Las independencias iberoamericanas en su laberinto - Varios autores - E-Book

Las independencias iberoamericanas en su laberinto E-Book

Varios autores

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Beschreibung

El origen fundacional de las repúblicas iberoamericanas es una de las grandes cuestiones de la historia del siglo XIX. Este libro es muy diferente a los que se han publicado acerca de las independencias iberoamericanas en estos años conmemorativos de los bicentenarios. Su principal objetivo es contribuir desde la reflexión, desde el debate y desde la aportación rigurosa de los especialistas, a superar los planteamientos decimonónicos de la historiografía tradicional. Participan más de cuarenta especialistas de reconocido prestigio internacional en el estudio de los procesos de independencia que acabaron con el dominio español en América, y que ofrecen un estudio amplio, plural, diverso, en el que caben la mayor parte de las escuelas e interpretaciones historiográficas y las ponen en discusión, en debate calmado, científico y reflexivo.

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LAS INDEPENDENCIAS IBEROAMERICANAS EN SU LABERINTO

CONTROVERSIAS, CUESTIONES, INTERPRETACIONES

Manuel Chust (ed.)

John Elliott, John Lynch, Tulio Halperín Donghi, Josep Fontana, Jaime E. Rodríguez, Eric Van Young, Carlos Marichal, Germán Carrera Damas, Brian Hamnett, Alberto Gil Novales, David Bushnell, Ana Ribeiro, Ana Frega, Armando Martínez, Beatriz Bragoni, Enrique Ayala, Carlos Contreras, Clément Thibaud, Óscar Almario, Geneviève Verdo, João Paulo G. Pimenta, Jorge Gelman, Julio Sánchez, Marta Irurozqui, Miquel Izard, Nidia R. Areces, Sara E. Mata, Tomás Straka, Víctor Peralta, Alfonso Múnera, Mónica Quijada, Xiomara Avendaño, Michael Zeuske, Juan Marchena, María Luisa Soux, Federica Morelli, Patricia Galeana, Sajid Herrera, Véronique Hérbrad, Juan Andreo, Eduardo Cavieres, Juan Andreo, Ivana Frasquet

UNIVERSITAT DE VALÈNCIA

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente,ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico,electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

© Del texto, los autores, 2010

© De esta edición: Publicacions de la Universitat de València, 2010

Publicacions de la Universitat de València http://puv.uv.es

[email protected]

Ilustración de la cubierta: Bandera con la que se ganó el castillo de Acapulco. Archivo Histórico del Palacio Real.

Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera Fotocomposición, maquetación y corrección: Communico, C.B.

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN: 978-84-370-7900-4

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

PRESENTACIÓN

EL LABERINTO DE LAS INDEPENDENCIAS

ÓSCAR ALMARIO

JUAN ANDREO

NIDIA R. ARECES

XIOMARA AVENDAÑO ROJAS

ENRIQUE AYALA

BEATRIZ BRAGONI

DAVID BUSNHELL

GERMÁN CARRERA DAMAS

EDUARDO CAVIERES F.

CARLOS CONTRERAS

TULIO HALPERÍN DONGHI

JOHN ELLIOTT

JOSEP FONTANA

IVANA FRASQUET

ANA FREGA

PATRICIA GALEANA

JORGE GELMAN

ALBERTO GIL NOVALES

BRIAN HAMNETT

VÉRONIQUE HÉBRARD, CLÉMENT THIBAUD Y GENEVIÈVE VERDÓ

SAJID HERRERA

MARTA IRUROZQUI

MIQUEL IZARD

JOHN LYNCH

JUAN MARCHENA FERNÁNDEZ

CARLOS MARICHAL

ARMANDO MARTÍNEZ GARNICA

SARA EMILIA MATA

FEDERICA MORELLI

ALFONSO MÚNERA

VÍCTOR PERALTA RUIZ

JOÃO PAULO G. PIMENTA

MÓNICA QUIJADA

ANA RIBEIRO

JAIME E. RODRÍGUEZ O.

JULIO SÁNCHEZ GÓMEZ

MARíA LUISA SOUX

TOMÁS STRAKA

ERIC VAN YOUNG

MICHAEL ZEUSKE

CURRÍCULUM DE LOS AUTORES

BIBLIOGRAFÍA

PRESENTACIÓN

La obra que el lector tiene ante sí es diferente de las muchas que van a aparecer o han aparecido en estas conmemoraciones de los bicentenarios de las independencias iberoamericanas.

Celebraciones y conmemoraciones que recuerdan las fechas en las que la historia nacional y la historia oficial las estatalizaron en fiestas nacionales o patrias. Fechas que recuerdan determinadas gestas o acontecimientos sin que mediara, en la mayor parte de los casos, ninguna independencia.

Estamos, evidentemente, ante uno de los grandes temas de la historia del siglo XIX. Y no sólo porque se han escrito miles de páginas y se han publicado cientos de libros y artículos, sino porque es uno de los grandes temas históricos de la historia universal del siglo XIX. También porque estamos ante uno de esos temas históricos que traspasa inevitablemente la línea de la ciencia histórica y se cruza en el terreno de los sentimientos, de la emotividad, de la identidad. Y ahí la historia nacional, del nacionalismo en suma, lleva una gran ventaja, dado que los avances historiográficos se enfrentan a una conciencia nacional asentada y difícil de cambiar. Tarea de titanes con la que pretendemos contribuir a matizar, cuestionar o simplemente reflexionar sobre este hecho.

Sin duda éste es uno de los principales objetivos del presente libro, contribuir desde la reflexión, desde el debate y desde la aportación de los especialistas en este tema a la crítica, desde la ciencia histórica, de la historiografía tradicional.

Decía anteriormente que estamos ante una obra diferente. Así es. El presente libro no es producto de ningún congreso, de ningún evento conmemorativo, todos ellos muy legítimos y necesarios por otra parte, sino de un proyecto iniciado hace dos años con la finalidad de reunir a un gran elenco de historiadores e historiadoras especialistas en el estudio de las independencias, para que reflexionaran, debatieran y plantearan algunos de los ejes centrales de este auténtico laberinto que es para la historiografía las independencias iberoamericanas.

Ése es el primer objetivo del editor. Es decir, no son científicos sociales los que discuten sobre el hecho histórico, sino profesionales del estudio del hecho histórico. Y auque parezca una obviedad, no lo es. Acertada o desacertadamente, las conclusiones a las que llegan están dentro de un análisis histórico, en donde los valores y las metodologías históricas prevalecen sobre otras disciplinas sociales y humanísticas. Y por lo tanto, se espera de ellos y de ellas unas conclusiones, una síntesis o unas reflexiones en el plano del análisis histórico, es decir, desde la perspectiva mínima del valor del tiempo y del espacio del pasado. Y ahí, las ciencias del presente están a mucha distancia de ello.

El segundo valor que se ha de resaltar es que son especialistas en el período y en el tema. No encontrará el lector en este volumen aproximaciones curriculares de última hora u oportunismos académicos en participar de atractivas conmemoraciones. Los autores son especialistas de reconocido prestigio nacional e internacional y lo son por sus obras en esta temática.

El tercer objetivo de este proyecto fue concitar a un destacado elenco de historiadores e historiadoras de ambos continentes que reflexionaran en unas pocas páginas sobre cuestiones generales que han preocupado a la historiografía especializada en los últimos treinta años. He de decir que la tarea, a priori, si bien aparentemente parecía sencilla, no lo era, no lo es. Se les pidió a estos historiadores capacidad de síntesis, concreción en las respuestas y planteamientos generales sobre un tema tan complejo, tan poliédrico y tan laberíntico como las independencias iberoamericanas. Planteamientos generales que en buena medida entran a discutir per se la concepción parcial de las historias nacionales. Y ahí nos mostrábamos exigentes, al pedir a los historiadores que cruzaran las fronteras de sus países y se adentraran por el laberinto de lo que fue el proceso de las independencias.

