson / Joan Pont Galmés [2018)

Todos los derechos reservados. 

Instituto Alienígena. Expediente 866.

Año 123 Después de la Segunda Venida de Cristo (D.S.V.C.)

MÁXIMO SECRETO/ NO COPIAR

Tras el suicidio de la Doctora Miriam Cola Servera (la doctora saltó al vació desde un sexto piso del Instituto Alienígena) el estudio posterior no ha logrado discernir los motivos de su acto, aunque resulta evidente la intervención pasiva de la Viajera Del Tiempo número 3, a la que la doctora Cola estaba interrogando en aquellos momentos. Al parecer la Viajera le desveló “algo” que pudo ser la causa de su decisión de quitarse la vida en ese mismo instante. Después de que la doctora Cola se precipitara al vacío los guardias encontraron a la Viajera sumida en un estado de introspección profunda, aunque con una sonrisa permanente en los labios.

El descubrimiento del “secreto” que la doctora Cola se llevó a la tumba es primordial para avanzar en el estudio de la Segunda Venida de Cristo y evitar la destrucción total de la Humanidad en el año 2020 del otro espacio temporal.

El nuevo equipo, encabezado por el doctor Enrique Salgado, costarricense, tomará el mando de las instalaciones en los próximos días.

Toda la información referente al suicidio de la doctora Cola ha sido destruida y sustituida por esta:

“La doctora Miriam Cola Servera solicitó abandonar su puesto en el Instituto Alienígena y ser destinada a las excavaciones de la Gran Pirámide de Keops, que será levantada por completo para desvelar su interior, y allí falleció por aplastamiento tras la caída de un bloque de piedra de veinte toneladas.”

Instituto Alienígena

Conversaciones con la Viajera del Tiempo número 3.

Doctor Enrique Salgado Morales.

Director/ Jefe de Equipo.

“La Viajera es tozuda, es lo primero que se me ocurre. Y voluble. Simplemente hace lo que le da la gana...

Pandora... En esta sesión, la número J436, la Viajera nos habla continuamente de Pandora. Buceando en los mitos hesiádicos Pandora es la primer mujer, como Eva en la religión judeocristiana. Hefesto (dios del fuego) la modeló a imagen y semejanza de las inmortales, y obtuvo la ayuda de Palas Atenea (diosa de la sabiduría). Zeus ordena su creación para castigar a la raza humana, porque Prometeo había robado el fuego divino para dárselo a los hombres.

Cada dios le otorgó a Pandora una cualidad como la belleza, la gracia, la persuasión, y la habilidad manual, entre otras; pero Hermes (mensajero de los dioses, e intérprete de la voluntad divina) puso en su corazón la mentira y la falacia.

Había una jarra que contenía todos los males. Pandora apenas la vio, la abrió y dejó que los males inundaran la tierra. Para cuando logró cerrar la jarra, lo único que quedaba adentro era la esperanza, por lo que los humanos no la recibieron. De este mito proviene la expresión ‘abrir la caja de Pandora’. En esta tradición, Pandora representa la perdición de la humanidad al igual que Eva.

La Viajera del Tiempo relata que “yo era Pandora”, y que la Caja del mito era una esfera que Dios, o Zeus, poseía y que solo él sabía utilizar.

El equipo ha reaccionado de manera divergente ante estas revelaciones.

¿Zeus? ¿Conoció realmente la Viajera a Zeus? ¿Son los mitos clásicos un reflejo de la realidad?

Los Dioses griegos eran inmortales, aunque no eran seres inmateriales, sino visibles para los mortales.

Según la Viajera, Zeus tenía una esfera prodigiosa que no sabía usar muy bien, aunque la dominaba, y con frecuencia era el instrumento para sus caprichos, por lo que los demás Inmortales intentaban arrebatársela.

Celosa de sus poderes,  la Viajera intentó usarla y desató el Caos.

¿Tiene algo que ver Zeus con el Dios cristiano? se le pregunta a la Viajera.

“¡Pues claro que sí!” responde ella. “Yo le conozco, hablé con él, varias veces...”

Todo el equipo se ha mirado, unos a otros, muchos llorando, tras esta frase de la Viajera.

Unas palabras que nadie creería si no estuviera perfectamente demostrado que esta mujer, que posee las claves de nuestra Existencia, es inmortal y que ha llegado hasta nosotros a través de un agujero de gusano, y que está entre nosotros por voluntad propia, porque si quisiera, podría aniquilarnos.

