Guerra y viaje - Varios autores - E-Book

Guerra y viaje E-Book

Varios autores

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Beschreibung

Esta edición recopila las actas del Congreso Internacional Guerra y Viaje. Una constante Histórico-literaria entre España y Alemania, celebrado en el MuVIM en 2008. Se trata de catorce trabajos centrados en las relaciones culturales hispano-alemanas, desde la Edad Media hasta el siglo XX. Literatura de viajes y viajes en la literatura vistos desde la óptica alemana.

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Esta publicación está enmarcada dentro del proyecto de investigación HUM2007-163167, financiado por el Ministerio de Educación y Ciencia.

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

© Los autores, 2009

© De esta edición: Universitat de València, 2009

Coordinación editorial: Josep Cerdà (MuVIM) y Maite Simón (PUV) Fotocomposición y maquetación: Textual IM

Cubierta:

Imagen: Ilustración procedente de la revista Die Gartenlaube. Illustrirtes Familienblatt (1864), editada en Leipzig por Verlag von Ernst Keil.

Biblioteca de Abilio Ferrer Reig (Mutxamel, Alacant)

Diseño: Celso Hernández de la Figuera

Corrección: Communico CB

ISBN: 978-84-370-7324-8

Depósito legal: V-1068-2009

ePub: Publidisa

PRESENTACIÓN

LA «FÓRMULA MUVIM»: VIAJES POR LA AVENTURA DE LAS IDEAS

Los libros que recopilan las actas de los congresos, las jornadas o los seminarios celebrados en el Museo Valenciano de la Ilustración y de la Modernidad, coeditados con Publicacions de la Universitat de València-Estudi General, se van generando, uno tras otro, al ritmo de las actividades que el propio museo programa. De hecho, nuestras preocupaciones bibliográficas forman parte inseparable de los objetivos museográficos que establecimos al iniciar la nueva andadura del MuVIM. ¿Por qué se desgajan, tan a menudo, las tareas investigadoras de las metas propias de las instituciones museísticas? No es fácil entenderlo y resulta difícil justificarlo.

Por nuestra parte, al querer plantear la existencia de una entidad museística tan particular, articulada como extensión eficaz de una universitas formativa, nos hemos esforzado en coordinar sus acciones selectivamente en torno a tres ejes: la historia de las ideas, la historia de los medios de comunicación y sus diacrónicas incidencias en torno al ámbito de la cultura artística, literaria y filosófica –desarrollada en las épocas moderna y contemporánea, concretamente desde el siglo XVIII hasta el siglo XXI–, con sus plurales ramificaciones en la vida cotidiana y sus amplias conexiones y dependencias sociopolíticas, estéticas y educativas. Tal es la sugerente «fórmula MuVIM».

Desde este avance de la concepción y de la estructura museológica, podrá entenderse mucho mejor nuestra honda preocupación por la reflexión históricofilosófica, por la interpretación de la cultura literaria, por la investigación colegiada y la posterior edición de los resultados obtenidos, por la frecuente colaboración universitaria que nos respalda, por los replanteamientos que el desarrollo de los medios ha motivado históricamente en el quehacer artístico-cultural, a través de sus ramificaciones interdisciplinares.

Por eso nos movemos, comúnmente, a golpe de imaginación y de creatividad aplicadas, en las lábiles fronteras, en los márgenes zigzagueantes y en los límites abiertos del hecho artístico, mirando alternativamente hacia la Ilustración y hacia la actualidad, es decir, hacia la historia que nos sustenta y hacia el presente que nos acoge.

De ahí surgen también algunas de nuestras preguntas fundamentales: ¿cómo anida la historia en el presente?, ¿qué sentido puede tener hoy, por ejemplo, bucear en la herencia ilustrada, en las relaciones, los cruces y las influencias culturales entre los países?, ¿cómo se reescribe el pasado desde las interpretaciones literarias y las relecturas actuales de la historia? Se trata, en cualquier caso, de fértiles y acuciantes cuestiones que procura asumir el MuVIM decididamente en su habitual itinerario investigador y expositivo.

Por eso mismo, quizá, nos seduce al máximo la metáfora de la biblioteca como núcleo central del propio museo, cuando se nos reconoce ya comúnmente como un «museo de las ideas». Y desde la solidez lograda/aportada por ese centro activo y compartido que es nuestra biblioteca, viajamos, de manera arborescente, hacia la periferia de nuestras diferentes iniciativas. Y así cultivamos la mirada filosófica, la investigación cultural desde la filología y nos decantamos abiertamente hacia la opción por el diseño gráfico e industrial; pero igualmente nos seduce el mundo de la imprenta y los de la tipografía, las revistas, los carteles y los libros; mantenemos nuestras preocupaciones por el ámbito audiovisual; reforzamos nuestra insistencia en las relaciones entre museo y educación, y nos atraen especialmente las apuestas de acercarnos a los enlaces existentes entre la vida cotidiana y las derivaciones artísticas y culturales.

Tal es la radiografía –sumamente simplificada– de nuestras operativas opciones museográficas. Y, desde ellas, cabe ahora, quizá mucho más fácilmente, explicar al lector la adecuada presencia de este volumen, del que han sido responsables de su coordinación, desde el ámbito filológico alemán, Berta Raposo y Eckhard Weber.

Guerra y viaje. Una constante histórico-literaria entre España y Alemania recopila las actas del congreso internacional del mismo nombre, celebrado en el MuVIM, en abril del 2008, concebido desde el Departamento de Filología Inglesa y Alemana de la Universitat de València Estudi-General. Han sido catorce los trabajos recopilados. Sus ponentes pertenecen a diez universidades diferentes, siete españolas (Universitat de València, Complutense, Universidad de Alicante, de Barcelona, de Alcalá de Henares, de Las Palmas de Gran Canaria y la Universitat Rovira i Virgili de Tarragona) y tres alemanas (Universidad de Leipzig, de Marburg y de Bamberg).

Por su parte, el arco histórico-cronológico, que los trabajos recorren y analizan en el volumen –partiendo de las manifestaciones literarias, entendidas como documentos y testimonios o como monumentos y aventuras existenciales, siempre a caballo entre guerras y viajes, entre ficción y realidad–, discurre desde la Edad Media (siglos IX y XII, más en concreto), para saltar luego a los emblemáticos siglos XVII y XVIII, hasta llegar a los siglos XIX y XX, centrándose siempre, como planteaba el programa, en las relaciones culturales hispano-alemanas.

