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Una contribución esencial al debate sobre el futuro de la Unión Europea, tras el fracaso del proyecto de Constitución y las sucesivas ampliaciones. Aun así en la nueva geografía del siglo XX, marcada por el ascenso económico asiático y las indecisiones norteamericanas, la Unión Europea deberá replantear objetivos y funcionamiento.
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Seitenzahl: 676
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Anthony Giddens, Patrick Diamond, Roger Liddle, eds.
Europa global,
Europa social
Prólogo de Joan Romero
UNIVERSITAT DE VALÈNCIA
Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, foto químico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el per miso previo de la editorial.
Título original: Global Europe, Social Europe
© Los autores y Polity Press, 2006
© De esta edición: Universitat de València, 2009
© De la traducción: Juan Pecourt Gracia
Publicacions de la Universitat de València
http://puv.uv.es
Realización ePub: produccioneditorial.com
Diseño de la cubierta y del interior: Inmaculada Mesa
ISBN: 978-84-370-7412-2
Índice
Portada
Portada interior
Créditos
Sobre Policy Network
Sobre los colaboradores
Agradecimientos
Prólogo a la presente edición
Introducción
¿Un modelo social para Europa?*
La globalización: una perspectiva europea
¿Este vs. Oeste? El Modelo Social y Económico europeo después de la ampliación
Trabajadores migrantes y empleo: ¿un reto para el modelo social europeo?
La vulnerabilidad del proyecto europeo
Cambio social y reforma del Estado del bienestar
El modelo socioeconómico europeo
El Modelo Social Europeo: igualdad de género y generacional
Reinterpretación de la justicia social: nuevas fronteras para el Estado europeo del bienestar
El paradigma de la economía del conocimiento y sus consecuencias
El medio ambiente en el modelo social europeo
Inmigración: un marco flexible para una Europa plural
Reforma económica, mayor integración y nueva ampliación. ¿Puede Europa cumplir/hacerlo?
La integración europea y los Estados del bienestar nacionales: amigos, no enemigos
Una política común en materia de justicia social para Europa
Títulos publicados
Sobre Policy Network
Esta colección de artículos es el resultado de un proyecto a gran escala de Policy Network sobre el modelo social europeo, realizado entre 2005 y 2006, liderado por Anthony Giddens, Patrick Diamond y Roger Liddle, y gestionado por François Lafond. Es la continuación de la propuesta política recogida en «Un modelo social para Europa. La agenda de Hampton Court», publicada por Policy Network en marzo de 2006 [trad. en PUV, 2008].
Policy Network en un think-tank internacional creado en diciembre de 2000 gracias al apoyo de Tony Blair, Gerhard Schröder, Giuliano Amato y Göran Persson, después de la celebración de las Conferencias de Gobernanza Progresista en Nueva York, Florencia y Berlín. En julio de 2003, Policy Network organizó la Conferencia de Gobernanza Progresista de Londres, en la que reunió a doce líderes mundiales y más de 600 políticos, pensadores y estrategas progresistas. En octubre de 2004, Policy Network dio continuidad a este éxito organizando la Conferencia de Gobernanza Progresista en Budapest, cuyo anfitrión fue el primer ministro húngaro Ferenc Gyurcsány. En julio de 2005, Policy Network co-organizó con el Instituto de África de Suráfrica y la presidencia de Suráfrica la primera Conferencia regional africana de Gobernanza Progresista en Johanesburgo. Recientemente, el 11 y 12 de febrero de 2006, Policy Network organizó una Conferencia sobre Gobernanza Progresista en Hammanskraal, Sudáfrica.
Una red progresista
El objetivo de Policy Network es la promoción y el intercambio mútuamente beneficioso de ideas para el desarrollo de una política progresista por parte de renovadores situados en el centro-izquierda. Como secretariado de la Red de Gobernanza Progresista, Policy Network facilita el diálogo entre políticos, gobernantes y expertos de toda Europa y de otros países democráticos del mundo. Policy Network proporciona un foro para promover el debate y compartir ideas, y para facilitar una renovación permanente.
Nuestro reto común
Los gobiernos y los partidos progresistas europeos se enfrentan a problemas similares y buscan respuestas socialdemócratas modernas. Cada día aumentan los temores sobre la seguridad –económica, política y social– y se observan contradicciones entre la reforma del Estado del bienestar tradicional y las políticas de empleo, los rápidos cambios en la ciencia y en la tecnología, y las tranformaciones en la esfera global. Todo esto debería abordarse de manera conjunta, como parte de la necesidad fundamental de renovación democrática.
En el pasado, los progresistas trabajaban de forma independiente para resolver estos problemas. Actualmenta, existe el consenso creciente de que necesitamos comprometernos con los progresistas de otros países y situar las respuestas europeas y las específicas de cada país en un contexto de pensamiento progresista más amplio e internacional, que esté enraizado en nuestros valores sociales y democráticos.
Actividades
Policy Network organiza diferentes eventos de manera periódica, como los seminarios de primavera, de carácter anual, o las Conferencias de Gobernanza Progresista, cada 18 meses. Además, organiza simposios, grupos de trabajo y conferencias que se centran en problemas políticos específicos. Nuestro interés en los últimos cinco años se ha centrado en los siguientes temas: la reforma económica, los servicios públicos, la renovación democrática, comunidad y desigualdad, y la gobernanza global.
Durante los años 2005 y 2006, hemos concentrado nuestras energías en la renovación del modelo social europeo. Nuestro programa en esta materia se creó durante la presidencia británica de la Unión Europea, y se ha dedicado a investigar los diferentes instrumentos que se pueden utilizar para adaptar los diversos modelos de Estados del bienestar europeos a los desafíos del siglo XXI. Se encargaron quince documentos de trabajo y se presentaron a debate en un seminario privado con el primer ministro británico en el núm. 10 de Downing Street, una semana antes de la cumbre europea de Hampton Court. Desde entonces, y después del influyente simposio organizado a finales de noviembre del 2005, la discusión se ha ampliado con la organización de debates en distintos lugares europeos en la primera mitad del 2006, en colaboración con otros think tanks de centro-izquierda de Italia, Holanda, Francia, Hungría, Alemania, España y Finlandia. También hubo debates similares en el Reino Unido.
Desde sus inicios en el 2000, Policy Network ha intentado contribuir a una nueva agenda política para el centro-izquierda en Europa y en el resto del mundo. Los encuentros se han celebrado en Londres y en otras ciudades europeas, en asociación con diversos think tanks nacionales como Fondazione Italianieuropei, Wiardi Beckman Stichting, Global Progressive Forum, Fundación Alternativas, A Gauche en Europe, Friedrich-Ebert-Stiftung, EPC, Progressive Policy Institute y Centre for American Progress.
Los resultados de estos debates se publican en los tres números anuales de Progressive Politics, la revista de Policy Network, y en una serie de trabajos específicos que se distribuyen a través de la Red, y que son accesibles desde nuestra página de Internet, siendo utilizados como base para los debates de Policy Network.
Siempre nos hemos preciado de ser los primeros en el campo de la innovación política, un logro al que ha contribuido en gran medida la fortaleza de la red de socios internacionales que hemos contruido.
Presidente honorario: Peter Mandelson.
Director: Patrick Diamond.
Asistente ejecutiva: Suzanne Verberne-Brennan.
Directora de la Oficina: Anna Bullegas.