Meseta de Gizah 12 de julio de 1798

-Ahí está, Sire,  lo que buscábamos...

-Lo que buscabais vos,  Brueys,  lo que buscabais vos...

Napoleón Bonaparte, con el pelo hasta los hombros, mantiene su enjuto cuerpo sobre su caballo observando las tres pirámides suspendidas en una nube de vapor,  a lo lejos,  tras las líneas de los salvajes Mamelucos que triplican en cantidad a su ejército.

-Se hará de rogar,  pero dentro de diez días,  como máximo,  estaremos ahí - dice un hombre a su lado,  flaco como él,  con el pelo igual de largo y con una poblada barba que le diferencia del resto de la cúpula militar de Napoleón. Nadie lleva barba en aquel tiempo, aunque algunos oficiales jóvenes ya empiezan a imitar al almirante François-Paul Brueys d'Aigalliers. Aún así ningún retratista oficial se atreverá a plasmar su imagen con barba en un cuadro.

De todas formas lo de jóven es un decir,  porque el almirante ha nacido, según su ficha militar,  el 12 de febrero de 1753 en Uzès, Grad, Francia, y morirá en Abukir el 1 de agosto de 1798 en la batalla del Nilo[1], cosa harto imposible porque, como bien sabe Napoleón Bonaparte, François-Paul Brueys d'Aigalliers nunca muere.

-¿Seré como vos después de esto? - pregunta Bonaparte con los ojos entornados por el reflejo del inclemente sol.

-Eso no os lo puedo asegurar,  Sire - responde Brueys. -Pero debajo de esos millones de piedras hay alguien a quien busco,  alguien que yo encerré y a quien debo encontrar para pedirle ayuda.

Napoleón Bonaparte fija sus ojos en él. Es un hombre acostumbrado a dictar órdenes,  pero con Brueys le ocurre algo que jamás,  desde su infancia cuando temblaba ante la sola presencia de su padre,  alcohólico,  le había vuelto a suceder: adora y teme a su almirante al mismo tiempo,  pero el temor no debería traducirse literalmente con la palabra miedo,  sino con una más trascendental: fanatismo,  le seguiría a donde fuera aunque tuviera que pagar con su vida por ello.

-¿Y la entrada? ¿La conocéis?

-La conozco, Sire,  aunque habrá que cavar,  pero no hay nada más fácil que conseguir hombres para una excavación en El Cairo.

De repente el caballo de Bonaparte se encabrita mientras aplasta con sus gigantescos cascos un nido de escorpiones negros.

-Está bien... Como bien sabéis, almirante, os seguiré a cualquier parte,  aunque habrá que apartar de nuestro camino a quince mil infantes de caballería mamelucos.

El almirante Brueys se incorpora sobre el estribo derecho y descabalga. Napoleón hace lo mismo. Ambos hincan las rodillas en la arena pero Brueys lo hace sobre un escorpión negro que le clava inmediatamente el aguijón en el gemelo.

-¡Cuidado! - grita Bonaparte,  para añadir a continuación: -¡Maldita sea! ¡Nunca me acostumbraré a vuestra extraordinario don,  querido amigo!

La picadura del escorpión es mortal de necesidad,  pero el almirante se limita a atrapar al animal con los dedos pulgar e índice y lanzarlo a lo lejos.

Napoleón pone su mano derecha como visera para ocultar su risa mientras mueve la cabeza en sentido negativo.

-No...  No puedo... Ji,  ji,  ji,  ...creerlo aunque lo vea con mis propios ojos...

Sin embargo el rostro de Brueys continúa impertérrito. ¿De qué va a asombrarse si él mismo hizo construir las tres moles que se difuminan en el vaho de aquel mediodía abrasador en la meseta de Gizah?

-La caballería Mameluca nos destrozará si permitimos que cargue en formación a campo abierto,  Sire,  pero si formáis cuadros huecos,  así (trazaba cuadrados en la arena con una lasca de piedra) con cinco cañones de veinte libras en el interior y los mosqueteros en formación,  la caballería enemiga perderá su fuerza de ataque y tendrá que repartirse en pequeños grupos.

-¿Y no haremos fuego entre nosotros,  almirante?

-Siempre habrá caballería enemiga enmedio,  Sire,  y Montpellier atacará con la división de Lefebvre-Desnouettes,  si vos lo aprobáis.