Las seis cuestiones que les propusimos y a las que debían responder fueron las siguientes:

1. ¿Cuál es su tesis central sobre las independencias?

2. ¿Qué provocó la crisis de 1808?

3. ¿Se puede hablar de revolución de independencia o, por el contrario, primaron las continuidades del Antiguo Régimen?

4. ¿Cuáles son las interpretaciones más relevantes, a su entender, que explican las independencias iberoamericanas?

5. ¿Qué temas quedan aún por investigar?

6. Cuestiones que desee formular y que no hayan quedado registradas anteriormente.

Como editor tengo que felicitar a todos ellos por su disciplina, su esfuerzo, su capacidad de síntesis y, el lector lo juzgará, el alto valor de las ideas y reflexiones aquí expuestas. A todos ellos y ellas mi agradecimiento. Y sin duda, la ciencia histórica sabrá juzgar el valor historiográfico de este trabajo.

El cuarto propósito de este proyecto fue ofrecer un estudio amplio, plural, diverso, en el que cupiesen la mayor parte de las escuelas e interpretaciones historiográficas y ponerlas en discusión, en debate calmado, científico y reflexivo. En una palabra, lo que debería ser el debate académico.

Por ello se ha reunido, para contrastar sus respuestas, a un variado grupo que representa diferentes generaciones, diferentes formaciones, diferentes países, tanto de Europa como de Iberoamérica o de Estados Unidos. Porque uno de los objetivos que perseguimos es ofrecer una amplia representación de estudiosos de la mayor parte de los países iberoamericanos.

Si bien son muchos los concitados en este libro, nos hubiera gustado incluir a más, pero la extensión del volumen también tiene sus limitaciones. Un conjunto de reflexiones que ofrece un panorama actual bastante amplio sobre las diversas interpretaciones historiográficas en torno a las independencias, así como una puesta en actualidad de viejos temas, nuevos enfoques o recientes preocupaciones historiográficas.

Por último, queremos hacer constar nuestro agradecimiento a Publicacions de la Universitat de València, especialmente a su director, el profesor Antoni Furió, ya que desde el primer momento en que le presentamos el proyecto obtuvimos todo su apoyo y entusiasmo.

MANUEL CHUST

EL LABERINTO DE LAS INDEPENDENCIAS

Manuel Chust

Universitat Jaume I

Castellón

En una célebre frase, mi maestro, Enric Sebastià, admitía sus escrúpulos apriorísticos para abordar la dimensión poliédrica que suponía el estudio y la investigación de la revolución burguesa española. Treinta años después, recordamos aquella expresión sincera del eminente historiador y la hacemos nuestra para expresar también una gran dificultad apriorística en el abordaje de tamaña cuestión como es el estudio de las independencias iberoamericanas. Estudio laberíntico cuyo análisis es necesario abordar desde dos premisas que creemos centrales, a saber: la categorización de éste como un proceso histórico con características revolucionarias y, en segundo lugar, el contexto de espacio y tiempo en el que surgieron, se desarrollaron, crecieron y triunfaron, es decir, el contexto del ciclo de las revoluciones burguesas, como acuñaron Eric Hobsbawm y Manfred Kossok. Ciclo revolucionario que, lejos de cesar con la Revolución francesa, tuvo una continuidad con las hispanoamericanas y la portuguesa y culminó con la española desde los años treinta hasta los cuarenta del ochocientos, si bien el proceso revolucionario español también había empezado, como se sabe, en la coyuntura de 1808. Nos intentaremos explicar a lo largo de estas páginas.

LA PROBLEMÁTICA APRIORÍSTICA

Es indudable el gran avance de la historiografía sobre las independencias en estos últimos treinta años. Ya lo advertimos en otro estudio.[1] No obstante, consideramos que existe una problemática de desequilibro que se ha de tener en cuenta antes del abordaje en una investigación general. En primer lugar, aún se registra un preeminente peso de los estudios de los casos dominantes y su extensión como modelos generales a otros casos que tuvieron otras dinámicas particulares. En segundo lugar, los casos historiados pueden confundirse con la perspectiva presentista de las fronteras de los actuales estados nacionales, conformados posteriormente a las independencias. Esto puede distorsionar la visión histórica del proceso, así como su conformación dinámica, en nada estática, y dialéctica. En tercer lugar, persiste en ciertos casos una lectura de las independencias desde el presente, lo que condiciona su interpretación histórica volviéndola ahistórica. La inevitable proyección del presente a lo histórico, y más en este tema, ha sido utilizada consciente e inconscientemente. En cuarto lugar, se puede observar que sigue habiendo una difícil conjugación entre la aplicación del análisis del método histórico, sus herramientas, la crítica de fuentes, etc., y el aparato ideológico-político del nacionalismo que acompaña inherentemente a este tema, lo cual invade y llena de suspicacias de clase, étnicas, raciales y nacionales las conclusiones a las que muchas veces se llega y que, inevitablemente, se proyectan a la situación presente ideológica y políticosocial. Y ello en un doble sentido, el arma del nacionalismo de utilizar las independencias como una confrontación contra la tiránica metrópoli como un instrumento cohesionador y de consenso social y étnico-racial se quebró a finales de los años sesenta del siglo XX. Las explicaciones causales exógenas que acusan de las desigualdades sociales y el subdesarrollo a la herencia colonial o al imperialismo norteamericano, sin ser falsas, se revelaron insuficientes a partir de los sesenta. Y el consenso social, político e historiográfico se rompió. Hubo una mirada hacia el interior y ella dejó al descubierto etapas históricas de la sociedad contemporánea iberoamericana no solamente no resueltas interiormente, sino insuficiente e insatisfactoriamente explicadas. El interés aumentó hacia el interior en busca de explicaciones. A la vez que empezó a volverse incómodo para las elites dominantes, acostumbradas no sólo al consenso, sino también a buscar las raíces de las desigualdades en el exterior y la lejanía histórica, y no en el interior y la proximidad coetánea. Y el recurso al proteccionismo historiográfico del nacionalismo empezó a no funcionar. La historia escrita por los historiadores más conservadores, quienes reclamaban una historia sólo de autores «nacionales» –«nuestra historia»–, también se empezó a quebrar. Aunque todavía se mantienen ciertas reminiscencias que distinguen entre historiadores nacionales y «extranjeros», y agradecen el «interés» de estos últimos por acercarse a «sus historias». Por suerte, las cosas han cambiado notablemente, y el contacto entre redes de historiadores, los congresos internacionales, la amplitud de temas y de bibliografía, las nuevas tecnologías y, especialmente, la comunicación y el surgimiento de asociaciones de historiadores más allá de las fronteras nacionales han posibilitado el resto.

Por último, se advierte, si bien cada vez en menor medida, un desequilibrio entre las distintas historiografías nacionales y también regionales. Lo cual ha devenido en notorios estudios para unos casos y en un panorama casi desierto para otros.

LOS PLANTEAMIENTOS HEGEMÓNICOS DE LOS ÚLTIMOS CINCUENTA AÑOS

En los años cincuenta irrumpió de una forma muy atractiva la tesis de R. R. Palmer[2] que se materializó en el concepto de «revoluciones atlánticas». Palmer venía a proponer, desde la metáfora de la mancha de aceite, que el origen de la democracia se había desarrollado en la independencia de Estados Unidos y en la Revolución francesa, fruto del desarrollo de estas ideas, las cuales se expandieron a lo largo del Atlántico provocando las demás revoluciones e independencias. A la propuesta de Palmer se unió la de Godechot.[3] Los dos afirmaban que hubo una revolución de las ideas que finalmente afectó también al mundo hispano y luso en América, fruto de la propagación de las ideas ilustradas francesas y su plasmación en una revolución de independencia en Estados Unidos y después en la revolución en Francia. Por lo tanto, lo que quedó de estas tesis fue que las independencias hispanoamericanas fueron consecuencia de las ideas liberales y democráticas de Estados Unidos, por lo que tanto el constitucionalismo como el republicanismo de origen estadounidense habían sido los causantes de las independencias. Tesis que venían a subrayar, primero, la influencia decisiva de las ideas anglosajonas y francesas en las raíces ideológicas de las independencias y, después, que las causalidades residían en cuestiones ideológicas, es decir, idealistas, más que materiales.

