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Nadie es eterno es una novela densa que aborda uno de los problemas fundamentales de nuestra sociedad colombiana y, en alguna medida, latinoamericana de las últimas décadas. En este texto de estudio, que se publica ahora, confluyen varias realidades: Óscar Osorio, experto en el trato de la violencia en la narrativa colombiana y narrador a su vez de esta misma violencia, se enfrenta a la novela de Alejandro José López, en la cual este se adentra en uno de los fenómenos que, como ya decía, habitan insistentemente la realidad colombiana. Igualmente, Carlos-Germán van der Linde, lector atento a las últimas construcciones literarias, se detiene en la ubicación de la novela respecto al desarrollo que la figura del sicario ha tenido en los últimos años. Manuel Arango Rojas, por su parte, reflexiona sobre los problemas éticos derivados del narcotráfico y su cultura. La novela en sí misma no es ni mucho menos una mirada simple o maniquea del universo narco y sicarial, de sus atropellos y vericuetos
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Osorio, Óscar
Nadie es eterno en la encrucijada de la violencia / Óscar Osorio, Carlos Germán van der Linde, Manuel Arango Rojas.
Cali : Programa Editorial Universidad del Valle, 2021.
164 páginas ; 21.5 cm. -- (Colección: Artes y Humanidades)
1. Novela de la violencia - 2. Violencia en la literatura - 3. Narcotráfico - 4. Sicaresca - 5. López Cáceres, Alejandro José - 6. Narrativa Colombiana - 7. Crítica literaria
801.95 cd 22 ed.
O83
Universidad del Valle - Biblioteca Mario Carvajal
Universidad del Valle
Programa Editorial
Título: Nadie es eterno en la encrucijada de la violencia
Autores: Óscar Osorio, Carlos-Germán van der Linde, Manuel Arango Rojas
ISBN: 978-628-7523-14-2
ISBN-PDF: 978-628-7523-16-6
ISBN-EPUB: 978-628-7523-15-9
DOI: 10.25100/PEU.7523142
Colección: Artes y Humanidades-Investigación
Primera edición
Rector de la Universidad del Valle: Édgar Varela Barrios
Vicerrector de Investigaciones: Héctor Cadavid Ramírez
Director del Programa Editorial: Francisco Ramírez Potes
© Universidad del Valle
© Autores
Diseño de carátula: Hugo H. Ordóñez Nievas
Fotografía de carátula: Óscar Osorio, Cementerio de Ceylán.
Diagramación: Alaidy Salguero Sabogal
_______
Este libro, salvo las excepciones previstas por la Ley, no puede ser reproducido por ningún medio sin previa autorización escrita por el autor.
El contenido de esta obra corresponde al derecho de expresión del autor y no compromete el pensamiento institucional de la Universidad del Valle, ni genera responsabilidad frente a terceros. El autor es el responsable del respeto a los derechos de autor y del material contenido en la publicación, razón por la cual la Universidad no puede asumir ninguna responsabilidad en caso de omisiones o errores.
Cali, Colombia, noviembre de 2021.
Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions
Prólogo. De libros y lecturas
Carmiña Navia Velasco
El tratamiento literario de la violencia atroz en Nadie es eterno
Óscar Osorio
Dimensión literaria
El relato de la violencia
Tratamiento literario de la violencia atroz
Bibliografía
Nadie es eterno en la intersección narco-sicarial. Una reconfiguración de las novelas de sicarios y de narcotraficantes
Carlos-Germán van der Linde
Breve panorama de las novelas de narcotraficantes
Breve panorama de las novelas de sicarios
Nadie es eterno, cuando el sicario se vuelve narcotraficante
A manera de conclusión
Bibliografía
Sociedad normalizada y ética criminal enNadie es eterno Manuel Arango Rojas
La noción de estar bien en el mundo y la representación de la sociedad normalizada
Álvarez y Rafico: modificaciones al estar bien en el mundo de la sociedad normalizada
Tensiones y transformaciones entre la sociedad normalizada y la ética criminal; o cómo el narcotráfico cambió la noción de estar bien en el mundo
La negativa a la violencia: la perpetuación del estar bien en el mundo como derrota de la sociedad normalizada
Bibliografía
La curiosidad a cara y sello (entrevista con Alejandro José López)
Óscar Osorio
Notas al pie
Carmiña Navia Velasco
Nadie es eterno es una novela densa que aborda uno de los problemas fundamentales de nuestra sociedad colombiana y, en alguna medida, latinoamericana de las últimas décadas. En este texto de estudio, que se publica ahora, confluyen varias realidades: Óscar Osorio, experto en el trato de la violencia en la narrativa colombiana y narrador a su vez de esta misma violencia, se enfrenta a la novela de Alejandro José López, en la cual este se adentra en uno de los fenómenos que, como ya decía, habitan insistentemente la realidad colombiana. Igualmente, Carlos-Germán van der Linde, lector atento a las últimas construcciones literarias, se detiene en la ubicación de la novela respecto al desarrollo que la figura del sicario ha tenido en los últimos años. Manuel Arango Rojas, por su parte, reflexiona sobre los problemas éticos derivados del narcotráfico y su cultura.
La novela en sí misma no es ni mucho menos una mirada simple o maniquea del universo narco y sicarial, de sus atropellos y vericuetos. Como muy bien lo define desde el principio Osorio en el primer artículo de este libro:
La violencia narco-sicarial es centro de la anécdota en Nadie es eterno, pero la novela no se reduce a ello. Como muchas otras novelas de la violencia de las últimas décadas, esta hace resistencia a la reducción monotemática y explora con acierto otras dimensiones de lo humano: el amor, la amistad, la identidad, la lealtad, la búsqueda del padre, la fuga del deseo, la magia y las estructuras míticas que permanecen en el pensamiento latinoamericano.
Los estudios, que ahora presentamos, dan cuenta de la apertura y complejidad de la obra.
Son escritores de tres generaciones que tienen, en su haber, producción narrativa y que, en su condición de críticos y académicos, recepcionan y analizan a sus contemporáneos. Lo hacen de manera generosa, pero con rigurosidad, y les entregan a los lectores claves que iluminan su ejercicio. La crítica literaria en Colombia no es una práctica fundamental más allá de las reseñas periodísticas que dan cuenta de las últimas apariciones editoriales. Por ello, me parece significativo que desde la academia se aborde el análisis de las escrituras nacionales y además que se dé a conocer ese abordaje de forma que sirva de ruta para lectores y lectoras jóvenes que inician sus aprendizajes en este terreno.
Los tres trabajos aquí reunidos abordan la novela de López desde distintos ángulos, realizando por ella un viaje interesante y multifacético que invita a nuevas lecturas… eso es lo que todo texto espera y todo escritor desea. De esta manera, se cumple una de las principales funciones de la crítica, la de mediadora entre lecturas desprevenidas y texto:
Si la crítica no supone un incremento del conocimiento (y de la admiración) que el lector tenga de la obra, habrá fracasado. Este punto resulta claro: la mediación entre autor y lector es el sentido de la labor crítica. (Miguel García Posada: El vicio crítico 2001)
Destaco entonces la importancia de esta mediación para las nuevas generaciones de lectores-lectoras.
Este libro es además muy significativo para mí, porque Óscar Osorio y Alejandro José López fueron mis alumnos y es satisfactorio ver que la labor propia se multiplica y resuena en ámbitos cada vez más amplios. No comparto la imagen que Cortázar da del crítico de arte a través de su “Bruno” (de la obra El perseguidor), un hombre frío, calculador y despegado. Creo, por el contrario, que la labor crítica requiere pasión y “enamoramiento” del mundo de los libros. Alfonso Reyes decía: la crítica ensancha el placer. De eso precisamente se trata.
