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Veinticinco años después de la Extinción que borró de la faz de la Tierra a cinco mil millones de seres humanos los Repobladores intentan destruir todo vestigio de la vida en el mar mediante armas nucleares.
La Federación de Supervivientes, entre los que se encuentran Odisea Pascual y Pere Quetglas, lucharán para impedirlo a sabiendas de que los mares no son los culpables de que Gaia, la Madre Naturaleza, intentara eliminar a un organismo tan insidioso como la especie humana.
Pero en el fondo del mar hay algo que les obligará a replantearse sus convicciones.
Nada será tan fácil como parece.
La pesadilla continúa...
J. P. Johnson vive en la isla de Mallorca. Ex-guardaespaldas de autoridades militares y broker de bolsa, actualmente se dedica en exclusiva a la literatura. Es autor de las célebres sagas El Quinto Origen, La Venganza de la Tierra y El Diablo sobre la isla, además de la serie de autoayuda Sí, quiero. Sí, puedo.
Website: pontailor2000.wixsite.com/jpjohnson
OTRAS OBRAS DE JOAN PONT DISPONIBLES PARA KINDLE
FICCIÓN
Serie El Diablo sobre la isla
1-El Diablo sobre la isla.
2-Venganza
3- Perros de Guerra
Benet. Jamm Session. (La primera entrega del detective Toni Benet)
NO FICCIÓN
Sí quiero. Si puedo. Cómo escribir tu primer libro y publicarlo online.
LIBROS EN KINDLE CON EL PSEUDÓNIMO J. P. JOHNSON
Serie El Quinto Origen
1-Stonehenge
2-Nefer-nefer-nefer
3-Un Dios inexperto
4-El sueño de Ammut
5-Gea (I)
6-Gea (II)
Serie La Venganza de la Tierra
1-Mare Nostrum
2-Abisal
3-Phantom
4-Un mundo nuevo
5-Ultra Neox
6-Éxodo.
Glaciar. (A kilómetros de profundidad, bajo el hielo de la Antártida, hay algo que acabará con el futuro del planeta)
RESEÑAS EN LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN
J. P. Johnson matiza sus declaraciones a la revista Rolling Stone: "Dije que todas mis novelas incluían una banda sonora porque me daba la gana. De acuerdo, fui bastante engreído y me arrepiento de ello. Hay mucho más que eso, como ocurre con todas las cosas de la vida. En demasiadas ocasiones el novelista se siente atado por la adustez de las palabras, su falta de "espíritu vital". Creo que esto no les pasa a los poetas. Siempre concibo mis obras para ser leídas mientras se escucha música. Es el complemento de las palabras, su alter ego. Esto es lo que quería comentar al respecto."
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ABISAL
LA VENGANZA DE LA TIERRA 2
J.P. JOHNSON
Título
ABISAL | LA VENGANZA DE LA TIERRA 2
●Tabla de contenido
2042. VEINTICINCO AÑOS DESPUÉS DE LA EXTINCIÓN | •RECUERDOS
•1. MARÍA
•2. ODISEA
•3. GRIMALT
•4. PERE
•5. SON VIDA
•6. SUSIE
•7. PHIL
•8. ROSE OF SHARON
•9. VIRI
•10. GRAN MADRE
•11. EL CORONEL
•12. SHARK CAT
•13. PELLHAM
•14. EL CAPITÁN REYNÉS
•15. CELESTE
•16. LA ANCIANA LADY MARION
•17. VICTORIA - MARÍA- PERE - ODISEA - VIRI- SUSIE - ¿HAY ESPERANZA? ¿DE VERDAD HAY ESPERANZA?
•Las Uvas de la Ira
J.P. JOHNSON
Abisal. La Venganza de la Tierra 2.
© J. P. Johnson / Joan Pont Galmés [2018)
Todos los derechos reservados.
Para Mamen
Está bien demostrado que la Naturaleza es muy paciente y que trasciende de manera absoluta la noción que ha elaborado el Ser Humano sobre el Tiempo.
Pensándolo bien, Bernat fue la última persona conocida que Susie vió con vida aquella noche, la de la Extinción, después de que Odisea y Julio se fueran en el Talbot Samba hacia Cala Millor dejándola en la barra del PK2 pasadísima de Bencedrina.
De repente Bernat tuvo uno de sus ataques de euforia.
-¡Vámonos a Palma! ¡De marcha! ¿Quién se viene? - gritaba, subido en la barra.
Sí, él era así, con esos prontos. Mucha gente se apuntó levantando el brazo, a pesar de que circulaban rumores de gente enloquecida atacando a otra.
Se metieron en el coche de Bernat, que tenía el parachoques colgando porque había intentando entrar con el vehículo en su propio bar la noche anterior. Él y unos cuantos más tiraron del parachoques hasta arrancarlo por completo y lo dejaron encima de la barra. Susie insistió en conducir, a pesar de que la bencedrina la había dejado con los ojos entrecerrados y un hilo de saliva cayéndole por la barbilla. De forma increíble dejaron que se pusiera al volante y ella consiguió llegar hasta Palma, aunque a paso de tortuga...
Cuando se hallaban a la altura del aeropuerto alguien dijo que en el Megapark del Arenal había no sé qué. Ni Susie ni Bernat conocían ese lugar, pero les daba igual todo. Se fueron hacia allí...
