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Una nueva y apasionante obra del mejor escritor de thrillers científicos, J. P. Johnson.
La divulgadora científica
Isabel Vega está superando la muerte de su hija Lucy. Un día contacta con ella una mujer llamada Daya. Daya trabaja para ADNTRO, una biotecnológica que está triunfando a escala mundial con un revolucionario método de diagnóstico del COVID, y le propone un descabellado proyecto que Isabel, todavía frágil, termina por aceptar.
Pero, poco a poco, las perversas ramificaciones del proyecto de ADNTRO son desveladas. Isabel, que ya ha implicado a su hermana Azahara, se da cuenta de que la biotecnológica está intentando crear una raza de seres humanos inferiores mediante la clonación del ADN de un resto fósil de un millón de años de antigüedad hallado en la Gran Dolina de Atapuerca, Si prospera, la humanidad traspasará un límite ético que nunca podrá ser restituido. Ella no quiere ser ya parte de aquello, pero está atrapada.
Desde el yacimiento de Atapuerca, Burgos, hasta los Emiratos Árabes y Pakistán, los acontecimientos se suceden en un frenético ritmo que llevará a Isabel Vega a luchar con todas sus fuerzas para evitar la creación de una nueva raza de esclavos.
J.P. Johnson vive en la isla de Mallorca. Ex-guardaespaldas de autoridades militares y broker de bolsa, actualmente se dedica en exclusiva a la literatura. Es autor de las célebres sagas "El Quinto Origen", "La Venganza de la Tierra" y "El Diablo sobre la isla" (publicada con su verdadero nombre, Joan Pont), además de la serie de autoayuda "Sí, quiero. Sí, puedo" y el libro de literatura infantil "Una mascota para Tom".
LIBROS DE J. P. JOHNSON
Serie El Quinto Origen
1-Stonehenge
2- Nefer-nefer-nefer
3- Un Dios inexperto
4- El sueño de Ammut
5- Gea (I)
6- Gea (II)
7- ἢ τὰν ἢ ἐπὶ τᾶς (O con él o sobre él)
Serie La Venganza de la Tierra
1-Mare Nostrum
2- Abisal
3- Phantom
4- Un mundo nuevo
5- Ultra Neox
6- Éxodo.
OTRAS OBRAS DE JOAN PONT
Serie El Diablo sobre la isla
1-El Diablo sobre la isla.
2-Venganza.
3- Perros de Guerra.
Serie Benet.
1-Jamm Session. (La primera entrega del detective Toni Benet)
2- Puro Mediterráneo.
Glaciar. (Ecothriller)
La Chica de la Gran Dolina. (Tecnothriller)
The Black Book. Una historia del Metaverso.
NO FICCIÓN
Serie "Sí quiero. Si puedo". (Traducida a múltiples idiomas) 1-Cómo escribir tu primer libro y publicarlo online.
2- Consejos imprescindibles para prosperar económicamente en la vida.
3- ¡Socorro, mi hij@ quiere ser youtuber!
4- Los 12 mandamientos de la autopublicación independiente.
5- En busca de tu Equilibrio. Las claves de la filosofía estoica.
Serie juvenil
Una mascota para Tom (traducido a múltiples idiomas)
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La Chica de la Gran Dolina
1- UN ENJAMBRE DE SERES PRIMITIVOS.
2- SIERRA DE ATAPUERCA. A 15 KILÓMETROS DE LA CIUDAD DE BURGOS.
3- SÍ, LOS RECUERDOS. VALE, AHÍ ESTÁN.
4- ÁREA INDUSTRIAL 13. SHARJAH. EMIRATOS ÁRABES UNIDOS.
5- EL RETRATO SOBRE LA MESA.
6 - LA SUTIL FRONTERA DE LOS LÍMITES.
7- LA MANDÍBULA.
8- LA REFLEXIÓN ES EL CAMINO HACIA LA INMORTALIDAD; LA FALTA DE REFLEXIÓN, EL CAMINO HACIA LA MUERTE.