Por último, la conversación entre Óscar (lector) y Alejandro (autor) culmina muy acertadamente estas miradas, por cuanto podemos escuchar al mismo narrador dando otra visión alternativa de su propio universo narrativo.
Bienvenidos, entonces, los trabajos críticos de estos escritores y bienvenido el esfuerzo de examinar una novela que, después de una década de su primera edición, no había contado, hasta ahora, con una lectura detenida. Es decir, bienvenidos estos trabajos al mundo de la literatura, esa expresión ambigua, llena de connotaciones diversas a lo largo de la historia… el mundo de las letras, de los significados y representaciones, de la simbología abierta que nos llama desde un libro a otros libros. Como dice Kristeva, toda palabra nace de otra palabra.
Espero que muchos lectores jóvenes se animen a leer o releer la novela que tenemos entre manos, para que este texto cumpla su cometido.
Santiago de Cali, Julio de 2021
Óscar Osorio1
Colombia es un país condenado por la violencia y en el cual el relato de la violencia ha sido tergiversado, censurado o suprimido. Consecuentemente con la práctica de destrucción de esta narrativa, sobre una de las formas de ese relato, la llamada novela de la violencia, se produce a priori una sanción negativa. Esa es la tremenda paradoja que debemos enfrentar los escritores colombianos interesados en la elaboración ficcional de nuestra cruenta realidad y es el reto que asume Nadie es eterno (2012) de Alejandro José López. En lo atinente a la respuesta que la novela da a la pregunta por el tratamiento de la violencia analizaré cuatro procedimientos textuales que procuran garantizar su estatus literario: la construcción de la anécdota, el entramado simbólico, el aparato intertextual y la estructura del relato; y tres elementos que definen su representación del fenómeno de la violencia: la empresa criminal del narcotráfico, la figura del asesino y las formas del crimen. Con estos insumos, plantearé que la poética que rige este relato se sitúa en una concepción bien definida en relación con el tratamiento literario de la violencia atroz.
La violencia narco-sicarial es centro de la anécdota en Nadie es eterno, pero la novela no se reduce a ello. Como muchas otras novelas de la violencia de las últimas décadas, esta hace resistencia a la reducción monotemática y explora, con acierto, otras dimensiones de lo humano: el amor, la amistad, la identidad, la lealtad, la búsqueda del padre, la fuga del deseo, la magia y las estructuras míticas que permanecen en el pensamiento latinoamericano.
La anécdota misma impide cualquier intento de reducción y esto se advierte con nitidez en el examen de las dos historias centrales de la novela: la de Pacho Tiro y sus víctimas, y la de Rafico y el doctor Álvarez. La primera historia es plenamente la historia de la violencia, en la doble arista de los victimarios (Valentierra, Pacho Tiro y otros sicarios) y las víctimas (Fray Alonso Atehortúa, Alberto, Albamatienza, Jacinto, Claudia y Patricia); la segunda es una historia de amor y de liberación.
La primera historia señala por un lado el destino de los victimarios: el poder y la violencia; por el otro, el de las víctimas: la muerte atroz (Fray Alonso Atehortúa, Albamatienza, Claudia y Alberto), el desplazamiento (Jacinto y Patricia)2. La segunda, la historia amorosa de Rafico y Álvarez, se desarrolla casi al margen de la violencia criminal de mafiosos y sicarios, y señala la posibilidad de ser feliz, incluso ante la adversidad social de una estructura patriarcal que condena el amor homosexual. Es una historia de amor y de liberación que se margina de la violencia criminal y enaltece otras formas de la convivencia en estos escenarios tan difíciles, y es una denuncia de las absurdas presiones sociales sobre la diversidad sexual.
Estas dos historias, relatadas en paralelo durante todo el entramado argumental del texto, se constituyen en un contrapeso ficcional que impide la subordinación de la novela a la terrible experiencia de la violencia.
