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Después de la hecatombe nuclear que ha borrado de la faz de la Tierra a las Islas Baleares y se extiende por Europa y África, los Supervivientes Odisea, Viri y Susie intentarán empezar de nuevo en un remoto lugar de Mongolia. Con ellos está la niña que María, la hija de Odisea y Viri, dio a luz convertida en una Neox. Esta niña será llamada Phantom, LA QUE NO SE PUEDE VER. En Moscú Pere, Rose of Sharon y Marine, una nueva integrante del grupo, vivirán trágicas experiencias en un mundo nuevo donde todo está por hacer.
J. P. Johnson vive en la isla de Mallorca. Ex-guardaespaldas de autoridades militares y broker de bolsa, actualmente se dedica en exclusiva a la literatura. Es autor de las célebres sagas El Quinto Origen, La Venganza de la Tierra y El Diablo sobre la isla, además de la serie de autoayuda Sí, quiero. Sí, puedo.
Website: pontailor2000.wixsite.com/jpjohnson
OTRAS OBRAS DE JOAN PONT DISPONIBLES PARA KINDLE
FICCIÓN
Serie El Diablo sobre la isla
1-El Diablo sobre la isla.
2-Venganza
3- Perros de Guerra
Benet. Jamm Session. (La primera entrega del detective Toni Benet)
NO FICCIÓN
Sí quiero. Si puedo. Cómo escribir tu primer libro y publicarlo online.
LIBROS EN KINDLE CON EL PSEUDÓNIMO J. P. JOHNSON
Serie El Quinto Origen
1-Stonehenge
2-Nefer-nefer-nefer
3-Un Dios inexperto
4-El sueño de Ammut
5-Gea (I)
6-Gea (II)
Serie La Venganza de la Tierra
1-Mare Nostrum
2-Abisal
3-Phantom
4-Un mundo nuevo
5-Ultra Neox
6-Éxodo.
Glaciar. (A kilómetros de profundidad, bajo el hielo de la Antártida, hay algo que acabará con el futuro del planeta)
RESEÑAS EN LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN
J. P. Johnson matiza sus declaraciones a la revista Rolling Stone: "Dije que todas mis novelas incluían una banda sonora porque me daba la gana. De acuerdo, fui bastante engreído y me arrepiento de ello. Hay mucho más que eso, como ocurre con todas las cosas de la vida. En demasiadas ocasiones el novelista se siente atado por la adustez de las palabras, su falta de "espíritu vital". Creo que esto no les pasa a los poetas. Siempre concibo mis obras para ser leídas mientras se escucha música. Es el complemento de las palabras, su alter ego. Esto es lo que quería comentar al respecto."
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Para Mamen
La Venganza de la Tierra 3. Phantom.
© J. P. Johnson / Joan Pont Galmés [2018)
Todos los derechos reservados.
Descubre más historias fascinantes de J.P. Johnson en:
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“Al final lo logramos, escapar de Gran Madre. Y salvar a la niña, eso es lo primordial. Todo ello a costa de nuestro precioso archipiélago de las Baleares, Mallorca, Menorca, Ibiza y Formentera, y de toda la cuenca del mar Mediterráneo, envenenada por la radiación, convertida en una sopa nuclear poblada únicamente por medusas que, según decían antes de la Plaga, constituyen la especie que sustituirá a la Humanidad dentro de miles de años.
Al parecer tenían razón, solo se equivocaron en el horizonte temporal.
Será mucho antes.”
Unas manos temblorosas arrugaron la hoja de papel cuadriculado que contenía estas palabras y oscilaron en el aire para lanzarla al suelo, pero al cabo de unos instantes los dedos de esas mismas manos la volvieron a abrir, la alisaron y la escritura se reanudó.
“Soy Susie Quetglas, una superviviente… de nuevo.
¿A cuántas cosas puede sobrevivir una persona y continuar en sus cabales?
Mi abuela decía que siempre hay alguien que lo ha pasado peor que tú, por ejemplo en los campos de concentración, en las guerras, en las epidemias de peste o en las mazmorras de la Inquisición, pero no sé…
Constatar que eres de las últimas de tu especie es algo que nadie imaginó vivir en carne propia, o quizás sí, algún novelista habrá escrito algo al respecto, PERO NO LO HA VIVIDO.
Nosotros sí.
Ahora, en este mismo instante…”
Susie arrugó de nuevo el papel con las palabras escritas justo antes de aterrizar, pero no lo lanzó a la tierra muerta del páramo donde se había posado el helicóptero, sino que se lo guardó en el bolsillo. El zumbido de las palas acababa de detenerse y el grupo se había dispuesto de manera involuntaria en una fila mirando hacia las primeras casas de la ciudad. Todos tenían los ojos entrecerrados, por la luz que les cegaba pero también por el estupor, más que nada por esto último.
Lo que había ocurrido… Ninguno de ellos lo asimilaba todavía, era demasiado para una mente cuerda.
En apenas… ¿dos días...? ¿tres...? su mundo, ya de por sí maltrecho, estaba desintegrado.
Mil megatones de potencia nuclear habían borrado del mapa el archipiélago de las Baleares y el sur de Francia y la radiación letal ya había atravesado Europa y descendía por el África subsahariana.
Medio planeta muerto.
Gaia1 estaría desolada. Los seres humanos habían logrado destruir el más preciado bien que se les había sido concedido: su propia existencia en un pequeño planeta de un Universo helado e infinito que parecía oponerse de manera eterna a la vida.
Como las crías de la araña aterciopelada que, poco a poco, se van comiendo el cuerpo de su madre al nacer..
-¿Qué haremos ahora? ¿Por qué estamos aquí? - dijo de repente Odisea, con la boca tan seca que pareció que, en vez de articular palabras, mascaba el polvo en suspensión. Viri, su marido, sostenía ahora al bebé de María, una niña cuya sangre les había salvado la vida a todos.