Igual que había hecho hacía poco cuando a Brueys le había picado el escorpión negro,  Napoleón miró a su almirante con una mezcla de fascinación,  temor e incredulidad. Normalmente sus subalternos le adulaban de una forma que incluso a él le resultaba repulsiva,  teniendo en cuenta que con una sola órden podía encarcelarlos e incluso hacer que los ejecutasen,  pero Brueys... ¿Qué hubiera podido hacer el almirante más joven de Francia contra él si alguna vez le hubiera contrariado? ¡Brueys no moría nunca! Cogía enfermedades, eso era cierto,  de forma que su don pasaba desapercibido para la mayoría de los que le rodeaban. En  ocasiones se le había visto postrado en su camastro presa de convulsiones a causa del tifus o con el rostro plagado de granos purulentos a causa de la viruela,  e incluso había corrido en con frecuencia hacia los arbustos víctima de las bacterias ecoli que se propagaban entre la soldadesca mediante los cuencos del rancho,  pero François-Paul de Brueys SIEMPRE ESTABA AHÍ de nuevo,  inmune a cualquier herida,  virus o bacteria,  o picadura de escorpión,  la primera causa de muerte entre las tropas en las interminables caminatas por el desierto. Y siempre jóven,  como el mismo Napoleón,  que tenía veintinueve años en aquel momento,  a pesar de que Brueys tenía dieciséis años más,  pero aparentaba solamente veinte.

-Os lo vuelvo a preguntar,  almirante,  ¿encontraré ahí dentro vuestro secreto?

Brueys se encoge de hombros mientras suelta una carcajada de suficiencia.

-Sire,  ya os dije que...

-¡Basta! - grita de pronto Bonaparte. -¿Sabéis las ganas que tengo de mandaros fusilar,  almirante? ¿Sabéis que os tolero solo por una cosa,  que por vuestras palabras y promesas me he embarcado en esta empresa dejando a nuestro país en manos de esos perros del Directorio? ¿Lo entendéis de una vez por todas?

Brueys se ha quedado mudo de repente,  lo único que hace es mirar a Napoleón Bonaparte con esos ojos que provocan en todo el que se convierte en el blanco de su mirada una sensación de tristeza y de piedad infinita.

-Hacedlo,  Sire... Matadme vos mismo,  por favor. Eso es lo que más deseo en el mundo... - dice de pronto,  mientras desenvaina su sable-espada y provoca un movimiento de alerta en la guardia de Dragones de Napoleón que le espera a cien metros de distancia.

Éste empieza a reírse,  aunque su risa no es alegre.

-Tendría que matar también a mis Dragones,  a pesar de que les tengo en gran estima,  porque serían testigos de algo anti-natura si yo te atravesara en este mismo instante,  ¿verdad?

Brueys vence los hombros,  profundamente abatido. De repente se ha puesto a llorar.

-Solo quiero volver a ver a mi hijo Cristian,  Sire,  el que perderé en la Catástrofe dentro de más de doscientos años... Cristian,  mi vida,  ¡cuánto le echo de menos!

Napoleón se acerca a él y estrecha sus hombros con ambas manos.

-Amigo mío,  tu dolor penetra en mi persona y me hace tu hermano... Ya me conoces,  y nunca podría intentar matarte a pesar de que sé que sería un gesto inútil. Volvamos a la División,  derrotemos a ese ejército,  entremos en ese lugar,  descubramos cómo puedes ver de nuevo a tu hijo...

––––––––

Lo que vió Napoleón Bonaparte en el interior de la Gran Pirámide de Keops la noche que entró junto al vicealmirante Brueys  cambió el destino del jóven general y por ende el de millones de personas en el continente europeo. Fue algo que le dejó extasiado: ver a un hombre dentro vivo que llevaba tres mil años encerrado en un sarcófago de piedra de una tonelada y que según le contó Brueys era Lucius,  o lo que era lo mismo: Lucifer,  el demonio.

Hasta aquel momento Napoleón no tenía más objetivos que los que podía alcanzar a varios meses vista,  pero al salir de aquel se sintió imbuido del mismo poder que había visto en aquel hombre,  Lucius,  y también en Brueys.

Empezó a sentirse él también inmortal.

Al cabo de unas semanas el general Bonaparte huyó de Egipto y regresó a Francia,  desde donde pensaba dominar Europa y,  desde allí,  el resto del mundo.

Los despachos con la noticia de la muerte de Brueys llegaron al cuartel general de Napoleón al cabo de pocas horas,  pero él simplemente se echó a reír al verlos,  porque el mismo Brueys se encontraba en ese momento en su vestidor,  cambiándose de uniforme.

