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En esta compilación mostramos, desde diferentes miradas, la importancia de las experiencias femeninas de organización, movilización y acción política. Todas las indagaciones se refieren a casos concretos, reales y muy reconocidos en Colombia, que son ejemplos emblemáticos de los intereses que mueven a las colombianas a unirse, constituir redes y entramados de organización, salir a las calles y a las plazas públicas y una vez en esa arena política reclamar sus derechos, mediante repertorios simbólicos de acción colectiva. Todos los estudios que hacen parte de esta compilación presentan los sentidos que tienen las movilizaciones de las mujeres, la modularidad y variedad de los repertorios que crean y recrean para denunciar y visibilizar sus reclamos; los diferentes tipos de liderazgos que se han creado en ese activismo; la multiplicidad de formas de agrupación que ensayan o consolidan y, por supuesto, las alianzas que establecen con otros grupos que se movilizan por motivos similares a los suyos; así como las confrontaciones que tienen entre ellas y con otros colectivos, o el modo en que aprovechan la estructura de oportunidades políticas, para hacer sentir su malestar con la situación socio económica del país, las solicitudes de las víctimas del conflicto armado y el rechazo a la violencia que diferentes agentes y actores infligen contra las mujeres. Los textos que componen el libro se han nutrido de las preguntas y comentarios de estudiantes, funcionarios, activistas, líderes de las propias organizaciones estudiadas y, por supuesto, de los y las académicas que han evaluado los informes de investigación, la tesis de maestría en Sociología y la monografía en Sociología que son compilados aquí. Los resultados parciales de esas investigaciones han sido presentados en diferentes eventos locales, nacionales e internacionales; algunos apartes ya han sido publicados en revistas académicas, en blogs y en videos y han tenido una importante visibilidad. También han inspirado la realización de nuevos trabajos de investigación académica por parte de estudiantes y profesionales y han servido para afinar las reflexiones que presentamos en esta compilación.
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Mujeres en movimiento : género, experiencias organizativas y repertorios de acción en Colombia / María Eugenia Ibarra Melo y otros. -- Cali : Programa Editorial Universidad del Valle, 2018.
228 páginas; 24 cm. -- (Colección ciencias sociales)
Incluye referencias bibliográficas
1. Acciones colectivas - Colombia 2. Movimientos sociales - Colombia 3. Participación de la mujer - Colombia 4. Identidad femenina - Colombia I. Ibarra Melo, María Eugenia, autora II. Serie.
302 cd 21 ed.
A1598663
CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango
Universidad del Valle
Programa Editorial
Título: Mujeres en movimiento. Género, experiencias organizativas y repertorios de acción en Colombia
Autoras: María Eugenia Ibarra M., Alba Nubia Rodríguez P., Irina Cuesta A., Yenifer Luna G.
ISBN-EPUB: 978-628-7683-74-7 (2023)
ISBN: 978-958-765-786-9
ISBN-PDF: 978-958-765-787-6
Colección: Ciencias Sociales
Primera edición
© Universidad del Valle
© Las Autoras
Diagramación y diseño de portada: Dany Stivenz Pacheco Bravo
Corrección de estilo: Luis Jaime Ariza T.
Este libro, salvo las excepciones previstas por la Ley, no puede ser reproducido por ningún medio sin previa autorización escrita de la Universidad del Valle.
El contenido de esta obra corresponde al derecho de expresión del (de las) autor(as) y no compromete el pensamiento institucional de la Universidad del Valle, ni genera responsabilidad frente a terceros. Cada autora es el único responsable del respeto a los derechos de autor del material contenido en la publicación (textos, fotografías, ilustraciones, tablas, etc.), razón por la cual la Universidad del Valle no asume responsabilidad alguna en caso de omisiones o errores.
Cali, Colombia, julio de 2018.
Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions
PRESENTACIÓN
Sobre las autoras
CAPÍTULO 1
EL GÉNERO EN EL ANÁLISIS DE LAS ACCIONES COLECTIVAS Y LOS MOVIMIENTOS SOCIALES
Alba Nubia Rodríguez Pizarro
Introducción
Sobre acción colectiva y género. Precisiones conceptuales
La perspectiva de género
El género en los modelos teóricos que han explicado la acción colectiva y los movimientos sociales
El género en las dinámicas, las tácticas y los marcos de las acciones colectivas y los movimientos sociales
Consideraciones finales
Referencias bibliográficas
CAPÍTULO 2
ACTIVISMO DE MUJERES POR LA PAZ EN TIEMPOS DE SEGURIDAD DEMOCRÁTICA
María Eugenia Ibarra Melo
A modo de introducción
A ellas les “sobran los motivos”
Liderazgos femeninos y activismo por la paz: feministas, “femócratas” y líderes de base
“Las mujeres «paz-harán» movilizándose contra la guerra”. Los repertorios de acción
“Ni guerra que nos mate, ni paz que nos oprima”: discursos de las mujeres por la paz
La estructura de oportunidades políticas favorable a la movilización de las mujeres
Reflexiones finales
Referencias bibliográficas
CAPÍTULO 3
REDES DE MUJERES EN EL OCCIDENTE COLOMBIANO. CARACTERÍSTICAS ORGANIZATIVAS Y SENTIDOS DE LA ACCIÓN
Irina Cuesta Astroz
Introducción
Procesos organizativos de mujeres en Colombia: colectivos, organizaciones y redes de organizaciones
Las redes departamentales: experiencias en contextos territoriales del occidente colombiano
¿Cómo, por qué y para qué se organizan las mujeres?
Referencias bibliográficas
CAPÍTULO 4
LAS MUJERES DE LOS RESTOS. REPERTORIOS FEMENINOS DE DUELO EN EL MUNDO RURAL
Yenifer Luna Gómez
Introducción
Cuatro casos emblemáticos
Reflexiones finales, a modo de comparación
Referencias bibliográficas
NOTAS AL PIE
Después de varios años de trabajo individual en investigaciones relacionadas con la conformación de organizaciones sociales y con la acción colectiva que emprenden las mujeres en Colombia, las autoras de los cuatro capítulos que componen este libro decidimos reunir nuestros trabajos en una publicación que mostrara, desde diferentes miradas, la importancia de las experiencias femeninas de organización, movilización y acción política. Todas las indagaciones se refieren a casos concretos, reales y muy reconocidos en el país, que son ejemplos emblemáticos de los intereses que mueven a las colombianas a organizarse, constituir redes y salir a la arena política, a las calles y a las plazas públicas a reclamar sus derechos.