-No… no sé porqué he aterrizado aquí - sonó la voz del piloto. Un joven de tan solo dieciocho años con el pelo rubio cortado a cepillo, la nariz aguileña y los ojos de un verde esmeralda. -Algo me decía que continuara, que me detuviera hasta llegar a algún lugar del interior, lo más lejos posible del mar.
Todos se volvieron hacia él. La niña rezongó en los brazos de Viri.
-Algo poseía mi mente… Es muy extraño - continuó el piloto sin desviar la mirada. -Siento como si otra persona, y no yo, hubiera visto lo que he visto.
-Se llama sugestión. Pero a tanta distancia, a cientos, miles de kilómetros, es inconcebible…
El que había hablado esta vez era el coronel Harry Moore.
-De todas formas es un elección estupenda - añadió a continuación, mirando a su alrededor. - Creo que estamos en algún lugar de Mongolia, junto a la frontera rusa y no muy lejos de la de China. El que lo haya elegido no quiere que permanezcamos junto al mar.
-”U-u-jim” - deletreó Odisea, leyendo un cartel oxidado situado a unos veinte metros, desprendido de sus tornillos y que se bamboleaba con el viento.
-Bueno, parece que nuestro destino es este lugar… - dijo Viri.
-¿Habrá alguien vivo? Mongolia era el país con menor densidad del mundo antes de la Plaga, tres millones de personas en un territorio que triplica al de Francia, y supongo que lo sigue siendo, con más razón todavía - añadió el Coronel.
Como si le hubieran oído, una manada de pequeños y robustos caballos takhi de color pardo inició una estampida a quinientos metros de distancia, sobresaltándolos a todos.
-Carne sí que hay, y en abundancia - afirmó Viri, temblando.
-Hay que buscar un refugio para la pequeña, instalarnos en algún lugar. Esto parece un clima desértico y la temperatura bajará en picado dentro de no mucho tiempo - dijo Odisea, tomando a la niña en brazos.
-¡Mirad! - Susie había visto algo. Levantó el dedo índice de la mano derecha mientras formaba una pantalla con la izquierda para protegerse de la claridad. Se hallaban en una interminable estepa teñida de un ocre sin ningún punto de rotura. El paisaje era redondeado donde quiera que se depositara la vista. Resultaba muy difícil localizar algo en concreto en aquella extensión de tierra sin fin delimitada solo por unas tenues montañas que parecían flotar en una bruma de espejismo, onduladas más que ninguna otra cosa por el efecto de la distancia. Incluso el asentamiento cuyo nombre había descubierto Odisea, Uujim, compuesto por una decena de casas de bloques de piedra unidos con una argamasa ocre, había sido arrasado por el clima y los inviernos de cuarenta grados bajo cero y ya no había aristas ni ángulos rectos, todo estaba suavizado, derruido sobre sí mismo formando montículos ondulados sobre los que crecía un infinito manto de poáceas.
-¿Es una tienda de campaña?
Susie no había terminado de decir “campaña” cuando algo pasó volando cerca de su cara haciendo un pfiuuu y atravesó el cristal de la cabina del Black Hawk. Aún pasaron cinco segundos hasta que la onda sónica del disparo les alcanzó.
¡Paunnng!
-¡Es un Dragunov! ¡Al suelo! - advirtió el coronel Moore, lanzándose sobre la hierba.
En ese instante Odisea y la niña saltaron en el aire.
-¡No! - Susie gritó en el mismo momento en que el estrépito del segundo disparo impactaba en sus oídos. -¡Odisea!
Se arrastró sobre sus codos, llegó junto al bebé, que había empezado a llorar, y le palpó todo el cuerpo destapando las envolturas de su propia ropa que habían formado en el helicóptero para que no tuviera frío. Parecía estar bien. Entonces el problema era Odisea.
Viri ya estaba junto a ella.
-¿Dónde te ha dado? ¿Dónde?
Odisea no contestó. Miraba con ojos desorbitados un agujero del tamaño de una nuez en su costado derecho del que salía sangre a borbotones.
-¡Es el hígado! ¡Le ha atravesado el hígado!
-¡Cuidado con los talones! ¡Bajad los talones! - gritó el coronel, por inercia, mientras él y el piloto se arrastraban hacia el helicóptero en busca de sus fusiles.
-¡Por Dios! - exclamó Susie, al llegar junto a Odisea.
-¡Hay que taponar! - bramó Viri. -¡No durará ni dos segundos!
Pero Susie no le escuchaba. Solo contemplaba el agujero palpitante de bordes suaves y cauterizados que escupía sangre entre los dedos de Viri.
-Espera... - dijo maquinalmente, aunque Viri no la escuchó. -¡Coronel! - gritó hacia su espalda, intentando no levantar demasiado la cabeza. El coronel Moore la miró en la misma posición, atisbando con sus ojos entre los tallos de la gramíneas. -¡Su cuchillo, por favor! ¡Lo necesito!
El coronel asintió con la cabeza y, desabrochándose la funda que sujetaba el cuchillo a la pernera de su pantalón, lo lanzó en su dirección.
En ese instante sonó otro disparo. Un latigazo ardiente golpeó la mano del coronel y se estrelló en algún lugar de la carlinga del helicóptero.
-¡Joder! - el coronel se miró la mano. Era solo una pequeña incisión, como la mordedura de los dientes de un roedor, situada bajo su pulgar, tumefacta, que no le impedía mover los dedos de momento, pero después sí lo haría. Continuó reptando.
Susie encontró el cuchillo caído en medio de la hierba y se acercó a Odisea. Llevaba a la niña entre su cuerpo y el brazo derecho, procurando no aplastarla al arrastrarse.
Viri gemía sobre el pecho de Odisea, que tenía el rostro demudado y blanco como la nieve.
-¿Ha… ha muerto? - preguntó, con un hilo de voz.
Viri respondió, pero sus primeras palabras no sonaron debido al amargor en su garganta.
-...acabó… ya no le queda casi aliento…
-¡Espera! - susurró ella. -¡Puede haber una solución!