Directora de Eventos: Joanne Burton.
Responsable de Publicaciones e investigador asociado: Nathaniel Copsey.
Responable de Investigación: Olof Cramme.
Investigadores: Johanna Juselius, Simon Latham, Robert Lorentz, Constance Motte y András Nagy.
www.policy-network.net
Sobre los colaboradores
Karl Aiginger es director del Instituto Austriaco de Investigación Económica (WIFO). Entre sus publicaciones recientes, se incluyen Competitiveness of the wider Europe and its impact on transatlantic relations, ponencia preparada para la 2.ª Conferencia Anual Berkeley-Viena sobre las Economías de Europa y Estados Unidos en una Perspectiva Comparada (12-13 de septiembre de 2005), y «Labour market reforms and economic growth – the European experience in the nineties» (Journal of Economic Studies 32/6).
Katinka Barysch es economista jefa del Centre for European Reform (CER) de Londres. Previamente trabajó en la Economist Intelligence Unit. Entre sus publicaciones recientes en el CER destacan: Why Europe should embrace Turkey (2005, con Steven Everts y Heather Grabbe), Embracing the dragon: The EU’s partnership with China (2005, con Charles Grant y Mark Leonard) y The EU and Russia: Strategic partners or squabbling neighbours? (2004).
Simon Commander es director del Centre for New and Emerging Markets en la London Business School, y asesor del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo (BERD). Anteriormente trabajó en el Banco Mundial en Washington. Sus publicaciones son muy numerosas, e incluyen libros, artículos y documentos de trabajo.
René Cuperus es investigador y director de Relaciones Internacionales en la Wiardi Beckman Foundation, el think-tank del Partido Laborista holancés (PvdA). Entre sus publicaciones recientes destacan: «Why the Dutch voted no. An anatomy of the new Euroscepticism in Old Europe» (2005), The Challenge of Diversity. European Social Democracy Facing Migration, Integration and Multiculturalism (editado con K. Duffek y
J. Kandel, 2003) y «Europe and the revange of national identity», en Europe, a Global Player? (2006).
Patrick Diamond es el director de Policy Network y fue asesor especial en la Unidad de Políticas del primer ministro británico. Entró a formar parte del German Marshall Fund en 2005 como investigador transatlántico, y es investigador visitante en el Centre for the Study of Global Governence, de la London School of Economics and Political Science.
Maurizio Ferrera es profesor de Política Social y Laboral en la Universidad de Milán, director de la Unidad de Investigación sobre Gobernanza Europea (URGE) en el Collegio Carlo Alberto Fundation, de Turín, y subdirector del Centro POLEIS de Política Comparada de la Universidad Bocconi, de Milán. Es autor de The Boundaries of Welfare: European Integration and the New Spatial Politics of Social Protection (2005).
Anthony Giddens ha sido director de la London School of Economics and Political Science. Es miembro vitalicio del King’s College de Cambridge, y miembro de la Cámara de los Lores. Entre muchos otros libros, es autor de La Tercera Vía (1998).
Alois Guger es investigador sobre Políticas de Renta y Políticas Sociales en el Instituto Austríaco de Investigación Económica, en Viena. Sus áreas clave de investigación abarcan la distribución de la renta, políticas salariales y de renta, relaciones laborales y empleo y estabilización. Entre las publicaciones recientes en inglés se encuentran: «The European social model: from obstruction to advantage» (2005), «Stagnation policy versus growth policy» (2006, con M. Marterbauer y E. Walterskirchen) y «The ability to adapt: why it differs between the Scandinavian and the continental European models» (2006, con K. Aiginger).
Axel Heitmueller es asesor económico y político en la Unidad de Estrategia del primer ministro británico, en Londres. También es investigador asociado en el Centre for New and Emerging Markets de la London Business School. Sus trabajos han sido publicados en revistas tales como Journal of Population Economics y Scottish Journal of Political Economy.
Anton Hemerijck es director del Consejo Científico Holandés de Políticas Gubernamentales (WRR) en La Haya, y profesor del Departamento de Administración Pública de la Universidad de Leiden.
Jane Jenson ostenta la cátedra de investigación canadiense en Ciudadanía y Gobernanza del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Montreal. Es autora, entre otros, de Who Cares? Women’s Work, Childcare and Welfare State Redesign (2001, con M. Sineau).
Roger Liddle es miembro de la Oficina de Asesores en Política Europea del presidente de la Comisión Europea, y previamente fue miembro del gabinete del comisario de Comercio europeo Peter Mandelson. Fue durante ocho años consejero sobre Europa de Tony Blair. Es investigador visitante del Instituto Europeo de la London School of Economics and Political Science. Entre sus publicaciones (con Peter Mandelson) se incluyen The Blair Revolution: Can New Labour Deliver (1996), The New Case for Europe (2005) y Economic Reform in Europe: Priorities for the Next Five Years (2005, con Maria Joao Rodrigues).
Måns Lönroth es director gerente de Mistra, la Fundación Sueca para la Investigación Estratégica Medioambiental. Previamente, fue secretario de Estado del Ministerio sueco de Medio Ambiente. También es miembro del Consejo Asesor sobre Medio Ambiente del Gobierno sueco y miembro de otras organizaciones de ese país. Desde 1999 ha sido miembro del Consejo Chino para la Cooperación Medioambiental y para el Desarrollo, un consejo asesor del Gobierno de China. En 2002 fue nombrado vicepresidente de ese consejo.
Luc Soete es catedrático de Economía Internacional de la Universidad de Maastricht, Holanda, y director del MERIT (Instituto de Investigación Económica de Maastricht sobre Innovación y Tecnología). Sus áreas de investigación cubren una amplia gama de estudios empíricos y teóricos sobre el impacto del cambio tecnológico, en particular de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación sobre el empleo, el crecimiento económico el comercio internacional y las inversiones.
John Sutton ostenta la cátedra de Economía Sir John Hicks en la London School of Economics and Political Science, dentro de la cual dirige el Grupo de Economía Industrial en STICERD. Ha escrito con profusión en las áreas de teoría microeconómica y organización industrial. Sus libros incluyen Sunk Costs and Market Structure (1981), Technology and Market Structure (1998) y Marshall’s Tendencies: What Can Economits Know? (2000).
Loukas Tsoukalis es profesor de Integración Europea de la Universidad de Atenas y profesor visitante del Instituto de Ciencias Políticas de París y del Colegio de Europa, en Brujas. Es presidente de la Fundación Helénica para Política Exterior y Europea (ELIAMEP) y asesor especial del presidente de la Comisión Europea. Es autor de What Kind of Europe? (2005).
Laura Tyson es decana de la London Business School y, anteriormente, decana de la Haas School of Business de la Universidad de Berkeley, California. Trabajó en la Administración Clinton, de cuyo Consejo de Asesores Económicos fue presidenta entre 1993 y 1995, y fue asesora económica nacional del presidente entre 1995 y 1996. Ha publicado libros y artículos sobre la competitividad industrial y el comercio, y sobre las economías de Europa Central y su transición hacia los sistemas de mercado. La doctora Tyson es miembro de los órganos directivos del Council on Foreign Relations, la Brookings Institution, el Institute of International Economics, Bruegel, Eatsman Kodak Company, Morgan Stanley Company y AT&T.