Otro elemento que se devela esencial en la poética del texto es la construcción de un amplio entramado simbólico para interpretar el fenómeno socio-histórico. Este procedimiento textual aparece en todo el cuerpo de la novela, pero está especialmente concentrado y alcanza toda su riqueza en el conjunto de las veintidós secuencias (postales), que constituyen lo que en el análisis de la estructura denomino el relato B.
Las postales se ocupan del paisaje vallecaucano, su fauna y su flora. Más que una descripción de la naturaleza que enmarque las acciones de los personajes, dichas postales están al servicio de reforzar los desarrollos argumentales de las secuencias precedentes e interpretar alegóricamente los acontecimientos narrados y las funciones de los personajes. Se configura así un amplio tejido simbólico que traza conexiones esenciales con la realidad de la violencia y propone orientaciones de sentido sobre la anécdota desarrollada. Un ejemplo, la postal 22, que cierra la novela:
Los críos sienten el arribo del que se para al borde del nido, y salen a recibirlo pidiéndole alimento. Pero el que acaba de llegar es el gavilán. Comprenderás que esté hambriento, porque a eso ha venido. Los diestros picotazos resultan insalvables, y cada arremetida es más sangrienta que la anterior; así que los pichones del picabuey no tienen opción alguna. El gavilán se toma su tiempo para destrozar los cuerpos, para disfrutar del gran banquete. Y sólo se irá cuando el nido esté vacío y su apetito, saciado. (171)
En la secuencia anterior a esta, Pacho Tiro, quien ya ha matado a Valentierra y se ha convertido en el patrón, se dirige a la cárcel, saca a dos muchachos peligrosos y los amenaza de muerte. Cuando ve que no sienten miedo, dice que ya sabe qué hacer con ellos. Ahí termina esa secuencia y sigue la escena citada, donde el gavilán destroza las crías del picabuey. La postal relata un hecho repetido en la naturaleza, al mismo tiempo que completa alegóricamente el relato de la secuencia anterior: Pacho Tiro mata a los delincuentes. Pero no se agota ahí. Cuando él mató a los asesinos de su padre, Valentierra fue a la cárcel, lo sacó, lo amenazó de muerte y cuando comprobó que no sentía miedo lo incorporó a su empresa criminal (92-93). Al final de la historia es Pacho Tiro quien asesina a Valentierra y ocupa su lugar. La postal representa, entonces, un esfuerzo del nuevo capo por evitar que el ciclo se repita. Esfuerzo inútil, pues, como lo repiten las postales alegóricas, la naturaleza está llena de depredadores y hasta las águilas (los capos) serán cazados tarde o temprano. No obstante el esfuerzo de Pacho Tiro por interrumpir el ciclo, la novela permite advertir que el ascenso y muerte de los jefes criminales será una constante mientras existan las condiciones favorables a la empresa del narcotráfico. La postal se constituye así en una alegoría de la violencia criminal del narcotráfico y su efecto devastador sobre la sociedad.
Un análisis detallado de cada postal y sus significaciones en relación con la violencia resultaría muy interesante, pero desborda, por su extensión, los límites de este capítulo. Dejo algunos ejemplos: el gavilán que se come las crías del picabuey simboliza la masacre repetida en nuestra geografía nacional; las postales del paisaje vallecaucano metaforizan un tejido social descompuesto y violento; el río Cauca sintetiza el horror de la violencia; las aves de presa tramitan la idea de la indefensión de las víctimas; las alimañas del campo representan a la horda de los criminales; las cabezas disecadas (tigrillo, toro y jaguar —y patrón—) son el poder que solo es anulado por la muerte; la araña devorada por los hijos es la imagen misma de los movimientos de usurpación del poder en el hampa.
Los intertextos sirven a un doble propósito: enfatizar la degradación de nuestra realidad y situar la novela en una tradición literaria prestigiosa. Aunque son muchos y muy importantes (Isaacs en las postales, Gardeazábal en la estructura discursiva del relato C) anoto brevemente tres, que resultan esenciales: la clave de la construcción del personaje Alberto en su relación con Pacho Tiro se define en dos intertextos: La metamorfosis y La odisea; la clave de la historia de Rafico y Álvarez se remite a Madame Bovary.