Mientras decía aquello cogió el cuerpecillo de la niña, le levantó el pie derecho y pinchó su talón con la afilada punta del cuchillo militar. Al instante un gota de sangre se destacó sobre la piel sonrosada.
-¿Pero qué haces? - exclamó Viri, con un susurro extenuado. -¿No tenemos ya suficiente? ¿Es qué quieres matarla también a ella?
Susie le miró con una rabia profunda.
-¡Déjame! ¡Sé lo que hago! ¡La quiero tanto como tú!
Viri tardó unos segundos pero al final asintió, inclinando la mirada. Susie apretó de nuevo el talón de la niña. Nuevas gotas de sangre formaron un hilillo que empezó a descender hacia el final de su diminuto pie. Ahora había empezado a llorar con una fuerza inusitada.
-Quita la mano y abre la herida, todo lo que puedas…
Viri obedeció. Susie levantó en vilo a la niña y vertió unas gotas de su sangre sobre el agujero del costado de Odisea, que ya había dejado de palpitar anunciando la muerte. Después tapó de nuevo al bebé con los trapos y empezó a reconfortarla meciéndose con suavidad.
-Ssshhh… no, cariño… ya está, ya está…
Viri la miró con una mezcla de terror y admiración en el rostro.
-Puede que sí - masculló.
-¿Puede que sí qué? - respondió Susie.
-Que la quieras más que yo… Mira.
Odisea había abierto los ojos y les miraba. Su cara había abandonado el color blanco y ahora era ocre, como todo lo que les rodeaba.
Hairathan Ulgii apartó la vista del visor PSO-1M2, una mira telescópica estándar rusa montada en el fusil de precisión más usado del mundo antes de la Plaga, el Dragunov, oteó con el ceño fruncido el lugar donde se hallaban Susie, Odisea y Viri, volvió a colocar su ojo derecho, lo apartó y observó de nuevo, esta vez con los párpados levantados formando un ángulo que en su parte superior le ocultaba un mechón de pelo grasiento.
Estaba totalmente perplejo.
La mujer a la que había alcanzado su segundo disparo y que había muerto tenía los ojos abiertos y sonreía a la chica y al hombre que estaban tumbados a su lado...
En realidad no le disparaba a ella, sino a uno de los dos que vestían ropa militar, pero su viejo fusil enviaba los proyectiles donde le daba la gana en más de una ocasión; una vez daba en el blanco, pero las siguientes no, porque en los últimos veinte años lo había usado únicamente para matar takhis, y había tantos que siempre lograba darle a alguno, casi sin apuntar. Nunca había limpiado ni engrasado aquel arma, ni sabía cómo hacerlo.
Hairathan todavía bufaba de rabia, igual que cuando había escuchado el uou, uou de las palas de aquel helicóptero, el mismo sonido que hacía el Sikorski que aterrizó junto a su ger poco después de que empezara la Plaga del Fin del Mundo y del que había bajado un grupo de asustados soldados rusos a los que Hairathan ofreció su casa nómada echa de madera y adobe en la que vivía con su mujer y su hija.
Su mujer Enkthuya…
Su hija Solya…
Su vida, su corazón, su piel, su sangre, su alma…
Los soldados se habían emborrachado la primera noche con una bebida de leche de yegua fermentada. Estaban ávidos de mujeres.
Hairathan había salido a intentar cazar un bisonte o un ciervo almizclero para darles de comer acompañado de dos de ellos. Por supuesto que no tenía que haberse ido dejando a las mujeres de su familia con los soldados, PERO DEBÍA CUMPLIR CON LA TRADICIÓN. No había mayor deshonra para un berkutchi, un cetrero a caballo mongol como él, que tratar mal a sus invitados, incluso Enkthuya hubiese estado de acuerdo en eso.
Dos días más tarde Enkthuya se suicidó echando a caminar entre la nieve sin abrigo. Estaba tan avergonzada por lo que les habían hecho los soldados a ella y a su hija que creía que nunca podría volver a mirar a su marido a los ojos.
“Como si hubiera sido culpa tuya, como si no te hubieran violado esos animales a los que yo maté con mi cuchillo, uno a uno, sintiendo su sangre caliente empapándome las manos, como si no hubiera sido culpa de la maldita tradición que me obligó a dejarte sola para ir a buscarles algo para cenar…”
No había encontrado a su mujer hasta la primavera, cuando el páramo se descongeló en la superficie aunque no debajo, en el permafrost, y dio paso a un pastizal ocre en el que sus botas se hundían hasta los tobillos.
Ahí, encorvada, con los ojos helados, abiertos, como si todavía pidiera perdón por algo de lo que nadie la acusaba.
De repente algo se movió a su lado y lanzó un chillido sobrenatural. Hairathan miró a su derecha. Un águila imperial de siete kilos y dos metros de envergadura daba saltos en la hierba, ansiosa, deseando remontar el vuelo.
-Маш сайн, Уси, чи хурдан агнадаг (Muy bien, Ushid, enseguida podrás cazar) - susurró Hairathan, acariciándole el pescuezo como haría con un perro. De repente había tenido una idea. Ushid estaba con él desde que era un polluelo y prácticamente podía leer su pensamiento. Adelantó el brazo derecho y el águila subió en él.
“Урд талд хоёр, Уси, дайралт хийдэг” (Allí enfrente, dos hombres, ataca Ushid.)
Mientras pronunciaba esas palabras miraba a la rapaz a los ojos y luego, con el dedo índice y corazón de la mano libre, señalaba el lugar donde el coronel Moore y el piloto reptaban entre la hierba hacia el helicóptero.
Ushid extendió las alas en toda su extensión provocando violentas ondas en el manto de gramíneas que les rodeaba y levantó el vuelo.
El coronel Harry Moore estaba a punto de alcanzar uno de los patines del Black Hawk cuando algo cayó del cielo sin previo aviso, atenazó su cabeza con unas garras afiladas como bisturís y le levantó en el aire lo suficiente como para que su cabeza sobresaliera de la hierba.