Literatura de viajes y viajes en la literatura, vistos pues preponderantemente desde la óptica alemana. Visiones realistas –unas–, visiones románticas –otras–, focalizaciones en la memoria cultural, extractos de la memoria colectiva, saltos zigzagueantes y correlacionados, al fin y al cabo, entre el pasado y el presente. Tales son las fronteras literarias a las que se acoge el volumen. Por él deambulan las figuras del fugitivo y del exilado, del peregrino y del refugiado, del aventurero y del conquistador, en una suma de esfuerzos cruzados y complementarios.

En relación con esta publicación, quisiera realizar otras dos observaciones: Por un lado, indicar que la publicación se incardina entre las actividades que el MuVIM ha orientado a la conmemoración del bicentenario, durante el año 2008, de la Guerra de la Independencia (1808-1814).1

Téngase en cuenta que, en lo que al MuVIM se refiere, las tareas conjuntas de la Biblioteca y del Centro de Documentación son totalmente inseparables, para nosotros, del Centro de Estudios e Investigación y del Departamento de Publicaciones. Con esta estructura –formada a base de correlaciones y con una fuerte sinergia mutua– se pretende potenciar y consolidar el papel dinamizador que la biblioteca desarrolla en el entorno museístico.

Por otro lado, el libro viene también a reforzar la estrecha relación que el MuVIM mantiene, en sus líneas de actuación, con el ámbito universitario. Y muy particularmente queremos subrayar la importante colaboración que, a través del «Grupo Oswald», nuestra entidad ha venido sosteniendo con el Área de Filología Alemana de la Facultad de Filología de la Universitat de València-Estudi General. De hecho, en la primavera del año 2007 tuvo lugar, con rotundo éxito, el congreso titulado «Viajes y viajeros, entre ficción y realidad», propiciado asimismo por la inquieta profesora Berta Raposo y su equipo.2

Para nosotros, es irrenunciable la organización periódica de encuentros entre especialistas universitarios internacionales que analicen y estudien temas vinculados, de algún modo, con los programas del museo. El tipo de público que asiste a estas sesiones (que suelen durar un promedio de tres jornadas) está en su mayoría vinculado a esferas profesionales y/o universitarias. Un público al que prestamos una especial atención. Por descontado, los ponentes son siempre cuidadosamente propuestos por el equipo coordinador, de acuerdo con sus especialidades y méritos.

Queda claro, pues, tras todo lo expuesto, que las publicaciones constituyen un dominio que consideramos muy relevante, tanto respecto a la imagen de seriedad y coherencia del MuVIM como en relación con el aporte cultural y científico que lógicamente supone esta tarea continuada de riguroso incremento investigador y bibliográfico, en cuyo marco dialogamos museo y universidad.

Como es natural, las estrechas relaciones que mantiene el Museo Valenciano de la Ilustración y de la Modernidad con el mundo universitario no sólo se han convertido en uno de sus ejes funcionales más sólidos, sino que también, desde su refundación, con la llegada del nuevo equipo directivo al museo, tales vinculaciones formaron parte explícita y definitiva de sus fundamentos programáticos.

Se entenderá, por lo tanto, que la identidad del centro, por su claro carácter diferencial frente a los museos de nuestro entorno, apunte esencialmente a mantener –como «museo de las ideas»– sus líneas de intervención, distendidas y abiertas de cara a reforzar las conexiones entre el mundo de la Ilustración y las subsiguientes «modernidades», que han tejido el cuerpo y la fuerza de nuestra historia.

Finalmente, a la hora siempre básica e imprescindible de los necesarios agradecimientos respecto a la publicación del libro que el lector tiene entre las manos, queremos comenzar mencionando, con sinceridad, la continuada, efectiva y experimentada labor de Berta Raposo y Eckhard Weber, auténticos motores de este proyecto, en quienes el MuVIM y su dirección han encontrado siempre, por fortuna, la mejor predisposición y una plena dedicación, nunca carente de entusiasmo, para llevarlo a cabo. Otro tanto cabe afirmar respecto a Publicacions de la Universitat de València, que mantiene un convenio con el museo y, a través de él, se ha comprometido a editar estos volúmenes periódicamente. Tampoco agradeceremos lo suficiente su respaldo.

Por otra parte, el personal del museo, como viene siendo ya habitual, desarrolla un puntual seguimiento y pone en marcha su total respaldo a cualquier iniciativa que se asuma en el MuVIM. De ahí nuestro reconocimiento a su labor.

En cuanto a las instituciones involucradas y a los ponentes que han participado, sólo nos queda manifestarles la gratitud que merecen.

Romà de la Calle

Director del MuVIM

1. Asimismo, en noviembre del 2008, se programó en el museo otro congreso, esta vez de historiadores contemporáneos, en torno al tema Los afrancesados y la cultura política española, cuyas actas también esperamos vean la luz en esta misma colección.

2. De hecho, el volumen de actas ya figura también entre los títulos de la presente colección. Se trataba, en dicho congreso, de debatir el «lugar» de España en el espacio cultural europeo común y su historia. Y concretamente se querían estudiar –entre la ficción y la realidad– determinados choques culturales entre los viajeros y los contextos geográficos de sus desplazamientos, bien fueran de un país o del otro.

INTRODUCCIÓN

La tradición cultural y literaria, la memoria colectiva de Occidente, comienza con una guerra y con un viaje. La guerra de Troya en la Ilíada, el viaje de regreso de Ulises a su hogar en la Odisea, cada uno por su lado, han alimentado la imaginación de generaciones enteras y han nutrido de temas y motivos innumerables obras de creación artística y literaria.

Esta idea inicial fue la que guió la colaboración de nuestro grupo de investigación con el MuVIM (Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad), cuyo director y colaboradores se prestaron amablemente a acoger un congreso internacional que tuvo lugar del 14 al 16 de abril del 2008, en el marco de las celebraciones del segundo centenario del estallido de la Guerra de la Independencia española. Dado que el campo de investigación preferente de nuestro grupo son las relaciones culturales hispano-alemanas, la temática del congreso se ocupó de la guerra y del viaje en la literatura y en la realidad partiendo del punto de vista alemán, buscando una relación con la realidad española a partir de la época de la Guerra de la Independencia.

