Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Los textos de José Martí que aquí aparecen son producto de una revisión realizada por Ruth Casa Editorial, tomando como base la edición de las Obras Completas, de Editora Nacional de Cuba, La Habana, 1963; la de las Obras Completas. Edición Crítica (tomos 2, 5, 8 y 12), realizada por el Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2000-2010, y los folletos publicados por el mismo centro en 2006: Nuestra América y El día de Juárez. Edición Crítica. Prólogo de Pedro Pablo Rodríguez
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 385
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Ilustración de cubierta: Autorretrato de José Martí
en la escultura maya Chac Mool
Edición: Ruth Lelyén
Corrección: Bárbara E. Rodríguez
Diseño del perfil de la colección: Rafael Lago, Axel Rodríguez y Adolfo Izquierdo
Realización de cubierta: Karina Corbea
Emplane: Karina Corbea
© Ruth Casa Editorial
Sobre la presente edición:
Ruth Casa Editorial, 2021
Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio, sin la autorización de Ruth Casa Editorial. Todos los derechos reservados en todos los idiomas.Derechos reservados conforme a la ley.
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.
ISBN 9789592107076
Estimado lector, le estaremos muy agradecidos si nos hace llegar su opinión, porescrito, acerca de este libro y de nuestras publicaciones.
Colección ALBA BICENTENARIO
Ruth Casa Editorial
Calle 38 y ave. Cuba,
edif. Los Cristales, oficina no. 6,
apdo. 2235, zona 9A, Panamá.
www.ruthcasaeditorial.org
www.ruthtienda.com
Los textos de José Martí que aquí aparecen son producto de una revisión realizada por Ruth Casa Editorial, tomando como base la edición de las Obras Completas, de Editora Nacional de Cuba, La Habana, 1963; la de las Obras Completas. Edición Crítica (tomos 2, 5, 8 y 12), realizada por el Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2000-2010, y los folletos publicados por el mismo centro en 2006: Nuestra América y El día de Juárez. Edición Crítica.
Las notas introductorias al libro pertenecen a esta edición. Las notas al pie de cada ensayo corresponden a las ediciones tomadas como base, en caso de que no se especifique lo contrario con la abreviatura: N. del E.
La segunda mitad del siglo xix, la época de las reformas liberales en Hispanoamérica, al reclamar y ejecutar políticas modernizadoras para la región, replanteó de alguna manera un debate que tenía lugar desde los tiempos de la Conquista: ¿cómo considerar a los pobladores aborígenes del continente?; ¿cabían ellos o no en esos proyectos modernizadores?
Los sectores ilustrados y la clase política afrontaron el debate esencialmente hacia dos salidas que partían de similar perspectiva, la que, en muchos casos, incluía una visión de conjunto acerca de las clases y estamentos populares: o había espacio para los indígenas siempre y cuando estos fuesen integrados a esos proyectos nacionales liberales, o no había lugar alguno para ellos. Así, los primeros buscaron esa integración del indígena mediante la educación, entendida esta como un proceso deculturizador que implantara en su lógica la de la cultura occidental, mientras que los segundos concluían que ello era imposible, por lo que constituían verdaderas rémoras para los procesos modernizadores y, para muchos, en consecuencia, debían ser eliminados físicamente.
La lógica de la hegemonía cultural occidental, reforzada por la de la ganancia que impone el capitalismo, se movía entonces en la antinomia civilización-barbarie. El indio, el bárbaro, era un obstáculo, cuando no un franco enemigo: o se civilizaba y abandonaba radicalmente su cultura y su modo de existencia, o desaparecía a la fuerza o por la lenta extinción de lo marginal.
Bajo ese ambiente se desarrolló el pensamiento martiano, cuya ética humanista y de servicio le enfrentó desde joven a la perspectiva desde la cual se desenvolvía el debate. Sin pretender insertarse en los procedimientos de la entonces naciente antropología —que avanzaba como disciplina para justificar la inclusión de amplias regiones del orbe, y de variados pueblos y culturas en la lógica del mercado mundial capitalista—, creyente en la unidad de género humano a partir de su diversidad cultural y rechazando a plena conciencia todo racismo, José Martí afrontó el tema del indio americano con singular óptica, que se fue conformando como parte de su propio proceso de desarrollo y maduración como persona, como pensador y como líder político.
Conocer y evaluar ese proceso particular solo es posible si se le rastrea con cuidado y sagacidad a lo largo de su variada, disímil y extensa obra escrita, sabiendo que no destinó textos a insertarse de manera explícita en los debates que en su tiempo tenían lugar, y que a menudo el tema indio aparece en su obra de modo tangencial, en alusión o referencia a asuntos muy concretos.
Por todo ello, la presente compilación, como casi todas las que buscan reunir los escritos martianos en torno a un tema, es un verdadero reto muy difícil de cumplir cabalmente, sobre todo cuando se comprende que, a pesar de las adecuaciones y completamientos de los ángulos de su pensamiento a lo largo de su vida, la lógica y la perspectiva martianas tendieron a integrar tales ángulos como una verdadera totalidad, en la que la ausencia de una parte impide la real aprehensión del todo.