No tuvo ni tiempo de saber qué era lo que le sujetaba. Una bala le entró por la cuenca del ojo izquierdo, se desvió al chocar contra su cráneo y salió por debajo de la axila del mismo lado.
Ushid soltó la cabeza del coronel y fue a por el piloto, que lo había visto todo y corría, aterrorizado, para buscar refugio en la carlinga.
Un proyectil pasó a un metro de su cabeza, como tenía previsto Hairathan, pero el siguiente seccionó en dos su columna vertebral, salió por su garganta, y le obligó a realizar una pirueta en-dedans antes de desaparecer entre la maraña de tallos.
Ushid remontó el vuelo, planeó durante unos instantes, bajó en picado para atrapar a un perrillo de la pradera y luego regresó junto a su amo, que le acarició de nuevo el pescuezo y le besó en el afilado pico.
-Está ahí, donde se ha posado el águila. A unos doscientos metros. Desde ahí nos dispara… - dijo Viri, con la cabeza aplastada contra la tierra. Se había asomado un segundo sobre el manto de hierba, solo para ver caer a la imponente ave sobre el brazo de su amo.
-¿Qué hace ahora? - susurró Odisea, cuyo rostro había perdido el color ocre y volvía a su tono normal, atezado, requemado por el sol.
-¡No lo sé! ¿Quieres que me vuele la cabeza?
-¿Y ahora qué hacemos? - intervino Susie. -¡Ha matado al coronel y al piloto! ¡Dios santo! ¿Pero por qué? ¿Qué le hemos hecho? ¿Quien vive en este maldito lugar?
-¿El bebé está bien? - preguntó Viri.
-Lo suficiente - respondió Odisea, que intentaba apartar el fardo de ropa con el cuerpo de la niña de su propio cuerpo empapado en sangre, al menos hasta que se secara. -Pero en cuanto caiga la noche morirá de frío, mejor dicho, moriremos todos. O nos mata ese loco o lo hará la temperatura. Por cierto, ¿qué demonios ha pasado antes, Susie? ¿Cómo se te ocurrió la idea?
Susie se acercó un poco más, como si fuera a confesarle algo terrible.
-Creo que me lo dijo ella misma…
-¿Quién?
Esta vez Susie no respondió, sino que movió la barbilla en dirección al pequeño fardo de ropa.
-¿Estás loca?
-Vale, te he salvado la vida y ahora estoy loca…
-Sabes que no quería decir eso… ¿Así que la propia niña te “sugirió” que me pusieras su sangre en la herida?
Susie afirmó con la cabeza, cerrando los párpados para demostrar su desaliento.
-Oye, espera un poco, puede que tengas razón, no es una locura. Creo recordar que ya lo habíamos hecho antes, en el helicóptero - la animó Odisea.
-¿Lo habíamos hecho? - intervino Viri, haciendo su típico gesto de subirse las gafas con el índice.
-Cuando María nos dejó nos estábamos muriendo todos por la radiactividad, eso sí lo recuerdo perfectamente. Creo que nos sugestionó de nuevo y obligó al coronel a cortarle el talón a la niña, igual que hizo Susie, y a darnos a beber unas gotas de su sangre.
-Pobre niña… - dijo Susie.
-¿Pobre? - exclamó Viri. -¡Pero si tiene el puto don de la inmortalidad en sus venas!
-¿Y eso la hará feliz?
-¡Susie, hay un loco disparándonos! ¿Es momento de pensar en si alguien la invitará un día al baile de fin de curso?
-¡Callaos! - exclamó Odisea. - ¡Y pensemos cómo salir de esta!
-Yo ya lo he hecho - dijo Viri. -Echamos a correr en todas direcciones. Susie a la izquierda, tú hacia atrás, alejándote, y yo correré hacia él. Me disparará a mí primero…
-¡De eso nada! Yo iré hacia él - le interrumpió Susie. -Mi vida está jodida, tengo una depresión de caballo y nadie me quiere, así que…
-No digas tonterías, Susie.
-¡Pero miraos a vosotros mismos! Sois una pareja y tenéis una hija y ahora una nieta… Eso os da mucho más derecho a vivir que a mí. Voy a salir corriendo ahora mismo y no podréis detenerme, así que preparaos…
-¡Susie, espera! - gritó Odisea, agarrándola por una muñeca.
-¡Cuánto más lo pensemos será peor! ¡Gracias por los mejores momentos de mi vida! - gritó ella, zafándose de su agarre y colocándose a cuatro patas para darse impulso y levantarse de un salto.
Pero en ese instante vio a Hairathan. Estaba de pie, a dos metros de ellos, apuntándoles con el fusil.
-¡Está aquí! - gritó, retrocediendo sobre las manos y los pies. Odisea también gritó, inclinándose sobre la niña para protegerla. Sin embargo Viri se levantó y avanzó hacia el hombre.
-¿Qué te hemos hecho? ¿Eh? ¡Venimos de muy lejos! ¡No tenemos armas! ¡Solo buscamos un lugar para vivir en paz!
Hairathan miró a Viri con sus ojos pequeños y entrecerrados situados en algún lugar sobre sus pómulos salientes y quemados por el sol y el viento cortante de la estepa. Vio a un hombre de complexión delgada y al parecer huesos delicados, con el pelo largo, sucio y enmarañado, y unas gafas redondas, también sucias, empañadas, que apenas dejaban ver unos ojos grandes que superaban con creces el diámetro de los cristales. ¡Su ropa era tan cómica! Llevaba un pantalón corto de color azul, destrozado y con una gran superficie mucho más oscura debido a las manchas de sangre de la mujer que permanecía con la cabeza cubierta ocultando a un bebé entre sus brazos... ¡Un bebé! Hairathan no se había dado cuenta de que la mujer llevaba un niño pequeño, en la distancia creyó que se trataba de un hatillo que envolvía un arma.
Gruesas lágrimas empezaron a caer desde sus pequeños ojos, dibujaron un arco vertiginoso en las pronunciadas mejillas y desembocaron en la comisura de sus labios agrietados por el viento.