Patrick Weil es investigador del CNRS (Centre Nationale de la Recherche Scientifique) de la Universidad de París I, la Sorbona. Sus libros más recientes son Qu’est ce qu’un français? Histoire de la nationalité française depuis la Révolution (2002) y La République et sa diversité (2005).
Agradecimientos
Los capítulos incluídos en este volumen son el resultado de una serie de reuniones celebradas bajo los auspicios del grupo de trabajo sobre el «modelo social europeo» de Policy Network, convocadas durante la presidencia británica de la UE del segundo semestre de 2005. En total, se celebraron cuatro reuniones, en Roma, Amsterdam, Londres y Budapest. Los seminarios –que contaron con la participación de políticos destacados y expertos de la UE y de los gobiernos europeos– fueron presididos por los editores, y queremos mostrar nuestro agradecimiento a todos los que asistieron. Fueron oportunidades únicas para debatir y compartir ideas sobre políticas, y comparar nuevas estrategias para la reforma del modelo social en Europa. Estamos particularmente agradecidos por el compromiso y el apoyo de los autores y los participantes.
También querríamos agradecer a muchas personas que han ayudado en la preparación de este libro. En las oficinas de Policy Network, Matthew Browne y François Lafond han trabajado sin descanso para organizar esas reuniones, comunicándose con los autores, editando los primeros borradores y coordinando la producción de este volumen. Sin su dedicación y profesionalidad, este libro nunca se habría publicado. También debemos dar las gracias a Joanne Burton y Johanna Juselius por su apoyo de todo corazón al proyecto. Jean-François Drolet nos proporcionó una ayuda investigadora excelente, y fue una fuente inagotable de ayuda en la edición y revisión de varios borradores del libro. Victor Phillip Dahdaleh ayudó a concebir el proyecto, y ha sido un recurso inestimable de apoyo y consejo. Anne de Sayrah, como siempre, desempeñó un papel esencial. También querríamos dar las gracias a Emma Hutchinson y a todo el personal de Polity Press que han sido eficientes y serviciales todo el tiempo.
ANTHONY GIDDENS, PATRICK DIAMOND Y ROGER LIDDLE
Prólogo a la presente edición
Joan Romero
Este libro ofrece una interesante paradoja. Se publicó originalmente en inglés en 2006, cuando muchas economías de países desarrollados y en desarrollo crecían y nadie atisbaba en el horizonte que se avecinaba la peor recesión económica mundial en ochenta años. Y sin embargo, no solamente mantiene intacta toda su actualidad en relación con las cuestiones que aborda, sino que los efectos de la propia recesión económica obligan a considerar, si cabe, con mayor atención y urgencia, muchas de las propuestas que aquí se sugieren. De ahí la pertinencia de su edición en castellano por la Universitat de València. Por la relevancia de las cuestiones abordadas, por la contrastada solvencia de los investigadores y politólogos que participan, por la actualidad de los grandes temas de fondo que acompañan –y aquejan– al Modelo Socioeconómico Europeo y por la magnitud de los retos de futuro inmediato que hemos de afrontar en el marco de una espacio geopolítico ya integrado por 27 Estados miembros.
Es un libro en el que se reflexiona acerca de los grandes y veloces procesos de cambio social que están teniendo lugar en Europa, de los desafíos colectivos que nos aguardan y de las reformas insoslayables que debieran emprenderse para garantizar el futuro del llamado Modelo Social Europeo. Porque, y conviene precisarlo desde el principio, los autores que integran este volumen participan de la idea de que el Estado de Bienestar es lo mejor que hemos sido capaces de construir como europeos y por ello vale la pena garantizar su futuro. No desde posiciones reactivas o defensivas –a veces hay que defender al Estado de Bienestar de algunos de sus supuestos más firmes defensores que rechazan cualquier tipo de reformas– sino desde posiciones proactivas, adaptadas a una realidad que ya nada tiene que ver con el periodo definido como los «treinta gloriosos» y atentas a las grandes transformaciones ocurridas durante las últimas décadas. Concebido como lugar de encuentro de ideas y puntos de vista no siempre coincidentes. Con el único objetivo de analizar procesos y sugerir ideas para el debate con visiones renovadas.
Aportaciones para el debate que partiendo de la defensa de valores y principios propios del pensamiento de centro-izquierda, no aspiran a reiterar grandes relatos, certezas inmutables, perfiles nítidos o alineamientos inquebrantables. Porque el momento de los grandes relatos quedó atrás en las últimas décadas del siglo pasado y la nómina de quienes exhiben certezas y recetas infalibles para encarar el futuro es cada vez más reducida. Si el lector o lectora reparan, incluso el título que se propone (en la aportación de A. Giddens) aparece con interrogación. Tal es la envergadura de la agenda política, económica, social, cultural y medioambiental que aguarda a los diferentes actores políticos y a los ciudadanos europeos en un contexto incierto, y tal es la diversidad de situaciones que ofrece el Estado de Bienestar en Europa, o para ser más precisos, las cinco versiones de Estado de Bienestar hoy existentes en Europa y que aquí se consideran. Porque no de otra forma puede resumirse con mayor precisión el momento actual: muchos ciudadanos europeos manifiestan un creciente sentimiento de incertidumbre, inseguridad y temor a la vista de la velocidad de los cambios en curso, de la crisis de algunos sectores productivos, de la evolución de los mercados de trabajo, de las dificulta-des de incorporación de los jóvenes al mundo laboral, de los escenarios demográficos previstos a medio plazo y sus implicaciones en el mapa de pensiones o de la creciente presencia de nuevos inmigrantes. Sentimientos de temor que en ocasiones cristalizan en forma de explosiones sociales, en actitudes que expresan rechazo al otro o en expresiones políticas de corte populista, sean estas de derechas o de izquierdas.
¿Cuáles son los grandes retos colectivos que hay que encarar? En primer lugar los situados en el plano geopolítico global y regional, puesto que el proceso de construcción política del proyecto europeo se ha demorado largo tiempo hasta la celebración de algunas consultas para transitar por el camino trazado en el Tratado de Lisboa. El proceso de construcción política permanece inacabado y sobre él, agudizado por la crisis y la recesión, planean tentaciones de «retorno al Estado nación» y de proteccionismo –parece que superadas– que de prosperar en nada ayudarían ni a las partes ni al conjunto de la Unión. Pero también se ha reforzado la necesidad de que Europa se convierta en un actor global con voz propia (y a ser posible única) en el nuevo contexto de creciente multilateralidad e interdependencia, imprescindible para abordar cuestiones globales: desde los retos derivados del cambio climático o la transición hacia nuevos modelos energéticos, hasta el diseño de nuevas formas de gobernanza global, el establecimiento de nuevos instrumentos de regulación y control del sistema financiero o de nuevas reglas globales comerciales, fiscales o laborales, pasando por la obligación de reforzar la cooperación con los países en desarrollo.