Luego, toda agrupación de la palabra del revolucionario cubano es un acto de audacia, sometido al peligro de dejar fuera ideas relevantes para la comprensión del tema seleccionado. Mas la osadía, cuando va acompañada del estudio, la dedicación y el amor, suele entregar buenos resultados intelectuales. Así ocurre con este libro porque la compiladora ha revisado con mirada ancha las letras del Maestro y ha tenido el acierto de ofrecérnoslas en orden cronológico y sin limitarse al asunto expreso del texto escogido, sino a su perspectiva.
Aunque ha habido numerosos artículos breves que han tratado el indio en la obra martiana, y más de uno de los estudiosos de Martí ha entregado observaciones valiosas sobre el asunto, son francamente pocos quienes se le han acercado con hondura y extensión abarcadora. Quizás la misma dificultad de rodearlo y cercarlo dentro del conjunto de sus ideas haya contribuido a semejante escasez. Por eso es de esperar que esta compilación ayude a impulsar el examen necesario tanto para el mejor dominio del ideario de Martí como para hacerlo presente en la hora actual de nuestra América y del mundo, cuando los pueblos indígenas reclaman sus derechos, propagan sus culturas y exigen su lugar en sociedades más justas y equilibradas.
Avanzado para su época en más de un asunto, tenaz luchador contra las hegemonías y dominaciones, José Martí es referente imprescindible para el examen del tema indio por la contemporaneidad, y su mensaje animador para alcanzar la unidad de nuestra América sobre la base de lo propio, lo genuino, lo autóctono y lo original no puede caer en saco roto.
Pedro Pablo Rodríguez
29 de noviembre de 2009
José Julián Martí y Pérez nace en Ciudad de La Habana el 28 de enero de 1853. Fundador del modernismo en las letras americanas, líder ideológico del proyecto nacional más radical de su tiempo. Su experiencia en Europa, América y los Estados Unidos lo llevó a vertebrar un proyecto anticolonial de escala continental y de naturaleza antiimperialista. Artífice del Partido Revolucionario Cubano, que logra la unidad de los líderes históricos de la primera contienda anticolonial y las nuevas generaciones, así como la emigración de trabajadores y profesionales cubanos en los Estados Unidos.
En 1868 comenzaba en la isla de Cuba la primera guerra por la independencia. Y ya para 1869, el joven Martí había escrito su primer poema dramático, Abdala, y el poema ¡10 de octubre!, dedicado al inicio de la contienda.1 En el ambiente de conspiración, enfrentamiento y provocaciones que se respira es detenido y encarcelado, con solo dieciséis años, junto a su amigo Fermín Valdés Domínguez.2 En diciembre de 1870, las autoridades deportan a Martí con destino a España. En Madrid estudia Derecho y publica su primer texto de relevancia, El presidio político en Cuba. En 1873 se traslada a la Universidad de Zaragoza y escribe el ensayo La república española ante la revolución cubana. Termina sus estudios y obtiene las licenciaturas en Derecho Civil y Canónico y en Filosofía y Letras.
1 La fecha marca el inicio de la guerra por la independencia de la última posesión colonial española en América. La conflagración se extendió hasta 1878.
2 El 4 de octubre de 1869, al pasar una escuadra de voluntarios por la casa donde residían los Valdés Domínguez, se oyen risas y el hecho es tomado como una provocación. Someten la casa a un minucioso registro, en el que encuentran una carta firmada por Fermín y Martí, dirigida a un antiguo compañero de colegio, Carlos de Castro y Castro, al cual calificaban de apóstata por haberse alistado como voluntario en el ejército español. El 21 de octubre de 1869 Martí ingresa en la Cárcel Nacional acusado de infidencia por escribir esa carta, junto a su amigo Fermín Valdés Domínguez.
En febrero de 1875 llega por primera vez a Ciudad México y en marzo da inicio a sus crónicas para la Revista Universal, colabora también con otras publicaciones. Entre marzo de 1877 y 1878 vive la importante experiencia guatemalteca, ha empezado a escribir los Versos libres. Entre mediados de 1878 y 1879 está en la Habana, nace su único hijo y vuelve a conspirar por la independencia. En septiembre es detenido y comienza su segundo destierro. En enero de 1880 regresa a Nueva York, pero esta vez no de pasada; habla por primera vez a la emigración cubana y reinicia el trabajo periodístico.
En 1881 realiza un viaje a Venezuela, tierra que considera cuna de América. Allí publica su proyecto de Revista venezolana y cobra vuelo el concepto madre de Nuestra América («De América soy hijo: a ella me debo. Y de la América, a cuya revelación, sacudimiento y fundación urgente me consagro [...]»).3 En 1882 aparece su primera colaboración para el periódico LaNación de Buenos Aires y, al año siguiente, para la revista La América.