Viri no podía creer lo que veía. Apartó la mirada y oteó a su espalda por si había alguien más. Era imposible que el que hubiera disparado a Odisea y matado al coronel y al joven piloto fuera aquel hombre ¡que de repente lloraba como un niño!
-¿Qué…? ¿Qué sucede…? ¿Nos entiendes? ¿Conoces mi idioma? - Viri le habló en inglés, creyendo haber encontrado un resquicio para su salvación.
Hairathan abrió desmesuradamente los ojos al oír aquel idioma que sí conocía, su hija lo estudiaba en el precario colegio de Uujim una vez a la semana y le había enseñado los rudimentos en las interminables noches de la estepa, junto al fuego. Aunque eso había ocurrido hacía mucho, mucho tiempo, antes de la Plaga y de que llegaran los soldados rusos.
-S-sí… Entiendo… - balbuceó.
Esta vez fue Viri quien abrió los ojos y la boca con expresión de pasmo. Odisea y Susie, quien la cubría con su propio cuerpo para protegerla, levantaron la cabeza sorprendidas por su tono de voz, muy alejado de la impresión que creían debería tener alguien capaz de querer matarlas.
De repente una sombra planeó sobre sus cabezas. Viri se agachó, sorprendido por la envergadura de la tremenda águila que se posó sobre el brazo que el hombre acababa de extender. Hairathan pareció recobrar el sentido de la realidad al notar el peso del ave sobre su antebrazo. Giró la cabeza y observó el helicóptero y los claros de hierba aplastada donde habían caído los cuerpos del coronel y del piloto.
-Гэрээр нисэж, Уси, гэртээ нисч байна… (Vuela a casa, Uschid, vuela a casa)
La rapaz le miró con ojos brillantes, aleteó un par de veces a modo de ensayo extendiendo las alas y emprendió el vuelo dejando tras de sí una estela de plumas. En unos instantes se había desvanecido en el inmenso cielo de la estepa.
Hairatha no se quedó mirando cómo se perdía el águila imperial en el infinito horizonte, como hicieron Viri, Susie y Odisea, porque para ellos significaba que la posibilidad de ser asesinados por aquel hombre se alejaba de momento, sino que se acercó al cuerpo del coronel y empezó a quitarle las botas y los pantalones, luego hizo lo mismo con el piloto. Por la mañana los cuerpos estarían congelados y se habrían unido al permafrost. Se quedarían allí, momificados, durante siglos, hundiéndose en la capa de hielo unos milímetros cada día hasta que, en un año caluroso, se descongelarían lo suficiente como para convertirse en turba.
A continuación Hairathan escudriñó el interior del helicóptero, pero no encontró nada útil que tuviera que llevarse en ese momento. Cualquier otro día podía regresar. Nadie lo tocaría. Ningún ser humano excepto él y su hija vivían en cientos de kilómetros a la redonda. Y si aparecía alguien Uschid le avisaría de inmediato.
Cuando regresó junto a Viri, Susie y Odisea ellas ya se habían levantado del suelo. Los tres le observaban con ansia sabiendo que estaban completamente en sus manos. Hairatha los miró a su vez de arriba a abajo y luego miró al oeste, donde el escuálido sol empezaba a descender. Dentro de dos horas se haría de noche en la estepa y la temperatura bajaría hasta diez grados bajo cero, y eso que solo estaban al inicio del otoño.
-Caminar… Rápido… - les indicó, colgándose el largo fusil al hombro y dándose la vuelta.
Odisea, Viri y Susie se miraron unos instantes, asintieron con la barbilla y los hombros y empezaron a caminar detrás de él en fila india.
Pere Quetglas observó una vez más la interminable extensión de contenedores abiertos que tapizaba la explanada de lo que antes de la Plaga había sido el tercer puerto más grande de Europa.
-¿Qué piensas? - le preguntó Rose of Sharon, a su lado, con la boca llena de tabaco para masticar.
Pere dio media vuelta y la miró. Aún tenía cicatrices de quemaduras en la cara y una amplia zona del cráneo sin pelo debido a las brasas ardientes que Ambrosius Pellham le había lanzado en la catedral de Winchester. Debido a ello había decidido raparse todo el cabello y cortarse la barba.
-En mi isla, Mallorca. En lo que debe quedar de ella… En la gente que conocía...
-Dicen que ya no hay nada, lo escuché ayer por la noche en un tugurio del barrio latino, en la calle Meir. Las diez islas de las Baleares se volatilizaron en el momento de la explosión y el vacío lo ha llenado el mar… Si pudieras pasar por allí no verías nada, solo agua, nada más que eso.
-¿Y cómo lo saben? Nadie ha estado allí. Para empezar no eran diez islas, sino cinco...
-El que lo contaba era un borracho que un segundo después se vomitó encima, así que, como comprenderás, no se lo pregunté.
-Lo que sí es cierto es que como no zarpemos pronto la radiación nos matará de un momento a otro. No hay escapatoria.
-Y cada vez está llegando más gente. El capitán quiere vender hasta el último centímetro cuadrado de este maldito barco, pero lo único que conseguirá manteniéndonos aquí será un motín. Creo que yo seré la primera que entraré en su camarote para matarlo, esta espera me saca de quicio…
-¡Mira allí! Otro grupo - Pere levantó la mano y señaló hacia Saftigen, en dirección a la que antes había sido la frontera entre Bélgica y los Países Bajos. Una excavadora venía abriendo una senda entre el espeso bosque en que se habían convertido los antiguos campos de cultivo y detrás de ella caminaba una nutrida aglomeración de mujeres, hombres y niños.
-¡Hay cientos! ¿De dónde han salido?