El Megapark estaba esa noche repleto de gente de Arnsberg, de Ihlow, y de Hagenbach o Emmerich Am Rhein, pero la mayoría venía de Bochum, en el estado de Renania del Norte-Westfalia, la decimosexta ciudad más grande de Alemania, esto se lo contó s Susie un chico llamado Rüdiger que escapó con ella. Después Susie se acordaría perfectamente como él citaba, enloquecido, las ciudades de dónde procedían sus compañeros de la universidad con los que había viajado a Mallorca. A los alemanes les encantaba el Mega Arena, un gran edificio sin techo con la arquitectura de una catedral gótica situado en el Ballermann Sechs, en primera línea de playa.
El Mega Arena estaba repleto aquella noche, unas cuatro mil personas entre dieciocho y treinta años, les dijo un portero al que conocía uno que venía en el coche.
Bernat y Susie empezaron enseguida a beber cuba-libres y a tomar más bencedrina.
Por eso no se dieron ni cuenta, bailando sobre las mesas repletas de cubos de plástico llenos de sangría, cuando empezó a saltar gente por los aires y luego empezaron a caer sobre las mesas destripados; y cuando la sangre y las vísceras y los gritos de terror lo inundaron todo a su alrededor, siguieron bailando, ajenos al mundo.
Hasta que Bernat desapareció, de repente. Susie no le volvió a ver. No le vería nunca más.
En ese momento la empujaron. Cayó al suelo y se golpeó la cabeza. Alguien la sacó de allí a rastras. Ella no cree que fuera Bernat, o a lo mejor sí. ¿Y si estuviera herido e hizo un esfuerzo supremo para sacarla de allí y salvarla? Nunca lo sabrá.
Susie recuperó la conciencia, gritó aterrorizada y echó a correr hacia cualquier parte. Estaba amaneciendo. A su lado también corría Rüdiger.
En ese momento el Mega Arena había empezado a escupir por sus gigantescas puertas a una masa de extraños seres que empezó a desparramarse por las calles en medio de un murmullo espectral.
A la mitad de las diez mil personas que poblaban la Playa de Palma aquella noche la Extinción le pilló durmiendo; la otra mitad, que había estado siguiendo las noticias en la televisión, estaba preparando sus cosas para irse, a alguna parte, nadie podía haber concretado su destino. Los rumores eran extraños y alarmantes: aviones que caían del cielo, decenas de cadáveres en una gran discoteca, caos en los hospitales.
Después, cuando aquellos monstruos empezaron a destrozar las puertas de los apartamentos y los cristales de las ventanas y se hizo palpable que su cometido era cazar a seres humanos, todo se precipitó en una espiral de locura. Al principio y en contra de todo pronóstico, la gente se enfrentó a las criaturas salidas del infierno y luchó con lo primero que logró encontrar: palos, objetos cortantes, y al final con los puños. De todas formas la batalla acabó transformándose en una ampulosa pantomima. Muchos saltaban por las ventanas al ver a sus familiares con las gargantas seccionadas y a una caterva de monstruos abalanzándose sobre sus cuerpos bamboleantes sobre el suelo para despedazarlos con sus bocas. No lo aguantaban, nadie podría hacerlo. Hubo muchos suicidios.
A mediodía el aeropuerto de Son Sant Joan se había convertido en un punto neurálgico. Allí iban convergiendo la mayoría los habitantes de Palma ante la gravedad de las noticias y el caos generalizado, tras comprobar que las salidas por mar se habían convertido en una siniestra trampa para todo el que lo había intentado. Las embarcaciones se quedaban varadas a quinientos metros de sus puertos en una espesa sopa de medusas que atoraba las hélices con su textura gelatinosa.
Al amanecer el perímetro costero de las cuatro islas del archipiélago apareció constreñido por un cinturón de embarcaciones varadas, de todos los tamaños, incluidos varios cruceros con cientos de pasajeros a bordo cuyos capitanes habían ordenado abandonar la dársena del puerto de Palma a toda prisa al ver desparramarse a un gentío enloquecido sobre las instalaciones portuarias. La masa intentaba encaramarse a cualquier cosa que les salvara de aquel horror.
La misma escena se repetía en todos los ferries y cruceros que habían zarpado sin conseguir llegar más allá de una milla mar adentro: cientos de pasajeros agolpados contra las amuras contemplando fascinados cómo se acercaban e iban tomando posiciones a su alrededor gigantescos especímenes de medusas. Alguien dijo que parecían viejas y astutas hienas rodeando con parsimonia a un búfalo moribundo esperando a que reventara bajo el sol...
Susie explicó después:
“No sabíamos a dónde ir ni qué hacer, ni siquiera sabíamos qué había ocurrido, y eso era lo peor, pero cuando Rüdiger susurró, en el interior del coche en el que nos habíamos escondido cerca de Sant Jordi, que quería ir al aeropuerto para intentar tomar un vuelo y salir de Mallorca algo me dijo que no lo hiciera, una especie de alarma que se disparó en mi instinto, donde sea que esté localizado en nuestro cerebro. Me planté, aterrorizada, y me negué a moverme de aquel coche, un Nissan Micra que habíamos encontrado abierto en la cuneta. Rüdiger me miró fijamente y me deseó lo mejor. Nos dimos un fuerte abrazo y salió del coche...”
Por la tarde la masa de gente embolsada en el aeropuerto de Son Sant Joan fue atacada sin ninguna piedad.