Qué duda cabe que las tesis de las revoluciones atlánticas fueron asumidas. En realidad, la historiografía nacionalista hispanoamericana de vertientes antiespañolas también entroncaba con varios de sus presupuestos, pues con ello se subrayaba el deslinde emancipador y fundador de causas hispanas y se asumían las influencias anglo y francesa. También es sabido que las tesis de Palmer estaban en el contexto de la creación de la OTAN y de la Guerra Fría. No obstante, esta tesis llevó a discutir sobre el origen ideológico del movimiento insurgente, sobre el origen del sistema político administrativo resultante del triunfo independiente –federal o centralista– y sobre el cariz del sistema republicano hispanoamericano. A la vez que también puso en la discusión el debate sobre las independencias y no sobre la particularidad de cada una de ellas y su estudio individual.

Coetáneas a estas tesis, pero contrapuestas, fueron las resoluciones y propuestas del I Congreso Hispanoamericano de Historiadores convocado en Madrid en 1949,[4] cuyas actas se publicaron en 1953.[5] Propuesta que partía desde la España franquista, que por esos años también asumiría las exigencias de Estados Unidos de convertirse en «democracia orgánica» a cambio de integrarse en la ONU en 1951 y romper con ello su aislamiento, producto de su apoyo al Eje en la Segunda Guerra Mundial y el carácter fascista de su régimen. Las contrapartidas fueron la instalación de bases militares de EE. UU. en suelo peninsular.

En ese contexto, el I Congreso Hispanoamericano de Historia estuvo dedicado a las «causas y caracteres de las independencias americanas». Mismo año en el que el general Perón suscribió el tratado de amistad con el general Franco.

Ricardo Levene, académico del Derecho argentino, fue la persona encargada de pronunciar la conferencia inaugural bajo el sugerente y clarificador título de «Las Indias no eran colonias». Es conocido que las conclusiones de este I Congreso Hispanoamericano de Historia fueron muy significativas, a la vez que contenían un mensaje: América no había sido un territorio colonial, sino un conjunto de reinos en igualdad de derechos con los peninsulares, por lo que la independencia no pudo ser nunca una ruptura dramática y abrupta, sino una «emancipación» tranquila, madura, como la de un «hijo con respecto a la tutela del padre». Esta interpretación partió de diversos historiadores e historiadores del derecho, situados muchos de ellos próximos a sectores conservadores, clericales e hispanófilos, especialmente en Argentina, México y España. Interpretación que encasilló durante décadas, hasta los años noventa, y aún hoy en día se nota en ciertos sectores historiográficos, cualquier intento de incluir en la explicación de las independencias al liberalismo gaditano y doceañista como un paso más en el proceso histórico de las independencias, sin que por ello se beba en las fuentes ideológicas del conservadurismo y clericalismo, muy al contrario. Hasta la fecha.

Quizá fue por todo ello que las tesis de Nettie Lee Benson quedaron aisladas desde los años cincuenta durante décadas, al abogar por los orígenes gaditanos del liberalismo novohispano como explicación de la génesis del republicanismo federal mexicano. No obtuvo ningún eco durante años, hasta entrada la década de los noventa, cuando su libro fue reeditado por el Colegio de México, si bien la coyuntura ya era distinta.

En las décadas de los años setenta y ochenta, al tiempo que las tesis sobre las revoluciones atlánticas no desaparecieron, se prodigaron otros planteamientos que consiguieron notable eco en unas ocasiones y respuestas alternativas en otras. En primer lugar, el libro de John Lynch[6] se tradujo rápidamente al español en una exitosa edición. La tesis de Lynch prendió rápidamente en España e Hispanoamérica, especialmente en Venezuela, por distintos motivos. Se convirtió, hasta casi hoy, en manual de referencia universitaria para las generaciones de historiadores españoles y también hispanoamericanos. Lynch planteó, en síntesis, que las causas de las independencias se debieron a un «neoimperialismo» borbónico que se impuso en la Monarquía española tras el triunfo de esa casa nobiliaria en la guerra de sucesión de los Austrias a partir de 1701. Lynch, magnífico conocedor del siglo XVIII hispano, tanto peninsular como americano, trazó un panorama de agravios, tanto políticos como económicos, que los Borbones impusieron a los criollos, especialmente en la segunda mitad del siglo XVIII. Lo cual contrastaba, para Lynch, con una época de mayor autonomía y permisibilidad de los Austrias en América. Política de estos monarcas que había permitido ascender en cargos políticos, religiosos y en fortuna al criollismo, especialmente hacendado y comercial a lo largo de toda América. La tesis de Lynch cautivó a un amplio espectro universitario. Era, es, un libro documentado, con tesis claras y con razonamientos demostrables. Y, sobre todo, incluía en sus explicaciones no sólo cuestiones ideológicas y jurídicas, sino también económicas y sociales. Y el salto fue cualitativo. El éxito en España fue tremendo, y no sólo por la magnífica distribución del libro y por el prestigio de una editorial –Ariel– que por aquellos años del tardofranquismo se había ganado ya el reconocimiento de los sectores universitarios antifranquistas, sino porque contrastó ampliamente con la lectura hegemónica hasta el momento del americanismo español, enclavada en su mayor parte en visones gloriosas y trasnochadas del Imperio y explicaciones dulcificadoras de las independencias.

Y, en segundo lugar, desde el materialismo histórico –en el contexto de las tesis de Palmer, de la Guerra Fría y de las controversias historiográficas sobre la Revolución francesa–, se explicitó, especialmente por Manfred Kossok,[7] la propuesta de calificar las independencias como revoluciones burguesas, si bien inconclusas o incompletas. Lo destacable en esta propuesta, en la que también participó con estudios esporádicos Pierre Vilar,[8] fue que su análisis se circunscribió al contexto de un ciclo de revoluciones burguesas que desde la independencia de Estados Unidos, pasando por la Revolución francesa, llegaban a la eclosión revolucionaria hispanoamericana y acababan con las oleadas revolucionarias de 1830 y 1848 en Europa. Es decir, para estos autores las independencias no sólo supusieron un cambio cualitativo que derribó el Antiguo Régimen en un sentido estatal y colonial, sino que, además, esas revoluciones tendrían un carácter de clase «burgués», si bien no alcanzarían los presupuestos «europeos» o, mejor dicho, franceses y, por lo tanto, quedarían fallidas o inconclusas. Es de hacer notar, en primer lugar, que especialmente la propuesta de Manfred Kossok se alejaba de presupuestos exclusivamente teóricos para apoyar sus aseveraciones documentalmente a partir del caso del Río de la Plata.[9] Y, en segundo lugar, supuso una confrontación no sólo historiográfica, sino especialmente política e ideológica, que aisló y encasilló buena parte de sus escritos[10] sin ni siquiera en muchas ocasiones un merecido debate, salvo algunas excepciones. Si bien es cierto que también influyó en buena medida que la mayor parte de sus escritos se publicaran en alemán, por lo que tuvieron una difusión más restringida en el campo hispanohablante. Es de resaltar también que era casi la primera vez que desde el campo de la historiografía marxista se enunciaban propuestas que calificaban las independencias de revoluciones. Lo cual contrastó, y mucho, con los teóricos de la Dependencia que, también desde el campo del materialismo histórico, no vieron más que continuidades de un nuevo colonialismo en las independencias.[11]

