Epigramas funerarios griegos - Varios autores - E-Book

Epigramas funerarios griegos E-Book

Varios autores

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Beschreibung

Este volumen contiene una abundante colección de inscripciones epigráficas halladas en monumentos sepulcrales del mundo griego, y ofrece una rica visión de uno de los géneros más sentidos y poco conocidos de toda la literatura antigua. Las inscripciones conservadas en los monumentos sepulcrales constituyen el grupo más numeroso de todo el material epigráfico que nos ha legado la Antigüedad. En los sistemas de acomodación de los muertos, fuera el entierro (directo o en caja o sarcófago) o bien mediante incineración, se introdujo pronto la práctica de dedicar unas palabras conmemorativas de la persona desaparecida, primero en una piedra rudimentaria sobre el túmulo, después en una estela pintada y adornada con decoraciones en relieve, en estatuas y otros objetos. Estos escritos eran epigramas, composiciones de entre uno y ocho versos, sepulcrales, votivas u honoríficas, que tenían como función conmemorativa honrar y conservar la memoria del finado, y asegurar su pervivencia en el recuerdo de los vivos. Este volumen reúne una abundante colección de estos epigramas inscripcionales griegos, que con toda seguridad son reales, y no composiciones literarias ficticias, pues nos han llegado en un monumento sepulcral. Es una selección efectuada a partir de varios miles de textos epigráficos conservados, basada en un criterio tipológico y temático: son representativos de todos los temas y motivos, los más bellos e interesantes desde el punto de vista literario, así como originales. Entre estos epigramas encontramos elogios de difuntos caídos en combate, expresiones de dolor por el muerto, datos biográficos, consolaciones, recordatorios de que la muerte es un destino común de todos, de que la vida es un préstamo que hay que devolver, que la muerte es un sueño eterno y otras reflexiones de la hora postrera. En conjunto reflejan los valores de la sociedad y la posición que en ella ocupaba la persona homenajeada (abundan los epigramas dedicados a médicos, gladiadores, atletas, sacerdotes y otras profesiones y oficios destacados). Sobre todo, ofrecen al lector una rica muestra de uno de los géneros más sentidos de toda la literatura antigua.

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Asesor para la sección griega: CARLOS GARCÍA GUAL .

Según las normas de la B. C. G., la traducción de este volumen ha sido revisada por JAIME CURBERA .

© EDITORIAL GREDOS, S. A.

Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1992.

www.editorialgredos.com

REF. GEBO269

ISBN 9788424931988.

INTRODUCCIÓN

AQUÍ YACE MARIGÓ A. NISTAZU . ABANDONÓ LA VIDA EL 10 DE FEBRERO DE 1908

No apuré mi juventud ,

No me llegó la vejez .

Hoy me cubre el frío suelo .

Como una madre me abraza .

(Estela. Museo Arqueológico de Argos)

Las inscripciones sepulcrales cumplen un importante cometido: acompañan al hombre en su última y eterna morada. De ahí que constituyan el grupo más numeroso de todo el material epigráfico que nos ha deparado la Antigüedad, y que desde entonces hasta nuestros días nunca hayan dejado de escribirse epitafios, en prosa o en verso, como el de la pequeña Marigó que encabeza nuestra introducción.

I. MONUMENTO SEPULCRAL Y EPIGRAMA FUNERARIO

Inscripción y soporte material son inseparables. No es, pues, conveniente tratar de los epigramas funerarios epigráficos sin considerar, al menos brevemente, el monumento sepulcral mismo y, con él, algunos aspectos de los usos funerarios griegos.

Los griegos practicaban dos tipos de sepultura: la inhumación y la incineración. En el primer procedimiento, el más antiguo, se depositaba al difunto bajo tierra, bien directamente, bien dentro de una caja o sarcófago de madera, arcilla o piedra. La incineración, costumbre más reciente, procede al parecer de Asia Menor, y está atestiguada en Grecia ya en el siglo XIII a. C. Más tarde se extendió también a las colonias griegas de Italia. Los restos incinerados del difunto, y de los objetos que habían sido quemados con él, se depositaban en tierra o en recipientes de cerámica o mármol.

Desde muy pronto surgió el deseo de indicar la presencia del sepulcro mediante una señal. Al principio era anónima y se reducía a un túmulo de tierra o piedras amontonadas, con otra que sobresalía encima. Más tarde, con la introducción y extensión de la escritura, en la tumba —sobre una piedra algo más elevada, o en el recipiente que contiene los restos1 — se escribe el nombre del difunto, elemento fundamental, como se verá más adelante. El siguiente pasó será la representación del difunto mismo sobre su tumba.

Estela sepulcral de Dexíleo. Atenas, s. IV a. C.

Con el tiempo, la piedra rudimentaria sobre el túmulo deja paso a una estela, piedra rectangular colocada encima de la tumba y sobre la que se escribe el nombre del difunto. Éste será el monumento sepulcral más extendido por todo el mundo griego. Desde fecha muy antigua —ya desde época micénica— la estela era pintada y adornada con decoraciones en relieve. Más tarde, la estela puede adoptar el aspecto de un templete o naískos; en él puede aparecer la imagen del difunto y, posteriormente, escenas de la vida real, con otras figuras junto a él. Estas representaciones aluden a actividades desarrolladas en vida por el difunto (niño con su perro, atletas ejercitándose, un soldado armándose o galopando a caballo, la difunta en el gineceo con un espejo o una sirvienta, etc.)2 . Otras veces la escena alude al tipo de muerte que ha tenido el difunto (un hombre sobre una nave, en caso de un naufragio; un hoplita o un caballero, en caso de muerte en combate, etc.). La inscripción podía estar grabada encima o debajo de la escena figurada, o incluso dentro3 . Muchas veces el contenido de la inscripción y la escena del relieve están estrechamente relacionados, por lo que es fundamental el conocimiento de ambos elementos para la total comprensión del monumento sepulcral (cf. Pfohl, «Das anonyme Epigramm…», págs. 82-89).

Sobre la tumba podía erigirse también una estatua (aunque sólo se lo podían permitir las familias acomodadas), o un vaso, de cerámica o mármol. Los vasos funerarios más antiguos proceden de Atenas: son los grandes vasos de cerámica de estilo geométrico del Dípilon, del siglo VIII a. C. Más tarde, en el siglo V a. C., aparecen en Atenas vasos de mármol que sustituyen a los perecederos de cerámica4 . Muchas veces los vasos de arcilla tenían escenas pintadas, y los de mármol, en relieve. En ocasiones los vasos no eran vasos reales, sino meras representaciones en relieve sobre las estelas. El empleo de vasos funerarios duró hasta época imperial.

Hay otros tipos de monumento sepulcral, como el altar (sobre todo en Asia Menor), sobre el que se grababa la inscripción, y los sarcófagos (sobre todo en Asia y Egipto durante la época imperial, y en Roma en tiempos de Trajano). En estos últimos la inscripción se escribía en la cara anterior o en la cubierta, y con frecuencia se adornaban con determinados temas funerarios, como Hermes psicopompós , Plutón y Perséfone, o Caronte en su barca. Por lo que respecta a la cámara sepulcral, responde a la creencia de que el difunto sigue viviendo en el más allá, para lo que necesita una casa. Esta costumbre se remonta a otras civilizaciones anteriores como Egipto y Asiria. A este mismo deseo se debe también, en última instancia, la costumbre de depositar en la tumba objetos que el difunto había usado en vida (como alimentos), o, simplemente, representarlos en las estelas sepulcrales. Dentro de la cámara sepulcral las inscripciones se grababan en las paredes o en el lecho de piedra donde descansaba el difunto.

