Anotación
"Los quinientos millones de la Begún" ("Les cinq cents millions de la Bégum") o "Los quinientos millones de la princesa india" (1879) es una novela escrita por Julio Verne sobre la base de una idea original de André Laurie, quien vendió sus derechos en 1.500 francos a los editores de Verne y terminó siendo revisada y totalmente reescrita por éste último, según refiere Javier Coria. Su título original es "Les cinq-cents millions de la Bégum". Durante muchos años se creyó que era una obra basada en un argumento original de Julio Verne. El lector podrá ver la visión particular de Julio Verne del poder que el dinero y la tecnología pueden ejercer sobre la sociedad moderna, por medio de una fabulosa riqueza que es heredada por dos hombres muy distintos.
Julio Verne
Los Quinientos Millones de la Begún
CAPÍTULO PRIMERO
EN EL QUE EL SEÑOR SHARP HACE SU ENTRADA
Estos periódicos ingleses están divinamente hechos -se dijo a sí mismo el buen doctor, arrellanándose en un gran sillón de cuero.
El doctor Sarrasin había practicado durante toda su vida el monólogo, que constituye una de las formas de la distracción.
Era un hombre de cincuenta años, de facciones finas, de ojos vivos y limpios, que se veían a través de sus gafas de acero, de fisonomía a la vez grave y amable; uno de esos individuos, en fin, de quienes se dice, al verlos por primera vez: «Este es un buen hombre. » A aquella hora matinal, aunque su actitud no manifestaba preocupación alguna, el doctor se hallaba recién afeitado y con corbata blanca.
Sobre la alfombra y sobre los muebles de la habitación que ocupaba en un hotel de Brighton, yacían el Times, el Daily Telegraph y el Daily News. Apenas eran las diez, y el doctor había tenido tiempo de dar la vuelta a la ciudad, de visitar un hospital, de volver a su hotel y de leer en los principales periódicos de Londres la noticia in extenso de una memoria que había presentado la antevíspera en el gran Congreso Internacional de Higiene sobre un «cuenta-glóbulos de la sangre», del cual era inventor.
Ante él, una bandeja, cubierta con un paño blanco, contenía una chuleta bien sazonada, una taza de té humeante, y algunas de esas tostadas con manteca que los cocineros ingleses hacen a las mil maravillas, gracias a los panecillos especiales que los panaderos les proporcionan.
- Sí -se repetía-; estos periódicos del Reino Unido están muy bien hechos; no se puede decir lo contrario… El "speech" del vicepresidente, la respuesta del doctor Cicogna, de Nápoles, el desarrollo de mi memoria, todo está cogido al vuelo, tomado al oído, fotografiado… «Toma la palabra el doctor Sarrasin, de Douai. El ilustre asociado se expresa en francés. "Me dispensarán mis auditores (dijo al comenzar) si me permito esta libertad; pero, seguramente, entenderán mejor mi lengua que si les hablara en la suya…"¡Cinco columnas de texto…! No sé cuál de las reseñas es la mejor; si la del Times o la del Telegraph… ¡No cabe más exactitud ni más precisión…!
Se hallaba el doctor Sarrasin sumido en estas reflexiones, cuando el mismísimo maestro de ceremonias -pues no podría atribuirse un título de menor importancia a un personaje tan correctamente vestido de negro- llamó a la puerta y preguntó sí el «monsiú» estaba visible.
«Monsiú» es un apelativo que los ingleses se creen obligados a aplicar a todos los franceses indistintamente, del mismo modo que creerían faltar a las reglas de urbanidad no designando a un italiano con el título de «signor» y a un alemán con el de «Herr».
Después de todo, tal vez tengan razón.
Incontestablemente, esa costumbre rutinaria tiene la ventaja de determinar de un modo conciso la nacionalidad de las personas.
El doctor Sarrasin tomó la tarjeta que le presentaban.
Bastante extrañado de que fueran a visitarle en un país donde no conocía a nadie, lo fue más aún cuando leyó en la minúscula cartulina:
MÍSTER SHARP, SOLICITOR 93, Southampton Street LONDON
Sabía que un «solicitor» es el congénere inglés de un abogado, o, más bien, un hombre de ley híbrida, intermediario entre el notario, el defensor y el abogado, el procurador de otro tiempo. -¿Qué diablos puedo yo tener que ver con el señor Sharp? -se preguntó-. ¿Acaso habré hecho algún mal sin saberlo?