Todos los estudios que aquí se presentan muestran los sentidos que tienen las movilizaciones de las mujeres, la modularidad y la variedad de los repertorios que crean y recrean para denunciar y visibilizar sus reclamos; los diferentes tipos de liderazgo que se han creado en ese activismo; la multiplicidad de formas de agrupación que ensayan o consolidan y, por supuesto, las alianzas que establecen con otros grupos que se movilizan por motivos similares a los suyos; así mismo, las confrontaciones que tienen entre ellas y con otros colectivos, o el modo en que aprovechan la estructura de oportunidades políticas para hacer sentir su malestar con la situación del país, de las víctimas del conflicto armado y con la violencia que diferentes agentes y actores infligen contra las mujeres.
Los textos que componen el libro se han nutrido de las preguntas y los comentarios de estudiantes, funcionarios, activistas, líderes de las propias organizaciones estudiadas y, por supuesto, de los y las académicas que han evaluado los informes de investigación, la tesis de maestría en Sociología y la monografía en Sociología que son compilados aquí. Los resultados parciales de esas investigaciones han sido presentados en diferentes eventos locales, nacionales e internacionales; algunos apartes ya han sido publicados en revistas académicas, en blogs y en videos, y han tenido una importante visibilidad. También han inspirado la realización de nuevos trabajos de investigación académica por parte de estudiantes y profesionales y han servido para afinar las reflexiones que presentamos en esta compilación.
Por todo lo anterior, es muy importante para nosotras presentar esos resultados juntos, procurando mostrar la complementariedad temática, analítica e interpretativa del fenómeno que nos interesa y que ha sido escasamente tratado por la academia. El orden en que se presentan los capítulos es intencional, pero no indica ninguna jerarquía relativa a las autoras o de los textos. Decidimos que el primero introdujera al lector en la discusión actual sobre los estudios de la acción colectiva, interpelando la omisión que se ha hecho en estos sobre el género de los militantes, sobre las relaciones de género que se establecen en los movimientos sociales y en las organizaciones que se movilizan para conseguir un objetivo y, sobre todo, para que proporcionara una interpretación socioantropológica de la importancia de vincular la perspectiva de género en el análisis de la acción colectiva y de los movimientos sociales, tan necesaria para comprender por qué las mujeres deciden conformar grupos, colectivos y redes de mujeres.
En este capítulo, la profesora Alba Nubia Rodríguez Pizarro no solo muestra la importancia de incorporar la perspectiva de género al análisis de la acción colectiva y los movimientos sociales sino que muestra varios ejemplos de análisis que pueden ser replicados o complementados por los trabajos que se están haciendo en Colombia y en América Latina. En su contribución ella resalta la importancia de la selección de los casos y, por supuesto, de la teoría con la cual estos se pueden analizar.
El segundo capítulo es resultado de una investigación financiada por la Universidad del Valle, dirigida por María Eugenia Ibarra Melo. En él se presenta un análisis de la forma en que operan las organizaciones para movilizarse, pero bajo un esquema de interpretación que implica situar la acción en un período de gobierno, que en este caso se extendió a ocho años, durante los cuales Álvaro Uribe Vélez ejerció la presidencia de la República de Colombia. Su gobierno ha sido uno de los más controvertidos en términos de violación de los derechos humanos, estigmatización de líderes sociales y negociación con jefes de las estructuras paramilitares, etc. En este capítulo se presenta un análisis de los motivos, las modalidades de acción y la particularidad de algunos repertorios de acción simbólicos. Se rastrean las variables que componen la estructura de oportunidades políticas: la variación en la violencia política, la composición de las alianzas, la relación con los medios de comunicación y la alineación entre las élites políticas, para entender el modo como las organizaciones sociales aprovechan estos vaivenes para fortalecer su acción y lograr sus objetivos de corto y de mediano plazo.
También se muestra la convergencia de mujeres de distintas características que se alinean en organizaciones por la paz y el modo en que se van vinculando al movimiento feminista, a pesar de las múltiples etiquetas que asumen en su trasegar por la defensa de los derechos humanos y la búsqueda de la paz. Allí también se logra captar cómo esas coaliciones que han formado las colombianas afirman identidades que a la vez se instituyen y se abandonan de acuerdo con los objetivos del momento. Ellas han sido posibles porque han permitido múltiples convergencias y, por supuesto, divergencias.
El capítulo tres es producto de la investigación para optar al título de Magister en Sociología de Irina Cuesta Astroz, quien analiza tres experiencias concretas de organización de segundo nivel que se agrupan con intereses más amplios para consolidar un sujeto político con incidencia territorial. Así, se toman los casos de las mujeres nortecaucanas, las vallecaucanas y las chocoanas, y se muestra cómo en el proceso de conformación organizativa de cada experiencia se van dando articulaciones con otras identidades. Sobre todo las territoriales y las étnicas adquieren mayor relevancia porque en ellas sobresale la presencia de mujeres afrodescendientes, muy ligadas al movimiento de comunidades negras y a la defensa de su cultura y de su territorio. Para ello recrean los elementos de la historia y de la construcción conjunta de la memoria colectiva asociada con la esclavización de la que fueron objeto en el pasado.
En el análisis que hace la autora se destacan las características de los liderazgos generizados y de la forma particular en que estas mujeres asumen su participación política; también se da cuenta de la importancia que ha adquirido la formación recibida por las integrantes de parte de las funcionarias, académicas y otras profesionales solidarias que aportan conocimientos teóricos y técnicos para procurar el logro de los objetivos. Alude a la relevancia que ha tenido la promulgación de una amplia normatividad internacional en materia de derechos para las mujeres así como los recursos que asigna la cooperación internacional para hacerlos efectivos.
Su autora destaca la singularidad de las experiencias, otorgándole un gran peso a las variables culturales y políticas en el fortalecimiento de las redes. Aunque no se llega a afirmar que estas han permitido mayor cohesión entre las integrantes de las redes chocoanas y nortecaucanas, es posible inferir que la condición étnico cultural de las mujeres negras que componen estas confluencias ha marcado la orientación política de las mismas, más que en el caso del Valle del Cauca, donde la composición étnica de las integrantes es más amplia, pues allí confluyen negras, indígenas y mestizas.
El capítulo cuatro es producto de la Monografía para optar al título de socióloga de Yenifer Luna Gómez. Más que un análisis de las organizaciones de mujeres que emprenden acciones colectivas para reivindicar derechos, a su autora le interesa la recurrencia con la cual mujeres de diferentes latitudes, cultura, etnia y religión construyen repertorios conmemorativos que han contribuido a la elaboración de los duelos individuales, familiares y comunitarios. La selección no fue aleatoria; por el contrario, se tienen en cuenta varios aspectos que hacen comparables las experiencias. De ello resultan cuatro importantes casos que permiten presentar similitudes, pero también particularidades asociadas, sobre todo, con elementos culturales, étnicos y regionales.