A fines del siglo IV a. C. un hecho fundamental tuvo lugar: Demetrio Falereo estableció una ley que limitaba los gastos para las sepulturas (cf. Cicerón, De legibus II 64 y 66)5 , con lo que desaparecieron las grandes estelas en forma de templete, las estatuas, los vasos de mármol, que son sustituidos por pequeñas estelas sin adornos y columnitas que no podían sobrepasar los tres codos de alto. Aunque más tarde la situación se relajará algo, sin embargo, salvo algunas excepciones, ya no encontraremos los suntuosos monumentos sepulcrales de antaño.

Ya hemos mencionado que las inscripciones sepulcrales podían estar en prosa o verso. Estas últimas, muy numerosas y atestiguadas desde el siglo VII a. C., tienen gran importancia e interés no sólo en el campo de la epigrafía y de la onomástica, sino también para la historia de la literatura, de la religión y de la sociedad griegas.

II. DEFINICIÓN Y EVOLUCIÓN DE LOS EPIGRAMAS

En un principio los epigramas eran composiciones breves (de uno a ocho versos), con una finalidad eminentemente práctica: ser grabados en objetos votivos, estatuas honoríficas o tumbas. Había, por tanto, tres tipos: sepulcrales, votivos honoríficos.

En los primeros siglos (VIII -V a. C.) no experimentarán ningún cambio notable, pero a partir del siglo IV se produce un giro decisivo: se hacen cada vez más extensos y, lo más importante, pierden su finalidad práctica. Ya no se escriben exclusivamente para ser grabados en piedra u otro material, sino también con fines meramente literarios. De este modo, el epigrama se convierte en un género literario más, sin que dejen de componerse epigramas sepulcrales, votivos u honoríficos para ser inscritos. Aparecen así un gran número de temas nuevos, sobre todo a partir de la época helenística, cultivándose, además de los ya mencionados, también los amorosos, descriptivos, epidícticos, simpóticos, satíricos, etc. La variedad temática es característica de la época helenística.

Es también importante la influencia que ejercerán la tragedia y la filosofía, tanto en el contenido (aparición de motivos gnómicos, el tema de la mors immatura , la muerte considerada como una liberación de los sufrimientos de la vida, exhortación a gozar del presente —carpe diem— , entre otros), como en la forma (empleo del diálogo).

Aunque ya antes del siglo IV a. C. hay epigramas de carácter literario, compuestos (o atribuidos) por autores famosos como Anacreonte, Safo, Simónides, Platón, etc., es a partir del siglo IV a. C., sobre todo con Asclepiades, cuando se desarrolla como un verdadero género literario ampliamente cultivado. En efecto, sustituye a la elegía, que a partir del siglo V casi desaparece, y hereda su amplia gama de temas. En esta época el epigrama se aproxima tanto a la elegía que en el caso de algunos poemas cabe dudar si se trata de elegías breves o de epigramas extensos.

Otra característica de los epigramas de época helenística, sobre todo de los literarios, es la «variación»: los poetae docti helenísticos estudian la obra de sus predecesores para incorporarla a la suya propia, pero con afán de innovación y variación; sólo el lector que conozca el modelo podrá entender el epigrama. Como modelos de éste, el poeta utiliza composiciones de diferentes géneros y épocas, aunque generalmente son otros epigramas. Los escasos datos que tenemos sobre la vida de los poetas helenísticos impiden muchas veces saber cuál es el modelo y cuál el imitador (con mayor motivo en el caso de los epigramas epigráficos, casi todos anónimos y de fecha no precisable con exactitud)6 .

III. CLASIFICACIÓN DE LOS EPIGRAMAS

El principal criterio que hay que seguir al clasificar los epigramas es el fin para el que fueron compuestos:

1) Epigrama reales o epigráficos, escritos para ser grabados en estelas, estatuas y otros objetos. Los más antiguos datan del siglo VIII a. C., y se siguen escribiendo ininterrumpidamente hasta época bizantina y moderna. La mayoría son sepulcrales, votivos y honoríficos. Algunos nos han llegado por transmisión indirecta, a través de citas de autores como Pausanias, Plutarco, Estobeo, Ateneo, etc., o incluidos en la Antología Palatina .

2) Epigramas ficticios o literarios, compuestos como obra literaria con finalidad artística. Los temas son muy variados: funerarios, votivos, honoríficos, amorosos, simpóticos, descriptivos, etc. Se encuentran en papiros, citas y, sobre todo, reunidos en colecciones. Estas últimas son frecuentes a partir de la época helenística, aunque algunos suponen que ya existían en el siglo V a. C. (de Simónides, por ejemplo). La colección más importante es la Antología Palatina , de ca . 980 d. C., recopilación de otras colecciones anteriores (las de Meleagro [ca . 100 a. C.], Filipo de Tesalónica [ca . 40 d. C.], Agatias [s. VI d. C.], y Céfalas [900 d. C.]). Los epigramas funerarios están reunidos en su mayor parte en el libro VII, 754 en total —seis de ellos repetidos—, si bien encontramos también algunos entre los votivos y amorosos (libros VI y V, respectivamente) y, sobre todo, entre los epidícticos (IX) y protépticos (X): al no presentar estos epigramas un motivo único, fue posible incluirlos en uno u otro libro. Por otra parte, en el libro VII hay también epigramas que no son funerarios y que han sido incluidos en este libro por error. Otra colección es la Antología Planudea , de ca . 1300 d. C., cuyo capítulo tercero contiene los epigramas funerarios. La mayoría de los epigramas de la Planudea se encuentran en AP; los que no están en esta última colección, normalmente son reunidos y editados como el libro XVI de la Antología Palatina .

Algunos epigramas han llegado a nosotros por más de una vía7 , lo que ha hecho pensar que muchos otros epigramas literarios también pudieron ser escritos en piedra, aunque sólo conservamos su versión manuscrita.

IV. CARÁCTER REAL O FICTICIO DE LOS EPIGRAMAS FUNERARIOS LITERARIOS

Como ya hemos dicho, a partir del siglo IV a. C. los epigramas dejan de tener una finalidad exclusivamente práctica y se escriben también con intención meramente literaria. Una cuestión que afecta a muchos de los epigramas funerarios transmitidos por vía literaria (bien recogidos en la Antología Palatina o citados por otros autores), es la de su carácter real o ficticio, es decir, si fueron escritos realmente para ser grabados en una tumba, o no. Su existencia real está asegurada en aquellos casos en que, como ya hemos apuntado, un epigrama literario se ha conservado también epigráficamente. Son casos muy raros. Otras veces, el autor antiguo que cita el epigrama dice haberlo visto inscrito, o el recopilador de la Antología Palatina afirma en el lema que el epigrama procede de una inscripción. Salvo en los casos de epigramas dedicados a personajes importantes, míticos o históricos, con toda seguridad ficticios, es muy difícil, si no imposible, decidir si un epigrama funerario es ficticio o real.

V. FUNCIÓN DE LOS EPIGRAMAS FUNERARIOS

La estela sepulcral y su epitafio, ya sea en verso o en prosa, tienen principalmente un carácter conmemorativo. En un estadio de religiosidad primitiva el fin del monumento sepulcral era impedir, con su peso, que el alma del difunto regresara a la tierra8 . Posteriormente, en cambio, el monumento sepulcral fue considerado un lugar donde el alma del difunto podía asentarse.

