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La GUÍA10 de Jerusalén recopila lo mejor de la capital de Israel para sacar el máximo provecho a una escapada de varios días. Se detallan los 10 puntos de imprescindible visita en la ciudad, se recomiendan 10 restaurantes especialmente seleccionados para esta guía, así como 10 tiendas de interés para el visitante y los 10 principales eventos que tienen lugar en la ciudad. Todo acompañado de mapas, fotografías e información práctica.
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Posiblemente Jerusalén sea la ciudad más compleja e interesante del mundo. Santa tres veces, pues es sagrada para musulmanes, cristianos y judíos, en esa bendición está su maldición. Durante siglos los fieles de las tres creencias se la han disputado a sangre y fuego. Su herencia es infinita, pues en ese tira y afloja a lo largo de los tiempos se han ido superponiendo capas de murallas, templos, casas, puertas, muros, santuarios, bazares… Jerusalén es una ciudad de mil caras, moderna fuera de su casco viejo y antigua en el sentido más solemne de la palabra cuando se penetra en su corazón milenario. Una urbe que impone por su belleza, pero que ve multiplicada por mil su esencia cuando sabemos que prácticamente todas las referencias fundacionales de nuestra cultura se localizan allí. Centro del universo para los judíos, el lugar donde Jesús fue torturado hasta morir para los cristianos y desde el cual Mahoma decidió elevarse a los cielos según la fe musulmana, Jerusalén tiene en su mapa genético ser convulsa socialmente, a la vez que al visitante le aporta una paz inexplicable, sin duda relacionada con la fe, con el misticismo que emanan cada una de sus piedras.
Jerusalén ofrece al viajero la oportunidad de vivir en directo el amor que le han profesado sus pobladores desde hace milenios, y comprobar con estupor cómo entre ellos jamás han sabido vencer los recelos. En Jerusalén se puede disfrutar de la más moderna de las ciudades a la par que se pulimentan con los pies adoquines que ya gastaron las suelas de los legionarios romanos o se acarician sillares que ya estaban allí mil años antes de nuestra era.
• La mayoría de ciudadanos occidentales no necesitan visado para entrar en el estado de Israel. A la llegada, la policía expide un pequeño carnet electrónico con los datos del viajero que realiza esa función. Así se evitan los engorros del pasado, cuando contar con un sello israelí en el pasaporte impedía visitar algunos países árabes, Irán u otros musulmanes. El pasaporte debe ser válido para 6 meses y estar limpio, por su parte, de sellos de visita a países “enemigos” como Irán, Siria, Pakistán… El viajero se somete a un interrogatorio más o menos largo antes de embarcar en el avión para que la policía israelí se asegure de que entra con intenciones meramente turísticas.
• Jerusalén goza de un clima netamente mediterráneo, con veranos calurosos e inviernos no muy rudos. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la ciudad se halla situada a 800 m de altitud sobre el nivel del mar, por lo que a la puesta del sol hay que abrigarse en cualquier época del año. No son raras algunas nevadas puntuales en pleno invierno. La temporada “baja” son los meses de septiembre y octubre, cuando llegan menos turistas. Pero siempre hay muchedumbres en la ciudad santa, especialmente en los lugares más emblemáticos.
• El aeropuerto internacional Ben Gurion (www.iaa.gov.il) está a 50 km de Jerusalén, pues sirve también como terminal para Tel Aviv. Hay un servicio de autobuses que parte cada media hora en dirección al centro. El viaje toma cerca de una hora. Al regresar, hay que recordar que las medidas de seguridad son estrictas y que nuevamente hay que someterse a un interrogatorio de la policía israelí, por lo que es prudente acudir con 3 horas de antelación al vuelo.
• La moneda oficial del estado israelí –la que se usa en Jerusalén– es el nuevo shekel. El cambio es bastante estable, alrededor de 4,8 shekel por cada euro. En las tiendas de la ciudad vieja que venden antigüedades o piezas caras aceptan euros y dólares americanos. En toda la ciudad, las tarjetas de crédito internacionales también funcionan con normalidad. Si se viaja por los Territorios Palestinos, hay zonas en las que se usa el dinar jordano.