La palabra alemana actual para «viaje» –Reise– significaba en alemán medieval ‘expedición guerrera’, ‘incursión’, ‘invasión’. De esta breve nota etimológica se pueden extraer algunas ideas para lanzar una rápida y ligera ojeada a dos fenómenos muy dispares, pero no siempre inconexos, ni en la literatura ni en la vida real. La guerra no sólo se nos puede presentar como viaje hacia el terreno enemigo, o hacia un espacio por conquistar, sino que ella misma provoca muchas veces grandes viajes forzosos en las poblaciones afectadas: en forma de huida masiva o de exilio individual. No es casualidad que las figuras del fugitivo o del exiliado suelan ser parte integrante de la épica heroica de tradición oral, hasta el punto de que la palabra para «exiliado» (wreccheo en alto alemán antiguo) pasará luego (recke en alto alemán medio) a significar simplemente ‘guerrero’ o ‘héroe’. La imagen literaria y el testimonio de la realidad se unen aquí, y ellas serán las dos vertientes entre las que se moverán los artículos de este volumen.

Los dos primeros se ocupan de guerras medievales. Partiendo de la teoría de la memoria cultural, según la cual la literatura es un medio de formación de la memoria colectiva, en la que el pasado se actualiza mediante reconstrucción y el presente se proyecta hacia el pasado, Eckhard Weber muestra en su artículo cómo el recuerdo de las guerras de la época de las migraciones germánicas está en el centro del interés que guió la plasmación por escrito del Cantar del Hildebrand en el siglo IX. Ya en el apogeo de la Edad Media, con el surgimiento de la épica de las Cruzadas en el siglo XII, la temática de la guerra se une a la del viaje en la forma del peregrinaje, como lo explica Berta Raposo poniendo como ejemplo el Cantar de Rolando del clérigo Konrad y el Willehalm de Wolfram von Eschenbach; dicha unión alcanza una nueva dimensión en la épica precortesana con los motivos del robo de la novia y del viaje a Oriente.

La Guerra de los Treinta Años (1618-1648) fue el mayor conflicto bélico del siglo XVII, tanto por su duración como por su extensión, ya que implicó a todas las grandes potencias europeas. Su tratamiento literario alcanzó un punto culminante en las obras de Hans Jakob Christoffel von Grimmelshausen, cuya Courasche (traducida al español bajo el título La Pícara Coraje) es objeto de análisis en el artículo de Ingrid García Wistädt, según la cual esta obra es documento y monumento a un tiempo; la duración y las características de la guerra que describe, así como el perfil de su protagonista, la hacen especialmente apropiada para delinear una relación muy paradójica entre guerra y viaje. Por otro lado, el interés por esta guerra dio lugar a finales del siglo XVIII a una obra clásica de la historiografía literaria alemana: la Geschichte des Dreissigjährigen Kriegs (Historia de la Guerra de los Treinta Años) de Friedrich Schiller, de la cual se ocupa Rosario Martí, analizando tanto las posturas de tipo más filosófico como los procedimientos efectivos respecto de la narración histórica schilleriana, y examinando los fragmentos específicamente dedicados a describir o interpretar la acción de la guerra.

Todavía en el mismo siglo XVIII, la autobiografía novelada de Ulrich Bräker, presentada por Isabel Hernández, describe las peripecias que hubo de vivir el autor a lo largo de los viajes que le llevaron de Suiza a Berlín, a alistarse como voluntario en el ejército prusiano y a desertar poco después; ese modo de vida está dibujado desde el punto de vista del soldado de menor categoría, algo poco usual en la literatura de la época.

Ya en el siglo XIX, tiene lugar la guerra cuyo aniversario dio pie para la organización del congreso: la de la Independencia española (1808-1814). Como preludio a toda esta época marcada por las violentas secuelas de la Revolución Francesa, Jordi Jané presenta dos maneras distintas de verla que son testimonio del vivo interés despertado en los intelectuales alemanes por los acontecimientos revolucionarios: en los libros de viaje de Georg Forster y en las memorias de Goethe se plasman dos visiones contrapuestas, ambas relacionadas con los viajes emprendidos por aquéllos, cada uno con una motivación diferente. En la Guerra de la Independencia en España, entre muchas otras nacionalidades participaron también tropas alemanas, que dejaron gran número de testimonios escritos. Margit Raders se basa en un corpus de una veintena de fuentes primarias en las que puede rastrearse, aparte de la percepción del otro –la realidad de un país en guerra–, el grado de ficcionalidad de lo relatado.

Siguiendo con la literatura de viajes no ficcional, en el caso de los alemanes que visitaron las Islas Canarias en el siglo XIX, Helia Hernández, Encarnación Tabares y José Juan Batista destacan cómo todos, sin excepción, se refirieron con mayor o menor extensión a las guerras de conquista que asolaron las Islas a lo largo de todo el siglo XV, su heroísmo ante la superioridad militar, la codicia y la perfidia de los invasores.

En el siglo XX, la literatura testimonial conecta la guerra con los viajes en la documentación de un conflicto bélico que reunió en España a un gran número de combatientes y observadores internacionales, entre ellos no pocos alemanes, austríacos y suizos: la Guerra Civil española (1936-1939). Tras unas consideraciones generales sobre la escritura literaria de temática bélica, Marisa Siguan se dedica a estudiar crónicas de guerra de esta época, es decir, textos periodísticos escritos casi simultáneamente a lo que narran, y textos literarios autobiográficos o textos ficcionales que cuentan la guerra desde el recuerdo más o menos próximo. Ana Pérez presenta y analiza la función de los viajes realizados con motivo de la Guerra Civil por escritores y periodistas alemanes y austríacos, y lo que significan para España y para la Alemania del exilio. Todavía en la segunda mitad del siglo XX se publican algunos relatos de viaje de autores de habla alemana que reflexionan sobre dicha guerra. Bernd Marizzi los analiza exponiendo en qué medida se ven influidos por la visión «romántica» de una España «heroica» que había perdido la guerra y que desde el punto de vista de la izquierda se consideró «diferente» al resto de Europa; también se pregunta de qué modo estos autores reaccionan ante la situación política del momento de su visita.

