Históricas - Varios autores - E-Book

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Varios autores

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Historia del movimiento feministas y de mujeres en Chile. Sus páginas recorren todas las organizaciones históricas de mujeres, enfatizando en las que tuvieron un horizonte feminista, en cuanto lucha por la liberación de la opresión sufrida por las mujeres en tanto sexo-mujer.

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© LOM Ediciones Primera edición, marzo 2021 Impreso en 2.000 ejemplares ISBN impreso: 9789560013897 ISBN digital: 9789560014269 RPI: 2021-A-629 Las publicaciones del área de Ciencias Sociales y Humanas de LOM ediciones han sido sometidas a referato externo. En portada: «Históricas», obra de Juana Pérez y Daniela Johnson, Fotografía: 8M - 2020, Trinidad Lopetegui Valenzuela. Edición y maquetación LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago Teléfono: (56-2) 2860 68 [email protected] | www.lom.cl Tipografía: Karmina Impreso en los talleres de LOM Miguel de Atero 2888, Quinta NormalImpreso en Santiago de Chile

Índice

Introducción

Prólogo

Capítulo 1 Ensayos, aprendizajes y configuración de los feminismos en Chile: mediados del siglo XIX y primera mitad del XX

Capítulo 2 El poder de desafiar el poder. Movimiento de mujeres y feministas en la revolución y contra la dictadura (1950-1990)

Capítulo 3 Movimientos feministas y LGBTQ+: de la transición pactada a la revuelta social, 1990-2020

Capítulo 4 Decir feminismo no (es) solo hoy. Algunas reflexiones sobre tiempos, tensiones y preguntas para pensarnos desde y con la historia

Red de Historiadoras Feministas

Sobre la imagen de la portada: «Históricas»

Bibliografía

Anexo 1 Archivos, documentos y fuentes para hacer historia de las mujeres y del feminismo en Chile

Anexo 2 Documentales, filmes y series con temáticas relacionadas al movimiento feminista, organizaciones de mujeres y/o disidencias sexuales en Chile

Introducción

Como Red de Historiadoras Feministas, este libro ha representado una oportunidad y un gran desafío a la vez. Primero, porque nos ha puesto frente a la necesidad de mirar un período de larga duración, desde 1850 hasta 2020, la gestación, desarrollo y auge de diversos movimientos feministas y de mujeres, en diferentes tiempos, contextos y territorios, para dar visibilidad a la participación social y política de las mujeres en la historia de Chile.

El segundo desafío, que se desprende del anterior, significó analizar y evaluar si todos los movimientos y organizaciones de mujeres en la historia del país podían ser clasificadas como feministas. De esta reflexión concluimos que no existe una definición única, estática y atemporal para el feminismo. El feminismo es un movimiento que está en constante construcción, redefinición y debate, que expresa también la heterogeneidad de voces y posiciones en torno a contextos históricos, políticos y sociales que son dinámicos y cambiantes, como la historia y la vida misma de las mujeres, y de lxs demás sujetxs que se piensan políticamente en torno a los feminismos o cuyas vidas se dejan tocar por los feminismos. Por tanto, lo que podía resultar ser feminista para algunas mujeres de 1900, puede no ser lo mismo que entienden por feminismo las mujeres y disidencias del siglo XXI.

En este sentido, es necesario mencionar que, además de la diferencia propia que impone la distancia temporal, también han existido diferencias para entender los feminismos dependiendo de la clase social, la etnia o raza, las creencias religiosas y de las identidades de género y sexuales, las relaciones con el estado y los partidos políticos, entre otras cosas. Es por eso que, en este libro, hablamos de los movimientos de mujeres, feministas y, más recientemente, LGBTIAQ+, en plural, porque comprendemos que no todas las organizaciones de mujeres han identificado sus luchas políticas con los ideales del feminismo de su época, y que no todos los feminismos han sido iguales. Además, porque tampoco se ha entendido siempre de la misma manera el signo «mujer».

Por esta razón, hemos buscado también mostrar el tránsito que han tenido los movimientos feministas desde organizaciones de mujeres cisgénero en el siglo XX, hasta las organizaciones feministas LGBTIAQ+ del siglo XXI. Decidimos acercarnos a los feminismos preguntándonos cómo podíamos hacer una historia sobre lxs sujetxs políticos involucrados en las reflexiones desarrolladas en este libro. Tensionamos, entonces, el lugar estático de la mujer como único sujeto posible para pensar en clave feminista, estableciendo miradas críticas sobre los mandatos de los géneros y las sexualidades desde las que se han considerado y valorado los aportes, preguntas e impulsos ligados a los desarrollos de las disidencias sexuales y de quienes luchan y han luchado por desmontar las exigencias heterocispatriarcales compulsivas que ordenan nuestro mundo.

