Las raíces históricas de los conflictos armados actuales - Varios autores - E-Book

Las raíces históricas de los conflictos armados actuales E-Book

Varios autores

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Las guerras actuales y las de los últimos veinte años presentan unas características especialmente terribles en relación con el periodo de la Guerra Fría. Se ha producido un aumento del número de actores armados (ejércitos, policías, guerrilleros, grupos de insurgentes y de paramilitares, bandas de narcotraficantes, etc.) y han proliferado los cuerpos de seguridad privados. Se hace indispensable una perspectiva que atienda a los múltiples actores y sectores sociales implicados y a los factores de origen histórico diverso, del pasado lejano, del más próximo e incluso de la coyuntura más reciente. Más allá del ámbito estrictamente académico, aportar a la ciudadanía elementos para comprender mejor los conflictos bélicos actuales es un paso necesario para contribuir a transformar el militarizado e injusto mundo en que vivimos.

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LAS RAÍCES HISTÓRICAS

DE LOS CONFLICTOS

ARMADOS ACTUALES

Enric Prat Carvajal, ed.

UNIVERSITAT DE VALÈNCIA

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente,

ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información,

en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico,

electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

© Del texto, los autores, 2010

© De esta edición: Publicacions de la Universitat de València, 2010

Publicacions de la Universitat de València

http://puv.uv.es

[email protected]

Ilustración de la cubierta: Guerrillero somalí, Mogadiscio

Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera

Fotocomposición, maquetación y corrección: Communico, C.B.

ISBN: 978-84-370-7835-9

Realización de ePub: produccioneditorial.com

ÍNDICE

PRESENTACIÓN - Josep Joan Moreso

INTRODUCCIÓN - Enric Prat Carvajal

INSURGENCIA GLOBAL Y CONTRAINSURGENCIA. EL NEXO ENTRE DESARROLLO Y SEGURIDAD DESDE UNA PERSPECTIVA MÁS AMPLIA - Mark Duffield

UN CONFLICTO OLVIDADO: CHECHENIA - Carlos Taibo

ORÍGENES DE LOS CONFLICTOS EN LA REGIÓN DE ORIENTE MEDIO.MEMORIAS DIVERGENTES Y TRAUMAS HISTÓRICOS - Georges Corm

CONFLICTOS SAHELIANOS. ANÁLISIS DE UNAS ESTRUCTURAS ESTATALES INVIABLES. Ferran Iniesta

GUERRA INCESTUOSA. COLOMBIA Y SU «COLA DE CERDO» - María Luisa Rodríguez Peñaranda

TRATANDO DE COMPRENDER LOS VEINTE AÑOS DE GUERRA EN AFGANISTÁN (1989-2009) Y EL «MOMENTO UNIPOLAR» DE ESTADOS UNIDOS - Marc W. Herold

PRESENTACIÓN

Vivimos en la era global. Vivimos en un mundo que ha globalizado la casi totalidad de las esferas: la económica y la financiera, por supuesto, pero con la globalización de la comunicación y el conocimiento ésta también se ha extendido a las esferas política y social. Paradójicamente, este fenómeno no se ha reproducido en la salvaguarda de los derechos humanos: no hay una justicia global que vele por salvaguardar los derechos y la dignidad de todas las personas. Si hace nueve años los líderes mundiales se reunían para redactar los Objetivos de Desarrollo del Milenio, que fijan los parámetros cuantitativos que se deben seguir para liberar a gran parte de la humanidad de la extrema pobreza, el hambre, el analfabetismo y las enfermedades, entre los más destacados, este año, cuando ya hemos superado el ecuador del plazo para alcanzarlos, el 2015, nos encontramos con que cada vez hay más distancia entre los países, con que han crecido las desigualdades en ámbitos tan cruciales como la salud o la educación, con que la distribución de la riqueza a nivel mundial está muy lejos de ser mínimamente justa, con que hay pueblos que continúan sometidos a la tiranía de gobiernos autoritarios, con que todavía miles de personas perecen cada día víctimas del hambre y la desnutrición.

Ante estos problemas, los universitarios tenemos la responsabilidad de trabajar para que la dignidad y los derechos de todos los seres humanos sean promovidos. Tenemos el deber de reflexionar sobre cómo introducir el respeto de los derechos humanos y de la democracia y también sobre cómo garantizar el imperio de la ley para salvaguardar éstos. Tenemos el deber de contribuir a concebir mecanismos económicos que no excluyan de los beneficios de la economía de mercado a casi la mitad de la humanidad. y tenemos el deber de trasladar todas estas reflexiones a nuestra sociedad civil.

Fue, precisamente, este sentimiento de responsabilidad el que nos condujo, hace ya dos cursos, a dedicar el año académico 2008-2009 a la Justicia global. En este contexto, el Institut Universitari d’Història Jaume Vicens i Vives (IUHJVV) de la Universitat Pompeu Fabra (UPF) organizó un seminario sobrelasraíceshistóricasdecincoconflictos armados,actualesydedesgarradora repercusión(Chechenia,Colombia,Afganistán,OrienteMedioylosconflictos sahelianos), que fueron introducidos por una ponencia sobre la insurgencia y contrainsurgencia globales.

El seminario, organizado con la colaboración de la Oficina de Promoció de la Pau i dels Drets Humans de la generalitat de Catalunya y el Consejo Social y el Departamento de Humanidades de la upf, incluyó, entre sus participantes, a algunos de los mejores especialistas en la materia que, posteriormente, han desarrollado sus ponencias, dando fruto a la colección que hoy tengo el placer de presentar.