Pero desde los textos más antiguos, la función de la estela sepulcral y de la inscripción grabada en ella era honrar y conservar la memoria del difunto entre las generaciones venideras. Así, en Homero, Ilíada VII 85 y ss.:

Para que los aqueos de larga cabellera lo entierren y le erijan un sepulcro junto al ancho Helesponto, y entre las generaciones venideras diga alguien mientras surca el vinoso mar en su barco de nutridos bancos: «este es el sepulcro de un hombre que antaño mató el ilustre Héctor en esforzado combate». Esto dirá, y mi gloria no perecerá nunca;

Odisea IV 584:

Alcé un túmulo a Agameón, para que su gloria sea imperecedera.

Cf. también Ilíada VI 457 y ss.; Odisea XXIV 32-3, 80-4, etc.

Estos pasajes nos llevan a la cuestión de si Homero utilizó como modelo epigramas funerarios ya existentes, o si fue él, como se ha sostenido, el creador del género9 . Este punto también está relacionado con el problema de la introducción de la escritura alfabética en Grecia, pues es posible que junto con el alfabeto los griegos también tomaran de los fenicios un determinado formulario epigráfico10 .

A través de su nombre en la estela el difunto conserva un vínculo con la vida, con lo que pervive en el recuerdo de los vivos gracias al sepulcro y al nombre grabado en él11 . A esta finalidad conmemorativa responden los términos griegos para designar el monumento sepulcral: mnêma «recuerdo», sêma «señal», etc.12 . El elemento central de un epitafio es, por tanto, el nombre del difunto.

En la Antigüedad el nombre era de suma importancia. No era un signo convencional que representa la cosa, era la cosa misma. No era algo externo al hombre sino una parte esencial de él. Reflejaba el ser de su portador, y era una manera de que éste siguiera existiendo una vez muerto. Así, en Odisea XXIV 93-4, Agamenón dice a Aquiles:

Ni muerto has perdido tu nombre: para siempre tendrás gran gloria entre todos los hombres, Aquiles.

La supervivencia del muerto a través del nombre está estrechamente vinculada a su pronunciación, parte esencial del rito funerario y del culto a los muertos: cada vez que se pronunciaba en voz alta el nombre del difunto, por un instante su dueño era arrancado del mundo de los muertos y traído al de los vivos; es un vínculo del muerto con los vivos. De ahí, principalmente, el que se escriba el nombre del difunto en la tumba13 .

A ello se debe asimismo la costumbre griega de colocar las tumbas a ambos lados del camino, a las afueras de la ciudad, para que los caminantes al pasar junto a ellas se detuvieran a leer el nombre del difunto. A menudo los epigramas hacen alusión a esta situación de la tumba al borde del camino (núms. 35, 350, GV 70, 71, 97, 145, 146, 221, etc.). De este modo la lectura de la inscripción en voz alta, única relación del difunto con la vida y el mundo de los vivos, hace posible su existencia en el más allá (además, el hecho de estar la inscripción en verso ayudaría a su memorización y posterior recuerdo en la mente del lector). Por ello, uno de los principales elementos de los epigramas funerarios es la llamada al caminante, y la petición de que se detenga y lea la inscripción.

El nombre del difunto se indica con diversas fórmulas: en nominativo, en expresiones como «aquí yace…», «… marchó al Hades», «…dejó la luz del sol»; en vocativo, junto a fórmulas de saludo o expresiones de dolor; en genitivo, en expresiones como «este es el sepulcro de…», «esta es la estela de…»; en acusativo, en fórmulas como «la tierra oculta a…», «este sepulcro contiene a…», etc.; en dativo, en expresiones como «fulano ha erigido esta estela para…». A veces aparece sólo el caso correspondiente, y el resto de la fórmula se elide.

En algunas inscripciones, sobre todo de época imperial, puede sorprender la ausencia del elemento principal, el nombre del difunto. Es un hecho difícil de explicar. No lo es, en cambio, en el caso de una serie de estelas beocias de época helenística, pertenecientes a tumbas de niños que han muerto antes de recibir un nombre.

Además del nombre del difunto, suele aparecer el del padre (a veces también el de la madre), y el de la patria. Otras veces aparece el nombre del que ha erigido el monumento (es menos frecuente en las inscripciones en prosa), cuando no coincide con el del padre o familiar más próximo. Por tanto, la finalidad del epigrama en estos casos no es sólo asegurar la inmortalidad del difunto por la inscripción de su nombre en la estela, sino también la del que erige el monumento.

VI. ELEMENTOS Y TIPOLOGÍA DE LOS EPIGRAMAS FUNERARIOS

Mientras los epitafios más antiguos prácticamente se reducen a una breve mención del difunto, su filiación y su patria, los posteriores añaden otros elementos, como la llamada al caminante, elogios del difunto, causas de su muerte, consolación a los parientes más próximos o amenazas contra los violadores de la tumba. De acuerdo con estos motivos hemos agrupado los epigramas en nuestra traducción14 . A continuación, y siguiendo el mismo orden, vamos a considerar brevemente cada grupo temático.

1)El sepulcro, pervivencia del difunto

La principal función del monumento sepulcral —y su inscripción— es, como ya hemos visto en el apartado V, que el difunto perviva tras la muerte mediante su nombre grabado en la estela (cf. núms. 97 y 336). A esta idea responden las palabras de Ausonio, Parent. Praef . vv. 11-12:

gaudent compositi cineres sua nomina dici;

frontibus hoc scriptis et monumenta iubent .

2)Llamada al caminante

La llamada al posible caminante es un motivo muy frecuente en los epigramas funerarios (véase § V). El epigrama, puesto en boca del monumento sepulcral o del difunto, o bien de una tercera persona que puede ser el poeta, pide al caminante que se detenga ante la tumba, lea la inscripción con el nombre del difunto, lo compadezca y después siga su camino. En ocasiones incluso se le pide que haga alguna ofrenda o libación sobre el sepulcro en memoria del difunto (cf. AP VII 26 y 28, en tono burlesco). Como despedida, y en agradecimiento a su compasión, a veces le desea buena suerte y un feliz viaje15 .

A partir de la época helenística la expresión es menos comedida: ya no se quiere sólo la compasión del caminante, sino también sus lamentos y su llanto. El epigrama suele acabar con la fórmula habitual de saludo al viandante, a quien se pide lo mismo.

Estrechamente relacionado con la llamada al caminante encontramos con cierta frecuencia el encargo de que éste transmita un mensaje —la noticia de la muerte— a los parientes más próximos, generalmente los padres o, en ocasiones, los conciudadanos. Se trata, por lo general, de personas que han muerto y están enterradas lejos de su patria. La fórmula es «si vas a…» más la ciudad del difunto, «diles a…» más el nombre de los padres. A menudo el difunto, generalmente un marino, ha encontrado la muerte en el mar, por lo que suele indicarse en la estela que la tumba es un cenotafio (ver § 16). El cuerpo está en el mar, el sepulcro sólo tiene el nombre.

Esta petición es frecuente en los epigramas funerarios de la Antología Palatina (cf. AP VII 271-4, 277, 291), entre los que destaca por su antigüedad y belleza el famoso epitafio de Leónidas y los espartanos caídos en las Termópilas, AP VII 249 (=Heródoto, VII 228, 2): «Extranjero, anuncia a los lacedemonios que aquí yacemos por obedecer sus palabras». En los epigramas inscripcionales, en cambio, este motivo es más raro (núms. 223, 350), y a veces el contenido del mensaje es diferente: lo que el caminante ha de transmitir a los familiares del difunto no es la noticia de su muerte, sino su deseo de que sigan bien, gocen de una larga vida (núm. 350), o cesen su duelo (núms. 199 y 85; véase el apartado 7)16 .

Además de los epigramas incluidos en el apartado correspondiente, la llamada al caminante aparece también en los núms. 104, 116, 143, 144, 149, entre otros.

