Mérito y meritocracia - Varios autores - E-Book

Mérito y meritocracia E-Book

Varios autores

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Hoy en día, cuando las más profundas y variadas inequidades se revelan de forma evidente, es necesario cuestionar una de las ideas más extendidas sobre el modo de administrarlas y justificarlas. Este libro propone analizar diferentes promesas y paradojas del mérito y de la meritocracia, articulando una perspectiva psicosocial y crítica que pone en diálogo a la psicología con las ciencias de la sociedad, la educación y el trabajo. La obra se organiza en tres partes, las cuales abordan las relaciones entre la meritocracia y las desigualdades sociales, y diferentes entrecruces del mérito con la educación y el trabajo.

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MÉRITO Y MERITOCRACIA

Paradojas y promesas incumplidas

Renato Moretti

Johana Contreras

Editores

Ediciones Universidad Alberto Hurtado

Alameda 1869 – Santiago de Chile

[email protected] – 56-228897726

www.uahurtado.cl

Los editores agradecen el respaldo y el financiamiento obtenidos a través del Concurso de Fomento a Publicación de Libros, Postulación 2019, de la Facultad de Psicología de la Universidad Alberto Hurtado.

Primera edición julio 2021

Los libros de Ediciones UAH poseen tres instancias de evaluación: comité científico de la colección, comité editorial multidisciplinario y sistema de referato por par doble ciego. Este libro fue sometido a las tres instancias de evaluación.

ISBN libro impreso: 978-956-357-317-6

ISBN libro digital: 978-956-357-318-3

Coordinador colección Psicología

Álvaro Soto Roy

Dirección editorial

Alejandra Stevenson Valdés

Editora ejecutiva

Beatriz García-Huidobro

Diseño interior

Gloria Barrrios A.

Diseño de portada

Francisca Toral

Imagen de portada: iStock

Diagramación digital: ebooks Patagonia

www.ebookspatagonia.com

[email protected]

Con las debidas licencias. Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamos públicos.

Índice

Introducción. Sobre las limitaciones de un ideal Renato Moretti y Johana Contreras

Primera parteMeritocracia y desigualdades

Capítulo ILa psicología de la ideología meritocrática Héctor Carvacho, Jocelyn Vaz y Valerie Walker

Capítulo IIMeritocracia y su relación con la desigualdad: aspectos empíricos e implicancias en la realidad chilena Álex Torres

Capítulo IIIMeritocracia y ciencia: el “Club de Toby” María-Alejandra Energici y Nicolás Schöngut-Grollmus

Segunda parteMérito y educación

Capítulo IVCuando el mérito no se cumple: la experiencia escolar de la justicia en Francia y Chile Johana Contreras

Capítulo V¿Merezco entrar aquí? Estudiantes y universidades ante los desafíos de la admisión inclusiva Gonzalo Gallardo y Renato Moretti

Capítulo VIMérito, evaluación y retribución en la historia de la regulación del ejercicio docente en Chile Renato Moretti

Tercera parteMérito y trabajo

Capítulo VIIAmbigüedades y tensiones en torno al mérito en el mundo del trabajo Álvaro Soto y Paula González

Capítulo VIIIEl lugar del mérito en la selección de personas Pamela Frías Castro y Magdalena Garcés Ojeda

Capítulo IX¿Meritocracia en el trabajo? Ensamblajes sociotécnicos y gobierno en mesas de dineroXimena Zabala, Nicole Sir y Mariana Gálvez

Cierre. Desafíos y paradojas de la meritocracia François Dubet

Introducción

Sobre las limitaciones de un ideal

Renato Moretti y Johana Contreras1

Este es un libro sobre el mérito y el ideal de la meritocracia. El vocablo fue popularizado por Michael Young (1958) a través de un ensayo satírico que describía la evolución de la sociedad británica hacia el año 2033. En esta sociedad imaginada, las posiciones de poder están en manos de quienes han demostrado poseer una combinación virtuosa de inteligencia y esfuerzo. Sin embargo, no se trata de una distribución de posiciones sociales que garantice la cohesión y el bienestar social. Por el contrario, la meritocracia se convierte en un régimen donde los “vencedores”, vale decir, las élites, gozan de una legitimidad que les permite despreocuparse de la suerte de los “perdedores”, bajo la convicción de que cada cual ha merecido la posición que ocupa. Los “perdedores”, a su vez, se encuentran dsesprovistos de todo argumento de queja y protesta.

A pesar del cuestionamiento de Young a este ordenamiento social, la meritocracia se difundió como descriptor e ideal. Como descriptor, sirve, por ejemplo, para nominar ordenamientos sociales históricos como la burocracia estatal de la China Imperial (Ho, 1964) o los escalafones del Ejército Napoleónico (Blaufarb, 2002). Como ideal, corresponde a un principio para ordenar y justificar la sociedad según factores adquiridos a través del ejercicio de capacidades y esfuerzos individuales, en oposición a principios que lo hagan con base en factores adscritos por nacimiento o pertenencia a grupos como la familia o la clase (Duru-Bellat, 2009; Parsons, 1976). A pesar de los orígenes satíricos de la meritocracia, a través de una especie de “giro meritocrático” ocurrido desde mediados de la década de 1970 (Meredith, 2020), esta comenzó a valorarse fuertemente como una manera de conciliar igualdad y desigualdad: permitir una distribución disímil pero justa de bienes sociales, y producir estamentos sociales desiguales pero legítimos.

Así, aunque la meritocracia suele estimarse positivamente desde el punto de vista del dinamismo y la movilidad social, también es cuestionada muy vigorosamente. Algunas críticas enfatizan que carcome el bienestar y la cohesión social (Littler, 2017; Young, 1958), y contradice una concepción igualitaria y solidaria de la justicia (Rawls, 1995). Otras críticas exponen su incapacidad para cumplir la promesa de independizar los destinos individuales de los orígenes sociales (Goldthorpe y Jackson, 2008; Mijs, 2016), o el carácter “ilusorio” de la fe en el desempeño personal para obtener éxito en la sociedad contemporánea (Castilla y Benard, 2010; Panayotakis, 2014). Una de las críticas más recientes y difundidas aparece en La tiranía del mérito, de Michael Sandel (2020). Este trabajo agrega a los problemas mencionados, el resentimiento y la humillación que la distribución social basada en el mérito provoca en los “perdedores” de la economía globalizada promovida por las élites meritocráticas. Estos sentimientos, presentes en amplios grupos de la población, contribuirían a explicar la revuelta populista que se expandió por Estados Unidos y Europa y cuyos casos ejemplares serían, respectivamente, la elección presidencial de Donald Trump y el éxito del Brexit (la salida del Reino Unido de la Unión Europea), ambos en el año 2016.