Retomando el hilo de la literatura de ficción de temática bélico-viajera, Reinhold Münster realiza un peculiar análisis de la novela de Ernst Jünger Sobre los acantilados de mármol y de la guerra imaginaria que ahí se narra, mostrando cómo, pese a su aparente estatismo, alberga una estructura de movimiento cíclico en un espacio sin tiempo. Hans-Peter Ecker se ocupa de la novela El coleccionista de mundos del escritor germano-búlgaro Ilja Trojanow, aparecida en el año 2006, que pretende reconstruir la vida del oficial del ejército británico Richard F. Burton en sus aventuras de viajes por Asia y África, y que juega con la ficción y la realidad, presentando la figura de un viajero en el sentido enfático del término.

El volumen se cierra con un artículo de Paloma Ortiz-de-Urbina que pone el contrapunto de la visión española, analizando la transformación experimentada por la imagen de Alemania en España a raíz de la Primera Guerra Mundial, y demostrando cómo todo contexto bélico se presta especialmente a la creación de burdos estereotipos e imágenes deformadas.

No podemos cerrar esta introducción sin reiterar nuestro agradecimiento al MuVIM, por su inestimable ayuda, y al Ministerio de Educación y Ciencia por su apoyo a nuestro grupo y proyecto de investigación HUM2007-163167.

BERTA RAPOSO

ECKHARD WEBER

«IK GIHORTA DAT SEGGEN». MIGRACIONES GERMÁNICAS Y CULTURA DEL RECUERDO: EL EJEMPLO DEL CANTAR DE HILDEBRAND

Eckhard Weber

Universitat de València

Un tema relativamente reciente en los estudios etnológicos es la cultura del recuerdo.1 En el ámbito de habla alemana, estas investigaciones se centran sobre todo en la manera en que se recuerda la catástrofe civilizadora, política y ética del siglo XX durante la época de la dictadura nacionalsocialista, y tematizan el trato que se da en la sociedad alemana a la culpabilidad histórica. También la literatura como vehículo de la memoria colectiva se ha utilizado para intentar resolver estas cuestiones.

La literatura es un «modo de generación de memoria» entre otros. Comparte muchos procedimientos con la narración cotidiana, con la historiografía o con el monumento. Pero al mismo tiempo genera, debido a sus rasgos simbólico-específicos, ofertas de sentido que se diferencian claramente de los de otros medios de la memoria. Así, la literatura puede alimentar la cultura del recuerdo con elementos nuevos y diferentes (Erl, 2005: 148).

Si esto es válido para la literatura en general, entonces se plantea la pregunta de qué ocurre en el caso especial de la puesta por escrito de una leyenda de tradición oral como Hildebrandslied o Cantar de Hildebrand. Aquí voy a intentar utilizar la teoría de la cultura del recuerdo y de la memoria colectiva para una interpretación de este Cantar desde el punto de vista de la historia de la cultura.

El Cantar de Hildebrand2 es el único testimonio de la poesía heroica germánica que se conserva en la literatura alemana. La versión conservada es fragmentaria y consta de 68 versos aliterados, en parte incompletos. El final del cantar no se conserva. Fue escrito por dos amanuenses en las dos páginas exteriores que habían quedado libres en un manuscrito de pergamino, probablemente confeccionado en el Monasterio de Fulda, que contenía textos latinos de Teología. Hoy en día se acepta generalmente en la crítica germanística que esto ocurrió entre los años 830 y 840.3 Pero los acontecimientos allí narrados se remontan a una época muy anterior: la de la llamada migración germánica entre los siglos IV y VI. Un indicio de ello es la mención de los hunos, cuya irrupción en el reino de los ostrogodos, en la actual Ucrania, fue uno de los factores que desencadenaron las migraciones germánicas en el año 375 d. C. Pero, sobre todo, son los nombres de dos personalidades históricas que se mencionan en el cantar los que aluden a dicha migración. Por un lado se trata de Otachre, que puede identificarse con Odoacro, el caudillo de tropas mercenarias germánicas que en el año 476 depuso al último emperador de Occidente, Rómulo Augústulo, y se hizo dueño de una amplia zona de Italia. Por otro, está Theotrihhe/Detrihhe/ Deotrihhe, es decir, el que pasó a la historia como Teodorico el Grande, dueño del reino ostrogodo en Italia entre los siglos V y VI. Así pues, el marco histórico del Cantar de Hildebrand está formado en general por la época de la migración germánica, y en particular por la historia del reino de los ostrogodos en tiempos del reinado de Teodorico el Grande.4

Por tanto, las bases históricas vienen dadas por una época de profundas transformaciones que, en último término, arrinconaron el mundo antiguo y contribuyeron decisivamente a la formación del occidente europeo con la fusión de los elementos de la cultura antigua, del cristianismo y de las influencias germánicas. Además, la historiografía moderna resalta la importancia de esta época para la etnogénesis de las gentes germánicas. Últimamente se ha abandonado la idea de grupos étnicamente homogéneos que dejaron su patria primitiva y al final de su migración encontraron una nueva patria. La formación de unidades tribales, como por ejemplo los alamanos, bayuvaros, turingios o francos, es contemplada actualmente como un proceso histórico de fusión de distintas etnias, al final del cual nos encontramos con nuevas etnias que a su vez pusieron las bases para los estados de la Edad Media temprana.5

La denominación «migración étnica», sin embargo, es poco apropiada para esta época, pues con ella no se expresa el carácter guerrero y destructivo que tenían esas migraciones. Más bien eran empresas guerreras y de conquista, en las cuales miles de germanos atravesaron toda Europa. El proceso de transformación cultural de esta época fue acompañado también de caos, inseguridad y disturbios.6 Luego nos preguntaremos si esta experiencia de una época tan guerrera se expresa en el Cantar de Hildebrand y cómo.