3)Elogio del difunto

En ocasiones el elogio consiste en una enumeración de las virtudes del difunto, casi siempre una idealización de su verdadero carácter: «de mortuis nihil nisi bonum» (ver también Tucídides, II 45, 1). De ahí que en los epigramas pueda apreciarse la evolución de los valores morales y éticos de los griegos, el ideal de moral que predominaba en cada época.

En época arcaica la virtud más valorada es la excelencia del guerrero (aretḗ) muerto en defensa de la patria. El anḕr agathós es el que muere en combate. Esto sucede de modo especial en Esparta, donde sólo tenían derecho a que su nombre figurara en la tumba los que habían muerto en combate o las mujeres muertas durante el parto (ver el apartado siguiente). A partir del siglo V se sigue elogiando la aretḗ , pero ahora con un nuevo sentido ético: son objeto de elogio las virtudes propias del buen ciudadano que están unidas a la sōphrosýnē (moderación, prudencia…)17 y la dikaiosýnē (equidad).

En la época helenística se elogian especialmente las virtudes relacionadas con la vida familiar y social: haber vivido de modo irreprochable, gozar de la estima de todos, haber ejercido sin tacha una profesión (sobre todo los médicos), piedad hacia los dioses, etc. (núms. 315, 325, 477).

También es frecuente la contraposición entre el cuerpo, mortal, oculto bajo la tierra tras su muerte, y las virtudes del difunto, cuyo recuerdo permanecerá siempre entre los vivos (núms. 47, 50), e igualmente entre la belleza del cuerpo y la del alma, esta última superior.

4)Caídos en combate

Los epitafios de caídos en combate son frecuentes en el siglo V a. C., durante las guerras médicas y del Peloponeso. Con frecuencia los monumentos eran colectivos, sobre todo en las ciudades dóricas18 . Como ya se ha dicho, en Esparta una ley de Licurgo (Plutarco, Vida de Licurgo 27, 2), prohibía inscribir el nombre del difunto en la tumba a no ser que se tratara de caídos en combate o mujeres muertas durante el parto. El epitafio sepulcral constituía, por tanto, una especie de instrumento político. A ello se debe el que la mayor parte de los epitafios laconios conocidos de época arcaica y clásica contengan la indicación «en combate» o «en parto».

A finales del siglo III a. C. renacen en Grecia las ansias de libertad, y la Liga Etolia y Esparta se enfrentan en la Guerra Social (220-217) contra Macedonia. Retorna entonces el elogio del guerrero. Este espíritu acaba en el siglo II a. C., cuando Grecia queda bajo la dominación romana. También en este tipo de epigramas al cuerpo mortal se opone la inmortalidad de la gloria, que sirve de consuelo ante la muerte (cf. Tirteo, 9 D; Heródoto, I 30, 4-5, y Tucídides, II 43, 2). El tono de estos epigramas recuerda a las elegías de Tirteo y Calino, en cuyo léxico se inspiran19 .

5)Dolor por el muerto

Frecuentemente se resalta el dolor que la muerte provoca en los parientes y amigos. Suelen emplearse fórmulas fijas, como «ha dejado dolor a los suyos» (núms. 114, 134, 172). Los lamentos de una madre por su hijo muerto se comparan con los del alción (núms. 175, 259), o los del ruiseñor (núm. 78).

Con frecuencia los epigramas aluden a manifestaciones de duelo típicas de los griegos, como los golpes de pecho o cortarse el cabello (núms. 80, 143, 179, 248, 256, 292). Estos signos externos de dolor son frecuentes en la literatura griega, particularmente en la tragedia: Esquilo, Coéforos 22-31, 423-8; Sófocles, Electra 90; Eurípides, Troyanas 480, 793-4, 1235-6; Helena 1087-89; Alcestis 101-3; Ilíada XXIII 135-7; AP VII 489 (atribuido a Safo); Fedón 89b, etc.

6)Datos biográficos del difunto

Sobre todo a partir de época romana se nos informa detalladamente de la edad del difunto (años, meses y, en ocasiones, hasta el número de días y horas vividos [números 191, 309]), su estado, descendencia, profesión o situación social (véase § 10a), viajes realizados, cargos, honores recibidos, victorias obtenidas (en el caso de atletas o gladiadores), etc. Los datos biográficos son más numerosos en las inscripciones latinas y en las griegas de época romana (véase también núms. 361, 477). La fecha de la muerte se indica sobre todo en las inscripciones cristianas, pues para los cristianos éste era el dies natalis en que comenzaba la verdadera vida.

7)«Consolatio»

El motivo de la consolatio a amigos y familiares del difunto es relativamente tardío. Puede ponerse en boca del muerto, que exhorta a los supervivientes a que cesen el duelo; en ese caso, a veces constituye el mensaje que el caminante debe transmitir (véase el apartado 2).

Los argumentos de consolatio más frecuentes en los epigramas sepulcrales son: a) la muerte es el destino de todos los hombres; b) consolatio per exemplum, y c) la muerte es el fin de los males de esta vida20 . Junto a ellos aparecen otros como la inutilidad de los lamentos (núms. 85, 139, 441; cf. Plutarco, Cons. a Apol . 106a; Estobeo, Flor . CVIII 1 y CXXIV 17); la vida es sólo un préstamo que hay que devolver (ver § 12d); la inmortalidad del alma tras la muerte del cuerpo (cf. núm. 461, y apartado 12a); la supervivencia de la fama, o simplemente del nombre, sentida como una especie de inmortalidad y, por tanto, consuelo de la muerte terrena (sobre todo en los epigramas de caídos en combate, para quienes la gloria sirve de consuelo). También la erección del monumento sepulcral conforta a los supervivientes, y, viceversa, morir lejos de la patria, sin recibir las honras fúnebres de los familiares, es causa de grandes lamentos21 .

a) La muerte, destino común de todos . — Se basa en reflexiones sobre el carácter inexorable y común de la muerte: destino de todos los mortales es morir y ningún hombre ha podido hallar un remedio contra la muerte (sobre todo en los epitafios de médicos; cf. núms. 330 y 334). El motivo ya aparece en Simónides, 9 D; Eurípides, Alcestis 782; Antígona 361; AP VII 335, 342, 452, 477.

b) También los hijos de dioses y héroes mueren . — La consolatio se apoya en la universalidad de la muerte, que no perdona siquiera a los hijos de dioses: es la llamada consolatio per exemplum . Así se recuerda cómo también murieron Minos, Sarpedón, Adonis, Osiris y, de manera especial, Aquiles y Heracles (núms. 97, 99, 103). El motivo se encuentra en Homero (Ilítada XVIII 117: «Pues ni el vigoroso Heracles pudo escapar de la muerte»), Alceo (73 D), Eurípides (Alcestis 416-20 y 892); AP VII 8. Además de los epigramas de este apartado, véanse también los números 101, 156, 258.

c) La muerte, descanso de los sufrimientos de esta vida . — Este motivo responde a una visión pesimista de la vida, típica del pensamiento griego: el destino ha asignado a los mortales los peores males, tanto que la muerte es vista como el fin de éstos, y hasta se llega a desear el no haber nacido22 .

El Hades se presenta como el término de una navegación azarosa por el mar de la vida, el puerto en que los hombres encuentran el descanso eterno tras escapar de las penalidades de la existencia23 .

Como consolación en caso de jóvenes muertos prematuramente suele aparecer la famosa sentencia de que los amados de los dioses mueren jóvenes (con lo que escapan a las penas de esta vida), que hallamos en Menandro24 (ver núms. 264, 364, y GV 130 y 1029).