La riqueza de esta contribución está en haber encontrado en un rasgo de la acción colectiva material suficiente para ser estudiado a partir de las teorías de la acción colectiva y la perspectiva de género, tal como lo hacen los capítulos anteriores. Su autora se concentra en cuatro casos de masacres muy representativas y estudia una a una en términos de cómo surgen las primeras movilizaciones, qué sentido le imprimen las mujeres a las conmemoraciones y de qué modo esas acciones se convierten en tareas de duelo, que no solo ayudan a sanar el dolor sino que las convierten en líderes sociales y políticas.
Esperamos que estos aportes contribuyan a los nuevos análisis que tendremos que incorporar los y las investigadoras interesados en la acción colectiva, sobre todo en la nueva situación que está viviendo el país después de los acuerdos logrados con las Farc en La Habana, con las transformaciones que en materia institucional se están dando en el país y con los nuevos actores que entran en la escena política.
Todas las autoras de esta compilación pertenecían a la Universidad del Valle cuando realizaron sus investigaciones, fueran estas para optar a los títulos de magíster en sociología, de pregrado en sociología, o financiadas por la Vicerrectoría de Investigaciones, para fomentar el fortalecimiento del grupo de investigación Acción Colectiva y Cambio Social, ACASO.
Las profesoras Alba Nubia Rodríguez Pizarro y María Eugenia Ibarra Melo están vinculadas con la Universidad del Valle. La primera en la Escuela de Trabajo Social y Desarrollo Humano, y la segunda en el Departamento de Ciencias Sociales. Ambas integran el grupo de investigación Acción Colectiva y Cambio Social, ACASO, y el Centro de Investigación y Estudios de Género, Mujer y Sociedad, CIEGMS. Durante varios años han trabajado juntas en investigaciones relacionadas con el balance de los estudios de género en Colombia, publicaron juntas el artículo “Los estudios de género en Colombia. Una discusión preliminar”, en Sociedad y Economía No. 24 (2013), y fueron editoras de la Revista Colombiana de Sociología No. 39 (2016), dedicada a los estudios de género. En 2017 publicaron el capítulo de libro “Los estudios de género en la Universidad Nacional de Colombia (2000-2014). Aproximaciones para una caracterización epistemológica” en el libro 20 años de la Escuela de Estudios de género de la Universidad Nacional. Actualmente desarrollan la investigación “Aportes de la política de género de la Universidad del Valle para la construcción de una sociedad en paz”, con otras integrantes del CIEGMS, y escriben un artículo que revisa la producción bibliográfica sobre la acción colectiva y el género en América Latina.
Irina Cuesta Astroz y Yenifer Luna Gómez son dos graduadas de la Universidad del Valle, la primera tanto del pregrado como de la Maestría en Sociología, y la segunda del pregrado en Sociología. Ellas ya partieron de la institución y hoy hacen sus contribuciones profesionales fuera de la Universidad, pero siguen muy ligadas a los temas a los que hacen alusión en los capítulos que presentan. Irina trabaja en la Fundación Ideas para la Paz, un centro de pensamiento dedicado a generar conocimiento, proponer iniciativas, desarrollar prácticas y acompañar procesos para contribuir a la construcción de una paz estable y duradera en Colombia. Yenifer contribuye a la construcción de las “paces” en la región y a la disminución de la violencia contra las mujeres mediante las intervenciones que realiza la Alcaldía del Municipio de Santiago de Cali. Desde hace varios años ha sido una profesional solidaria con las organizaciones de mujeres, tanto en el Valle del Cauca como en la Costa Caribe colombiana. Ambas fueron monitoras en la investigación que presenta la profesora María Eugenia Ibarra, en el segundo capítulo, y durante varios años han colaborado también con la profesora Alba Nubia Rodríguez en eventos académicos y de acompañamiento a las organizaciones sociales, de mujeres e indígenas, en el reclamo de sus derechos territoriales.
Alba Nubia Rodríguez Pizarro1
En este primer capítulo, con base en revisión documental nos hemos propuesto presentar de qué manera la categoría género enriquece el análisis de la acción colectiva en lo que concierne a los procesos de la acción. Es decir, en los aspectos y los procesos de surgimiento (aspectos menos visibles de la acción colectiva) y en los episodios de la acción colectiva (aspectos más visibles de la acción colectiva). Metodológicamente, introdujimos este concepto tanto como una categoría estructural e interaccional como en sus imágenes y expresiones simbólicas. El propósito lo desarrollamos en cuatro apartados: en el primero se introducirán algunas precisiones conceptuales sobre acción colectiva y género. En el segundo, a partir de algunas de las principales perspectivas teóricas que han explicado la acción colectiva y los movimientos sociales, proponemos en qué aspectos la perspectiva de género amplía el análisis de la acción colectiva en sus aspectos menos visibles (organización, oportunidades políticas, etc.) y en las dinámicas de la acción colectiva. En la tercera parte, la inclusión de la perspectiva de género se hace con base en imágenes y expresiones simbólicas del género. Así, argumentamos las posibilidades de la perspectiva de género en el análisis de las tácticas, los marcos y los procesos de legitimación de sujetos y acciones, y la interacción entre los diversos actores de la arena política. Finalmente, presentamos algunas consideraciones a manera de conclusión.
[…] Hay que ponerle atención al género. Y, por supuesto, esto no significa ponerle atención a las mujeres
(GOLDSTEIN, 2002)
La literatura sobre acción colectiva y movimientos sociales es significativamente amplia. Hay una importante variedad de teorías, enfoques y conceptos que han tratado de explicar las diferentes protestas, movilizaciones, rebeliones y revoluciones. De igual manera, es abundante la literatura sobre género. Este concepto en ocasiones se utiliza como categoría para referirse a hombres y mujeres, y las feministas, de una manera más acertada, lo han empleado para referirse a la organización social de las relaciones de poder entre sexos.
En los años setenta la categoría género se consideró básica en los diversos estudios sociológicos, antropológicos, históricos y políticos2. Sin embargo, en los análisis sobre acción colectiva y movimientos sociales no emergió de igual forma. Es apenas a mediados de la década noventa cuando algunos estudiosos establecieron relaciones entre género y movimientos sociales. Se incrementó la investigación empírica cuyo objetivo fue analizar la relación entre género, acción colectiva y movimientos sociales3, se adelantaron investigaciones que analizaron los movimientos cuya meta es el género, y de esta manera se relacionó el género con movimientos de mujeres y movimientos gay. En estos análisis el género aparece relativamente claro. Es menos obvio en movimientos cuya meta no es la modificación de las jerarquías y/o las inequidades de género, tales como el movimiento ecologista o el movimiento por los derechos civiles, el movimiento obrero o los movimientos por la paz.