Uno, La metamorfosis. Después de convertirse en enemigo de Pacho Tiro (el sicario mayor), Alberto sabe que su única alternativa de sobrevivencia es liquidarlo primero. Sin embargo, no está formado para ello. El sentimiento de venganza y el de la impotencia crecen en su espíritu, hasta que se tornan en algo físico:
Como no logra ponerse en marcha, se mira el cuerpo y descubre que todo ha cambiado. Donde antes quedaban sus pies aparece ahora una larga cola anillada que remata en un aguijón. Se enfurece porque tiene claro que no aceptará su nueva condición; pero, cuando intenta gritar, lo que sale de su boca no son palabras sino zumbidos repugnantes. (65)
Su identidad se ha quebrado ante el conflicto irresoluble entre la afrenta recibida y la inminencia de su muerte, y la imposibilidad de enfrentar al enemigo. La impotencia, la soledad, la incomunicación contenida en el bicho kafkiano se remite aquí a la violencia, la venganza y la pulsión del crimen. La venganza no se ejecuta porque Alberto está educado en el bien. Entonces descarga toda la furia de su incapacidad de violencia en la figura del padre, que en la novela se elabora a través del héroe homérico.
Dos, La odisea. El padre le regala un reloj a Alberto. Cuando los abandona para siempre, el hijo comienza a reelaborar ficcionalmente la escena del regalo, a imaginar que ya no es un reloj sino un cuchillo y que el padre presente le enseña a usarlo para enfrentar a los enemigos, para conseguir la venganza. Toda esta fantasía se cae ante la evidencia del legado paterno que el hijo desprecia. Por esa razón, nombra Nadie al padre: “Alguien que se marcha para siempre deberá llamarse Nadie, un hombre que le regala a su hijo un simple reloj ni siquiera debería llamarse un hombre” (89).
La escena de Odiseo frente al Polifemo, el engaño exitoso de hacerse llamar Nadie, sirve para señalar la astucia como elemento esencial en la constitución del héroe homérico y es la estrategia que marca su éxito frente al rival. En Nadie es eterno se actualiza, en un sentido opuesto, para constatar la pusilanimidad del padre que se transmite al hijo y que define su fracaso frente al rival. Nadie es el nombre del desprecio, de la cobardía, del legado que se repudia y que condena. Nadie es el nombre de la paz en la degradación social de una violencia ambiente, endémica y atroz. Nadie es el nombre de la desesperanza.
Tres. Una escena memorable de Madame Bovary es el recorrido en coche de Emma con León, durante su reencuentro en Ruan. La secuencia es de un gran contenido erótico. Se advierte la extrañeza de la gente que ve el coche deambular de un lado a otro, bamboleándose con las cortinillas cerradas mientras el cochero se desespera por la sed y la incertidumbre. En algún momento una mano desenguantada se asoma por la ventanilla y bota algunos fragmentos de papel. Y todo queda dicho. El pasaje es una obra maestra de sutileza narrativa.
En Nadie es eterno asistimos a una escena que tiene el fragmento de la novela de Flaubert como referente y que me parece de la mayor importancia para precisar la propuesta estética de la novela de López. Rafico se sube al carro con el doctor Álvarez y casi inmediatamente comienza a hacerle una felación mientras el doctor conduce el coche por las calles de Tulúa. En Madame Bovary, la narración se hace desde el punto de vista de una mirada exterior al coche, lo que obliga a una total inferencia de lo que allí ocurre. En Nadie es eterno la mirada va y viene del exterior al interior del vehículo, con explicitación del contenido sexual. Dado que resultaría muy forzada la imagen de un carruaje tirado por caballos deambulando por las calles de Tuluá con las cortinillas echadas, el carro de los amantes homosexuales tulueños termina su recorrido estrellándose contra una carretilla tirada por un caballo.