9 - QUIEN NO HAYA EXPERIMENTADO LA SEDUCCIÓN QUE LA CIENCIA EJERCE SOBRE UNA PERSONA, JAMÁS COMPRENDERÁ SU TIRANÍA (Frankenstein o El Moderno Prometeo)
10- LAS GESTANTES.
11- DONDE DA LA VUELTA EL AIRE.
12- BUSHRA
13- LA DERROTA, Y DE NUEVO EL COMBATE.
14. DESCANSA EN PAZ.
15. Hubo un tiempo aún reciente en que el dibujo de la evolución humana parecía bastante bien definido. Las paleoantropólogas encontraban cráneos fósiles, estudiaban sus rasgos comparándolos unos con otros, medían su capacidad craneal con semillas de mostaza, y así decidían qué puesto ocupaba la especie en esos clásicos dibujos de la “marcha del progreso” desde los simios a los humanos. Pero llegaron las técnicas moleculares, desde la genética a la proteómica. Hoy es posible conocer el genoma de una especie humana extinta que aún no tiene nombre oficial y de la que ni siquiera se ha recuperado un cráneo completo, como los denisovanos, y las nuevas pruebas de ADN han complicado el dibujo de tal modo que las expertas ya ni siquiera hablan de un árbol genealógico, sino de una red. Y en ella hay un gran nodo esencial que se nos escapa: ¿quién fue nuestra antepasada común con las neandertales?
J. P. Johnson
La Chica de la Gran Dolina.
© J. P. Johnson /Joan Pont Galmés [2021)
Todos los derechos reservados.
Portada: TOM BJÖRKLUND
Representación de la Chica de la Gran Dolina, Individuo H3.
Los primeros fósiles de Neandertal fueron encontrados en Engis (Bélgica) en 1829 y en Gibraltar, en la cantera de Forbes en 1848. Pero no se reconoció el significado de estos dos descubrimientos hasta que se dio a conocer el famoso Neandertal 1, hallado en 1856 cerca de Düsseldorf, concretamente en el valle alemán de Neander, tres años antes de que Charles Darwin publicara El origen de las especies.
El descubrimiento, en 1856, fue realizado por Johann Karl Fuhlrott y descrito en 1857 por Hermann Schaaffhausen. Franz Mayer, para explicar dicho hallazgo, inventó una teoría curiosa: el esqueleto pertenecía a un cosaco ruso que perseguía a Napoleón a través de Europa. Aducía que el cosaco sufría raquitismo, lo que explicaría la forma arqueada de sus piernas, y que el dolor del raquitismo le hacía arquear tanto las cejas que le produjeron unos fuertes arcos supraciliares.
Los gritos del patio de recreo empezaron a sonar mucho antes de que Isabel doblara la esquina. Ojalá su trabajo no incluyera la obligación de dar aquellas charlas como mínimo seis veces al año.
Pero la pandemia había terminado y, a juzgar por el ruido, parecía que los trescientos alumnos del colegio Ca 's Capiscol se alegraran incluso más que los adultos e intentaran exprimir la vida como cuando alguien da vueltas a una prenda de ropa mojada para sacarle hasta la última gota.
Isabel Vega lo veía de aquella manera y no, no podía evitarlo.
Las paredes de la entrada del colegio dieron la impresión de cerrarse a su alrededor cuando tocó el timbre.
Su primer acto público en mucho tiempo… Y con sesenta y cinco criaturas de entre nueve y diez años a las que tenía que explicar sus propios orígenes, quienes eran las Neandertales y porqué no habían sobrevivido y en cambio sí lo habían hecho las Sapiens. Siempre hablaba en femenino cuando se refería a los antepasados. Pero no trascurrirían ni cinco minutos antes de que varios de sus espectadores empezaran a moverse, inquietos y aburridos, por mucho que ella se esforzara, y tuviera la sensación de que nadie la escuchaba.