Otros estudios se ocuparon de explorar las diferencias de género en varios aspectos de la experiencia activista, entre estos el estudio de McAdam (1992). En este el concepto género se utilizó como una categoría que permitió hacer referencias descriptivas a las relaciones entre los sexos4. Otros análisis, especialmente realizados en Estados Unidos, se han ocupado de los roles y las imágenes culturales de género en las dinámicas de los movimientos sociales: Einwohner, Hollander and Olson (2000) y Marx (1998), entre otros, y para el contexto de América Latina, Icken (1990) ha realizado importantes aportes. Hay que resaltar que una buena parte de los estudios en el contexto latinoamericano han utilizado dicho concepto para hacer referencia a estudios sobre la participación de las mujeres en diversos movimientos sociales5, y algunos estudios lo han utilizado de forma que permita dar cuenta de la composición de los movimientos en términos de número de hombres y número de mujeres que los conforman6.
No obstante, nuestro interés es argumentar sobre la utilidad de la perspectiva de género para el análisis de las acciones colectivas y movimientos sociales cuya meta no es el género, en aquellos movimientos en que los actores tienen búsquedas “aparentemente” distantes con relación a la transformación de las inequidades o la modificación de las relaciones sociales de género. Nuestra argumentación tendrá en cuenta diferentes tipos de acción colectiva, tanto internacionales como nacionales.
Sustentamos nuestro interés en que el género opera en niveles estructurales tales como en la base de acuerdos socioeconómicos, en la jerarquía de la organización política estatal, en la división del trabajo familiar, en la organización de las expresiones sexuales y en las emociones; también las distinciones de género son expresadas y sostenidas en la ideología y en las prácticas culturales (Taylor, 1999). En relación con estos niveles, podemos expresar que la perspectiva de género en algunos movimientos permitirá develar situaciones que son importantes para la comprensión de las acciones colectivas, en los procesos de interacción de los sujetos que las conforman (subtextos relacionales), que se dan tanto en organizaciones que preceden como en las que conforman los movimientos, en los movimientos en sí mismos, o en la interacción de los movimientos con el contexto en el cual emergen y con otros movimientos.
Asumimos que en la acción colectiva se involucra un grupo de personas que desarrolla una acción a favor de intereses comunes; en este sentido, planteamos que un grupo de personas que traza intereses comunes entra en interacción y que esa interacción no es ajena a la mediación de las relaciones de género. Trazar intereses comunes implica “negociar” o “negar” una de las diferenciaciones básicas en la cual se estructuran la sociedad y las relaciones de poder.
Las relaciones de género no solo mediarán las relaciones de quienes están inmersos en los movimientos; también se hacen evidentes en las estructuras sociales y en los contextos en los cuales se gesta, desarrolla y mantiene la acción colectiva; intervienen en las lógicas relacionales de todos los actores de la arena política. En este sentido, argumentamos que las relaciones de género median entre los participantes del movimiento, en el contexto en el cual está el movimiento y en las diversas dinámicas de los movimientos sociales. Tenemos interés en el género como categoría analítica7, lo cual implica que está referida a hablar de los sistemas de relaciones sociales o sexuales.
Lo primero que encontramos, como plantea Revilla, es que “hemos de tener en cuenta que en el panorama teórico general de estudios que se refieren a este tipo de fenómenos se utilizan tres conceptos distintos (acción colectiva, comportamiento colectivo y movimiento social) para definir los fenómenos de movilización de ciudadanos” (Revilla, 1994, p. 183). Esto marca una primera dificultad8. ¿A que nos referimos cuando utilizamos uno u otro concepto? Tilly define la acción colectiva como relativa a “un grupo de gente que actúa junta en la búsqueda de intereses comunes” (Tilly, 1998, pág. 9); para Revilla es la “acción conjunta de individuos para la defensa de sus intereses comunes” (Revilla, 1994, p. 186); para Neveu, “se trata de una actuación intencionada, marcada por el proyecto explícito de los protagonistas de movilizarse concertadamente. Esta actuación conjunta se desarrolla dentro de la lógica de la reivindicación, de la defensa de un interés material o de una causa” (Neveu, 2000, p. 31). Estas definiciones comparten dos principios fundamentales: i) un grupo de personas que se unen de manera intencionada y ii) la defensa de un interés común. Las acciones concertadas en torno a una causa se significan en empresas colectivas que tienen por objeto instaurar un “nuevo orden de vida”. El “nuevo orden” puede aspirar a cambios profundos o, por el contrario, inspirarse en el deseo de resistirse a los cambios; puede implicar cambios de alcance revolucionario o solamente la defensa de una causa; quienes lo promueven pueden ir desde los que defienden causas muy próximas a sí mismos hasta los que defienden causas más desinteresadas, más universales, como el movimiento ecologista.
El comportamiento colectivo hace referencia a episodios de protestas violentas, pánico, modas, que se producen cuando coinciden acciones individuales en el espacio y en el tiempo; es “una agregación de voluntades individuales que no tiene sentido dirigido a los otros, que no se inserta en el proceso de constitución o expresión de una identidad colectiva” (Revilla, 1994, p. 186). La acción colectiva difiere del comportamiento colectivo en que es una acción conjunta de individuos para la defensa de sus intereses. La defensa de intereses implica un sentido dirigido a otros y la articulación de un proyecto común (Revilla, 1994, p. 186).
Algunos autores establecen diferencias entre acción colectiva y movimientos sociales. Otros utilizan las expresiones como sinónimos. Sin embargo, aquí sostendremos que los movimientos sociales son una forma de acción colectiva y que no todas las formas de acción colectiva son movimientos sociales. Hay múltiples definiciones sobre movimientos sociales, las cuales han sido propuestas desde los diversos enfoques teóricos que explican el fenómeno. Mario Diani, en la sistematización que hace del concepto, se refiere a cuatro enfoques: la teoría del comportamiento colectivo (Smelser, Turner y Killiam), la teoría de la movilización de recursos (McCarthy y Zald), la teoría del proceso político (Tilly) y la teoría de los nuevos movimientos sociales (Touraine y Melucci). Con base en estos enfoques, Diani traza cuatro aspectos para definir un movimiento: i) redes informales, ii) creencias y solidaridad compartidas, iii) acción colectiva desarrollada en áreas de conflicto y iv) acción que se desarrolla fuera de la esfera institucional y de los procedimientos habituales de la vida social (citado por Revilla, 1994, p. 185). Unas definiciones contienen todos estos aspectos; otras, algunos. Por ejemplo, para Touraine los movimientos sociales son acciones colectivas cuya meta es modificar la utilización social de recursos importantes en nombre de orientaciones culturales aceptadas en la sociedad. Para este autor, las acciones colectivas cuya meta sea la ruptura radical con el orden social establecido no pueden definirse como movimientos sociales. Advierte que es necesario concebir los movimientos sociales como proyectos de transformación social que implican un proceso: “Para romper con lo existente hay que partir de lo existente” (citado por Zubero, 1996, p. 190).