De tal manera, a pesar de ser considerada un principio de justicia y un ideal con cierto atractivo e inevitabilidad, no es conveniente olvidar los orígenes y los problemas de la meritocracia. Análisis como el provisto por Sandel (2020), muestran que esto se vuelve aún más relevante en los tiempos actuales, cuando las más profundas desigualdades sociales y una gran desconexión de las élites con la población se revelan de una forma prácticamente indiscutible. Parece necesario disponer de análisis que permitan cuestionar no solo las desigualdades, sino también las ideas que, paradójicamente, pretenden resolverlas, pero contribuyen a justificarlas. Así, sin desconocer posturas proclives a la meritocracia, el presente libro propone analizar la meritocracia, sus promesas y paradojas, adoptando una actitud crítica que no corresponde primeramente a una acusación, sino a un examen. Esta obra colectiva es menos la práctica de la denuncia, que el ejercicio de cierta “indocilidad reflexiva” (Foucault, 1995) aplicada a una idea central de la modernidad, sobre cómo podemos construir sociedades ordenadas y “justas”.

Una promesa incumplida y cuestionada

Lo que sostiene al mérito como principio autorizado para producir ordenamientos sociales es que representa un ideal, es decir, una aspiración. La meritocracia no es solo un mecanismo para distribuir posiciones sociales, sino también un principio normativo en el contexto de un problema de justicia. Desde este punto de vista, un concepto de meritocracia ya se encontraba presente en el pensamiento aristotélico, cuando se preguntaba por la relación entre bienes y virtudes. En la Ética a Nicómaco (2005), Aristóteles señalaba:

Ahora bien, de aquí se originan disputas y litigios cuando los iguales no tienen, ni se reparten, partes iguales, o los no iguales tienen, o se reparten, partes iguales. Esto es evidente también por el “principio de mérito”: todo el mundo está de acuerdo en que, en los repartos, tiene que haber justicia conforme a un cierto mérito. Ahora bien, no todos se refieren a la misma clase de mérito: los demócratas se refieren a la libertad de nacimiento, los oligarcas a la riqueza –y otros a la alcurnia–, los aristócratas a la excelencia (pp. 158-159).

En las sociedades modernas, subyace al ideal meritocrático el principio de la igualdad de oportunidades (Kim y Choi, 2017). Esto representaría un progreso con respecto a aquellas sociedades donde el origen u otros factores adscritos determinan, con legitimidad, el destino social. Con base en la igualdad de oportunidades es posible asignar de manera desigual responsabilidades y recompensas, y producir un orden cuyas diferencias se explican por características puramente individuales. La operación ideal de la meritocracia es la de un aparato que produce desigualdades moralmente aceptables a partir de condiciones iniciales igualitarias.

John Rawls (1995) argumentaba en contra de reducir la igualdad de oportunidades a la lógica de la meritocracia. Además, la meritocracia no es la única forma de justicia en juego en las sociedades contemporáneas. El trabajo de François Dubet en este libro aborda directamente esta cuestión, al contrastar la meritocracia con las garantías de igualdad que requieren sociedades e individuos. El pluralismo no es el principal motivo para tomar en cuenta otras formas de justicia, sino el hecho de que la meritocracia es un modelo peligroso, capaz de erosionar tanto la convivencia y la solidaridad como también la integridad personal. La fe meritocrática no solo promete una justificación razonable de las desigualdades, sino también una motivación para que las personas conquisten su destino con base en su propio esfuerzo. Esto se traduce en una carrera constante que tiene por contracara el agobio y el estrés, la incertidumbre y el riesgo, además de un exceso de responsabilización personal que no solo se convierte en malestares, sino también en dificultades para analizar la situación social en que se producen (ver Carvacho et al., en este volumen).

Además de sus falencias inherentes, la meritocracia despierta interés por la discrepancia entre lo que promueve y declara, y sus problemas de aplicación y definición (Duru-Bellat, 2009). Personas y sociedades suelen adherir con vehemencia a este principio, en un contexto de desigualdades materiales profundas, persistentes e incluso en aumento (Milanovic, 2017). ¿Qué hace que las personas sigan creyendo en la meritocracia a pesar de la evidencia de las desigualdades? ¿Por qué o para qué creer en la meritocracia?

A este respecto, en Chile el discurso meritocrático cumple funciones socialmente diferentes, con el común denominador de “el esfuerzo”. El informe Desiguales (PNUD, 2017) plantea que, en las clases bajas, este se traduce como una lucha personal contra las adversidades, en las clases medias-bajas, como una puja por mantener una posición social frágil y, en las clases medias, como la capacidad de emprender y tomar riesgos. Las personas se suelen reconocer en un esfuerzo individual justificado por expectativas de recompensa y movilidad social. En cualquier caso, la meritocracia funciona más como un discurso referido a las cualidades y esperanzas personales, y menos como un relato sobre el funcionamiento de la sociedad. El modo de existencia de la meritocracia parece ser, por un lado, el de una justificación y por otro, el de una promesa que no se suele cumplir.

Desde el punto de vista del debate público, la aspiración a la meritocracia en Chile no ha sufrido de mala salud a pesar de su cuestionable realización. Por ejemplo, Peña (2005), recalca que la escuela en una sociedad democrática corresponde a una promesa hecha a las personas, que “su lugar en la escala social dependerá de su esfuerzo y no, en cambio, de su cuna” (p. 21). A la vez, observa que Chile es un país donde la educación “se esmera con la afiebrada precisión de un hiperrealista, en reproducir la pertenencia familiar de los niños en vez de corregirla” (p. 27). Algunos analistas sitúan en este incumplimiento de la promesa meritocrática uno de los motores de las protestas de 2011 (Weinstein, 2011) y de la revuelta o “estallido” social de 2019 (Rojas, 2019), así como uno de los riesgos de la sociedad chilena futura (Peña, 2020). Con todo, por el hecho de que se le diagnostique a través del debate público o se le demande a través de la protesta social, la meritocracia parece subsistir como un ideal de justicia que busca su realización práctica.