El marco histórico concreto es la época del reino ostrogodo en Italia con Teodorico el Grande, que reinó entre los años 493 y 526. Es sabido que había irrumpido en el norte de Italia por encargo de Zenón, emperador de Oriente, de quien era magister militium et patricius. Después de sitiar Rávena durante dos años –lo cual luego, en las leyendas de Dietrich, se convertirá en la Rabenschlacht–, Teodorico pactó con Odoacro la repartición de la soberanía, pero pronto rompió el acuerdo, asesinó a Odoacro y asumió el gobierno absoluto. A pesar de esta ruptura del pacto al principio de su mandato, Teodorico consiguió por otra parte, mediante su Edictum Theoderici, una situación jurídica de seguridad territorial totalmente atípica para la época de las migraciones germánicas, que tenía validez para todos los vasallos de su reino, ya fueran godos o no.7 El reinado de Teodorico en Italia puede ser considerado como un intermezzo de relativa seguridad y paz en medio de una época caracterizada por el caos en general. Sin embargo, los acontecimientos históricos se contradicen con el Cantar de Hildebrand, dado que ahí es Teodorico quien «huyó del odio de Odoacro». Así pues, por de pronto aquí puede constatarse que pese a su imbricación en el contexto histórico de las migraciones y del reinado de Teodorico en Italia, el Cantar de Hildebrand no describe acontecimientos históricos auténticos.

Es fundamental para la teoría de la cultura de la memoria reconocer que con el recuerdo del pasado no se transmite, en el sentido de la historiografía, la manera en que la historia transcurrió realmente, sino que mediante el recuerdo se construye una imagen determinada de la historia. Esta construcción tiene lugar en la memoria individual, pero se realiza también en los planos social y colectivo. Así, la pertenencia a una determinada generación es constitutiva para la memoria social:

Cada generación construye su propio acceso al pasado, y no se deja imponer la perspectiva de las generaciones anteriores (...) Los roces en la memoria social se deben a los diferentes valores y necesidades [énfasis del autor] típicos de cada generación, que forman el correspondiente marco para la memoria (Assman 2006: 27).

Si se admite un concepto relativamente amplio de memoria cultural, éste podría definirse de la siguiente manera:

La «memoria colectiva» es un superconcepto para todos los procesos de tipo orgánico, medial e institucional que son importantes para la influencia mutua entre el pasado y el presente en contextos socioculturales (Erl, 2005: 5 y ss.).

La reinterpretación o la construcción de la historia se realiza, por ejemplo, realizando un balance de la culpabilidad de las catástrofes históricas, «siendo matemáticamente neutralizada una culpabilidad por la otra» (Assmann, 2006: 170). Otras estrategias de la construcción de historia son la omisión de ciertos aspectos, el silenciamiento total e incluso el falseamiento de la historia.8

Pero ¿qué significa esto para el Cantar de Hildebrand? Como ya hemos visto, esta obra no representa un puro relato de acontecimientos históricos. Sin embargo, tiene una pretensión de historicidad cuando se dice al principio: «Ik gihorta dat seggen» («Oí contar»), donde Seggen no sólo significa aquí «decir», en el sentido de «hablar», sino que también es «la transmisión de realidad» (Hennig, 1965: 495), mientras que dat «expresa la seguridad de que lo que ahora sólo se puede expresar en palabras fue una vez una realidad externa» (Hennig, 1965: 496). El «poeta no deja lugar a dudas sobre la veracidad de lo que ha oído y nos transmite (...) Evoca en la memoria», pero no una facticidad histórica. Lo que lleva a cabo el Cantar de Hildebrand es una «transmisión de lo histórico profundizado en el recuerdo» (Hennig, 1965: 496). La pregunta fundamental es qué valores y necesidades sociales y colectivos forman el marco del recuerdo en el Cantar de Hildebrand. ¿Qué interés tenía la sociedad noble carolingia del siglo IX por la poesía heroica germánica, un interés tan grande como para plasmar por escrito un tema nada cristiano en un manuscrito teológico? Dicho en otras palabras: ¿qué verdad se transmite aquí si no es una verdad histórica fáctica?

Precisamente, la cuestión de la «paradoja de la inversión del Teodorico histórico» (Kuhn, 21980: 123) en las leyendas de Dietrich ha sido objeto preferido de la crítica y es muy controvertida hasta hoy.9 Teodorico, que rompe el pacto y asesina, es reinterpretado de manera positiva en la leyenda. Él es el que es expulsado de su reino por el usurpador Odoacro; finalmente, tras un largo exilio reconquista el reino y lo restablece. Así se relata ya en la Gesta Theoderici, aparecida en el año 658/660. También Paulo Diácono, el historiador de los longobardos en el siglo VIII, designa a Teodorico como el legítimo soberano de Italia.10 En relación con la leyenda de Dietrich, Wolfgang Haubrichs habla de

una historia que reorganiza los hechos en el sentido de una reconstrucción narrativa, que aquí incluso invierte los papeles (...) y que según el testimonio del Cantar de Hildebrand tiene que remontarse a antes del siglo IX (Haubrichs, 2000: 357).

El reino de los godos, según esta reconstrucción, no aparece fundado en una conquista, sino en el derecho legítimo. El objetivo de tal reconstrucción es probablemente la legitimación del dominio de los godos sobre Italia, pero también de sus sucesores germánicos. Como representante del legítimo dominio germánico en Italia, Teodorico construyó, pues, una tradición que también pudo ser instrumentalizada por Carlomagno para su concepto de dominio imperial. En el año 800, después de conquistar el reino longobardo y de ser coronado emperador, Carlomagno hizo transportar una estatua ecuestre de Teodorico desde Rávena hasta Aquisgrán, y la colocó allí de manera representativa. Incluso dio a uno de sus hijos nacidos después del año 800 el demostrativo nombre de Teodorico, lo cual puede haber significado un intento de emparentarse con la estirpe del rey godo.11 Como antiguos mayordomos que eran, los carolingios no tenían una larga lista de antepasados que aportar al trono de los reyes francos. En el pensamiento medieval, la derivación genealógica de un antepasado importante habría conferido una especial dignidad al mandato de Carlomagno.12 Pero Teodorico/Dietrich no es el protagonista del Cantar de Hildebrand, sino más bien una figura marginal. Sin embargo, este rey de los godos, en su versión reconstruida, seguramente estaba presente en la conciencia de los oyentes de la época carolingia. La versión escrita que se conserva del Cantar de Hildebrand, basada en la tradición oral, es expresión de ese recuerdo colectivo en el cual el conquistador y asesino Teodorico se ha transformado en el mítico Dietrich: «uno de los grandes soberanos de la historia universal, y por tanto algo así como un paradigma de una “gran personalidad” con una gran irradiación histórica» (Kragl, 2007: 68).