• La oficina de turismo mejor situada de la ciudad vieja se halla nada más cruzar la Puerta de Jaffa, a la izquierda (www.tourism.gov.il) Tel. 02627 1422. Si se desean visitar los Territorios Palestinos, la más cercana está en Belén, en la céntrica plaza Manger. Tel. 275 4235.
• La ciudad es muy segura, aunque por los bazares de la ciudad vieja circulan los clásicos timadores con la excusa de “soy coleccionista de monedas extranjeras”. Normalmente prefieren como presas a los grupos grandes. Por lo demás, se puede transitar sin temor a crímenes por toda la ciudad a cualquier hora del día y de la noche. Vigile sus bolsos en cafeterías y aglomeraciones y lleve siempre el pasaporte encima para los frecuentes controles del ejército israelí, y porque es imprescindible para acceder al Muro de las Lamentaciones y a la Explanada de las Mezquitas. Si hay manifestaciones políticas, retírese con presteza del lugar, los enfrentamientos entre palestinos e israelíes suelen ser muy duros.
• Moverse por Jerusalén es muy sencillo. En el interior de la ciudad vieja no queda más remedio que hacerlo a pie, pues es prácticamente toda peatonal, aunque hay pequeños tramos en los que puede entrar un taxi (en el barrio armenio, por ejemplo). Fuera de las murallas, lo más práctico es el tranvía, al que llaman tren de superficie. Los billetes se compran en máquinas habilitadas en las marquesinas de las paradas, y hay que validarlos en las canceladoras a bordo. También hay taxis y autobuses, aunque lo más práctico es el sherut, monovolúmenes que recorren rutas establecidas y que se detienen donde desee el viajero. Pregunte a los lugareños sobre los lugares por los que pasan y los precios.
• En la ciudad nueva, los jerosolimitanos utilizan mucho la bicicleta, pero la urbe no está exenta de largas cuestas. En cualquier caso, hay empresas de alquiler y algunos hoteles de alta gama ofrecen el servicio gratuito a sus clientes.
La cocina propia de Oriente Medio, especialmente la libanesa y siria, es la base de los platos que se encuentran en Jerusalén. Existe la posibilidad de entrar en el restaurante de un hotel y servirse de cocina internacional. Pero en los restaurantes y puestos de comida locales reinan el hummus y el falafel, generalmente muy enriquecidos. Cada cocinero cuenta con su receta secreta, y los diferentes establecimientos del país compiten entre sí por ofrecer el más jugoso, cremoso y aromático. También el puré de berenjenas, generalmente con mucho ajo, está entre los platos preferidos. Además, son geniales las ensaladas –que se pueden tomar con total seguridad–, que se nutren de las feraces huertas israelíes, con tomates, naranjas, pepinos, cebollas y aceitunas. En los meses fríos y por las noches, aparecen sabrosas sopas de tomate y garbanzos. El yogur, espeso y graso, es sensacional, y no se toma como postre sino como acompañante, incluso rebañado con un pellizco de pan ázimo.
La carne más frecuente es el pollo y el cordero, por lo general en estofado. Los panecillos genuinamente judíos conocidos como bagel –más bien un bollo con agujero en el centro– se sirven en tiendas al efecto, que los rellenan con cualquier cosa imaginable, dulce o salada. Los restaurantes árabes no sirven alcohol, aunque los regentados por cristianos tienen cerveza local e internacional. En cualquier caso, hay que probar los suculentos zumos de fruta que se exprimen frente al cliente al instante en cualquier esquina de la ciudad. Son celestiales las limonadas, naranjadas y el jugo de granada en otoño. También puede pedir que le mezclen mitad y mitad.
Hay café exprés y también “libanés”, es decir, de puchero, hervido con azúcar y aromatizado con cardamomo. Hay que dejarlo asentarse para que el poso vaya al fondo de la taza. El té generalmente es azucarado y con hojas de menta en su interior.