8) Causas y circunstancias de la muerte

Por lo general, en los epigramas de época arcaica no se especifican las causas de la muerte, salvo los casos de muerte en combate o por naufragio.

a) Muerte natural . — En algunos epigramas se describen más o menos detalladamente las dolencias que padeció el difunto antes de morir (ver los epigramas del apartado correspondiente).

b) Muertes violentas . — En los epigramas de la Antología Palatina son frecuentes las muertes producidas en circunstancias extrañas, y presentan mayor truculencia que los epigráficos cuando describen las circunstancias de la muerte o el estado en que se encuentra el cadáver25 . También en los epigramas inscripcionales encontramos muertes violentas, por asesinato, accidente o naufragio (cf. núms. 131, 141). Entre las muertes violentas también hay que incluir las de soldados en combate, y de atletas y gladiadores en acción (apartados 4 y 10a)26 .

c) Muerte por designio de la Moira . — En numerosos epigramas se atribuye la muerte a la intervención divina. Se emplea a menudo el término general daímōn , «divinidad», que a veces es una manera de referirse al Hades sin nombrarlo. Con frecuencia se menciona como causa la «envidia» o «malicia» de los dioses (phthónos) , sobre todo en las muertes prematuras27 . Otra divinidad causante de la muerte es Týchē , el Destino, pero por lo general cuando se atribuye la muerte a causas divinas se culpa a las Moiras, en singular o en plural; el empleo del singular es más abstracto; el plural, más concreto, designa a las tres diosas que en su huso hilan el destino de los hombres. Además de los epigramas incluidos en este apartado, la muerte se atribuye a las Moiras o al Destino en núms. 29, 119, 121, 142, 147, 314, 469, entre otros.

9)Muerte prematura (mors immatura)

Son muy numerosos los epigramas de niños y jóvenes muertos prematuramente, lo que se considera como una gran desgracia. Otras veces, en cambio, la muerte en plena juventud es considerada como un bien, ya que nos libra de la penosa vejez, o como un regalo concedido por los dioses: sus amados mueren jóvenes (núms. 264 y 324; ver § 7c)28 .

a) Epitafios de niños . — En los epigramas de niños es relativamente frecuente el topos del puer senex: a pesar de su corta edad, el niño tenía la madurez e inteligencia de los mayores (cf. núms. 191, nota 1, y 221).

b) Muerte antes de la boda y sin hijos . — El lamento de un joven muerto antes de su boda recuerda con frecuencia al de Antígona 813 y ss.: «sin haber escuchado ningún canto nupcial, me casaré con el Aqueronte»; o el de Políxena en Hécuba 416: «Sin boda, sin el himeneo que me correspondía». En estos epigramas se alude a las diferentes partes del rito nupcial: los sacrificios, el banquete nupcial con las familias y amigos de los novios, el cortejo nupcial que acompaña a la pareja hasta la casa del marido a la luz de las antorchas y al son del himeneo y las flautas, etc., jugando con el doble sentido de algunos de sus elementos. La mención de las antorchas, por ejemplo, se refiere tanto a las que llevaban los que escoltaban a la joven desposada a la casa del novio después del banquete, como a las antorchas funerarias que acompañaban al muerto en el cortejo fúnebre antes de que saliera el sol (ver núms. 211 y 215). Este motivo aparece también en AP VII 182, 186, 711.

La muerte de la novia, a veces ocurrida poco antes de su boda, se compara con su rapto por Hades: en lugar del tálamo nupcial, ocupa el de Perséfone (núm. 220).

Los hijos muchas veces son considerados como una manera de alcanzar la inmortalidad: tras su muerte un hombre sigue existiendo en ellos. De ahí lo funesto de morir sin descendencia (cf. Esquilo, Coéforos 503-7). A esta idea se debe asimismo la frecuencia con que en los epigramas funerarios se dice que el difunto ha muerto tras ver a «los hijos de sus hijos» (cf. núm. 89).

c) Muerte durante el parto . — Estos epigramas son frecuentes en la Antología Palatina (cf. AP VII 163, 164, 165, etc.). En ellos a veces se expresa el deseo de que los hijos que quedan vivos vivan felices hasta su vejez (núm. 225 I; cf. AP VII 163, 164 y 165). Tanto en los literarios como en los epigráficos se suele emplear la forma dialogada.

d) La muerte de los hijos priva a los padres de sus cuidados . — Muchos epigramas expresan la idea de que lo doloroso no es morir, sino hacerlo antes de tiempo, pues entonces son los padres quienes han de dar sepultura a sus hijos, cuando debería ser al contrario. Los hijos ya no pueden cuidar a sus padres en su vejez, ni devolverles los cuidados que éstos les prodigaron cuando eran niños. El orden natural es trastocado.

El deber de gérōkomía es mencionado con frecuencia en los epigramas de muertos prematuros. Era tal la importancia de los deberes filiales —mantener a los padres ancianos y darles honras fúnebres— que estaban garantizados por la ley. Numerosos textos nos informan sobre la legislación ateniense al respecto29 . Según éstos, una ley, atribuida a Solón, obligaba a los hijos, y eventualmente a los nietos, a asegurar a sus padres manutención y sepultura. Solamente en dos casos el hijo podía ser dispensado de cuidar a su padre (aunque no del entierro): si éste lo había entregado a la prostitución, o si no le había enseñado un oficio. El incumplimiento de estos deberes era castigado en Atenas con la privación parcial de los derechos civiles (el condenado no podía hablar en la asamblea ni desempeñar una magistratura). Por unas actas de manumisión de Delfos del s. II a. C. sabemos que a veces se manumitía a esclavos jóvenes con la condición de que se encargaran de mantener a sus ancianos amos y darles las honras fúnebres30 .

El motivo de que son los hijos quienes deben enterrar a sus padres es más frecuente en los epigramas latinos; su presencia en los epigramas griegos, sin embargo, es originaria y no se debe a la influencia latina, pues ya aparece en Heródoto, I 87, y Eurípides, Suplicantes 168 y ss., 918-924; Troyanas 1187, y AP VII 261, 361; cf. también Plutarco, Consolación a Apolonio 119e, así como las leyes que hemos citado más arriba. Otros epigramas resaltan cómo los hijos del difunto han cumplido el deber de dar sepultura a sus progenitores (cf. núms. 237, 239, 242, 247 y 254), incluso cuando se trata de un hijo adoptivo (núm. 244).

10)Los epigramas sepulcrales, reflejo de la sociedad31

a) Situación social del difunto . — En numerosas ocasiones se menciona la profesión del difunto. Abundan los epigramas de médicos, actores, gladiadores y atletas. También los hay de nodrizas, sacerdotes, sacerdotisas, y —más raramente— de otros oficios como el de orfebre, leñador, alfarero o perfumista.

En los epitafios de médicos, muy abundantes, se alaba su dedicación y pericia, y son frecuentes algunos tópicos como, por ejemplo, el del médico viajero (núm. 322), o el de la impotencia del médico ante su propia muerte: contra vim mortis non nascitur herba in hortis (cf. núm. 313).

En los epitafios de gladiadores se pretende ante todo ensalzar la gloria del difunto, mencionando el número de victorias conseguidas en vida o las circunstancias de su muerte, frecuentemente ocurrida en la arena. Pueden ir acompañados de relieves con la imagen del gladiador de pie, solo o con el adversario vencido a sus pies, sus armas (puñal, tridente, casco, escudo), o los símbolos de su victoria (coronas, palma). A veces los epitafios de atletas y gladiadores son un mero catálogo de las victorias del difunto, más parecidos a las listas de victorias de las inscripciones agonísticas32 .