Melucci plantea que movimiento social no sólo hace referencia a una categoría empírica de cierto tipo de comportamiento sino que a su vez es un concepto analítico. Entendido de este modo, el movimiento social es una forma de acción colectiva que debe distinguirse de otros niveles presentes en fenómenos empíricos colectivos. Es decir, no todas las formas de acción colectiva pueden ser consideradas como movimientos sociales. A su vez, plantea que ningún fenómeno de acción colectiva puede ser tomado como un todo global si no está atravesado por múltiples aspectos y múltiples demandas. Por lo tanto, la noción de movimiento social es “una categoría analítica que designa la movilización de actores colectivos definida por i) invocar una solidaridad específica, ii) hacen manifiesto un conflicto con un adversario por la apropiación y el control de recursos valorados por ambos, y iii) subraya los límites de compatibilidad del sistema en los cuales las acciones toman lugar” (1996, p. 28). Un movimiento social, consecuentemente, no solo se restringe a sí mismo al expresar un conflicto “sino que empuja al conflicto más allá de los límites del sistema de relaciones sociales en los cuales la acción es ubicada. Reta la legitimidad del sistema” (1996, p. 29).
Podríamos seguir citando múltiples definiciones y concepciones de movimiento social, pero el objetivo de este escrito no es elaborar una sistematización de los diferentes conceptos de movimiento social; por lo tanto, para este trabajo entenderemos que un movimiento social es una forma de acción colectiva que involucra a diversos actores, quienes le atribuyen diferentes y frecuentemente contradictorios significados al mismo proceso de movilización, construyen solidaridad y sentido de pertenencia, hacen manifiesto un conflicto en el que uno de los adversarios puede ser un gobierno, y retan la legitimidad de un sistema, que puede llegar incluso hasta la búsqueda de la transformación social de manera radical.
El concepto ha sido significativamente discutido por las distintas corrientes feministas. Debatido e interrogado por diferentes motivos, entre ellos por las concepciones binarias que engendra entre naturaleza/cultura, hombre/mujer. Modelo que da por supuesta una unidad cultural que no está justificada y que además excluye la posibilidad de que grupos sociales distintos perciban y experimenten las cosas de diferente manera, como también a partir de la concepción binaria hombre/mujer que naturaliza la heterosexualidad.
Para Haraway, de igual manera que para otras feministas, el problema radica en no haber cuestionado los conceptos de sexo y naturaleza, y en no haberlos asumido como conceptos históricos que adquieren significación a partir de lo socialmente establecido. El género no está determinado por aspectos biológicos. Lo biológico no garantiza las características de género. No es igual el sexo que la identidad asignada o adquirida. Si en diferentes culturas cambia lo que se considera femenino o masculino, obviamente dicha asignación es una construcción social, una interpretación social de lo biológico, lo cual el ser humano a partir de su capacidad de simbolizar también nombró. Todos estos argumentos son claros y válidos; sin embargo, surgen algunos interrogantes: si los papeles sexuales son construcciones culturales, ¿por qué las mujeres generalmente están excluidas de los poderes públicos y relegadas al ámbito doméstico? Las feministas lo formularon de manera acertada: ¿por qué la diferencia sexual implica desigualdad social? Al respecto, Marta Lamas plantea que el problema se vuelve político: la diferencia biológica, cualquiera que esta sea, se interpreta culturalmente como una diferencia sustantiva que marcará el destino de las personas con una moral diferenciada. Este es el problema político que subyace a toda la discusión académica sobre las diferencias entre hombres y mujeres9.
De acuerdo con Haraway (1991), el cuestionamiento a la concepción universalizante del sistema sexo/género llevó a que investigadores e investigadoras como Carby (1987), Spillers (1987) y Hurtado (1989), citadas por Haraway (1991), trabajaran el concepto género en una perspectiva histórica, especialmente desde el siglo XIX, época de esclavitud, cuando las mujeres blancas a través del parentesco y por lazos de afinidad pasaban a ser propiedad de sus maridos y a constituirse como esposas y como madres. Las mujeres negras no establecían parentesco, ni por afinidad, ni por filiación, porque a ellas no se les reconocía en el mismo sistema de parentesco; por lo tanto, sus compañeros y sus hijos no tenían ningún lazo entre sí sino que tanto ellas como sus maridos y sus hijos eran propiedad de sus amos. No heredaban ni a sus padres ni a sus maridos, como las mujeres blancas. A su vez, sus hijos tampoco les pertenecían. Así, las mujeres, los hombres y los niños estaban subordinados por sus dueños, luego la dominación no venía de sus hombres sino por su pertenencia a una raza y a una clase. Las reflexiones sobre estas realidades llevaron a formular algunas preguntas: “¿qué ocurre con este enfoque cuando las mujeres no se encuentran en posiciones similares en la institución del parentesco?, ¿qué sucede con la idea de género si grupos enteros de mujeres y hombres están situados fuera de la institución del parentesco de otro grupo dominante?”. A partir de estas preguntas, lo que se abordó específicamente fue la problemática de las mujeres negras esclavas e indígenas del tercer mundo, que en el “nuevo mundo” no fueron constituidas como mujeres de la misma manera en que lo fueron las mujeres blancas.
En vez de eso, y de manera simultánea, las mujeres negras fueron constituidas racial y sexualmente marcadas como hembra (animal, sexualizada y sin derechos), pero no como mujer (humana, esposa en potencia, transmisora del nombre del padre), en una institución específica, la esclavitud, que las excluía de la ‘cultura’ definida como circulación de signos a través del sistema del matrimonio. Si el parentesco investía a los hombres con derechos sobre las mujeres que ellas no tenían, la esclavitud abolía el parentesco para un grupo en un discurso legal que producía grupos enteros de personas como propiedad enajenable definiendo a la mujer como una figura imaginaria, el objeto del deseo de otro hecho realidad (Haraway, 1991, p. 245).