La obra busca acercar al conjunto de la sociedad civil la dura realidad a la que se enfrentan cada día miles de personas. Porque, desgraciadamente, desde nuestra burbuja de cristal, demasiado a menudo olvidamos que después de más de cincuenta años trabajando para el desarrollo, todavía un tercio de la humanidad vive en la pobreza crónica y, peor aún, como nos alerta Mark Duffield, cómo ésta se ha ido redescubriendo como terreno de reclutamiento para el despliegue de las amenazas por las que el orden liberal se siente continuamente en peligro.

En la presente colección, hay artículos que abordan conflictos injustamente olvidados por los medios de comunicación. Sería el caso de Chechenia, que, como apunta Carlos Taibo, suele ser recordado únicamente en casos extremos y estremecedores como los acontecidos en el teatro Dubrovka de Moscú en el 2002 o en la escuela de Beslán, en Osetia del Norte, en el 2004. O el de los conflictos sahelianos, que, como recuerda Ferran Iniesta, pese a derivar en gran parte de una errónea implantación del Estado moderno como herramienta para la gestión política de los pueblos africanos, han tenido consecuencias en la actualidad que aún son desconocidas por la mayor parte de la población (evidentemente, salvo excepciones como la de Darfur, donde se estima que en los últimos seis años han perecido decenas de miles de personas y donde más de un millón se han visto obligadas a huir a campos de refugiados).

Otros artículos tratan conflictos más presentes en los medios, como el conflicto árabe-israelí, que, como recuerda Georges Corm, es uno de los pocos cuyo origen se remonta a la época posterior a la Segunda guerra Mundial y que, pese a su longevidad, en estos sesenta años no parece que haya experimentado progreso alguno. O la peculiaridad del conflicto colombiano, con ataques indiscriminados contra toda la sociedad civil ya que, según María Luisa Rodríguez Peñaranda, al enfrentar a ejércitos formales y clandestinos las convenciones que regulan la guerra (protección de los civiles, prohibición de los crímenes de guerra y de lesa humanidad) son continuamente inobservadas por todas las partes. O, por último, el candente conflicto en Afganistán, que nos ha traído de nuevo el debate sobre la noción de guerra justa (legitimado, demasiado a menudo, por sus defensores por servir como instrumento para preservar la libertad de la sociedad, en esa ocasión, norteamericana), pero donde se ha violado sistemáticamente el principio de proporcionalidad, que es un elemento esencial de presentación la doctrina de la guerra justa, precisamente. y es que, como nos recuerda Marc W. Herold, «si tiene que haber algo llamado justicia global, ningún país debería valorar la vida de sus propios ciudadanos por encima de la de otros».

En suma, éstas son sólo algunas de las ideas expuestas en una colección que, por su rigor expositivo, dilucidará algunas de nuestras dudas sobre el origen, las causas y el desarrollo de estos conflictos, pero que, al mismo tiempo, estoy convencido, también logrará que paremos un momento a reflexionar. Porque si los líderes mundiales se reunían hace nueve años para intentar paliar la desigualdad en el mundo, nuestro deber como sociedad civil es continuar trabajando para lograrlo.

Josep Joan Moreso

Rector de la Universitat Pompeu Fabra

INTRODUCCIÓN

Enric Prat Carvajal[*]

Los textos que se recopilan en esta publicación son las versiones escritas de las conferencias que se pronunciaron en el seminario «Las raíces históricas de los conflictos armados actuales», celebrado en Barcelona entre enero y marzo del 2009. El seminario fue organizado por el Institut Universitari d’Història Jaume Vicens i Vives de la Universitat Pompeu Fabra (UPF) y contó con la colaboración del gabinete del Rectorado, del Consejo Social y del Departamento de Humanidades de esta universidad, así como de la Oficina de Promoció de la Pau i dels Drets Humans de la generalitat de Catalunya, además del Ministerio de Educación y Ciencia (Dirección general de Investigación. Acciones complementarias HAR2008-04808-E).

Una publicación de estas características representa una aportación académica útil para los estudiosos y para los ciudadanos en general, tanto por la temática abordada como por los especialistas que han colaborado en ella. Las personas que han escrito los textos (Mark Duffield, Carlos Taibo, Georges Corm, Ferran Iniesta, María Luisa Rodríguez y Marc Herold) son reconocidos especialistas en el análisis de los conflictos armados y proceden de diferentes disciplinas académicas. Conviene que sea así porque los conflictos armados son un objeto de estudio marcadamente multidisciplinar. Para comprender adecuadamente los conflictos armados actuales es necesario tener en cuenta e integrar las aproximaciones realizadas desde la historia, la ciencia política, las relaciones internacionales, la economía, el derecho internacional, la psicología social, la antropología, la sociología, los estudios culturales, el periodismo de investigación, la filosofía política o la investigación para la paz.

Al seminario se inscribieron más de doscientas personas, la mitad de las cuales eran alumnos de la upf de diferentes estudios académicos: Humanidades, etc. Pero además de los estudiantes universitarios asistieron investigadores, profesores de enseñanza secundaria y de universidad, así como miembros de instituciones, entidades y ONG por la paz y los derechos humanos. El elevado número de asistentes indica el gran interés existente, tanto entre los universitarios como entre los miembros de diferentes colectivos de la sociedad, por los cursos o jornadas de debate donde se traten en profundidad las claves históricas interpretativas del mundo actual, y donde se analicen con rigor los fenómenos económicos, los sistemas políticos, las desigualdades sociales o los comportamientos colectivos que se proyectan sobre el tiempo presente. Estoy convencido de que uno de los principales compromisos y retos de los historiadores y los científicos sociales es el de contribuir a que los ciudadanos dispongan de elementos suficientes para entender mejor el mundo actual, y entre nuestras aportaciones destaca la recuperación de las ideas y los proyectos del pasado, reciente o lejano, que puedan ser útiles para pensar y transformar el militarizado e injusto mundo en el que vivimos.