No son raros los epitafios de esclavos dedicados por sus amos, llenos de elogios y palabras de afecto (cf. núm. 327). Es difícil saber hasta qué punto esta imagen benevolente del amo respondía en realidad a un verdadero afecto hacia su esclavo y a la creencia en la igualdad de todos, o si, por el contrario, se trata de un cuadro idealizado (núm. 131). En ocasiones el epitafio está puesto en boca del esclavo difunto, que se deshace en elogios hacia su amo que es, en realidad, quien erigió el sepulcro y escribió el epigrama (núm. 296)33 .

b) Epitafios de mujeres . — En las mujeres se aprecia sobre todo las cualidades morales, entre las que destaca la sōphrosýnē (prudencia, sensatez, castidad), y las virtudes familiares y domésticas (por ello la mujer recibe los mayores elogios en los epitafios de época helenística, cuando la familia adquiere tanta importancia). La difunta es calificada de «buena», «trabajadora», «amante de su marido y de sus hijos», «prudente», «casta», «honrada», «piadosa» (números 271, 341, 342, 343, 366…). Las referencias a la belleza femenina son escasas y sobrias (apenas aparecen antes del siglo V a. C.): son más frecuentes a partir de época romana, y fuera de Grecia, en Italia sobre todo (núms. 355 y 398). El retrato de las mujeres que ofrecen los epigramas en época clásica y helenística responde a las palabras de Andrómaca: «No es la belleza, mujer, sino las virtudes lo que agrada a los esposos» (Eurípides, Andrómaca 207-8).

c) Descripción de ofrendas y ritos funerarios34 . — Las ideas relativas al culto a los muertos y ritos funerarios se conservan largo tiempo a través de las generaciones. Las ceremonias funerarias son cumplidas con exactitud, bien por amor (se espera que así el muerto tenga una vida mejor en el más allá), o por miedo (el muerto puede vengarse si es olvidado).

Como es natural, en los epigramas sepulcrales abundan las alusiones a ofrendas y ritos funerarios: sobre la tumba se depositan flores, mechones de pelo35 y se hacen libaciones, que pueden ser de leche, miel, agua, vino o aceite, y sirven para aplacar la sed del difunto (ver el apartado 12a)36 .

En la tragedia hay frecuentes alusiones a los ritos y ofrendas funerarias: Esquilo, Coéforos 7; Sófocles, Electra 326-7, 448-451, 896; Antígona 901-902; Eurípides, Troyanas 480, 1144, 1247, etc. Véase también AP VII 26 y 28. Además de los epigramas incluidos en el apartado correspondiente, hay referencias a ofrendas funerarias en los núms. 177, 179, 242, 246, 314, 390 y 399. En otros epigramas el difunto protesta contra la práctica de agasajar la tumba y hacer libaciones sobre ella (cf. núms. 360 y 487 II, y AP XI 8). Digamos, por último, que algunos epigramas procedentes de Egipto aluden a la costumbre de embalsamamiento de este país (cf. núm. 361).

11)Los epigramas funerarios, reflejo de las relaciones familiares

Como es natural, la imagen que los epigramas dan del difunto es engañosa, dado que están dedicados por los parientes más próximos: siempre son elogiosos y sin reproches hacia el muerto. En ellos es difícil distinguir el retrato verdadero del difunto de la idealización y estilización literaria de la que es objeto.

a) Amor conyugal . — Las manifestaciones de afecto entre los esposos, casi ausentes en las epístolas privadas en papiros, aparecen con frecuencia en los epigramas funerarios. En ellos encontramos el dolor por la separación tras la muerte de uno de los dos cónyuges, el lamento del marido por su joven esposa que le ha dejado niños de corta edad, su fidelidad, el deseo de reposar juntos tras la muerte, toda vez que también han vivido juntos. La posibilidad de reunirse con el cónyuge muerto sirve de consuelo (cf. núms. 27, 380, 387, 396 y 397). Asimismo, en el número 133 vemos cómo el marido se lamenta de no tener a su esposa en la tumba junto a él37 .

En bastantes epigramas se compara a la esposa con Alcestis, por haber realizado un sacrificio semejante al de esta heroína (núms. 381, 384, 385 y 388). En algunos de ellos no queda claro qué es lo que ocurrió en realidad, y cuál fue la causa de la muerte de la esposa.

b) Otras relaciones de parentesco . — Los epigramas dedicados por hermanos del difunto son relativamente escasos. En algunos de ellos el hermano ha ido antes a recoger los restos al país lejano en que ha ocurrido la muerte (núms. 235, 250, 409). Como en el caso de los esposos, también los hermanos expresan a menudo su deseo de reposar juntos en el mismo sepulcro (núms. 404, 406 y 416)38 . Dignos de mención son el epigrama número 401 (abuela y nieto), y el número 410 (madre e hijo)39 .

12)Creencias y motivos gnómicos

Los epigramas funerarios recogen las ideas y creencias de los griegos sobre la existencia humana, la muerte y la vida en el más allá. Con frecuencia coexisten y se mezclan ideas y doctrinas opuestas y de distintas épocas, a veces en el mismo epigrama. A ello contribuye la mezcla de poblaciones por la migración, y la convivencia de hombres de razas, culturas y creencias muy diferentes.

Los motivos gnómicos aparecen en los epigramas relativamente tarde, y en gran parte bajo la influencia de la tragedia y la filosofía. A menudo estas reflexiones y sentencias están puestas en boca del difunto, con lo que cobran más fuerza, pues son una especie de mensajes de ultratumba. Algunos de estos motivos son más frecuentes que otros40 : las honras fúnebres son un honor que le corresponde al muerto (núms. 1, 527; cf. Ilíada XVI 457; ibid . XXIII 9); los buenos no mueren (núms. 319 y 511; GV 1949, papiro de Hermúpolis; AP VII 451); Hades acoge a todos (cf. AP VII 342 y 335); la muerte es un viaje a la laguna Lete (núm. 333); la impotencia del hombre ante la muerte; la muerte es el destino de todos; la vida es un préstamo; la muerte, sueño eterno, etc. (véanse los apartados correspondientes).

Por otra parte, en los epigramas funerarios epigráficos casi no encontramos sentencias de carácter general sin relación con la muerte que, por el contrario, sí aparecen en la Antología Palatina (AP VII 79, 357, 417 vv. 5-6, 684, entre otros).

a) Consideraciones sobre el destino del hombre después de la muerte . — Los epigramas funerarios reflejan las creencias griegas sobre la inmortalidad, sobre el destino del alma después de la muerte, bajo la influencia de las diversas doctrinas filosóficas41 . Podemos destacar los siguientes aspectos:

Después de la muerte el cuerpo y el alma se separan y cada uno regresa al lugar de donde vino: el alma, ligera e invisible, sube al éter, el cuerpo lo acoge la tierra (núms. 438, 463, 469; cf. AP VII 49, 61, 62, 87, 337 y 363). Este es uno de los motivos que con más frecuencia aparecen en los epigramas funerarios a partir del siglo V a. C. En estrecha relación está la idea de que nacemos de la tierra y a ella volvemos cuando morimos (núms. 437, 439, 453, 459; cf. AP VII 371), que se encuentra ya en Epicarmo (Fragm . 245 Kaibel), y en Eurípides (Suplicantes 531 y ss.)42 . Como consecuencia, en los epitafios griegos y latinos encontramos con relativa frecuencia el siguiente razonamiento: tras la muerte el difunto se convierte en tierra; la tierra es una divinidad, luego el muerto lo es también (núms. 439 y 460)43 .

