Anotación
Hungría, 1898. Wilhelm Storitz, hijo de un famoso alquimista, jura vengarse de la familia Roderich, ya que no han permitido que se casara con su hija, la joven y bella Myra. Fiel heredero de los sorprendentes descubrimientos científicos de su padre, Wilhelm considera que la venganza más justa es volver invisible a la joven. Y así, el día de la boda entre Myra y su apuesto novio, la joven desaparece, para gran consternación de los invitados.
Este inesperado suceso desencadena una larga serie de aventuras y otros acontecimientos igual de sorprendentes, hasta un desenlace imprevisto.
El secreto de Wilhelm Storitz se inscribe dentro de la línea fantástica de la extensa obra de Julio Verne.
JULIO
VERNE
ElSECRETOde
WILHELM STORITZ
LA PASIÓN DE WILHELM STORITZ
A finales del siglo XIX, Julio Verne tiende a liberarse de los estrechos límites a los que le confina el lema de la colección Hetzel, «Educación y recreo». Si bien el escritor sigue respetando a sus lectores, bajo la vigilancia del editor Jules Hetzel, sucesor de su padre, Pierre-Jules Hetzel, se atreve no obstante a abordar otros ámbitos poco a poco, en particular el género fantástico, con Le Sphinx des glaces («La esfinge de los hielos») (1897) y Les histoires de Jean-Marie Cabidoulin («Las historias de Jean-Marie Cabidoulin») (1901). Sin duda esas novelas «extraordinarias» se salen de lo corriente, pero no en el sentido en que lo entienden —y lo esperan— los jóvenes lectores. Por eso la crítica las desdeña, de lo que se resienten las ventas.
Verne, prudente, deja entonces de lado sus obras «no reglamentarias». Sin embargo, insiste en ver publicada una nueva novela fantástica, Le Secret de Wilhelm Storitz («El hombre invisible»). Con esa obra maestra ¿se desquitará Verne —él, que «no cuenta en la literatura francesa»— y será apreciado al fin por su talento de escritor y ya no de divulgador? La muerte le impedirá conocer el destino de ese libro, el último confiado al editor.
Los manuscritos póstumos de Julio Verne
Por desgracia, las obras póstumas más caras al corazón de Verne serán desvirtuadas. Obedeciendo a intereses de índole comercial, el editor quiere modificarlas. Por consiguiente, encarga al hijo del escritor que las reescriba añadiendo mayores dosis de ciencia, personajes pintorescos y conclusiones dichosas. Michel Verne toma el gusto a «corregir» las novelas de su padre y traiciona su espíritu. Así falsificadas, pierden su alma y no pueden ser apreciadas en su justo valor.
En 1977, Piero Gondolo della Riva encuentra en los archivos de los descendientes de Jules Hetzel las copias mecanografiadas de los manuscritos originales confiados por Michel Verne al editor. El investigador italiano constata las divergencias existentes entre lo mecanografiado y los libros publicados. Tras calibrar la amplitud de las modificaciones efectuadas, se impone la tarea de publicar las versiones originales, las únicas auténticas, de las novelas dejadas por Julio Verne. La Société Jules Verne es la primera en consagrarse a ello, publicando en tirada limitada, entre 1985 y 1989, Le Secret de Wilhelm Storitz («El hombre invisible»), La Chasse au météore («La caza del meteoro»), En Magellanie («Los náufragos del Jonathan»), Le Beau Danube jaune y Le Volcan d’Or («El volcán de oro»).
Sólo faltaba dar a conocer al gran público esos textos ignorados. Un siglo después de su creación, las postreras obras vernianas recuperan de ese modo sus cualidades originales. El escritor, mejor comprendido —y tras el éxito alcanzado por Paris au XXe siècle («París en el siglo XX»)—, ve cómo su valor literario se afirma una vez más al aproximarse el centenario de su muerte, en 2005.