La pastelería, nuevamente, se ciñe a los estándares sirios y libaneses, con pastelillos fritos y horneados en los que reinan la miel, el jarabe de azúcar, las nueces y los pistachos.
Aunque los restaurantes cierran temprano por la noche, lo bueno es que sirven comida a cualquier hora del día. De hecho, en la cultura del país está comer cuando se tiene hambre, y no a horas demasiado establecidas.
Recuerde que los establecimientos que siguen a rajatabla los preceptos religiosos judíos se identifican como kosher. Y los musulmanes, como halal.
1 Cúpula de la Roca.El icono dorado de Jerusalén
2 Muro de las Lamentaciones.Emoción judía
3 Santo Sepulcro.Epicentro para los cristianos
4 Paseo por las murallas.Panorámica de la ciudad vieja
5. Monte de los Olivos.El balcón de Jerusalén
6. Catedral de Santiago.Éxtasis armenio
7. Mercado Mahane Yehuda.Sinfonía colorista
8. Museo de Israel.Donde reposan los manuscritos de Qumrán
9. Yad Vashem.Memoria del Holocausto
10. Ethiopia Street.Cristianismo africano
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La llamada Explanada de las Mezquitas es el lugar donde se asienta el símbolo más vistoso y posiblemente conocido de Jerusalén: la Cúpula de la Roca (en árabe, Qubbet al-Sakhra). Se trata de un edificio construido a finales del siglo VII de nuestra era, con base hexagonal y cubierto por la cúpula que le da nombre, que está completamente recubierta de oro.
En su interior, vetado a los no musulmanes, se halla la roca desde la cual Mahoma y el arcángel Gabriel levantaron el vuelo para dirigirse al cielo. Parece ser que la roca quiso seguir el camino del Profeta. Muestra de ello es que está elevada sobre el resto del nivel del suelo.
Las paredes exteriores están ricamente cubiertas de azulejos con diseños geométricos y una cenefa superior repleta de oraciones en árabe. La cúpula está recubierta con 80 kilos de oro, en una fina capa de 1,3 mm de grosor, donados en su integridad por el rey Hussein de Jordania. Para los judíos, la misma piedra utilizada como trampolín por Mahoma fue la elegida por Abraham para sacrificar a su hijo, antes de que Dios se lo impidiera. Es la piedra fundacional del mundo y centro del universo.
En la Explanada se halla la famosa mezquita de Al-Aqsa, así como también diferentes edificios ornamentales, en una extensión equivalente a la de dos campos de fútbol, repletos de jardines y cipreses que sombrean a las personas que rezan, estudian el Corán o simplemente meditan.
Establecer científicamente el origen de la Explanada es imposible, pues los rabinos se oponen a que los arqueólogos trabajen en ella por considerarla suelo sagrado.
Las medidas de seguridad para el acceso a la Explanada de las Mezquitas son estrictas y tediosas, lo que genera larguísimas colas. Es recomendable situarse en posición –bien accediendo desde la explanada del Muro de las Lamentaciones o bien desde la Puerta del Estiércol– muy temprano, o lo más posible es que no dé tiempo a entrar.
Es buena idea abandonar la Explanada de las Mezquitas por la gran puerta del zoco Qattanin, cubierto, que podría pasar inadvertido durante el callejeo por la ciudad vieja.
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En el año 70 de nuestra era los romanos destruyeron el segundo templo de Salomón, los judíos se dispersaron y durante siglos la ubicación exacta de dicho santuario cayó en el olvido. El sagrado Muro de las Lamentaciones, que en hebreo se llama Hakótel Hama'araví (lo que significa, simplemente, muro occidental) es el vestigio de aquella construcción, una de las imágenes más reconocibles de Jerusalén y del judaísmo actual y una de las visitas obligadas de la ciudad.
El Muro está abierto las 24 horas del día todos los días del año, pero en sabbat (el sábado es el día sagrado de los judíos) está prohibido tomar fotografías y hay que comportarse con mayor recato si cabe.