-Tú a lo tuyo, Isabel. Das tu charla y asunto concluido… - se dijo a sí misma mientras ascendía por la rampa hacia el vestíbulo.
De repente sintió el tacto cálido y sedoso de una mano en su hombro.
-¡Isabel Vega en persona! - exclamó el hombre que estaba a su espalda. Ella volvió la cabeza mientras el hombre bajaba la mano y la metía en el bolsillo de su pantalón, incómodo. Tocarse había dejado de ser algo normal desde el inicio de la pandemia y costaba recuperar las antiguas costumbres, volver a ser un “ser humano socializable”, como se acostumbraba a decir.
-¡Montse! ¿Trabajas aquí? - Isabel se sintió extrañamente sorprendida al reconocerle. Montserrat Binimelis, nada menos, con quien había compartido piso durante dos años en Barcelona, ahora convertido en un atractivo profesor.
-Llevo muuucho tiempo trabajando aquí - respondió él al cabo de unos segundos. Los recuerdos les habían paralizado a los dos
-¡Madre mía! - El tono de la voz de Isabel le pareció a ella misma de un contralto demasiado agudo.
-Si… Y… ¿Qué tal lo de la pandemia? ¿Cómo lo has llevado? ¿Familia? ¿Hijos?
Isabel escuchaba su voz desde la lejanía, sin saber muy bien qué era lo que le provocaba aquel absurdo aturdimiento. Montserrat Binimelis no había representado nada importante en su vida pasada. Lo de Barcelona… los dos eran muy jóvenes, dieciocho años, y lo único que habían hecho era compartir piso. Ah, vale, se trataba de eso: lo que ocurrió después sí que fue importante, trascendental; el paso a la vida adulta, nada más y nada menos. Entonces se trataba del endiablado recuerdo de unos años de locura, idealizados por el tiempo. “Los años de Barcelona”, ¡cómo si ella no hubiera pronunciado aquellas palabras en multitud de ocasiones!
-Eh… sí, las dos cosas… Pero ahora solo una… un hijo. Marido ya no.
-Claro, ¿para qué se quiere un marido? - dijo él, poniendo los ojos de color blanco.
-¿Y tú? - Vaya, se iba, la magia, el hechizo del recuerdo, como si se tratara de una mariposa de alas de seda que levantara el vuelo. Los sesenta y cinco niños subían las escaleras en dirección al auditorio. Las piernas de Isabel flaquearon.
-Solo marido - aclaró Montse, mientras volvía la cabeza.
Isabel había dejado de escucharle.
-Ahí los tienes. ¿Da un poco de miedo ver a tanta gente reunida, verdad? Estamos todos tan asustados como tú, supongo. Ven…
El auditorio era, en realidad, el comedor escolar. En algún lugar había una cocina de la que salía un intenso olor a salsa de tomate frito. Montse le presentó al resto del claustro de cuarto y quinto de primaria. Isabel estrechó manos con indecisión, los besos entre mujeres aún no se habían restablecido en la etapa post-pandemia. Abrió su ordenador. Montse, solícito, lo conectó al proyector. Había dado la misma charla en multitud de ocasiones, pero aún así tuvo que aclararse la voz, porque las primeras palabras sonaron como un graznido. Muchos niños empezaron a reírse.
-¡Ufff, mis piernas!
Azahara Vega se levantó con un gesto de dolor.
-Te acostumbrarás, solo son las primeras dos semanas - dijo alguien a su lado.
Ella miró hacia las cuatro figuras arrodilladas sobre unos cojines azules, empapados de barro y sudor. Se hallaban en la excavación del asentamiento neandertal al aire libre del Valle de las Orquídeas, buscando fragmentos de huesos y piedras labradas de entre 70.000 y 40.000 años de antigüedad. A partir de los 40.000 años las huellas de los neandertales desaparecían sin dejar rastro.