El tercer momento que apreciamos entronca con los años ochenta y se manifiesta más claramente en los noventa. Y en estos años la propuesta casi hegemónica tiene nombre y apellidos: François-Xavier Guerra. Se han publicado recientemente diversos homenajes a este emblemático historiador.[12] Y también nosotros[13] hemos dedicado algunas páginas a la historiografía de este autor, por lo que no nos vamos a extender sobre ello. Lo esencial para este estudio es que Guerra introdujo ya en la década de los ochenta el concepto de revoluciones hispánicas.[14] Y lo hizo en un determinado contexto no sólo historiográfico, sino también político, especialmente internacional. No sólo fue en el contexto de la caída del Muro y del socialismo real y de sus estados, sino también en el de las dictaduras y la llegada de los procesos democráticos a Latinoamérica. En poco más de un lustro, quizá una década, las propuestas de Guerra prendieron en un amplísimo y diverso sector de la historiografía iberoamericana, especialmente entre sectores progresistas. Lo sugestivo era que Guerra, que conocía bien el debate historiográfico sobre la Revolución francesa entre la historiografía marxista y la conservadora, comandada especialmente por François Furet,[15] propuso una vuelta a la historia política desde presupuestos revisionistas. Y lo hizo, no sé si abiertamente, en contraposición a la historia social y económica, en boga por aquellos años, pero también en contra de los diversos presupuestos de un marxismo, o deberíamos decir marxismos, en decadencia, incluso desprestigiado por su ortodoxia y esquematismo harneckenianos, encallado en muchas ocasiones en los presupuestos cepalinos y dependentistas de los años sesenta y setenta. Y, sin duda, eminentemente teórico y poco empírico, a excepción de algunos casos, como hemos mencionado ya. Si bien hay que señalar que muchas de las bases teóricas de sus presupuestos partieron de historiadores o de científicos sociales en su aproximación a plantear tesis históricas. Queda ahí el debate.

Lo cierto es que Guerra, en los noventa especialmente, enamoró a diestro y siniestro, a una buena parte de la historiografía que no pasaba por ser conservadora, sino todo lo contrario, tal vez por la orfandad que estaba provocando, provoca aún, la caída de la teoría y sus derivados, y conquistó a buena parte de las distintas historiografías. ¿Quién no ha citado a Guerra en sus escritos?

Guerra partió desde una historiografía que reivindicaba el término de historia cultural en sentido amplio, y llegó a conclusiones conocidas y antes rechazadas por conservadoras y clericales, como fue que las raíces ideológicas de las independencias se hundían en la escolástica hispana del siglo XVI y la neoescolástica del XVII. Explicación que proseguía abundando en temas y aspectos en los cuales Furet, entre otros, ya había insistido, como que las revoluciones hispánicas lo fueron por razones culturales. Ese gradualismo, que no ruptura, les llevó a la Modernidad. Concepto en el que no vamos a entrar, pues produjo, también en su momento, su debate. Toda vez que llegó desde la sociología y no desde la historia.

La ausencia de otras categorías no fue en Guerra una omisión, sino una constante. Paradójicamente, no hubo contestación, hasta ahora. La historia nacional y la historia oficial, impermeables a renovaciones historiográficas, siguieron su curso hegemónico, no nos engañemos. Pero Guerra concitó también una renovación, no sé si decir una rehabilitación, de los estudios de los historiadores del derecho, de los estudios jurídicos. Paradójicamente, estudios y estudiosos del derecho a los que ya no se los vio necesariamente como sospechosos de conservadores y clericales a partir de Guerra, justamente un representante, al menos en Francia, de esa historiografía. Y ahí radica uno de los muchos méritos de Guerra, y si se nos permite, del guerrismo, porque hay que reconocer que en poco tiempo no sólo los discípulos directos, a cada uno de los cuales encomendó el estudio de un país diferente, sino los indirectos, que prolongaron y reinterpretaron lo que en ocasiones no estaba claro que quería proponer, sugerir o rebatir; prosiguieron su obra. También es justo decir que Guerra modificó sus planteamientos originales o al menos los matizó. En resumidas cuentas: hubo cambio, pero éste no fue revolucionario, sino gradual y desde la política y las ideas.

Por último, advertir que los planteamientos de Guerra triunfaron en América, pero pasaron un tanto desapercibidos o con un bajo impacto en España, en donde el manual universitario aún sigue siendo el de John Lynch. Quizá porque, a diferencia creemos que de Iberoamérica, el libro de Guerra llegó cuando en la década de los noventa el debate sobre la «revolución» española ya se había producido desde los setenta, y pasó de ser un tema hegemónico en la historiografía contemporaneísta de esas décadas a un tema más en la década de los noventa y prácticamente desaparecido en la actualidad.

¿Y EN EL BICENTENARIO? ¿QUÉ HISTORIOGRAFÍA?

En resumen, en los últimos años ha habido propuestas historiográficas, hegemónicas o no, más que interesantes. Una parte de ellas, voluntaria o involuntariamente, no ha sido neutra o aparentemente neutra. Quizá dada la envergadura del tema, ya lo hemos escrito anteriormente, su significación y valor, especialmente para los países iberoamericanos, la trascendencia de éste en la educación, en la cultura, en sentido amplio, conducían a ello. Las independencias, como otros grandes temas de la historia universal contemporánea, traspasaron el terreno de la academia, o quizá la academia fue utilizada. Lo cierto es que la coyuntura del siglo XXI, la coyuntura de estos Bicentenarios, tanto a niveles nacionales como internacionales, está mediatizada por otras condiciones, por otra coyuntura diferente a las pretéritas, y no me refiero, aunque sin duda tendrá impacto, a la crisis económica de superproducción del capitalismo en la que estamos.

Desde el punto de vista historiográfico, el tema de las independencias se ha visto enriquecido en los últimos veinte o treinta años por otros enfoques de la historia. Sin duda, los aportes en los últimos años de historiadores del derecho, del pensamiento, de la historia social, de la historia económica, han contribuido no sólo a una pluralidad de temas y subtemas, sino a una amplitud de propuestas, hipótesis y tesis muy fructíferas. También se puede observar un cambio de posible coyuntura historiográfica, dado que hay una cierta relativización del impacto de determinadas disciplinas de las ciencias sociales y humanas en la historia, a diferencia de los años cincuenta a setenta. Nos referimos a la antropología, la pedagogía, la psicología, la sociología o la politología. No queremos decir que se ha reducido su importancia entre los historiadores, sino que el abordaje de la historia está siendo el inverso del que era décadas atrás. No son antropólogos, sociólogos, politólogos los que hacen «historia», sino historiadores que, desde el pasado, se aproximan a la metodología de estas disciplinas para enriquecer su propuesta de análisis. En tercer lugar, se puede observar que no hay una lectura hegemónica de las independencias. Bien podemos estar ante una «convivencia» de lecturas sobre las independencias. O quizá en un momento en el que se seleccionan determinadas propuestas de las grandes tesis. Así, junto a las tesis de Lynch, conviven las de Guerra, se rescatan las de Kossok, se esgrimen las de Jaime E. Rodríguez,[16] se incorporan nuevas propuestas, algunas de ellas derivadas de estos maestros. No hay, a nuestro entender, un esquematismo tan rígido como en décadas anteriores, en donde se seguían unas líneas, un tanto rígidas, de unos u otros autores, de unas u otras propuestas. Ahora, creemos, hay una pluralidad más amplia. También una formación más profesional. Y sobre todo, un acceso a las fuentes mucho mayor. Y en ese tema, la revolución tecnológica, la digitalización de bibliografía primaria y secundaria, de fuentes documentales, de archivos privados, de catálogos de archivos, de bibliotecas, de prensa, etc., son y han sido fundamentales para las nuevas investigaciones.