-Puede que sea la colonia de Dortmund. Ya sabes, toda la gente de las grandes ciudades, de Ámsterdam y Rotterdam, por ejemplo, y que escapó de la costa cuando empezaron a capturarlos los abisales de Gran Madre, aunque decían que una plaga de gripe había acabado con la mitad de ellos…
Rose of Sharon se revolvió, inquieta. En las tres semanas que llevaban en aquel petrolero abarloado junto a tres portacontenedores más en el puerto de Amberes había bajado a tierra casi todas las noches y regresado de día, ya entrada la mañana. Pere no tenía ni idea de a donde iba Rose y ella tampoco le comentaba nada, salvo algún chismorreo que escuchaba en boca de los borrachos de las tabernas o alguna pelea con cuchillos en la que se había metido cuando aparecía con cicatrices en los brazos. Sabía que ella necesitaba un espacio vital y que nada podía constreñirla en unos límites determinados y le preocupaba mucho el largo viaje que les esperaba en el viejo petrolero que antes de la Plaga había sido uno de los más grandes del mundo.
De todas formas, a pesar de que quería a Rose of Sharon como a una hija, estaba decidido a respetar su independencia y a no incordiarla con preguntas mientras ella no demostrara que necesitaba su ayuda.
-Se nota que la central nuclear está lanzando toda la carga al río. No hemos visto ningún abisal desde hace días.
La excavadora había llegado hasta la explanada de contenedores y ahora la gente ya no tenía que abrirse paso entre la maleza, aunque el grupo enseguida cometió el error de desperdigarse y se empezó a perder en el laberinto que formaban cinco mil contenedores de hierro del tamaño de una casa, todos con las puertas abiertas porque habían sido saqueados durante los peores años de la plaga.
-Vaya, muchos no saldrán de ahí en unos días - murmuró Rose.
Pere volvió la mirada hacia ella, no por mirarla, sino para dejar de ver desde la considerable altura en la que se encontraban, apoyados en la amura de la tercera cubierta del petrolero que equivalía a unos ocho pisos, cómo las figuras de los refugiados empezaban a tomar caminos equivocados dentro del laberinto.
-¡Hey! ¿Qué te ocurre?
Rose of Sharon estaba llorando. Pere no la había visto derramar ni una sola lágrima desde que la había conocido en Londres (en cambio él sí que había llorado ante ella, y mucho) y no podía creerse que por fin demostrara un signo de debilidad.
De repente las piernas de Rose flaquearon. Pero la sujetó por debajo de la axilas y entonces notó que su cuerpo despedía un calor anómalo.
-¡Estás ardiendo de fiebre! ¿Pero qué te ocurre?
-Esta noche… - balbuceó ella. -Esta noche he abortado.
-¿Qué?
-Una maldita curandera china… Con una jodida aguja de ganchillo y un brebaje que parecía hecho de tripas de mono…
-¿Te han provocado un aborto en un tugurio? ¡Pero si yo no sabía nada!
Rose desfalleció de nuevo. Pere la sujetó con más fuerza y empezó a arrastrarla hasta el cubículo que se les había asignado en un rincón de lo que antes había sido la cantina de oficiales. Allí, en el suelo, tenían un jergón hecho con mantas viejas y plásticos que habían encontrado explorando el laberinto de contenedores.
-¡Dios mío, debes estar a más de cuarenta! Y además tienes un gran hemorragia…
La entrepierna de Rose estaba adquiriendo un intenso tono carmesí que los trapos que ella se había puesto ya no conseguían disimular.
-No… no quería decirte nada, Pere… lo siento mucho…
-No, no tienes que sentir nada, no conmigo, no tienes que disculparte nunca conmigo, Rose.
-Cuando me dí cuenta de que estaba embarazada pensé que podía ser de aquel monstruo, Pellham, y me dio tanta vergüenza…
-¡Tú no tienes la culpa de nada! Tranquila, yo te ayudaré. Estoy aquí contigo… Pero ahora necesito antibióticos, debes tener una infección de caballo… Maldita sea, voy a ver si encuentro a Gocha. Tengo que dejarte un momento. Volveré enseguida.
Pere se levantó, salió a la misma cubierta donde habían estado antes y se dirigió a las escalerillas que conducían al puente del petrolero, en el nivel más alto. Allí vivía Gocha Gabashvili, un georgiano que se había erigido en capitán y dueño de la nave cuando el núcleo de Amberes empezó a verse invadido por una baraúnda de refugiados de toda Europa en busca de la salvación ante la imparable llegada de la nube radiactiva.
Uno de los guardaespaldas de Gocha vigilaba el acceso al puente.
-Quiero hablar con él - dijo Pere, jadeando por el esfuerzo de la subida.
El guardaespaldas conocía a Pere y sabía que él y aquella chica con una pinta muy dura poseían un lugar privilegiado en la cubierta inmediatamente inferior a aquella y no en la bodega del barco donde se hacinaban en aquel momento unas dos mil personas, y había escuchado algo de que habían matado a Ambrosius Pellham, aunque solo eran rumores.
-Espera aquí - dijo, venciendo los ojos. Se acercó a una pesada puerta con un ojo de buey agrietado y golpeó el cristal con los nudillos. Susurró unas palabras con un hombre rubio que abrió la puerta y que al cabo de unos instantes regresó y le hizo un gesto con la cabeza.
-Pasa.
Pere entró en el puente buscando ansiosamente la gigantesca figura de Gocha, un georgiano de unos veinte años, dos metros de altura y nariz aplastada que en aquellos momentos estaba sentado en una mesa junto a otros dos hombres abriendo sacos de arpillera y sacando objetos de ellos.
-¡Morralla! ¡Cada vez traen más morralla y cosas inútiles! - le oyó gritar mientras se acercaba. -¡Hay que volver al dinero! ¡Se acabó el trueque! ¡Dinero! ¡Dólares! ¿Se llamaban así, dólares?
El hombre rubio que había abierto la puerta asintió con la cabeza mientras inspeccionaba un candelabro oxidado que después lanzó a un rincón donde se amontonaban más objetos con los que los pasajeros estaban comprando sus pasajes. En una de las paredes colgaba el rifle de Rose of Sharon que Pere y ella habían utilizado como moneda de cambio.