En segundo lugar, en relación con el propio modelo socioeconómico europeo, con las diferentes expresiones del Estado de Bienestar, su grado de sostenibilidad y la experiencia de las reformas acometidas en algunos países y la resistencia a las mismas observada en otros. En este apartado vuelve a cobrar gran relevancia, si es que alguna vez dejó de tenerla, el debate sobre la importancia de la esfera pública –el «retorno o la rehabilitación del Estado»– en el proceso de elaboración, ejecución y evaluación de políticas. De igual modo, haciendo una lectura tal vez demasiado simple y muy centrada en las causas que provocaron la crisis financiera global, se ha reabierto un no menos interesante debate académico y político acerca del fracaso de las propuestas neoliberales que durante tres décadas han demostrado una amplia hegemonía a nivel mundial y un no menos supuesto renacimiento de la alternativa socialdemócrata como mejor opción para superar la situación actual. Simplificando, a los «treinta gloriosos» de la postguerra, donde el protagonismo de la socialdemocracia fue indiscutible, aunque no exclusivo, en el proceso de construcción del Estado de Bienestar en Europa, siguieron otras tres décadas en las que el mayor protagonismo correspondió al pensamiento conservador que ahora cerraría su ciclo, para muchos con balance negativo, abriendo mayores posibilidades a propuestas renovadas desde la socialdemocracia como las que se incorporan en este libro. Pero ese escenario, traducido al ámbito de las propuestas políticas concretas, de las preferencias electorales y de las mayorías parlamentarias no parece que por ahora se corresponda con la realidad europea, ni en la composición del Parlamento Europeo, ni en la inmensa mayoría de los parlamentos nacionales. Ello obliga a la socialdemocracia europea, y estas páginas son una muestra del estado del arte en torno a esta cuestión tan relevante, tanto a ser capaz de proponer su visión actualizada sobre la relación entre Estado y mercado, como a revisar, recalibrar y proponer un amplio y nuevo programa de reformas que sintonice mejor que hasta ahora con las prioridades, preferencias y verdaderas preocupaciones de los ciudadanos europeos.
En tercer lugar, en relación con el nivel de incertidumbre que ha arraigado en la mayor parte de los ciudadanos europeos. Cualquiera de las consultas y de las encuestas de opinión que se manejen ponen de manifiesto ese nivel de inseguridad, de incertidumbre respecto al futuro y de falta de confianza en los representantes políticos para resolver los verdaderos problemas que los europeos tienen perfectamente identificados. Muchas de las inseguridades y de las incertidumbres tienen que ver con problemas «nuevos», otras con problemas «viejos». Algunos guardan relación con cuestiones «exógenas» situadas más allá de las fronteras de su Estado y que el Estado no puede resolver por sí solo, otras con cuestiones «endógenas» para las que el Estado tampoco parece tener respuesta. Pese a todo, en todos los casos se mira más que nunca hacia la política y hacia los parlamentos y en la medida en la que sean más o menos capaces de dar respuesta emergen, con mayor o menor intensidad, expresiones de desafección o de decepción que cada vez preocupan, o debieran preocupar, más a la política. Porque en estos tiempos «postheroicos» en que los grandes relatos de la Historia ya han quedado atrás, en afirmación de Daniel Innerarity (2009), la política es más necesaria que nunca. Tendrá que ser otro tipo de política, más horizontal, más porosa y más participada. Como también el Estado es más necesario que nunca. En ocasiones menos y en otras más Estado, en todas un Estado distinto y mejor que habrá de cambiar algunas de sus funciones tradicionales, abordar nuevos problemas, diseñar y desplegar nuevas políticas y reforzar otras para ser capaz de gestionar la complejidad y la incertidumbre y anticiparse razonablemente al futuro.
La relación de los grandes problemas y retos colectivos es bien conocida y existe un notable grado de consenso en torno a esta cuestión. De hecho, algunos de nuestros mayores desafíos hace tiempo que son reiterados por los numerosos think tank europeos y norteamericanos ideológicamente situados en el centro-izquierda: fueron apuntados en el llamado Plan Delors para ser de nuevo retomados y desarrollados por otros diagnósticos muy relevantes elaborados en el ámbito europeo a comienzos de la década actual (Sapir (2003), Kok (2004) y Aho (2006) precedidos, por supuesto, por los objetivos estratégicos acordados por los Estados miembro en 2000 en la Estrategia de Lisboa. En todos ellos se incide especialmente en la relación educación-formación-innovacióncompetitividad-productividad y empleo y se alude a la necesidad de que las economías europeas profundicen en la transición hacia un nuevo modelo productivo basado en la economía del conocimiento y los servicios. Ese parece ser nuestro horizonte deseable, si bien, esos mismos informes intermedios encargados de evaluar nuestro grado de cumplimiento de los objetivos de Lisboa indican que, salvo en el grupo de países nórdicos, estamos muy lejos de los objetivos inicialmente trazados para el año 2010. La economía europea muestra dificultades y rigideces que merman su competitividad y lastran reformas necesarias, hasta el punto de que la economía del conocimiento y los servicios aún es más un deseo que una realidad. En este caso, la recesión económica no modifica –o no debiera modificar– los objetivos, pero sí ha obligado a destinar cuantiosos recursos a acudir en socorro de un sistema financiero que también amenazaba con desestabilizar el conjunto de las economías europeas dado el nivel de interdependencia global. En cualquier caso, ese debiera seguir siendo el objetivo estratégico de la Unión.
Pero además de los problemas de competitividad y de productividad y de las notables dificultades de las economías europeas para crear empleo, mucho antes de que estallara la crisis financiera y la recesión, el llamado Modelo Social Europeo había evidenciado otras graves dificultades y tendencias indeseables. En especial una: el creciente grado de fragmentación de nuestras sociedades y la llamativa aparición de niveles de desigualdad en el seno de determinados grupos sociales (niños, jóvenes, mujeres o inmigrantes) que reducen dramáticamente el grado de cohesión social y van prefigurando «sociedades paralelas», «sociedades sin asiento» (Delgado, 2007), «sociedades rotas» (Liddle, 2008) en las que la distancia entre los «incluidos» y los «excluidos», entre el «centro» del sistema social y la «periferia» se amplía, al tiempo que se reducen las posibilidades de movilidad social. Algunos han llegado a afirmar que, salvando las distancias, en Europa existen tendencias que de forma progresiva nos acercan más al modelo norteamericano que al modelo nórdico. Para muchos, esta «nueva desigualdad» es la expresión más dramática del fracaso del Estado de Bienestar para asegurar mayor nivel de cohesión social y para invertir esta tendencia en el medio plazo. En consecuencia, el segundo de los mayores retos de futuro, junto a la creación de más empleo de calidad, consiste en reducir la creciente brecha social que se ha abierto en nuestras sociedades, identificando bien los sectores más vulnerables e imaginando políticas para invertir ese proceso.
Tanto en estas páginas como en otros textos de similar formato y orientación que han sido publicados con posterioridad, ya inmersos en plena recesión, y a los que remito a cualquier persona interesada, el lector o lectora podrá encontrar una amplia y sugerente agenda de cuestiones y de propuestas elaboradas desde posiciones intelectuales situadas el ámbito del centro-izquierda europeo e iberoamericano (Liddle; Lerais, 2006; McLaren, 2008; Jurado; Bruzzone, 2008; Liddle, 2008; Tsoukalis et alii., 2009; VVAA, 2009; Crudas; Rutherford, 2009; González, 2009). En casi todos ellos, el nivel de coincidencia es amplio. Tanto a la hora de identificar los éxitos en materia de cohesión social y territorial obtenidos en Europa o en Latinoamérica durante las pasadas décadas, de los que conviene estar orgullosos –España es una buena muestra–, como a la hora de definir las zonas de sombra, nuestras fragilidades más remarcables y los ámbitos en los que convendría centrar los esfuerzos en el futuro inmediato.