Decíamos que no vemos una propuesta hegemónica sobre las independencias. Quizá habría que matizarlo, porque la que creemos que sigue siendo hegemónica es la historia nacional o historia nacionalista. Si bien no es la misma, obviamente, se ha revestido de nuevos andamiajes, de algunos ropajes «modernos», pero sigue triunfando en la sociedad, las escuelas primarias, las secundarias y buena parte de las universidades. Y sobre todo, sigue triunfando en el interior de cada país. Aunque siempre hay excepciones.

Nos podemos encontrar en estos momentos, a modo de especulación, con una época de post-Guerra, es decir, de interpretaciones que beben en sus planteamientos pero que o bien amplían su propuesta o bien se adentran en temas en los que Guerra nunca entró. Todo un experimento. Y ello está dentro del contexto de la amplia renovación historiográfica que el tema sobre las independencias ha tenido y tiene desde los últimos veinte años. A ello ha contribuido el asentamiento en los centros universitarios e investigadores de lo que podríamos llamar historiadores profesionales, por su formación, por su dedicación, por su condición de profesores a tiempo completo. También el crecimiento de universidades iberoamericanas, que imparten en estos años maestrías y doctorados en historia. El alumno hispanoamericano no necesita ahora tan urgentemente salir de su país para formarse, graduarse o doctorase. Y en eso hay que evaluar si existe una relativización en la formación de estas generaciones de historiadores que ya no se han formado necesariamente en Europa o en Estados Unidos o Canadá. Pueden ser varias las razones: menor número de becas, disminución del peso de los centros internacionales europeos o norteamericanos, potenciación de los nacionales, etc.

Por último, en este posible cambio de perspectiva historiográfica de las tesis de las independencias, tenemos que considerar la coyuntura actual, diferente a la de las otras décadas, tanto a niveles nacionales como internacionales. No estamos en una coyuntura de Guerra Fría, ni de bloques, quizá todo lo contrario, el peso de Estados Unidos es indiscutible. No estamos tampoco en un proceso de descolonización, las teorías mayoritarias sobre el subdesarrollo o la dependencia han dado paso a preocupaciones sobre la sostenibilidad, la crisis mundial, la contaminación del planeta, la globalidad, la biodiversidad o el cambio climático, no sé si en una claudicación sobre las primeras. El «miedo» a una revolución socialista, el miedo al peligro rojo o amarillo, a la URSS o a China o Japón, ha dejado paso a otros «miedos», como los del islamismo fundamentalista. Cuba, si bien sigue cercada, no ofrece más problemas que su incomodidad o la justificación de determinas actitudes. El desmoronamiento de teorías alternativas al liberalismo y sus funcionalismos ha provocado el surgimiento de otras «modas» historiográficas, pero no de propuestas novedosas que tener en cuenta más allá del éxito temporal de la novedad, que, en ocasiones, no son más que impostaciones de escritos anglosajones de los sesenta y setenta.

El laberinto del estudio de las independencias es tan complejo que algunas de estas propuestas de autores tan diferentes pueden ser válidas para componer un puzzle interesante. Nos referimos a las tesis que, sin ser antagónicas, se pueden complementar. También se puede observar que se rescatan planteamientos antes rechazados apriorísticamente. Pasado un tiempo, lo que en décadas anteriores era señalado como peyorativo ahora se incorpora, complejizando el proceso de las independencias.

EL LABERINTO DE LAS INDEPENDENCIAS. ALGUNAS CONSIDERACIONES

La primera cuestión es que interpretamos las independencias como un proceso histórico revolucionario liberal-burgués. Nos explicamos. Creemos que la categorización del concepto de proceso puede ser adecuada para analizar e investigar las independencias porque posibilita estudiar el período de una forma dinámica, cambiante, con avances y retrocesos, y fundamentalmente alejada del estatismo y de visiones finalistas y presentistas. De esta forma, con esta perspectiva de proceso histórico, podemos alejarnos de dos problemas que han evidenciado algunos estudios. Por una parte, una visión ahistórica, es decir, interpretada desde el presente, lo cual ha llevado a conclusiones como plantear la inevitabilidad de las independencias. Por otra, analizadas como un proceso, la dialéctica centro-periferia se puede rastrear también en sus formas cambiantes, coyunturales, sin que por ello tenga que desaparecer la unidad de la evolución del fenómeno que se trata.

La cuestión sobre si o bien fue un proceso revolucionario o bien primaron las continuidades está en debate. Y este libro es una buena prueba de ello. Sin embargo, planteamos su cariz revolucionario en cuanto a antagonista del Antiguo Régimen metropolitano. Tras 1830, la monarquía absoluta desaparecerá como estado en América. Y a ello nos referimos con lo de revolucionario. Sabemos que también hubo bastantes continuidades, pero subsistieron como pervivencias coloniales en un mundo que ya no era tal y que se adentraba, si bien lentamente, en otros caminos estatales como la república, el parlamentarismo y el constitucionalismo. Lo cual no quiere decir que la revolución supusiera el ascenso al poder de las capas populares o un estado del bienestar para éstas. Eso también lo sabemos.

Y en tercer lugar, está, ligado con lo anterior, el carácter de la revolución. Para nosotros los elementos liberales-burgueses primaron en las independencias. Y ello no sólo por el vocabulario, los discursos y las propuestas empleados, sino por la propuesta de las independencias de crear un estado-nación con las señas de identidad políticas del liberalismo. Ahora bien, desde una perspectiva singular, sin establecer modelos apriorísticos o copiar casos anteriores norteamericanos o europeos. El surgimiento de los estados nacionales americanos en los años treinta fue fruto de las propias circunstancias del momento, tanto internas como externas, de cada territorio. Condicionadas, evidentemente, por su pasado colonial.

Pero ocupémonos de estudiar las independencias como un proceso histórico. Y para ello es necesario establecer fases, es decir, una periodización. Fases o periodización que debemos plantear en determinados cortes de años, que en modo alguno son estáticos ni para todas las regiones iguales, pero que pueden significar un guión para historiar una estructura general que a nivel interno es dinámica hasta su final. También puede servir para advertir ciertos cambios de coyuntura, de actitudes, de propuestas o de reacciones. Y ello evidentemente desde presupuestos generales y sintéticos.

Éstas serían las fases o períodos:

1.ª 1808-1810. La independencia por el rey.

2.ª 1810-1815/16. Las luchas por la soberanía/as.

3.ª 1815/16-1820. La independencia contra el rey.

4.ª 1820-1830. La institucionalización de las independencias.

La primera fase, que va desde 1808 a 1810, contempla la explosión coyuntural de la Monarquía española a partir de las abdicaciones de Bayona. Esta primera fase significa el inicio de la «chispa» que provocó el estallido de la crisis estructural del Antiguo Régimen de la monarquía. Especialmente en dos direcciones: la lucha de imperios que se venía dilucidando desde la Guerra de los Siete Años y sus consecuencias tras su final en 1763 y la crisis estructural propia de la Monarquía española, cada vez más agudizada desde el último tercio del siglo XVIII. Y por la Monarquía española contemplamos la de «los dos hemisferios».

Fase en donde la «vacatio regis» va a provocar una lucha por el «rex» que fue interpretada de múltiples formas y maneras por cada uno de los sujetos en el poder: autoridades españolas, fracciones de criollos, clases populares indígenas, ciudades principales, ciudades subordinadas, regiones principales y subordinadas, etc.