Los protagonistas del Cantar de Hildebrand son Hildebrand, que era conocido como maestro armero de Teodorico, y su hijo, que al final se enfrentan en combate el uno contra el otro. No se puede imaginar un parentesco más estrecho entre dos adversarios. Pero en una época tan violenta como la de las migraciones, la Sippe,13 el círculo de los parientes consanguíneos que se prestan protección y ayuda mutuas, era la primera y más importante federación de paz. Esto también sirve, a mayor escala, para la tribu, que puede concebirse como federación de varias Sippen, o también como gran Sippe. En una época de caos en la que el peligro de muerte acechaba constantemente, en la que no existía un Estado de derecho como hoy, cuando la policía y la justicia se ocupan del orden público, el grupo de los consanguíneos era la única garantía de paz y seguridad. Pero eso significa también que cada persona era definida como amigo o enemigo según su pertenencia a una Sippe. Así se entiende que, al principio, Hildebrand dirija a Hadubrand la pregunta «Dime a qué estirpe/Sippe perteneces». El saber a qué Sippe pertenece la persona que uno tiene ante sí posee un significado existencial. Hildebrand había perdido este ámbito central de paz debido a su exilio involuntario y se había convertido en un friuntlaos man («hombre sin amigos/ parientes»), en la terminología jurídica.14

Pero en la época carolingia, la Sippe como principio de organización social había perdido importancia. Al formarse el Estado de federación de personas basado en el feudalismo, habían surgido nuevos vínculos sociales. Sin embargo, en el siglo IX todavía se tenía conciencia de la monstruosidad de la lucha entre padre e hijo, que según la concepcion cristiana era considerada como «acto cainita» (Schmidt-Wiegand, 1978: 151), precisamente a la vista de los enfrentamientos bélicos entre el emperador Ludovico Pío y sus hijos, que amenazaban el orden jurídico y de paz, como lo muestra el interés en poner por escrito el Cantar de Hildebrand:

La puesta por escrito en un manuscrito de Fulda sucede, no por casualidad, en una época en la que un conflicto entre padre e hijo devasta el reino carolingio «al más alto nivel» y que alcanza un punto culminante en 883 en el Lügenfeld junto a Colmar, con la prisión y la destitución del emperador Ludovico Pío por sus hijos (Schlosser, 1998: 61).

Para el público medieval seguramente era de especial interés el momento de la inevitabilidad de la lucha presente en el Cantar de Hildebrand, de la «ceguera trágica» (Schröder, 1963) de Hadubrand, que al final obliga a Hildebrand a luchar para mantener su honra. La honra15 es uno de los conceptos centrales de la Edad Media. La honra era entonces, a diferencia de ahora,

la suma de todo lo que conformaba la posición de una persona en los diferentes órdenes de la vida, que, no en último lugar, eran órdenes de rango, formados por la distinción, los cargos, las posesiones, las cualidades y relaciones personales (Althoff, 1995: 63).

Como ya hemos comentado, la identidad de un hombre en la época anterior a los francos estaba fuertemente definida por su pertenencia a una Sippe. Así pues, la honra en la Edad Media no era sólo un asunto individual, sino también un asunto de toda la Sippe. En otras palabras: si la honra de una persona individual es vulnerada, también es vulnerada la honra de toda la Sippe. Pero eso también significa que cada miembro de la Sippe está obligado a vengar un ataque a ésta. A su vez implica que una acción deshonrosa pueda asimismo revertir en toda la Sippe. Georg Simmel ha afirmado que la honra ocupa un lugar intermedio entre la moral y el derecho. El derecho alcanza objetivos externos por medios externos, y la moral, objetivos internos por medios internos. Pero la honra alcanza objetivos externos por medios internos. En correspondencia, la honra tiene importancia sobre todo para los grupos que se encuentran entre el individuo y la sociedad. Así, la honra siempre es originariamente honra estamental, proporciona al grupo un cierto grado de cohesión y contribuye a diferenciarlo de otros grupos o estamentos.16

Esto tiende un puente hacia los conceptos de «venganza familiar» y Fehde.17 Por ejemplo, si un miembro de la Sippe era matado por un extraño, cualquier otro miembro de la Sippe tenía no sólo el derecho, sino también el deber de ejercer venganza familiar. Si no se hacía, si se renunciaba a la venganza familiar, se ponía en juego la propia honra y la honra de toda la Sippe. Aquí se ve claramente la relación de la honra con el derecho. Al vengar una vulneración de la honra, se restablecía el viejo derecho, el recto orden de la vida. Si se tiene en cuenta que la honra en el mundo medieval significaba la identidad de la persona individual, su posición jurídica y su pertenencia a una Sippe, o en épocas posteriores, a una determinada capa social, entonces está claro que la pérdida de la honra para un hombre medieval significaba nada menos que la catástrofe absoluta que había que evitar bajo cualquier circunstancia.

En el Cantar de Hildebrand aparece claramente este significado de la honra. El viejo Hildebrand da a entender a su adversario Hadubrand que probablemente es un amigo, y demuestra que conoce bien las relaciones entre las tribus cuando dice a Hadubrand: «Si me nombras sólo a uno, ya sé quiénes son los demás, yo conozco a todo el pueblo». Y después de haber oído quién es su adversario, a saber, su propio hijo, le da una clara señal: le ofrece como signo de su amistad unos valiosos brazaletes de oro. Estos gestos, según la concepción medieval, no sólo eran de amistad o de cortesía, sino que fundamentalmente tenían un significado jurídico. Si Hadubrand hubiera aceptado el regalo, eso habría equivalido a un pacto, al establecimiento de una paz, es decir –en época germánica–, a la reincorporación a la Sippe. Pero Hadubrand insulta a Hildebrand llamándole mentiroso taimado y le reta a luchar. Con ello, a Hildebrand se le presenta la peor situación posible. Al reprochársele la mentira y la estratagema, su honra ha sido vulnerada. Tiene que aceptar la lucha con Hadubrand; si no, ha perdido su honra, su identidad completa como persona. Naturalmente que con ello, Hildebrand se encuentra ante un enorme dilema: ¿Cómo puede luchar contra su propia Sippe, incluso contra su propio hijo? Con ello lucharía en contra de y cuestionaría la base de su existencia, de su identidad como persona y como miembro de una Sippe. Pero si no lo hace, actúa también en contra de toda honra, vulnera el deber de luchar por la propia honra y el propio derecho. El deber de luchar resultará ser más fuerte. Hildebrand decide demostrarse a sí mismo su honra, en último término a todo el mundo, y sobre todo a su hijo. Por ello acepta la lucha, incluso aunque ésta pueda significar su propia muerte o la de su hijo.