3 José Martí: Obras Completas, t. 7, p. 267.
En 1884 se produce la ruptura de Martí con el Plan Gómez-Maceo para volver a encender la llama de la libertad en los campos cubanos. Este fue un momento de giro en su comprensión del carácter democrático-popular de todo proceso revolucionario. Como mantuvo en silencio las causas de la ruptura política con los líderes legendarios de la guerra, atravesó un período difícil en el que fue cuestionado e incomprendido. Sin embargo, en 1887 ya es designado presidente de la comisión organizada por los emigrados de Nueva York para el reinicio de las luchas por la independencia. Todas estas labores se desarrollan de manera simultánea a sus crónicas, discursos políticos y las responsabilidades como cónsul de Uruguay. En julio de 1889 comienza el importante proyecto para niños La Edad de Oro y en octubre mantiene afilado su pensamiento en torno a la Conferencia Internacional Americana que ha logrado organizar el gobierno de los Estados Unidos. Ante el peligro que intuye, afirma que le ha llegado a la América española «la hora de declarar su segunda independencia».4 El 14 de marzo de 1892 aparece el periódico Patria, cuyas ideas, según expresión martiana, iban «expuestas en las Bases del Partido Revolucionario Cubano (PRC) que acata y mantiene».5 En abril de ese mismo año, ha quedado constituido oficialmente el PRC, suceso que Patria hace público. De esa fecha al inicio de la guerra se vuelca completo a la obra de la revolución: recorrer los distintos clubes de la emigración en Tampa, Cayo Hueso, Centroamérica, Las Antillas; limar conflictos y viejas rencillas; reconciliarse con Gómez y Maceo; divulgar las ideas de la revolución... una paciente y enérgica labor.
4Ibid., t. 6, p. 46.
5Ibid., t. 1, p. 323.
Muere combatiendo en el oriente cubano el 19 de mayo de 1895, en la segunda guerra por la independencia definitiva. Se le considera el Héroe Nacional de la República de Cuba.
Miriam Herrera
En 1878 a la par que descubre el potencial dramatúrgico de la historia de América, en pos de alcanzar la independencia en la creación artística, José Martí nos remite a la «madre inmensa, la hermosa Grecia artística».1 En 1891, cuando ha madurado su pensamiento americano, expresa con determinación: «Nuestra Grecia es preferible a la que no es nuestra».2 El desplazamiento emerge radical al menos en tres sentidos: el descubrimiento de un ideal civilizatorio americano, nuestra Grecia; la renuncia consciente del referente primigenio de la cultura occidental, y la determinación de fundarse desde otras claves culturales no coloniales. La selección de textos martianos que aquí se proponen da cuenta de la complejidad y riqueza de ese desplazamiento. Contenido en él va la herencia política de su ideario y todo un núcleo, forjado tras sucesivos aprendizajes, de profunda actualidad. En dos imágenes cristaliza la clave: ni «siervos futuros» ni «aldeanos deslumbrados»; ni sumisos ni apóstatas de lo propio. Su pasión por el conocimiento de las culturas autóctonas americanas forma parte de su reflexión global sobre el destino de América. ¿Cuál destino? Completar su independencia política con su independencia espiritual, que en su visión no solo pasa por ser original, sino por la causa común con el desposeído.
1 José Martí: Obras Completas, t. 7, p. 173.
2Ibid., t. 6, p. 18.
¿Cómo se transforma su pensamiento, anclado en la cultura occidental, ante el descubrimiento de que la conquista no pudo arrasar con todo, de que el indio vive y sobrevive en condiciones de total exclusión? En los textos escritos para la Revista Universal de México se descubre en clave de confesión la naturaleza de los rasgos germinales en la revelación del indígena, su contemporáneo:
[…] Hállase uno a sí mismo en la contemplación de lo que lo circunda: ¿por qué, pobre raza hermana, cruzas la tierra con los pies desnudos, duermes descuidada sobre el suelo, oprimes tu cerebro con la constante carga imbécil? […]3
3Ibid., p. 277.
No quiere el boletinista hablar de cosas tristes, por más que sea para él día oscuro el día en que ve vagando por las calles grupos acusadores de infelices indios, masa útil y viva, que se desdeña como estorbo enojoso y raza muerta. Y es que hacen dolorosísimo contraste la mañana, nacer del día, y el indio, perpetua e impotente crisálida de hombre. Todo despierta al amanecer, y el indio duerme: hace daño esta grave falta de armonía.4
4Ibid., p. 327.
Es cierto que igualmente nos habla del espectáculo del hombre-bestia, de la raza dormida; término que, a propósito, también utiliza para referirse a las inteligencias americanas que deberían emplearse en la producción de una literatura propia. Y que, desde la cosmovisión occidental de la necesidad santificada, se refiere a la indolencia en el trabajo y a la ausencia de aspiraciones que muestran los indígenas. Incluso en su primer esbozo de propuesta para la comprensión de una solución al problema social que representa la raza olvidada, el principio del estímulo de la necesidad junto al de la enseñanza obligatoria, articulan su visión de cómo ha de redimirse al indio. Por ello la selección que ahora se presenta no relega o fragmenta la experiencia inicial del joven Martí que advierte en 1875 a la raza viva, hermana y arrinconada. En recientes visitaciones al pensamiento martiano en torno a los pueblos autóctonos, se enfatiza con cierta malicia la opacidad en que se han mantenido los textos del período mexicano y, a partir de ideas que se irán transmutando, dichos autores fundan una crítica al modelo asimilacionista que encuentran en su proyecto americano.