Es frecuente la heroización, o incluso divinización (cf. núms. 126 y 448), del muerto, desde comienzos de época helenística y en época imperial (sobre todo en Asia Menor). El epíteto de «héroe», que originariamente era un nombre reservado al dios del mundo infernal, empieza a aplicarse también a algunos difuntos ilustres, y más tarde se extiende a los demás muertos. Como símbolos propios de los héroes en los relieves aparecen el caballo, el árbol y la serpiente. No son raros los casos de catasterismo del difunto (números 441, 447, 454, 464 y 465; cf. AP VII 64, 391, 670). Era muy popular la idea, admitida desde antiguo por los pitagóricos, de que el alma se convertía en estrella. En principio este destino estaba reservado a los bienaventurados (como precedentes mitológicos están Heracles, los Dioscuros, Perseo y Andrómeda), aunque más tarde, como la heroización, se vulgariza (cf. Rohde, Psiqué …, págs. 555 y ss., y Cumont, Lux perpetua …, pág. 183).

Los Campos Elisios y las Islas de los Bienaventurados como destino del hombre después de la muerte es un tema frecuente en los epigramas funerarios (núms. 440, 444, 467, etc.). Una descripción de estos lugares aparece en la Odisea IV 566 y ss., y [Platón] Axíoco 371 cd.

En los epigramas funerarios hay numerosas referencias al agua. En primer lugar a la Laguna Lete o del Olvido, cuyas aguas procuran la pérdida de la memoria a quien bebe de ellas. En los epigramas las referencias son contradictorias: unas veces se nos dice que el difunto ha bebido de Lete, y otras, que no lo ha hecho. Esta creencia presenta, pues, dos aspectos diferentes. Por una parte, beber el agua de Lete es un privilegio de los muertos, que de este modo olvidan los sufrimientos y penas de esta vida (número 374). Por otra, aparece como un castigo del que se libra el muerto que ha sido divinizado (núm. 451). No beber el agua del Olvido es un modo de seguir viviendo, una vez muerto, con plena consciencia (núm. 375).

Otro tipo de referencia al agua es el que encontramos en fórmulas como «Que Osiris te dé agua fresca» (números 228, 362, 442, 458; cf. también IG XIV 638, 1488, 1705, 1890), sin duda por influencia de las creencias egipcias, en cuyos textos funerarios encontramos fórmulas parecidas (cf. Libro de los muertos , caps. 59 y 62).

Todas estas alusiones responden a una creencia muy extendida: los muertos tienen sed. Ésta es aplacada por el agua de Lete, o por el agua fresca que concede Osiris, o por las libaciones ofrecidas por los vivos sobre la tumba del difunto (ver el apartado 10c)44 . En las láminas de oro órficas, depositadas en la tumba junto al muerto, el alma «muere de sed» y quiere beber «de la fuente de la Memoria». Asimismo algunos piensan que los di-pi-si-jo-i de algunos textos micénicos en Lineal B de Pilo son «los sedientos», es decir, los muertos45 . Hay, pues, una clara asociación del agua con la muerte46 .

Junto a la creencia en la inmortalidad (núms. 112, 324, 514 y 585), en algunos epigramas se cuestiona, o incluso se niega, la existencia después de la muerte (núms. 456, 462, 487 I; cf. AP VII 339, 524, 673; ibid . XI 8; ibid . X 118), fruto de las ideas epicúreas; lo mismo se puede decir de algunas muestras de indiferencia ante la muerte («No era, llegué a ser. Ya no soy; no volveré a ser. No me importa»).

b) Consideraciones sobre la brevedad de la vida: «carpe diem» . — Son muy numerosas las reflexiones sobre la existencia humana, su brevedad y penalidades o la imprevisibilidad del destino47 . Con relativa frecuencia encontramos la expresión «así es la vida» (taûta ho bíos , o simplemente taûta: núms. 44, 225, 332, 531, 594). Como consecuencia de esta visión pesimista de la vida se invita al lector a que goce de ella y del momento presente. El motivo del Carpe diem aparece de manera más o menos explícita en la historia de la literatura griega, aunque con diversa frecuencia en las diferentes épocas y géneros: Mimnermo, 1 y 2 D; Semónides, 29 D, y Teognis, 567-70, 973-78, 1007-12, 1047-48, etc.; Esquilo, Persas 840-42; Sófocles, Áyax 123-26; Eurípides, Alcestis 782-802; AP VII 32, 33, 348, 452, etc. El epicureísmo, que considera el placer como bien supremo, contribuirá al desarrollo de este motivo48 .

Como variante del Carpe diem , en algunos epigramas el difunto se jacta de haber comido y bebido, y de haber disfrutado todo cuanto pudo mientras vivió (núms. 470, 474, 486)49 .

c) Flores y hombres viven y se marchitan . — La comparación del hombre con las flores —en la vida— y en la muerte, es frecuente en la literatura de todas las épocas y lugares. Encontramos el motivo en diversos pasajes bíblicos50 , en la Antología Palatina (cf. AP XII 195 y 234), en la Antología Latina (cf. 84), en los poetas latinos tardíos (De rosis nascentibus 41 y ss.), o en la Edad Media latina. En los epigramas funerarios la comparación con las flores es frecuentemente utilizada en los epitafios de niños y de muchachas. Su muerte prematura se asemeja a las flores al marchitarse51 . En otros casos la alusión se refiere a las flores que crecen sobre la tumba del difunto (número 491). Además de los epigramas incluidos en este apartado pueden verse los núms. 305, 381 y 516.

d) La vida es un préstamo que hay que devolver . — La idea de que la vida es sólo un préstamo que el hombre debe devolver al morir aparece ya en Píndaro, Nem . VII 44; Ist . I 68; [Platón] Axíoco 367b; Eurípides, Alcestis 419, 782; AP X 105 (atribuidos a Simónides), y es un lugar común de la filosofía popular en época imperial52 . Véanse también números 120, 192 y 513.

e) La muerte, sueño eterno . — Igual que otros motivos, también la asociación de la muerte con un sueño eterno es frecuente en la literatura —y el arte— de todas las épocas53 . En la literatura griega podemos citar a Sófocles, Edipo en Colono 1578 («A ti te invoco, la que concedes el sueño eterno»), Platón, Apología 40c-41c, o la Antología Palatina54 . Asimismo no hay que olvidar que en el mito griego el Sueño y la Muerte son hermanos55 . A pesar de todo, la comparación de la muerte con un sueño es más frecuente en los epitafios cristianos.

13)Maldiciones contra los profanadores56

En las inscripciones sepulcrales son frecuentes las advertencias y amenazas contra los que dañen la tumba o entierren a alguien más en la misma sepultura. La profanación de tumbas parece haberse dado desde fecha muy antigua. Cicerón, De leg . II 64, nos habla de una ley de Solón al respecto, pero las primeras inscripciones que aluden a este hecho son más recientes.

El castigo con el que se amenaza a los profanadores puede ser humano (pago de una multa a la ciudad o al estado: núms. 185, 480 y 485), o divino (será castigado por los dioses: núms. 162 y 507). La amenaza del castigo divino (en ocasiones sobre la descendencia del culpable) es frecuente sobre todo en época imperial y, al parecer, procede de Asia Menor, aunque se extiende por todo el mundo griego. Con todo, la mayor parte de las inscripciones con fórmulas de maldición proceden de fuera de Grecia: la mayoría son de Frigia; también son muy abundantes en Licia y Caria. Estas fórmulas están casi siempre en prosa57 . En nuestra selección, además de los epigramas incluidos en el apartado correspondiente, podemos citar los núms. 185, 390 y 477, entre otros.