A pesar de que en los últimos años se ha cuestionado el ideal mismo de la meritocracia en el espacio público, a veces en nombre de un principio inclusivo (Salaberry, 2013; Cociña, 2013), la insistencia en el mérito como código de justicia general, permanece. Esto se debe, probablemente, a que el principio meritocrático es capaz de generar consenso transversalmente. Considérese, por ejemplo, que en Chile las diferencias entre las preferencias distributivas de las personas a lo largo del espectro político son relativamente débiles (Castillo et al., 2013). La meritocracia, por su carácter variable, tiene la capacidad de articularse con modelos más o menos (neo)liberales o republicanos de sociedad, no siendo del todo claro su antagonismo con otros candidatos normativos, como el ya aludido principio de inclusión.

Perspectiva del libro

Esta obra tiene la intención de realizar su examen del mérito y la meritocracia articulando una perspectiva psicosocial. El carácter de lo psicosocial es amplio, pero en este contexto no refiere a un territorio o a un límite “entre” “lo psíquico” y “lo social”, sino a las relaciones problemáticas entre ambos términos (cf. Freire et al., 2016). En este sentido, este trabajo puede situarse dentro del amplio abanico de la psicología crítica, dado el rasgo común de tomar lo social como un lugar desde el cual hacer y contestar a la psicología (Billig, 2008; Parker, 2015), sea debatiendo sus concepciones tradicionales, sea analizando las condiciones sociohistóricas de la disciplina, sea comprometiéndose con una política de sus prácticas, etc. Esto posiciona al libro en los perímetros de cierta multidisciplinariedad, más aún dada la presencia de capítulos sociológicos e históricos. Sin embargo, su punto de vista global es el de un diálogo entre la psicología como voz principal, y las ciencias de la sociedad, de la educación y del trabajo.

Aunque este libro tiene una inspiración crítica, aborda su objeto con una sensibilidad empírica y no solo normativa. A este respecto, es posible distinguir, en la literatura académica sobre la meritocracia, entre una perspectiva normativa, orientada principalmente a determinar qué tipo de distribución debiese ser la más justa para una sociedad; y una perspectiva empírica-descriptiva, tendiente a evaluar críticamente la efectividad de la meritocracia (cf. Blau y Duncan, 1965; Breen y Jonsson, 2005); además de una tercera perspectiva, empírica-subjetiva, que estudia las preferencias y percepciones de las personas combinando las dos perspectivas anteriores (Castillo et al., 2013; 2015). En su conjunto, el libro es más afín a esta última mirada, con la salvedad de que se extiende hacia el análisis del funcionamiento de esferas e instituciones sociales junto con las experiencias de las personas dentro de ellas, rebasando así el punto de vista de las preferencias y las percepciones individuales.

Los capítulos del libro problematizan el significado ambiguo del mérito (Castillo et al., 2019; Sen, 2000). Aunque este se ha tendido a estabilizar en torno al talento y el esfuerzo, siguiendo el concepto introducido por Young (1958), el mérito es un término que depende de su situación social e histórica. En la presente obra, este aparecerá como una combinación de inteligencia y esfuerzo sobre todo a la hora de evaluar su incumplimiento, pero también se manifestará como una entidad inestable incluso dentro de un mismo escenario o trayectoria social. Asimismo, a lo largo del libro se reconocerá y discutirá el significado de la meritocracia, sea como principio de justicia, sea como sistema de ordenamiento social.

Otro aspecto distintivo del libro es su variedad de enfoques y métodos. Es posible mencionar la presencia de miradas provenientes de la psicología social crítica, de los estudios de género, de la sociología de la experiencia, y de los estudios de gubernamentalidad. Metodológicamente, privilegia el uso de estrategias empíricas y analíticas cualitativas, no obstante, cuenta también con un estudio cuantitativo y ensayos basados en la literatura científica, que diversifican las aproximaciones procedimentales del texto.

Desigualdades, educación y trabajo

La meritocracia se puede hacer presente como una ideología y una forma de ordenar lo social, como una racionalidad organizativa del sistema educativo, o como un criterio de asignación de roles y posiciones sociolaborales. Por ejemplo, aparece como una entidad que cumple funciones paradojales, tales como justificar las desigualdades (McCoy y Major, 2007) y permitir la renegación de los privilegios personales (Knowles y Lowery, 2012); como un fenómeno que tensiona a la educación superior (Liu, 2011; Alon y Tienda, 2007), el éxito y el fracaso educacional y la legitimidad de las acciones compensatorias (Augoustinos, Tuffin y Every, 2005); o como una dinámica de los contextos laborales que afecta a la construcción de desigualdades arbitrarias (Castilla y Bernard, 2010; van den Brink y Benschop, 2012) y a los procesos de selección de personas (Jackson, 2007). La meritocracia se puede encontrar actuando en los múltiples escenarios de la desigualdad social y, de manera especialmente ostentosa, en los escenarios más específicos de la educación y del trabajo.

Con esto en vista, el libro se organiza en tres partes. La primera refiere a meritocracia y desigualdad y considera tres aspectos: su funcionamiento ideológico, su rol en las desigualdades socioeconómicas y su lugar en las desigualdades de género. El primer capítulo, de Héctor Carvacho, Jocelyn Vaz y Valerie Walker, propone, a partir del análisis de la literatura, que para entender la meritocracia es necesario tomar en cuenta tanto sus funciones psicológicas como sus funciones sociales. El capítulo concluye que la meritocracia se configura en una ideología que, por un lado, permite regular las conductas y actitudes de modo que terminan contribuyendo a reproducir el orden social, y, por otro lado, ayuda a hacer soportable la desventura de las vidas cotidianas.