En Guatemala la contemplación se vuelve compromiso; como el viajero, hijo. Es una urgencia intervenir de manera activa en las políticas de representación de América, no para perpetuar la leyenda oscura ni para imaginarla como «una india hermosa y descalza, sino como un terreno fértil e impaciente, rico en inteligencias, belleza y productos».5 En la carta a Valero Pujol, cuando trata de explicitar su amor insólito al continente, no puede contenerse: «Les hablo de lo que hablo siempre: de este gigante desconocido, de estas tierras que balbucean, de nuestra América fabulosa».6 La revelación se ha consumado. ¿Pero por qué un pueblo diferente ha de andar con fórmulas ajenas y desgastadas? José Martí realizó un esfuerzo descomunal —sintético, crítico, creador— por expandir el conocimiento de las culturas americanas, que es lo mismo que dignificar la América. No solo con la expresa intención de revertir la subestimación del colonizado y descubrir las raíces espirituales poderosas, originales —cuyos descendientes y herederos viven aquí y permanecen alejados, mudos como en tiempos de la colonia—, se trata también de la descolonización del imaginario en toda su magnitud: en la economía, en la literatura, en la educación, en la forma de gobierno. América ha de fundarse y para ello debe revelarse el espíritu propio que guardan sus orígenes, sus raíces en el indio americano y sus culturas originales. Debe romperse con el comportamiento típico de aldeanos deslumbrados. De lo ajeno: el estudio útil y sincero; de lo propio: el amor ardiente, salvador y santo.
5Ibid., t. 7, p. 105.
6Ibid., p. 111.
El mayor aprendizaje que le deja su experiencia guatemalteca es la crítica profunda a la visión de la degeneración del indio, que se transforma en el heredero de una cultura excepcional de artistas y maestros. En Guatemala volvió la mirada hacia los «pobres indios», para jamás desatenderlos, y desde tan temprana fecha advirtió, a propósito de la raza desconocida, que sin ella la celebración de la independencia de los nuevos estados sería un engaño.
Este acto de dignificación de lo propio le permite construir el nexo entre el pasado y el presente, desafiar las tesis contemporáneas de la inferioridad cultural del indio. Y en esta clave habrán de leerse también los textos para La América, de 1883-1884. En la presente selección se han incluido, además, los textos que escribió para esta revista sobre los indígenas de Norteamérica y un comentario respecto a un libro nuevo sobre las leyes de la herencia, para de alguna manera atender al diálogo constante de Martí con las corrientes de pensamiento social en torno a los orígenes del hombre, de las culturas y las propuestas de interpretación científica.
Las soluciones permanecerán ancladas en el arado, la pluma y el convite. Aunque el núcleo de sus trabajos de la década del ochenta no tiene como eje central el tema de la integración política del indígena contemporáneo, su permanencia más estable en los Estados Unidos lo lleva a cavilar reiteradamente en la formación social de nuestros pueblos y por ello, al analizar la cuestión del impacto de las inmigraciones, escribe:
[…] Los pueblos que tienen indios, deben educarlos, que siempre fructificarán mejor en el país, y lo condensarán más pronto en nación, y la alterarán menos, los trabajadores del país propio que los que le traigan brazos útiles, pero espíritu ajeno.7
7Ibid., t. 8, p. 384.
Por ello insistimos en que, cuando el revolucionario cubano escribe sobre las culturas autóctonas, no es solo para fundar un pensamiento descolonizado. «Dondequiera que nace un pueblo nuevo, allí renace con él —nueva, grandiosa y feral—, la vida».8 La reflexión permanente respecto a la originalidad de América, idea que llegó a visualizar partiendo del indio —el hombre natural—, nace también en función de un proyecto social que impida la futura servidumbre. Martí amplificó el concepto de pueblos originales para vertebrar una propuesta política, que también fue sufriendo ciertos desplazamientos; aunque desde el principio hay un horizonte perceptible. Y es quizás por ello que el contraste entre su visión de las culturas autóctonas americanas y su propuesta de integración para los indios tercos que dificultan el progreso de la nación, se nos vuelva tan problemático. Descalifica la superioridad civilizatoria de Occidente, que pretende invalidar la autoctonía cultural y política de los pueblos, y se vale al mismo tiempo de los artículos de fe del nuevo dogma: «Un indio que sabe leer puede ser Benito Juárez; un indio que no ha ido a la escuela, llevará perpetuamente en cuerpo raquítico un espíritu inútil y dormido».9 Desconocer la tensión que provoca el complejo cruce de problemas en que Martí inserta la cuestión de las culturas indígenas de América, del Norte y del Sur, implica opacar la tensión entre el sujeto histórico del discurso anticolonial y el sujeto político del nacionalismo popular. El primero engendra la clave para no sentir vergüenza de los orígenes y trascender la artificialidad de la cultura letrada exotizante. Y es tan importante para el Apóstol de la independencia cubana que solo desde aquí se puede situar la América al nivel de los tiempos modernos:
8Ibid., p. 331.
9Ibid., t. 6, pp. 351-352.
[…] Bueno es abrir canales, sembrar escuelas, crear líneas de vapores, ponerse al nivel del propio tiempo, estar del lado de la vanguardia en la hermosa marcha humana; pero es bueno, para no desmayar en ella por falta de espíritu o alarde de espíritu falso, alimentarse, por el recuerdo y por la admiración, por el estudio justiciero y la amorosa lástima, de ese ferviente espíritu de la naturaleza en que se nace […]10
10Ibid., t. 8, p. 336.
