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Del incipit del libro:¿Habéis observado alguna vez el sol cuando se pone en el horizonte del mar? Sí, sin duda alguna. ¿Lo habéis seguido hasta el momento en que la parte superior del disco desaparece rozando la línea de agua del horizonte? Es muy posible. Pero, ¿Os habéis dado cuenta del fenómeno que se produce en el preciso instante en que el astro radiante lanza su último rayo, si el cielo, limpio de nubes, es entonces de una perfecta pureza? ¡No, seguramente no! Pues bien, la primera vez que tengáis la ocasión –¡Y se presenta tan raramente!– de hacer esta observación, no será, como podría presumirse, un rayo rojo lo que herirá la retina de vuestros ojos, sino que será un rayo verde, pero en un verde maravilloso, un verde que ningún pintor puede obtener en su paleta. Un verde cuya naturaleza no se encuentra ni en los variados verdes de los vegetales, ni en las tonalidades de las aguas más límpidas. Si existe el verde en el paraíso, no puede ser más que este verde, que es, sin duda, el verdadero verde de la Esperanza...
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Emilio Salgari
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EL RAYO VERDE
I El hermano Sam y el hermano Sib
II Helena Campbell
III El artículo del Morning Post
IV El descenso por el Clyde
V De un barco a otro
VI El golfo de Corryvrekan
VII Aristobulus Ursiclos
VIII Una nube en el horizonte
IX Opiniones de la señora Bess
X Una partida de cróquet
XI Olivier Sinclair
XII Nuevos proyectos
XIII Magnificencias del mar
XIV La vida en Iona
XV Las ruinas de Iona
XVI Dos disparos
XVII A bordo del Clórinda
XVIII Staffa
XIX La gruta de Fingal
XX ¡Por la señorita Campbell!
XXI Tempestad en una gruta
XXII El rayo verde
XXIII Conclusión
-¡Bet!
-¡Beth!
-¡Bess!
-¡Betsey!
-¡Betty!
Todos estos nombres resonaron sucesivamente en el magnífico vestíbulo de Helensburgh con arreglo a la costumbre del hermano Sam y del hermano Sib de llamar así al ama de llaves de la mansión.
Pero en aquel momento los diminutivos familiares del nombre de Élisabeth no hicieron aparecer a la buena mujer ni tampoco si la hubieran llamado con su nombre entero.
En cambio, el que apareció en la puerta del vestíbulo con la gorra en la mano fue el mayordomo Partridge en persona.
Partridge se dirigió a los dos personajes de alegre semblante sentados en el alféizar de una ventana que hacía tribuna en la fachada de la casa:
-Los señores han llamado a la señora Bess -dijo-, pero la señora Bess no está en casa. -¿Dónde está, pues, Partridge?
-Ha salido acompañando a la señorita Campbell, que se pasea por el jardín.
Y Partridge se retiró ceremoniosamente, obedeciendo una señal que le hicieron los dos hermanos.
Estos dos hermanos, Sam y Sib -cuyo verdadero nombre de bautismo era Samuel y Sébastien-, tíos de la señorita Campbell, escoceses de pura cepa, escoceses de un antiguo clan de las Tierras Altas, contaban entre los dos la bonita edad de ciento doce años, con una diferencia sólo en quince meses entre el mayor Sam y el menor Sib.
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