El segundo capítulo, de Álex Torres, se pregunta en qué medida la meritocracia juega un rol como mecanismo de legitimación de las desigualdades en la sociedad chilena. A través de un estudio cuantitativo y desde una perspectiva subjetivista, el capítulo sostiene que, efectivamente, la meritocracia tiene un importante papel en la percepción de la desigualdad, analizando las implicaciones de sus diferentes hallazgos específicos. Mientras este capítulo se articula en torno a las diferencias socioeconómicas, el tercer capítulo, de María-Alejandra Energici y Nicolás Schöngut-Grollmus, reflexiona sobre los cruces entre la meritocracia y las desigualdades de género, discutiendo la creencia de que hombres y mujeres compiten en igualdad de condiciones al interior de la ciencia. El trabajo considera esto como un problema de inequidad que se remonta biográficamente a la construcción identitaria de hombres y mujeres, produciendo, a la larga, efectos en las dinámicas y la calidad de la actividad científica.

La segunda parte del libro refiere a mérito y educación, considerando tres fenómenos donde se juega el principio del mérito: la experiencia de los estudiantes escolares, el paso del sistema escolar al sistema universitario y las formas de regulación del ejercicio docente. El cuarto capítulo, de Johana Contreras, relaciona las experiencias de justicia de los estudiantes y las características del sistema educativo. Desde una perspectiva comparada, se interroga por las experiencias de los estudiantes del sistema de mercado chileno y el sistema republicano francés mostrando que ambos grupos adhieren a la meritocracia, pero que los sentimientos de injusticia que suscita su incumplimiento son diferentes en ambos sistemas.

El quinto capítulo, por Gonzalo Gallardo y Renato Moretti, aborda el acceso de estudiantes meritorios a universidades selectivas a través de programas inclusivos. Desde una perspectiva histórica y relacional, el capítulo aborda las políticas de acceso universitario y el significado polisémico del mérito en este contexto, los discursos y prácticas de los programas de apoyo al ingreso, y las trayectorias y vivencias de los estudiantes, considerando sus imbricaciones mutuas. Por su parte, el sexto capítulo, de Renato Moretti, cambia la perspectiva desde los estudiantes al trabajo de la enseñanza, analizando la trayectoria histórica de la regulación del ejercicio docente. El capítulo muestra la persistencia y variabilidad histórica del mérito y sus formas de evaluación y retribución. Se argumenta la existencia de una tensión entre autonomía, control y autoritarismo en la noción de mérito, y la relevancia de considerar las trayectorias históricas para comprender las regulaciones contemporáneas de la docencia.

La tercera parte del libro, denominada mérito y trabajo, considera el lugar del mérito en el mundo laboral contemporáneo, especificando en los procesos de reclutamiento y selección, y en los dispositivos de regulación y normalización en el espacio laboral. El capítulo séptimo, por Álvaro Soto y Paula González, propone un análisis crítico sobre el lugar del mérito desde la perspectiva de los estudios del trabajo. En él se expone la posición ambigua y tensionada del mérito incluso en la subjetividad individual y la preeminencia del “reconocimiento individualizado de la admiración”; y se invita a discutir en los espacios laborales y en la sociedad en general, las conexiones entre mérito, autonomía e igualdad en el mundo del trabajo.

El capítulo octavo, de Pamela Frías y Magdalena Garcés, describe las tensiones y contradicciones que deben enfrentar quienes trabajan en procesos de reclutamiento y selección de personas, donde las nuevas formas de gestión promueven el mérito como una promesa de igualdad de acceso y oportunidades de empleo. El trabajo muestra al mérito como un concepto variable y volátil, y que genera tensiones morales en quienes se encuentran a cargo de tales procesos. Por su parte, el noveno capítulo de Ximena Zabala, Nicole Sir y Mariana Gálvez, estudia cómo tiene lugar el juego meritocrático en el trabajo, específicamente, en mesas de dinero de organizaciones bancarias. Con base en un trabajo etnográfico, el capítulo conceptualiza la meritocracia como una forma de gobierno puesta en acción por un ensamblaje sociotécnico. Este ensamblaje normaliza a los individuos en un discurso meritocrático, el cual se expresa en tendencias a la competitividad, la búsqueda de beneficios y la realización del máximo esfuerzo posible.

El libro cierra con una contribución escrita por el prestigioso sociólogo François Dubet, que aborda los desafíos y paradojas de la meritocracia. Dubet plantea que el ideal meritocrático, pese a ser incuestionable, tropieza con diversas paradojas: una sociedad puede ser meritocrática y muy desigual al mismo tiempo, pero debe interrogarse sobre lo que adeuda a los perdedores de la meritocracia como individuos y ciudadanos iguales a todos los demás. El texto observa, además, que la definición misma del mérito enfrenta grandes dificultades y concluye que, en una sociedad justa, el principio del mérito debería estar asociado con otros principios de justicia, comenzando por el de la igualdad social garantizada a todos los individuos.

Para finalizar, es conveniente hacer referencia a las reiteraciones que una obra como la presente puede cometer. Se trata de un libro que busca ser tratado como tal y no como una colección de textos independientes. El libro propone una ruta para un viaje. Pero a la vez, es innegable que se trata de una asamblea de textos, cada uno de los cuales pretende ser comprendido, también, por separado. De ahí que la obra incurra en repeticiones, especialmente en torno a las definiciones iniciales de mérito. Invitamos a lectoras y lectores a no considerar estas repeticiones solo como gestos de independencia de cada capítulo, ni como actos de reconocimiento puramente ritual. Con la repetición, cada uno señala las coordenadas compartidas desde las cuales despliega su propuesta original. En el caso de este libro, las reincidencias son, a la vez, expresiones de comunalidad y puertas de embarque.

Post scriptum: mayo 2021

El proyecto de este libro fue iniciado durante el año 2019, antes de los hechos del 18 de octubre. A menos de dos años de tal hito, la situación histórico-política parece ser extraordinariamente diferente. En nuestra coyuntura, los diferentes principios de ordenamiento y justicia son perfectamente susceptibles de discusión no solo en términos ideales, sino también de manera totalmente práctica, como componentes de un ordenamiento posible para un país (y un mundo) por venir.