Amontonados en las salas de espera de la terminal de salidas, hombres, mujeres y niños fueron masacrados. Ríos de sangre surgían como torrentes desde las puertas de entrada en dirección a los sumideros de las alcantarillas. El hedor a vísceras desparramadas se expandió por kilómetros a la redonda, mezclándose con el olor a sangre y muerte que había inundado todo el Plà de Sant Jordi desde las cinco de la madrugada.
A las siete y treinta y ocho minutos un grupo de gente, entre ellos Rüdiger, consiguió alcanzar la pista de rodadura oeste, pero un Airbus 320 levantando el vuelo a doscientos cincuenta kilómetros por hora, el último que despegaría del aeropuerto de Son Sant Joan el día de la Extinción, acabó con la mitad de ellos.
Susie continúa: “Yo me quedé en el coche. Muy quieta. Ni siquiera me atrevía a mirar por las ventanillas. Sé que no es muy valiente, que Odisea y Julio, por ejemplo, llegaron hasta un campamento para intentar salvar a Joanet, que escaparon de un grupo de fanáticos locos que querían matarlos a todos y que llegaron a Son Carrió disparando a las Criaturas desde la parte trasera de una furgoneta. Ellos sí fueron héroes, tal como se les ha reconocido con los años... aunque Odisea nunca se haya prestado a ello. Yo no. Yo me escondí. Durante dos días. Dentro de un coche al sol, sin agua, con las ventanillas subidas, acurrucada bajo los asientos traseros. Algo zarandeó el coche durante un rato y luego subió al techo, y eso me asustó aún más. No me atrevía ni a respirar, aunque después de un tiempo dejó de escucharse. Durante años no he hablado de esto con nadie porque no es muy heroico, pero ahora me da igual todo.”
María Pascual continuó leyendo: “Las medusas se sitúan entre los organismos vivos más primitivos conocidos desde el Eón Mesozoico. Las especies actuales presentan una morfología muy similar a las especies fósiles, correspondientes a las grandes medusas actuales conocidas como Scifomedusas. Su reproducción es harto complicada, pero extremadamente eficiente. Tienen sexos separados al existir medusas que producen espermatozoides y medusas que producen óvulos. Los espermatozoides son liberados y entran en la cavidad gástrica de las hembras, alcanzando los óvulos y fecundandolos. Durante un tiempo la larva plánula permanece entre los tentáculos o brazos orales de la medusa, hasta que se traslada al fondo y se fija. Como resultado se forma un pólipo, el escifistoma, el cual se reproduce asexualmente produciendo numerosas medusas pequeñas o éfiras, amontonadas, semejando una pila de platos, en estructuras llamadas estróbilos”
Mientras tanto en sus oídos sonaban las notas de Thunderstruck, de AC/DC:
I was caught
In the middle of a railroad track
I looked round
And I knew there was no turning back
My mind raced
And I thought what could I do
And I knew
There was no help, no help from you
“No existen demasiadas imágenes de estos lugares de anidamiento, o campos de estróbilos, situados en los grandes fondos de coralígeno y maërl, camuflados entre esponjas carnívoras, corales negros y corales bambú o rayas, plumas de mar y nidos de braquiópodos, en los límites de la plataforma continental, donde el Ser Humano pierde el control absoluto del mar que posee en las aguas costeras.”
A treinta millas de la isla de Cabrera, al sureste de Mallorca, un helicóptero de la Federación de Supervivientes sobrevolaba el mar.
María iba de copiloto.
Sound of the drums
Beating in my heart
The thunder of guns
Tore me apart
You've been
Thunderstruck
Los objetivos de la Federación de Supervivientes se basaban en la recuperación de la misma biodiversidad que los océanos habían albergado una vez, en la seguridad de la pesca como alimento en todo el mundo y, sobre todo, en la vigilancia de las aguas de la plataforma continental para impedir una nueva plaga como la que había matado a cinco mil millones de personas veinticinco años atrás. Pero lo de la pesca no lo hacían, no había personal suficiente.
Solo vigilaban a las medusas.
- ¡Fiyo della gran mignotta! - rugió de pronto el piloto del helicóptero, llamado Niki, levantándose la visera de un brusco manotazo, actuando sobre el rotor de cola, equiparando al mismo tiempo la sustentación y la fuerza centrífuga del aparato. - ¿Lo has visto María, lo has visto?
Ella se agarró fuertemente a su cinturón de seguridad antes de contestar a través de los cascos Sennheiser.
- ¡Sí, lo he visto, tío, lo he visto! - Thunderstruck continuaba atronando sus oídos.
Rode down the highway
Broke the limit, we hit the town
Went through to Texas, yeah Texas, and we had some fun
El piloto inclinó de repente el helicóptero a su izquierda buscando de nuevo la gigantesca estela blanca que habían divisado ondulándose bajo la superficie del agua, haciendo que el morro cabeceara con violencia, por algo llamaban a aquel aparato el “Libélula del Mar”.
No habían ido a buscar precisamente aquello, sino que se lo habían encontrado por el camino.
- ¿No será un gran trozo de plástico? - preguntó María. Después de la Extinción el mar se había llenado de plásticos arrastrados por las tormentas. Los deshechos de la Humanidad habían ido progresivamente a parar al mar en todo el planeta. Incluso se formaban islas de plásticos en el Mediterráneo, algo exclusivo hasta el momento del océano Pacífico.
- ¡Imposible saberlo desde esta altura! - respondió Niki. - ¡Pero yo juraría que es una gran medusa! ¡Una de las Gigantes!