-¡Habéis muerto,  amigo mío!  - dijo Bonaparte,  en medio de una gran carcajada.

-¿Otra vez? ¡Ya he perdido la cuenta! - respondió el aludido,  para añadir enseguida: -¡Ya estoy listo,  Sire! Podemos irnos hacia la pirámide... - El vicealmirante salió del biombo y observó a Napoleón. En realidad no le necesitaba para nada, pero la verdad era que le caía bien aquel hombre.

-¡Sire! - dijo de repente. -¡Me encantaría deciros mi verdadero nombre!

-¿Cuál es? - respondió Napoleón,  mientras se vestía él mismo con la casaca de su uniforme,  habían hecho salir a todos los criados.

Brueys sopesó si sería adecuado decirle que él era Jesucristo,  pero decidió que la impresión podría tumbar a aquel hombre,  y le apetecía que le acompañara a la Gran Pirámide, para no encontrarse solo,  más que nada.

-¡Olvidadlo,  es mejor para vos que no lo sepáis! ¡Vámonos!

La soledad era lo que más temía en el mundo.

1. El palacio de Narmer - Tiran cuerpos y los ensartan - Kipah flagelado - Jesús se enfrenta a Mpt-hj - Toni ante el Alien convertido en estatua de sal - Cae del cielo como un proyectil - La depresión de Dani - ¡Olvídalo! - Mamen no piensa seguirle al abismo, meterse bajo las sábanas - Llamas - Ella renace cual ave Fénix, él contempla el milagro -  Cuentan que en 1908 un visitante de la Alhambra reparó en un anacrónico soldado, vestido con armadura y portando una lanza. Acercóse a preguntarle y éste le respondió que penaba desde seiscientos años ya por una maldición, lanzada por un alfaquí musulmán, que le conjuró a custodiar por toda la eternidad el tesoro de Boabdil, otorgándole licencia para salir de la estancia del botín sólo una vez cada cien años.

Jesús,  Viajero del Tiempo, llamado ahora Imhotep,  se detuvo ante el palacio del faraón Narmer.

Kipah,  su fiel Jefe de la Guardia,  lo hizo unos metros más atrás, bajo un sol abrasador.

-Está bien,  hemos llegado,  Kipah. Ha sido duro,  ¿eh?,  pero ha valido la pena. Veré al faraón Narmer,  hablaré con él. Mantente a mi lado,  tú y tus hombres,  con las lanzas abajo,  esos guardias no me gustan nada.

El palacio de Narmer estaba enclavado sobre una colina al norte de Menfis. Se trataba de un edificio cuadrangular,  de muros de unos diez metros de altura hechos de adobe y  junco pero,  y eso lo diferenciaba del resto de construcciones de la ciudad,  las paredes se sustentaban sobre un basamento de piedra de unos dos metros que conferían al edificio una apariencia inexpugnable.

La entrada era pequeña en comparación con los muros,  flanqueada por dos bejent[2] representando a Narmer. Jesús se quedó boquiabierto al ver las esculturas.

-Si no recuerdo mal su cara se parecen un montón a Lucius...

Cada vez tenía más claro que Lucius había llegado allí antes que él, a pesar de que él se había ido el primero de Stonehenge,  pero lo que Jesús no podía saber era cuánto tiempo más se había quedado Lucius en aquel lugar del sureste de Inglaterra. Esperaba que no fuera mucho,  sus ansias por capturar cada vez más esclavos y terminar el Cromlech le habían horrorizado justo antes de que aparecieran los triángulos brillantes, se escuchara el Eco y fuese enviado a este inhóspito lugar del Imperio Egipcio donde se encontraba ahora.

“En el tiempo que lleva aquí ya se ha creado una gran fama de cruel,  ha reunificado al Alto y Bajo Egipto y construido estatuas con su rostro... Si no le conozco muy mal estará pensando en llenar el país entero de ellas” pensó a continuación.

Todo eso lo había escuchado Jesús en el templo de Apis, cuando se preparaban para la visita del faraón,  deseoso de ver con sus propios ojos al Dios Osiris recién llegado al Reino de los Mortales. Los sacerdotes cantaban loas de Narmer,  el anciano faraón,  aunque el hombre que había llegado después no era en absoluto una persona mayor,  sino un asustado alfeñique que apenas había pronunciado algunas palabras.