La escena es deliberadamente rudimentaria: una desembraguetada sin transición y un afanoso succionar mientras avanzan por las calles de la ciudad para terminar estrellándose contra una miserable carretilla tercermundista. Reelaborar el delicado cuadro flaubertiano en clave bufa enfatiza la degradación del contexto social en el cual se desarrolla la anécdota, pero, sobre todo, deja constancia del diálogo literario con el canon de la literatura occidental y es esencial porque condensa el fundamento estético de Nadie es eterno: las herramientas con las cuales se narra el horror de la violencia son las de la más eximia tradición literaria.
Es precisamente en la tradición de Flaubert que se instala uno de los elementos destacados de la novela: la aspiración a la perfección formal. Esto se advierte en la palabra que no se repite en un número definido de párrafos, la puntuación impecable, la medida del párrafo, el adjetivo preciso (cuando se precisa), el entramado simbólico, el equilibrio narrativo, el desembrague acertado y, especialmente, la estructura del texto.
La novela se construye a partir de cuatro relatos que se van intercalando de manera secuencial y milimétrica a lo largo de cinco capítulos: I-III: ABCD, IV-V: DCAB. Los capítulos impares están conformados por cuatro bloques de cuatro secuencias y los pares por cinco bloques de cuatro secuencias, así: I: ABCD x 4; II: ABCD x 5; III ABCD x 4; IV: DCAB x 5; V: DCAB x 4. El relato A se hace en primera persona y en presente; el B, en segunda persona y en presente; el C, en tercera persona y en pasado; el D, en tercera persona y en presente. Como ya señalé, la anécdota se constituye en un desarrollo paralelístico de la historia de la violencia (víctimas y victimarios) y la de la relación amorosa de Rafico y Álvarez. Este paralelismo se estructura en el texto a través de una simetría perfecta en la distribución de las secuencias en los cinco capítulos del texto: I5, II4, III5, IV4, V5. Esto es, 5-4-5-4-5.
Esta arquitectura narrativa es la suma perfecta de distintas experimentaciones narrativas, que no dejan grieta alguna. Todo es extremadamente racional en esta estructura. Incluso la inversión del encadenamiento secuencial de los capítulos 4 y 5 se justifica en la necesidad narrativa de terminar la novela con la secuencia doble del relato AB, la que inicia el texto. Es decir, la novela comienza en el relato de Pacho Tiro que se complementa con la postal alegórica y termina con ese mismo relato y su postal, que alegoriza el sentido final de la novela: la violencia continúa cada vez con más severidad, con más sevicia en cada generación. Esta estructura procura un equilibrio narrativo matemático y devela una profunda convicción autorial según la cual una arquitectura narrativa sin resquicios es un elemento indispensable de la perfección formal.
La anécdota, el entramado simbólico, el cuerpo intertextual, el diseño estructural y la búsqueda de la perfección formal son elementos que procuran la dignificación literaria e impiden una reducción de la novela al tema de la violencia, es decir, son caminos a través de los cuales se responde a la pregunta sobre cómo narrar literariamente la violencia. Examinaré enseguida tres elementos esenciales en la construcción del relato de la violencia.
La figura del capo, Armando Valentierra, está construida con una serie de características ya habituales en la literatura del narcotráfico: riqueza: “Los linderos de esta finca quedan más allacito del horizonte” (117); ostentación: la finca tiene una casa grande llena de muebles lujosos y decoraciones excesivas (9, 37, 150) y el dueño luce un grueso anillo de oro con rubíes incrustados y otras joyas (43, 151), se hace llevar modelos prostitutas para su consumo exclusivo (75, 83, 150) y exhibe caballos de paso fino (75); poder y violencia: tiene muchos hombres armados atentos a su voluntad (9, 37, 39, 44, 76, 83, 93, 95, 150-152, 162-164) y es determinador de la violencia en la región (10, 38-39, 76, 93, 118-119, 149, 157).