Sin ánimo de ser exhaustivo quiero llamar aquí la atención sobre algunas grandes áreas y las propuestas sobre las que existe mayor grado de coincidencia: a) reforzar el papel de la Unión Europea como actor global; b) diseñar nuevas políticas activas de creación de empleo en detrimento de las políticas incentivadoras de la cultura del subsidio; c) «equipar» a las personas, situando la educación y la formación en el centro de las políticas públicas, dedicando especial atención a las edades más tempranas, para hacer posible que todos puedan disponer de las mismas oportunidades para desarrollar sus capacidades a lo largo de su vida; d) atender los fenómenos de nueva pobreza y desigualdad centrando la atención de forma preferente en los grupos más vulnerables (población infantil, mujeres con hijos a su cargo e inmigrantes); e) introducir medidas concretas para reducir el riesgo de pobreza de ingresos y exclusión social, sobre todo favoreciendo la existencia de dos salarios por hogar; f) promover políticas públicas que incentiven la natalidad; g) recalibrar los sistemas de seguridad social para atender de forma adecuada tanto los viejos como los nuevos riesgos sociales; h) prolongar gradualmente la edad de jubilación; i) superar la falsa dicotomía entre Estado y mercado a favor de un «keynesianismo inteligente» que suponga mejor Estado y un mercado más regulado, donde las palabras clave sean: eficiencia, eficacia, transparencia, control, evaluación, rendición de cuentas, derechos y deberes, responsabilidad y una inteligente relación público-privado; j) atender el fenómeno de la multiculturalidad y sus consecuencias políticas, económicas, sociales, culturales; k) no desatender las cuestiones relacionadas con la seguridad de las personas y el orden público, porque es una de las cuestiones que más preocupan a los ciudadanos; l) revisar los modelos energéticos, modelo de ciudad y modelos de cohesión territorial.
Pero lamentablemente, para casi todas estas cuestiones sigue habiendo más preguntas que respuestas a la hora de definir y de desplegar políticas. Tal vez ya nada sea igual que antes de la crisis financiera global y la recesión económica, pero una vez embridada la crisis financiera y sus consecuencias económicas y sociales, la Europa de los veintisiete tendrá que abordar estos problemas con esfuerzo renovado si no quiere seguir perdiendo posiciones como actor global y quiere mantener los pilares básicos de su Modelo Social. Sin embargo, lo bien cierto es que en muchos países se constata la renuencia a abordar reformas estructurales prefiriendo otras más centradas en el corto plazo o que no supongan excesivo coste electoral. Porque todos sabemos lo que hay que hacer… pero ningún responsable se atreve a hacerlo por temor a posibles repercusiones electorales. En este punto resulta paradójica la posición actual de la socialdemocracia europea. Los partidos socialdemócratas contribuyeron a desarrollar el Estado de Bienestar y sin embargo ahora evidencian una notable incapacidad para liderar una nueva generación de reformas para hacerlo precisamente viable en el medio plazo.
¿Qué puede hacer la socialdemocracia europea en este nuevo contexto? En primer lugar superar el grado de desconcierto en que parece sumida desde hace tiempo. El título de la reunión auspiciada por el Partido Laborista británico celebrada en septiembre de 2009 es bien expresiva: «la socialdemocracia en la encrucijada». Como también lo son la mayor parte de términos que emergen en muchos textos de expertos cuando, refiriéndose al momento actual, ofrecen ideas para imaginar nuevas políticas para la socialdemocracia europea aludiendo a la necesidad de repensar, recalibrar, reformar, revisar, reexaminar, revalorar, refundar…
Lo cierto es que, más allá de manifiestos genéricos a propósito de elecciones europeas, es difícil encontrar un hilo conductor, incluso un mínimo común denominador entre las diferentes versiones de los partidos socialdemócratas europeos. Tanto da que el tema se refiera a política exterior, a visiones compartidas acerca del proceso de construcción del proyecto político europeo o incluso a la concreción de políticas sociales. Esta relevante cuestión es la primera que debe abordarse por los diferentes actores políticos concernidos. Porque sobran diagnósticos y conocimiento de procesos. Lo que ahora falta es capacidad política para ahormar una alternativa política de centro-izquierda capaz de sintonizar con la mayoría del electorado. Y esta cuestión únicamente puede resolverse contando con liderazgos claros y creíbles de los que ahora carece la socialdemocracia europea. Y esta última cuestión, dado que los problemas y las preocupaciones de los europeos están bastante bien identificados, será mucho más determinante que seguir persistiendo en debates estériles acerca de si los intentos de renovación de la llamada Tercera Vía ha fracasado y conviene volver a anteriores postulados de los socialistas del «viejo testamento» que supuestamente ofrecen perfiles más definidos a un supuesto electorado de centro-izquierda que supuestamente espera propuestas y programas supuestamente más de izquierdas, o si lo acertado sería más aconsejable transitar por una nueva Cuarta Vía. Lo cierto es que en 2010, en la mayoría de países de la Unión, la socialdemocracia no es percibida de forma mayoritaria como una opción de gobierno. Tal vez sería conveniente prestar más atención a lo que nos dicen otras ciencias sociales distintas de las tradicionales, en especial la filosofía o la antropología, para acertar en la elaboración de alternativas creíbles. Sugiero al respecto cinco referencias para que el lector o lectora pueda explorar otros caminos, a mi juicio fundamentales, para poder entender la velocidad y profundidad de los cambios sociales y culturales en curso y la dimensión política y electoral de los mismos: desde el insuperable diagnóstico de sociólogo Richard Sennett (2000), hasta el brillante ensayo de Daniel Innerarity (2009), pasando por los sugerentes trabajos de Ricard Rorty (1999) Manuel Delgado (2007), Gilles Lipovetsky (2008) o Antoni Brey et al. (2009).
En segundo lugar, superar una nueva paradoja del actual momento sobre la que conviene reparar: pareciera que el programa de la socialdemocracia debería suscitar mayor apoyo electoral de los ciudadanos europeos, y sin embargo son los partidos conservadores los que, en muchos casos, obtienen mayorías parlamentarias. La socialdemocracia europea, situada entre la fragmentación de opciones en la izquierda y los riesgos de populismos de derecha o de izquierdas, no parece tener un horizonte despejado. Además, muchos de los procesos de cambio social, de segmentación, de «nuevas desigualdades», de percepción de inseguridad o de llegada de nuevos inmigrantes, antes enumerados, crean escenarios y tensiones que atraviesan precisamente el centro mismo de su electorado tradicional. Por el contrario, aquellas opciones que se incluyen en el espectro ideológico del centro-derecha, o más allá, no parece que hayan sentido la necesidad de hacer una revisión profunda de sus postulados, pese a que en gran medida, junto a algunos aciertos, están en la base de la recesión global y de algunos de los procesos de segmentación social que afectan a nuestras sociedades. El reto actual para el centro-izquierda es si será capaz de construir una alternativa creíble con vocación de convertirse en gobierno o si, por el contrario, la derecha política –en sus diferentes versiones, desde el «keynesianismo de derechas» o el liberalismo, hasta las versiones conservadoras de los países postcomunistas o el populismo postdemocrático (¿o tal vez sería mas adecuado definirlo como predemocrático?)– será capaz de reinventarse a sí misma para seguir siendo la oferta electoral más votada y la forma de gobierno mayoritaria en Europa. Dicho en otros términos, si la socialdemocracia prefiere seguir limitándose a imaginar el futuro mientras la derecha sigue gobernando el presente o se propone imaginar el futuro gobernando también el presente.