-María, ¿puedes volver a explicarme eso de los “grados” y del “club premium”? - le preguntó a una mujer vestida con un mono azul completamente mojado desde la nuca hasta el comienzo de su cintura. Llevaban varios días de insoportable calor y aún no habían instalado la carpa que les protegía del sol en los meses de verano. Es que aún no era verano, solo un anómalo mes de Abril.
La mujer, de unos treinta y cinco años, se volvió hacia ella sonriente. Sostenía en la mano un paletín personalizado, con su nombre grabado a láser, lo que significaba que no era una recién llegada en aquel lugar tan inhóspito. Los paletines desaparecían con frecuencia, se perdían, cambiaban de manos. Parecía mentira que una herramienta tan pequeña pudiera ser usada para remover toneladas de tierra. Al llegar a la excavación te daban un juego de paletines de la serie MARK que tenían que devolverse al final de la campaña. No se rompían nunca, eran muy duros, de acero forjado. Si perdías alguno ya podías hacerte cliente de la tienda online Strati, “La Boutique del Arqueólogo”.
-Ahora mismo tú no tienes ningún grado, o sea, cero - explicó María, mientras se limpiaba con la manga la frente sudorosa. -Al final de esta campaña te darán un grado. Cuando tengas cinco grados podrás ir a la Trinchera del Ferrocarril. En la Trinchera obtienes cinco grados de golpe en cada campaña. Cuando lleves veinticinco grados te convertirás en premium y podrás ir a la Sima del Elefante.
Azahara se rió de buena gana. No existían los grados ni existía el premium, pero el tiempo que se tardaba en poder excavar en la mítica Sima del Elefante concordaba con la historia de María. Debían pasar diez años antes de que te dejaran excavar en el lugar donde se había encontrado el resto humano más antiguo de Europa, una mandíbula de un millón doscientos mil años.
-¿Y cuántos grados tienes tú ahora? - replicó, mientras volvía a arrodillarse sobre el almohadón con un gesto de dolor en la cara.
-¡Este es el quinto! ¡El año que viene a la Trinchera! ¡En busca de los antecesores caníbales!
Ahora se rieron todos, los cuatro. Ramón se incorporó para beber agua y Carmen aprovechó para sentarse sobre su almohadón y estirar sus piernas doloridas, le ocurría lo mismo que a Azahara.
-Eso no está del todo claro, lo del canibalismo. Había un montón de animales y de plantas por aquel entonces en este lugar: ciervos gigantes, bisontes, hasta elefantes. Si tenían agua y alimentos en abundancia, ¿para qué iban a comerse a esa pobre chica?
-El hecho es que se la comieron, los huesos estaban raspados, les sacaron toda la carne - dijo Ramón.
-Ni ziquierazabemo cómo murió ezachiquiya. Zi ze encontró en medio de una refriega entre clane' o fueron a por eya. Ozú, pobre niña, mare mía - La forma de hablar de Carmen, ese intenso acento sevillano, era tan graciosa. Azahara y ella tenían una cita esa misma noche y se iba poniendo cada vez más nerviosa según se acercaba el momento.
-Conozco a Isabel Vega, la que ha descubierto que era una chica, y no un chico - intervino María, después de dar un trago, ella también, a su botella de agua. El líquido le chorreaba por las comisuras y le caía sobre el escote del mono de trabajo, pero no pensaba secárselo, con aquel calor. - La tuve de profesora, hace cuatro años. ¿Sabéis que siempre habla de las neandertales en femenino?
-Claro. Justicia histórica - confirmó Azahara. Conocía muy bien a Isabel Vega. Era su hermana, pero no pensaba decirlo. Nada de favoritismos. Lo más importante era ganarse las cosas por una misma.
-No' lo merecemo - la interrumpió Carmen. -Ziempre Homo por aquí, y Homo por ayá, ziempre con el “hombre prehi'tórico”.