Y en esa coyuntura, tendremos que seguir muy atentos las noticias, cambiantes, contradictorias, escalonadas, desescalonadas, que procedían de la península y de Europa, la marcha, triunfante o no, de la guerra en España, el «miedo» general, particular, a que Napoleón fuera el rey, a la pérdida de la guerra en la península, miedo de los nuevos aliados ingleses a perder el poder privilegiado y absoluto de autoridades peninsulares en América, temor de los criollos a que el vacío de poder generara inseguridades no sólo políticas, sino sociales y raciales, a perder los beneficios económicos de la explotación y el comercio coloniales, a poder obtener otros beneficios por ese motivo, a comprender que dentro del caos es necesario un orden, a abrirse una coyuntura de movilidad social, a valorar en su justa importancia las medidas propuestas por los intereses criollos de las diferentes y desiguales regiones –a menudo contrapuestas y antagónicas en sus intereses económicos entre la capital y el centro–, o, por finalizar, a reconsiderar los tres presupuestos esenciales mediante los que se movía el estado: legitimidad, representación y soberanía.

En definitiva, salvo casos aislados, estos años están marcados por la coyuntura que, en general, los movimientos junteros asumieron, y que fue una lucha por la independencia del rey. Otra cosa es la diferente interpretación que los distintos grupos sociales hagan de ello.

La segunda fase va desde 1810 hasta 1815/1816. Lo primordial en esta fase es que la confrontación entre los distintos actores se circunscribe a una lucha por la soberanía.

Se ha estudiado notablemente esta fase. Creemos que hay que tener en cuenta en estos años la diferente marcha de la guerra en la península, el cariz de las diversas juntas en América, la asunción de la legitimidad y de la soberanía por parte de autoridades metropolitanas como F. J. Elío en la Banda Oriental, que comandó la Junta, o como F. Abascal en el Perú, que impidió la creación de otras. Y, en segundo lugar, el mantenimiento de la jerarquía territorial del Antiguo Régimen por las nuevas juntas capitalinas en cuanto a intentos de subordinación de las demás regiones y de sus intereses económicos. Es decir, la confrontación de intereses políticos y económicos de las distintas fracciones criollas, que llevó a posicionarse a favor de mantener la «fidelidad» o adscribirse a la autonomía política.

Lo cual fue interpretado y utilizado a posteriori, e incluso coetáneamente, con una postura «nacional» al enunciarse en clave de patriotas versus realistas. Confrontación nacional que en estos años hay que matizar, porque tanto peninsulares como criollos tenían intereses en un bando u otro sin que ello alcanzara a ser suficiente para plantear de forma concluyente opciones fuera del ámbito de la monarquía. Salvo los casos de Caracas o Buenos Aires.

La segunda cuestión que dirimir es que este conflicto, complejo, de intereses intrarregionales e interregionales, también se dio en el interior de las autoridades metropolitanas y entre las capas dirigentes criollas. Es decir, el vacío de poder se plasmó en todos los niveles. Lo cual provocó que, en ocasiones, de manera unilateral, quien poseía la fuerza armada no llegara a la negociación política, sino a la imposición armada y represión. Y ahí prendió la guerra: Elío contra Buenos Aires, ésta contra las regiones del interior, Abascal contra los junteros de Quito, La Paz o Chuquisaca, todos contra Paraguay, etc. La guerra, tanto en América como en la Península, comenzó a marcar la agenda política. Y también a dislocar las fuerzas armadas del Antiguo Régimen, en «ambos hemisferios». Y no sólo porque permitió un ascenso social de plebeyos en la oficialidad, sino porque para el ejército realista en América supuso que esta cuestión derivara en un conflicto no sólo social, sino también de clase y raza. Criollos, mestizos y morenos ascendieron a oficiales, reprimiendo en estos años a la insurgencia. Y claro, para el ejército peninsular que se encontraba en la península fue una contradicción de clase –privilegiados frente a no privilegiados–, pero para el ejército peninsular en América, esta ascensión además fue interpretada como una cuestión nacional, de nacionalidad y de identidad. Son conocidos los casos de Nueva España con el Plan Calleja y el ejército que se configuró en su tránsito a la independencia en 1821.

Pero debemos reconsiderar la diversidad del lenguaje de las juntas que proclamaron su independencia de Napoleón, pero también de Inglaterra y de la monarquía en un sentido absolutista. Juntas y propuestas que se van a prodigar a partir de 1810, porque tendrán otra significación: la guerra en la península estaba perdida. Y ahí los planteamientos, el vocabulario, las propuestas y los objetivos tuvieron un corpus tan similar como disonante entre el movimiento juntero americano. Lo que sí los unió es que se organizaron para que Napoleón –y lo que sospechaban o imaginaban que pudiera significar el triunfo del estadista francés– no fuera su rey. Pero en esa insurrección también hubo una resistencia de otras fracciones de intereses a subordinaciones que ya no estaban dispuestos a aceptar, como la del criollismo dominante de las «viejas» capitales en la colonia. Fue así como hubo una lucha muy diversa por la soberanía territorial.

Pero la monarquía tampoco debe verse como monolítica desde América. Ya advertimos que los cambios en la organización del nuevo estado, tanto afrancesado como español, se estaban produciendo. Porque la guerra, en ambos hemisferios, era no sólo revolucionaria, sino también un acelerador de la revolución. Y en ese sentido hay que seguir resaltando la opción constitucional y parlamentaria hispana que representaron no sólo las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812, sino también su gestión y su organización. Desde hace dos décadas ya estamos advirtiendo que el «liberalismo gaditano» no fue únicamente importante porque albergó a la representación americana, sino también porque éste se conformó con sus propuestas políticas y su ideología. Y tuvo trascendencia en América, claro.

Es más, para ciertos sectores criollos enfrentados a las regiones insurgentes y por ello calificados a posteriori de «realistas», esta fase representaba la opción liberal más posibilista, ya que pudo plantear y conseguir buena parte de sus reivindicaciones en las Cortes, como fueron, entre otras, libertades económicas y políticas, la libertad de imprenta, la organización del poder local en ayuntamientos y del poder provincial en diputaciones provinciales, etc.

Quizá, la complejidad esté en los conceptos. Particularmente en el de Monarquía española. Aunque resulte una obviedad, no fue lo mismo la monarquía absolutista que la constitucional en esta coyuntura. Por lo tanto, el laberinto de las independencias se complejizó aún más al existir en esta fase vías de evolución, de transformación o de resistencias a todas ellas para mantener el estatus quo de 1808. A saber: la insurgente, la afrancesada, la gaditana y la colonial. Y hay que ponerlas en relación y en discusión.

La tercera fase fue la desarrollada desde 1815-16 hasta 1820 y viene caracterizada por la independencia contra el rey.

Tras el golpe de estado de Fernando VII en mayo de 1814, la monarquía volvió a ser absoluta. Éste es un cambio que, a nuestro entender, hay que resaltar y tener en consideración. Desde un análisis general, varios son los factores que se deberán tener en cuenta al menos en este período. En primer lugar, la restauración absolutista de Fernando VII conllevó la derrota del liberalismo gaditano al suprimir la obra parlamentaria y constitucional doceañista. Ello supuso, para el criollismo que estaba apostando por esta vía, el abandono progresivo de estas posiciones para decantarse por una vía insurgente. Y, en segundo lugar, la restauración de la monarquía absoluta supuso el triunfo de la vía armada para recuperar lo que el rey creía que era suyo: los territorios americanos. Los cuales le estaban arrebatando tanto la vía liberal gaditana como la vía liberal insurgente. De esta forma, la guerra y el envío de ejércitos de «pacificación» fueron las formas de responder a la insurgencia. Es en esta fase en donde la confrontación con un rey reconquistador y guerrero se hace más visible. Ya no hubo posiciones intermedias, dulcificadoras del rey. El recurso único a las armas y la represión marcó esta fase. Los antagonistas se redujeron a dos. El enfrentamiento fue más directo: las tropas «del rey» y la insurgencia. Ahora sí que el término «realista» obtuvo un carácter pleno, dado que representaba los intereses del rey.

Un ejército del rey, un ejército de una monarquía absoluta en el que también había oficiales liberales surgidos de la guerra de España, después también llamada guerra de independencia. Fernando VII embarcó a numerosos oficiales liberales españoles con la finalidad de sacarlos de la península con destino a una guerra contra los «otros» liberales americanos y en previsión de potenciales y previsibles pronunciamientos en la península, que por otra parte ya se estaban produciendo.