Con el seminario sobre las raíces históricas de los conflictos armados actuales pretendíamos contribuir al esclarecimiento de las diferentes causas que desencadenan las guerras y a la comprensión de los conflictos bélicos más relevantes. La información sobre las principales guerras actuales ocupa un considerable espacio en la mayoría de los medios de comunicación, aunque siguen existiendo «conflictos olvidados», entre los que destaca el de Chechenia. Por otra parte, los conflictos armados suelen generar importantes controversias entre diferentes colectivos políticos y sociales. A pesar de ello, las raíces históricas y las causas profundas de los conflictos bélicos siguen siendo poco conocidas. Esto se debe, en gran parte, a la complejidad de las guerras, entre otras razones porque en ellas están involucrados múltiples actores y sectores sociales, políticos y religiosos, y porque en su estallido y desarrollo inciden factores de origen histórico diverso (del pasado lejano, del pasado más próximo y de la coyuntura más reciente).

*****

Las guerras constituyen uno de los grandes problemas que padece la humanidad. Según un informe de la Escola de Cultura de Pau, en el 2008 se registraron 31 conflictos armados, 30 de los cuales seguían activos al finalizar el año, en las siguientes zonas del mundo: Asia (14), áfrica (9), Europa (4), Oriente Medio (3) y América (1). Los de mayor gravedad fueron los de Afganistán, República del Chad, Colombia, Irak, Israel-Palestina, Pakistán (noroeste), República Democrática del Congo (este), Somalia, Sri Lanka (nordeste) y Sudán (Darfur).[1]

Estos conflictos bélicos y los de los últimos veinte años presentan unas características terribles. En relación con el período de la guerra Fría, se ha producido un aumento del número de actores armados (ejércitos, policías, guerrillas, grupos de insurgentes y de paramilitares, bandas de narcotraficantes, etc.) y han proliferado los cuerpos de seguridad privados. Las poblaciones civiles son las víctimas principales de las guerras[2] y sobre ellas se han practicado, en diferentes ocasiones, el genocidio y la «limpieza étnica» (por ejemplo, en 1994 se consumaron unos 800.000 asesinatos en Ruanda). Diferentes fuerzas y grupos armados han ejercido, durante las guerras, una brutal violencia de género contra las mujeres (son violadas, obligadas a actuar como esclavas sexuales, forzadas a ejercer la prostitución, etc.).[3]Las guerras han provocado desplazamientos masivos de población y la existencia de millones de refugiados.[4]

Además, se han incrementado las acciones de terrorismo suicida, sobre todo en Israel-Palestina, Irak y Afganistán.

La gran mayoría de los conflictos armados de los últimos veinte años han tenido carácter intraestatal, es decir, se trataba de guerras internas o civiles. A su vez, desde el final de la Guerra Fría parece más difícil que se produzca un conflicto militar entre estados. Mary Kaldor aporta algunas razones al respecto:

La capacidad de los Estados para usar la fuerza de modo unilateral contra otros Estados está muy debilitada. Ello se debe, en parte, a razones prácticas: el creciente poder destructivo de la tecnología militar y la mayor interconexión entre los Estados, sobre todo en el ámbito militar. Es difícil imaginar, hoy en día, un Estado o grupo de Estados que se arriesguen a una guerra a gran escala que podría ser todavía más destructiva que lo que se experimentó durante las dos internacional de armas, diversas formas de cooperación e intercambio militar, los acuerdos de control de armamento, etcétera, han creado una forma de integración militar mundial.[5]

Desde luego, el estallido de la guerra entre los principales estados del planeta parece poco probable, por los motivos que apunta Kaldor. Pero las guerras entre una o diversas potencias militares, especialmente las que están vinculadas a la OTAN, y algunos estados militarmente inferiores son más probables que en la guerra Fría, por la desaparición de la contención que suponía la existencia de la URSS y del Pacto de Varsovia, y por la supuesta conexión de la red de grupos de Al Qaeda con algunos estados. No se debería olvidar que en la década de 1990 y en los últimos años ha habido diferentes enfrentamientos militares entre estados, aunque los agresores, sobre todo Estados Unidos, siempre han tenido una superioridad militar abrumadora, como en la guerra del golfo Pérsico de 1991, en la guerra de Afganistán del 2001 y en la guerra de Irak del 2003.

Por otra parte, debemos añadir que, aunque la mayoría de las guerras sean internas o civiles, bastantes de ellas se han internacionalizado. Por ejemplo, los conflictos armados que se producen en África no se pueden catalogar simplemente como guerras civiles, ya que en la mayoría de ellos existe una implicación de gobiernos de países de la región, además de que algunos gobiernos y empresas occidentales venden armas a los gobiernos de los países en guerra y persiguen el control de los recursos naturales africanos. El conflicto que enfrenta a Israel y Palestina afecta de manera evidente al conjunto de conflictos de la región en la que está inserto y repercute en todo el mundo árabe, especialmente en Líbano, Siria y Jordania. Y algunos de los conflictos armados actuales, como el de Irak y el de Afganistán, guardan una relación directa con la guerra global contra el terrorismo desencadenada por la Administración de Estados Unidos.

*****

En relación con las causas de los conflictos armados, los especialistas mantienen razonados debates. Sin entrar en ellos, relacionaremos algunas de las principales posibles causas que pueden conducir a los enfrentamientos violentos.