En tercer lugar, abandonar el pesimismo. Lo ha explicado de forma magistral Daniel Innerarity (2009) y también alguno de los autores que figuran en este mismo volumen (Liddle, 2008). La izquierda europea ha de ser capaz de abandonar su visión restrictiva, su desconfianza sobre el mercado, su querencia por valores transversales demasiado genéricos y no siempre coherentes y su concepción «melancólica y reparadora» y dejar de ver el mundo actual «…como una máquina que hubiera que frenar y no como una fuente de de oportunidades e instrumentos susceptibles de ser puestos al servicio de sus propios valores, los de la justicia y la igualdad». El socialismo se entiende hoy como reparación de las desigualdades de la sociedad liberal. Su legitimidad procede únicamente de la pretensión de reparar aquello que ha sido destruido por la derecha o proteger aquello que es amenazado por ella. Pretende conservar lo que amenaza ser destruido, pero no remite a ninguna construcción alternativa. La mentalidad reparadora se configura a costa del pensamiento innovador y anticipador. De ese modo no se ofrece al ciudadano una interpretación coherente del mundo que nos espera, que es visto como algo amenazante (Innerarity, 2009: 193).
Pero hay otros caminos por los que el centro-izquierda europeo podría transitar. Algunas experiencias socialdemócratas han demostrado que sus propuestas son posibles y más justas. La experiencia de los países nórdicos puede aportar mucha luz sobre el debate acerca de qué es más conveniente, si las recetas de inspiración neoliberal o las propuestas de matriz socialdemócrata. Y parece que entre el modelo liberal y el modelo socialdemócrata de los países nórdicos hay notables diferencias a favor del segundo. Es en esos países donde más lejos se ha llegado en el mundo a la hora de hacer compatible innovación, competitividad y productividad de sus economías abiertas en un contexto globalizado, transición hacia economías del conocimiento y los servicios, alto nivel de cohesión social e incorporación de la dimensión medioambiental en el grueso de sus políticas. En ese sentido se diferencian marcadamente de la experiencia de países continentales de larga tradición de desarrollo del Estado de Bienestar donde persisten síntomas de bloqueo (Giddens, 2007:53), así como del grupo de países del modelo mediterráneo y, aún más, de la tradición de las sociedades escindidas y profundamente fragmentadas propias del modelo anglosajón.
Si se analizan algunas respuestas del Eurobarómetro 69 (Comisión Europea, 2008) puede extraer dos conclusiones: a) los europeos expresan cierto sentimiento de temor e incertidumbre ante el futuro, al tiempo que manifiestan un grado de confianza bajo en relación con la capacidad política de sus Estados y de la Unión Europea en que puedan resolver sus problemas, y b) el único espacio en el que los ciudadanos responden con mayor grado de confianza es en conjunto de los países nórdicos. Ello indica que es hacia ahí hacia donde debieran dirigir su mirada el resto de partidos socialdemócratas europeos. Mirar hacia el Norte, no tanto para imitar o importar iniciativas o reformas, sino para explorar cómo esos países han sido capaces de aprender de sus errores y de corregir muchas de sus políticas en momentos en los que la crisis económica les afectó a comienzos de la década de los noventa. Desmintiendo de paso la supuesta superioridad del «modelo anglosajón» de forma tan contundente como eficaz: pese a ser unas de las economías más abiertas y por tanto más expuestas del mundo, son las sociedades con mayor nivel de bienestar, con mejor nivel de formación, con alto nivel de productividad, con menor nivel de desempleo, con mayor tasa de actividad femenina, con menor grado de pobreza infantil, con mayor nivel de densidad sindical…y con mayor nivel de fiscalidad progresiva. No se trata de imitar, en efecto, pero tal vez sería bueno que otros partidos socialdemócratas europeos analizaran cómo y con qué tipo de reformas y de consensos básicos han sido capaces de alcanzar esa situación.
La experiencia de los países nórdicos demuestra que el Estado de Bienestar es sostenible, revela la importancia de las reformas, la capacidad para anticiparse al futuro y la necesidad de defender al Estado de Bienestar no solamente de sus detractores, sino también de algunos de sus más firmes defensores, aquellos que amparándose en supuestos valores progresistas (también hay conservadores de izquierdas) niegan cualquier tipo de cambio o reforma si es a costa de revisar situaciones que modifiquen el estatus de los «incluidos» o suponga superar actuales situaciones de «captura» de parcelas del Estado de Bienestar por parte de determinados grupos o intereses corporativos, paradójicamente esgrimidos en nombre de supuestos valores progresistas.
JOAN ROMERO
Universitat de València
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Introducción
Anthony Giddens, Patrick Diamond y Roger Liddle
El argumento de este libro es que la búsqueda de la justicia social debe situarse en el centro de una Unión Europea reformada y capaz de hacer frente a los desafíos del siglo XXI. El desarrollo de un nuevo conjunto de políticas para promocionar la justicia social es la llave con la que se podrían desbloquear las reformas que Europa necesita acometer, pero que hasta ahora han resultado difíciles de lograr.
Hay muchas razones por las que debe reformarse el «modelo social europeo» (MSE). Algunas tienen muy poco que ver con las presiones externas. Son resultado, por ejemplo, de factores como el aumento de la esperanza de vida, con sus consecuencias para las pensiones y los servicios sociales, o de la ampliación de las opciones vitales para las mujeres, con su impacto en las fortunas muy diversas entre los hogares con un sueldo y los que tienen dos sueldos. Éstos son problemas generados por el propio éxito del MSE. Otras presiones para el cambio surgen del fracaso de los sistemas universalistas, en particular de la educación y la sanidad, a la hora de proporcionar en la práctica la igualdad de oportunidades y la equidad que prometían en la teoría; una realidad que, con frecuencia, tienen dificultades en reconocer los defensores del modelo social. Sin embargo, el desafio general es económico: la cuestión de la sostenibilidad a la luz de la demografía, las tasas de crecimiento menguantes y el reto de la globalización.
En los círculos políticos, argumentos como éstos son más o menos universalmente aceptados como justificaciones para la reforma. Pero existen grandes diferencias en la interpretación de para qué se exigen las reformas. ¿Significan tales reformas descartar los efectos igualadores y protectores de un modelo social que sus críticos siempre consideraron ineficiente y que ahora ven la oportunidad de debilitar? ¿O es posible, como creemos nosotros, concebir nuevas políticas y revisar las existentes de forma que los valores del Estado del bienestar puedan respetarse de un modo apropiado al mundo actual, con el objetivo de abordar las desigualdades estructurales a favor de los menos favorecidos?
Durante gran parte del periodo de la posguerra europea, la justicia social y la eficiencia económica se percibían de forma inseparable (con la notable excepción de la era Thatcher en el Reino Unido). El deterioro de los resultados económicos europeos ha provocado que la antigua certidumbre se cuestione. El asunto no sólo se refiere a si nos podemos permitir los modelos sociales existentes teniendo en cuenta las bajas tasas de crecimiento y la demografía adversa. La cuestión es si el funcionamiento de distintos modelos sociales mina las posibilidades de crecimiento económico y las altas tasas de empleo, como resultado de las limitaciones que imponen sobre la flexibilidad del mercado. Debemos prepararnos para hacer frente a la paradoja de que la defensa de los modelos sociales existentes puede, en aspectos cruciales, no servir a la causa de la justicia social, mientras que las reformas que desafían superficialmente los conceptos tradicionales de justicia social pueden en realidad satisfacer los intereses a largo plazo de la justicia social de manera más eficaz.