La meritocracia no deja de tener un lugar por ello. Todo lo contrario, nuestra sociedad encuentra en el mérito una paradoja y una promesa pendiente, tributaria del “entorno moral” promovido, por lo menos, desde la década de 1980 (Pérez Navarro y Galioto Allegra, 2020). Es posible preguntarse si la historia está dejando atrás a la meritocracia como justificación socio-moral general, si una “verdadera” meritocracia forma parte de los motores de nuestra época de transformaciones, o si estamos viviendo un proceso de reordenamiento capaz de combinar su limitación en nombre del bien común, y su concreción en nombre de un justo reconocimiento de las cualidades individuales.

Como señaláramos anteriormente, el afamado libro de Sandel (2020) expone la meritocracia como motivadora de la reacción populista que llevó a Trump a la presidencia de Estados Unidos. Simplificando, el trabajo de Sandel es una crítica de la sociedad que produjo el populismo antielitista, irracionalista e intolerante que gobernó ese país durante cuatro años. Con todo lo que aporta, La tiranía del mérito es una obra, en cierto modo, elaborada desde una posición pos-meritocrática y pos-populista. En el caso de Chile, la discusión sobre el populismo tuvo cierto auge en años anteriores (cf. Cortés y Pelfini, 2017; Larraín, 2018) y particularmente a partir de 2019, debido al antielitismo de la revuelta social (cf. Araujo, 2019) y el intento de algunos actores políticos de capitalizar tal carácter. Era posible temer, especialmente en los procesos eleccionarios de 2021, la irrupción del “peligro” populista. Sin embargo, hasta la fecha, ello no se ha concretado.

Lo que sí ocurrió, a pesar de un importante abstencionismo, fue una irrupción electoral popular inesperada, pero comprensible. Ella se expresó en el aplastante triunfo del “apruebo” en el Plebiscito Constitucional de octubre de 2020, y en el éxito, de cara a la Convención Constitucional, de formaciones político-ciudadanas no ligadas a partidos: las listas y candidaturas de movimientos sociales e independientes. Estas formaciones, compartiendo en general el rasgo antielitista, están lejos de compartir todo lo demás del populismo antipluralista en boga: se trata de estudiantes y activistas, profesionales y científicos/as, trabajadores explotados y trabajadoras ni siquiera remuneradas que rechazan, a partir de cierta combinación de racionalidad cotidiana y científica, la falta de razón y legitimidad del orden en que hemos vivido hasta el día de hoy. Se puede hipotetizar que, sin rechazar abiertamente a la meritocracia, se está una produciendo una contestación a las formas establecidas del mérito, especialmente en la política. Después de todo, ¿no es la heterogénea composición de la Convención Constitucional, una impugnación a que solo ciertas cualidades sean consideradas dignas, que solo “cierto mérito” sea válido, para diseñar la norma fundamental de la República?

Ello debiera llevarnos a tomar precauciones contra la importación directa de los debates en torno a la meritocracia o el populismo. Por cierto, todavía es muy temprano para evaluar nuestra situación. Pero podemos aventurarnos a pensar que hoy, en Chile, no vivimos en tiempos de simple populismo antimeritocrático, sino en tiempos de un heterogéneo agenciamiento popular, de una configuración que se ha señalado con el término “nuevo pueblo” (Ruiz Encina, 2020) y que todavía está en ciernes. Si esto tiene sentido, tal vez la meritocracia no se encuentre en la vereda de enfrente, como enemiga de lo nuevo, sino entremezclada, bajo nuevas formas y definiciones, en las luchas por la construcción de un nuevo ordenamiento de la sociedad.

Referencias

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1Renato Moretti, psicólogo. Doctor en Sociología, Universidad Alberto Hurtado. Académico, Facultad de Psicología, Universidad Alberto Hurtado.

Johana Contreras, psicóloga. Doctora en Sociología, Université de Bordeaux. Investigadora, Centro de Medición MIDE UC.

Capítulo I

La psicología de la ideología meritocrática

Héctor Carvacho, Jocelyn Vaz y Valerie Walker1

A finales del siglo XVIII, las revoluciones americana y francesa propusieron una transformación radical de las formas de ordenar esas sociedades. Los privilegios de cuna fueron desafiados para fundar sociedades basadas en otros principios ordenadores, en los que primara la justicia por sobre los privilegios, donde cada ciudadano fuera valorado por su contribución a la sociedad, por su mérito. Las independencias americanas y la configuración de los Estados liberales y democráticos en Europa, siguiendo las ideas que inspiraron esas revoluciones, se fundan en la convicción de que las sociedades que combatieran los privilegios de cuna, propios de las aristocracias, serían más justas y más prósperas (cf. Armitage y Subrahmanyam, 2009).

Más de dos siglos después, las formas de organizar la sociedad derivadas de esas revoluciones se han generalizado alrededor del planeta. En este mismo periodo, el progreso en la calidad de vida de las personas ha sido considerable, sin embargo, en el mismo periodo de tiempo, la desigualdad ha aumentado de forma relevante (Pinker, 2018). Es más, los niveles contemporáneos de desigualdad también se caracterizan por la presencia de mecanismos que distribuyen a las personas en la jerarquía social, que no dependen en nada del mérito, sino más bien de características individuales meramente circunstanciales, tales como la familia en que se nace (Contreras, Otero, Díaz y Suárez, 2019).

Irónicamente, si en el siglo XVIII la creencia que el mérito constituía un principio ordenador de la sociedad que se derivaba de la búsqueda de justicia (en oposición a la aristocracia), en el siglo XXI, las sociedades organizadas en torno a la idea de mérito se han transformado en sociedades que perpetúan las injusticias derivadas de la desigualdad arbitraria (ver v.gr. Carvacho y Álvarez, 2019; Jetten y Peters, 2019; Piketty, 2014).