Desde esta perspectiva, asumimos que son muchos y muy diferentes los sujetos que han sido marginalizadxs de las narrativas históricas por el peso de los discursos de odio que se tejen y desprenden de las estructuras binarias que norman el sexo y el género y, por lo tanto, como un gesto de desvío y protesta frente a dichas estructuras, es que a lo largo de las siguientes páginas decidimos escribir utilizando un lenguaje inclusivo que desafíe la dureza de las marcas de género y nos permita abrir el camino a nuevas formas de hacerse un cuerpo y pensarse en relación a otrxs. Para esto, reemplazamos en ocasiones, la «o» masculina o la «a» femenina, con una «x». Creemos que esta acción marca una desobediencia respecto de los límites desde los cuales en los libros de historia se han pensado tradicionalmente los sujetos y puede dar cabida a incorporar en nuestra reflexión la experiencia y los sentires de aquellxs cuyas vidas e historias siguen estando aprisionadas en un marco de lo posible violentamente excluyente, por ser demasiado estrecho y normado. Asimismo, utilizamos mayoritariamente bibliografía y literatura escrita por mujeres y disidencias, buscando visibilizar la producción académica de las historiadoras de ayer y de hoy.

Es así como dentro de las pluralidades y diferencias de los movimientos feministas ha resultado necesario reconocer también que, sin la existencia de las demandas y luchas de cada uno de estos grupos, movimientos y organizaciones, habría sido imposible que el camino andado en la consecución de los derechos civiles, políticos, culturales, sexuales y reproductivos de las mujeres y disidencias hubiera avanzado hasta donde estamos hoy. Aunque sabemos que aún falta mucho para lograr la equidad, reconocimiento y derechos plenos, también sabemos y valoramos las trayectorias y luchas de lxs que estuvieron antes que nosotrxs, dejando huellas y luces indelebles en el camino, que han iluminado las rutas de lxs que vinimos después.

Este libro se ha escrito honrando esas historias y esas memorias feministas, intentando mostrar las continuidades y los cambios de uno de los procesos sociales y políticos más largos en la historia de Chile: la organización y lucha política femenina y feminista por los derechos y el reconocimiento social pleno de las mujeres, y más recientemente de las personas LGBTIAQ+.

Para dar cuenta de este proceso, este libro se divide en cuatro capítulos.

El Capítulo I, titulado «Ensayos, aprendizajes y configuración de los feminismos en Chile: finales del siglo XIX y primera mitad del XX», se divide en cuatro secciones, e inicia con el análisis de qué fue el feminismo como concepto y acción política para las organizaciones femeninas de hace más de cien años. En el marco de un período convulsionado por crisis económicas, guerras, dictaduras y graves problemas sociales, mujeres obreras, de sectores medios y de las élites se animaron a pensar cuál era la sociedad que querían y cómo querían ser consideradas y tratadas, comprometiéndose con un programa social y político que, a pesar de las diferencias entre ellas mismas, apuntó a la ampliación de la democracia y a la búsqueda de mejores condiciones de vida.

En la sección dos, que va desde los años 1850 a 1920, se da cuenta de las primeras organizaciones de mujeres documentadas en Chile, hacia mediados del siglo XIX, compuestas principalmente por mujeres de la élite, fuertemente vinculadas a la Iglesia Católica, quienes desplegaron sus acciones en torno a la caridad. Se aborda la lucha por el derecho a la educación, vinculada principalmente a mujeres laicas de la élite y sectores medios emergentes, quienes además abogaron por limitar la influencia de la Iglesia en la sociedad. Luego, se presentan los albores del feminismo obrero, destacando las luchas de mujeres por derechos laborales y mejoras a la condición de vida de las familias proletarias, además de plantear profundos cambios estructurales a la sociedad, que incorporarán la emancipación de la mujer.

La sección tres estudia cómo los movimientos y organizaciones de mujeres se comienzan a transformar entre 1920 y 1935 en partidos políticos femeninos independientes, y otros dependientes de los partidos masculinos tradicionales. Con fines analíticos las hemos dividido en agrupaciones obreras, de clase media y de la élite, presentando una gran diversificación política, y teniendo algunas de ellas tintes feministas, y otras declaradas abiertamente feministas. El hito del voto municipal en 1935 es un logro importante de las demandas colectivas por el sufragio femenino, el que, junto a la demanda por más y mejor educación para las mujeres, será una de las principales banderas de lucha del periodo.

Por último, la sección cuatro del capítulo, que corre desde los años 1935 hasta 1949, se encuentra marcada por dos hechos relevantes; estos son: la participación por primera vez de las mujeres en las elecciones municipales y la promulgación del voto pleno. Los hechos acontecidos desde mediados de los años treinta hasta finales de los años cuarenta son una expresión de las deficiencias y exclusiones del sistema político, pero a la vez se impulsaron cambios que son significativos hasta el día de hoy. A lo largo de la sección se da cuenta de algunos procesos significativos para el período, como son: la configuración de los feminismos como una forma de pensamiento y de acción alimentada por la publicación de libros, revistas y periódicos; además, se hace referencia a los feminismos como acción política organizada, enfatizando en algunas de las experiencias que implicaron la generación de articulaciones nacionales y en hechos específicos, como fueron la participación en las elecciones municipales y las concepciones y tensiones que acompañaron al acto de promulgación del sufragio femenino.