En ese momento se concentraba en evitar el torque del aparato. Giró hacia la izquierda el stick cíclico y corrigió el paso del rotor de cola, para estabilizarlo. Al aumentar el colectivo, o giro de palas, el motor rugió como la boca del infierno. Ahora, sobre el mar, únicamente divisaban una superficie de un brillo excepcional sobre la que espejeaban los últimos rayos del sol poniente.
- ¡Tendrás que enfilar hacia el este y dejar el sol de cola, si no, no la veremos!- gritó de pronto María, bastante excitada. Niki asintió con paciente humildad. El Libélula del Mar era un helicóptero de la clase Bell 204B, un antiguo aparato procedente de la lucha contra incendios.
- ¡La veo! ¡Mira a las diez y cuarto! - gritó ella de nuevo.
And I was shaking at the knees
Could I come again please
Yeah them ladies were too kind
You've been
Thunderstruck
Niki asintió de nuevo con la cabeza. Inclinó el rotor hacia la derecha y luego cambió el propulsor de cola, así que su acompañante quedó literalmente aplastada contra la puerta del helicóptero; allí abajo nada más que un vacío azul tras el plexiglás, lo que para cualquier neófito en el vuelo con helicópteros resultaría aterrador. Sin embargo María, haciendo un indecible esfuerzo, se inclinó en un ángulo de cuarenta y cinco grados para contrarrestar la fuerza de giro y, con movimientos suaves, levantó los prismáticos que llevaba sobre el regazo. Toda la cabina gemía y se quejaba con el poderoso viento.
- ¡Ahí está! - exclamó de súbito. - ¡Y... tenías razón, esa jodida cosa es inmensa!
- ¿Ves? ¿Ves? ¡Te lo dije! - bramó el piloto. Seguían ahora una trayectoria perfectamente circular. Veían una esfera blanca de unos diez metros de diámetro bajo la superficie del mar, sus contornos desdibujados por el romper de las olas. A lo largo de todo su perímetro una telaraña de tentáculos surgía y se mantenía a ras de agua triplicando el diámetro de la esfera superior, mientras bajo ella otro bosque de filamentos se hundía hasta desaparecer en lo azul.
- ¡Si tienes que dispararle es el momento justo, María!
La chica dejó caer los prismáticos sobre su pecho y levantó una Canon T50 Thyristor 3500 ante sus ojos. La cámara llevaba una lente Tamron F a 210 mm. Empezó a apretar el disparador con frenesí.
- ¡No bajes tanto! - le gritó a Niki.
- ¡Perdona, cariño! -. Veloces clics metálicos procedentes del obturador se elevaban sobre el UOU, UOU de las palas. Bajo las ondas de agua la mancha se cuadriculaba asemejando una pálida coroza.
- ¡Listo! ¡Vámonos!
El helicóptero ascendió y se alejó remontando hacia una altura de cien metros, haciendo honor a su nombre, como una grácil aunque pesada libélula. Pronto no fue más que un punto en la inmensidad del anaranjado cielo de la tarde. Aún así María sacó la cámara por la ventanilla asiéndola con fuerza y, siguiendo una repentina intuición, disparó sin mirar una veloz ráfaga por última vez, con cuidado de que el viento no se la arrancara de las manos. A continuación se afianzó en su asiento y después se colocó en el lugar correcto su tarjeta de identificación en el Mar Viva Med, el buque insignia de la Federación de Supervivientes, que rezaba “DIVING COORDINATOR” y que el viento le había lanzado hacia la espalda.
El Mar Viva Med era un barco de cuarenta y dos metros de eslora que anteriormente había estado al servicio de institutos de investigación pesquera de los gobiernos de Irlanda del Norte y Escocia. Actualmente, una vez incorporado y adaptado a las tareas de la F.D.S. contaba con una tripulación permanente de quince personas, once Nuevos Habitantes y cuatro Supervivientes.
El Mar Viva disponía también de dos lanchas neumáticas de alta velocidad y de dos vehículos ROV de buceo libre y conexión con cable. Los Remote Operated Vehicles eran robot submarinos no tripulados que transmitían datos desde sus cámaras fotográficas, sensores y sonares al centro de control del barco de la superficie mediante el cable que les mantenía unidos. De esta forma se evitaban muchas inmersiones de los buceadores. Nadie quería meterse en el mar desde la Extinción. Era un miedo atávico instalado en los genes de los Supervivientes y de sus hijos, los Nuevos Habitantes. De allí, del mar, había surgido la plaga que casi había causado la desaparición de la Humanidad entera.
A María Pascual en cambio, el mar le gustaba, aunque evitaba decirlo en voz alta. Como coordinadora de buceo, con frecuencia acompañaba a los ROV en las maniobras de descenso, así que todos en el Mar Viva la tildaban de temeraria, sobre todo su madre, Odisea.