En la época en que se puso por escrito el Cantar de Hildebrand, la migración germánica, sin embargo, ya era historia. Con el reino de los francos había surgido un Estado que estableció un nuevo orden, donde las antiguas Sippen germánicas habían perdido en gran parte su importancia como federaciones de paz. El afianzamiento de la paz y la creación de derecho se habían convertido, en teoría, en tareas del rey franco. Pero el rey solía estar muy lejos. En la práctica, cada cual tenía que preocuparse de su propio derecho, debía luchar por el restablecimiento de la propia honra, legitimando así también su pertenencia al estamento de la nobleza. El derecho a la venganza familiar vigente en la época germánica se convierte en el curso de la Edad Media en el derecho y en el deber de lucha, de Fehde, es decir, en el derecho legítimo de perseguir las propias reivindicaciones haciendo uso de la violencia. Esta permanente amenaza de la paz era una experiencia cotidiana para la nobleza del reino carolingio, y muestra un paralelismo con la omnipresencia de la violencia en la época de las migraciones. La puesta por escrito del Cantar de Hildebrand en el siglo IX parece unir el recuerdo colectivo de la época de Teodorico con las experiencias del presente. En la persona de Dietrich aparece también el recuerdo de la época del reinado de Teodorico, que, como se ha indicado más arriba, estuvo marcado por una seguridad jurídica relativamente amplia, atípica para la época, con lo cual, como ejemplo positivo, podía ser contrapuesto al caos de las luchas dentro de la familia real carolingia del siglo IX.

Existe un interesante enfoque crítico que, en mi opinión, todavía no ha tenido suficiente eco, y es el de Carola L. Gottzmann en su artículo «Warum muss Hildebrand vor Otachres nid fliehen» (Gottzmann, 2003). Según Gottzmann no se puede hablar de una ceguera trágica en Hadubrand. El contexto sería el siguiente:

Hildebrand abre el diálogo preguntando a Hadubrand por su nombre y su estirpe, y afirmando además que él mismo pertenece a ese país/reino. Para demostrarlo, dice que sólo indicándole un nombre conocerá a todos los demás de ese pueblo. Pero Hadubrand rechaza esa pretensión y designa a su padre como a quien ha traído la desgracia (at ente) a su pueblo/reino. Porque Hildebrand siempre ha sido el guerrero más activo (degano dechisto, referido no a Dietrich, sino a Hildebrand), para quien la lucha siempre era demasiado importante (imo was eo fehta ti leop), de manera que, debido a su permanente violación de la paz, el pueblo sufría miseria (des sid detrihhe18darba gistuontun). Por eso, al final Hildebrand tuvo que abandonar la comunidad y marchar al extranjero, dejando en casa a su mujer y a su hijo sin herencia. Los reproches de Hadubrand culminan cuando, de manera apodíctica, declara muerto a Hildebrand (ni waniu ich iu lib habbe) a causa de sus vulneraciones del derecho. A este juicio penal, relevante desde el punto de vista político y jurídico, Hildebrand se enfrenta con una alusión a su proximidad de parentesco, es decir, a su pertenencia a la Sippe (dat du neo dana halt mit sus sippan man dinc ni geleitos), para lo cual pone a Dios por testigo. Además, para demostrar que es capaz de una gran lealtad, ofrece a su hijo un brazalete hecho de oro imperial, que ha recibido del rey de los hunos por sus fieles servicios. Pero con ello consigue lo contrario de lo que pretendía: si el brazalete debía demostrar su capacidad de lealtad, a los ojos de Hadubrand se convierte precisamente en una demostración de deslealtad. Éste le insulta llamándole huno taimado, que a lo largo de toda su vida siempre ha actuado de manera alevosa y malvada. Hildebrand se había convertido en persona non grata en el país y en el pueblo de su hijo, lo cual equivale a una declaración de muerte (tot ist Hiltibrant, Heribrantes suno). En su último discurso, Hildebrand se defiende: a diferencia de Hadubrand ahora, él entonces tenía un mal señor, contra el que se rebeló con arreglo a derecho, lo cual le convirtió en un desterrado. Una vez más se remite a su pertenencia a la misma Sippe, pero también exclama que ni siquiera Dios puede evitar la próxima lucha, pues ahora una declaración se enfrenta a la otra. Al final cambia el registro: Hildebrand pasa a un discurso de provocación e improperios, poniendo en duda sarcásticamente el valor de su hijo, que se dispone a luchar contra un hombre tan viejo, y de la legitimidad de su posición. Subraya su honorabilidad declarándose dispuesto para la lucha, y le da la vuelta a las tornas: no es él quien es demasiado amigo de la lucha, ya que ha intentado evitarla, sino el mismo Hadubrand quien ambiciona el enfrentamiento guerrero.