El Capítulo II, que lleva por nombre «El poder de desafiar el poder. Movimiento de mujeres y feministas en la revolución y contra la dictadura. (1950-1990)», aborda el movimiento feminista y de mujeres en el periodo que abarca desde la obtención del sufragio femenino hasta el fin de la dictadura militar. Esta etapa se enmarca bajo la polarización del mundo en el contexto de la Guerra Fría, lo que implicó que los activismos feministas se desarrollaron a partir de una nueva relación entre la política, la ideología y los afectos.

En la sección uno, se estudia el llamado «silencio feminista», de acuerdo al análisis de la destacada académica y feminista Julieta Kirkwood (1990), categoría que fue utilizada para referirse a la situación de fragmentación del movimiento feminista en el periodo que va desde 1950 a 1973. Interesa destacar que dicho silencio no implicó que el feminismo desapareciera de las trayectorias individuales y en las nuevas organizaciones de mujeres. Destacamos además, para este periodo, la continuidad del discurso feminista maternalista desarrollado en el periodo anterior, que buscó, en los intersticios de la modernización económica y estatal, plantear propuestas para la superación de las condiciones de vida de las mujeres. Lo anterior, buscando contrastar el discurso institucional eugenésico infanto-materno, que asignaba a las mujeres función social de madres y donde la infancia era entendida como el capital humano para el futuro (Montero 2015).

En la sección dos, se aborda la temática de «Mujeres en tiempos de Revolución». En ella se destaca la relevancia de los largos años sesenta, como «momento/bisagra», de articulación entre la clase y el género en la militancia. Nos interesa destacar las tensiones, conflictos y luchas de las mujeres en los procesos de reformas y radicalización de las luchas sociales y políticas bajo la Unidad Popular. La experiencia acumulada y las redes de mujeres desarrolladas en este periodo resultan gravitantes para la rearticulación del movimiento feminista bajo la dictadura cívico-militar.

El movimiento de mujeres y las luchas feministas de la década de los ochenta a partir de la defensa de la vida y con el propósito de construir la «democracia en el país y en la casa», es abordado en la sección 3, titulada «La lucha de las mujeres contra la Dictadura Militar (1973-1990)».

El Capítulo III, «Movimientos feministas y LGBTQ+: de la transición pactada a la revuelta social, 1990-2020», resume los principales avances en cuanto a los últimos treinta años de los movimientos de mujeres, feministas y LGBTQ+, que se han caracterizado por una explosión de activismos, organizaciones y temáticas. En vez de «fragmentación» o debilidad en la multiplicación feminista, lo que rescatamos en este capítulo es la forma en que los feminismos se expanden y profundizan, a la vez que van conquistando espacios importantes dentro de los ciclos de movimientos sociales y de protestas, como también en los medios y la opinión pública.

El capítulo está dividido en tres secciones, de aproximadamente diez años cada una (1990-1999, 2000-2010, y 2011-2020). Comienza hablando de las posibilidades y los desafíos de «género» dentro de la posdictadura y cómo se expresan y tensionan diversas temáticas, en torno a temas como la institucionalización, las autonomías, y los derechos humanos dentro de los movimientos de mujeres, feministas y LGBTQ+. Se refiere a algunos de los principales avances en cuanto a las leyes y las políticas públicas de los gobiernos de la Concertación y el Servicio Nacional de la Mujer (Sernam), como también las tensiones y los conflictos con grupos feministas y LGBTQ+, tal vez más conocidos en relación al «feminismo autónomo» e «institucionalizado», pero no limitado sólo a esto. A lo largo del capítulo se busca seguir este hilo, subrayando no sólo las iniciativas y aproximaciones activistas, sino también su relación, muchas veces conflictiva, con la institucionalidad, los partidos políticos y el Estado.

En la siguiente sección, se problematiza sobre el neoliberalismo, las demandas étnico-raciales y las nuevas generaciones de feministas y estudiantes, dentro de un contexto de desgaste del modelo político de la «democracia de los acuerdos» de la posdictadura. Sin duda, son los movimientos estudiantiles –como la Revolución Pingüina de 2006 y el Movimiento Estudiantil de 2011– los que remueven las aguas de lxs feministas y disidencias sexuales, que instalan y problematizan nuevas demandas y temáticas. No obstante, a la vez, los temas raciales y étnicos comienzan a aparecer cada vez con más fuerza en este período, estimulados, en particular, por la creciente militarización de la Araucanía, como también olas cada vez más grandes de migración, lo cual abrió discusiones importantes sobre racismo y colonialidad dentro del movimiento feminista hegemónico.