La meritocracia, como principio ordenador de la sociedad, se fundamenta en la garantía de que la distribución de recursos socioeconómicos está determinada según las diferencias individuales de esfuerzo, trabajo y talento, en lugar de factores categoriales como género o etnia, o factores estructurales relacionados a la familia y herencia (Goode, Keefer y Molina, 2014; McNamee, 2018; Son Hing et al., 2011). La creencia de que los beneficios y recursos son alcanzables a través del propio mérito promueve la percepción de un mundo justo y ordenado, en el cual los resultados obtenidos son adecuadamente proporcionales a los esfuerzos y habilidades de los individuos (Markovits, 2019; McCoy, Wellman, Cosley, Saslow y Epel, 2013).

La meritocracia es conceptualizada como una de las normas sociales que se ha instaurado con fuerza en la mayoría de las sociedades democráticas occidentales (Ledgerwood et al., 2011; Mijs, 2016; Young, 1958). Es importante mencionar que se espera este escenario cuando quienes componen una sociedad creen que el sistema efectivamente funciona bajo el ideal de la meritocracia (meritocracia descriptiva), a diferencia de quienes demuestran una preferencia por regirse bajo el principio del mérito y, por lo tanto, sostienen que el sistema debería ser meritocrático (meritocracia prescriptiva: Jost, Sterling y Langer, 2015; Madeira et al., 2019; Son Hing et al., 2011).

La centralidad de la meritocracia en la discusión contemporánea en la vida democrática tiene hoy tal vez más relevancia que nunca, y su discusión académica y pública ha adquirido una prominencia que pocos conceptos en las ciencias sociales han alcanzado. Recientemente, Daniel Markovits (2019) publicó su libro The Meritocracy Trap: How America’s Foundational Myth Feeds Inequality, Dismantles the Middle Class, and Devours the Elite en el que discute en profundidad, a partir del caso norteamericano, la relevancia que tiene la meritocracia como concepto para entender profundamente cómo funciona la sociedad contemporánea y como los sistemas de reproducción de las elites operan primariamente a través de instituciones y creencias que avalan su existencia, mientras refuerzan a quienes adhieren a sus principios (no necesariamente a través de premiar el mérito).

En este capítulo nos posicionamos en la discusión contemporánea del concepto de meritocracia a partir de la revisión de sus funciones psicológicas, en la primera sección del capítulo, y de sus funciones sociales, en la segunda sección. En la última sección, concluimos mostrando que la meritocracia, al combinar sus funciones psicológicas y sociales, termina configurándose en una ideología que permite regular las conductas y actitudes de las personas, de modo que propicien la reproducción del orden actual de la sociedad, y, al mismo tiempo, entrega paliativos para que las personas puedan enfrentar la desventura en sus vidas cotidianas.

La función psicológica de la meritocracia

El ideal meritocrático establece los requisitos para obtener el máximo beneficio del sistema como si fuese una fórmula infalible: es posible ascender en la escala social a través del esfuerzo y el talento (Mijs, 2016; Son Hing et al., 2011). Esta fórmula se comportaría según el patrón conductual que las personas establecen al relacionarse con su entorno y, por lo tanto, pone énfasis en la agencia de las personas sobre el curso de sus vidas. Desde esta perspectiva, la adherencia a las ideas meritocráticas tendría efectos positivos para el bienestar psicológico, específicamente en áreas relativas a cómo se percibe el self y la predisposición de las personas para enfrentar las demandas y los desafíos del futuro (Goode et al., 2014; McCoy et al., 2013).

El mérito demostrado en el desempeño ya sea académico o laboral, puede promover que una persona construya su identidad con mayor disciplina, alentada por una sensación de eficacia personal e independencia (Jin y Ball, 2020). De esta forma, cuando el sujeto percibe que se le reconoce por sus logros, se promueve y favorece una identificación con un self que es disciplinado y a la vez exigente, por ello será necesario mantener en marcha las conductas necesarias para sostener en el tiempo los buenos resultados que se han conquistado a corto plazo (Jin y Ball, 2020).

Cuando se reflexiona en torno a los resultados a largo plazo, las bondades de la creencia en un sistema meritocrático se ponen en discusión principalmente porque no implicaría comportarse de forma altruista con aquellos grupos de bajo estatus social (ya sea de bajo nivel socioeconómico o minorías sociales), pues ello implicaría efectos perjudiciales para el bienestar psicológico y físico de los individuos (Goode et al., 2014; Kwate y Meyer, 2010). Las prácticas meritocráticas que utilizan los sujetos, además de fomentar el ascenso de estatus social, hacen que su identificación con su grupo de origen se ponga en conflicto con su identidad actual (Jin y Ball, 2020). Es decir, se generan actitudes de devaluación hacia su estrato socioeconómico inicial porque este no se ha esforzado lo suficiente para ascender en la escala social (Jin y Ball, 2020). Sin embargo, esta contrariedad logra ser eclipsada por el carácter carismático y equitativo que proyecta la meritocracia, que deja en las manos de cada individuo lo que puede lograr en su vida; de esta forma, cada persona recibe lo que merece, de forma justa, según el esfuerzo invertido y el lado menos brillante de la moneda logra pasar relativamente desapercibido (Markovits, 2019; Mijs, 2016).

Aquella percepción de control sobre la propia vida que contiene la meritocracia se define como el poder manejar el entorno y los recursos de valor en beneficio propio, mientras que la falta de esta agencia se refiere a la dependencia sobre otros para obtener los logros deseados (Guinote y Lammers, 2016). La literatura evidencia que la presencia de esta percepción influye positivamente en la autoeficacia, la autoestima y la motivación dirigida a metas futuras, ya que al depositar la responsabilidad en el mismo individuo a quien le pertenece su futuro, el alcance de sus metas puede ser tan controlado como lo son los esfuerzos que invierte (Goode et al., 2014; McCoy et al., 2013; Son Hing et al., 2011).

Este panorama explicaría por qué un empleado que se aferra a la creencia de que todo el trabajo que realice será justamente remunerado, va a estar más motivado a aumentar su rendimiento y se percibirá más confiado respecto a sus propias capacidades; como resultado, sus logros mejorarán directamente su autoestima y percepción de autoeficacia, lo que usará como impulsor para repetir el patrón de comportamiento y alcanzar metas más desafiantes que sean acompañadas de mejores recompensas (Goode et al., 2014; McCoy et al., 2013; Son Hing et al., 2011).

