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«María sube el volumen y deja que los gemidos de la mujer inunden su habitación. Es sumamente estimulante saber que ella está realmente sentada del otro lado. María roza sus labios vaginales con la punta de sus dedos. Está tendida sobre su espalda. Con la cabeza girada hacia la pantalla, su mirada se pasea por la vagina de la mujer, sus senos redondos y la cifra en aumento en la esquina superior derecha.» –Orgasmos en línea Relatos eróticos que suceden alrededor del mundo y levantan la temperatura, como la fogosa gente de Leo. Durante una conferencia ambiental en Corea, Alia, sagaz reportera, se entrega a una sesión de sexo salvaje con un guapo y misterioso investigador. Un experto en barrido de minas empieza a mirar su compañera en Mali. La hospedera de una casa de veraneo sueca cruza miradas con dos visitantes. Y la fiesta del solsticio en un bosque nórdico toma la forma de una orgía muy oportuna. Esta compilación contiene los relatos: -Orgasmos en línea -¡A sus órdenes! -La casa de verano -Solsticio de verano -Gato Negro Estos relatos cortos se publican en colaboración con la productora fílmica sueca, Erika Lust. Su intención es representar la naturaleza y diversidad humana a través de historias de pasión, intimidad, seducción y amor, en una fusión de historias poderosas con erótica.
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Seitenzahl: 135
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Elena Lund Alicia Luz Camille Bech Katja Slonawski Chrystelle LeRoy
Translated by Nicolás Olucha Sánchez, Begona Romero Garcia, Cymbeline Nuñez
Lust
La serie del Zodíaco. 10 relatos eróticos cortos para Leo
Translated by Nicolás Olucha Sánchez, Begona Romero Garcia, Cymbeline Nuñez
Original language: Swedish
Copyright © 2024 LUST
All rights reserved
ISBN: 9788727173313
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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Después de dar un portazo, se sienta en el piso del pasillo. Suspira profundo. Deja salir el aire entre los dientes, cómo le enseñó su instructor de yoga, inhalando cinco veces y exhalando otras cinco. Pero no logra relajarse, la ansiedad la está consumiendo en la comodidad de su propia casa. Se quita los zapatos y masajea sus pies adoloridos. Está sinceramente harta de su empleo. De trabajar desde temprano y salir tarde. De los pretenciosos pasantes que duran horas almorzando, pero igual te miran con odio cuando sales de la oficina de noche y ellos siguen en sus escritorios.
Su teléfono vibra en el bolsillo de su abrigo. Maria cierra los ojos y recuesta su cabeza en la puerta. «Déjenme en paz. Sólo por un rato más», piensa. El teléfono sigue sonando. Cuando finalmente contesta, se ve el nombre de Louise en la pantalla. Maria aún no enciende las luces de su departamento, por lo que la luminosa pantalla verde alumbra el pasillo.
«Lamento lo de la presentación. Son unos idiotas, ¿sabes?
Tragos después del trabajo, nos vemos en veinte minutos. Y no es una pregunta».
Maria se siente aliviada. «Si, son unos idiotas», piensa. Visualiza a Louise en su escritorio. Se la imagina moviendo los labios con la letra de Shake it off, Shake it of, detrás de Lars o de Karl-Erik o del que haya emitido su “opinión”. Vuelve a suspirar profundo. Se pone de pie y se calza sus zapatillas deportivas.
—¿Estás segura de que no quieres renunciar? —pregunta Louise mientras vierte más vino de la botella.
Están sentadas en una terraza bajo la encantadora atmósfera creada por un farol, a pesar de que está oscureciendo. Maria se ríe.
—¿Y qué debería hacer, entonces? —pregunta.
Louise se encoge de hombros.
—No tiene por qué ser drástico. ¿Tal vez otra firma?
—No veo qué tendría de diferente —dice Maria en voz baja, tomando un poco del dulce vino.
—Es como si la industria entera se apoyara en la ausencia de vida privada de sus empleados —continúa.
—¿Y tampoco tienes vida privada fuera del trabajo? —dice Louise elevando las cejas.
Maria finge sorpresa.
—Perra.
—¿No solías ser camgirl? —dice Louise tomando una caja de cigarrillos.
Maria la mira y extiende la caja a manera de pregunta. Maria toma un cigarrillo
—¿Qué quieres decir? —dice.
Louise se encoge de hombros. Maria estalla en carcajadas, sobresaltando a la pareja en la mesa de al lado.