Estas reflexiones se vuelven centrales en la siguiente sección, titulada «Se abren las grandes alamedas y se llenan de feministas. Desde el movimiento estudiantil al tsunami feminista y la revuelta social». Así, este capítulo cierra, destacando cómo los feminismos se han vuelto cada vez más complejos –interseccionales, decoloniales, antirracistas y antineoliberales– a la vez que también se han masificado y llenado «todos los espacios», lo que se visibilizó con particular fuerza en el tsunami feminista del año 2018 y la revuelta social del año 2019, como también en otras fechas clave del calendario feminista, en los que se realizan masivas movilizaciones o acciones, tales como el 8 de marzo –Día Internacional de la Mujer–, el 25 de julio –Día Internacional de la Mujer Afrolatina, Afrocaribeña y de la Diáspora–, el 30 de julio –Día de la Marcha por el Aborto Libre, Seguro y Gratuito–, y el 25 de noviembre –Día de la No Violencia contra la Mujer–, entre otros.

Por último, el Capítulo IV, titulado «Decir feminismo no (es) solo hoy. Algunas reflexiones sobre tiempos, tensiones y preguntas para pensarnos desde y con la historia», es un corolario de análisis político de los movimientos feministas, centrado en la necesidad de establecer cuestionamientos acerca de los modos en que es posible aproximarse a los feminismos y a los significados que subyacen a este concepto, entendiendo que, aproximarse a las palabras y pensar colectivamente sus significados requiere esfuerzos en los que deben conjugarse las diferencias, los sentidos del reconocimiento y los imaginarios de lo político que se juegan en las propuestas transformadoras.

Para encontrarnos en la diferencia y seguir imaginando juntxs las rutas posibles de los feminismos hoy, necesitamos insistir en las palabras y rebasar de contenidos y preguntas los conceptos que se dejan tocar en el roce de los feminismos y el mundo.

Prólogo

Recuerdo la grata impresión que me causó la presencia, hacia la década de los noventa, de tantas estudiantes mujeres en aquellas carreras de Licenciatura en Historia con las que tuve la oportunidad de relacionarme, ya como joven docente, ya como atrasada estudiante de postgrado. Era notable el cambio respecto de mi generación, cuando las mujeres en las aulas de las carreras de Historia éramos una minoría para quienes era tabú el camino de la investigación, escuchándose, como si fuesen palabras naturales, que la «historiografía era para hombres». Ante la vista, en los noventa y dos mil, de tantas mujeres jóvenes terminando sus carreras, haciendo sus investigaciones, escribiendo sus tesis y proyectándose hacia los estudios de postgrado, la investigación historiográfica y la docencia superior, no pude dejar de pensar que ese solo hecho constituía una suerte de revolución silenciosa en el seno de la formación historiográfica y que, necesariamente, habría de producir cambios significativos en su orientación y su escritura. No me equivocaba.

El fuerte cuestionamiento a una historiografía que, ancestralmente, había ocultado y silenciado a las mujeres como sujetas históricas, fue el primer grito crítico de esta generación de historiadoras nuevas; una crítica que remeció los propios cimientos de la historiografía tradicional, tocando profundamente la conciencia de todos y todas quienes ya trabajábamos en investigación histórica. Y mientras ese grito crítico golpeaba nuestras conciencias, las jóvenes historiadoras chilenas –como las del mundo occidental– comenzaron a nutrir la historiografía con su minuciosa indagación sobre la presencia de las mujeres en cada uno de los procesos históricos a narrar: las mujeres en la pampa salitrera, las mujeres en el carbón, las mujeres pobladoras, las mujeres trabajadoras de la costura y del cuidado… así como a interrogar a las mujeres de carne y hueso que veíamos en las calles luchando: las mujeres del movimiento feminista demandando democracia en el país y en la casa, y las madres de los detenidos-desaparecidos exigiendo justicia y verdad y enarbolando la bandera de los derechos humanos… Desde el pasado y el presente, las mujeres de la ausencia y el silencio se visibilizaban históricamente y al unísono en el grito crítico, la marcha y la nueva escritura.

Aún más; no se trataba sólo de agregar o añadir a las mujeres ausentes a modo de un mero remiendo de la historia antigua. La revolución que se venía desencadenando con el feminismo occidental había levantado una epistemología crítica que estaba llamada a revolucionar todos los campos del saber y el poder: la teoría del género, que exigía comprender la realidad-histórica, en el pasado y el presente, desde las relaciones patriarcales establecidas como sistema de dominación histórica de los hombres sobre las mujeres, revolución epistémica que puso en el centro de la mirada crítica la comprensión de las relaciones de poder en la sociedad, desde este régimen de dominación patriarcal atravesando íntimamente la estructura social, la familia y los cuerpos-sexo humanos. La teoría del género inquietó profundamente a los y las historiadoras mayores, mientras las jóvenes se empapaban de sus categorías, hablando una nueva lengua que ha venido marcando el sello de su generación y su creación, otorgando nombre e identidad a su historiografía feminista.