Pero el indio como sujeto político, en «la tarea de equilibrar los elementos» de toda empresa nacionalista, sigue mirando con altivez impolítica. Y el desplazamiento más radical queda cristalizado en esa visión que reitera en su ensayo «Nuestra América»: «[…] si la república no abre los brazos a todos y adelanta con todos, muere la república».11 Ya no escribe de la raza dormida, sino de la raza despreciada. ¿Cómo ha de expulsar la América independiente a los que contienen en sí las claves del alma nacional americana? Así puede leerse en ese texto soberbio, «Autores americanos aborígenes» (1884): «Y hasta que no se haga andar al indio, no comenzará a andar bien la América».12 Y aunque hoy sea bien polémica la visión martiana de juntar al indio a un proyecto de modernidad autóctono, no solo porque ya él mismo reconocía la angustia de los tiempos modernos, sino también, y básicamente, por esa perspectiva mesiánica de la libertad, no podemos eludirla.
11Ibid., t. 6, p. 21.
12Ibid., p. 337.
Es en el proyecto anticolonial de escala continental donde deben insertarse los indígenas, como el resto de los elementos constitutivos de nuestros pueblos. Para quien ha experimentado y sentido los desafueros y deformaciones espirituales del despotismo colonial, es el nacionalismo un proyecto revolucionario. Aún no ha llegado el momento de sentir la identidad nacional como una jaula de hierro. La patria libre, desde el universo del mundo colonial, es una esperanza; en Martí, se vuelve el culto a la dignidad y a los deberes, el culto de la era de la razón. En contraste con la visualización política y cultural de los pueblos indígenas que se desarrolló en el siglo xx, no defendió el revolucionario cubano un retorno al ordenamiento de la sociedad prehispánica. Para José Martí el indio es el sostén espiritual del nacionalismo continental, la imagen de la patria americana. Es un nacionalismo de fuego y de estatura.
Cuando Martí retorna al análisis social del problema contemporáneo, en el núcleo de sus trabajos polémicos sobre los indígenas norteamericanos, ha dejado de responsabilizarlos por su condición marginal; y el «hombre-bestia» que no se asume como ser humano, que le pone triste en México, se ha transformado en la raza «estancada en flor» que el sistema moderno bestializa. Para ese entonces ha desarrollado una reflexión persistente del proceso de conquista, que aparece tanto en sus textos de Guatemala como en los de su estancia breve en Venezuela, de enero a julio de 1881. Estos textos sobre los indios norteamericanos de ninguna manera pueden obviarse, no solo por lo que nos advierte Retamar,13 sino además porque representan una clave para comprender su proyecto social. Aunque no deja de reconocer las particularidades del problema social del indio en los Estados Unidos y en la América del Sur, para Martí resulta claro que el imaginario de superioridad europea, aquí o allá, no es más que una «conciencia brutal» y una «primacía insolente»; el color de la piel, la esbeltez o el ancho de la espalda no dejan ver las inconsistencias de percibir como pueblos bárbaros a aquellos que se reúnen a debatir, por «la boca de los viejos, de los cuerdos y de los bravos», la decisión de la paz o de la guerra. Es esa conciencia brutal de superioridad la que produce y reproduce el odio.
13 «[…] por una parte, constituyen la visión más detenida que Martí nos haya dejado de un país; y por otra, el conocimiento de ese país iba a revelársele a Martí imprescindible para comprender mejor nuestra propia América». Véase Roberto Fernández Retamar: Introducción a José Martí, p. 124.
Las crónicas para La Nación dejan espacio, cada vez más, a las interrogantes martianas del sentido de la vida en la sociedad moderna que se expande ante sus ojos, pero aún en 1886 no se decide a abortar la fe. Cree que resulta más conveniente que los indios se acomoden a los usos de la civilización:
Que ya se les haya quitado, por razones de la república, sus derechos de naciones libres, no se les quiten, a los indios sus derechos de indios. Que el despojo de sus tierras, aun cuando racional y necesario, no deja de ser un hecho violento […]14
14 José Martí: Op. cit., t. 10, p. 326.
Encontramos entonces a Martí apoyando la abolición del sistema de las reducciones indígenas, el pago de las anualidades, la sustitución del trabajo en común de las tierras, del sistema torpe de enseñanza, e incluso no ve con espantados ojos las medidas coloniales del gobierno de desterrar a las islas del Pacífico a doscientos apaches «que se resisten a ser mudados de lugar y a vivir sometidos a las gentes»,15 aquellos que no han dejado de permanecer rebeldes. Insiste continuamente en la propiedad individual, porque Martí comparte con el sentido liberal de su época la creencia de que «no hay otro modo de elevar al hombre que hacerlo creador de sí y propietario de algo».16 Lo que debe hacerse con los indios contiene el mismo sentido de aquella vieja pregunta que se hiciera ante el espectáculo triste de México: «¿Quién despierta a este pueblo sin ventura?».17 No ha habido ciertamente mucha transformación en cuanto a percibir la raza rudimentaria y de natural bondad, que se resiste a participar de la vida política moderna. El espíritu redentor ha sobrevivido hasta las vanguardias políticas contemporáneas, que una vez pensaron también: ¿Quién despierta a estos trabajadores sin ventura? Al final de este momento vuelve a escribir sobre la visita a Nueva York del espectáculo de Búfalo Bill, que con indios «de verdad», mexicanos «legítimos» y pioneros del oeste «auténticos» pone en escena el drama de la conquista del Oeste. En la misma cuerda que los zoológicos humanos que recorrieron las capitales europeas, se nos revela este «magnífico espectáculo» una representación colonial de la expansión hacia el oeste. Las relaciones asimétricas de poder, el triunfo del fuerte, que reproducen una y otra vez el espectáculo, pasaron inadvertidos para Martí. Sin embargo, en 1891 expresa de forma concisa de la América del Norte: «ahoga en sangre a sus indios, y va de más a menos».18
15Ibid., p. 372.