—¿Qué? —dice Louise riendo también—. Te gustaba, ¿no?
—Fue sólo durante un verano —dice Maria—, hace siete años.
—Bueno, al menos me impresionó esa historia —dice Louise y lanza una bocanada.
Cuando Maria llega a casa, el sol ya casi desaparece del cielo y el departamento está sumido en penumbras. Su bolso de trabajo sigue en el piso del pasillo, junto con su enorme maletín. Esta escena la devuelve a la realidad. Tiene mucho trabajo por adelantar y es casi medianoche. Pero decide caminar hasta su habitación. Se queda parada en la puerta, mirando el portátil sobre la cama. Recuerda el sitio web que no visita hace años. Pero se sabe la dirección de memoria y, sin pensarlo dos veces, toma el computador y la escribe.
Con los zapatos y la chaqueta puestos todavía. El sitio web luce igual. Todo es tan familiar y al mismo tiempo tan diferente. Como entrar a la habitación de tu infancia luego de que tus padres la han redecorado. Es una mujer totalmente distinta, luego de siete años. Pero algo quema en su interior o, más concretamente, ha vuelto a sentir cosas durante los últimos dos años. Una inquietud, un anhelo de transformación, siente cada vez más ganas de hacer algo indebido. Explora la página de inicio, palabras clave: asiáticos, latinos, anal, pareja, adolescente, francés.
Luego encuentra uno de los hombres más populares en la categoría masculina. Es muy sensual y muestra su rostro, lo cual no es muy común. A Maria siempre le ha gustado cuando hacen eso. Esa también había su especialidad: olvidar las reservas. Su interacción con el público había sido muy buena, mientras se desvestía en cámara lenta. El hombre frente a ella está recostado en una silla, lleva interiores Speedo y sostiene un gran vibrador en una mano. Lo lame y lo introduce en su boca. Cuando lo saca, un hilo de saliva cuelga entre su boca y el vibrador. Escucha un ping.
El mismo sonido de siempre. El hombre en la pantalla sonríe, sabe que ese es el sonido del dinero. Se abre una ventana de chat a la derecha. «Introdúcelo más profundo», dice el mensaje. Otro ping. El sonido se cuela en los huesos de Maria. Tal vez sea por el recuerdo de estar sentada frente a la cámara o tal vez sea por ver al tipo introducirse el consolador más adentro, con los ojos cerrados. Lo cierto es que empieza a excitarse. Se quita los zapatos y lanza la chaqueta al piso.
También se quita los jeans. Se desliza hasta el cabecero de la cama, con la computadora en su regazo. «Muestra tu pene. Sí, muéstranos un poco». El hombre se baja la prenda y exhibe su miembro. Tan sólo por un instante, luego vuelve a guardarlo. Otro ping. Los pagos que recibe son más bien pequeños, pero numerosos. Simplemente está allí, con aspecto indiferente. Masajea su pene a través de la ropa interior, tiene el control y nada parece importarle. Maria baja la tapa del portátil. Inhala cinco veces y exhala siete.
Al día siguiente, le es casi imposible concentrarse en el trabajo. Su mirada se sigue desviando a la ventana mientras se esfuerza por trabajar. Quiere irse a casa. Visualiza la vieja caja de zapatos blanca en su armario, bajo el estante de zapatos. La ha conservado luego de dos mudanzas y de compartir departamento. Por un tiempo estuvo bajo la vieja mesa de planchar y Maria la había olvidado. Pero sabe bien que el vibrador color rosa, marca Lovence, está allí adentro. Hace siete años, había leído en internet que toda mujer tenía uno. Una cosa pequeña, redonda y rosada con una cola larga. Parecido a un espermatozoide gigante.
Por alguna razón, escucha los lejanos pings de la computadora, indicando la entrada de propinas. La intensidad y duración del sonido depende del monto de la propia y del número de gente transfiriendo dinero. No puede dejar de pensar en la caja y en el vibrador. Como si fuera una cita marcada en su calendario, para la cual falta un mes, pero que le hace sentir mariposas en el estómago cada vez que echa un vistazo. Como si tuvieras una botella de champán en la nevera y supieras que al llegar a casa la descorcharás, o la emoción que sientes cuando finalmente decides comprar esos boletos de avión.
Por primera vez en mucho tiempo, se siente calmada y no le afecta el estrés del trabajo. Cuando Karl-Erik llama a su puerta por enésima vez para decirle que no escogerán su propuesta, Maria apenas lo escucha. Estira su espalda mientras él parlotea sin parar. No se da cuenta cuándo termina de hablar y demora un poco en responder.