Isabel Vega había llevado a cabo la primera estimación sexual de dos de los fósiles más emblemáticos de la sierra de Atapuerca hallados en el nivel TD6 de Gran Dolina, pertenecientes a la especie Homo antecessor: el individuo H1, a partir del cual se definió la especie, y el individuo H3, conocido hasta aquel momento como el Chico de la Gran Dolina. Los resultados habían demostrado que los caninos de ambos individuos presentaban diferencias comparables a las que se observan entre las mujeres y los hombres actuales. Así había podido establecerse que el fósil H1 había sido, probablemente, un individuo masculino, mientras que el fósil H3, con toda probabilidad había sido un individuo femenino.
Volvieron a arrodillarse. Les quedaban cuatro horas de concienzudo trabajo con los paletines. Menos mal que era viernes y montarían una fiesta en el piso que tenían alquilado en el cercano pueblo de Ibeas de Juarros.
-¡Se le murió una hija, a Isabel Vega! ¿Lo sabías? - dijo de pronto María.
Azahara dio un respingo. Pues claro que lo sabía. Su sobrina, aquella niña celestial… ¡No! ¡Fuera de mis pensamientos! La recordaba siempre, todos los días, pero ahora no era el momento, además, se estaba quedando dormida, ahí, tumbada con la cara a un palmo de la tierra. A su alrededor se cernía la primavera, trinaban los pájaros, zumbaban los insectos... El motor de un tractor arando un campo otorgaba un scherzo a aquella sinfonía destinada a desactivar los sentidos de cualquier ser humano.
-¿Se murió? ¿De qué? - preguntó Ramón.
-No lo sé, pero fue el mismo año que la tuve de profesora en la Complutense. Tuvo que irse al final del segundo trimestre, la pobre. Me dio una pena…
-¡Bingo! - gritó de pronto Carmen. Todos levantaron la cabeza en su dirección. -Una epífisi’, creo.
Azahara era la más cercana a ella. Se incorporó y se acercó, gateando sobre el tablón que cruzaba el hoyo, paralelo al de Carmen.
-¿Es un Ursus Spelaeus?
-Pareze que zí.
María se acercaba, también gateando. Dolía más levantarse y caminar para después volver a agacharse que permanecer de rodillas.
-Exacto - confirmó, con un tono grave. -¿Ves algo más? ¿Es distal o proximal?
-Toavía no - respondió Carmen, que hurgaba alrededor del hallazgo con una mini rasqueta del tamaño de un bolígrafo. -Pero creo que lo’ huezo’ del carpo y tarzoe’tán por debajo.
La garra de un oso de las cavernas era un trofeo importantísimo para un neandertal. Con frecuencia se las encontraba junto a huesos humanos en enterramientos rituales.
Ramón se levantó con un crujido de sus rodillas y fue a la mesa a por la cámara. María estaba llamando a Asunción Fernandez, la directora del yacimiento.
-Sí, un Ursus. Lo ha encontrado Carmen. Sí, se lo diré. De acuerdo.
Todos se la quedaron mirando cuando colgó.
-La directora te manda felicitaciones, Carmen. Hoy vamos a reorganizar los cuadrados de la red de cuerda y esperaremos a que ella venga mañana y nos dé el visto bueno.
Empezó un trasiego de tablones de madera. Por fin, después de tres días de aburrimiento, flotaba algo de expectación en el ambiente. Al terminar lo cubrieron todo con plásticos. Eran las siete y el sol empezaba a ponerse tras la cumbre de Matagrande. De noche todavía hacía mucho frío. Azahara se estremeció y empezó a frotarse los brazos con fuerza mientras caminaba hacia la furgoneta.