El Muro está formado por sillares impresionantes, algunos de centenares de toneladas de peso. La pared comunica con la Explanada de las Mezquitas, a la que los hebreos prefieren llamar el Monte del Templo. Cada día, miles de peregrinos procedentes de todo el mundo y jerosolimitanos acuden a lamentarse por la dispersión de los judíos y a alzar pregarias a Dios, con repetidas reverencias frente a la imponente pared. Desde hace siglos es costumbre introducir papeles con peticiones entre las rendijas de las piedras.
A diario se pueden observar judíos de todas las edades y condiciones leyendo los textos sagrados y elevando plegarias. La zona está segregada, los hombres entran por el sector norte y las mujeres, por el sur, y están separados por una valla. En la zona cubierta hay inscripciones en hebreo en las paredes y también muebles con libros de rezos a disposición de los visitantes. Se permite deambular entre los orantes, pero hay que mostrar respeto.
Junto al Muro se halla el pasaje de casi medio kilómetro de largo que recorre la parte septentrional. Se realiza mediante visita guiada en grupos limitados y es conveniente reservar con antelación, pues hay mucha demanda.
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En el corazón de la ciudad vieja se alza una iglesia un tanto escondida entre el zoco Khan al-Zeit, Dabbaga Road y la calle Aqabat al-Khanqah. Se accede a ella mediante un pequeño arco, que da paso a una plazoleta con una grada que permite la visión del templo. Este se alza en el lugar considerado por los cristianos el Gólgota, es decir, el lugar donde a Jesús lo clavaron en la cruz, murió y resucitó.
Desde que a principios del siglo IV, en que la mujer del emperador Constantino “fijó” el lugar, millones de peregrinos se han acercado a esta iglesia que está custodiada por diferentes confesiones cristianas. En una ciudad donde los lugares en disputa son legión, este es uno de los más reñidos. Católicos, ortodoxos griegos, sirios y armenios, etíopes, coptos… discuten por cada palmo del templo, hasta el punto de que las llaves las guarda una familia musulmana, para evitar los conflictos, que han llegado a la pelea física. La Piedra de la Unción, donde supuestamente el cuerpo de Cristo fue preparado para su enterramiento, es una losa de mármol ante la cual los fieles se arrodillan con gran fervor. Frotan pañuelos untados en aceite para llevarse a casa una parte de la santidad del lugar. Incluso las lamparillas con velas que iluminan este espacio son objeto de dura disputa entre las diferentes comunidades cristianas, para ver quién coloca las suyas.
En el interior de la iglesia, además de la losa, se pueden admirar varias capillas y hasta un convento fraciscano, y las cinco últimas estaciones del Via Crucis de la Vía Dolorosa que se desarrrolla por la ciudad vieja de Jerusalén.
El Edículo, un edificio alto, pequeño y estrecho, construido alrededor de la tumba de Jesús, es el lugar que reúne mayores multitudes. Hay largas colas para acceder a su interior.
En Semana Santa y Navidades las muchedumbres impiden una visita sosegada de este lugar, es mejor evitar esas fechas.