La empresa criminal del narcotráfico está regida por un poder absoluto en cabeza del capo: “Así es que le gusta a don Armando: exhibe sus trofeos exclusivos para que a nadie se le olvide quién es el patrón ni cómo es que se manda. El que pone la plata, pone las condiciones” (83). Ese poder impera de forma tal que reemplaza al Estado y, a través del soborno y la intimidación, somete a las autoridades (92, 148-149, 157, 170-171) y a la comunidad: “Les voy a dar mi respaldo para que se queden en Tuluá. No se preocupe, que en este pueblo hay quien mande” (152). En el relato C, que se construye con una voz anónima, cuya versión es el sustrato de diversas versiones sobre los hechos, se sintetiza la relación entre narcotráfico y violencia, y narcotráfico y tejido social:
De todos modos, las cosas no se dieron de la noche a la mañana; o sea, la hecatombe que se armó en este pueblo y en el país entero. A esta parte, unos y otros quieren lavarse las manos; así es la gente: si te vi, no me acuerdo. Pero aquí hubo un tiempo en que se pregonaba la generosidad de los traquetos, muy amplios ellos, sí señor, moviendo la economía, untando a todo el mundo con su plata. Eso sí: cuando empezó la matanza y flotaron miles de cadáveres en el río Cauca, nadie volvió a decir que los conocía, ninguno había llegado a verlos y nunca se supo de dónde salieron, ¿te imaginás? (109)
En este pasaje se sitúa el contexto inmediato de los hechos (“este pueblo”: Tuluá) en el marco de un contexto más amplio (“el país entero”: Colombia), lo que nos permite entender los sucesos de la novela como parte de un fenómeno nacional: la violencia narcoterrorista de finales de los años ochenta y comienzos de los noventa. También se vincula directamente dicha violencia (“la hecatombe”) con el narcotráfico, se indica su capacidad de corrupción (“untando a todo el mundo con su plata”) y se señala la connivencia de la sociedad con el fenómeno (“se pregonaba la generosidad de los traquetos”).
Una de las consecuencias más visibles de la corrupción agravada por la economía de la droga es la pérdida total de la función de las instituciones del Estado como impartidoras de justicia: “Quien la hace, que la reciba; quien la comete, que la cumpla; quien la debe que la pague” (145). Lo que dice esta voz anónima, que representa a Tuluá, es que está bien que las faltas se paguen con la vida. Quien penaliza la falta, entonces, no es el aparato judicial del Estado sino todo aquel que se sienta afectado. En este contexto, el criminal es la ley y la pena es de muerte. La institucionalización del crimen como una forma de justicia privada y la entronización social del mafioso y la economía de la droga hace que se consolide el poder criminal y se banalice la violencia:
La economía de la droga contribuye de una doble manera a la generalización de la violencia. Primero por la crisis institucional que engendra, bajo el efecto de la corrupción especialmente. Segundo, por su impacto sobre las interferencias entre protagonistas. Pero también concurre a oscurecer su tenor político. Ya no hay sino redes de poder fluidas, apoyadas en el uso de la fuerza, que imponen lealtades fundadas en la coacción. (Pécaut 57)
Tanto la imagen de la empresa criminal del narcotráfico y su relación con el entorno social e institucional como la configuración de la figura del capo y su función como determinador principal de la violencia se construyen con los mismos insumos típicos de la novelística del narcotráfico: riqueza, ostentación y “mal gusto”, poder, arbitrariedad, prostitución, corrupción, crimen, descomposición del tejido social.
Carlos-Germán van der Linde (2016) sitúa Nadie es eterno en la intersección entre novela de sicarios y novela de narcotráfico. Su argumentación está apoyada en el recorrido narrativo de Pacho Tiro, el personaje central en lo atinente al relato de la violencia en la perspectiva de los victimarios. Este comienza como empleado y sicario de Valentierra, a quien, después de asesinarlo, sustituye como gran capo y figura máxima del poder violento:
Nadie es eterno