No fue de extrañar que, como expresión de este doble proceso –generacional y teórico-crítico– ocurrido en el seno de la historiografía nacional, se formase la Red de Historiadoras Feministas en 2017. Desgajándose de las tradicionales Jornadas de Historia realizadas ese año en la Universidad Austral de Chile en Valdivia, y con la buena acogida de la Casa de la Memoria y de la actual vicedecana de la Facultad de Filosofía y Humanidades, la historiadora Karen Alfaro, se dio paso a la creación de una red de historiadoras que se diseminó por los distintos centros universitarios del país, canalizando, a través de esta red, sus creaciones y sus inquietudes, generando una fisura muy nutritiva en el seno de la historiografía nacional tradicional. ¡Salud a ellas!

Este libro es uno de sus frutos, el que, sin duda alguna, constituye un decisivo aporte a la historia de los movimientos feministas y de mujeres ocurridos a lo largo de nuestra historia republicana hasta la actualidad. A través de sus páginas, podemos recorrer, con mucha minuciosidad, todas las organizaciones históricas de mujeres en Chile, enfatizando especialmente en aquellas que tuvieron un horizonte feminista, en cuanto lucha por la liberación de la opresión sufrida por las mujeres en tanto sexo-mujer. Especialmente valioso es este libro, por cuanto también recoge la complejidad de los movimientos actuales, los que abren el campo propiamente feminista hacia distintos sujeto/as e identidades sexuales en acción crítica y creativa. Debemos, pues, destacar la capacidad de las autoras de entregarnos, a través de estas páginas, una excelente síntesis del movimiento de mujeres y feminista, dialogando con las diversas autorías y desarrollos historiográficos relativos al tema.

Asimismo, valoramos muy especialmente el enfoque abierto, flexible y plural para abordar el estudio del feminismo en Chile, priorizando la historicidad propia del movimiento de mujeres como criterio y categoría central para la comprensión y definición de los feminismos, apartándose de una abstracción conceptual homogénea y única. De ahí la importancia conceptual de este reconocimiento y recorrido, por fases y momentos históricos, de los movimientos de mujeres y feministas, no sólo para describirlos, sino para comprender su fisonomía propia y poder definirlos desde esa experiencia histórica vivida.

En el seno de este ejercicio comprensivo de los feminismos desde su historicidad, es especialmente relevante su diferenciación a través de las categorías de clase y género, con lo cual podemos reconocer los distintos movimientos de mujeres y sus demandas, feministas o no, surgidas tanto desde el campo popular y de obreras como en el ámbito de mujeres profesionales y provenientes del mundo aristocrático-burgués. Este doble reconocimiento plural de las diferencias según fases o momentos históricos, así como en base a categorías de clase y género, otorga gran riqueza a este texto como comprensión de los distintos feminismos real-históricamente existentes.

Desde esta perspectiva adoptada por las autoras, resulta muy interesante también visualizar aquella fase especial denominada «el silencio feminista» (años cincuenta posconquista del voto universal). Al no soslayar el estudio aquellos momentos de repliegue, surgen preguntas interesantes e inquietantes en relación a dicho momento histórico vivido, mostrando, luego, la fuerza de resurgimiento de los feminismos en los tiempos más oscuros de la noche dictatorial, enarbolando la defensa de los derechos humanos y la bandera de la ¡«democracia en el país y la casa»!

El texto que comentamos se instala de lleno, finalmente, en el presente actual, fruto de una lucha incesante del feminismo desde los años noventa y, especialmente, del tsunami feminista del 2018: manifestación callejera multitudinaria de una nueva generación de mujeres y transgénero, con una notable apertura a todas las identidades sexuales como expresión de la profunda conciencia democrática del feminismo del presente, en lucha contra todas las formas de opresión cultural-sexual. El desafío más urgente y pendiente, sin duda, es la lucha contra el feminicidio, el rostro más brutal, criminal, de la dominación de género.

El libro se cierra con una muy interesante y nutritiva reflexión filosófica conceptual sobre «los feminismos», reflexión profundamente situada en la historicidad del y de los movimientos de mujeres y feministas. Escritura final no como clausura conceptual, sino como acto de recoger el concepto desde su experiencia o historicidad vivida/narrada.

¡Que la Red de Historiadoras Feministas siga transitando por su feliz camino!

M. Angélica IllanesNiebla, enero de 2021

Capítulo 1 Ensayos, aprendizajes y configuración de los feminismos en Chile: mediados del siglo XIX y primera mitad del XX

Karelia Cerda*, Ana Gálvez Comandini** y María Stella Toro C.***123

1. Introducción. ¿De qué feminismos estamos hablando en el período de 1850 a 1949?

Desde las primeras organizaciones de mujeres en la década de 1850, hasta la creación del Movimiento pro Emancipación de las Mujeres de Chile (MEMCH) en 1935, existió una multiplicidad de organizaciones e instituciones femeninas que se identificaron de manera diversa, y algunas veces contradictoria, con el feminismo.