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Se da por supuesto que el viajero –vagando por el corazón de los zocos– pasará junto a sinagogas, mezquitas e iglesias de la ciudad vieja. Sin embargo, lo intrincado de los pasajes, la superposición de construcciones, impiden a veces hacerse una idea de cómo están dispuestos los barrios. Ello se consigue gracias al paseo por las murallas, una pasarela elevada que permite recorrer buena parte del perímetro. Lo mejor es comenzar en la Puerta de Jaffa, donde se obtienen los billetes de entrada. Y, a partir de ahí, ir deslizándose por lo alto de la pared que protege a la ciudad vieja, primero hacia una costado, en dirección a la Puerta del Estiércol, y luego hacia el otro, hasta llegar a la Puerta de los Leones. No se puede cerrar el círculo, pues la zona de la Explanada de las Mezquitas está custodiada por el Ejercito y la Policía israelíes. Sin embargo, se completa la vuelta en un 90%. En dirección sur, desde el inicio se puede contemplar la Torre de David, el barrio armenio y las sinagogas sefardíes situadas en esa zona meridional de la ciudad. Se pasa por la Puerta de Sión y sobre la Puerta del Estiércol se tiene una buena visión del yacimiento arqueológico del centro Davidson. En el camino hacia el norte se ve perfectamente el Patriarcado Latino, la mezquita Qaymariyya y la zona armenia, superando la Puerta Nueva y llegando a la Puerta de Damasco, la más populosa y mítica de las entradas a la ciudad santa. Se continúa por encima de la cueva de Sedeclas, se pasa por el barrio musulmán –al mismo nivel que el patio de algunos colegios, donde los escolares juegan al fútbol o hacen gimnasia en sus horas de recreo–, se salva la Puerta de Herodes y se finaliza en el sector más oriental, sobre la Puerta de los Leones o San Esteban, donde se obtiene una visión privilegiada del cercano Monte de los Olivos y se puede descender a la piscina de Bethesda y comenzar el paso por la Vía Dolorosa.
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La montaña que domina el sector occidental de la ciudad es modesta pero, sin embargo, se eleva abruptamente. Aunque suponga salvar algunas rampas duras, vale la pena hacer el recorrido a pie saliendo de las murallas por la Puerta de los Leones. Así, la primera parada es ante la discreta aunque espectacular iglesia que alberga la tumba de la Virgen María. Se halla por debajo del nivel de la calle. Pero hay que seguir profundizando en las entrañas de la tierra, bajando todavía una buena escalinata de dos tramos hasta la iglesia subterránea que, gris y misteriosa, alumbrada por centenares de lámparas de aceite, contiene la losa donde se depositó el cuerpo de la madre de Jesús una vez muerta. Al salir del templo, prácticamente enfrente, encontramos el huerto de Getsemaní, donde Jesús sería detenido. Es un remanso de paz en la ajetreada Jerusalén, con algunos de los olivos vivos más antiguos del mundo. De hecho, los botánicos han certificado que tienen más de dos mil años de edad, de manera que quien esté dispuesto a creer la historia bíblica deberá concluir que son los mismos árboles que vieron el apresamiento del Hijo de Dios. Pegado al huerto, la iglesia de la Agonía, con unos mosaicos en el altar mayor ante los que vale la pena detenerse.
Ascendiendo por la dura cuesta asfaltada que lleva a la cumbre queda, a la izquierda, la bella iglesia rusa de María Magdalena, con sus siete cúpulas de bulbos dorados. A la derecha, según se sube, el impresionante cementerio judío, que pasa por ser el camposanto en uso más antiguo del mundo. Y, al llegar a la cumbre, la visión magnífica de la vieja Jerusalén, donde destaca, en el centro, la Cúpula de la Roca y donde se comprende perfectamente la disposición de los diferentes barrios y se ve dónde están los templos más importantes. El mejor mirador se halla junto a la carretera, bajo la entrada al histórico hotel Seven Arches.
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Jerusalén está llena de iglesias con significación histórica. Pero tal vez la que se lleve la palma por su belleza sea la catedral ortodoxa de Santiago. Y no es que le falte enjundia, pues se supone que el templo se alza en el mismo lugar donde el santo apóstol fue decapitado, convirtiéndose en el primer discípulo de Jesús en ser mártir. Pero en lo que reparará el visitante será en la estructura ortodoxa de una iglesia levantada en el siglo XI por los georgianos armenios. Todavía hoy el patriarcado de esa confesión nacional lleva las riendas de la catedral, que se distingue por un aura de misterio difícil de explicar, al que contribuyen sus recoletas pero brillantes capillas, repletas de mosaicos dorados; los miles de velitas que brillan en un entorno especialmente oscuro; las lámparas de cristal colgadas a gran altura sobre el suelo, como si fueran lágrimas; los monjes, que ataviados con túnica y capucha ofician los rezos diarios.