El secreto de Wilhelm Storitz
En 1897 Julio Verne debió leer sin duda una reseña de El hombre invisible, de H. G. Wells, y en 1898 imagina, a la inversa, una «novia invisible», título demasiado explícito con el que designa al principio su nueva novela. El espíritu de ambas obras difiere: rudo en Wells, nostálgico en Verne. Más tarde, hacia 1901, el escritor recupera y modifica su primera versión con el fin de hacerla más sobria y concisa.
Verne cree tener en sus manos una nueva obra maestra, pero teme la reacción de Hetzel y vacila en comunicárselo. Habla de ello en diversas ocasiones, y no se decide hasta septiembre de 1904:
Mer saharienne [L’Invasion de la mer] —dice al editor— irá seguida de Le Secret de Storitz, cada una en un volumen, que deseo ver publicados en vida.
Jules Hetzel, reacio, prevé una prepublicación en un periódico para adultos, en lugar del Magasin d’Education, destinado a los adolescentes. Por fin, el 5 de marzo de 1905, diecinueve días antes de su muerte, el escritor confía su manuscrito, acabado y listo para componer, con algunos comentarios:
Storitz es el invisible, es puro Hoffmann, y Hoffmann no habría osado llegar tan lejos. Tal vez haya que suavizar un pasaje para el Magasin, pues el título de esta obra podría ser también La Fiancée Invisible.
A la muerte de Julio Verne, Hetzel lee la novela. Contrariado por su fuerza, su acción contemporánea, su clima pasional y su romanticismo fantástico, el editor rechaza su publicación. Habrá que esperar a 1909, tras la aparición de otras obras póstumas, para que Michel Verne acometa la modificación de Storitz según las directrices de Hetzel.
El manuscrito de Storitz
El manuscrito de El secreto de Wilhelm Storitz ofrece un texto sumamente trabajado. Las correcciones son numerosas, sobre todo las supresiones destinadas a retener tan sólo lo esencial. Aparecen páginas enteras tachadas, sustituidas por una nueva redacción al margen. En él no se detectan, como había ocurrido con las otras novelas póstumas, lagunas ni cambios de nombres propios. La única vacilación del autor es el nombre dado al bulevar donde se encuentran las casas Roderich y Storitz, llamado en ocasiones «Tekeli» pero con mayor frecuencia «Teleki», al contrario de Michel Verne, que opta por la primera.
Postrera obra confiada en vida por el autor, lista para su publicación, El secreto de Wilhelm Storitz no necesita revisión alguna, a no ser la última corrección de pruebas, la cual hemos intentado suplir revisando con cuidado la presente edición.
Invisibilidad y pasión
El tema de la invisibilidad recorre los «viajes extraordinarios»; en Le Château des Carpates («El castillo de los Cárpatos») —otra novela de pasión, hermana gemela de Storitz— aparece ya el fantasma de una mujer desaparecida, la Stilla, pero cabe citar asimismo —según Philippe Lanthony— a «diversos personajes que actúan y a los que no vemos jamás, o sólo tras haber actuado de manera oculta, ya sea como jefe invisible (Hatteras), como amenaza invisible (Silfax en Les Indes noires [“Las Indias negras”], Wang en Les Tribulations d’un Chinois en Chine [“Las tribulaciones de un chino en China”]) o como protector invisible (Nell en Les Indes noires [“Las Indias negras”] y Nemo en L’Île mystérieuse [“La isla misteriosa”])».
Las palabras de Sandorf (en Mathias Sandorf [«Matías Sandorf»]) proporcionan sin duda la clave de la novela: «La muerte no destruye, tan sólo vuelve invisible.» Una mujer amada y desaparecida —como aquella a quien Julio Verne amó— permanece en el recuerdo siempre tan bella y presente como Myra, «radiante de juventud, gracia y belleza». «Era el alma de la casa, ¡invisible como un alma!», concluye Verne. El luminoso retrato de Myra, pintado por Marc Vidal, conserva su frescura y se opone al cuadro maléfico de Otto Storitz.