Haraway, con base en estos planteamientos de las feministas negras norteamericanas que toman como punto de partida la realidad de las mujeres esclavas del siglo XIX, sostiene que, a pesar de la emancipación, sus consecuencias alcanzan hasta finales del siglo XX y que continuarán teniéndose hasta que el racismo desaparezca como hecho fundacional del Nuevo Mundo. Apoyada en esta problematización, propone que una teoría feminista sobre el género debe ser simultáneamente una teoría de la diferencia racial en condiciones históricas específicas. “Una teoría y una práctica de la hermandad no pueden basarse en posicionamientos compartidos en un sistema de diferencia sexual, y en el antagonismo estructural intercultural entre categorías coherentes llamadas mujeres y hombres” (Haraway, 1991, p. 247). El concepto género no debe implicar aspectos taxonómicos sino que debe ir más allá y tener en cuenta su interacción con otras categorías estructurales como clase y etnia. Además de las limitaciones que ha implicado utilizar la concepción binaria de sexo/género, naturaleza/cultura, se han señalado otras dificultades como equiparar género y mujeres.
En este mismo sentido, la historiadora Joan Scott (1990) coincide con el cuestionamiento de equiparar género y mujeres. A partir de los análisis históricos establece como problemática esta utilización, argumentando, por ejemplo, que no aportaría de manera importante el saber que las mujeres participaron en la Revolución Francesa: “mi comprensión de la Revolución Francesa no cambia porque sepa que las mujeres participaron en ella”. Es necesaria la construcción teórica que permita dar respuesta a preguntas del tipo: ¿Cómo actúa el género en las relaciones sociales humanas?, ¿cómo da significado el género a la organización y la percepción del conocimiento histórico? Para los fines de este trabajo, diríamos que no es suficiente saber que las mujeres participan en acciones colectivas, o que hay un movimiento social feminista, entre otras consideraciones. Hay que responder a preguntas tales como: ¿Cómo actúa el género en las redes de relaciones e interacciones de la acción colectiva?, ¿cómo da significado el género a la organización y la construcción de sentido en la acción colectiva?, ¿influyen las relaciones de género en la construcción de los repertorios de la acción colectiva?, ¿cómo intervienen las relaciones de género en la organización, la expansión, el éxito o el fracaso de las acciones colectivas?, ¿cómo influye el género en la construcción de identidades colectivas?
Siguiendo a Scott (1990), es importante resaltar que construir una historia de las mujeres paralela a la de los hombres solo permite probar que las mujeres tienen historia y que han participado en conmociones y cambios políticos importantes de la civilización occidental. Pero, a su vez, esto puede llevar a construir una historia marginal, debido a que si las mujeres tienen su propia historia, diferente de la de los hombres, generalmente la historia de las mujeres tiene que ver con el sexo y la familia, y por lo tanto debería hacerse al margen de la historia política y económica. Debería ser una historia de lo privado y no de lo público y lo político. A pesar de estos aportes, es común encontrar estudios sobre mujeres que se han asumido como estudios de género.
A pesar de las críticas a la concepción binaria, es importante reconocer que el sistema sexo/género representó un esfuerzo significativo para sacar a las mujeres de la categoría naturaleza y colocarlas en la cultura como objetos sociales construidos y que se auto-construyen. Los diversos debates han contribuido a construir un concepto más acorde con la realidad y que se constituye en una herramienta indispensable para los análisis sociales.
Con base en los conceptos de género propuestos por diferentes pensadoras como Harding (1983), De Lauretis (1984) y Lamas (1997), encontramos algunos elementos comunes que vale la pena resaltar: el concepto de género no debe ser referido exclusivamente a estudios de mujeres10. Se reconoce que se construye en un sistema de relaciones sociales. Permite transformar la sexualidad biológica en productos de actividad humana, permite otorgarle significado a todas las dimensiones sociales, tiene que ver con prácticas y con la superposición de significado y experiencia como también con relaciones de poder, no solo entre hombres y mujeres sino también entre razas y clases.
Con todos estos elementos constitutivos del género, nos encontramos que este va a tener características tanto de concepto como de categoría: concepto porque a través de este podemos dar explicación y sentido a una realidad; y categoría porque permite la clasificación de formas de construcción de sentidos de hombres y mujeres. Sin embargo, aunque a través del género se establezcan clasificaciones es fundamental resaltar que es una relación y no una categoría preformada de seres o una posesión que se pueda tener. El género no pertenece más a las mujeres que a los hombres.
Una de las conceptualizaciones más completas que encontramos sobre género es la propuesta por Joan W. Scott, para quien el género es un “Elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los sexos y es una forma primaria de relaciones significantes de poder” (1990, p. 44). Esta definición plantea que todo cambio en la organización de las relaciones sociales corresponde siempre a cambios en las representaciones de poder. A su vez, ubica cuatro aspectos que estarían interrelacionados en su concepción de género: i) los símbolos culturalmente disponibles, que rememoran representaciones múltiples y contradictorias; ii) referidas a las percepciones normativas que manifiestan las interpretaciones de los significados de los símbolos. Esas percepciones se manifiestan en doctrinas religiosas, educativas, científicas, legales y políticas, y afirman unívocamente el significado de hombre y mujer, masculino y femenino, y que parecen universales y constantes a través del tiempo. El trabajo de los historiadores sería descubrir la permanencia intemporal de la representación binaria del género; iii) este comprende la noción política y la referencia a las instituciones y las organizaciones sociales. Para esta autora el género no debe incluir solamente relaciones de parentesco sino, también, el mercado de trabajo y la educación; esto debido a que el género no solo se construye a través de las relaciones de parentesco sino mediante la economía y la política; iv) la identidad subjetiva, la cual implica la posibilidad de abordar cómo se construyen esencialmente las identidades genéricas y de relacionarlas con otros aspectos de la vida social, organizaciones sociales y representaciones culturales históricamente específicas. Además de identificar estos cuatro elementos constitutivos del género, se hace especial énfasis en “el género como campo primario dentro del cual, o por medio del cual, se articula el poder” (Scott, 1990, pp. 45-50).
Scott reflexiona sobre el género desde una concepción dinámica; sostiene que es necesario asumirlo más allá de la bipolaridad hombre/mujer, masculino/femenino, porque se constituye a través de múltiples elementos, de múltiples voces. No desde una concepción homogénea y universalizante sino a través de las particularidades y los conflictos. Su propuesta engendra una lógica relacional, que estructura y legitima todas las formas sociales, como también es uno de los determinantes de las relaciones de poder, pero no solo en términos de dominación masculina sino también en términos de etnia y de clase.