Pero en aquellos momentos ideas muy distintas ocupaban la mente de María. Se estaba planteando un montón de cosas últimamente. Acababa de aterrizar procedente de Sao Paulo, Brasil, donde había cumplido la condena que le impuso el tribunal que la había juzgado por su celebrada intromisión en la cena de Jefes de Estado de la Cumbre para la Repoblación del Planeta. Durante el tiempo que había estado en la penitenciaría brasileña afamadas organizaciones como Jóvenes para la Tradición y la A.I.S., Asociación Internacional de Supervivientes, habían incluido en el remite de toda su correspondencia la dirección de la cárcel donde se hallaba: Avenida Zaki Narchi 1369. Pavilhao Saúde C.E.I. Carandirú. Santana CEP 02029001. São Paulo - Brasil. Consistía en una estrategia de presión para acelerar su puesta en libertad, aunque al final, y debido a la lentitud y escasos medios de la justicia brasileña, su indulto había llegado nada más que con una semana de antelación, así que María había pasado sesenta y ocho días encerrada. Debido al nerviosismo apenas había dormido en el largo vuelo, pero nada más pisar el Mar Viva Med, su novio Niki ya la estaba esperando con el motor del Libélula del Mar encendido, sabía que para María no habría mejor recibimiento que éste. Así que antes de que prácticamente nadie la viera en el barco ya estaba volando de nuevo.
María figuraba en el web site del Mar Viva Med, en la sección “Directorio”, como Special Activist. Contaba veintiún años de edad, nacida después de la Extinción y, pese a su juventud, ya era una adicta al activismo duro, que propugnaba que el ser humano tenía que volver a congraciarse con el mar y dejar de considerarlo su enemigo como ocurría ahora. En la Cumbre de Jefes de Estado se había votado a favor de la construcción de gigantescos muros que aislaran del mar a las ciudades costeras en prevención de otra plaga y aquello la había enervado. El muro sería la constatación definitiva de la ruptura de la humanidad con los océanos, donde había surgido, en definitiva, la primera vida.
Así que María, con aquel temperamento incontrolable odiaba la inactividad, los despachos y los ordenadores... Y en aquellos instantes, odiaba también a su novio Niki, el piloto del Libélula del Mar, porque estaba embarazada de tres meses y el niño no era suyo y no sabía cómo decírselo; no había nada que perturbara más la mente de María que sentirse constreñida en sus límites vitales.
Las últimas semanas solía permanecer despierta por las noches en su celda hasta muy tarde, como si dos gramos de cocaína se hubieran infiltrado en su organismo. Sí, aquel asunto del embarazo la volvía loca, de verdad. Tenía veintiún veranos sobre sus espaldas y se sentía, de repente, una anciana. Le quedaba todo un mundo por comerse y ahora aquello... Lo que le ocurría era que la osadía acaba por convertirse en una forma de vida y claro, en este momento... ¡No, no se veía montando la habitación de los niños! Bajó la vista hacia su estómago, plano todavía, y le pareció que allí abajo tenía un obstáculo tan infranqueable como los hielos perpetuos del glaciar Slomo Deus, en el Norte de Groenlandia, donde había estado, por cierto, en Agosto del año pasado, saltándose la prohibición de los Repobladores. Tenía cita con su doctora la semana próxima. Estaba totalmente convencida ya: iba a abortar, aunque su doctora no la ayudaría , porque abortar no estaba bien visto en el nuevo mundo después de la Extinción. Había penas muy estrictas, aparte de la vergüenza pública. Los Repobladores adoctrinaban sin cesar a la población sobre la necesidad de tener hijos y volver a llenar de gente los pueblos, las ciudades y las naciones.
No le diría nada a Niki y tampoco sabría nada ese chico salvadoreño tan guapo con el que había hecho el amor en São Paulo después de una noche de copas. De verdad que el sexo era una mierda. La relación carnal resultaba al final solo una especie de retroceso primitivo un tanto decepcionante. Después, una encontraba mucho menos apetecible al muchacho, y se sentía un poco inclinada a odiarlo, como si él hubiese transgredido de manera insalvable la intimidad y la libertad interior de una.
“La pifiaste, guapa, la pifiaste, ahora te toca joderte, deshacerte de las pruebas y callarte, por imbécil”.
Ahora no podía ver a los hombres, a casi ninguno. Miraba a Niki y nada de lo que veían sus ojos lograba contentarla. Sin embargo, estaba desarrollando una debilidad por las mujeres. El embarazo le obligaba a desear con avidez la compañía de mujeres. Echaba mucho de menos a su madre. Odisea era... ¿Cómo explicarlo? El pilar central de una catedral, sí, ella la veía de esa manera, tan fuerte y poderosa... Era una Superviviente. Había pasado por la Extinción ella sola, bueno en compañía de un chico llamado Julio que había muerto junto antes de que las Criaturas empezaran a morir por la sepsis. Le encantaba oír aquella historia, contada directamente por los labios de una heroína como su madre. Sí, en cuanto aterrizaran iría a verla y pasaría con ella unos días.
Imbuida en sus pensamientos, de repente lanzó un largo suspiro, como de un indultado en su pena de muerte. El helicóptero había alcanzado ya un vuelo estacionario.
-¿Hola? No estás aquí ¿eh? Te noto muy lejos, nena... - preguntó de súbito Niki.
- ¿Qué? - dijo ella, que no había escuchado sus palabras, sino únicamente un rumor lejano.
-Pues que parece que todavía no has salido de esa cárcel.... Has estado así durante todo el vuelo, cuando te hablo parece que vuelves de alguna estrella, de esas que están a años luz de distancia... Tienes que intentar olvidarlo todo, ya sabes lo que piensan de ti en el barco: lo que hiciste estuvo muy bien, ninguno de nosotros se hubiera atrevido.
María esbozó una afectada sonrisa.