Entre los efectos positivos que tiene la meritocracia sobre la percepción del self, también se evidencia que favorece la persistencia y la perseverancia para alcanzar los objetivos propuestos, aún frente a los fracasos u obstáculos que pueda experimentar un individuo; esto se explicaría mediante la percepción de control sobre la propia vida, por lo tanto, la posibilidad de cambiar el curso de los resultados es responsabilidad del desempeño y la motivación de cada individuo (Goode y Keefer, 2016; McCoy et al., 2013). Al entregar una fórmula específica que señala a quienes se les asignan recompensas o castigos, la meritocracia aclara la incertidumbre sobre cómo alcanzar el camino que lleva a una vida con mayores privilegios; es decir, mediante la promoción de sentimientos de predictibilidad y agencia se acentúan los efectos beneficiosos sobre el bienestar psicológico (Goode et al., 2014; McCoy et al., 2013).

Por el contrario, cuando las personas no adhieren a las creencias meritocráticas y ven amenazada su percepción de control, su bienestar psicológico se verá negativamente afectado, especialmente en cómo se relaciona con su entorno y su futuro (Goode y Keefer, 2016; Guinote y Lammers, 2016). Pues, aunque en el día a día las personas tienen un control relativamente pequeño sobre su entorno social, la mantención de que esta agencia existe permite desviar la ansiedad sobre cuán impotentes son los individuos respecto a lo que les depara el futuro (Goode y Keefer, 2016). Sin esta agencia, devienen sensaciones de desesperanza y desmotivación generalizada, pues si las situaciones que ocurren alrededor del sujeto no pueden ser manejadas, se sentirán desanimados para actuar sobre estas (Goode y Keefer, 2016; Goode et al., 2014). A estos estados de desaliento que perjudican el bienestar psicológico, se suman problemas en los ámbitos cognitivos, afectivos y sociales que son gatillados por la falta de control personal y ausencia de un ideal meritocrático (Goode et al., 2014).

Estas diferencias se hacen evidentes en el contexto escolar: un estudiante que adhiere a la creencia meritocrática se sentirá motivado a mejorar su desempeño y confiará mucho más en su autoeficacia en pos de aumentar su rendimiento. Por el contrario, un estudiante que no adhiera a este ideal, que siente amenazada su capacidad de agencia y que percibe que el sistema no provee a todos de las mismas oportunidades, tendrá problemas sobrepasando los obstáculos que experimente, su capacidad de atención y percepción de autoeficacia se verá reducida, y posiblemente pensará que no tiene sentido destinar más esfuerzos a actividades académicas, porque no cambiará en nada su porvenir (Goode et al., 2014; Markovits, 2019; McCoy et al., 2013). Al percibir menos oportunidades para avanzar en la escala social –particularmente en personas con bajos estatus socioeconómicos–, tanto la participación política como la creencia en las reformas sociales se ve reducida, ya que disminuye la fe sobre la capacidad transformadora que puedan jugar en la sociedad (Goode et al., 2014).

Los efectos que gatille la meritocracia sobre los individuos se verán mediados por el ideal que mantengan de esta creencia, el cual afecta de manera diferenciada entre los distintos niveles socioeconómicos. Si bien teóricamente la fórmula es la misma para todas las personas, esta se apropia de manera particular según el lugar en la escala social que ocupen (Markovits, 2019; Son Hing et al., 2011). Tanto la clase baja como la clase media construyen una narrativa de esfuerzo donde el éxito personal es alcanzable a través del trabajo duro, la productividad y la persistencia, lo que conlleva a sensaciones optimistas sobre los futuros frutos del propio mérito (Markovits, 2019; McCoy et al., 2013). Esta narrativa se sustenta en que la meritocracia proyecta la movilidad social y la riqueza económica como metas que dependen meramente del desempeño personal, discurso que es representado y expandido por aquellos outliers que comparten sus historias de éxito (Goode y Keefer, 2016; Markovits, 2019; McCoy et al., 2013; Son Hing et al., 2011). Para las personas de clase alta, la narrativa de esfuerzo también los beneficia, pues justifica su posición aventajada en la jerarquía social y atribuye sus privilegios principalmente al rendimiento personal; lo que sostiene y propaga una narrativa según la cual, si ellos pueden obtener recursos y privilegios, los demás también pueden conseguirlos al replicar su esfuerzo (Kwate y Meyer, 2010; Markovits, 2019; McCoy et al., 2013).

Ahora bien, así como tiene efectos positivos sobre el bienestar psicológico, la meritocracia también tiene efectos perjudiciales sobre los individuos que adhieren a esta creencia, ya que a largo plazo la responsabilidad que recae en los individuos para alcanzar recursos privilegiados puede convertirse en un factor considerable de estrés, independiente del nivel socioeconómico al que pertenezcan (Goode et al., 2014; Markovits, 2019). Al ser un sistema fundado en las capacidades personales, tanto los logros como los desaciertos se atribuyen a la responsabilidad individual y, por lo tanto, el culpable de los posibles desenlaces de la historia es únicamente el protagonista (Goode et al., 2014; Kwate y Meyer, 2010; Markovits, 2019).

La sensación de no ser lo suficientemente bueno para conseguir las metas propuestas puede sobrepasar psicológicamente a las personas, favoreciendo ciertas conductas dañinas para poder sobrellevar la adversidad que impone el entorno (Kwate y Meyer, 2010). La adherencia a este ideal meritocrático a largo plazo se ha asociado con sentimientos de sobrecarga y culpa, autoestimas más bajas y depresión (Madeira, Costa-Lopes, Dovidio, Freitas y Mascarenhas, 2019).

Los efectos previamente señalados dejan en evidencia cómo la meritocracia, en términos de ideales descriptivos y en periodos de tiempo inmediatos, cumple funciones protectoras respecto a cómo los individuos perciben su entorno, reafirmando que sus acciones serán justamente gratificadas (McCoy et al., 2013; Son Hing et al., 2011). Sin embargo, el sostener esta creencia por largos periodos resulta perjudicial para el bienestar de los individuos, culpando a la misma víctima por la deficiencia de recursos socioeconómicos (Madeira et al., 2019).