Entre las causas de carácter interno se pueden destacar las siguientes: la pobreza y el subdesarrollo económico, porque generan, en las poblaciones que los padecen, problemas sociales graves, como la falta de alimentos, de trabajo, de servicios sanitarios y educativos, que pueden fomentar el enfrentamiento violento entre diversos grupos de la sociedad; la codicia y las disputas por el control de recursos naturales (agua, petróleo, gas, coltán, oro, diamantes, fosfatos, cobre, maderas tropicales, etc.) y por el de los territorios estratégicos desde los que poder controlar estos recursos; las reivindicaciones identitarias, de autodeterminación o de mayor autogobierno, reclamadas por comunidades o minorías que se sienten oprimidas o marginadas por sus gobiernos o estados; la instrumentalización y la manipulación de los resentimientos que puedan existir entre diferentes grupos étnicos por parte de determinados líderes, grupos, instituciones y medios de comunicación; el monopolio del poder ejercido por un colectivo étnico y su uso en contra de los intereses de los otros grupos étnicos; la existencia de estados, regímenes, sistemas políticos y gobiernos dictatoriales, opresores, tiránicos, represores, explotadores, injustos o que violan los derechos humanos; y la disputa violenta del poder por parte de las elites del propio aparato de Estado.

Entre los factores externos que pueden contribuir al estallido y desarrollo de los conflictos bélicos se pueden citar los siguientes: el comercio internacional de armamentos, en particular el de las armas pequeñas y ligeras (pistolas, rifles, granadas, morteros, etc.), que son las que más se utilizan en los conflictos armados actuales, por su fácil manejo, y que pueden adquirirse fácilmente y a bajo coste en el mercado negro; la actividad de los grupos vinculados a Al Qaeda; y la guerra contra el terrorismo liderada por Estados Unidos tras los ataques del 11 de septiembre del 2001, que hasta ahora se ha concretado en las intervenciones militares de Afganistán e Irak.

Finalmente, debemos mencionar que otra causa de las guerras, en este caso de su reproducción, es la no resolución de las reivindicaciones o de los agravios que han desencadenado el conflicto armado, una vez cesado el enfrentamiento violento. La triste realidad es que en bastantes ocasiones la guerra reaparece porque los acuerdos que condujeron al fin de las hostilidades armadas no eran sólidos o no se cumplieron. Paul Collier ha proporcionado un dato muy elocuente sobre el resultado de los acuerdos de paz suscritos en los últimos años: «cuatro de cada diez sociedades firmantes de un acuerdo de paz han recaído en la violencia menos de una década después».[6]

Una vez señaladas estas posibles causas de las guerras, que pueden servir de orientación para estudiar los conflictos armados actuales, cabe añadir que sólo el análisis histórico concreto de cada uno de los conflictos puede determinar qué causas los provocaron.

*****

Acabaremos con unas reflexiones básicas que pensamos que deben ser tenidas en consideración a la hora de analizar los conflictos bélicos y sus raíces históricas.

1) Es un error analizar los conflictos armados y sus raíces históricas a partir de un modelo general en el que supuestamente han de encajar forzosamente todos los casos. Cada conflicto bélico tiene sus propias causas y factores explicativos, tanto de orden interno como internacional. En cada uno de ellos inciden actores y grupos diferentes. Cada uno de ellos cuenta con unos antecedentes históricos propios. Por lo tanto, conviene analizar cada conflicto en concreto.

2) En la gestación y el estallido de cada conflicto armado suelen confluir factores de origen histórico diverso: del pasado lejano, del pasado más próximo o de la coyuntura más reciente. A la hora de proceder a analizarlos conviene precisar los distintos factores y sus orígenes, tanto los históricos como los recientes, ya sean internos o internacionales, que han contribuido a crear un clima bélico o a establecer las condiciones que han hecho posible la guerra, y hay que identificar cuáles son los factores directamente precipitantes o desencadenantes del conflicto armado.

3) Es preciso evitar las explicaciones parciales de las causas de los conflictos armados y de la violencia. Como afirma Ferran Iniesta en el artículo que aquí se publica, «rara vez hay un conflicto de raíz única». En el mismo sentido, Paul Collier ha señalado que «casi todos los conflictos presentan múltiples niveles de causalidad».[7]Por lo tanto, se impone llevar a cabo una interpretación y explicación multicausal o multifactorial de los conflictos armados, en la medida en que los elementos que inciden en su gestación y desarrollo acostumbran a ser de naturaleza diversa: económica, social, religiosa, cultural, política, medioambiental, étnica e ideológica. Es necesario estudiar también la interrelación que suele haber entre todos estos factores.

4) Los factores que pueden incidir en el estallido o agravamiento de una guerra pueden ser tanto de carácter internacional como nacional y regional, tanto internos como externos al país que padece directamente el conflicto armado. El desarrollo de un conflicto puede repercutir en toda la región en la que está inserto, radicalizando las posturas enfrentadas: por ejemplo, el conflicto entre Israel y Palestina repercute en todo el mundo árabe, el conflicto de Afganistán repercute en Pakistán, el conflicto de Irak repercute en Irán, etc.

5) Conviene detectar los mitos, las deformaciones y las invenciones sobre el pasado y sobre el presente que utilizan algunos contendientes para justificar sus actuaciones violentas o sus proyectos excluyentes. También es importante examinar el proceso de construcción de la imagen del enemigo. Todo ello, puede desempeñar un papel de aceleración o de desencadenamiento de los conflictos armados en la medida en que sean capaces de generar odio y de movilizar a sectores de la población hacia el enfrentamiento violento contra otros sectores de la sociedad.

6) El fanatismo religioso o el nacionalismo excluyente pueden ser una causa de las guerras. Pero conviene aclarar que la existencia de diferencias nacionales, étnicas o religiosas no tiene por qué conducir forzosamente al enfrentamiento violento. En cambio, la manipulación política e ideológica de estas diferencias sí que puede provocar el conflicto y la guerra.