16Ibid., p. 373.
17Ibid., t. 6, p. 266.
18Ibid., p. 16.
Así, «Nuestra América» condensa el alcance de los desplazamientos y aprendizajes continuos en el pensamiento martiano para llegar, como bien expresa Jean Lamore, a sentirse totalmente americano. Para regir pueblos originales —y su visión pareciera tener un alcance universal si nos detenemos en la estructura temática de La Edad de Oro—hay que atender a su formación histórica específica. Los nudos fundamentales de la subversión anticolonial, que se perciben con más fuerza mientras se aceleran los preparativos de Martí para la organización de la independencia definitiva de Cuba, se encuentran en su rechazo rotundo a la imitación que se coyunda con la subestimación. La renuncia al concepto de razas y su objetivación de lo salvaje también se constituyen en legado; decide mantenerse Martí en el horizonte ilustrado de la comprensión de la naturaleza humana; prefiere la exposición de los rasgos universales de la cultura en todos los pueblos, a la jerarquización racista a partir de las diferencias culturales. Elige iluminar lo que nos une más que dar créditos a la existencia de las razas inferiores. Aún hoy resulta sorprendente ese cruce sincero de Francia a los negros de Nueva Zelandia, que realiza en «Un juego nuevo y otros viejos», acompañado además por un grabado de la danza del palo a la que se refiere en ese texto. Ni una pizca de desprecio ni de exotismo. Aunque ya hoy pueda hablarse con tranquilidad de la demolición de la concepción ilustrada de la naturaleza humana, en pos de una comprensión científica de la cultura, no parecía muy lejana, en el tiempo de Martí, la concepción europea que inauguró la aventura del Nuevo Mundo. Aun con sus contradicciones, para el revolucionario cubano fue insostenible una armonía entre las teorías evolucionistas y el eurocentrismo, la reverencia a las grandes culturas de la humanidad y el racismo. Todos los poderes coloniales que se expandían entonces por el resto del mundo transitaban de una postura a otra con toda intención ideológica.
Ciertamente un diálogo con las ideas de su tiempo fluye en el océano de su escritura, pero hay otra dimensión que tiene que ver con su universo creador:
[…] ¿cómo pudiera ser que, contra la ley universal, no tuviese la literatura indígena las condiciones de esbeltez, armonía y color de la naturaleza americana? […] El espíritu de los hombres flota sobre la tierra en que vivieron, y se le respira. ¡Se viene de padres de Valencia y madres de Canarias, y se siente correr por las venas la sangre enardecida de Tamanaco y Paracamoni […]!19
19Ibid., t. 8, p. 336.
Y es que las culturas indígenas americanas alimentaron lo mágico en Martí y le dieron forma al sentido de lo sagrado. La lectura de estos ensayos, comentarios, apuntes, criterios en torno a nuevos hallazgos arqueológicos o del corte histórico de la conquista, que aquí se recogen, habrá de hacerse también en el sentido de un viaje mítico a los orígenes. Sin embargo, supo José Martí sortear los riesgos de un romanticismo antropológico y no se quedó habitando la casa en ruinas. Leonardo Acosta, que ha transitado estos itinerarios con anterioridad, comienza un texto de 1974 recordando que en el trayecto de Montecristi a Cabo Haitiano, Martí leía sobre la resistencia de los aztecas a las tropas de Cortés.20 «Leo sobre indios»,21 apuntó en su diario, de viaje a la guerra necesaria.
20 Leonardo Acosta: José Martí, la América precolombina y la conquista española.
21 José Martí: Op. cit., t. 19, p. 211.
Miriam Herrera
1 Tomado de José Martí, Obras Completas. Edición Crítica, t. 2, pp. 116-118. (N. del E.).
Hacen el lunes en Arbeu función solemne los meseros: es la fiesta del honrado artesano: es la celebración anual con que estos hombres dicen que el servicio doméstico no les degrada, que lo cumplen como trabajo, que no se envilecen en él, y que desde él tienden a sostener por la asociación, por el auxilio mutuo, por el respeto de los demás, su personalidad propia y digna, alimentada por la conciencia de la fraternidad y el deber.
Es hermoso fenómeno el que se observa ahora en las clases obreras. Por su propia fuerza se levantan de la abyección descuidada al trabajo redentor e inteligente: eran antes instrumentos trabajadores: ahora son hombres que se conocen y se estiman. Porque se estiman, adelantan. Porque se mueven en una esfera estrecha, quieren ensancharla. Porque empiezan a tener conciencia de sí mismos, están justamente enorgullecidos del adelanto que en cada uno de ellos se verifica.