El creciente desafío de la globalización y la revolución económica asiática hacen que este cuestionamiento sea más urgente. Para muchos europeos, los mencionados fenómenos los sitúan en una posición de indefensión, miedo e incluso paranoia. Estas reacciones son excesivas. En muchos aspectos, los actuales procesos de globalización pueden interpretarse como las últimas etapas del proceso de apertura de los mercados de posguerra, que dio comienzo en Europa con el Mercado Común y siguió con el Mercado Único y la ampliación de la UE, convirtiéndose en un motor de innovación, productividad y niveles de vida elevados. La creación de nuevos mercados masivos de consumidores en países que, en su momento, estuvieron atrapados en la pobreza, presenta grandes oportunidades económicas para Europa, al tiempo que supone el progreso hacia una justicia social global.
Sin embargo, al mismo tiempo, la globalización significa una ampliación a gran escala de la competencia económica a la que las sociedades occidentales se enfrentan. Permite a los capitales móviles explotar el potencial de un fondo común de mano de obra que crece rápidamente, y que ahora forma parte de la fuerza laboral urbanizada del mundo, capaz por primera vez de satisfacer de manera eficiente las demandas industriales globales, y también de entrar a formar parte, en la próxima generación, de la categoría de los más altamente cualificados.
Es improbable que la globalización sea una bendición para todos los sectores de la sociedad europea, en especial para los que están más expuestos a la competencia respecto a la eficiencia en los costes. Los modernizadores perderían credibilidad si presentaran la cuestión de esta manera. En realidad, si simplemente dejáramos a las fuerzas de la globalización abrirse camino en nuestras sociedades aumentarían las desigualdades y menguarían las oportunidades de vida de los menos cualificados y los desfavorecidos. Esos efectos ya son visibles hoy en día. Puede que los ciudadanos europeos capten instintivamente este hecho mejor que sus líderes, y precisamente por eso la reforma ha resultado ser políticamente tan difícil. Demasiado a menudo se percibe como una reforma que fuerza a la gente a acomodarse a un mundo más duro y competitivo, en lugar de ser una manera de equipar a todos (y no sólo a aquellos con las ventajas naturales que los ayudarán a prosperar en este mundo nuevo) con las herramientas actualizadas para hacer frente a los nuevos desafíos.
A la hora de sacar adelante las reformas, los comentaristas culpan con frecuencia del lento progreso europeo, especialmente en el núcleo central de los Estados miembro de la Eurozona, al hecho de que el modelo social europeo es de naturaleza proteccionista y corporativista, y que está en manos de intereses creados y «jugadores con derecho a veto». Nosotros extraemos una conclusión diferente. Las razones de la dificultad de la reforma es que estos grupos han podido presentarse a sí mismos como defensores del interés general que reside en resistir cualquier merma de los derechos sociales: de hecho, ellos mismos se lo han acabado creyendo de verdad. Los defensores de la reforma han encontrado dificultades para superar esta oposición porque aún no se han aportado razones convincentes en materia de justicia social que apoyen las políticas reformistas.
Los participantes en este libro argumentan que Europa no necesita adoptar la ortodoxia neoliberal para ser competitiva, aunque nadie debería hacerse ilusiones con que la apertura de mercados y la liberalización no vayan a ser parte esencial del paquete global de reformas propuestas. El objetivo común de Europa debería ser un Estado del bienestar fortalecedor y orientado hacia un desarrollo que aborde las desigualdes exacerbadas por la globalización, y que equipe a nuestros ciudadanos para una economía basada en el conocimiento.
Éste es, ante todo, un reto político para los socios comunitarios. Aunque algunos han tenido mejores resultados que otros, nadie puede regodearse en la autocomplacencia. Además, los países miembro difieren en sus preferencias políticas y sociales sobre la redistribución y en el peso que debe darse a los diferentes ámbitos relativos de la acción estatal, la responsabilidad individual y la iniciativa voluntaria.
En general, se acepta que no existe un «modelo social europeo». Dada la diversidad nacional existente, es más preciso hablar de modelos sociales europeos. No obstante, hay suficientes similitudes en los valores que sustentan los modelos sociales de los socios comunitarios como para etiquetar la discusión sobre los problemas compartidos como el debate sobre «el futuro del modelo social europeo». Esta propuesta es válida tanto para los nuevos Estados miembro como para la vieja Europa de los Quince. La realidad de la mayoría de los nuevos socios muestra que no son paraísos de baja fiscalidad, sino que tienen Estados del bienestar caros y mal diseñados que necesitan una reforma radical.
Además, los socios comunitarios comparten un espacio económico y político común y son altamente interdependientes. Puede que los euroescépticos no se molesten en reconocer esto, pero la interdependencia es una realidad. Por eso, a pesar de la diversidad de las situaciones y las preferencias políticas nacionales, los participantes en este libro defienden un papel más importante de la UE que el que desempeña en la actualidad. Mientras que los sistemas de protección social nacionales han desarrollado sus propias dinámicas, que a su vez han llevado a sus propios problemas particulares y a sus propias agendas reformistas, los principales desafíos para el futuro –la demografía, el cambio tecnológico y la globalización– son en gran medida cuestiones comunes. En los últimos años, se ha visto una creciente convergencia en los enfoques adoptados para abordarlos. Para enfrentarse a esos retos, deberían rediseñarse los modelos sociales europeos sobre la base de principios comunes, al tiempo que se deja un amplio margen para el ejercicio de las preferencias políticas nacionales.
La mayoría de los comentaristas han explicado el fracaso de la reforma como una cuestión de puesta en marcha, es decir, de capacidad y voluntad política. Sin embargo, nosotros creemos que también existen grandes problemas de definición y justificación. Hay diferentes interpretaciones de la «reforma» incluso entre los que aceptan que ésta es crucial para que se aborde «la agenda del lado de la oferta». La actual debilidad europea proviene, en parte, de haber buscado la reforma desde un lugar equivocado. En los países miembro, las medidas para ajustarse el cinturón se han centrado en mantener los sistemas de prestaciones sociales en un contexto de menor crecimiento económico, en lugar de enfocarlos hacia el lugar que nosotros sugerimos: reformas económicas y liberalización del mercado que hagan asequibles niveles más altos de bienestar y protección social.
Para muchas personas situadas en la izquierda política, las reformas sociales y económicas europeas son un eufemismo para referirse a la flexibilidad del mercado laboral, las restricciones salariales y la reducción de los «derechos» sociales de los trabajadores. Esta asociación con los desagradables remedios «thatcheristas» ha llevado a que se entienda la «reforma» como una agenda británica «neoliberal». Puede que los tres editores de este libro seamos británicos, pero ésa no es la agenda reformista que tenemos en la cabeza.