7) Hay que tener en cuenta los diferentes intereses y proyectos presentes en un conflicto armado. Se ha de poner en claro cuáles son los principales colectivos enfrentados, los colectivos que apoyan la guerra y los que se oponen a ella. Conviene señalar a los diferentes responsables de la guerra, pero también a los que han defendido opciones de paz, diálogo y convivencia plurinacional, multicultural y multirreligiosa. Las guerras no son inevitables, siempre hay actores que proponen alternativas para evitar el conflicto armado. Ante un conflicto siempre existen alternativas diferentes a la guerra para abordarlo, como la negociación o la voluntad de cooperación y de llegar a acuerdos que integren los intereses de los grupos enfrentados.

Sin duda alguna, los textos que se publican en esta obra llenan de contenido las anteriores consideraciones y nos permiten adquirir mayores conocimientos y mejores herramientas de análisis para profundizar en las raíces históricas de los conflictos armados actuales.

*****

En el capítulo de agradecimientos he de mencionar, en primer lugar, al Dr. Joaquim Albareda, director del Institut Universitari d’Història Jaume Vicens i Vives de la upf, por haber acogido tan positivamente la propuesta de celebrar un seminario sobre las raíces históricas de los conflictos armados actuales y por invitarme a colaborar en su organización. También he de agradecer al Sr. Xavier Badia, director de la Oficina de Promoció de la Pau i del Drets Humans de la generalitat de Catalunya, su apoyo a dos iniciativas que le planteé: por una parte, un curso sobre filosofía de la paz, que impartimos en la upf entre septiembre y diciembre del 2008, y, por otra, el seminario sobre las raíces históricas de los conflictos armados actuales, cuyas aportaciones se recogen en este volumen.

Sabadell, enero del 2010

[*] Historiador, investigador del Centro de Estudios sobre Movimientos Sociales de la Universitat Pompeu Fabra, miembro del Consejo Editorial de la revista Sin Permiso y del Consejo Asesor de la revista Viento Sur.

[1] Escola de Cultura de Pau: Alerta 2009! Informe sobre conflictes, drets humans i construcció de pau, Barcelona, Icaria, 2009, p. 21.

[2] Según Hobsbawm, «solamente el 5% de las víctimas de la Primera guerra Mundial eran civiles; en la Segunda, el porcentaje se elevó hasta el 66%. En la actualidad, la proporción de víctimas civiles de cualquier guerra se sitúa entre el 80 y el 90% del total» (Eric Hobsbawm: Guerra y paz en el siglo XXI, Barcelona, Crítica, 2007, p. 4).

[3] «Las organizaciones de mujeres han catalogado las agresiones sexuales masivas y sistemáticas contra las mujeres como arma y estrategia de guerra, ya que son planificadas y utilizadas por dirigentes políticos, ejércitos y grupos paramilitares para humillar, desmoralizar y debilitar la capacidad de resistencia de las mujeres y del resto de la población del bando enemigo, y así demostrar su poder y su capacidad de dominación sobre ellos. Este fenómeno de violación masiva de mujeres se acentúa mucho más en los casos de guerras donde se han practicado las denominadas limpiezas étnicas o se han exacerbado los odios raciales, como en los conflictos armados de la antigua Yugoslavia entre 1991 y 1995 y en las masacres de Ruanda de 1994» (Enric Prat: «Mujeres por la paz frente a la guerra y el militarismo», en Cristina Borderías y Mercè Renom (eds.): Dones en moviment(s). Segles XVIII-XXI, Barcelona, Icaria/Publicacions i Edicions de la Universitat de Barcelona, 2008, pp. 146-147).

[4] Hobsbawm informa que en el año 2000, «el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados reconoció que su organización asistía a un total de 23,3 millones de personas en todo el mundo, principalmente procedentes de determinadas regiones del oeste y del sur de Asia, de áfrica y del sudeste de Europa (...). Una valoración posterior, del 2003, que incluía a los “desplazados internos”, los refugiados que no habían abandonado su país, elevaba la cifra a unos 38 millones» (Hobsbawm: Guerra y paz en el siglo XXI, op. cit., p. 88).

[5] Mary Kaldor: Las nuevas guerras. La violencia organizada en la era global, Barcelona, Tusquets, 2001, p. 19.

[6] Paul Collier: Guerra en el club de la miseria. La democracia en lugares peligrosos, Madrid, Turner, 2009, p. 103.

[7] Paul Collier: El club de la miseria. Qué falla en los países más pobres del mundo, Madrid, Turner, 2008, p. 42.

INSURGENCIA GLOBAL Y CONTRAINSURGENCIA. EL NEXO ENTRE DESARROLLO Y SEGURIDAD DESDE UNA PERSPECTIVA MÁS AMPLIA

Mark Duffield[*]

Este capítulo trata de la insurgencia global y la contrainsurgencia. Este conflicto por lo general no se disputa con armas convencionales. Se trata de una lucha generalizada que conecta los mundos desarrollado y subdesarrollado en torno a la existencia. En efecto, es una lucha acerca del sentido y las posibilidades de la vida misma. La insurgencia y la contrainsurgencia globales recorren las redes transnacionales y las economías sumergidas del desarrollo que realmente existen, frente a la industria internacional del desarrollo, que está igualmente articulada en redes y radicalmente interconectada. Existe una guerra que tiene como telón de fondo la Fortaleza Europea y la proscripción de la migración indocumentada, que se libra alrededor de lo que se consideran, o no, formas de vida sostenibles o aceptables. El capítulo explora los orígenes, los contornos y las implicaciones de esa insurgencia global y, en especial, el lugar estratégico del desarrollo civil y de la ayuda humanitaria dentro de ella.