-Vaya, pues ni lo pensé, te lo juro... Cuando escuché lo del muro me enfadé tanto... Me levanté, cogí mi copa de vino y se la tiré por encima a esa mujer... Luego le aticé bien fuerte.
-¿A “esa mujer”? ¡Ja, ja, ja! ¡Le diste una bofetada a la presidenta de los Estados Unidos! ¡Y retransmitido en directo! ¡Ja, ja, ja!
-Sí, bueno, es que me dio una rabia lo del muro... Además dijo “ningún ser humano debería acercarse a menos de cien metros de la costa”, eso significa que los Repobladores han ganado, que lo que hacemos tú yo se ha terminado...
-Sí, y lo arsenal nuclear... ¿Te enteraste de eso en la cárcel? Quieren explosionar las armas nucleares de antes de la Extinción en los océanos... Metieron esa enmienda el último día, a traición ¡Y todos los representantes votando con sus jodidas manos levantadas! En el Mar Viva la gente lloraba, viéndolo en televisión.
María no contestó, con la mirada perdida en la lejanía.
-¿Hola? ¿Hola, hola?
-Sí... Es que... Estaba pensando en el tiempo que hacía que no disfrutaba de esta sensación... - mintió. - Estar aquí, sentada con los pies sobre este vacío azul... No puedo creer que hubiese olvidado esto.
Niki le contestó en un tono lamentable:
-Ya, parece que has olvidado muchas cosas en Brasil, cariño...
Después de haber divisado aquella terrorífica medusa gigante algo trágico y esencial parecía haberles unido de nuevo durante unos minutos hasta que ¡plaff!, se había vuelto a esfumar. Hasta Niki, un hombre cuya poderosa mandíbula le lanzaba siempre e inevitablemente a la acción y era, de manera evidente, enemigo de las reflexiones, se había dado cuenta aquella mañana, en el primer encuentro con María en el helipuerto después de tres meses sin verse, de que algo había cambiado, para siempre y de manera irremediable, no había ninguna duda.
Al menos él, en esos momentos, no la tenía.
-Puede que sea cierto - admitió ella. -Pero aún así cada noche, entre esas cuatro paredes, intentaba pensar en todo esto, en este color azul. Me dormía, cuando podía dormir, viendo siempre el mar en mi cabeza, aunque cada vez me costaba más.
-¿Y en mí? ¿Pensabas un poquito en mí?
-¡Pues claro, imbécil!
A María no le gustaba el rumbo de la conversación. No estaba para cuestiones demasiado profundas en aquellos momentos. Para cambiar de tema le preguntó:
-¿Tú crees que esa Gran Gigante ha salido de los campos de estróbilos que descubrió el Némesis?
A finales de Diciembre del año pasado el Mar Viva había iniciado una campaña de exploración en el Canal de Menorca. Cerca de un gran acantilado, que en realidad era coral fosilizado, el ROV Némesis encontró una extensión interminable de estróbilos que se perdía en el horizonte. Cientos, miles de pólipos en diferentes fases de desarrollo cubrían millas y millas de suelo arenoso, lo que planteó serios interrogantes a la Comunidad Internacional. ¿Eran los inicios de una segunda plaga y una nueva Extinción? Los Repobladores intervinieron: Había que destruir aquellos campos de estróbilos, lo que a muchos les pareció una barbaridad. Hubo intensos debates, pero al final vencieron.
En Enero un destructor de la marina rescatado del óxido en la Base Naval de Porto Pi lanzó mil doscientas cargas de profundidad sobre los campos de estróbilos, arrasándolos.
María y Niki contemplaron las imágenes en televisión con el corazón encogido. Ese no era el futuro, pensaban los dos. Destruir el mar no era más que un camino seguro hacia la definitiva Extinción del Ser Humano, posiblemente el setenta por ciento de aquellas medusas serían devoradas por sus depredadores naturales antes de que consiguieran desplazarse ni siquiera un par de millas hacia la costa, aunque tampoco podían asegurarlo, de hecho nadie podía asegurar nada desde la Extinción. Lo único cierto era que los ejemplares que habían llevado a la mutación y a la muerte al ochenta y cinco por ciento de la población del planeta habían salido de aquella zona, eso nadie podía negarlo, por eso la Federación de Supervivientes no tuvo más remedio que inhibirse del tema sin luchar contra la destrucción.
-Es muy difícil. Esos campos quedaron totalmente arrasados, y si se salvó algún estróbilo los restos de las explosiones tenían que haberlos envenenado. ¿No viste la cantidad de cachalotes y delfines que llegaron muertos a la costa? Ya sabes, todo el mundo piensa que los Repobladores lanzaron algo más que esas cargas de profundidad, algo mucho más potente, a lo mejor radiactivo, para causar tal mortandad de peces y mamíferos.
Se quedaron en silencio, pensativos. El horizonte continuaba siendo plano, el cielo estaba despejado, apenas veteado por efímeras nubes de calor, y bajo éstas las distancias se adelgazaban, y el mar y el plano horizonte se unían con rotundidad ante sus cansados ojos. Niki buscaba con desesperación algo para distraerse, como manchas de petróleo. En la Extinción miles de petroleros y buques cisterna quedaron a la deriva o encallados. En los últimos años el óxido había logrado atravesar sus cascos y millones de toneladas de petróleo se estaban vertiendo al mar. Varias Organizaciones opinaban que había que hacer algo para evitarlo, pero como siempre los Repobladores abogaban por dejar que el petróleo aniquilara decenas de kilómetros de vida marina a modo de venganza por los millones de muertos.