La función social de la meritocracia

Preservando un orden desigual

El ideal meritocrático cumple una función específica en la forma de comprender la configuración social; se podría pensar que la percepción de que el sistema recompensa a las personas de forma justa, es el fiel reflejo de una sociedad que tiene un buen funcionamiento, pues se conforma y gobierna bajo el principio de la equidad (Darnon, Smeding y Redersdorff, 2018a; Madeira et al., 2019; Mijs, 2016). Sin embargo, la amplia aceptación y validación de esta forma de pensar el espectro socioeconómico contrasta con las desigualdades presentes en la sociedad (Ledgerwood et al., 2011; Madeira et al., 2019; Markovits, 2019): al parecer, la fórmula basada en que “el trabajo lleva al éxito” no es tan fácil de seguir como se cree.

Adherir al principio meritocrático sugiere compartir que el éxito o fracaso en la escala social estaría altamente determinado por los diferentes niveles de esfuerzo, motivación y habilidad personal que cada actor invierte en una tarea particular (Goode et al., 2014). Por lo tanto, hasta el ciudadano más desaventajado tendría disponible la oportunidad de cambiar su estatus socioeconómico, con la garantía de que su nueva posición en la sociedad esté en perfecta sintonía con lo que efectivamente merece según los recursos que apostó (McCoy et al., 2013). En esta línea, la ecuación sería suficiente para sobreestimar los niveles de igualdad económica, negar el alcance de la desigualdad socioeconómica y minimizar los efectos de la discriminación hacia minorías de bajo estatus (Madeira et al., 2019).

En el caso chileno, el discurso meritocrático asociado a los esfuerzos educacionales está ampliamente incorporado entre los ciudadanos (Peña y Toledo, 2017). Para los distintos grupos de la escala social “la expectativa referida a la educación de los hijos es uno de los pilares de las narrativas de movilidad social” (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo [PNUD], 2017, p. 291). El ideal colectivo alberga la esperanza de que gran parte de la desigualdad social será resuelta a manos de profesionales que han consolidado una educación terciaria sólida, junto a los éxitos asociados al ámbito laboral y económico producto de dicha inversión (Castillo, 2012; Peña y Toledo, 2017; PNUD, 2017); en otras palabras, ascender en la escala social o “salir adelante” producto de los esfuerzos personales (PNUD, 2017). Sin embargo, pese a la esperanza de eventualmente alcanzar los privilegios de grupos sociales aventajados, la realidad en Chile se aleja de la aspiración meritocrática: el país es uno de los más desiguales de la región (Contreras et al., 2019; PNUD, 2015). Además, la percepción de permanencia de la desigualdad social entre los ciudadanos es considerada “rasgo casi indeleble del desarrollo chileno y que está en la base del persistente malestar social” (PNUD, 2015, p. 33).

La evidencia señala que la desigualdad económica chilena se explica por una limitada movilidad intergeneracional y una importante desigualdad de oportunidades; este último elemento es atribuido a las profundas diferencias en el nivel educativo de los padres y el capital social, cultural y económico heredado (Contreras et al., 2019; Torche, 2014). Estos factores se configuran para deslegitimar la promesa meritocrática: en Chile, el esfuerzo personal invertido para alcanzar un nivel de educación prometedor no da el resultado esperado en la ecuación. Esto se debe a que la calidad de la educación a la que pueden acceder los estudiantes chilenos está determinada por las diferencias en el contexto socioeconómico familiar y las posibilidades de realizar inversiones monetarias en sistemas educacionales que puedan asegurar mejores resultados, sin dejar espacio para el esfuerzo o la suerte individual (Contreras et al., 2019).

En la última década, Chile ha enfrentado una serie de cambios sociales que han devenido en diversas reformas educacionales que modificaron, entre otros, el escenario en la educación superior (PNUD, 2017). Específicamente, el número de estudiantes que continuaron su etapa formativa en estudios terciarios aumentó cinco veces. Sin embargo, esta realidad refleja diferencias en la calidad de las instituciones a las que se accede y posteriormente en los ingresos laborales, incluso al tomar en cuenta las diferencias socioeconómicas de origen que no parecen ser suficientes para explicar las brechas posteriores (PNUD, 2017).

Esta especie de promesa incumplida de la meritocracia expresa sus consecuencias con mayor fuerza en los sectores más vulnerables del país, debido a que crea falsas expectativas respecto al escenario que se debe enfrentar para alcanzar una mejor calidad de vida, destacando como única herramienta necesaria el esfuerzo personal (Peña y Toledo, 2017). De esta forma se presentan “las condiciones para que la estructura social no sea cuestionada y por lo tanto no exista la posibilidad de que se modifique” (Peña y Toledo, 2017, p. 515).

Chile presenta un escenario con problemas de movilidad social que dialoga con la meritocracia, de manera similar a otras sociedades (Torche, 2014). Esta configuración social se traduce en un contexto donde las personas viven en un sistema desigual, al mismo tiempo que abrazan la esperanza de que la movilidad social está esperando a ser alcanzada; sin embargo, la evidencia señala que esta creencia está sobredimensionada, situándose como una promesa inalcanzable debido a la gran asimetría en capital social y cultural heredado en una sociedad altamente estratificada que hereda ventajas y desventajas entre generaciones (Contreras et al., 2019; García-Sánchez et al., 2019; Jost et al., 2015; Ledgerwood et al., 2011; PNUD, 2017; Torche, 2014).

La razón para entender por qué la popularidad del orden meritocrático se ha mantenido, a pesar de que los ciudadanos se enfrenten a evidencias que desestiman su arraigo en la realidad, descansa en que está al servicio de estructurar la vida social de una manera que preserva la visión de un sistema social justo y legítimo (García-Sánchez, van der Toorn, Rodríguez-Bailón y Willis, 2019; Ledgerwood et al., 2011). Adicional a ello, es necesario considerar la influencia de las diferentes creencias sociales (en este caso, adherir y aspirar al ideal meritocrático) y la forma en que están instauradas en narrativas sociohistóricas, memoria colectiva, debates públicos, medios de comunicación y discursos institucionales (García-Sánchez et al.