INTRODUCCIÓN

A menudo se argumenta que la seguridad humana privilegia más la seguridad de las personas que la de los estados. La seguridad humana pone en primer plano, no tanto la preocupación por la seguridad de los estados, al menos de forma directa, como las eventualidades sociales, económicas y políticas y los riesgos que amenazan la propia vida (UNDP, 1994). Dada esta perspectiva humanista, la seguridad humana se ha adoptado ampliamente como un punto de partida, nuevo y progresista, en el campo de la ayuda internacional y el desarrollo (Thomas, 2001). No obstante, las argumentaciones racionales liberales de gobierno, tales como la de la seguridad humana, han tenido siempre, desde los albores de la modernidad, como objeto la protección y la mejora de los procesos esenciales de vida asociados con la población, la economía y la sociedad

En este sentido, el liberalismo encarna la idea de «gobierno del pueblo y los imperativos derivados de tal idea» (Dean, 1999: 113). En la actualidad, la promoción de la seguridad humana se considera un componente esencial del propio desarrollo. Liberalismo y desarrollo se pueden ver como diferentes, pero interrelacionados y complementarios. Aunque para ambos la vida es un objeto de referencia, el liberalismo, desde sus orígenes, se ha visto condicionado por su marcada experiencia de la vida no occidental como algo incompleto o carente de las cosas esenciales para una existencia apropiada (Mehta, 1999; Jahn, 2005). Desde esta experiencia, la vida no occidental se hallaría en un estado de inseguridad humana, debido a la ausencia de conocimiento, de recursos o de capacidad. El papel del desarrollo, típicamente por medio de la educación y el estímulo, es hacer que esta vida inadecuada sea sana y completa. Al conseguir este resultado, la forma institucional y duradera del desarrollo es la de un tutelaje moral o educativo (Cowen y Shenton, 1996). El desarrollo como tutelaje externo se propone llevar a su pleno potencial la vida incompleta o subdesarrollada. En este capítulo, en lugar de entender el desarrollo como, por ejemplo, el resultado de las intervenciones para reducir la pobreza, alentar la voz y, en consecuencia, extender la libertad; éste se examinará como forma de gobernar a través de estos mismos actos de educación, mejora y empoderamiento.

Al pretender convertir lo que es incompleto en una parte saludable y conocida de la sociedad, el desarrollo funciona como una tecnología liberal de seguridad. Lo que se denomina hoy en día nexo entre desarrollo y seguridad no es una construcción que responde a las condiciones diferentes del período posterior a la guerra Fría; por el contrario, tiene una larga genealogía de vigilancia de la interfaz entre las poblaciones occidentales y no-occidentales (Duffield, 2007: 1-31). En este capítulo, el desarrollo como seguridad (y viceversa) se utiliza para explorar la posibilidad de una insurgencia y contrainsurgencia globales que conecten lo que se podría denominar de forma provisional, vida «desarrollada» y «subdesarrollada». Esta guerra civil –o más bien este cuadro de guerras locales, riesgos internacionales, intervenciones y resistencias–, más que enfrentar ideologías que compiten, arroja unas contra otras formas de vida contrarias. Actualmente, en ambos lados, los actores, en lugar de ser ejércitos convencionales o estados solos, tienden a movilizar, acompañar o trabajar como parte de una articulación más amplia de actores y redes no estatales y transnacionales. Tales articulaciones opuestas se difuminan necesariamente y operan a través de la divisoria nacional/internacional (IPPR, 2008). La guerra civil global, de manera característica, se libra acerca y entre las relaciones y las modalidades de la propia vida. El analista militar Rupert Smith le ha dado a este combate el nombre de guerra entre la gente. Es una guerra en la que«todas las personas, en todas partes, son el campo de batalla» (Smith, 2006: 4). En las guerras entre la gente, la fuerza militar convencional tiene una utilidad limitada. En efecto, como sugieren los casos de Irak y Afganistán, más que asegurar una victoria inequívoca es probable que afiancen e internacionalicen la resistencia que encuentran. Al mismo tiempo, si no se maneja bien, la fuerza militar puede poner en contra a la opinión pública del propio país.

En la actualidad, para los gobernantes es un lugar común afirmar que el desarrollo y la seguridad están interconectados, en el sentido de que no se puede tener seguridad sin desarrollo y que el desarrollo es imposible sin seguridad (Benn, 2004). A mediados de la década de los noventa, los gobiernos occidentales donantes han remodelado y relanzado sus presupuestos de ayuda civil como un medio especulativo de reducir y gestionar los conflictos (ODA, 1996; DAC, 1997), partiendo del supuesto de que la ayuda puede cambiar de manera selectiva el equilibrio de poder entre grupos sociales en interés de la paz (Anderson, 1996). Sobre estos fundamentos esencialmente contrainsurgentes, el nexo desarrollo-seguridad ha emergido como una verdad vital del período posterior a la guerra Fría. No obstante, como ya hemos señalado, este nexo tiene una larga genealogía. Lo que hace que su configuración actual sea nueva o especial es que ahora se presenta con un tercer término o condición, que habitualmente apenas se acepta y se mantiene no dicha, y que aquí llamaremos contención. Desde la descolonización, la contención abarca aquellas intervenciones –numerosas y en aumento– y tecnologías que intentan restringir o controlar la circulación de una vida subdesarrollada incompleta –y, por consiguiente, potencialmente peligrosa– o devolverla a su lugar de procedencia. Un nexo más amplio entre seguridad y desarrollo añadiría la condición de que no puede haber desarrollo o seguridad sin contener o controlar la movilidad de la vida subdesarrollada. Esta condición incluye, junto con la cada vez más reducida concesión de visados y los estrictos controles de inmigración, la transformación del régimen internacional de refugiados en un sentido de mayor restricción, retorno y reintegración (Barnett, 2002). Los países industrializados, al tener que vigilar el estado de excepción alrededor de la circulación de indocumentados, gastan hoy regularmente más en inmigración y control del asilo que en desarrollo. Como veremos más adelante, los orígenes de la contención global se encuentran en la descolonización. La contención surge como heredera de anteriores tecnologías coloniales de control de la población (véase Mitchell, 2002) y, a la vez, proporciona el precedente a partir del cual han proliferado las prácticas locales de restricción y modulación de la circulación a través de la zonificación y el diseño arquitectónico.