Muchas veces, recordar a un caído que es hombre basta para levantarlo. Se le despiertan fuerzas dormidas: surge a la revelación: se ve en un ser nuevo, y se rehabilita: se ve a sí mismo y quiere ser digno de sí.
Así nuestros obreros se levantan de masa guiada a clase consciente: saben ahora lo que son, y de ellos mismos les viene su influencia salvadora. Un concepto ha bastado para la transformación: el concepto de la personalidad propia. Se han adivinado hombres: trabajan para serlo. El estímulo los mantiene; los ocupa el trabajo; la honradez los salvará.
Sorprende a quien antes la veía, nuestra transformada clase de artesanos. Aseados hasta la pulcritud, laboriosos y sensatos, parece a quien los observa como que están satisfechos de sí mismos. Es que se ennoblecen rápidamente: es que han hallado en sí la dignidad humana, y se ven redimidos por ella, y de ella están ufanos, y no quieren perderla.
La altivez es útil: todo hombre debe ser altivo.
Irritan estas criaturas serviles, estos hombres bestias que nos llaman amo y nos veneran: es la esclavitud que los degrada: es que esos hombres mueren sin haber vivido: es que esos hombres avergüenzan de la especie humana. Nada lastima tanto como un ser servil; parece que mancha; parece que hace constantemente daño. La dignidad propia se levanta contra la falta de dignidad ajena: quisiérase crear, transformar, producirse en los demás: quisiérase dar de sí mismo para que los serviles fueran iguales a nosotros.
Avergüenza un hombre débil: duele, duele mucho la certidumbre del hombre-bestia.
Pululan por las calles; quiebran en la extensión que su cuerpo indolente cubre, las raíces que comienzan a brotar; echados sobre la tierra, no la dejan producir; satisfacen el apetito; desconocen las noblezas de la voluntad.—Corren como los brutos; no saben andar como los hombres: hacen la obra del animal: el hombre no despierta en ellos.
Y esto es un pueblo entero; esta es una raza olvidada; esta es la sin ventura población indígena de México.
El hombre está dormido y el país duerme sobre él.—La raza está esperando y nadie salva a la raza. La esclavitud la degradó, y los libres los ven esclavos todavía: esclavos de sí mismos, con la libertad en la atmósfera y en ellos; esclavos tradicionales, como si una sentencia rudísima pesara sobre ellos perpetuamente.
La libertad no es placer propio: es deber extenderla a los demás: el esclavo desdora al dueño: da vergüenza ser dueño de otro.
¿Quién despierta a ese pueblo sin ventura? ¿Quién reanima ese espíritu aletargado? No está muerto: está dormido. No rehúye, espera. Él tomará la mano que le tiendan; él se ennoblece con el conocimiento de sí mismo, y esa raza, llena de sentimientos primitivos, de natural bondad, de entendimiento fácil, traerá a un pueblo nuevo una existencia nueva, con todo el adelanto que ofrece la moderna vida, con la pureza de afectos y de miras, el vigoroso empuje, la aplicación creadora de los que conservan el hombre verdadero en la satisfacción de sus apetitos, el cumplimiento de sus necesidades, y la soledad de una existencia escondida y tranquila.
El hombre nuevo vendría a la tierra preparado: no habría perdido con el contacto de las generaciones las primitivas fuerzas. Pero álcesele, redímasele, explíquesele: sea verdad que son: un pueblo libre no puede alimentar a un pueblo esclavo: el siervo avergüenza al dueño: lleguen a hombres los que han nacido para serlo: anímense los tristes al calor de la patria y del trabajo: sea verdad lo que en hora de compasión escribió alguien: «Hombre primero, bestia de cultivo!/ ¡Trabajador después: primero vivo!».
De mucho más habría de hablarse hoy: préstase bien a ello una proposición que se hizo ayer en la Revista al Círculo de Obreros, sobre conveniencia de establecer conferencias públicas, en que todos tuviesen el derecho de discutir lo que a todos conviene. El ejercicio de la libertad fortifica: el cultivo de la inteligencia, ennoblece. No necesita la proposición encomio, ni está tal vez lejos del ánimo del Círculo aceptarla. Pero el espacio acaba aquí: dícese al boletinista que es tiempo ya de que termine hoy su tarea, y aquí la acaba, no sin volver el pensamiento a un hombre infeliz, a quien quita ahora la vida la ley que no cuidó de darle todos los elementos de vida buena y honrada.
La medida de la responsabilidad está en lo extenso de la educación: y cuando se sea responsable de todo, todavía no se es responsable de haber nacido hombre, y de obrar conforme a lo que aún existe de fiero y de terrible en nuestra naturaleza.
Un hombre muere: la ley lo mata: ¿quién mata a la ley?
Revista Universal. México, 10 de julio de 1875.