Al cabo de unos minutos llegaron a la costa de Mallorca, frente a los acantilados de Cap Blanc. Allí Niki viró al oeste y se encaminó hacia la Playa de Palma. Le gustaba mucho aquella ruta que sobrevolaba el kilométrico arenal aunque, como siempre, anduviera escaso de combustible. Hizo descender el aparato, y no sin brusquedad, descendió hasta veinte metros de altura y sobrevoló el paseo marítimo desde los balnearios 1 al 14. En los meses posteriores a la catástrofe muchos de los Supervivientes, entre ellos Odisea Pascual, la madre de María, se habían instalado en aquel lugar, en las habitaciones de los hoteles, pero al cabo de los años y ante el miedo de que se repitiera la plaga se fueron trasladando al interior, a lugares elevados. Así que toda aquella zona plagada de hoteles en la que antes veraneaban cien mil personas ahora se estaba convirtiendo de nuevo en un pinar y las dunas avanzaban sin remisión, sepultando calles y edificios.
María no disfrutaba tanto como Niki. Miraba hacia la lejanía. Anochecía sobre la isla de Mallorca, el mundo parecía detenido en un paisaje estático y el mar asemejaba un decorado de acuarela, completamente añil. A poniente el sol se ocultaba tras el horizonte tiñendo las nubes de un anaranjado-sangre, apenas restaba una media luna de claridad rodeada por el ocaso. Sobre el llano de la isla, en las estribaciones de la Sierra de Tramontana, veladas llamaradas de relámpagos anticipaban una tormenta seca.
Niki, de repente, soltó el stick cíclico y agitó violentamente la mano en el aire.
-Me duele... ¡Joder, cómo me duele!
-¿Y tus guantes? - le preguntó María.
-Ah, te has dado cuenta de que estos no son los míos... Los míos los perdí hace más o menos un mes, sí, los que me había hecho mi mamma, una verdadera lástima; y todo porque tú no estabas, porque si llegas a estar aquí seguro que los encuentras en un santiamén. Estos los compré en una tienda de Palma, en la calle Sindicato, pero no, no se me ajustan... Si no son de la medida exacta acabas agarrando el stick con demasiada fuerza y te destrozas la muñeca y el antebrazo. Ahora mismo se me está quedando el brazo más tieso que un muerto. Prepárate, cariño, tocamos el Mar Viva en veinte segundos.
María apoyó los pies sobre el suelo con todas sus fuerzas mientras la cubierta del barco se agigantaba a mayor velocidad de la que sus nervios eran capaces de soportar, debía ser porque hacía tiempo que no volaba, o simplemente porque tenía los nervios a flor de piel, sí, debía ser eso último. Se concentró en sus recuerdos, buscando algunos que, a pesar de su lejanía en el tiempo, se mantenían recientes y nítidos en su mente, como el de su primera noche como voluntaria en el Mar Viva Med cinco años atrás: henchida de euforia, se había apuntado a todas las actividades posibles, de manera que acabó haciendo una guardia nocturna de dos a seis, después había subido al puente de mando para recibir explicaciones de cómo se hacían las maniobras de atraque y desatraque y, de ocho a nueve, había ayudado a limpiar el barco con el resto de la tripulación. No contenta con ello a las nueve y media, recordaba, había revisado un sinfín de compartimentos interiores con una linterna para verificar que no hubiera filtraciones de agua o conatos de incendios (le habían asegurado que aquello no era ninguna broma de novato, sino una más de las rutinas diarias, pero no había nadie, excepto ella, llevándolo a cabo). Después, totalmente agotada, había ido a la cocina para ayudar a preparar el almuerzo, entonces le habían informado de la reunión de toda la tripulación para coordinar la última campaña de los ROV, pero María no había podido llegar a aquella reunión, a las once de la mañana sucumbía por el agotamiento sobre la mesa de la cocina. Mahmoud, el cocinero maliense, la había echado de allí y cinco minutos después dormía como un tronco en su camarote; así que ese primer y lejano día a bordo del Mar Viva había sido, de verdad, una auténtica locura. Lo recordaba perfectamente todo, hasta el último detalle, tenía la mente muy despierta en aquellos tiempos, muy pocas cosas importantes en las que pensar, más bien cosas que olvidar...
Antes opinaba que ningún acontecimiento, ningún hecho en la vida de una persona existe aislado, las cosas se van sucediendo y repitiendo a lo largo de una vida, se van reinventando y se reinterpretan, pero nunca dejan de ser las mismas cosas, y así las continúa amalgamando la memoria durante un día y otro y otro. En el momento actual María no lo entendía así, su embarazo era el principio y el fin de todas las cosas, la causa por la que se vería obligada a dejar atrás un tipo de vida que, si le faltaba, provocaría su asfixia, su absoluta decadencia; por eso trataba de hallar continuamente algún nexo entre su actual estado y aquellos días pasados de activismo puro y duro. Si lo hallaba podría existir todavía una remota posibilidad de no abortar, de tener, quizás, a su hijo, aquella simiente que se desarrollaba de manera lenta y pertinaz en el interior de su cuerpo.
De repente notó cómo los patines del Libélula del mar se afianzaban sobre la cubierta del Mar Viva, cómo el rotor emitía un último y poderoso zumbido, igual que un aullido, y detenía su marcha, y las aspas, que continuaron girando por la fuerza centrífuga.