Estas organizaciones de mujeres fueron principalmente de carácter urbano, lideradas y constituidas por mujeres que habitaban las ciudades como damas de la élite, como profesionales universitarias o como obreras y trabajadoras de los sectores medios y populares. Considerando que la sociedad chilena fue eminentemente rural hasta fines del siglo XIX, podemos decir que un amplio sector de la sociedad, especialmente la rural, compuesta por mujeres campesinas, de pueblos originarios o de la diáspora africana, no participaron formalmente en la política por no saber leer ni escribir, o por no saber hablar y leer en castellano, quedando en los márgenes de los nuevos sistemas políticos modernos vinculados a los partidos políticos y a los movimientos obreros y feministas. Es por ello que estos grupos tuvieron una participación menor en organizaciones femeninas y feministas a las que haremos referencia en este capítulo, como también en los partidos políticos y los sindicatos; y, por lo mismo, han sido mucho más difíciles de rastrear en los archivos.

Se deben tomar en cuenta, además, las estructuras extremadamente violentas y represivas del campo chileno, expresadas en el poder absoluto del «patrón de fundo». Como se señala en el estudio pionero de Sonia Montecino (1991) sobre «madres y huachos», este fue un contexto marcado por la violencia sexual y dentro del cual, desde muy temprano, las mujeres populares y campesinas tuvieron que reaccionar, creando redes de subsistencia y resistencias cotidianas.

Por todo lo anterior, es necesario hacer hincapié en que la definición de «ciudadanía» durante este período fue discriminatoria y excluyente, en especial en cuanto a lo étnico y racial. Estudios realizados por parte de historiadoras de la esclavitud en Chile, como Carolina González (2014), nos demuestran cómo las mujeres esclavizadas concebían la libertad y la ciudadanía durante la colonia y las primeras décadas de la República. Por cierto, es relevante que desde la primera Constitución de 1823 el Estado chileno sólo extendió el derecho a sufragio pleno a aquellos hombres que tuvieran más de 20 años y que fueran casados, propietarios, y católicos. Hasta 1958, con la invención de la cédula única de votación, no hubo un voto verdaderamente «secreto» en Chile, y hasta 1970 no pudieron votar lxs analfabetxs. Esto a pesar de los avances en cuanto al sufragio femenino que veremos en este capítulo.

En este sentido, este capítulo se centrará en revisar la adscripción al feminismo por parte de organizaciones urbanas de mujeres, exponiendo cómo esta adhesión fue en ocasiones explícita y en otras difusa, situación que en parte se relacionaba con la necesidad de marcar una diferencia con el feminismo sufragista surgido en Europa, particularmente con las sufragistas inglesas. Se señalaba, frecuentemente, que el feminismo de las chilenas era distinto, pues sus reivindicaciones buscaban la armonía y no la guerra entre los sexos.

¿Cuánto de convencimiento y cuánto de estrategia política hubo en estos argumentos? No lo sabemos, pero es posible suponer que construyeron retóricas que les serían útiles en un ambiente adverso, que les demandaba de manera permanente tener que justificarse y legitimarse a través de la moderación y de la promesa de que no dejarían de lado el cuidado del hogar. Además, se encontraban atravesadas por miradas tradicionales en torno a la maternidad, siendo parte de una época en que el ideal de la familia burguesa se instalaba desde el Estado como una aspiración para el conjunto de la sociedad, independientemente de la compleja configuración de la mayoría de las familias.

En general, los escritos, las organizaciones y las demandas que se vinculaban con el reconocimiento de las capacidades intelectuales de las mujeres, la mejora de las condiciones de vida, la visibilización de las problemáticas y precariedades que les afectaban en el trabajo asalariado, el acceso a la educación y la obtención de derechos civiles y políticos, eran considerados como feministas, en una conjugación que a veces hacía parecer como sinónimos los términos femenino y feminismo. Si bien muchas de estas organizaciones no se catalogaron como feministas, sí han sido consideradas así por estudios posteriores, en los cuales se ha hablado de feminismo compensatorio, moderado, maternalista, obrero y social, entre otros, y de la existencia de corrientes vinculadas a referentes como el liberalismo, el socialismo, el anarquismo y el catolicismo.

En un breve recorrido por estas categorizaciones es importante mencionar el estudio pionero de la historiadora Asunción Lavrín (2005), quien ha señalado que, desde principios del siglo XX, ya se hablaba de feminismo en América Latina, enfatizando la acogida de algunas de estas ideas y demandas: «… en 1920 formaba parte del vocabulario político de socialistas, mujeres liberales de clase media, reformadores sociales, diputados nacionales y, aun, escritores católicos conservadores» (p. 30). Lavrín habla de un «feminismo compensatorio» en la medida que se buscaba la igualdad de derechos con los hombres, pero, a la vez, la protección de las mujeres; en especial, como madres.

La socióloga Julieta Kirkwood, en los años ochenta, catalogó al feminismo de esta primera etapa como un «feminismo moderado», que buscaba que las mujeres se mantuvieran en los cánones otorgados a lo femenino y en la eliminación de los «vicios sociales» (Kirkwood 1986, 25), asumiendo, entre sus luchas, la defensa de la familia y de la moral. La filósofa Alejandra Castillo (2005) señala que en este periodo se configuró un «feminismo maternalista» de raigambre liberal, igualitario en materia de derechos políticos, pero que relevaba y apelaba de manera permanente a la maternidad.