“No eras tú,  Lucius, enviaste a otro en tú lugar,  y no entiendo muy bien porqué” seguía cavilando Jesús,  de pie en el camino empedrado y flanqueado por estatuas de leones y de frondosos sicomoros que conducía a la entrada del palacio. Era un día de calor asfixiante en el norte del país,  inundado por una brisa procedente del Sinaí que secaba el aliento y convertía los labios en una capa de piel quebradiza.

Kipah se acercó a Jesús y levantó su odre de agua para que bebiera. Llevaba su nemes en la cabeza y un pectoral de bronce que acababa de sacar de una de las alforjas de las mulas,  para impresionar todo lo posible a la Guardia del Faraón. Ni él ni el resto del séquito de Jesús,  quince hombres en total, vestían en el día a día sus pectorales debido al asfixiante calor. Era simplemente imposible.

-Gracias,  amigo - agradeció Jesús,  antes de dar un breve trago. Ya se había acostumbrado a beber poco,  solo lo indispensable. Habían pernoctado en una casa de las afueras y apenas había dormido,  pero al menos pudo adecentar su indumentaria y Kipah le había pintado los ojos y las orejas y enviado a limpiar su nemes con arena,  aunque no se había bañado,  porque el agua era solo para beber,  así que olía como nunca hubiera creído que podía hacerlo en su otra existencia,  en el año 2020.

-Entremos - indicó,  después de suspirar con nerviosismo. Empezó a andar hacia el pórtico flanqueado por los bejent. Pasaron el primer control sin problemas,  en aquel lugar los guardias solo observaban. El apestoso patio interior del palacio de Narmer era un horrible  hervidero de gente[3]. Jesús enseguida se dio cuenta de que allí se estaban concentrando oficiales de diferentes rangos con sus cuadros de mando,  equipados con sus mejores armas.  Cuando se hallaban casi en la mitad del enorme patio Kipah se acercó a Jesús y le indicó algo con la mano: estaban lanzando a un hombre con una cuerda al cuello desde unas aperturas situadas a unos cinco metros de altura,  a su izquierda.

-¡Dios! - exclamó Jesús. -¿Pero qué es esto?

La víctima era de raza nubia,  con la piel negra como el carbón. La soga de cáñamo emitió un latigazo seco al tensarse  las vértebras del cuello crujieron al romperse. Al darse cuenta de que había empezado aquel espectáculo la muchedumbre del patio enmudeció para prorrumpir inmediatamente en carcajadas al ser lanzado un segundo hombre,  y luego un tercero,  y así hasta ocho. De pronto,  desde algún lugar de la derecha,  alguien disparó una flecha que impactó en la cara de uno de los ahorcados. Un murmullo de satisfacción recorrió el patio,  mientras una nube de flechas salía disparada hacia los cuerpos y estos quedaban ensartados como si fuesen erizos,  chorreando sangre.

-¿Pero qué hacéis? -  Kipah y sus hombres también estaban disparando sus arcos hacia los cuerpos que se balanceaban. Era un espectáculo dantesco para él,  aunque muy divertido para el resto de la gente del patio.

“Todos son soldados que han estado alguna vez en una batalla,  se nota perfectamente en la expresión de su mirada. Una vez que han dejado atrás la brutalidad su mente anhela disfrutar de nuevo de la inyección de adrenalina...” empezó a cavilar Jesús,  evitando mirar hacia la muralla. Había visto esas expresiones embrutecidas  con anterioridad en Stonehenge y eran exactamente las mismas. Nada podía evitar que un hombre o una mujer que se había visto inmerso en una batalla cuerpo a cuerpo,  cubierto de sangre y dando espadazos o hachazos a diestra y siniestra con tal de salvar su vida lo repitiera de nuevo a la menor oportunidad,  por muy increíble que pareciera.

Poco a poco los vítores bajaron de intensidad para acabar convirtiéndose en un murmullo de satisfacción. Los soldados, reunidos en grupos,  empezaron a contarse historias de anteriores batallas.

“Estas ejecuciones son en realidad carnaza,  un cebo para la soldadesca,  para mantener la camaradería...”

-¡Vamos,  Kipah!

El siguiente puesto de guardia estaba menos frecuentado que el primero. De hecho la multitud formaba una media luna ante él,  sin atreverse a sobrepasar aquellos límites imaginarios. Así que cuando los seis altivos guardias veían a alguien salir del semicírculo y aproximarse a ellos ya sabían que su intención era entrar en el segundo recinto.

-Htlhr! - exclamó el guardia más adelantado.

En ese momento Kipah y sus soldados rebasaron a Jesús y formaron un muro frente a él.