A eso de las nueve ya se había duchado y estaba lista para la cita. Nada demasiado romántico, cena en el restaurante Los Claveles y después, lo que surgiera. Se besaron a la salida del restaurante y después hicieron el amor en el coche de Carmen. La campaña duraría dos meses, hasta el quince de junio en que llegaría el relevo, y había empezado con muy buen pie: un fósil al tercer día y un hormigueo en el estómago que bien podía significar el principio de un enamoramiento. A ver si a ella le pasaba lo mismo, se preguntó Azahara, a punto de cerrar los ojos, agotada, con la cabeza de Carmen sobre su pecho, en el asiento trasero del coche.
-No, en serio, Montse. Ni idea de que fueras gay cuando estábamos en Barcelona.
-Pues no fue porque me escondiera, desde luego, pero tú estabas desbocada. Todas las noches por ahí. No sé cómo te sacaste la carrera, de verdad.
Isabel y Montse habían quedado para tomar algo antes de comer. Una cerveza en el sitio más cercano al colegio, que resultó ser la cafetería del Leroy Merlin. Al final la charla sobre el auge y la extinción misteriosa de las neandertales de Atapuerca había terminado con bastante órden y ella misma estaba sorprendida por su serenidad. Solo había surgido un pequeño imprevisto, cuando una niña sentada en el extremo derecho del comedor escolar había levantado la mano para hacer una pregunta, casi al final, y… se parecía un montón a su hija Lucy.
Montse levantó la mano hacia la camarera.
-¡Otras dos, por favor! Venga, háblame un poco de tí. Antes me dijiste “un hijo, marido ya no”. ¿Y eso? ¿Separada?
Isabel apuró su cerveza. Al dejar el vaso sobre la mesa, el pequeño charco de exudación estalló, trazando una línea de puntos oscuros en su camisa.
-Sí. Se me murió una hija, ¿sabes?
Tenía unas ganas inmensas de hablar, de contarlo.
-Vaya, ahora lo entiendo - Montse asentía, mirando al suelo. -Te voy a ser sincero, me lo ha comentado una compañera mientras tú dabas la charla. Me refiero a que entiendo lo que te ha pasado cuando aquella niña ha levantado la mano…
Isabel le miró fijamente, con los labios fruncidos.
-¿Todo el mundo se ha dado cuenta?
-Todos.
Se había quedado paralizada durante unos minutos que, por supuesto, habían parecido años. La chiquillería, como era de esperar, se había echado a reír, incluida aquella niña. ¿Qué sabían ellos si la niña tenía los mismos ojos, el mismo color de pelo, que la hija de esa mujer que explicaba cosas sobre gorilas peludas que golpeaban cosas con piedras y que ya no estaba en este mundo?
-Y el público riéndose… ¡Dios, qué escena!
-Pues había profesores llorando, te lo juro - indicó Montse.
-Bueno, lo peor de perder a alguien es la sensación de que todo el mundo empieza a olvidarlo, por el simple hecho de que les da vergüenza hablar de esa persona, y más si es una niña; porque creen que te van a hacer daño, cuando es todo lo contrario. Lo más terrible es ver que ella se esfuma del mundo, que desaparece de la noche al día, así que en este caso, debería sentirme halagada.
La segunda cerveza ya le estaba haciendo efecto. No es que Isabel no bebiera, pero solía hacerlo a solas, por las noches, las semanas que su hijo Joan estaba con Javi, su ex marido. Y mucho, corrían las botellas de vino por la cocina. Pero el alcohol a las dos de la tarde… buf, se le estaba soltando la lengua y no tenía pinta de poderse detener.
-Todo lo que te cuente te parecerán tópicos, pero lo he superado con el trabajo. Por algún extraño motivo, después de que muriera Lucy he desarrollado una capacidad para hacer cosas repetitivas, para concentrarme en algo durante horas y horas sin distraerme. Es algo tan básico como que cuando me centro en algo dejo de pensar en ella, pero… me ayuda, sí, y mucho.
Ahora Montse parecía adormecido, resignado en su papel de oyente. De pronto entró en la cafetería un grupo de trabajadoras del centro comercial. La algarabía eclipsó las palabras de Isabel, y Montse pareció agradecido. Aún había gente que llevaba mascarilla. La camarera, por ejemplo. Isabel no se fijó en ello hasta que les trajo la tercera ronda.