Pero en esta fase el contexto internacional también fue otro. Tras la derrota definitiva de Napoleón en 1815 en los campos de Waterloo, la Europa de las monarquías absolutistas campeó en suelo continental para regocijo de la Monarquía británica, que veía a su competidor derrotado y a sus potenciales rivales económicos neutralizados. Y tras el gran «susto» de Napoleón, las casas reales europeas se conjuraron en nombre de Dios, la Iglesia y la religión para que no volviera a repetirse. Las guerras napoleónicas enseñaron que un estado-nación podía poner en jaque todo un sistema de valores privilegiados, en definitiva, al Antiguo Régimen. Fue por ello el recurso de las monarquías absolutas a las alianzas políticas del Congreso de Viena y armadas de la Santa Alianza.

El absolutismo cerró filas, políticas y armadas. Y la nobleza europea se aplicó a la idea de la restauración. Devolver al trono a las dinastías depuestas por los Bonapartes. Para la monarquía española, sabemos que ello pasaba también por recuperar los territorios americanos. Para la monarquía británica, todo lo contrario. Mantenerlos y ampliarlos en su independencia, puesto que ello suponía relaciones comerciales bilaterales.

Tendremos que reflexionar también si es en este contexto cuando los generales y líderes insurgentes llegaron a ser consecuentes con la estrategia absolutista europea y emplearon su misma táctica, es decir, la coalición militar para derrotar al ejército del rey español. Pues la guerra en Sudamérica se volvió interregional.

Por último, la cuarta fase la constituye el triunfo final de las independencias desde 1820 en adelante. No fue fácil en los antiguos territorios americanos de la monarquía española luchar contra el rey. Entendemos el recurso, con «máscara» o sin ella, de los primeros años. Pero los años veinte registraban ya otra coyuntura. La independencia se volvió una lucha armada y, si bien hubo resistencias, el recurso a la confrontación contra el rey devino en la justificación que encontró la insurgencia para la proclamación de la república. Se están estudiando detenidamente las diversas posiciones de los realistas, su identificación y sus planteamientos. Los años veinte vienen marcados indefectiblemente por las independencias de los dos grandes y antiguos virreinatos. Nueva España y el Perú. Los dos en 1821. Y aquí tendremos que considerar también la vuelta, por segunda vez, a un período constitucional de España. Esta vez con el rey presente y con una coyuntura internacional pacífica pero amenazante, constantemente, de invasión. 1821 representa para el caso novohispano las contradicciones de ganar la guerra contra la insurgencia y engendrar en el propio ejército real las condiciones antagónicas de un ejército de Antiguo Régimen, y el agotamiento de la segunda experiencia del liberalismo gaditano. Ivana Frasquet y Jaime E. Rodríguez han explicado convincentemente el paso de Nueva España a la Monarquía mexicana y a la República Federal. Son conocidos sus estudios. Quizá tendríamos que poner en relación esta presión internacional con el recurso de México y Brasil de proclamar sus estados como un «Imperio» y contextualizarlo con la amenaza de intervencionismo armado de la Santa Alianza contra los estados liberales. Lo cual supondría empezar a abandonar la idea de interpretarlos como exóticos. Porque, qué menos sospechoso de «liberal» que un Imperio.

Por último, como conclusión, tendremos que insistir en la relación que ya han advertido algunos autores entre la indisoluble explicación de la historia de España y la de América y viceversa. La relación de causa-efecto, la interrelación dialéctica en las explicaciones tanto generales como a niveles más particulares, sigue siendo indispensable. Así como la ausencia de una explicación general de las independencias de los territorios americanos para poder explicar las particularidades de cada estado-nación queda obsoleta.

Para el caso español, la revolución en suelo peninsular no pudo triunfar sin su verificación en los territorios americanos. Es decir, la revolución liberal española tuvo como condicionante y especificidad que fue a la vez antiseñorial y anticolonial, en la península y en las colonias, respectivamente. La derrota del liberalismo que había propuesto la abolición de ambos, del feudalismo y del colonialismo, pasó por una estrategia condicionada por arrebatar el privilegio de mantenerse como clase dirigente y propietaria en la península a la nobleza, en el caso de la primera, y al rey en el caso de la segunda. Su derrota, que no fracaso, fue debida en gran parte a la unión de planteamientos revolucionarios antiseñoriales y anticoloniales. Una vez desprendida de la cuestión nacional americana y también de los problemas generados por ella a la debilitada hacienda del rey, el liberalismo español dejó de ser doceañista, hispano, para ser sólo español. ¡Paradojas de la revolución española!

[1] Manuel Chust y José Antonio Serrano: Debates sobre las independencias, Madrid-Frankfurt, Vervuert-Iberoamericana, 2007.

[2] R. R. Palmer: The age of the democratic revolution. A political history of Europe and America, 1760-1800, Princeton, 1959, también «The world revolution of the West» en Political Science Quarterly, 1954.

[3] J. Godechot y R. R. Palmer: “Le problème del Atlantique du XVIIIe au XXe siècle”, Congresso internationale di Scienze storiche, Relazioni, Florencia, 1955. J. Godechot: La Grande Nation. L’éxpasion révolutionnaire de la France dans le monde, 1789-1799, París, 1956. J. Godechot: Les révolutions, 1770-1799, París, 1963.

[4] I Congreso Hispanoamericano de Historia, celebrado en Madrid del 1 al 12 de octubre de 1949.

[5]Causas y caracteres de la independencia hispanoamericana, Madrid, Cultura Hispánica, 1953.

[6] John Lynch: Las revoluciones hispanoamericanas 1808-1826, Barcelona, Ariel, 1976.

[7]Cf. la reciente antología de Kossok traducida al español sobre esta cuestión en Lluís Roura y Manuel Chust (eds.): La Ilusión heroica. Colonialismo, revoluciones, independencias en la obra de Manfred Kossok, Castellón, Universitat Jaume I, 2010.

[8] Pierre Vilar y Fidel Castro: Independencia y revolución en América Latina, Barcelona, Anagrama, 1976.

[9] Manfred Kossok: El virreinato del Río de la Plata, Buenos Aires, La Pléyade, 1972.

[10] Al respecto los interesantes estudios de Middell, Roura y Zeuske en LLuís Roura y Manuel Chust (eds.): La ilusión heroica. Colonialismo, revoluciones, independencias en la obra de Manfred Kossok, Castellón, Universitat Jaume I, 2010.

[11] Manuel Chust: «Insurgencia y revolución en Hispanoamérica. Sin castillas hubo bastillas», Historia Social 20, Valencia, uned, 1994, pp. 67-96.

[12] Erika Pani y Alicia Salmerón: Conceptualizar lo que se ve. François-Xavier Guerra historiador: homenaje, México, Instituto Mora, 2004. Jaime Peire: Actores, representaciones e imaginarios: homenaje a François-Xavier Guerra, Universidad Nacional de Tres de Febrero, 2007.

[13] «Ciudadanía y nación en Hispanoamérica. Homenaje a François-Xavier Guerra», Tiempos de América, 10, Castellón, Universitat Jaume I, 2003, pp. 87-120.

[14] François-Xavier Guerra (dir.): Revoluciones Hispánicas. Independencias americanas y liberalismo español, Madrid, Editorial Complutense, 1995.

[15] François Furet: Penser la révolution française, París, Gallimare, 1978. En su avertissement antes del comienzo del estudio, el director de L´École des Hautes Études de Sciencies Sociales, fue muy explícito: “Elle comported ábord une polémique avec les historiens communistes de la Révolution française, destinée à mettre en relief les incohérences de ce qui constitue aujourd´hui l´interprétation dominante du phenomène”.