-¡Ah, el héroe del barco! - gritó Gocha, al ver a Pere. Tenía la nariz aplastada, de púgil, y grandes y luminosos ojos de color avellana; al mismo tiempo extendía las manos señalando el montón de sacos a la espera de ser abiertos. -¿Tú conociste el dinero, Pere? ¿Los dólares? Debes tener unos cincuenta años, o así. Ven, siéntate, cuéntame como funcionaban los dólares antes de la Plaga.
-Hola Gocha, sí te lo contaré, pero antes necesito un favor…
-¿Qué favor? Todo el mundo me pide favores últimamente… Antes se apartaban al verme y ahora me piden favores… Está bien, dime.
Pere tenía la sensación de que había empezado con muy mal pie, pero aún así continuó, porque no podía pensar con claridad.
-La chica que viene conmigo está muy enferma. Una infección, creo. Le han practicado un aborto en algún tugurio de Havenweg. Necesito algún tipo de antibiótico y me preguntaba si podrías proporcionármelo.
Gocha frunció el entrecejo mientras dejaba un objeto brillante sobre la mesa y cruzaba los dedos.
-¿Un aborto? ¿Pero tú no eres un pez gordo de la Federación de Repobladores? ¿No habéis prohibido el aborto?
Pero sintió que todo iba de mal en peor.
-La… la chica se escapó, yo no lo sabía, no lo he sabido hasta hace un instante. Fue una… violación. Le daba tanta vergüenza que decidió hacerlo…
-Ya, todas dicen lo mismo. Una violación, un descuido… Sabes que en este barco aplicamos a rajatabla las leyes de los Repobladores, Pere, por eso tú has sido tan bien acogido y tienes todos esos privilegios, pero dar medicinas a una mujer que ha abortado va en contra de la Ley Básica número 1: “No se pondrá en peligro la reproducción y multiplicación de la Raza Humana por ningún concepto como el aborto o los anticonceptivos”
Pere notaba cómo se encogía su estómago con cada palabra de aquel iluminado. No podía dejar de pensar en Rose desangrándose, tumbada sobre ese mugriento jergón de plásticos.
-¡Está bien, está bien! ¡Crea un banco!
-¿Qué? - dijo Gocha, mirando con extrañeza al hombre rubio sentado a su lado.
-He oído que hablabas de dinero, dólares… Abre un banco, como se hacía antes… Imprime dinero, dale un curso legal y acéptalo como moneda de cambio. Yo puedo asesorarte a cambio de las medicinas…
Gocha bajó sus ojos color avellana hacia un objeto que manoseaban sus grandes y huesudos dedos, la carcasa de un antiguo reloj de bolsillo que acabó lanzando al mismo montón que el candelabro del hombre rubio.
-Trae las medicinas.
Se escuchó el abrir y cerrar de una pesada puerta y alguien le puso delante una antigua bolsa de tela con un eslogan que rezaba: “Lea & Perrins, aderezo para carne que solo una vaca podría odiar”
Gocha le lanzó la bolsa a Pere.
-Toma, busca ahí. Coge lo que necesites y después vuelve.
Pere abrió la bolsa y rebuscó hasta encontrar una caja con letras borrosas que ponía Amoxicillin/Cla(..)nic acid.
-Ácido Clavulánico… Vale, me llevo esto, muchas gracias…
Gocha levantó la mano derecha a modo de despedida.
Rose deliraba empapada en sudor cuando Pere llegó junto a ella.
-¡Rose! Aguanta, traigo algo de penicilina, aunque lleva un montón de tiempo caducada, pero tiene que servirte… ¡Maldita sea! ¡No tengo ni una gota de agua!
El agua potable era un bien incluso más preciado que la penicilina en aquella aglomeración de refugiados.
-Está bien… A grandes males, grandes remedios - musitó Pere, cogiendo una lata vacía, sacándose el pene de los pantalones y orinando dentro. A continuación vertió cuidadosamente los polvos de dos sobres y lo agitó tapando la abertura con el pulgar.
-Bebe, Rose. Bébetelo todo.
Ella, en su desvarío, pugnaba con cerrar la boca. Pere le tapó la nariz y tuvo que tragarse la mayor parte del líquido amarillento.
-Ahora hay que quitarte esta ropa empapada de sangre.
Le quitó los pantalones y las bragas llenas de sangre con coágulos oscuros y lo tiró todo a un rincón, después le puso unos trapos doblados entre los muslos para que absorbieran la sangre que continuaba fluyendo y la volvió de lado por si vomitaba.
-Esperemos que la amoxicilina te haga efecto y se detenga esa hemorragia - musitó, sin mucho convencimiento, mientras recordaba su compromiso con Gocha. Se levantó y ascendió de nuevo por las angostas escalerillas.
-Dile a Gocha que la chica se morirá posiblemente esta noche y que debo estar con ella. Cumpliré con mi palabra mañana.
El guardaespaldas entró y volvió a salir afirmando con la barbilla.
-Está bien, Rose, ahora es el momento de luchar, es tu oportunidad… Lucha, por favor, lucha… - le dijo al regresar, estrechándole la mano con fuerza, sentado a su lado, llorando como un niño.
-¿Pere?
-¡Rose!
-¡Ufff! ¿Qué? ¿Dónde… estoy?
-¡Conmigo, Rose! ¡Me quedé dormido! ¿Estás mejor? ¡Ya no tienes tanta fiebre!
-Tengo la impresión de que me ha pateado todo el cuerpo una manada de vacas…
-Has superado una infección muy grave. Esa curandera te hizo una buena escabechina. Espera un momento, tienes que continuar tomándote la medicina…
Pere se levantó e hizo lo mismo que la noche anterior, pero esta vez salió fuera para llenar la lata.
-Toma, bébete esto, quedan dos sobres más de antibiótico. Tienes que tomártelos todos.
-¡Puajjj! ¿Qué es esto? ¡Parece pis!
-No tengo agua, Rose. No puedo hacer nada más. Imagínate que es Fanta Naranja… - dijo Pere, sonriéndole.
-¿Fanta Naranja? ¡Yo no he tomado nunca Fanta Naranja! ¿Estás loco?