Gottzmann interpreta, pues, el conflicto trágico del Cantar de Hildebrand como conflicto de diferentes concepciones del derecho y de los deberes de lealtad.19 Hadubrand, por una parte, argumenta desde el punto de vista del derecho del pueblo y del reino, y le reprocha a su padre su permanente perturbación de la paz del pueblo, y con ello la ruptura de la lealtad para con el señor (feudal) y el pueblo. Por otra parte, Hildebrand recurre al ámbito jurídico y de paz de la Sippe y remite a su derecho a la resistencia20 frente a un mal señor. En opinión de Gottzmann, en el Cantar de Hildebrand se establece un claro contraste21 entre la «vinculación a la Sippe por un lado y el pueblo como unidad política pre-estatal (quizá étnica) por otro» (Gottzmann, 2003: 10). Según esta interpretación, en el Cantar de Hildebrand, además de los aspectos de la honra y del derecho a o el deber de luchar, se manifiestan también diferentes ideas jurídicas y políticas. Mientras Hildebrand reclama para sí de manera tradicional el derecho ilimitado a la guerra (Fehde) o el derecho a la resistencia frente al soberano ilegítimo, Hadubrand argumenta «en el sentido de una política estatal». Acusa a su padre de ser un notorio vulnerador de la paz del reino y de traer con ello la miseria a su pueblo y a su país «poniendo en peligro el Estado». Dado que Hildebrand se ha quedado anclado en una época anterior al Estado de federación de personas de los francos, se ha expulsado a sí mismo de esa federación de derecho y de paz. Se ha convertido en un friuntlaos man («hombre sin amigos»),22 que ahora intenta ser readmitido en la comunidad de la Sippe. Si se sigue la interpretación de Gottzmann, entonces la mirada se dirige hacia el proceso histórico de la evolución, que va desde la federación tribal o de la gran Sippe, pasando por la etnogénesis, hasta las gentes y los pueblos étnicamente heterogéneos, e incluso al Estado de federación de personas del reino carolingio. En el siglo IX, la idea del derecho a la autoayuda violenta todavía estaba profundamente enraizada en la sociedad, aunque la consolidación del Estado de federación de personas se encontraba ya relativamente avanzada, pues bajo Carlomagno se había introducido en el año 786 la combinación de la garantía de lealtad y el juramento de los vasallos23 para la estabilización del poder. La experiencia histórica de la falta de paz y del caos de la época de las migraciones se actualiza en las guerras civiles carolingias, en la práctica de la Fehde y en la constante amenaza de los ataques vikingos, a los que el reino franco apenas podía oponer resistencia.

Así pues, podemos constatar lo siguiente: la puesta por escrito del Cantar de Hildebrand hacia el año 830/840 no fue en absoluto un producto de la casualidad.24 Abogamos aquí por entender la «escritura como expresión de un nuevo interés por los textos» (Ebel, 1997: 688) y por preguntarnos, a la vista de la versión escrita y literaria que se conserva de este cantar heroico, «qué puede haber significado para la época en la que tomó esa forma» (Ebel, 1997: 685). Hemos intentado explicar los valores y las necesidades generacionales típicos que proporcionan el marco para el recuerdo y que justifican el interés de la época carolingia por el conflicto entre Hildebrand y Hadubrand, situado en los tiempos ya pasados de las migraciones germánicas. Como se ha mostrado, la realidad vital del siglo IX ofrecía cierto paralelismo con la de la época de las migraciones, de manera que el pasado podía actualizarse en el presente en forma reconstruida mediante la literatura como medio del recuerdo. Así, en el Cantar de Hildebrand como medio de la reconstrucción, se transfiere lo presente al pasado. La problemática de la honra y de la venganza familiar/Fehde, por un lado, y la pertenencia a la Sippe frente al deber de lealtad, por otro, determinan la forma del «verdadero recuerdo» del pasado tal como aparece en el Cantar de Hildebrand. «La leyenda heroica germánica adquiere dimensión política con la formación de los estados» (Ebel, 1997: 696). En la época de Carlomagno, este proceso ya estaba relativamente avanzado. El Estado carolingio era, sin embargo, inestable, dependiente de la autoridad del rey y de su capacidad de imponerla, lo cual se muestra claramente en la historia de este imperio en el siglo IX. Dado que «cada presente se crea su pasado»,25 debería interpretarse el Cantar de Hildebrand como un texto que sólo puede entenderse desde la perspectiva de la época carolingia como expresión del recuerdo colectivo, pero también como elemento constitutivo dentro del proceso de recuerdo. Este enfoque de la interpretación hace posible ver con una luz más clara esta literatura tan hermética a ojos modernos.

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1. Monografías representativas con muchos datos bibliográficos, en Assmann (2006) y Erl (2005).

2. Una panorámica de la investigación se ofrece en Kolk (1967), Düwel (1981) y Lühr (1982).

3. Sobre el contenido, vésase Düwel (1981).

4. Pese a algunas tentativas, todavía no se ha podido encontrar ningún modelo histórico convincente para la figura de Hildebrand que aparece en las leyendas de Dietrich y en el Cantar de los Nibelungos. Véase Düwel (1981, col. 1.244 y ss.).

5. Véanse Wenskus (1977), Herwig (1990) y Pohl (2005).

6. Véase Heather (2005).

7. Véase Ausbüttel (2003: 52-110).

8. Véase Assmann (2006: 174-182).

9. Véanse, por ejemplo, Wagner (1980), Heinzle (1987), Gottzmann (2003) u Ohlenroth (2005).

10. Véase Haubrichs (2000).

11. Ibíd., p. 358.

12. Véase Ebel (1987: 696, 710).

13. Véase Kaufmann (1990).

14. Así define Heinzle friuntlaos man, aunque, como es usual, lo refiere a Teodorico. Véase Heinzle (1987: 683).

15. Véase Scheying (1971).

16. Véase Simmel (1908: 533 y ss.) y Zmora (1995: 100).

17. Véanse Brunner (1973), Morsel (1996), Klocke (1938), Wadle (1999), Kaufmann (1973) y Patschovsky (21997).

18. Véase Gottzmann (2003: 9 y ss.). Gottzmann interpreta detrihhe en este pasaje como un hapax legomenon, como un compuesto nominal de deot + rihhe.

19. Véase Kaufmann (1998).

20. Véase Kern (71980).

21. Gottzmann (2003) observa en el Cantar de Hildebrand una acumulación de palabras y giros que expresan esas diferentes posturas.

22. «La cualidad de lo extraño es para los autores de la literatura juglaresca y heroica sobre todo un problema ético y de los estamentos. No son los contrastes de lengua o de aspecto externo lo que convierte a los extranjeros en un problema para los protagonistas, sino los vínculos al antiguo grupo todavía existentes (...) aunque hayan tenido que separarse de él de manera enemistosa. Ellendecheit es un estado social al cual siempre es inherente una mancha. La superación de este estado es, por ello, siempre el objetivo lejano del ellende» (Kofler, 1996: 343).

23. Véase Reiling (1998).

24. Esto, en contra de Haug (1983: 146).

25. Hölscher (1988: 115).