-¡No,  esperad! - gritó Jesús,  adelantándose y apartando a Kipah de un empujón. Se dió la vuelta y gritó a sus hombres:

-Tjt’kl dm-n dtj-n! (¡Yo me encargo! ¡No hagáis nada!)

Los soldados de aquella guardia eran imponentes,  con los torsos brillantes de grasa de buey debajo de los pectorales de cuero,  los ojos y las orejas pintados de rojo y un nemes verde en la cabeza. Kipah también había tenido aquel porte arrogante durante la estancia de Jesús en el templo de Apis,  pero las penurias del largo viaje por las tierras áridas habían hecho mella en su aspecto y en el de sus hombres y no se diferenciaba mucho de la soldadesca que en ese momento pedía a gritos que lanzaran más nubios por las aperturas de la muralla.

-Pf’f Mhtp! Kp-f yhh’jj Nm’r! (!Soy Imhotep! ¡Quiero ver al faraón Narmer!) - exclamó Jesús,  volviéndose de nuevo hacia la entrada del palacio. Había decidido presentarse como Imhotep,  un médico de la Casa de la Vida que ofrecía sus servicios al faraón y no como el sumo sacerdote del templo de Apis,  el Dios Uhnnefert,  para que no ocurriera lo mismo que la ocasión anterior y le enviaran a un doble. Gracias al relato del anciano de Teph-Hui, Jesús había intuido que el verdadero faraón Narmer era un inmortal que buscaba el Eco,  igual que él, y que muy posiblemente se trataba de Lucius,  aunque la sola idea de que aquel hombre hubiera sido capaz de  matar a su mujer y a sus hijos para comprobar si tenían su mismo don le horrorizaba de tal forma que había empezado a dudar de que Lucius fuera capaz de aquello. La última vez que se habían visto en Stonehenge,  cuando Jesús había logrado escapar con el Eco,  Lucius tenía el semblante enloquecido por el dolor a causa de la muerte de Áanima,  la mujer que más había amado en el mundo, incluso Jesús creía recordar que el mismo Lucius le confesó su intención de llevar a cabo sacrificios humanos para entretener a la tribu si las naves no llegaban,  pero de ninguna forma pensaba que Lucius fuese capaz de tal barbarie, matar a su propia familia.

“El mundo puede estar repleto de inmortales que son enviados por el Eco a diferentes espacios temporales o universos paralelos” había estado pensando aquella noche en su jergón. “La idea de que Lucius y yo somos únicos es absurda si tenemos en cuenta que nosotros mismos,  nuestros actos en cualquier espacio temporal que visitemos,  pueden provocar cambios en los miles o infinitos nuevos espacios que se creen a partir de este.”

Así que pudiera ser, contando con que el parecido de las caras de las estatuas no fuesen más que una coincidencia, que no se encontrase con Lucius en aquel palacio, sino con otro viajero del tiempo.

Si era así pensaba hacerle muchas preguntas.

-¿Qué? ¿Pero qué demonios...?

De repente tenía una lanza de dos metros sujeta por uno de los guardias atravesándole el estómago y saliéndole por la espalda. Jesús se quedó petrificado, no tanto por el dolor, una quemazón parecida a la provocada en la garganta por una salsa de pepinillos muy picantes, aunque en este caso localizada en el interior de sus tripas y añadida a la voluptuosa corriente de sangre que se derramaba por su estómago, sino por la sorpresa. No se lo esperaba, la verdad era que los últimos meses en compañía de Kipah le habían hecho confiarse y olvidar lo fácil que era morir en aquel lugar.

-¿Cómo? ¿Pero... por qué?

Solo tuvo tiempo de decir aquello viendo la cara sonriente con ojos extremadamente abiertos del guardia del faraón antes de que este tirara de nuevo de la lanza y la sacara por completo. Era un movimiento estudiado. Al entrar la hoja en el cuerpo y agujerear y rasgar los órganos internos para salir por la espalda, las heridas volvían a cerrarse en torno al asta de la lanza, los músculos del interior del cuerpo regresaban a su lugar en un movimiento reflejo a pesar de haber sido triturados por el filo. Por ese motivo el guardia había esperado unos instantes para sacarla de nuevo. Él no tenía ni idea de lo que eran el estómago ni los riñones, pero le habían adiestrado así. Su lanzada provocaba más heridas y más dolor a la víctima si esperaba un momento, lo más largo posible. Al salir de nuevo la hoja volvía a destrozar los órganos que habían vuelto a su lugar.