En Verne no faltan heroínas tan femeninas como Myra —contrariamente a un prejuicio frecuente—, aun cuando algunas permanezcan en la sombra, se vuelvan locas o desaparezcan.
La novela habría podido titularse igualmente «La pasión de Wilhelm Storitz», pues su secreto sólo tiene por objeto saciar su amor exclusivo y obsesivo por Myra; pasión ardiente, egoísta y criminal que habrá de sorprender a quienes sólo ven en Verne a un geógrafo que pasea a sus personajes como lo haría un guía turístico. Así, el viaje de Henry Vidal a Hungría suscita sentimientos muy alejados de los grandes principios de educación científica establecidos por Hetzel padre. Resultan comprensibles las náuseas del editor al descubrir las diabólicas fechorías de Wilhelm Storitz...
Las transformaciones de Michel Verne
En un primer momento, Michel Verne percibió el vigor de la novela y sintió repugnancia ante la idea de desvirtuarla:
Con respecto a Storitz —escribió a Hetzel en septiembre de 1909—, he pasado largas horas reflexionando sobre este asunto sin decidirme a poner manos a la obra. Finalmente, he tomado la decisión de no cambiar nada de lo que hay. El volumen posee mayores cualidades de las que yo podría conferirle en cuanto a sus defectos, son irremediables. Así pues, mi papel se limitará a retocar los puntos que usted me ha indicado y a revisar el texto desde el punto de vista de la forma.
Sin embargo, Jules Hetzel, haciendo caso omiso de tamaña lucidez, exige trasladar el tiempo de la acción del siglo XIX al XVIII, sin duda para hacer más creíble la historia... desde su punto de vista. Enfrentado a tan absurda tarea, al hijo del escritor se le escapan multitud de anacronismos. Suprime las palabras modernas, la mayoría de las veces sin sustituirlas por equivalentes más antiguos, con lo que el relato pierde su sabor y se vuelve insulso. Desaparecen los ferrocarriles, los barcos de vapor, el matrimonio civil, el traje negro, las referencias hoffmannianas, etcétera.
Más tarde, Michel Verne reprochará al editor su descabellada idea:
Por lo que respecta a Storitz, se le antojó a usted la peregrina idea de que había que cambiar el «Tiempo» de la novela. En ningún momento vi gran interés en ello, y sigo sin verlo. No obstante, me ceñí a sus puntos de vista sin dificultad, lo que exigió la refundición total del libro y la caza y captura de todos los términos modernos, como kilómetros, gramos, francos, factor, etc. ¡Tal vez todavía queden algunos!
En efecto, aun cuando sólo se tratase de valses y mazurcas...
Michel Verne modifica, pues, a su antojo, introduce nuevos episodios y se entrega, en el lugar de su padre, a reflexiones incongruentes, como la que sigue:
Acaso el lector se sorprenda —¡admitiendo que alguna vez yo tenga lectores!— ante la absoluta trivialidad de un viaje cuya rareza he comenzado ponderando. Si tal es el caso, que se arme de paciencia. Antes de que transcurra mucho rato habrá tantos elementos extraños cuantos quepa desear.
Como hombre descreído, suprime todas las alusiones religiosas, como la sacrilega destrucción de la hostia:
La hostia consagrada fue arrancada de los dedos del anciano sacerdote... Aquel símbolo del Verbo encarnado, ¡profanado por una mano sacrilega! Después fue partida en mil pedazos y éstos arrojados a través del coro.
¡Algo susceptible de horrorizar a los lectores católicos! Michel Verne sustituye ese acto profanador por un numerito sin fuerza alguna, el lanzamiento de las alianzas, «que volaron a través de la nave». El hijo del escritor no comprendió que semejante agresión en una iglesia, sin reacción divina, refuerza la angustia y pone de manifiesto las dudas religiosas de su padre, irónico cuando afirma con anterioridad:
No era en una iglesia donde tal intervención [demoníaca] pudiera ejercerse. ¿Acaso el poder del Diablo no se detiene en el umbral del santuario de Dios?