La contención de la circulación de la vida subdesarrollada es una necesidad estratégica en una insurgencia y contrainsurgencia globales que combaten en torno a la existencia. Aunque la historia y la cultura han abierto irremediablemente brechas, la geopolítica de la contención global funciona como una especie de alambrada que separa y reproduce la oportunidad genérica de vida entre los mundos desarrollado y subdesarrollado. En comparación con los regímenes de protección social, seguro nacional y burocracias del bienestar que caracterizan al primero, se espera que la vida subdesarrollada sea independiente en términos de sus necesidades biológicas, económicas y sociales. Vigilada por cómosesostienelavida,oseesperavivir,sehaidoampliandodesdeladescolonización.Asícomoelintentodequelaautorreproducciónseasosteniblees unobjetivoduraderodeldesarrollo,elobjetivodelaautosuficienciaesambiguo. La vida incompleta, respondiendo a su deseo de vivir más allá de las necesidades básicas y limitadas que le son atribuidas, se siente inclinada a hacer las elecciones equivocadas y, como tal, a convertirse en peligrosa. La autorreproducciónradicalseidentificaconformasamenazadorasdeinnovaciónyde circulación, que incluyen la habilidad de sobrevivir por encima de los estados ydesocavarlosmurosqueéstoserigen.Laautorreproducciónautónomadesafía continuamente los intentos de lograr la seguridad por medio del desarrollo comocontencióninternacional.Alexaminarlaposibilidaddeunainsurgencia y contrainsurgencia globales en torno a la propia vida, se está discutiendo en primer lugar la naturaleza estratégica del desarrollo.

EL DESARROLLO COMO SEGURIDAD

Al lidiar con la difícil situación actual con respecto a la seguridad, entre los políticos y los gobernantes es común afirmar que la dicotomía tradicional entre lo nacional y lo internacional se ha venido abajo. En este mundo nuevo y radicalmente interconectado está en juego la defensa de una sociedad de consumo de masas o, al menos, de «gente con un trabajo que hacer, una vida familiar que equilibrar, hipotecas que pagar, carreras que promover [y] pensiones que asegurar» (Blair, 2001). Tales visiones del orden liberal quedan validadas por el propio desafío que plantean las fuerzas internacionales predadoras, las cuales, al igual que el objeto de su amenaza, tienen un carácter principalmente no estatal e interconectado. Aunque el desarrollo ha tenido una larga historia como respuesta estratégica a estas amenazas, esta vertiente de él no se suele apreciar. Una de las razones de ello es que, como tecnología práctica de seguridad, el desarrollo existe en el presente. Sus beneficios se proyectan siempre en un futuro que todavía debe realizarse (Easterly, 2002). No obstante, si retrocedemos para tener una visión a más largo plazo, veremos cómo el desarrollo opera de forma más estratégica.

Desde la descolonización, la desaparición de la pobreza global, regularmente prometida, se ha mostrado escurridiza. Más conocido ha sido, en cambio, el redescubrimiento, recurrente e indignante, no sólo de la persistencia de la pobreza, sino de la brecha creciente de riqueza entre los mundos desarrollado y subdesarrollado (Myrdal, 1957; OECD, 1972; Brett, 1985; UNDP, 1996). Después de más de cincuenta años de tenaces esfuerzos de desarrollo, se estima que un tercio de la humanidad todavía vive en la «pobreza crónica» (CPRC, 2005). Más que centrarnos simplemente en las razones de la pobreza, es importante examinar la función política que adquiere este redescubrimiento constante y, en especial, ver cómo valida el orden liberal. Aunque la pobreza no fue la causa directa de, por ejemplo, la atracción que el comunismo causaba en el Tercer Mundo durante la década de los años cincuenta del siglo pasado; o de la crisis de los refugiados en la década de los setenta; o de las nuevas guerras de los noventa –e incluso de la actual amenaza del terrorismo internacional–; en todos los casos se ha descubierto que se encuentra en la raíz del problema (Wilson, 1953; Morawetz, 1977; dac, 2003). Desde el comunismo al terrorismo, a través de sus efectos marginadores y su capacidad de alimentar el resentimiento y la alienación entre la gente corriente, la pobreza se ha ido redescubriendo de manera repetitiva como un terreno de reclutamiento para el despliegue operativo de las amenazas estratégicas por las que el orden liberal se siente continuamente puesto en peligro.