[16] Jaime E. Rodríguez O.: La independencia de la América española, México, Fondo de Cultura Económica-El Colegio de México, 1996.

ÓSCAR ALMARIO

Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín

1. ¿Cuál es su tesis sobre las independencias?

En términos sustantivos, lo que propongo es comprender el proceso de las independencias iberoamericanas desde una perspectiva que permita completar los enfoques críticos adoptados por la historiografía nacional e internacional en las últimas décadas, que por lo general lo analizan como una consecuencia de la crisis política en el mundo hispánico que se trasformó en revolución política en las antiguas colonias, o como una guerra de independencia que condujo a la aparición de las naciones modernas y a la república como nueva forma de gobierno adoptada por los Estados nacionales emergentes. Desde tales perspectivas analíticas, revolución política, guerra de independencia y formación del Estado nacional son conceptos con los cuales se han pretendido explicar los acontecimientos y que suponen la existencia de unos proyectos orgánicos liderados por las elites criollas como agentes por excelencia de la modernidad, pero que sin embargo debieron contar con el concurso de los sectores populares considerados en principio como agentes de la tradición. Más allá de su utilidad analítica, que nadie pone en duda, estos y otros conceptos revelan su opacidad, cuando no sus contradicciones, al ser sometidos a la carga de la prueba histórica y de la evidencia documental, desde las cuales sale a flote la extraordinaria complejidad de la realidad americana, que deshace cualquier pretensión reduccionista, o modelo simplificador o generalizador. Todo esto simplemente invita a considerar otras dimensiones del proceso que hasta ahora han sido invisibilizadas y a persistir en la construcción de su cabal y completa complejidad.

En tal sentido, pretendo comprender el proceso de las independencias iberoamericanas como la irrupción inédita y amplia de un conjunto de acontecimientos y fenómenos que se pueden analizar en dos planos, el histórico procesual (acontecimiento y proceso) y el histórico conceptual (devenir). Por una parte, como proceso, la ruptura del orden político-institucional colonial se resolvió mediante la irreversible inscripción de estos países en la modernidad política, en virtud de la emergencia sorprendente del sujeto moderno de la nación desde lo más profundo de las condiciones del dominio colonial. Por otra, como devenir, la experiencia iberoamericana reexaminada hace posible una doble acción, la de su recuperación del contexto del relato historicista y la de restitución de su espacio-tiempo social como singularidad dentro de la modernidad occidental, lo que entre otros aspectos implica reconocer su propia centralidad histórica y, por consiguiente, el descentramiento (pero no negación) de Europa en el análisis.

La tesis que se acaba de exponer plantea una ruptura importante con los enfoques más o menos convencionales al respecto. En efecto, es frecuente que las independencias iberoamericanas se aborden por los distintos enfoques analíticos que se ocupan de ellas, o bien como continuidades de las revoluciones europeas que le dieron forma a la modernidad, o como simples epifenómenos que confirmarían la supuesta centralidad histórica de los procesos europeos, o en el mejor de los casos como circunstancias especiales que hay que tratar de comprender en el contexto colonial, pero sin atreverse a cambiar de fondo los esquemas metodológicos dominantes de centro-periferia o de lo universal y lo particular.

Sin embargo, hasta ahora, nos hemos privado de la posibilidad de examinar las independencias iberoamericanas como la constatación histórica de la existencia de una contemporaneidad simultánea en estas latitudes tropicales y en condiciones coloniales, y no solamente como el registro de acontecimientos que aparentemente confirmarían el desarrollo lineal de la historia occidental en sus fronteras. Dicho en otras palabras, las independencias iberoamericanas nos invitan a un doble ejercicio, tanto de descentramiento de la historia, como de fragmentación del tiempo histórico, con el fin de revaluar la condición y los motivos de los sujetos sociales y sus acciones, desvelar el complejo entramado de relaciones entre una modernidad imaginada desde Europa y la realidad colonial de América e identificar los flujos y las conexiones entre la modernidad como tal y la formación de la modernidad política en las antiguas colonias europeas. Desde esta perspectiva, las independencias iberoamericanas deberían ser revaluadas tanto por ser un poderoso momento de cambio social, como por ofrecer una posibilidad de interpretación contrahistórica frente al historicismo y el eurocentrismo.

2. ¿Qué provocó la crisis de 1808?

Sin duda, en la crisis de 1808 confluyeron varios factores que interactuaron para que se produjera una gran revolución política en el mundo hispánico con amplios efectos en las colonias de América. En efecto, como es sabido, los acontecimientos más importantes que se han de tener en cuenta son: la crisis de la Monarquía española, la ocupación francesa de la península y la abdicación de sus gobernantes, sumados a los antecedentes de intentos de modernización del Estado imperial y las consiguientes modificaciones de los pactos de la Corona con los cuerpos provinciales y corporativos en la metrópoli y las colonias a lo largo del siglo XVIII, amén de la crisis de representación que eclosionó en todo mundo hispano en la modalidad de juntas de gobierno que asumieron la soberanía ante el hecho del rey ausente desde 1808.

Ahora bien, en términos sintéticos se puede plantear la hipótesis de que 1808 actúa como el detonante coyuntural de una situación estructural acumulada en la cual convergieron factores económicos, políticos y simbólicos. No obstante, cabe preguntarse por la simultaneidad y profundidad de una crisis política en la metrópoli que se traduce en revolución política en sus colonias. Las contradicciones estructurales del imperio español han sido analizadas mediante el binomio hegemonía/decadencia y la llamada «paradoja española». En efecto, la historia de España ha sido expuesta como la historia de una espectacular hegemonía establecida en el siglo XVI, seguida por una larga decadencia ocurrida del XVII al XIX. Respecto a la paradoja española, Antonio-Miguel Bernal volvió sobre ella recientemente para llamar la atención sobre unas relaciones poco estudiadas, entre los costes/beneficios del Imperio y su frustrado proyecto nacional de Estado unitario, cuestión que juzgo muy pertinente para los propósitos de esta comunicación, centrada en el caso de las independencias iberoamericanas. Conviene recordar los tres componentes de la paradoja: España, pionera de la modernidad capitalista, quedó finalmente rezagada respecto a los otros países del Occidente europeo; España, no obstante haber sido el titular del mayor imperio que haya existido desde la antigüedad, no formó como tales colonias, sino Reinos de Indias o de ultramar, y, finalmente, España, aunque promovió el primer ensayo de Monarquía universal, dejó sin acabar la construcción de su propio proyecto nacional de Estado unitario. En resumen, para el momento crucial de 1808, el Imperio español se encontraba más unido que integrado y, por lo tanto, expuesto a múltiples presiones, tanto externas como internas.

3. ¿Se puede hablar de revolución de independencia o, por el contrario, primaron las continuidades del Antiguo Régimen?

Se trata sin duda del contexto de una «gran revolución política» en todo el mundo hispánico, pero que tuvo su concreción particular en Hispanoamérica como «revolución de independencia», lo que parecería indicar que, por lo general, los análisis se decantan por dar cuenta de un cambio centrado exclusivamente en la esfera de lo político. Lo que también equivale a decir que en los órdenes social, económico y cultural prevalecieron las condiciones de antiguo régimen. Sin embargo, la dinámica de los acontecimientos fue tan poderosa, que incluso en el plano de lo político tomó forma una situación excepcional en comparación con Europa, en la medida en que irrumpió una modernidad política radical pero incompleta, que en el caso de Nueva Granada incorporó a la política y masivamente al pueblo (sobre todo negros y pardos, y en menor medida mestizos e indios), a través de la guerra, con la cual se cuestionaron instituciones de antiguo régimen como la esclavitud, el tributo indígena y los fueros de las ciudades y provincias. Adicionalmente, la guerra de independencia introdujo una movilidad geográfica inédita que sólo se volvería a repetir con las migraciones laborales y los procesos de colonización de finales del siglo XIX y del XX.