La diferencia sexual es una forma primaria de diferenciación significativa. Por tanto, el género facilita un modo de decodificar el significado y de comprender las complejas conexiones entre varias formas de interacción humana. Cuando los historiadores buscan caminos por los que el concepto de género legitima y construye las relaciones sociales, desarrollan la comprensión de la naturaleza recíproca de género y sociedad, y de las formas particulares y contextualmente específicas en que la política construye el género y el género construye la política” (Scott, 1990, pp. 45-50)11.
Con base en lo planteado, concebimos el género no como algo dado, otorgado desde una condición considerada natural —el sexo— sino como algo construido en contextos socioculturales diversos, que estructura toda forma de relación e interacción social, que comprende tanto factores racionales objetivos como construcciones subjetivas, simbólicas y de construcción de sentido, tiene un nivel individual y uno colectivo y, además, determina relaciones de poder de distinta manera en diversas culturas. Así, el género incide en tres niveles: el primero, como base de la organización y la interacción social; el segundo, es estructural, opera y es base de las instituciones sociales, políticas y económicas (jerarquiza la división del trabajo, la expresión de las emociones); y, tercero, está expresado y sustentado en la ideología y en las prácticas culturales. De esta forma, el género se incluye dentro de una perspectiva que ha contribuido y contribuye al conocimiento, a la política y a la sociedad. Ha afectado y afecta a las decisiones políticas y al discurso social en mayor o menor grado y con mayor o menor acierto, pero aun así de manera influyente.
El género constituirá un elemento de análisis primario, en muchas ocasiones, para entender relaciones de poder que con base en el mismo se generan. Incluye símbolos, conceptos normativos, sistemas de organización social e identidades. Al utilizar el género como categoría de análisis podremos ver una realidad cuya naturaleza sexuada solo emerge si es analizada bajo este enfoque. Las acciones colectivas no son ajenas a este tipo de análisis; surgen, se desarrollan, mantienen y generan procesos de cambio en sociedades constituidas en estructuras generizadas.
Para efectos de este escrito, asumiremos el análisis y la utilidad de la perspectiva de género en los niveles propuestos como una categoría estructural e interaccional, y en sus imágenes y expresiones simbólicas. De esta manera, nuestra concepción de género es dinámica y, por supuesto, dinamizadora en las acciones colectivas y los movimientos sociales. En el siguiente apartado haremos especial énfasis en el género como categoría estructural que opera en los ámbitos social, económico y político y en los procesos de interacción social.
La atención al género es necesaria para una investigación a fondo de las acciones colectivas. El rol de la estratificación de género en la emergencia de los movimientos sociales, aun aquellos que no se ven desde el género, ha sido oscurecido por medio de un discurso del género neutral, que caracteriza a las teorías prevalecientes de los movimientos sociales.
TAYLOR (1999)
Al vincular la categoría género con algunos de los modelos teóricos que han explicado la acción colectiva y los movimientos sociales no pretendemos plantear una perspectiva teórica nueva. Aspiramos a plantear el potencial de la perspectiva de género en algunos aspectos de las teorías más utilizadas para el análisis de la acción colectiva y los movimientos sociales. Partimos de la consideración de que la utilidad de la categoría género es de carácter transversal y tiene relevancia en el surgimiento de las acciones colectivas y los movimientos sociales, en la organización de los movimientos y en el proceso de construcción de la identidad colectiva. En este orden y para este apartado nos centraremos metodológicamente en trabajar el género más como una forma de relación social que desde la perspectiva de su construcción simbólica12.
Con base en esta premisa, asumimos la revisión de algunos aspectos teóricos a partir de la tradicional y difundida clasificación de distintos autores como Klandermans (1994), Melucci (1995) y Revilla (1994), quienes dividen las diferentes corrientes teóricas en dos grandes enfoques: las perspectivas del cómo de la acción colectiva y los movimientos sociales, y la perspectiva del porqué de los movimientos sociales. La primera perspectiva, desarrollada especialmente por teóricos norteamericanos, enfatizó en la explicación de cómo actúa y se moviliza un determinado sector de la población. Asumiendo los movimientos sociales como organizaciones, sin cuestionarse el origen de las mismas y sin dar explicación sobre el paso del nivel individual al colectivo, este enfoque comprende la teoría de la acción colectiva de Olson (1965) y la de la elección racional de Elster (1985), la teoría de la movilización de recursos (Mc Carthy y Zald, 1999; Jenkins, 1974) y la de la estructura de oportunidad política (Tilly, 1978). La segunda perspectiva se concentró en el porqué de la movilización y fundamentó sus explicaciones en las condiciones estructurales en las que emerge la acción colectiva. Así mismo, cada movimiento social es propio del contexto socio-histórico en que surge, y es el contexto el que determina la composición social y la dinámica del movimiento. En esta perspectiva se ubica la teoría de los nuevos movimientos sociales —en la que se destacan Melucci (1994), Habermas (1987), Offe (1988), (Touraine (1985)13—, desarrollada principalmente por especialistas europeos.
Estas dos corrientes surgen frente a la proliferación de acciones colectivas a finales de la década de los años 60 y a lo largo del siguiente decenio del siglo XX, caracterizadas por formas de protesta diferentes a las de las acciones colectivas precedentes. Los activistas de los llamados nuevos movimientos sociales no tenían mucho que ver con la clase obrera; por lo tanto, era difícil explicarlas a partir de los enfoques existentes, y entonces recurrieron a otros modelos explicativos. En Estados Unidos surgió el modelo de acción política basado en la movilización de recursos —enfoque del cómo— y en Europa occidental surgió la teoría de los nuevos movimientos sociales —o enfoque del por qué—. Estas dos perspectivas no se desarrollaron de manera homogénea, de hecho hay diferentes corrientes al interior de cada una y, por lo tanto, de estas dos perspectivas escogeremos un enfoque de cada una con el fin de proponer la utilidad de la perspectiva de género.
Con respecto al enfoque del cómo, nos centraremos en la teoría de la movilización de recursos desarrollada por teóricos norteamericanos, y frente al enfoque del por qué en la teoría de la identidad colectiva de Melucci (1994). Consideramos que estos dos enfoques son representativos de las dos perspectivas y que, además, nos permiten sustentar la utilidad de la categoría género en los análisis sobre el surgimiento, la organización y los procesos de construcción de identidad colectiva de los movimientos sociales. No queremos expresar que la categoría género no sea importante en otros enfoques ni en otras perspectivas teóricas. Simplemente, para efectos de este trabajo nos centraremos en estas dos corrientes.