Como tecnología liberal de seguridad, el desarrollo tiene una larga historia. Sus rasgos esenciales se pueden detectar en su primera e imaginativa ficción al filo de la naciente modernidad: la tutela civilizadora que Robinson Crusoe ejercía, a principios del siglo XVIII, sobre su criado Viernes. En la práctica, el desarrollo conjugó la abolición tardía de la esclavitud (Duffield, 2007: 12-16) con los efectos sociales del surgimiento del capitalismo industrial en Europa (Cowen y Shenton, 1996). El desarrollo emerge como un tutelaje moral sobre la vida, experimentada ya sea como incompleta, como superflua o de algún modo superabundante en relación con las necesidades (Cowen y Shenton, 1996; Mehta, 1999). En su intento de paliar los efectos destructivos del progreso, los sistemas de desarrollo liberales intentan típicamente reestablecer formas aceptables de existencia sobre la base de una vida comunitaria reorganizada. Aparecen como un conjunto de tecnologías educativas basadas en las visiones ilustradas del progreso, que acabarán con el excedente de población por medio del adiestramiento en el arte de las costumbres y la libertad mientras, al mismo tiempo, contribuyen a su autorreproducción global. A través del tutelaje de los expertos (Mitchell, 2002), este sistema de desarrollo promovió históricamente el fomento de la independencia comunitaria y de los negocios locales basados en la empresa, la tierra u otro tipo de propiedad a pequeña escala (Cowen y Shenton, 1996: 266-267). y aunque hoy en día esto se reconoce como desarrollo sostenible, lo podemos encontrar ya en los planes abolicionistas para alcanzar la independencia comunal de los esclavos liberados que lucharon para fundar Sierra Leona en la década de 1780 (Hochschild, 2006: 146-147). También se puede ver este modelo en los «pueblos libres» baptistas, en la Jamaica de la década de 1830 (Hall, 2002: 120-139). Como tutelaje educativo, el desarrollo opera como las pruebas de estado físico en relación con la vida incompleta; cuando se toman las elecciones equivocadas, el desarrollo se puede difuminar fácilmente hacia estados de emergencia y exclusión.

Para el desarrollo, la descolonización es a la vez un terreno de continuidad y un punto de partida. Como tutelaje liberal revitalizó la burocracia inglesa colonial (Arendt, 1951; Shenhav y Berda, 2007) y halló expresión en tales prácticas como gobierno indirecto (Lugard, 1922) y posteriormente como desarrollo comunitario participativo (Batten, 1957). La lucha anticolonial, sin embargo, originó el mundo de los estados-nación territoriales, y este mundo de estados dio lugar necesariamente a un mundo de pueblos. En un proyecto que sólo tiene cuatro o cinco décadas de antigüedad, por primera vez las poblaciones india, nigeriana, jamaicana, sudanesa y ghanesa existían como ciudadanas dentro de sus propias fronteras nacionales. Durante la descolonización, el desarrollo fue portador de una relación interestatal de gobernanza; se desplazó desde la burocracia colonial a las instituciones de expertos externos que hacían cola para ayudar a los estados subdesarrollados recientemente descubiertos y mejorar así el mundo de pobreza que había en ellos. El desarrollo, como modelo global del poder, divide genéricamente a la humanidad, aunque no de una forma geográfica específica, en vida desarrollada y subdesarrollada; y a través de las subdivisiones culturales y raciales que ello permite, funciona como una herramienta importante para clasificar y gobernar el mundo de los pueblos.

LA BIOPOLÍTICA DEL DESARROLLO

La obra de Foucault (1976; 1975-1976; 1977-1978) sobre la biopolítica es importante para comprender la relación, más intrínseca que contingente, entre desarrollo, seguridad y contención. En el marco más familiar de la geopolítica, los estados controlan territorios. Sin embargo, los territorios tienen también poblaciones y los estados modernos definen su eficacia en términos de lo bien que apoyan la vida y el bienestar de sus poblaciones. La idea contemporánea de la seguridad humana, por ejemplo, es un concepto esencialmente biopolítico; a la vez que prioriza más la seguridad de la gente que la de los estados, privilegia al estado como vital para proveer los bienes públicos que constituyen la seguridad humana (Duffield y Waddell, 2006). En consecuencia, en la idea de seguridad humana se halla implícita la distinción entre estados eficaces e ineficaces en términos de cómo se da apoyo y se asegura la vida de la gente. No obstante, alentar la vida mejorando la resiliencia de una población no es lo mismo que promover la participación activa de la ciudadanía en la sociedad política. La biopolítica actúa sobre una población en términos de política, sin tener en cuenta si la gente tiene derecho a voto, o no. La biopolítica anima aquellas tecnologías e intervenciones que buscan disciplinar y regular la vida a escala de masas de población, es decir, a la escala en la que la vida aparece en forma de agregados, tendencias y normas estadísticas. En la medida en que la biopolítica intenta reducir los riesgos y las eventualidades de la existencia colectiva, o establecer compensaciones por aquellos que no se pueden evitar, funciona en interés de la seguridad. Al mismo tiempo, las tecnologías que se utilizan para sostener la vida proporcionan también los medios de su gobernanza. La obra de Foucault, no obstante, se centra en Europa; él no escribe de manera específica sobre el colonialismo o el desarrollo en esta cuestión (Stoler, 1995). Entender el desarrollo como un modelo de biopoder requiere, por consiguiente, una interpretación.

Al distinguir entre vida desarrollada y subdesarrollada, desde el punto de vista de la biopolítica, nos ocupamos de las tecnologías concretas que dan apoyo y mantienen la vida colectiva en sus diferentes escenarios ideales. La vida desarrollada se sostiene, en primer lugar, por medio de los regímenes de seguridad social y la protección burocrática históricamente asociada con el capitalismo industrial y el crecimiento de los estados del bienestar. La aportación obligatoria a la seguridad social, como solución al problema del excedente de población industrial, apareció por primera vez en Europa hacia finales del siglo XIX (Thane, 1989). Fue más efectiva que los intentos coetáneos de promover la autosuficiencia comunitaria por medio de la creación de empresas locales (Cowen y Shenton, 1996: 284-285). Aunque sus orígenes sean europeos, a partir de este momento, la autosuficiencia se asociaría inicialmente con las colonias agrarias. Pero el momento de expansión real del estado del bienestar en Europa y sus tecnologías asociadas de protección social burocrática fue el final de la Segunda guerra Mundial y el comienzo de la descolonización. Para la vida desarrollada, o lo que metafóricamente podríamos llamar vida asegurada