Los beneficios de la medicina reformista del thatcherismo en el Reino Unido fueron, en el mejor de los casos, parciales, y quedaron en gran medida confinados a algunas privatizaciones y a la creación de una economía de servicios (con demasiados sueldos bajos y pocos empleos «de calidad»). En el mercado laboral, se puso freno a los poderosos, pero los débiles quedaron desprotegidos. En otras áreas, los gobiernos de Thatcher dañaron activamente la economía británica, debilitando su base industrial (más allá de la inevitable reestructuración de los sectores y las industrias tradicionales), mientras que se invirtió menos de lo necesario en capital humano e infraestructuras. Desde luego, una nueva agenda para Europa no debería reproducir estos errores.
El debate sobre la futura dirección económica y social de Europa es tan relevante para el Reino Unido como para los demás Estados miembro. Para nosotros, la reforma no es únicamente británica, sino europea; y no es «neoliberal», sino progresista. En otras épocas de la historia europea –como el periodo Brandt en la Alemania Occidental de los años setenta o la Suecia de Olaf Palme– la reforma significaba más puestos de trabajo, mayor bienestar y más pensiones, algo que confería nuevos derechos sociales a los grupos menos privilegiados. Los modernizadores progresistas de Europa deben reivindicar la bandera de la reforma, como nos hemos propuesto hacer en este libro.
En el primer capítulo, Anthony Giddens ofrece una visión general del actual estado del debate sobre el MSE. Repasa las lecciones que deben extraerse del presente debate: es correcto situar el empleo en primer lugar; no es cierto que sólo las economías con una baja fiscalidad puedan prosperar en un mundo en el que la competencia se intensifica; la flexibilidad del mercado laboral es esencial, pero esto no implica un sistema de contratación y despidos a la americana; la economía del conocimiento no es un concepto vacío, sino que la inversión en educación, la extensión universitaria y la difusión de las TIC, son elementos cruciales en la modernización del Estado del bienestar; se necesita integrar una perspectiva ecológica en el debate; el envejecimiento de la sociedad debe percibirse como una oportunidad; no se puede ignorar el impacto de la inmigración; la reforma del Estado y la descentralización y divesificación de los servicios públicos han de percibirse como cuestiones esenciales en toda Europa. Sobre estas bases, Giddens esboza un esquema de reforma: el cambio de unas prestaciones pasivas a otras activas; una nueva visión de los riesgos; una remodelación, que no abandono, del principio contributivo; la necesidad de integrar la sostenibilidad medioambiental en el concepto de «bienestar positivo», y la importancia de las prestaciones desburocratizadas.
La mayores dificultades a las que hace frente el MSE no se limitan a ningún país en particular, sino que son estructurales. De hecho, muchos de los problemas que afrontan los Estados del bienestar –el creciente envejecimiento de la población combinado con el aumento de las expectativas respecto a los servicios públicos– son producto de la seguridad y prosperidad de la posguerra promovidas por la política del bienestar. Esto no quiere decir, por supuesto, que la globalización no suponga un desafío formidable.
Los capítulos 2 al 6 continúan explorando más en profundidad el contexto del debate actual sobre el modelo social. John Sutton deconstruye el argumento de que la globalización hace que el MSE sea inservible. El mayor desafío europeo no es tanto la competición en bajos salarios, como la rápida adquisición de «capacidades» competitivas por parte de las empresas asiáticas, que combinan alta productividad con productos que traspasan el umbral percibido de calidad. Su impacto se sintió primero en sectores de baja tecnología intensivos en trabajo, como los textiles y las prendas de vestir, y pronto afectará a sectores «intermedios», como la industria del motor, donde los estándares de alta calidad resultan fáciles de replicar. Pero Europa conserva una ventaja importante en otras industrias, como la de maquinaria, que dependen del conocimiento. Tales empresas tienen capacidades internas especializadas que son difíciles de imitar. Su fortaleza innata es su capacidad para innovar y adaptarse. El éxito competitivo, sin embargo, requerirá una flexibilidad cada vez mayor para reasignar recursos rápidamente y desarrollar nuevos productos. Unas leyes de protección del empleo estrictas pueden impedir que se alcance ese objetivo. Su impacto se haría sentir no tanto en el nivel general de empleo, como en su capacidad de desincentivar la destrucción y creación de puestos de trabajo,una realidad que es necesaria para responder eficazmente a la globalización. La necesidad de flexibilidad no implica el fin del Estado del bienestar financiado vía impuestos; sólo que las políticas laborales deben diseñarse para impulsar las capacidades y la flexibilidad que permitirán crecer a las nuevas empresas. Las políticas sociales redistributivas tienen que garantizar que no generan desincentivos para el trabajo y la creación de empleo.
Katinka Barysch desmonta toda una serie de mitos populares sobre los fontaneros polacos, el espectro de los impuestos fijos que minan las posibilidades de los gobiernos socialdemócratas y la exportación de puestos de trabajo industriales desde la Europa de los Quince a los nuevos Estados miembro. No hay pruebas de que haya una deslocalización de empleos a gran escala: cuando se han trasladado puestos de trabajo, ha tendido a hacerse dentro de una cadena de suministro integrada y el impacto ha fortalecido la competitividad general de las empresas europeas. En gran medida, los temores a que la competencia fiscal desplazase puestos de trabajo del Oeste hacia el Este están fuera de lugar: los impuestos sobre sociedades en los nuevos socios comunitarios son bajos, pero la carga impositiva general no lo es porque tienen unos impuestos elevados sobre la mano de obra. Considerar a los nuevos socios comunitarios como ejemplo de paraísos de bajos impuestos es bastante falso: sus problemas de inactividad en el mercado laboral y una costosa carga de prestaciones sociales son, en muchos casos, más graves que en los miembros más antiguos de la UE. Sin embargo, el hecho de que los empleadores puedan amenazar con trasladar el empleo al Este puede perfectamente haber fortalecido su posición para restringir salarios y sacar adelante reestructuraciones empresariales. Además, cuando se permita totalmente el libre movimiento de trabajadores en 2011, pueden generarse problemas en los países miembro con mercados laborales menos flexibles.
Simon Commander, Axel Heitmueller y Laura Tyson examinan las pruebas sobre el impacto de la inmigración y la deslocalización, utilizando principalmente investigaciones estadounidenses. En Estados Unidos existen pocas pruebas de que la inmigración haya supuesto un desplazamiento de puestos de trabajo ocupados previamente por empleados nativos, aunque sí haya tenido algún impacto en la bajada de los niveles salariales. Este impacto en las retribuciones se siente en toda la estructura ocupacional, incluso cuando se considera únicamente el impacto de los migrantes profesionales. La deslocalización no es un fenómeno nuevo, pero su práctica se ha extendido de las manufacturas a los servicios empresariales, donde algunos estudios sugieren que el ahorro potencial de costes es enorme, con unos recortes que alcanzan como media el 30%. La situación ofrece beneficios claros para la competitividad global de las empresas estadounidenses y europeas: puede, aunque no necesariamente, fortalecer sus posibilidades de generar un círculo virtuoso de mayores beneficios e inversión en casa. Pero, proporcionalmente, estos beneficios van a parar en mayor cuantía a los accionistas que a los trabajadores. El grado en el que la externalización afecta a los trabajadores está condicionado por la capacidad que éstos tienen para conseguir rápidamente un nuevo empleo, con unas tasas de retribución equivalentes. En Estados Unidos, las pruebas sugieren que más de un tercio no lo logra; en Europa, con mercados laborales menos flexibles, es probable que la cifra sea más alta. El capítulo debate una gama de políticas públicas que podrían mitigar estos impactos sociales adversos.