Jesús cayó de rodillas al perder el apoyo de la lanza que le atravesaba el abdomen. El que le había herido, un muchacho de diecinueve años llamado Kht’j, exhaló aire de forma ruidosa mientras contemplaba su obra. Era la primera persona a la que mataba. Después de aquello ya no sería considerado el novato de la exclusiva Guardia del Faraón, a la que accedías solo si tu padre era un alto dignatario de palacio.

Pero Kth’j  no tuvo demasiado tiempo para disfrutar de su ascenso en el escalafón de los que ya habían matado a un hombre.

De repente su cabeza se inclinó hacia la izquierda y quedó colgando sobre su hombro, después todo su cuerpo se desplomó al suelo levantando una nube de polvo.

Kipah le había cortado la garganta de una estocada tan rápida que sólo se había visto un destello. Precisamente había estado afilando la hoja aquella noche y el filo cortaba como uno de esos escalpelos que usaban los sacerdotes de la Casa de la Muerte para sacar los órganos antes de embalsamar.

-¡No! - gritó Jesús. -¡Ya estamos otra vez! ¡Bajad las malditas armas!

Pero ya se había desatado el caos. Los dos grupos se embistieron vociferando, empujando, lanzando sus espadas y lanzas hacia adelante sin ver a quién herían, si era amigo o enemigo. Jesús quedó en el centro de la refriega, tumbado en el suelo bajo una nube de polvo y pisoteado por las sandalias de los contendientes. Mientras tanto una conmoción recorrió el inmenso patio y cientos de cabezas se volvieron hacia aquel lugar cuando el olor de la sangre se extendió por doquier.

-¡Bastaaaaa! - La tremenda brecha que Jesús tenía en el estómago y en la espalda ya se había cerrado, pero él no lograba levantarse a causa de los pisotones. Un cuerpo cayó sobre su espalda aplastando su cara contra el polvo bañado de sangre y a continuación el mango de una lanza le golpeó en el globo ocular haciendo que estallara, y ni siquiera podía mover las manos para intentar sujetarse el ojo, que notaba colgando, impregnado de sangre y polvo.

-¡Esto es peor que estar entre los dientes de un lobo! - gritó, impotente.

De repente el rugido cesó y dejaron de pisotearle. Se abrió un semicírculo mientras el polvo empezaba a aposentarse sobre los charcos de sangre. Jesús miró hacia adelante al mismo tiempo que se colocaba el globo ocular en la cuenca y se cerraba los párpados con los dedos para que los nervios crecieran de nuevo y los tendones los sujetaran. Vio a un nutrido grupo de Guardias del Faraón acercándose. Desde aquella posición a ras de suelo y con un solo ojo contemplaba a aquellos soldados magnificados, inmensos, con sus colores brillantes y sus torsos aceitados. De repente unas manos fuertes como tenazas le levantaron del suelo y sintió que le arrastraban por el polvo, no hacia el interior del patio pequeño del palacio sino hacia un lateral del grande, donde se había hallado hasta ahora.

-¡No! ¡Quiero ver al faraón! ¡Conozco al faraón! Tst’tst mrn pt-l-m! Tst’tst mrn pt-l-m!

Pero sus gritos no surtieron ningún efecto. Percibió el sonido de una puerta de madera con goznes de cuero y fue empujado a una habitación oscura con tal fuerza que se golpeó el cráneo con la pared de enfrente y quedó tendido, inconsciente. Tres cuerpos más cayeron encima de él, uno de ellos era Kipah.

Jesús abrió los ojos, pero no vio más que oscuridad. Los párpados del ojo derecho se le habían pegado a causa de la sangre derramada al desprenderse el globo ocular y tuvo que forzarlos a que se abrieran con los dedos.

En el suelo, junto a él, había tres bultos oscuros. Dos de ellos estaban en silencio, sentados contra las paredes, pero el otro le estaba llamando.

-M-h’tp.. M-h’tp... Brp’jt... (Imhotep... Imhotep... Ayúdame...)

-¡Kipah! ¡Por Dios!

Se acercó a él y le palpó el cuerpo. Cuando llegó al costado izquierdo Kipah emitió un alarido. Tenía un boquete en el que cabían cuatro dedos.

-Te han atravesado con una lanza, Kipah, y no tiene muy buen aspecto...

La piel de Kipah tenía un tacto marmóreo, empezaba a enfriarse. Jesús se levantó y fue hasta la puerta, por donde entraban algunos resquicios de luz.

-¡Abrid! ¡Uno de mis hombres se está muriendo! ¡Abrid la puerta!