—De acuerdo —dice—, pero eso es lo que presentaremos. Gracias.
De camino a casa, se detiene en la Sex shop. Está pintada de rosa y su aspecto es casi de clínica. Recorre la tienda un par de veces. Anteriormente le habría dado vergüenza. Pero una de las ventajas de madurar es que se pierde la inseguridad y el nerviosismo. Sostiene un látigo negro decorado con plumas, consoladores enormes de aspecto realista y esposas de peluche. Desde que Louise le sugirió que volviera a ser camgirl, Maria no ha podido pensar en otra cosa. Y mientras esa idea toma forma en su cabeza, ya no le importa el trabajo.
De repente, puede dejar de lado todas las expectativas y concentrarse simplemente en producir. Maria escoge un tapón anal con un cristal azul en la punta. La mujer que atiende la caja lo envuelve y lo pone en una bolsa de papel pequeña y discreta, esgrimiendo una sonrisa. Como si acabara de comprar galletas recién horneadas. Al llegar a casa se sirve una copa de vino que bebe lentamente, mientras se desnuda frente a su espejo de cuerpo entero. Las prendas aterrizan en el piso. Siempre ha sido un poco exhibicionista. Siempre le ha gustado ser el centro de atención, ser observada y deseada.
Cualidades probablemente imprescindibles si decides que tu trabajo de verano sea masturbarte frente a una cámara, a tus veinte tantos. Fue un verano excepcional: sobrepasó sus límites, festejó como nunca y viajó por Europa; y todo lo costeó trabajando un par de horas cada noche, sentándose frente a la cámara en habitaciones de hotel y alojamientos de Airbnb. Su vida es muy diferente hora, gana buen dinero y hasta se está planteando la posibilidad de tener hijos. Aunque le sigue gustando mucho verse al espejo.
Le gusta ver las gotas de agua rodando sobre su piel y los mechones de cabello empapado cayendo sobre sus hombros, cada vez que sale de la ducha. Le encanta ver su cuerpo brillar, sedoso y radiante. Se recoge el cabello en un moño alto y se quita el sostén y las panties. Su cuerpo ha cambiado un poco desde la última vez que lo hizo. Pero le gusta el cambio. Se ve bien, el vello oscuro enmarca su vagina en un triángulo perfecto. Enrosca uno de esos rizos en su dedo índice. La parte interna de su muslo es invadida por vibraciones.
Se pregunta a qué categoría de pornografía hace gala ahora mismo. Ya no puede ser etiquetada como adolescente, pero tampoco como mujer madura. ¿Velluda? ¿Sueca? ¿Esas etiquetas serían comerciales? ¿Qué tal: adulta? Una redactora egocéntrica con una cantidad normal de vello corporal que quiere recuperar su inspiración y su espíritu irreverente.
Cuando se recuesta en la cama para crear su perfil, sigue completamente desnuda. El vibrador color rosa yace a su lado. Abre la página de inicio. Se une a la transmisión en vivo de una mujer que luce de su edad y lleva una máscara y una mordaza. Maria le da una propina y observa cómo se enciende el vibrador al otro lado de la pantalla. Luego emite un sonoro gemido.
«Gracias», escribe en la ventana del chat.
Encuentra la situación fascinante. Y está claro que ambas están excitadas. Ella tiene el control, el consolador de la mujer vibra más rápido y más fuerte por ella y también puede hacer que se detenga. Ella y cientos de personas más. Pero en su oscura habitación sólo están ella y la pequeña ventana de video. Una atmósfera íntima y cercana y al mismo tiempo anónima. Maria sube el volumen y deja que los gemidos de la mujer inunden su habitación. Es sumamente estimulante saber que ella está realmente sentada del otro lado. Maria roza sus labios vaginales con la punta de sus dedos.
Está tendida sobre su espalda con la cabeza girada hacia la pantalla, su mirada se pasea por la vagina de la mujer, sus senos redondos y la cifra en aumento en la esquina superior derecha. Maria abre más las piernas y juguetea con sus labios, ya está mojada. Recorre suavemente su abertura con el dedo índice, en círculos, y luego lo desliza adentro. Usa una mano para penetrarse con fuerza y la otra para estimular el clítoris. Sólo se ven los ojos de la mujer a través de la máscara de encaje negro. Mira directamente a la cámara, directamente a Maria. Acaba rápidamente.