Aun con la antigüedad del templo, este ha vivido varias restauraciones. Una de las últimas contribuciones son parte de los azulejos, que proceden de diferentes ciudades turcas y son del siglo XVIII, realizados por artesanos armenios reproduciendo oraciones en su alfabeto y también figuras bíblicas.
No es sencillo dar con la catedral abierta, pues solo se permite la entrada durante los oficios religiosos, pero hay que insistir, pues vale mucho la pena. Al terminar los rezos, los monjes dan unos minutos de cortesía a los viajeros para que puedan admirar los diferentes rincones y ornamentos.
Es interesante fijarse, en el patio exterior, en las khatchkars, cruces armenias talladas en piedra que se remontan al siglo XII.
Los domingos actúa un coro formado por medio centenar de voces que resulta maravilloso, con cantos en lengua armenia. Si hay oportunidad, mejor acceder durante una de sus intervenciones.
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La Jerusalén fuera de murallas es una ciudad muy moderna y occidentalizada, plagada de centros comerciales, de franquicias de ropa y cafeterías, que no se distinguiría de cualquier capital europea o estadounidense a no ser por oasis como el mercado Mahane Yehuda, que nos recuerda que, sí, estamos en Oriente Medio. Es posible que cualquier vagabundeo por la parte nueva de la ciudad lleve a este centro de compra-venta. Pero si no es así, se localiza fácilmente, pues una de las paradas del tranvía lleva su nombre, así como también la calle de acceso principal. Se trata de un complejo triangular, no muy grande, pero que hay que recorrer con paciencia, pues hay más recovecos de los que parecen en el primer vistazo. Se acumula allí todo el color y los aromas de los mercados populares de esta parte de la Tierra, donde destacan especialmente los puestos de fruta y verdura, los de especias, té, pasteles, pan, aceite de oliva, licores, ropa, menaje de cocina, complementos del hogar….
Los jerosolimitanos acuden a él por la frescura de sus productos y porque los precios son muy competitivos, amén de que en algunos de los puestos los tenderos todavía se prestan al regateo. Pero, como sucede en tantas ciudades europeas, el mercado se está convirtiendo en lugar de parada y fonda de tiendas muy modernas y de alto diseño, donde aparecen golosinas y delicatessen. Y ahí los precios son fijos (y generalmente, altos). Pero es la oportunidad para pasar un buen rato seleccionando algunos regalos y también degustando auténtico café expreso a la italiana o conociendo una variedad casi ilimitada de fruta confitada y escarchada.
Alrededor del mercado Mahane Yehuda florecen bares y restaurantes que ofrecen comidas sencillas a buenos precios. Hay que llegar temprano, pues se llenan enseguida. Y desalojar las mesas tan pronto se haya terminado, no hay mucho cuartelillo para la sobremesa. La recompensa, una cocina con los mejores productos a precios imbatibles en Jerusalén oriental.
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Museo muy ecléctico que teóricamente intenta abarcar todos los periodos y todas las disciplinas, consiguiendo un batiburrillo de difícil coherencia. Tal vez lo más apasionante para el viajero sea que hay una sala específica para la exhibición de parte de los manuscritos hallados en el Mar Muerto, en la zona de cuevas de Qumrán, en 1947. Se trata de 800 rollos encontrados en vasijas que datan del siglo II, escritos en hebreo y arameo, y realizados presumiblemente por la secta de los esenios, de la que, según algunos historiadores, Jesús de Nazaret podía haber formado parte. Los rollos son los documentos bíblicos más antiguos que se conocen. Actualmente una parte de ellos están en Ammán, la capital jordana.