-¡Rose, te bebiste la sangre caliente de un venado! ¡Yo te ví! Así que tómate esto…
Ella se incorporó ligeramente en el jergón, se tapó la nariz con el pulgar y el índice, cerró los ojos y se lo bebió de un solo trago.
-Un banco funciona mediante el préstamo de su dinero por parte de las personas. Luego el banco utiliza este dinero para dar créditos a otras personas.
-No entiendo nada… ¿Me prestan el dinero a mi? - dijo Gocha. -¿Y si me lo roban?
-Tú manejas todo el proceso y ganas la diferencia entre el tipo de interés de los productos de ahorro y el tipo de interés de los créditos o de las inversiones donde inviertas el dinero.
-Vale, pero ¿cómo empiezo?
Pere se rascó la cabeza con un gesto de futilidad y de dolor al mismo tiempo, ya no recordaba que aún tenía cicatrices de las quemaduras en proceso de curación. No entendía cómo podía estar explicándole a aquel patán la forma de convertirse en multimillonario, pero la verdad era que si no hubiera sido por aquellos sobres de amoxicilina Rose estaría muerta; infección por estreptococos y deshidratación siempre formaban un cóctel letal.
-Debemos conseguir algunos dólares (él mismo se sorprendió por su propio uso de “debemos”) y empezar con todo el proceso. No necesitarás muchos porque a partir de cierto momento el dinero deja de “existir”, solo es una garantía.
Gocha miró al hombre rubio con las cejas enarcadas. Era tan alto que, incluso sentado, sus ojos se situaban casi a la altura de los hombros del otro.
-¿Te refieres a esto? - abrió un cajón y tiró encima de la mesa un fajo de ajados billetes de cien dólares.
Pere abrió los ojos como platos.
-¿Tienes más?
-Sé dónde hay más. Mientras tú hacías de enfermera mis hombres hacían el trabajo de verdad.
-Está bien. Tendríamos que acaparar todos los billetes que podamos y traerlos al barco. No hay que ponerlos en movimiento hasta que hayamos zarpado. Los pasajeros tendrán que usar la moneda para comprar comida y les ofreceremos créditos a un interés, pongamos del cinco por ciento, para que puedan usar este dinero al llegar a Estados Unidos. No, no hay necesidad de tener todo ese dinero en el barco, imprimiremos pagarés. Miles de personas invadirán Nueva York con tus pagarés y la cosa se extenderá como una marea en poco tiempo.
Pere continuaba sin creerse lo que salía por su boca. ¿Se estaba convirtiendo en el contable de una organización mafiosa? Él, como Superviviente, conservaba en sus recuerdos aún la iconografía de películas míticas como El Padrino, e imágenes de atentados de la Cosa Nostra y de las masacres de los cárteles en Colombia. Cosas que los Nuevos Habitantes como Gocha y sus secuaces no entendían, porque la hecatombe causada por la Gran Plaga había eliminado de raíz todo el conocimiento de la Civilización del siglo XXI para hacerla retroceder hasta el I, pero con la tecnología intacta. Era algo que ningún sociólogo podía haberse ni siquiera planteado. Una planeta en el que vivían ocho mil millones de personas había perdido en dos días a siete mil quinientos millones. Era como si a un cuerpo humano le amputaran los brazos y las piernas y le extrajeran parte del cerebro, pero le permitieran continuar viviendo. Este nuevo organismo buscaría nuevas formas de desarrollarse y probablemente alcanzaría el éxito de nuevo, pero a costa de cometer los mismo errores, una y otra vez. Se trataba de un bucle demoníaco y sin un final visible.
Aunque quizás la solución no fuera esconderse, volverse invisible o ahogarse en alcohol en algún tugurio esperando a que llegase la radiactividad, elucubró Pere con rapidez, de pie ante el escritorio de Gocha en el puente de mando del petrolero. Después del espeluznante enfrentamiento con Pellham en Winchester había sentido deseos de volatilizarse y desaparecer de este mundo, como si fuera un glóbulo blanco que hubiera destruido a una bacteria y ahora se dispusiera a terminar su efímera vida de solo un par de minutos, pero estaba Rose. Sin ella Pere ya se hubiera suicidado, posiblemente, porque el recuerdo de Victoria, su mujer, le hacía la vida imposible. Era ella la que le había contactado primero en el tren y luego en la catedral de Winchester, la que después le había hablado por boca de la mismísima Rose. Victoria, su mujer y la madre de sus hijas, atacada por una Criatura el primer día de la Plaga en el hospital de Son Espases, en Palma de Mallorca (algo que uno de sus investigadores grabó con el móvil y que más tarde le fue mostrado a Pere en un acto de brutal venganza disfrazada de piedad) ¡convertida en una monstruosa abominación! ¡En Gran Madre, el monstruo de las profundidades del que todo el mundo hablaba pero que todos pensaban que era un mito inventado por una vieja chiflada!
Haber vivido aquello era demasiado para Pere y para cualquier persona con un mínimo de raciocinio. No tenía más remedio que apartarlo de su mente como fuera si quería continuar viviendo, el problema era que la mayor parte del día no deseaba seguir respirando, sino acabar con todo de una vez, por ejemplo lanzándose al agua radiactiva del río Escalda, que cruzaba Amberes, una sentencia de muerte segura. Las posibilidades de morir en aquel nuevo mundo eran abrumadoramente fáciles. Él y Rose habían visto a muchísima gente lanzarse al agua sobre la barandilla del barco. Lo hacían decenas de personas a diario. Mujeres y hombres, madres y padres. Primero tiraban a los niños y después saltaban ellos. La depresión, el bocio, la gripe, que volvía a ser una enfermedad mortal, y los ataques de los Abisales y los Neox, que continuaban a pesar de que Gran Madre hubiera muerto, amenazaban con acabar con toda la población de Europa en poco tiempo.
-¡Oye, lárgate de aquí! ¿Es qué quieres matarnos a todos, imbécil?