—¿Sería muy enfermo si lo intentara? —pregunta a Louise.
Louise está de pie junto a la máquina Nespresso en el área de descanso, removiendo el café y leyendo las etiquetas de las bolsitas.
—¿Hacer qué?
—Volver a transmitir en vivo.
Al ver la reacción de Louise, Maria imaginó que la suya debió haber sido igual cuando Louise se lo sugirió. Arquea las cejas y se ríe. Toma una bolsita negra y la introduce en la máquina.
—Estaría interesante, ¿no? —dice casi gritando para eclipsar el sonido de la máquina Nespresso.
Luego hace un chasquido con la lengua y asiente con la cabeza hacia otro lado. Maria comprende que a Louise probablemente le cueste trabajo imaginarla haciendo esto. Y eso la relaja. Su habitación oscura, su audiencia y el vibrador rosa no tienen nada que ver con esta vida. Ni siquiera nota cómo la miran sus colegas cuando sale de la oficina a las seis. Tiene visión de túnel de camino a casa y al final de ese túnel está la luz de la pantalla de su computadora. Se pone una camiseta blanca y delgada, es casi transparente y no lleva nada debajo.
Sus pezones parecen pequeñas sombras bajo la tela, algo que siempre le ha parecido muy sexy. Completa el atuendo con una tanga de algodón negro de corte alto. Se sienta frente a la cámara y se observa por un rato. Se pasa los dedos por su larga y oscura cabellera. Sus mejillas tienen un ligero rubor rosa y sus ojos sombras oscuras. En la parte baja de la pantalla se asoma su tanga. Pero si quieren ver más, deben pagar. Su vibrador está en la cama a su lado. Entonces comienza a grabar en vivo antes de que se arrepienta.
Desde que era joven le había encantado cuando el cero se convertía en uno. Trataba de imaginar a esa primera persona que estaba en algún lugar del mundo. La cifra va en aumento ahora. La primera transmisión de un nuevo usuario siempre es popular. El sitio web anuncia nuevos usuarios en la página de inicio y a los espectadores les encantan los principiantes. Maria sonríe y saluda a la cámara. Se mira a sus propios ojos, con intensidad.
«Hola, cariño».
17 espectadores.
En segundo plano suena una canción fortuita de Spotify. Mueve sus labios al compás de la letra y sonríe con coquetería a la cámara. Aplica un poco de brillo en sus labios y saluda a medida que se une más gente.
«¿Eres nueva por aquí?».
«Hermosa».
38 espectadores.
Maria desliza las manos sobre la camiseta, aprieta ligeramente sus senos y se relame. Escucha un ping. Pueda escuchar la vibración tras ella.
«Gracias», escribe en la ventana del chat.
Ahora está siendo observada por casi cien personas. Escribe su lista de precios en el chat.
«$80 por mostrar mis senos, $300 por mostrar la parte baja de mi cuerpo, $500 por quitarme la ropa interior, $600 por usar el vibrador».
«Vamos a darle $600», escribe Hung3000.
Maria hace un movimiento alentador de su cabeza a la cámara. Se sube la camiseta y enseña el estómago. Roza la parte inferior de un seno con su pulgar. Alguien le transfiere $80 por mostrar un pezón. El fuerte sonido de su vibrador se escucha de fondo. Maria se pellizca un pezón. Lo cual produce una oleada de placer en su cuerpo y especialmente en su vagina. Sigue levantando la camiseta, pero se detiene a mitad de camino, justo debajo de los pezones. Se acaricia el estómago y mueve su cuerpo al ritmo de la música, desde la misma posición en la cama. Toma el vibrador, lo sujeta entre los dientes y lo agita frente a la cámara.
Siente la vibración propagándose por todo su cráneo y de allí hasta sus brazos y su vagina. Se siente cada vez más excitada. Por lo general, se masturba casi mecánicamente y nunca se toca por tanto tiempo. Justo ahora que desliza un pulgar por su pezón, no aguanta las ganas de usar el vibrador. Pero debe esperar un poco. Para hacer tiempo, responde a los cumplidos en el chat, guiña y baila frente a la cámara. Hung3000 le transfiere $50 más.
Se pone de pie y camina en retroceso por la habitación. Luego se da la vuelta. Sacude el trasero hacia la cámara y mira por encima del hombro. Los pings son abundantes y ruidosos. Se saca la camiseta. Ahora sacude los senos y lanza besos en dirección al computador.
670 espectadores.
$650 en propinas.