La puerta se abrió de repente, pero no con el objetivo deseado. Alguien golpeó a Jesús en el estómago con el mango de una lanza. Él cayó al suelo, encima de los dos sentados en el suelo, mientras dos hombres levantaban a Kipah y le sacaban al exterior.

-¡Eh! ¿A dónde váis? ¿Qué váis a hacer con él?

La puerta se cerró de nuevo y la habitación volvió a quedar en total oscuridad. Jesús acercó su cara a uno de los resquicios para intentar ver lo que ocurría en el exterior, mientras un rumor sordo se elevaba entre el gentío del patio, muy parecido al que se había escuchado cuando antes habían lanzado al primer hombre desde una de las aperturas de la muralla.

-¿No iréis a lanzar a Kipah? ¡Salvajes!

De pronto se abrió un pasillo y vio llegar a una comitiva desde el patio interior. Al frente de ella venía un hombre de aspecto siniestro, con los ojos pintados de negro hundidos en las cuencas y el ceño fruncido en un gesto de profundo sufrimiento. Le seguía un grupo de cinco guardias.

-Mpt-hj! Mpt-hj! - empezó a  gritar la muchedumbre de soldados, levantando sus puños.

“Debe ser alguien poderoso”  pensó Jesús. “Un general o algo por el estilo”

No podía verle la cara porque las ondulaciones de su Nemes se la ocultaban. Mientras tanto habían atado a Kipah a un poste de madera usado para sujetar los asnos mientras eran abrevados. El hombre aclamado como Mpt-hj se colocó detrás de él, extendió la mano en la que alguien le puso un látigo y fustigó de una forma brutal su cuerpo. Kipah dio un salto en el aire mientras emitía un gemido gutural, una gran cicatriz se iba agrandando en su espalda y gruesos goterones de sangre empezaban a caer de ella.

-¡Nooo! - Jesús sentía como si el latigazo lo hubiera recibido él. La relación con Kipah había sobrepasado hacía mucho el límite de la servidumbre o la camaradería. Kipah y Msrah eran su familia en aquel lugar, su sostén, su columna vertebral, sus hijos... Msrah se había quedado en Tep Ihu recuperándose de la terrible infección de su tabique nasal amputado aunque le había costado lo indecible lograr que no viniera con él, que no le acompañara en aquel viaje en busca de los Triángulos brillantes que, supuestamente, había visto el faraón Narmer, pero Kipah... Él era incluso algo más que Msrah. Kipah era la fiereza convertida en ternura, la lealtad llevada al extremo, la valentía más temeraria.

Ver así a Kipah, sujeto a un poste, recibiendo latigazos, era algo superior a lo que Jesús podía aguantar.

-¡He dicho que le soltéis! ¡Bastardos!

Empezó a mover la puerta de madera con todas sus fuerzas, poseído por una energía sobrenatural otorgada por la indignación. Los otros dos hombres de su guardia se agazaparon en un rincón asustados por aquella repentina explosión de rabia, convencidos de que los soldados vendrían a matarlos de un momento a otro.

Los goznes de cuero de cabra de la puerta empezaron a ceder con sus embestidas. Al final tomó carrerilla y se lanzó contra la puerta golpeándola con el hombro. La trabilla que sujetaba el cierre saltó. Jesús cayó al suelo con la fuerza de la carrera, gritando, frenético, pero nadie oyó sus gritos, soterrados bajo el estruendo de la multitud.

En ese momento el hombre del látigo lo levantaba por quinta vez.

Cuatro horribles hendiduras se abrían en la espalda de Kipah, cuyo cuerpo, inconsciente, se sostenía desmadejado solo con la sujeción de las cuerdas que le ataban las manos.

Los que rodeaban la escena enmudecieron. Era evidente que Mpt-hj estaba dispuesto a matar a aquel hombre a latigazos, algo que, a pesar de la brutalidad del mundo militar, no era muy frecuente. El látigo se reservaba normalmente para dar escarmientos, no para matar. Uno o dos latigazos eran suficientes para dejar a un hombre postrado en la cama durante días gritando de dolor. Cualquiera que fuese el motivo por el que hubiera sido azotado, el desgraciado no lo repetiría nunca más, bastaría con que deslizara la mano por su espalda y notara las cicatrices para borrar de su mente cualquier deseo de repetirlo, fuera un insulto a un superior, una falta de respeto a una divinidad, o haber abandonado su puesto de guardia para ir a beber cerveza a una taberna.