-¡Vamos enseguida al laboratorio! - le gritó a Niki dos minutos después. Caminaba encorvada junto a él alejándose del giro de las aspas, la Canon T50 colgada del cuello, las caras de los dos amalgamadas por las sombras de una cálida brisa nocturna que barrió de súbito el helipuerto, de babor a estribor. En el cielo la bóveda se había llenado de estrellas y la luna parecía dejarse coger hasta por las manos de un niño, de lo gigantesco. El calor del día continuaba presente, negándose a retroceder y empapando las cosas y los seres de un omnipresente rocío, una sensación de humedad sin límites.
-¡María! - gritó alguien de pronto, con los brazos abiertos. Era Susanita Domenge, la segunda mujer, después de su madre Odisea, a quien María más amaba. Iba vestida con un pareo de estampados africanos y un bikini caqui.
-Cielos... Por fin estás aquí, cariño... - balbuceó la mujer con acento de incredulidad y una cierta expresión de pasmo cincelada en el rostro, por lo demás plagado de arrugas y estragado por los recuerdos.
María adoraba a aquella mujer, de una manera profunda y visceral. Ambas tenían caracteres muy parecidos, basados en una volubilidad extrema y sin tapujos. Antes de la Extinción Susie vivía en S’Illot, tenía un trabajo de verano vendiendo crepes calientes con un carrito en el paseo y era la mejor y única amiga de su madre. Pero en aquel entonces solo tenía dieciocho años.
-Estás... ¡Espléndida! - le dijo con una gran sonrisa que convirtió su cara en una malla de arrugas. -¡Mejor que nunca...! - La abrazó tan fuerte y la pilló tan desprevenida que le hizo daño en los pechos. Por fin se separaron, pero Susie continuó con sus manos sobre los hombros de María, contra los que frotaba las palmas con ahínco.
-Cuanto te he echado de menos, cariño mío, y mira que tenía la intuición de que no podrías estarte quieta en Sao Paulo; yo ya lo dije desde el principio, que ni tú ni yo éramos las más adecuadas para ir a escuchar a aquellos papanatas, pero nadie me hizo caso...
-Bueno, en la cárcel no se pasa tan mal...- respondió María, bajando los ojos hacia el suelo. Notaba que olía a sudor, su piel pegajosa y cálida, febril. De pronto se dió cuenta de que seguramente Susie averiguaría de un vistazo que estaba embarazada, la visualizó de pronto bajando la mano hacia su vientre y murmurando palabras de sorprendida enhorabuena mientras la cara de Niki se tornaba del color de la pintura de cala de las paredes. No, por favor, aquello no podía suceder...
-¡Estás super guapa! - exclamó sin embargo Susie, desvaneciendo su temor. -¡Es que parece que la cárcel te sienta bien! ¡Tendremos que mandarte de nuevo a una cumbre mundial, cariño, a montar un buen tumulto! ¡Ja, ja, ja!
-¡No, por favor! - rogó María, con aire de suficiencia. -¡Dejadme dormir por lo menos tres semanas sobre un colchón de los de verdad!
Todos se rieron. Susie volvió a abrazarla y María supo que no se había dado cuenta de su nuevo estado, pero aún así no podía bajar la guardia.
-¡Oye! ¿Ya has visto a la gente? ¡Todo el mundo te esperaba esta mañana! Ahora estarán todos en el comedor, a punto de cenar...
-Ella quiso subirse al Libélula enseguida... - intervino Niki quedamente, con los brazos cruzados sobre el pecho y apoyado en el dintel de la puerta, los cabellos mojados de sudor entrándole en las comisuras de los labios. -Yo no pude hacer nada, Susie, estoy seguro de que no hace falta que te dé detalles...
Susie miró a María con un exagerado y falso gesto de incredulidad.
-Así que has estado dando vueltas todo el día por aquí y nosotros sin enterarnos... ¡Ay, niña, nunca dejarás de sorprenderme, de verdad! - ahora la achuchaba, le pellizcaba las mejillas con gesto maternal. -¡Pero bueno, venga, vamos al comedor!
-¡No, espera Susie! - María plantó sus pies sobre el suelo, porque la otra la empujaba ya, en dirección a la salida.
-¿Qué ocurre?
Ella levantó la cámara, que había mantenido todo el tiempo en la mano izquierda, y dijo:
-Deberíamos analizar estas fotografías cuanto antes, Susie. Niki y yo hemos visto algo increíble a cinco o seis millas de Cabrera: una Gigante, una de las más grandes que he visto nunca. Nosotros creemos que puede venir de esos campos de estróbilos que descubrió el Némesis hace varios meses.... Que pudo salvarse de los vertidos, aunque es imposible que haya crecido tan rápido...
-¡Oh, no! ¿Pero qué estás diciendo? ¿Una tan grande? - dijo la otra, con gesto aprensivo, mientras cogía la Canon y la conectaba al puerto USB del ordenador. En la pantalla fueron apareciendo paulatinamente las fotografías que María había tomado, pero no era en absoluto lo que ella esperaba; las imágenes que había captado no parecían servir inicialmente para nada, en la mayoría no se apreciaba más que la borrosa superficie azul del mar. Niki se fue acercando a la pantalla, sorprendido, al igual que Susie, de la mala calidad de aquellas imágenes.
-¿Qué lente usaste para tomar las fotos, María?
-La Tamron... - dijo ella con gesto cansado.