Y sin embargo...
La muerte vencida
Por último —la traición más grave—, Michel Verne hace reaparecer a la desaparecida Myra. En esta novela testamento, Julio Verne transmitió un postrer mensaje: la obra artística —el cuadro y ese «viaje extraordinario»— representa lo real, símbolo de eternidad. El personaje se sacrifica para hacerlos vivir. Michel Verne, incapaz de percibir ese sentido profundo, insensible a la poética y nostálgica presencia/ausencia de Myra, opta por un final feliz, cometiendo a su vez un sacrilegio para con la literatura.
Julio Verne —hoy lo sabemos— sufrió a causa de la muerte de una amante adorada. Asocia la mencionada desaparición con la pérdida de su primer amor, Herminie, arrebatada a su pasión juvenil y casada contra su voluntad. En la obra verniana no dejamos de encontrar a hombres con el corazón roto y a rivales triunfantes. Un crítico llegó incluso a definir ese «complejo de Herminie».
En palabras de Jean-Pierre Picot, las heroínas tienen un sombrío destino: «A Ellen (Les Indes noires [“Las Indias negras”]) la toman por un fantasma, y además está loca; a Laurence (La Maison à vapeur [“La casa de vapor”]) la creen muerta, y también está loca; a Stilla (Le Château des Carpates [“El castillo de los Cárpatos”]) la consideran loca, y también está muerta; por último, a Myra la creen desaparecida, y es invisible.»
En esta última obra maestra, Julio Verne manifiesta asimismo la angustia que lo embarga ante su próxima muerte, únicamente apaciguada por el recuerdo de su «egeria», presencia eterna, invisible para todos pero viva en su corazón. La muerte es vencida por la supervivencia de la obra de arte, como lo expresa Edgar Allan Poe en El retrato oval, fuente de inspiración para Verne. Ya en Monna Lisa —comedia en verso escrita durante su juventud, de 1851 a 1855—, el joven autor había comprendido que «una obra de arte no se ejecuta sino a costa de la desaparición de su modelo». Pensamiento profundo del que jamás se desdijo, pues en 1874, años después de la redacción de Monna Lisa, Verne hace una lectura de la misma a sus colegas de la academia de Amiens.
En el relato de Poe, el pintor se extasía ante el retrato del que es autor: «En verdad, ¡se trata de la vida misma!» En Storitz, Marc Vidal exclama ante el de Myra: «... Más fiel que la naturaleza misma. (...) Se me antojaba que el retrato estaba a punto de cobrar vida.» Cuando el protagonista de Poe «se vuelve bruscamente para mirar a su adorada... ¡estaba muerta!»; Marc Vidal pierde asimismo a su esposa, que se ha vuelto invisible. Sin embargo, gracias a su retrato, sigue siendo visible: «Podéis verme tal como yo me veo a mí misma», dice, bella por siempre jamás.
OLIVIER DUMAS
Presidente de la Société Jules Verne
UNO
Y llega lo antes que puedas, mi querido Henry. Te espero con gran impaciencia. Por lo demás, el país es magnífico, y un ingeniero encontrará muchas cosas para ver en esta región industrial de la Baja Hungría. No lamentarás tu viaje.
Tuyo de todo corazón,
Marc Vidal.
No lamento ese viaje, pero ¿hago bien en contarlo? ¿Acaso no es de esas cosas de las que más vale no hablar en absoluto? Y por otra parte, ¿quién concederá crédito a esta historia...?
Se me ocurre que el prusiano de Königsberg, Wilhelm Hoffmann, el autor de La puerta tapiada, Le Roi Trabacchio, La Chaîne des destinées, , tal vez no se habría atrevido a publicar este relato, y que ni siquiera en sus Edgar Allan Poe habría osado escribirlo...
Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!
Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!
Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!
Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!
Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!
Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!
Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!
Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!
Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!
Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!
Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!
Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!
Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!
Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!
Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!
Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!
Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!
Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!
Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!