Y añadió, en voz alta: -¿Está usted seguro de que es a mí a quien busca? -¡Oh! Yes, monsiú.
- Pues, bien; dígale que pase.
El maestro de ceremonias introdujo a un hombre, joven aún, que el doctor, a primera vista, consideró como perteneciente a la gran familia de los «calaveras».
Sus labios delgados, o, mejor dicho, consumidos; sus largos dientes blancos; sus cavidades temporales casi al descubierto bajo una piel apergaminada; su color de momia y sus ojillos grises de penetrante mirada justificaban en un todo aquella clasificación. Su esqueleto desaparecía, desde los talones al occipucio, dentro de un «ulster-coat» a grandes cuadros, y en su mano oprimía el asa de un saco viejo de cuero barnizado.
Entró este personaje, saludó con rapidez, dejó en el suelo el saco y el sombrero, se sentó sin pedir permiso, y dijo:
- Guillermo Enrique Sharp JR, asociado de la casa Billows, Green, Sharp y
Compañía… ¿Es al doctor Sarrasin a quien tengo el honor de visitar' -Sí, señor. -¿Francisco Sarrasin?
- Ese es, en efecto, mi nombre. -¿De Douai?
- Douai es mi residencia. -¿Su padre se llamaba Isidoro Sarrasin?
- Exacto.
- Decimos, pues, que se llamaba Isidoro Sarrasin…
El señor Sharp sacó de su bolsillo un cuaderno de notas, lo consultó y continuó:
- Isidoro Sarrasin murió en París en 1857, en el distrito VI, calle de Taranne, número 54, hotel de las Escuelas, actualmente desaparecido.
- En efecto -dijo el doctor, cada vez más sorprendido-. ¿Quiere usted explicarme…?
- El nombre de su madre era Julia Langévol -prosiguió el señor Sharp, imperturbable-. Era oriunda de Bar-le-Duc, hija de Benedicto Langévol, domiciliado en el callejón sin salida de Loriol, muerto en 1812, según consta en los registros del municipio de dicha ciudad… Estos registros constituyen una institución preciosa, caballero; preciosa… ¡Ejem, ejem…! Y hermana de Juan Jacobo Langévol, tambor mayor del 36 ligero…
- Le confieso -dijo entonces el doctor Sarrasin, maravillado- que parece usted mejor informado que yo acerca de esos extremos. Cierto es que el nombre de familia de mi abuela era Langévol, pero es todo cuanto sé referente a ella.
- Hacia 1807, abandonó la ciudad de Bar-le-Duc con su abuelo, Juan Sarrasin, con quien se había casado en 1799. Ambos fueron a establecerse en Melun, como hojalateros, y permanecieron allí hasta 1811, fecha de la muerte de Julia Langévol, mujer de Sarrasin, el padre de usted. A partir de esta fecha, se pierde el hilo, hasta que queda reanudado con la de la muerte de aquél, acaecida en París…
- Yo puedo suministrarle esos datos -dijo el doctor, contagiado, a su pesar, por aquella precisión matemática-. Mi abuelo fue a establecerse en París para atender a la educación de su hijo, que se dedicaba a la carrera médica. Murió en 1832, en Palaiseau, cerca de Versalles, donde mi padre ejercía su profesión y donde yo nací, en 1822.
- Usted es mi hombre -exclamó el señor Sharp-. ¿No tiene hermanos ni hermanas?
- No; soy hijo único, y mi madre murió dos años después de mi nacimiento… En fin, caballero; usted me dirá…
El señor Sharp se levantó.
- Sir Bryah Jowahir Mothooranath -dijo, pronunciando estos nombres con el respeto que todo inglés profesa a los títulos nobiliarios-, tengo la satisfacción de haberle descubierto y de ser el primero en rendirle homenaje.
«Este hombre está loco perdido -pensó el doctor-, lo cual es bastante frecuente en los "calaveras".»
El «solicitor» leyó este diagnóstico en sus ojos.