Las historiadoras Diana Veneros y Paulina Ayala (1997) visibilizaron dos vertientes específicas y dicotómicas, refiriéndose a la existencia de un «feminismo laico» y otro de carácter católico. Ana María Stuven también se refiere a la existencia de un «feminismo católico», aunque reconoce que estaba configurado por mujeres que no se consideraban a sí mismas como feministas; en particular en el caso de la Liga de Damas Chilenas (Stuven 2017, 347).

Desde otros sectores sociales, a principios del siglo XX hubo mujeres trabajadoras que se posicionaron a través de las páginas de los periódicos La Alborada y La Palanca como «feministas obreras». La historiadora María Angélica Illanes habla de un «feminismo social», encarnado en organizaciones como el MEMCH y en la extensa trama desarrollada por aquellas mujeres que se preocuparon de distintas maneras por el bienestar y la salud del pueblo, extendiendo la emancipación de las mujeres a la lucha por la «transformación general de la sociedad política y económica» (Illanes 2012, 31).

Los discursos y las acciones desarrolladas por las organizaciones de mujeres de principios del siglo XX estuvieron marcadas por la generación de prácticas políticas de tipo representativo que tenían como horizonte final la inclusión de las mujeres a través de la extensión progresiva de sus derechos, bajo el cuidado de que esta integración no afectara los roles tradicionales, sino que les permitiera contar con mejores herramientas para insertarse en la modernidad. La entrada formal de las mujeres en la arena política fue vista como algo que ayudaría a regenerar y purificar la política, pero desde un papel secundario.

2. Primeros antecedentes de acción y organización: mujeres de la élite, sectores medios y feminismo obrero, 1850-1920

Al hablar de las mujeres del siglo XIX, se les suele representar confinadas al hogar como único ámbito de desenvolvimiento, en donde cumplían funciones de madre, esposa y dueña de casa. Si bien el ordenamiento social en este periodo así lo definía, hay que destacar el creciente dinamismo y participación de las mujeres en otras esferas. Las primeras asociaciones surgieron en un clima de profundas transformaciones, marcado por la disputa entre conservadores y liberales en torno a la separación de la Iglesia y el Estado, además de la Cuestión Social que aquejaba a los sectores populares. En este proceso, se tensionaron las estructuras sociales y los roles de género tradicionales, emergiendo nuevas posturas respecto de la condición de las mujeres.

El siglo XIX e inicios del XX significó para las mujeres en Chile su progresiva irrupción en el espacio público, lo cual no implicó necesariamente una ruptura con la feminidad tradicional. Las primeras referencias de mujeres hablando con voz propia corresponden a la producción de prensa de y para mujeres en la segunda mitad de dicho siglo, como señala la historiadora Claudia Montero (2018, 27-30) en un contexto que posibilitó la generación de opinión, especialmente entre las mujeres de la élite y sectores medios emergentes, en razón de su grado de instrucción. Por otra parte, las mujeres obreras también ocuparon el espacio público, a partir del cruce entre las problemáticas de género y de clase.

2.1. Mujeres católicas y activismo desde la caridad

Ante las transformaciones del Estado y la paulatina pérdida de influencia de la Iglesia Católica sobre la sociedad, las mujeres conservadoras desplegaron acciones –tanto individuales como colectivas– en defensa de la moral cristiana y la estructura social tradicional, cuyo eje primordial era la familia. Así, encontraron en la beneficencia y la caridad la posibilidad tanto de ayudar a las personas desvalidas como también hacer frente al avance de las ideas liberales que socavaban los fundamentos del orden establecido.

Las asociaciones de señoras católicas que surgieron a mediados del siglo XIX permitieron la articulación de mujeres con intereses y objetivos comunes a partir de su pertenencia de clase y su religión. Las primeras organizaciones fueron la Sociedad de Beneficencia de Señoras en 1851 y el Círculo de Mujeres del Instituto de Caridad Evangélica - Hermandad de Dolores en 1864 (Olivares 2019, 87), ambas fundadas en Santiago. En las décadas posteriores, se fundó gran cantidad de asociaciones en distintas ciudades del país.

En estas instancias, las mujeres extendieron labores consideradas femeninas, tales como el servicio y cuidado de lxs demás, desde la privacidad de sus hogares hacia la vida social. Sus acciones estuvieron enfocadas en prestar asistencia a familias pobres e instituciones que albergaban a personas enfermas y vulnerables. Según Valeria Olivares (2019), estas agrupaciones se dedicaron también a orientar a mujeres pobres en el correcto cuidado y educación de sus hijxs, a modo de tutelaje desde la función materna. En ese sentido, se puede establecer que la caridad católica permitió reforzar roles de género tradicionales, apuntando a perpetuar el modelo societal propendido por los sectores conservadores y la propia Iglesia.