Además de los conocidos como Manuscritos del Mar Muerto, en el museo se puede apreciar una maqueta de la ciudad tal y como habría sido en el periodo del Segundo Templo, así como la reconstrucción de tres sinagogas históricas, una de ellas llevada desde Italia. También hay una sección etnográfica, donde se hace la única concesión al poblamiento árabe de Tierra Santa, y muchos restos arqueológicos, entre los que destacan una estela de la época del Primer Templo. Además, hay una colección de arte más contemporáneo, con algunos lienzos firmados por Picasso, Van Gogh y Gauguin y esculturas de Rodin o Moore. Finalmente, se exponen obras de pintores israelíes poco conocidos por el gran público.
El museo cuenta con cafetería, restaurante de comida kosher y una tienda de recuerdos.
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Donde Jerusalén occidental empieza ya prácticamente a difuminarse, enclavado en el parque del monte Herzl, se localiza Yad Vashem. Se trata de un gran complejo museístico que recoge un encargo del parlamento israelí para recordar el Holocausto. Así, englobado en un edificio principal en forma de prisma, se halla una exposición magna que recoge miles de objetos, paneles, películas, fotografías, mapas y descripciones para explicar el genocidio perpetrado por el régimen nazi. El despliegue de medios es impresionante, pues de igual manera que se recoge la propaganda antijudía de la Alemania de las primeras décadas del siglo XX hay reproducida con fidelidad una calle del gueto de Varsovia, se acoge uno de los vagones que trasladó a los prisioneros a los campos de exterminio o hay testimonios escritos y gráficos de los supervivientes. En definitiva, se trata de dejar constancia de ese horrible episodio histórico, que tanto influyó en la posterior fundación del estado de Israel.
El recorrido termina en una impactante Sala de los Nombres, de techo cónico y con un fondo bajo tierra, donde hay un modesto estanque. Recoge tres millones de testimonios de amigos y familiares de las personas exterminadas.
Además del edificio principal, la zona, perfectamente ajardinada, conduce a otros espacios, como el Monumento a los Niños, sobrecogedor por su escenificación: una grabación va diciendo los nombres de los niños desaparecidos durante el nazismo, a la vez que quema una vela que miles de espejos reflejan, una llama eterna protegida por la roca.
Hay más monumentos y esculturas diseminados por el gran espacio, en la zona sudeste del monte Herzl, por lo que vale la pena programar una visita de media jornada para recorrer el conjunto. Hay sinagoga, restaurante, cafetería, tienda de recuerdos y una buena librería. En las oficinas de la entrada se pueden hacer donaciones para la fundación que gestiona Yad Vashem o, directamente, hacerse socio.
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Ignorada por las masas de turistas que recorren los monumentos principales de Jerusalén, está la calle Etiopía, al norte de Jaffa Rd. No es difícil de localizar, pues es una travesía de la importante HaNevi’m St que discurre en sentido norte-sur. El consulado etíope, bien resguardado por altos muros pero fácil de identificar por su bandera, será la referencia. Hay que adentrarse por Ethiopia Street, con la legación diplomática a la derecha y la casa de Ben Yehuda a la izquierda. Cuesta encontrar la placa que indica que allí vivió el lingüista ruso Eliezer Ben Yehuda, recuperador de la lengua hebrea. Los ultraortodoxos no aprueban que sea la lengua vehicular israelí, por lo que intentan, con frecuencia, borrar su rastro. Justo enfrente hallamos una puerta de piedra donde se reconocen inscripciones en lengua amhárica. Es la pista para saber que hemos llegado hasta la iglesia etíope. Un león de Judá evita confusiones.
El templo es de planta circular, está guardado por un silencioso cuidador que lo único que exige al visitante es que se descalce antes de entrar. Entonces se pueden admirar con calma los tradicionales murales etíopes, de estética naif y, cómo no, representaciones de san Jorge, el más venerado de los santos cristianos en Etiopía. La iglesia es de finales del siglo XIX y tiene más valor histórico que artístico, pero sirve para ver un templo único en la ciudad y desengrasarse de las multitudes que se agolpan prácticamente en todos los monumentos interesantes de Jerusalén.