-Sí, lo de la Chica de la Gran Dolina - dijo él, tras un largo sorbo. -Me encantó eso, un soplo de frescura entre tanto COVID. Te he estado siguiendo, ¿sabes? Apareces en unos quince mil resultados de Google.
-¿Me has googleado? - le interrumpió ella, con los ojos vidriosos, y enseguida lanzó una carcajada que hizo volverse a dos chicas del grupo de trabajadoras.
-Sí, en plan detective. Eres muy activa en Twitter e Instagram, miles de seguidores en cada una de las redes, pero no publicas casi nada en Tik-tok.
-Aún estoy tratando de averiguar para qué sirve Tik-tok.
Se levantó para ir al baño, intentando caminar en línea recta. Al volver Montse ya había pagado la cuenta.
Dos besos, ahora sí. Y toda la suerte del mundo y estamos en contacto y me lo he pasado genial contigo. Isabel se encontraba bien en aquellos momentos. Había superado la prueba de su primera charla con niños, o casi. En el momento de reparar en aquella chiquilla… Uou, todo había estado a punto de cambiar, pero había conseguido apartar a Lucy de sus pensamientos. Al fin y al cabo la única forma de vivir decentemente era clasificarlo todo en forma de cajoncitos en tu cerebro, uno para cada cosa, y aprender a cerrarlos a su debido momento.
-Lucy, cariño, gracias por mantenerte dentro de tu cajoncito. Te lo agradezco de verdad, princesa mía… - Iba murmurando por la calle, disfrutando de los últimos efectos del alcohol a aquella hora desacostumbrada.
Había llamado Lucy a su hija en homenaje al esqueleto de una homínido de la especie Australopithecus afarensis, de entre tres coma dos y tres coma cinco millones de años de antigüedad, cuyos fragmentos óseos habían sido encontrados en Etiopía. Una hembra de alrededor de un metro diez de altura, de aproximadamente veintisiete kilos de peso cuando estaba viva, de unos veinte años de edad y que tuvo algún hijo; con un cráneo minúsculo, comparable al de una chimpancé, y que caminaba sobre sus miembros posteriores, signo formal de una evolución hacia la hominización.
Isabel solía jugar con su hija pequeña a decirle: “¿Sabes que tu tatara, tatara, tatara...” (y así durante un buen rato) “tatarabuela se llamaba Lucy, como tú?”. A la niña le encantaba lo del “tatara” sin parar, y se reía un montón.
Había dejado el coche en el aparcamiento del Carrefour, porque pensó que le iría bien caminar un rato para serenarse antes de la charla en el colegio, y ahora se le ocurrió comprar algún tipo de comida preparada para el almuerzo. Pizza congelada, ¿por qué no? Tenía mucho que hacer aquella tarde, lo más urgente era repasar un artículo para la revista Nature, una de las más prestigiosas revistas científicas a nivel mundial, y enviarlo de una vez por todas. Nature era el top del top, la culminación de su carrera. El artículo trataba sobre la investigación que le había otorgado de golpe esa fama que tan poco le importaba. Sí, había descubierto que podía estimarse el sexo biológico de restos humanos basándose en la lectura de secuencias de proteínas en lugar de ADN, en concreto la amelogenina, una proteína que se encuentra en el esmalte de los dientes. Ahora era muy conocida y la habían entrevistado en varios canales de televisión durante el confinamiento por la pandemia, a través de videollamada. Para ella todo eso había sido un trauma, una alteración de su rutina de duelo soterrado, con una vida social nula, estrictamente ceñida al círculo familiar y a algunos compañeros de trabajo.
Estaba a punto de arrancar el motor cuando sonó una llamada en su Iphone.
-Dígame.
-¿Isabel Vega? ¿La señora Isabel Vega?