Esta teoría marca una verdadera ruptura con los enfoques anteriores (de la década de 1960) que calificaban a los individuos que participaban en las protestas, movilizaciones y rebeliones como anómicos e irracionales14. Esta corriente teórica en la década de los años setenta se constituyó en un nuevo enfoque fundamentado en dos premisas principales: i) las actividades de los movimientos sociales no son espontáneas ni desorganizadas, y ii) los participantes de las movilizaciones no son irracionales. Los nuevos estudiosos habían descubierto que los participantes en las protestas eran individuos racionales, bien integrados en la sociedad, con objetivos concretos y estrategias racionales.
El encuentro entre la teoría de la movilización de recursos y el género nos ubica sobre dos elementos claves a tener en cuenta: i) reconocer que en la teoría de la movilización de recursos no se contemplan factores de diferenciación humana como raza, etnia, clase y género, entre otras categorías estructurantes de la sociedad, como tampoco que sobre estos se estructura la organización social. Por el contrario, el sujeto de la acción se asume como un sujeto neutro, tanto en términos individuales como institucionales; ii) establecer la interseccionalidad entre los principales lineamientos del enfoque de la movilización de recursos y el género implica aceptar que el género, al igual que la raza, la etnia y la clase, operan en los diversos niveles de la organización social. En un primer nivel, el género estaría en los procesos de socialización y categorización de los sexos, los cuales motivan a construir las identidades y a la apropiación del género en las interacciones diarias (Howard, Hollander et.al., 1997). En un segundo nivel opera en formas complejas en la estructura social, en las distinciones de las bases socioeconómicas, en la división del trabajo y en la jerarquía de la organización política estatal15.
De esta manera, estableceremos la interseccionalidad en tres aspectos de la teoría de la movilización de recursos: i) con relación a las oportunidades políticas, ii) estructuras pre-existentes de movilización, y iii) con la organización de las acciones colectivas o las formas organizacionales que necesitan los movimientos.
En cuanto al primer aspecto, sobre las oportunidades políticas, teóricos de esta perspectiva como Tilly (1978), Mc Adam (1992) y Tarrow (1998) establecieron vínculos entre los cambios en la política institucionalizada y la emergencia y la naturaleza de los movimientos sociales. Introducir la perspectiva de género nos permite plantear que las instituciones políticas reproducen el régimen de género instaurado socialmente16. La reproducción y el mantenimiento de las relaciones de género no solo se dan en el Estado sino en otras instituciones. En concordancia, varias teóricas feministas basadas en algunas investigaciones han hecho un llamado para que se amplíe el foco de investigación sobre el Estado y las instituciones políticas como contextos en los cuales los movimientos sociales están contenidos, de manera que se incluyan otros espacios institucionales como la medicina, el lugar de trabajo, la educación y la religión (Fainsod Katzenstein, 1998; Whittier, 1995). Estudiosos del género destacan que los procesos por los cuales la estratificación de género es mantenida dependen de una institución a otra y de una organización a otra. Connell (1987), refiriéndose específicamente al Estado, plantea que “reproduce el régimen de género”, a tal punto que las inequidades de género son representadas en lo político, lo económico, lo legal, lo religioso, los servicios humanos y otras instituciones. Por lo tanto, nuestro argumento es que los cambios en el régimen de género en el contexto institucional podrían ser entendidos como parte del amplio grupo de restricciones y oportunidades que influyen en los movimientos sociales17.
La política institucionalizada no es neutral en términos de género; pensar la mediación de la perspectiva de género en los contextos políticos e institucionales permitirá prestar atención a desigualdades que se encuentran enraizadas en las instituciones sociales, que no se hacen explícitas (sino a partir de un análisis de género) pero que inciden en la conformación de acciones colectivas. Desigualdades que se expresan en la discriminación de raza, de género y de edad. El género permite identificar la injusticia cultural o simbólica arraigada en los patrones sociales de representación, interpretación y comunicación que son fundamentales cuando se trata de entender la acción colectiva.
La atención al género es necesaria para una investigación a fondo de las acciones colectivas. El rol de la estratificación de género en la emergencia de los movimientos sociales, aun en aquellos que no se ven en una perspectiva del género, ha sido oscurecido por medio de un discurso del género neutral, que caracteriza a las teorías prevalecientes de los movimientos sociales. Es importante develar que no hay neutralidad en las acciones colectivas sino que están generizadas18, como también los contextos políticos e institucionales que brindan oportunidades para que emerjan las acciones colectivas (Taylor, 1999).
Autores como W.A Gamson (1990), Zald y McArthy (1987) y McAdam (1992) han insistido en que tanto en las estructuras preexistentes para la movilización como en la organización de las acciones colectivas las relaciones de género tienen mucha fuerza.
Con relación a las estructuras preexistentes para la movilización, segundo aspecto en el que nos detendremos en el análisis, “Oberschall insistió en que los miembros de un movimiento no son individuos aislados que toman sus decisiones sin tener en cuenta el contexto social en que viven, sino que son miembros de asociaciones, y en muchos casos de comunidades de diversos tipos (tribales, religiosas, étnicas, culturales o teóricas), en el seno de las cuales han nacido y que representan la base de su vida diaria, de su sustento, de su vida familiar y sus relaciones de parentesco, y también de sus creencias más sólidas; todo lo cual les hace especialmente dependientes de las recompensas y sanciones comunitarias” (en Pérez, 1994, p. 88). A partir de estos planteamientos proponemos que las dinámicas de género están arraigadas en los contextos sociales a los que pertenecen los actores, por lo tanto, esas dinámicas atraviesan las comunidades y organizaciones de diferentes tipos. Recientes estudios han establecido que no podemos entender las bases de los movimientos sin atender a las dinámicas de género, clase, raza y etnia (Taylor, 1999). Las lógicas relacionales de género están enraizadas en las redes de trabajo informales en los clubes, en organizaciones informales y formales que brindan incentivos para que la gente asuma los riesgos asociados con la participación en acciones colectivas.
Las diferenciaciones de género “casi” en todos lados tienden a precipitar la creación de redes interpersonales. Con relación a las redes, Kriesi (1984) (citado en Pérez, 1994) distingue entre potencialidad política manifiesta y latente. Esta última se refiere a un conjunto de personas que, por una situación social estructural similar, comparten un conjunto específico de intereses. Si las personas se hacen conscientes de sus intereses compartidos y desarrollan una identidad colectiva, un potencial político manifiesto es creado. Las organizaciones y las redes entre individuos juegan un rol importante en la transición desde la potencialidad latente a la manifiesta. Esto es, según McAdam (1992), el contexto de micromovilización y lo que Melucci ha denominado “sistema relacional intermedio” (Klandermans, 1998, p. 271).