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Templo luterano de finales del siglo XX sin más aspectos destacables que su torre del campanario, que permite una visión privilegiada de la ciudad vieja de Jerusalén, casi enfrente del Santo Sepulcro. Hay que tomar aire antes de salvar los más de 200 escalones que conducen a lo alto del mirador, pero el esfuerzo vale la pena. Para luteranos y organizaciones generalmente alemanas, hay una casa de huéspedes situada junto al claustro.
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Hay que abandonar la ciudad vieja por el barrio armenio, tomando la Puerta de Sión, para dirigirse a la bonita iglesia que señala el lugar donde murió la Virgen María (“donde se durmió”, de ahí el nombre). Los gestores actuales son una comunidad de monjes benedictinos. El templo tiene aspecto de fortaleza centroeuropea, con una bella sala de columnas donde están las capillas más destacadas, con mosaicos recuperados de los daños sufridos durante al menos dos de las guerras árabe-israelíes, pues los soldados hebreos tomaron el campanario como lugar para sus francotiradores.
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De los muchos templos judíos que se pueden visitar en Jerusalén, este vale especialmente la pena por hallarse en el barrio judío de la ciudad vieja y formar parte de un grupo de cuatro de origen sefardí. En concreto la sinagoga de Ben Zakai tiene más de cuatro siglos de antigüedad y una de las ventanas contiene el tradicional cuerno de carnero que anuncia la llegada del Mesías. Si se dispone de tiempo, se pueden visitar las otras tres, pegadas a la muralla sur.
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A tan solo 5 km de Jerusalén, Belén reclama una visita tanto por ser el lugar de nacimiento de Jesús como para que el viajero tenga la experiencia de pasar a Cisjordania y vivir las diferencias entre los Territorios Palestinos y los administrados por el estado de Israel. Aparecen por las calles todo tipos de símbolos ligados a la causa árabe, banderas y kufias (el tradicional pañuelo de cuadros) a la venta. En la pequeña y coquetona ciudad, hay que pasear por su bonito mercado, por el casco viejo y llegar a la Manger Square, el epicentro de la villa. Allí cerca están el Templo de la Natividad, donde se señala el lugar exacto en el que nació Jesús e iglesia en activo más antigua del mundo; y la interesante iglesia de la Gruta de la Leche muy cerca.
79, Armenian Orthodox Patriarchate Rd. Tel. 627 3854. Una puerta discreta y unos escalones que descienden a un sótano conducen a este restaurante de especialidades armenias que algunos clientes califican de “museo” por su espectacular decoración con azulejos, lámparas clásicas y sillas de marquetería. La carne de cordero tiene una fuerte presencia en platos muy abundantes.
63, Al Wad St. Tel. 627 1538. La competencia por conseguir el mejor hummus en Jerusalén es grande. Este local, situado en la calle principal del zoco, según se entra por la Puerta de Damasco, lucha dignamente entre ellos. Hay que llegar temprano, se llena a mediodía.
2, Tiferet Israel St. El pollo, preparado de diferentes maneras, es el ingrediente más utilizado en este café que recibe el aplauso general de sus usuarios. El trato es amable y están dispuestos a cocinar cosas que no estén en la carta.
42, Emek Refaim. Si hay prisa, los típicos bollos con agujero en medio rellenos de cualquier cosa imaginable son una buena opción para el paseante por la ciudad vieja. Esta pastelería, especializadas en bagels, tiene una larga carta de estos bollos rellenos. Si no está muy lleno (cosa rara), se prestan a organizar variantes a gusto del consumidor.
2, Shlomzion HaMalka. Tel. 622 1006. Está cerca de la plaza Moscú, y pasa por el ser el mejor lugar de Jerusalén para comer un shawarma. Es difícil decirlo, pero la verdad es que cuidan el punto de la carne, que nunca está demasiado reseca. El local es pequeño, hay que ir dispuesto a abrise paso a codazos.
4, Rehov HaEshkot. En el entorno del mercado Mahane Yehuda hay muy buenos restaurantes a precios interesantes. Este es vegetariano, y hace alarde de conocer bien la comida india, en la que se basa su carta. Ambiente agradable y personal muy atento.