1 Tomado de José Martí, Obras Completas, Edición Crítica, t. 2, pp. 131-133. (N. del E.).
Ocupación muy agradable fuera esta de departir con los lectores, si por ventura del boletinista, diera la vida de México asuntos que pudieran ser buena materia de comentario y pensamiento. No sería quizás justo decir que faltan completamente entre nosotros cosas graves que estudiar y que decir; pero a tratarlas con pleno examen se opone la naturaleza del periódico —y a mirar lo que ha de venir, esta frívola constitución de nuestros hombres, apenas acostumbrados a pensar en algo más que en la fortuna propia y el aseguramiento de los días presentes.
Recházase hoy y desdéñase todo lo que se ocupa en examinar hondamente males cuyos resultados no se palpan en lo visible de la situación actual: olvídase en mal hora que la lava de los volcanes se engendra en las entrañas de la tierra. Breve imagen es la familia de los pueblos, con esta ley de analogías simpáticas que andando a la par, forman la progresiva vida universal: mira el jefe de la casa con empeño lo que dará a sus hijos holgura, a la madre comodidad en la vejez, a la tierra que posee, adelantos, a la riqueza que forma, crecimiento: así trasmitían los galos de generación a generación enriquecida la casa paterna; así iba la hoz sagrada de familia a familia como símbolo de constancia y de labor: así los hijos acrecían la obra comenzada por los padres, y con los nuevos productos se creaba la material ventura del hogar, y con la narración de los ancianos y de las sacerdotisas, la moral riqueza, nunca extinguida ni mermada en las generaciones sucesivas, que de día segaban las maldecidas mieses del romano, y de noche se arrastraban entre ellas, reptiles sublimes de la divina libertad, para llegar a la caverna oscura en que con el fuego de la palabra y de la ira, se templaban para el día de la redención las cadenas de la muy llorada, no vergonzosa, esclavitud.
Se iluminaban las tinieblas: así brillan en su eterna noche los ojos de los hombres esclavos. Vercingetorix tenía un hijo en cada galo que se arrastraba por la tierra; ¡cómo es estrecho el periódico para decir lo que fue Vercingetorix!
Y de la pequeñez se iba a lo alto este soñador espíritu de hombre. Como que no cabe en lo que le envuelve, y se va de sí: así de una palabra renace una memoria; y de ellas esta necesidad de lo anchuroso, va adonde altas criaturas y espacios anchos lo convidan a lo absoluto y a lo abstracto.
Pensaba el boletinista en el celo cuidadoso de los padres por crear para los hijos venturoso y cómodo lugar: no es un ser que prepara vida a otros: es un hombre que atiende y piensa en la continuación de vida de sí mismo. Hijo es ser propio: así el padre se afana tanto por el bien de los días que han de venir.
Y ve la actual generación mexicana como cosa nimia y fútil el cúmulo de males que estorban su rápido progreso, y que son ya elementos constituyentes de nuestra combatida nación. Han de pagar los hombres en trabajo y fuerza creadora lo que consumen: ¿trabajan todos los habitantes de la república? ¿Es nuestra riqueza estable? ¿Terminada la riqueza eventual minera, no sufrirá México alteraciones gravísimas, por no tener de antemano preparada su riqueza constante? ¿Son hombres todos los que viven en nuestros campos con forma humana? Pero habitúanse los ojos a mirar miserias; imagínese como irremediable el mal que invariablemente hemos visto humilde, esclavizado, arrastrado ante nosotros mismos, y el hombre por esencia individualista, no piensa que la vergüenza ajena lo avergüenza, no sabe cómo acongoja este ser vivo que anda y que está extendido sin embargo en el fondo de sí mismo como un muerto.
La educación de la raza indígena. El inmediato cultivo de los campos. Todavía está expuesto a ser esclavo el que mantiene esclavos a su lado. Álzanse remordimientos cuando pasa a nuestro lado un ser, en forma igual a nuestro ser, por nuestro descuido casi imbécil, dueño, sin embargo, de dormidas fuerzas que, despertadas por una mano afectuosa, dieran honra e hijo útil a la hermosa patria en que nació. ¿Cómo esas inteligencias no despiertan en medio de esta naturaleza poderosa donde convidan el cielo a las ternuras, los accidentes de la tierra a las grandezas, los bosques al solitario pensamiento, las noches rumorosas y serenas a lo apacible y a lo puro? Hállase uno a sí mismo en la contemplación de lo que lo circunda: ¿por qué, pobre raza hermana, cruzas la tierra con los pies desnudos, duermes descuidada sobre el suelo, oprimes tu cerebro con la constante carga imbécil? ¡Oh, cómo, cómo duelen estas desgracias de los otros!
Y así acaba el boletín, que sin materia alguna empezó. Lee ahora el boletinista un periódico simpático, injusto sin embargo en apreciaciones que no quedarán por cierto sin respuesta.
No se restablece la igualdad entre las clases, halagando la soberbia de los que, por lo que fueron oprimidos, están siempre dispuestos a ser exagerados en la petición de sus justísimos derechos. Háblese a los artesanos con voz de justicia: avergüéncese aquel que les hable con perniciosas palabras de lisonja.
Revista Universal. México, 21 de julio de 1875.
1 Tomado de José Martí, Obras Completas, Edición Crítica, t. 2, pp. 139-141. (N. del E.).
El trabajo escasea: la plata decae: la agricultura no adelanta: no excitaciones ligeras, atención grave, empuje formal han menester los que en algo pueden remediar los males que amagan al país.