- No estoy loco, ni mucho menos -pronunció, con calma-. En la actualidad, es usted
el único heredero conocido del título deBaronet concedido, por la presentación del
gobernador general de la provincia de Bengala, a Juan Jacobo Langévol, sujeto naturalizado inglés en 1819, viudo de la Begún Gokool, usufructuario de sus bienes y fallecido en 1841, sin dejar más que un hijo, el cual murió idiota y sin dejar sucesión, incapacitado y sin hacer testamento, en 1869. La herencia se elevaba, hace treinta años, a unos veinticinco millones de pesetas. Quedó bajo secuestro y tutela, y los intereses han sido capitalizados casi íntegramente durante la vida del hijo imbécil de Juan Jacobo Langévol. Esta herencia ha sido valuada, en 1870, en la cifra total de veintiún millones de libras esterlinas, o sea quinientos veinticinco millones de pesetas. Mediante el fallo de un tribunal de Agrá, confirmado por el tribunal de Delhi y ratificado por el Consejo privado, los bienes inmuebles y muebles han sido vendidos, los valores realizados, y el total ha sido colocado en depósito en el Banco de Inglaterra. Actualmente es de quinientos veintisiete millones de pesetas, que puede usted retirar con un simple cheque, tan pronto como presente sus pruebas genealógicas ante el tribunal de la Cancillería, en vista de las cuales me ofrezco a usted desde hoy para hacer que los señores Trollop, Smith y Compañía, banqueros, le adelanten a cuenta la cantidad que usted necesite.
El doctor Sarrasin estaba como petrificado. Permaneció por unos instantes sin encontrar palabras con qué expresarse. Luego, atacado por un remordimiento propio de su espíritu crítico y no pudiendo aceptar como hecho experimental aquel sueño de Las mil y una noches, exclamó:
- En resumen, caballero; ¿qué pruebas me presentará usted que justifiquen esa historia, y cómo se las ha arreglado usted para descubrirme?
- Las pruebas están aquí -respondió el señor Sharp, golpeando el maletín de cuero barnizado-. En cuanto a la manera de encontrarle a usted, es muy natural. Hace cinco años que le estoy buscando. El hallazgo de los deudos o nexet of kin, como decimos en Derecho inglés, para las numerosas fortunas en desherencia que se registran todos los años en las posesiones británicas, constituye una especialidad de nuestra casa. Precisamente la herencia de la Begún Gokool ocupa nuestra actividad desde hace un lustro entero. Hemos hecho nuestras investigaciones en todas partes y hemos pasado revista a centenares de familias Sarrasin, sin encontrar a la que es descendiente de Isidoro. Yo mismo había llegado a la convicción de que no existía otro Sarrasin en Francia, cuando ayer mañana, leyendo en el Daily News la reseña del Congreso de Higiene, me encontré con un doctor de este nombre que no me era conocido. Repasando inmediatamente mis notas y los millares de fichas manuscritas que habíamos reunido a propósito de esta herencia, comprobé con asombro que la ciudad de Douai había escapado a nuestra atención. Casi seguro desde entonces de haber hallado la pista, tomé el tren de Brighton, le vi a usted a la salida del Congreso y se reafirmó mi convicción. Es usted el vivo retrato de su pariente Langévol, tal y como está representado en una fotografía suya, obtenida de un lienzo del pintor indio Saranoni.
El señor Sharp extrajo de su cartapacio una fotografía y se la entregó al doctor Sarrasin. Aquella fotografía representaba a un hombre de gran estatura, con una barba espléndida, un turbante recamado de piedras preciosas y una túnica profusamente adornada de verde, colocado en esa actitud tan frecuente en los retratos históricos y propia de un general en jefe que redacta una orden de ataque mientras contempla atentamente al espectador. En segundo término, se distinguía vagamente el humo de una batalla y una carga de caballería.
- Estas pruebas le dirán a usted más de lo que yo pudiera decirle -prosiguió el señor Sharp-. Se las dejaré y volveré dentro de dos horas, si usted me lo permite, para recibir sus órdenes.
Mientras decía esto, el señor Sharp extrajo del maletín barnizado siete u ocho legajos de expedientes, unos impresos y otros manuscritos; los dejó sobre la mesa, y salió, andando hacia atrás y murmurando:
- Sir Bryah Jowahir Mothooranath, he tenido un verdadero placer en saludarle…
Medio creyente y medio escéptico, el doctor tomó los legajos y comenzó a hojearlos.
Un rápido examen bastó para demostrarle que la historia era perfectamente verdadera, y esto disipó todas sus dudas. ¿Cómo vacilar, por ejemplo, en presencia de un documento impreso y que contenía lo siguiente?;
«Informe de los Muy Honorables Lores del Consejo privado de la Reina, emitido el 5 de enero de 1870, concerniente a la herencia vacante de la Begún Gokool de Ragginahra, provincia de Bengala.