14)Séate la tierra leve

Encontramos ya esta fórmula en Alcestis 463-4 («Que la tierra caiga leve sobre ti, mujer»). En los epigramas funerarios de la Antología Palatina la expresión aparece ligeramente ampliada: ya que en vida el difunto no le resultó pesado a la tierra, ahora ésta no debe serlo para él (cf. AP VII 461). Además de los epigramas incluidos en este apartado, pueden verse también los núms. 80, 116 y 517, entre otros.

15) Construcción del sepulcro en vida

No es raro que el difunto indique que fue él mismo quien en vida construyó el sepulcro, para él, para su esposa, e incluso para sus esclavos y libertos. En ocasiones se reprocha el carácter olvidadizo de los herederos, por lo que es prudente asegurarse una buena sepultura antes de morir (ver núm. 484).

16)El sepulcro es un cenotafio

Suele suceder en los epigramas de muerte por naufragio. Se añade, pues, otro motivo de dolor: el cuerpo del difunto no ha podido ser enterrado por sus familiares ni ha recibido las honras fúnebres.

17)Epitafios de animales

Algunos epigramas son epitafios de animales, generalmente de los más próximos al hombre: perros y caballos58 . Al parecer, fue la poetisa Ánite de Tegea (ca . 300 a. C.) la iniciadora de los epigramas literarios dedicados a animales; los epigráficos pertenecen a época helenística y romana (el más antiguo es del siglo II a. C.)59 .

VII. ESTRUCTURA FORMAL DE LOS EPIGRAMAS FUNERARIOS : EPIGRAMAS DIALOGADOS Y EPIGRAMAS «CONCURRENTES »

De las diversas formas literarias que puede presentar un epigrama funerario, narrativa, descriptiva, gnómica, discurso directo y diálogo, es esta última la que resulta más llamativa.

Las fórmulas de los epigramas más antiguos presentan la tercera persona: nos informan del nombre del difunto y aluden al monumento sepulcral mediante expresiones como «este es el sepulcro de…», «aquí yace…», «este que ves aquí es…». Innovación algo posterior es el empleo del discurso directo, puesto en boca del sepulcro o del difunto. Tales fórmulas llaman la atención del posible caminante y le informan sobre la identidad del muerto (ya en el siglo VI a. C.; cf. núms. 3 y 35). A partir del siglo IV a. C. puede ser el viandante quien dirige su saludo al difunto o al monumento sepulcral (cf. núms. 233 y 283) y pregunta el nombre, filiación, patria, etc., del que está enterrado. De la combinación de estos dos tipos de alocución surgirá el diálogo entre el caminante y el sepulcro o el difunto: el primero saluda y pregunta sobre el difunto, y éste, o el sepulcro, responde.

Por lo general, son dos los interlocutores que intervienen en el diálogo: el sepulcro y el caminante (GV 1831-47), éste y el difunto (GV 1848-72), el difunto y algún familiar vivo (GV 1387, 1873-1880), o incluso dos familiares muertos y enterrados juntos (núm. 46, madre e hijo). Los epigramas dialogados con más de dos interlocutores son muy raros; son más frecuentes en la Antología Palatina (ver núm. 555).

En cuanto a la estructura interna, hay dos tipos de diálogos. En los epigramas dialógicos más antiguos el parlamento de cada interlocutor ocupa un dístico entero, de modo que el cambio de palabra tiene lugar al final del pentámetro, entre dos dísticos. Estos diálogos, breves —no suelen ocupar más de dos dísticos— y sencillos, se caracterizan por su gran rigidez. No se parecen a una conversación real y se diferencian poco de los epigramas no dialogados (núms. 60, 92, 225, 229, 312, 386, 422, etc.). A partir de la época helenística el cambio de palabra entre los interlocutores se produce en el interior de los versos, aunque aprovechando las cesuras principales. Así surgen unos diálogos más elaborados en los que las preguntas y respuestas se suceden unas detrás de otras de modo alterno, lo que les da gran agilidad y una apariencia más real (núms. 16, 203, 228, 264, 334, 358, 555, 593, etc.).

Aunque ya hay ejemplos en los siglos IV y II a. C., es a partir del siglo I a. C. cuando aparecen con cierta frecuencia epigramas dialogados epigráficos, con una forma lo bastante desarrollada como para pensar en una tradición anterior. Es posible que la forma dialogada más sencilla existiera ya en los epigramas inscripcionales desde antiguo, pero los diálogos más elaborados seguramente surgieron primero en los literarios, sin duda bajo la influencia de otros géneros, especialmente de la poesía dramática (tragedia, Comedia Nueva y mimo) y bucólica, y de los diálogos filosóficos; de los literarios pasaron a los epigráficos60 .

Como ya se ha visto, es característico de los epigramas de época helenística e imperial el gusto por la variación. A esta tendencia responden los llamados epigramas «concurrentes», es decir, varios epigramas de un mismo sepulcro para la misma persona (GV 2016-40). Efectivamente, de modo esporádico desde el siglo V a. C., y con más frecuencia a partir del siglo IV a. C., encontramos sepulcros con dos o más epigramas para un solo difunto, separados a veces por la palabra «otro», por una barra, o por nada. Por lo general son del mismo autor, y casi siempre contienen los mismos elementos y elogios pero redactados de modo diferente: son intentos de profundizar, ampliar o variar un motivo. En sus dos ediciones (GV y GG) W. Peek distingue entre epigramas «paralelos» (Parallelgedichte: el segundo y los demás epigramas son un complemento formal o temático del primero), y epigramas «complementarios» (Ergänzungsgedichte: el segundo y los restantes epigramas se aproximan mucho al primero, o varían uno de sus motivos principales). Pero las diferencias entre ambos tipos son mínimas, y con frecuencia imperceptibles, por lo que en ocasiones no se ve claramente la razón por la cual el editor incluye un epigrama concurrente en uno u otro tipo. A veces estos epigramas concurrentes están en griego y en latín (GV 2005-15), por lo que es interesante la comparación entre los poemas en ambas lenguas. Un caso diferente son aquellos sepulcros con varios epigramas para diferentes muertos enterrados en el mismo lugar.

VIII. OBSERVACIONES SOBRE EL METRO Y LA LENGUA DE LOS EPIGRAMAS FUNERARIOS

El tipo métrico más frecuentemente empleado en los epigramas sepulcrales es el dístico elegíaco, es decir, un hexámetro seguido de un pentámetro dactílico, pero también se usa el hexámetro dactílico, el yambo y el troqueo. Estos dos últimos son muy poco frecuentes, sobre todo el troqueo, y en muchas ocasiones su uso se debe a razones técnicas, cuando el nombre del difunto, de su padre o de su patria no entra en el esquema dactílico.

Los epigramas más antiguos conservados usan el hexámetro dactílico y el yambo. ¿Es sólo casualidad o es que originariamente el esquema métrico del epigrama no era el dístico sino el hexámetro y el yambo? Sea como fuere, el hexámetro, muy adecuado para la narración indefinida, no lo era tanto para expresar el contenido del epigrama. Así, poco a poco fue ganando terreno el dístico elegíaco, que se convirtió en el metro del epigrama por excelencia. Esta forma métrica, de brevedad lapidaria, era muy adecuada para expresar pensamientos cerrados y unitarios y alcanzaba un máximo de concisión y exhaustividad en un mínimo espacio, el impuesto por el material. Estas razones son válidas sobre todo para las épocas arcaica y clásica, cuando el epigrama todavía se caracterizaba por su brevedad.

Los epigramas de época tardía se caracterizan por sus frecuentes irregularidades métricas, hasta el punto de que en ocasiones cabe dudar —sobre todo en inscripciones breves y de esquema yámbico— si estamos ante un texto en verso o en prosa. Por lo demás, en algunos epigramas se mezcla prosa y verso.