-Sí, dígame.
La llamada se cortó de repente, pero volvió a sonar de nuevo.
-¡Dígame!
-¿Isabel Vega?
-¡Sí!
Volvió a cortarse.
-¡Maldita sea!
Era una voz de mujer y tenía acento extranjero, norteamericano, con toda seguridad, con la “e” pronunciada “ei” de aquella forma tan exagerada.
-Alguna cadena de televisión americana para una entrevista, supongo. Lo que me faltaba…
No pensaba contestar si llamaban de nuevo, pero el teléfono no volvió a sonar durante el trayecto hasta el pueblo de Sant Llorenç d’es Cardassar, a unos cuarenta y cinco minutos.
Su casa alquilada tenía tres pisos de altura, el de abajo destinado a cochera, el segundo a vivienda y el último tenía las paredes desnudas, lleno de muebles viejos y restos de obra. Isabel se había arrepentido un montón de veces por meterse en aquel lugar, huyendo de su marido, aunque en realidad no es que huyera de él, sino de sí misma, de todo lo que había ocurrido, del recuerdo de Lucy. Había sido muy feliz con Javier, su exmarido. Nunca la había tratado mal, ni ella se lo habría permitido, pero desde la muerte de su hija le odiaba profundamente.
Los porqués no los sabía nadie, ni ella misma, pero debían estar agazapados en algún lugar de su mente, porque jamás dejaban de hacerse presentes.
Seguía odiándole.
A pesar de que era humanamente imposible evitar lo que le pasó a Lucy, una maldita alergia alimentaria que ¡ZAS! se la llevó un mediodía, después de comer en el colegio.
Llegó al número 29 de la calle Femenias, detuvo el coche en diagonal ante el portal de la cochera y se bajó para abrir la puerta. No tenía mando a distancia, todo era manual. Mejor, ya tenía suficiente carga tecnológica con el móvil, el ordenador y los cachivaches ultra especializados del laboratorio de la Universidad. Meter la llave en la cerradura y empujar el viejo portalón repintado decenas de veces de ese color azul amatista tan poco común en el pueblo, respirar el olor a pintura mezclado con el de la humedad del largo y estrecho garage… ahora le encantaba todo eso; no la casa en sí, que en demasiados momentos le parecía una cárcel, pero sí los olores, y las sensaciones.
Después del primer arrepentimiento había pensado muchas veces en comprarse aquella casona de pueblo, restaurarla, darle un aire minimalista encapsulado entre paredes de piedra centenaria para quitarle esa sensación de claustrofobia. Ahora, además del sueldo, tenía muchos extras añadidos a su condición de “famosa” e “influencer de la ciencia”. Nada menos que treinta mil doscientos dólares solo por el artículo en la revista Nature y el compromiso de enviarles dos más en el plazo de seis meses. Ofertas de un programa de divulgación en una cadena local y un contrato de cinco años, que ya había aceptado, como asesora científica en la revista Muy Interesante. Podía comprarse una casa, un buen coche y darle a su hijo Joan los caprichos que pidiera para compensarle por aquellos años perdidos.
-Casa, te compraré un día de estos. Lo juro. Serás mía para siempre… - murmuró, mientras cerraba las cuatro hojas del portalón. Había que moverlas todas a la vez porque si no se atascaban a causa de su peso, rozaban en el suelo de cemento.
Sacó la pizza del coche, su bolso y el móvil y caminó hacia el final del rectángulo que formaba el solar del edificio. En la parte de atrás había una escalera que subía al piso de arriba. También se podía acceder directamente desde la calle por una entrada junto al garaje, pero Isabel no la utilizaba nunca. La escalera estaba cerrada por una celosía que daba al campo, una gigantesca parcela abandonada y repleta de almendros agonizantes enfermos de Xylella fastidiosa, la bacteria que estaba acabando con casi todos los árboles de la isla.
-Hola princesa… ¡Bueno, prueba superada!