A partir de las acciones de caridad y beneficencia, se produjo un contacto permanente con la dura realidad social de los sectores populares, generando un posicionamiento respecto de la Cuestión Social. Ello se tradujo en la búsqueda de formas de incidir en la política nacional para mejorar las condiciones de vida de lxs pobres. A lo largo de las primeras décadas del siglo XX, las organizaciones católicas desarrollaron una praxis política en defensa de los valores cristianos y la familia, especialmente frente a los riesgos implícitos del ingreso de las mujeres al mundo laboral: la decadencia moral y abandono de la función materna (Olivares 2019, 92).

Las labores de caridad dieron paso al fomento de la educación de las trabajadoras en oficios considerados apropiados para las mujeres y al impulso de crear sindicatos de inspiración católica, destacando el rol de la Liga de Damas Chilenas fundada en 1912 (Robles 2013) y la publicación de periódicos como El eco de la Liga de las Damas Chilenas y La Sindicada Católica, este último perteneciente al Sindicato de Empleadas de Comercio de Santiago (Montero 2018, 10). En ese sentido, el activismo católico se traducía en una misión moralizadora, como también política, proponiendo una alternativa para enfrentar el avance del socialismo y anarquismo en el movimiento obrero, en consonancia con las disposiciones de la Encíclica Rerum Novarum sobre la justicia social (Robles 2013, 93). Así, el activismo de las mujeres católicas se desenvolvió en el espacio público en dos sentidos: en la misión moralizante y en la acción política.

2.2. Mujeres ilustradas: el acceso a la educación superior

Un importante sector de mujeres de la élite y sectores medios ilustrados desarrollaron su participación en el espacio público a partir del interés por equiparar el nivel cultural de las mujeres al de los hombres, recalcando la igualdad de sus capacidades intelectuales y criticando la posición de inferioridad y exclusión a que se veían sometidas. La difusión de ideas positivistas y laicas, además del vínculo con el mundo intelectual liberal, fueron factores que incidieron en la asociación de estas mujeres y el despliegue de su participación política.

El creciente interés por la cultura llevó a las mujeres a generar sus propios espacios de encuentro, puesto que los salones y clubes estaban reservados exclusivamente para los hombres. A partir de mediados del siglo XIX, las mujeres ilustradas organizaron tertulias y veladas literarias, en donde compartían lecturas y debatían respecto de sus inquietudes. Estos espacios propiciaron la formación intelectual y el análisis en torno al status de la mujer en la sociedad, destacando la necesidad de suprimir la influencia de la Iglesia y las trabas que ésta suponía para el desarrollo pleno de sus facultades, generando así una postura anticlerical. Cabe destacar que ello no implicaba una ruptura con el ideal de feminidad de la época, sino una ampliación del horizonte de posibilidades y funciones a cumplir.

Un hecho significativo fue la circulación de textos que problematizaban la condición de la mujer, como el libro La Esclavitud de la Mujer, de John Stuart Mill, traducido en 1872 por Martina Barros, quien fue una destacada intelectual y precursora del feminismo en nuestro país. En el prólogo, Barros reflexionó sobre el destino impuesto por el catolicismo a la vida de las mujeres: el matrimonio o la vida conventual. Así mismo, destacó la importancia de la educación como pilar fundamental para la ampliación de los derechos de las mujeres.

A lo largo del siglo XIX, la educación formal de las mujeres se forja fundamentalmente al alero de la Iglesia Católica, orientada a la formación práctica y moral de las futuras madres y esposas. En 1872, Antonia Tarragó –fundadora del Colegio Santa Teresa, cuya orientación era la ilustración de la mujer– solicitó que sus alumnas pudiesen rendir exámenes para el ingreso a la universidad, iniciativa replicada por Isabel Le Brun en 1876. Con ello se encendió el debate político sobre el tipo de educación adecuada para las mujeres y sus capacidades intelectuales para ejercer profesiones (Sánchez 2006).

Siguiendo a Karin Sánchez (2006), la presión desde las propias mujeres por el ingreso a la universidad fue un factor importante que permite explicar la firma del Decreto Nº547 por el ministro Miguel Luis Amunátegui en 1877, es decir que no fue una mera concesión desde arriba, sino una lucha emprendida desde abajo. Este decreto reconocía la necesidad de entregar una educación sólida a las mujeres y sus capacidades para ejercer profesiones, por tanto, permitió la rendición de exámenes de admisión a la universidad. Gracias a lo anterior, se concretó el ingreso de mujeres a la educación superior, siendo las primeras egresadas Eloísa Díaz y Ernestina Pérez (médicas), y Matilde Throup (abogada).

Las mujeres liberales ilustradas utilizaron mecanismos para incidir en la toma de decisiones políticas, apuntando a equiparar las condiciones de hombres y mujeres en el plano de la educación y la cultura, lo cual representaba un vehículo para la modernización del país y el progreso de las mujeres. Por tanto, desde su exclusión de la política formal y de manera indirecta, lograron ser artífices de la construcción del Estado republicano en el siglo XIX.

2.3. El «Incidente de San Felipe» y el inicio de la lucha por el sufragio femenino