«Exposición de los hechos: Se trata en la causa de los derechos de propiedad de algunas mehals y de cuarenta y tres mil beegales de tierra de labor, a más de diversos edificios, palacios, fábricas de explotación, aldeas, objetos muebles, tesoros, armas, etcétera, procedentes de la herencia de la Begún Gokool de Ragginahra. De las exposiciones sometidas sucesivamente al tribunal civil de Agra y al Consejo superior del Delhi, resulta que, en 1819, la Begún Gokool, viuda del rajá Luckmissur y heredera forzosa de considerables bienes, se casó con un extranjero, de origen francés, llamado Juan Jacobo Langévol. Este extranjero, después de haber servido hasta 1815 en el ejército francés, donde había obtenido el grado de suboficial (tambor mayor), en el 36 ligero, se embarcó en Nantes, al licenciamiento del ejército del Loira, como recadero de un navío mercante.
Llegó a Calcuta, pasó al interior y obtuvo bien pronto las funciones de capitán instructor en el reducido ejército indígena de que, previa autorización, podía disponer el rajá Luckmissur. De este grado, no tardó en pasar al de comandante en jefe, y, poco después de la muerte de la rajá, obtuvo la mano de su viuda. Diversas consideraciones de política colonial e importantes servicios prestados en circunstancias peligrosas para los europeos de Agrá por Juan Jacobo Langévol, que se había hecho naturalizar súbdito británico, condujeron al gobernador general de la provincia de Bengala a solicitar y obtener para el esposo de la Begún el título de baronet. La tierra de Bryah Jowahir Mothooranath fue entonces erigida en feudo. La Begún murió en 1829, dejando el usufructo de sus bienes a Langévol, quien la siguió dos años más tarde a la tumba. De su matrimonio no quedaba más que un hijo en estado de imbecilidad desde su niñez, al que fue preciso colocar inmediatamente bajo tutela. Sus bienes fueron fielmente administrados hasta su muerte, acaecida en 1869. No existen herederos conocidos de esta inmensa fortuna. Habiendo ordenado la licitación el tribunal de Agrá y el Consejo de Delhi, a instancias del gobernador local ejecutor en nombre del Estado, tenemos el honor de solicitar de los Lores del Consejo privado la ratificación de estos juicios, etc., etc.»
Seguían las firmas.
Las copias certificadas de los juicios de Agrá y de Delhi, las actas de venta, las órdenes otorgadas para el depósito del capital en el Banco de Inglaterra, una reseña de las investigaciones realizadas en Francia para buscar a los herederos de Langévol y todo un conjunto imponente de documentos del mismo género hicieron desaparecer bien pronto hasta la duda más insignificante en el ánimo del doctor Sarrasin. Este era real y verdaderamente el «next of kin» y sucesor de la Begún. Entre él y los quinientos veintisiete millones depositados en los sótanos del Banco no existía más obstáculo que el de un juicio de formalización, mediante la simple reproducción de las actas auténticas de nacimiento y de defunción.
Un cambio de fortuna semejante constituía un motivo bien justificado para turbar el ánimo más tranquilo, y el buen doctor no logró sustraerse a la emoción que forzosamente ha de causar una certidumbre tan inesperada. Sin embargo, su emoción fue de corta duración, y sólo se tradujo en unos rápidos paseos de un extremo al otro de la habitación y que se repitieron durante algunos minutos. Enseguida recuperó la posesión de sí mismo, se reprochó como una debilidad aquella fiebre pasajera, y, dejándose caer sobre su sillón, permaneció por algún tiempo absorto en profundas reflexiones.
Luego, de pronto, reanudó sus breves y rápidos paseos por la habitación; pero esta vez sus ojos brillaban con una llamarada de pureza, y podía verse en toda su actitud que una idea generosa y noble germinaba en su interior.
En aquel momento llamaron a la puerta. Volvía el señor Sharp.
- Pido a usted perdón por mis dudas -le dijo cordialmente el doctor-. Aquí me tiene convencido y agradecido en extremo por los trabajos y molestias que se ha tomado usted.
- Nada de eso… Se trata de un negocio… Es propio de mi profesión -respondió el señor Sharp-. ¿Puedo esperar que Sir Bryah me honre siendo cliente mío? -¡Desde luego! Dejo por entero el asunto entre sus manos… Sólo le suplico que renuncie a otorgarme ese tratamiento absurdo…
«¡Absurdo! ¡Un título que vale quinientos millones de pesetas!», expresaba la fisonomía del señor Sharp. Sin embargo, estaba demasiado bien educado para no ceder.
- Como usted quiera; es usted muy dueño -respondió-. Voy a tomar el tren para Londres y espero sus órdenes. -¿Puedo quedarme con estos documentos? -preguntó el doctor.
- Sí, señor; tenemos copia de ellos.
Cuando se hubo quedado solo, el doctor Sarrasin se sentó ante su mesa de despacho, requirió un pliego de papel de carta y escribió lo que sigue:
«Brighton, 28 de octubre de 1871. »Mi querido hijo: Se nos presenta una fortuna enorme, colosal, inconcebible… No me creas atacado de enajenación mental, y lee los dos o tres documentos impresos que van adjuntos. Por ellos verás claramente que soy el heredero de un título de baronet inglés, o más bien indio, y de un capital de medio millar de millones de pesetas, depositado en la actualidad en el Banco de Inglaterra. No dudo, mi querido Octavio, de los sentimientos que albergará tu espíritu cuando recibas esta noticia. Como yo, comprenderás los nuevos deberes que nos impone una fortuna semejante y los peligros que puede acarrearnos. Hace poco menos de una hora que tengo conocimiento del hecho, y la preocupación de semejante responsabilidad casi ahoga ya el júbilo que al pensar en ti me produjo en un principio la certidumbre adquirida. Tal vez este cambio sea fatal para nuestro destino…
Modestos obreros de la ciencia, éramos felices en nuestra oscuridad. ¿Lo seremos ahora?
Quizá no…, a no ser que… (no me atrevo a hablarte de una idea que aún perdura en mi imaginación…) a no ser que esta fortuna se convierta en nuestras manos en un nuevo y poderoso aparato científico, en un prodigioso medio de civilización… Ya volveremos a ocuparnos de esto… Escríbeme; comunícame al punto la impresión que te causa esta formidable noticia, y encárgate de hacérsela saber a tu madre. Estoy seguro de que, como una mujer sensata que es, la acogerá con calma y tranquilidad. En cuanto a tu hermana, es demasiado joven aún para que una cosa semejante le haga perder el juicio. Además, su cabecita está ya asegurada, y debe comprender todas las consecuencias posibles de la noticia que te anuncio; estoy seguro de que, de todos nosotros, a ella será a la que menos afecte este cambio experimentado en nuestra posición. Un buen apretón de manos a Marcelo. No está separado de ninguno de mis proyectos para el porvenir. »Tu padre que te quiere, Francisco Sarrasin. »D. M. P.»
Incluida esta carta en un sobre, en unión de los documentos más importantes, y dirigida al señor don Octavio Sarrasin, alumno de la Escuela Central de Arte e Industria, sita en la calle del Rey de Sicilia, número 32, en París, el doctor cogió su sombrero, se enfundó su gabán y se fue al Congreso. Un cuarto de hora más tarde, el excelente hombre no pensaba ya en sus millones.
CAPÍTULO II
DOS CONDISCÍPULOS
Octavio Sarrasin, hijo del doctor, no era precisamente un perezoso. No era torpe, ni de una inteligencia superior, ni guapo ni feo, ni alto ni bajo, ni moreno ni rubio. Era castaño, y en todo pertenecía a la clase media. En el colegio obtenía, por regla general, un segundo premio y dos o tres diplomas. En el bachillerato había obtenido la nota de «aprobado». Suspenso la primera vez en el concurso de la Escuela central, fue admitido a la segunda prueba con el número 127. Era un carácter indeciso, uno de esos espíritus que se conforman con una certidumbre incompleta, que viven en ella siempre y que pasan la vida como los claros de luna. Esta clase de personas son, en manos del destino, lo que un pedazo de corcho en la superficie de una ola: según que el viento sople del Norte o del Mediodía, son llevados al Ecuador o al Polo. El azar es quien decide su carrera. Si el doctor Sarrasin no se hubiese hecho con anterioridad ciertas ilusiones acerca del carácter de su hijo, acaso hubiera vacilado antes de escribirle la carta que queda transcrita; pero un poco de ceguedad paternal le está permitida a los mejores espíritus.
Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!
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